
En aquel tiempo, Jesús dijo: «Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino que salta por otro lado, es un ladrón y un salteador. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El encargado le abre y las ovejas escuchan su voz. Él llama a cada una por su nombre y las hace salir. Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocerían quién es el que les habla.»
Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir.
Entonces Jesús prosiguió: «Les aseguro que Yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero Yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia. Yo soy el buen Pastor. El Pastor hermoso y bueno expone su vida por las ovejas. El mercenario, el que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo abandona las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa, porque es asalariado y no le importan las ovejas (Jn 10, 1-13).
Contemplación
La vida es un misterio totalizante
“Yo he venido para que las ovejas tengan vida”, dice el Señor. Y agrega: “para que tengan vida en abundancia”. Ese es el fin de las acciones de Jesús, para eso vino, para eso desea hacerse conocer: para darnos vida. Para eso nos llama a cada uno por el nombre y nos lleva a donde hay buenos pastos: para que tengamos vida. Por eso nos defiende del lobo, que nos arrebata la vida y de los malos pastores, que nos la dan a medias. Todo lo hace el Buen Pastor para que tengamos vida y en abundancia.
La vida es un misterio. Al ver la vastedad infinita del cosmos y en él tantos planetas en los que no hay vida, comprendemos que la vida es un fenómeno totalizante. No puede haber vida humana sin vida animal y vegetal. No se da vida individual sin vida familiar y social. Donde hay vida afectiva, esta influye en la vida física. Por eso es tan duro aunque uno esté sano estar aislados.
Hemos ido separando en ámbitos estancos la vida
En la época del Señor la vida de un rebaño de ovejas y la vida del pastor y su familia, eran una y la misma cosa. La vida abundante o la escasez los afectaba a seres humanos y animales por igual. En la medida en que el rebaño pastaba bien y estaba sano y cuidado, la familia tenía leche, lana y carne. Si el rebaño sufría la sequía o el ataque de los lobos, la familia sufría en carne propia la escasez y el mal.
Con el tiempo y cada vez más, los hombres hemos ido separando la vida. La vida del trabajo y la vida privada; la vida de cada uno y la vida de los demás; la vida afectiva y la vida sexual, la salud física y la vida espiritual…, la vida de los pobres y la vida de los ricos; la vida de la madre y la nueva vida en gestación… Y no es así. Hoy, en medio de la pandemia que nos pone en cuarentena, experimentamos fuertemente que no se puede separar la vida en compartimentos estancos: la vida es una sola, toda vida está íntimamente conectada con toda vida.
Da pena que lo estemos experimentando de manera negativa. El contagio exponencial de un virus nos muestra cuán iguales somos, qué ligados que estamos y cuánto son artificiales nuestras diferencias.
La inmunidad del rebaño
Hay una expresión que resuena en este tiempo y que remite al ejemplo del Señor, haciendo ver que las metáforas expresan los dinamismos profundos de la realidad. La expresión es “inmunidad de rebaño”. La inmunidad de rebaño, también conocida como inmunidad colectiva o de grupo, se da cuando un número suficiente de individuos están protegidos frente a una determinada infección -por vacunación o porque han desarrollado anticuerpos luego de haberse contagiado y curado- y actúan como cortafuegos impidiendo que el agente alcance a los que no están protegidos.
Hay algo que resulta paradójico y que nos debe llevar a reflexionar. En el contagio de una enfermedad viral sucede que el virus partiendo de un solo caso se multiplica exponencialmente. En la inmunidad de rebaño sucede al revés: es necesario que haya más de un 70% de personas inmunes para que el virus pierda fuerza. Esto es un buen ejemplo de la proporción diversa que existe entre el bien y el mal y es tarea de cada uno y de todos juntos trasladar esta dinámica a los otros ámbitos de la vida.
Una “fake news”, por ejemplo, en la medida en que esté bien construida -es decir: con una dosis mínima de “falacia” capaz de invadir parasitariamente ideas verdaderas pero débiles-, es capaz de viralizarse rápidamente a partir de una sola condivisión.
Una idea verdadera, en cambio, en la medida en que necesita ser vivida y practicada por muchos de manera fiel y responsable para que de fruto, necesita tiempo y vida en común para transmitirse a los individuos. “Para educar a un niño hace falta toda la tribu”, dice el proverbio africano.
No hay vacunas exclusivas
La pandemia nos hace experimentar esto negativamente, pero nos falta crecer mucho en conciencia para experimentar esta verdad de la vida de manera positiva. Aunque parezca ridículo, vemos cómo siguen surgiendo expresiones que indican una mentalidad obtusa. Un ejemplo es el de los que buscan una “vacuna exclusiva”. En un momento de marzo el laboratorio alemán Cure-vac tuvo que salir a desmentir la noticia de que Trump les había ofrecido ayuda a condición de que le dieran en primer lugar la vacuna en la que estaban trabajando. Las vacunas contra los virus son de esos casos en los que la lógica misma es “anti-exclusivista” ya que si no se vacuna la gran mayoría de la población cada año el virus renace. Y vemos lo que el desborde de casos – más allá de si son casos de pobres o ricos, de viejos, de ya enfermos o de jóvenes sanos- provoca en todos los ámbitos de la vida de un país.
El criterio de Jesús es la sobreabundancia
Jesús, nuestro buen pastor, quiso unir su vida -no solo la divina, sino también su vida humana- a la de sus ovejas. Para darnos vida, para darnos sus dones, eligió el camino largo de compartirlo todo. Él, que es la Vida misma y el creador de toda vida, sabía y sabe que con menos no alcanza. La vida humana necesita la sobreabundancia para poder vivir: sobreabundancia de nuestra madre tierra para que se de la vida biológica y sobreabundancia de la Vida divina para que pueda darse vida espiritual.
Para enseñarnos a compartir no bastaba con algo menos que el que Dios mismo se hiciera Pan y se nos diera como alimento.
Para enseñarnos a perdonar no bastaba con algo menos que el que Dios mismo desbordara su misericordia perdonando incluso a sus enemigos.
Y así con todo. El criterio es pues el de la “sobreabundancia”. Para dar vida hay que darla sobreabundantemente, si no, no alcanza.
Negativamente, el criterio implica que el perdón, para curar los pecados, también debe ser sobreabundante: un desborde de misericordia, no menos!
El Señor se tomó el trabajo de explicarlo en todas sus parábolas, la del que siembra sobreabundantemente, sin miedo a desperdiciar semillas; la del que regala los talentos del que los enterró al que produjo más con los suyos; la del que perdona más al que ama más y le paga a los últimos lo mismo que a los primeros.
Las ovejas lo saben. El rebaño sabe que está bien que el Pastor salga a buscar a la ovejita perdida (encontrar al contagiado) y por eso ama y cuida a su buen pastor, como hacemos ahora o deberíamos hacer con los médicos y las enfermeras que cuidan la salud de todos.
El rebaño sabe que no basta con aislar enfermos (o pobres, o inmigrantes, o diferentes…), no es posible aislar por mucho tiempo: hay que buscar el bienestar de todos! Y este tendrá que ser para todos sobreabundante.
Las ovejitas saben que no se puede dejar que cada uno se defienda solo, que hay que defender y ayudar a todas, empezando por las más pequeñas, si no el lobo hace estragos en el rebaño.
El pueblo de Dios sabe que no sirven los pastores asalariados, solo los pastores que dan la vida y que la dan en abundancia.
Los ejemplos son muchos. Es tarea de cada uno aprender la lección en su ámbito de responsabilidad, en su vida y en su trabajo. Para ello hay que fijar bien la mirada en lo esencial, en la sobreabundancia que hace que la vida sea Vida.
Diego Fares sj