Discernir la verdad de la resurrección para que se nos vuelva «cercana», para que nos toque el corazón y nos movilice la vida! (Vigilia de Pascua B 2018)

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“Cuando pasó el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ir a ungirle.

Y muy de madrugada, el primer día de la semana, vienen al sepulcro, salido ya el sol.

Y se decían entre ellas: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?»

Y mirando atentamente, observan que la piedra había sido corrida a un lado; era una piedra muy grande. Y entrando en el sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, cubierto con una túnica blanca y quedaron estupefactas de admiración.

El les dice:

«No se espanten.

Buscan a Jesús, el Nazareno,

el Crucificado.

Resucitó!

No está aquí.

Este es el lugar donde lo habían puesto.

Vayan, digan a sus discípulos y a Pedro:

‘El va antes que ustedes a Galilea;

allí lo verán, como les dijo’».

Y saliendo huyeron del sepulcro, pues se había apoderado de ellas un temblor y un estupor, y no dijeron nada a nadie, pues tenían miedo” (Mc 16, 1-8).

Contemplación

No se espanten! les dice el Ángel. Y con esa indicación les «discierne» a las tres discípulas ese sentimiento dominante que se ha apoderado de su corazón y las paraliza. El «no se espanten» les abre la mente por un momento y les permite recibir el anuncio de la resurrección. Porque las ideas pueden ser claras y los hechos -como mostrarles el lugar donde pusieron el cuerpo del Señor y que ya no está- pero los sentimientos con que se reciben y elaboran las ideas necesitan la claridad del discernimiento espiritual.

El anuncio de la resurrección, entonces, requiere discernimiento. Provocó en las discípulas y en los discípulos (y provoca en nosotros) tal movimiento de espíritus -admiración y espanto, miedo y alegría, dudas y certezas, deseos de aferrar a Jesús y de meter el dedo en las heridas- que hace falta ayuda para interpretarlo bien.

Y no bastará un ángel sino que será necesario el Espíritu Santo en Persona para discernir, de Pentecostés en adelante, lo que implica que Jesús «esté en pie, caminando» en nuestra historia, presente en los pobres, viniendo cada día a nuestra vida.

El discernimiento, por tanto, no es solo para decidir cómo poner en práctica lo que el Señor nos dice, como si tuviéramos claro de una vez por todas lo que significa «que nos hable un Jesús resucitado». Nada de eso! La Resurrección requiere discernimiento «cada vez que el Señor nos sale al encuentro», cada Eucaristía, cada vez que abrimos el evangelio o escuchamos a Francisco predicando.

Discernir el anuncio de la resurrección requiere trabajo: el de acallar algunas ideas que se instalan, el de pacificar algunos sentimientos que nos inquietan, el trabajo de abrir camino a otras  ideas y sentimientos que nos pondrán en sintonía con el modo nuevo de obrar que tiene Jesús resucitado.

Lo que quiero decir es que el discernimiento, que tanto recomienda el Papa Francisco, tiene como objeto, en primerísimo lugar, el Evangelio mismo! Necesitamos que el Espíritu nos discierna lo que las palabras del Evangelio nos anuncian y los sentimientos que provocan en nosotros.

Con esta afirmación podemos ver cuán lejos estamos de las personas que no solo piensan que tienen clarísimo el Evangelio sino que, además, están segurísimos de que las ideas que ellos han sistematizado en teologías y normas canónicas en algún momento de la historia, han clarificado todo definitivamente y pretenden que no tenemos otra cosa que hacer que «cumplirlas al pie de la letra». Francisco habló de esto el jueves santo: «Nosotros tenemos incorporado que la proximidad es la clave de la misericordia, porque la misericordia no sería tal si no se las ingeniara siempre, como «buena samaritana», para acortar distancias. Pero creo que nos falta incorporar más el hecho de que la cercanía es también la clave de la verdad. No sólo de la misericordia, sino también de la verdad. ¿Se pueden acortar distancias en la verdad? Sí se puede. Porque la verdad no es solo la definición que hace nombrar las situaciones y las cosas a distancia de concepto y de razonamiento lógico. No es solo eso. La verdad es también fidelidad (emeth), esa que te hace nombrar a las personas con su nombre propio, como las nombra el Señor, antes de ponerles una categoría o definir «su situación». Y aquí hay una costumbre –fea, ¿verdad?– de la «cultura del adjetivo»: «Este es así, este es un tal, este es un cual…». No, este es hijo de Dios. Después, tendrá virtudes o defectos, pero… la verdad fiel de la persona y no el adjetivo convertido en sustancia. Hay que estar atentos a no caer en la tentación de hacer ídolos con algunas verdades abstractas. Son ídolos cómodos que están a mano, que dan cierto prestigio y poder y son difíciles de discernir. Porque la «verdad-ídolo» se mimetiza, usa las palabras evangélicas como un vestido, pero no deja que le toquen el corazón. Y, lo que es mucho peor, aleja a la gente simple de la cercanía sanadora de la Palabra y de los sacramentos de Jesús».

Discernir la verdad de la resurrección para que se nos vuelva «cercana» y nos toque el corazón y nos cambie la vida!

En estas semanas de Pascua iremos discerniendo el anuncio de la Resurrección, con la conciencia de que no basta «una aparición» del Señor sino que necesitamos el testimonio de todas las personas que lo vieron y nos lo anunciaron.

Hoy, con la ayuda de las discípulas, discerniremos qué quiere decir que Jesús «se puso en pie» y que significa «lo verán en Galilea».

….

«Se levantó! Se ha puesto en pie», les dice el Ángel a las tres discípulas. Anuncien a sus discípulos que lo verán en Galilea.

Se levantó…. Una palabra simple que Marcos viene usando desde el comienzo de su «Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios». Cuando las mujeres escuchan que Jesús se levantó les debe haber sonado como cuando escucharon que Jesús…:

levantó tomándola de la mano a la suegra de Simón Pedro que estaba en cama con fiebre, y ella se puso a servirlos (Mc 1, 31). O como cuando dijo: que es más fácil decir al paralítico, tus pecados están perdonados o «levántate, toma tu camilla y anda». Pues a ti te lo digo: levántate, toma tu camilla y ve a tu casa». Y él se levantó e inmediatamente tomó su camilla y salió (Mc 2, 9). Habrán recordado quizás cuando el Señor le dijo al hombre que tenía la mano seca: levántate y ponte aquí en medio» (Mc 3,3). O lo que les contaron los discípulos de aquella tormenta en la que Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal y lo «despertaron» diciendo: Maestro, no te importa que perezcamos? Y él, levantándose, increpó al viento… y se calmó la tempestad» (Mc 4, 38-39). Se levantó Jesús como cuando tomó de la mano a la niña y le dijo: Talita cum! Muchacha, a ti te digo: levántate» (Mc 5, 41); o como cuando tomó de la mano al chico al que el espíritu maligno desgarraba y lo tiraba por tierra y en el fuego y lo enderezó y él se levantó» (Mc 9, 27).

Se levantó el Señor de la muerta como el ciego Bartimeo, al que le dijeron: no temas, levántate, él te llama. Y él, arrojando el manto, se levantó y fue a Jesús» (Mc 10, 50).

Jesús había sido muy claro cuando los saduceos se burlaron de la resurrección. Duramente les había dicho que estaban muy equivocados, porque toda la escritura dice que los muertos resucitarán. Dios es un Dios de vivos, no de muertos», les había dicho (Mc 12, 26-27).

Y estas discípulas, si habían estado cerca en la última cena, quizás ayudando con la comida, la mención de Galilea les habrá recordado la promesa del Señor a sus discípulos, que ahora tenían que repetirles ellas: después que haya resucitado, iré delante de ustedes a Galilea (Mc 14, 28).

Ha resucitado! Se ha puesto en pie y lo verán en Galilea significa: «ustedes también tienen que ponerse en camino e ir a Galilea: al lugar del primer amor y del primer llamado.

Por qué decimos que esto es un discernimiento? Porque se nos invita a elegir la «memoria» del primer llamado y del primer amor como lugar y tiempo privilegiado donde «encontrarnos» con el Resucitado.

Hay que volver a «ver» lo que pasó allí, entonces. No hay que «ir a examinar el lugar del sepulcro».

Es un discernimiento interpretar que el primer ámbito que el Señor recupera es el pasado, el de la memoria. En el Cuerpo Glorioso de Jesús resucitado todo está vivo: cada gesto suyo que Marcos narró prolijamente, cada ayuda a ponerse en pie que hizo a los pequeños del Evangelio, será para nosotros una constante invitación a «ponernos en pie», a resucitar, a reconocer cuántas veces él nos puso en pie en nuestra vida.

En Galilea comenzó el evangelio: con Jesús que vino de Nazaret a Galilea, donde bautizaba Juan y se hizo bautizar en el Jordán. Caminando junto al mar de Galilea fue que vio a Simón, a su hermano Andrés, a Santiago y a Juan que eran pescadores y los llamó a que lo siguieran. Marcos presentará a Jesús siempre caminando y por eso, el final de su evangelio remite al comienzo, al tiempo y al lugar donde empezó a «poner en pie» a la gente para que lo siguieran.

Todo el evangelio de Marcos es el de un Jesús puesto en pie y caminando. Un Jesús resucitado en este sentido de ir movilizando a la gente: sacando de su postración a la suegra de Simón, que se pone a servirlos, haciendo caminar al paralítico, con su camilla a cuestas, curando al de la mano seca, a la hija de Jairo y a Bartimeo. La imagen es la de un Jesús que te toma de la mano, te pone en pie y te invita a seguirlo: uno que anuncia a un Dios de vivos. Un Dios a quien hay que seguir, un Dios de gente en pie.

Las coordenadas galileicas que nos da el Ángel nos hablan de relectura, nos invitan a discernir los lugares donde Jesús comenzó a encontrarse con su pueblo. Esto implica discernir «la dirección a la que apunta la resurrección«. Y en qué dirección apunta? En primer lugar apunta hacia Galilea. Es decir, hacia nuestro pasado, nos invita a hacer memoria de las gracias recibidas. En los Ejercicios esto se hace al comienzo: el principio y fundamento es nuestra Galilea. Nuestra venida al ser y a la vida como creaturas que siempre pueden alabar, adorar y servir a su Creador.

Sin embargo, Marcos nos dice que luego del anuncio del Ángel se apoderó de las mujeres «un temblor y un estupor, y no dijeron nada a nadie, pues tenían miedo».

Los movimientos de espíritus que suscita el anuncio de la resurrección del Señor requerirán la asistencia constante del Espíritu Santo. El hecho de que no baste la «presencia real» del Señor y de sus ángeles que se aparecen una y otra vez a los discípulos y discípulas, nos lleva a discernir algo clave: la importancia del Espíritu Santo. Incluso a los testigos presenciales no les bastarán «sus ojos», con los que vieron a Jesús, ni sus manos con que lo tocaron. Necesitarán una y otra vez, incluso con Jesús delante, comiendo con ellos, que el Espíritu les «encienda los sentidos», para reconocer al Señor.

Discernir esto es una gracia grande: nos pone en pie de igualdad con ellos!!!

Los que lo vieron y los que creemos sin ver necesitamos que el Espíritu nos recuerde y reinterprete en cada momento la presencia del Señor resucitado en nuestra vida y nos conduzca a Él.

Diego Fares sj

Practicar la verdad -personalizarla, más bien- a la luz del evangelio (4 B cuaresma 2018)

 

Jesús dijo a Nicodemo:

«De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto,

también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,

para que todos los que creen en Él tengan Vida eterna.

Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único

para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo,

sino para que el mundo se salve por Él.

El que cree en Él, no es condenado;

el que no cree, ya está condenado,

porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios.

En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo,

y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz,

porque sus obras eran malas.

Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella,

por temor de que sus obras sean descubiertas.

En cambio, el que practica la verdad se acerca a la luz,

para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios»  (Juan 3, 14-21).

 

Contemplación

Jesús le habla a Nicodemo de «practicar la verdad». Qué significa «practicar la verdad»?.

Cuando tenemos la gracia de que el Espíritu Santo nos de a conocer una verdad, sobre Jesús, sobre nuestro corazón o sobre algo que mejora nuestra relación con el prójimo, tenemos que poner en práctica esa verdad inmediatamente, con la prontitud de los que recibieron sus talentos y los pusieron a trabajar, con la decisión del que encontró la perla fina y vendió todo para comprarla.

Solo en la tierra buena de «ponerla en juego» puede hacer el Espíritu que una verdad crezca y de frutos. Si se queda en el terreno abstracto de nuestra mente, junto con todas las ideas de todo tipo que nos dan vueltas en la cabeza, a la pobre verdad del evangelio le pasa como a las semillas que cayeron, una en la calle, otra en un pedregal y la tercera entre malezas: la verdad-de-moda, pasa y cambia (el diablo nos fascina con las verdades de moda y nos mantiene como eternos espectadores); la verdad-que-no-hecha-raíz -la verdad no reflexionada-, promete pero no cumple (el diablo nos hace olvidar lo que un día creímos), y a la verdad-que-no-combate, las medio verdades y las verdades políticamente correctas, la sofocan (el mentiroso nos acosa con sus suasiones y falacias, como dicen los Ejercicios).

Hay muchos modos de «poner en práctica» la verdad, pero dos son como los movimientos de las manos: uno el que las junta o las alza para rezar; el otro, el que dinamiza los mil gestos que hacemos para dar y para servir al prójimo.

A nuestra oración le puede ayudar el nombre que los griegos daban a la verdad: «aletheia», que quiere decir «des-olvidar». Al hacer oración de contemplación leemos serenamente el evangelio, dejamos que nuestra imaginación se empape con las escenas evangélicas y sentimos cómo «arde» en nuestro corazón la Palabra del Señor. Una experiencia común es que a nuestra mente se le vuelve claro algo que siempre supimos, pero se vuelve claro con una intensidad especial, que hace sentir que es el Señor el que está imprimiendo en nosotros esa claridad, esa evidencia de la verdad. Es como si algo estuviera velado y de golpe se abre el telón.

Y luego se vuelve a velar… Aquí es donde viene el segundo modo de «poner en práctica» la verdad, que es el servicio. Las verdades del Evangelio no son como las verdades matemáticas, que una vez que uno aprendió la tabla del 5 no se la olvida más. Las verdades del Evangelio, se conservan en la memoria activa solo en la medida en que las practicamos. Si no, se van al fondo de nuestro ser, a la espera de un mejor momento.           Aquí puede ayudar el nombre hebreo de la verdad que es «emeth» y significa fidelidad. La verdad que encarnamos en algún servicio concreto (también el breviario y la misa son «servicio sacerdotal» que hace todo el pueblo de Dios con sus ministros), requiere que ese servicio sea fiel, constante. Retomado una y otra vez, volviendo a empezar si nos damos cuenta de que nos olvidamos o flaqueamos.

Ahora bien, en el evangelio hay muchas verdades, infinitas verdades de vida, una para cada persona, para cada situación… Hay frases del evangelio que definieron de una vez para siempre todo un carisma, y legiones de mujeres y hombres practican esa palabra «especial» a lo largo del tiempo.

Al padre Hurtado se le reveló la verdad de que «el pobre es Cristo». De allí nació el deseo incontenible de hacer de todo para hospedarlo.

A la madre Teresa le bastó sentirle decir al Señor «Tengo sed», sed de que conozcan mi amor los mas pobres. De esa verdad de lo que siente el Señor nació todo su cariño por aliviar la sed de amor de los pobres.

El cura Brochero y la Mama Antula, experimentaron que los Ejercicios Espirituales ayudan de verdad cuando uno desea servir a Dios y no sabe cómo. De allí nació su entusiasmo para llevar a todos a hacer Ejercicios.

En el evangelio vemos a la gente que se acerca con fe sincera a Jesús, cómo el Señor le revela alguna verdad que queda ligada a esa persona. El evangelio está lleno de estas «verdades-persona». Verdades no solo puestas en práctica como quien hace un trabajo externo sino verdades encarnadas y vividas de manera personal y que se pueden compartir.

A María se le revela la verdad de que «para Dios nada es imposible» y de allí brota su «Sí» a Dios, para que la Palabra -y todas sus palabras- se hagan carne en ella, la servidora. Se le revela también que Dios mira con bondad su pequeñez y todas las maravillas que hace con sus pequeños en la historia.

A San José se le revela que él tiene que ponerle el Nombre a Jesús y comprende que esa Verdad se custodia con el silencio y el trabajo paterno de toda una vida.

A Simón Pedro se le revela la verdad de que a Jesús le interesa si lo ama como amigo. Y la verdad de esa amistad hace que Pedro acepte todo lo demás: ser pecador perdonado, ser roca sostenida de la mano, ser cabeza abierta al discernimiento del Espíritu…

A Juan Bautista se le revela la verdad de que él tiene que disminuir y Jesús crecer. De allí brota su alegría interior y su aceptación del martirio.

A María Magdalena se le revela la verdad de su nombre -María- que pronunciado por su Maestro le lleva a reconocerlo resucitado y convertirse en anunciadora de la resurrección.

Y junto con estas grandes «verdades-personalizadas», junto con estas «verdades en las que la misión y el carisma es la persona misma», está la muchedumbre incontable de los pequeños, que viven y encarnan como un solo pueblo y personalmente «pequeñas verdades» que contienen toda la Revelación (porque el Padre se complace en hacer brillar toda la verdad en pequeñas verdades).

El pueblo fiel, en el evangelio, encarna las grandes verdades: la que dice que hay que acercar a Jesús a los niños para que los bendiga, a los enfermos para que los sane y a los adictos a algún actitud o sustancia demoníaca para que el Señor los libere. Encarna también el pueblo fiel la verdad que dice que hay que «marchar» siguiendo a Jesús, como lo seguían las multitudes; y que hay que «escuchar largamente a Jesús» y «recibir su pan y sus peces«; también encarna el pueblo fiel la verdad que dice que hay que alegrarse de que Jesús obre con autoridad y expresarlo con sonrisas y carteles y comentándolo en familia.     Dentro del pueblo fiel, hay personajes representativos que encarnan los deseos de toda la gente.

Zaqueo encarna esa verdad que dice que «la conversión verdadera llega al bolsillo«: vemos cómo suelta y reparte la plata que antes había amarrocado.

El samaritano leproso encarna la verdad que dice que «la relación con Dios tiene que ser personal y no formal«: vemos cómo deja la formalidad de ir a los sacerdotes y vuelve para dar gracias a Jesús, cosa que el Señor aprecia.

El paralítico al que sus amigos bajan por el techo encarna la verdad de que «nada ni nadie nos puede impedir que nos la ingeniemos para salir de nuestras parálisis y acercarnos a la vida que nos da Jesús».

La hemorroisa encarna la verdad que dice que «a Jesús le basta con que le toquemos la punta del manto con un deseo hondo del corazón» en medio de la multitud y de las cosas del día. El se da cuenta de todo, conoce todo.

La viuda de las dos moneditas encarna la verdad que dice felices los pobres porque «cuanto más pobre es uno más fácil es ser generoso». Esta es una verdad «intraevangélica», no es una verdad sociológica. Es, pienso yo, lo qe habrá pensado Zaqueo cuando leyó en el evangelio del domingo que la joven mujer viuda había dado todo lo que tenía para vivir ese día mientras que la buena noticia suya decía que él había dado la mitad. Claro, para él era más difícil porque había acumulado tanto y tenía tantos compromisos que resolver.

Y así, todos: cada uno encarna una verdad y yo puedo encontrar la mía, para que esa «verdad-misión» me forje la personalidad. Y en vez de que la gente diga «qué personaje», puedan decir: la vida de esta familia o de esta persona nos ayuda a comprender una verdad del evangelio.

Me quedó Bartimeo. Qué verdad encarna nuestro ciego de nacimiento, el hijo de don Timeo? Ahora veo que Bartimeo es el ícono de todo este evangelio: el ícono de la verdad puesta en práctica. Lucas nos hace ver cómo puede ver la verdad un ciego. Bartimeo encarna la verdad de que «ver (la verdad) es primero un deseo interior y antes que una evidencia que viene de afuera«. Él, que no veía, sintió que pasaba Jesús y cuando éste le preguntó que quería que hiciera por él, le dijo: «Señor, que vea!». Deseaba tanto que sus ojos pudieran adecuarse a las cosas gracias a la luz! Y ahí nomas, nos dice Lucas, se puso a seguir a Jesús por el camino. Puso en práctica la Verdad básica, que es la luz de Jesús que sirve para ver las cosas de Jesús, antes que ponerse a ver (aunque también las veía), no se… la cara de sus familiares, el color del cielo y las plantas del camino…

La verdad más grande que existe es que Dios ha amado tanto al mundo -a cada uno de nosotros- que nos dio a Jesús, su Hijo amado. Y Bartimeo nos enseña a usar toda la luz de todas las verdades para seguir a Jesús por el camino, confrontando todo con su Palabra.

Ante cada situación, ponemos en práctica el criterio de ir a mirar «que verdad» – que pasaje, qué parábola, qué personaje del evangelio-, ilumina lo que vivo.

Así, la verdad que alguien en el evangelio supo poner en práctica, nos ilumina nuestra práctica de hoy. Esa práctica que consiste en hacer sentir a los demás como «amados por Dios». De modo tal que nadie se sienta excluido ni lejos del Amor de Dios que Jesús trajo al mundo.

Padre Diego

Para hacer contra a los lenguajes tramposos no hay otro camino que crecer en el discernimiento (16 A 2017)

“Jesús propuso a la gente esta parábola:

El reino de los cielos se parece a

un hombre que sembró buena semilla en su campo;

pero mientras todos dormían vino su enemigo,

sembró cizaña en medio del trigo y se fue.

Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña.

Los siervos fueron a ver entonces al padre de familia y le dijeron:

‘Señor, ¿no era que habías sembrado semilla buena en tu campo?

¿Cómo es que ahora hay cizaña?’

El les respondió: ‘Un hombre enemigo hizo esto’.

Los siervos replicaron: ‘¿Quieres que vayamos a arrancarla?’

No –les dijo- porque al arrancar la cizaña

corren el peligro de arrancar también el trigo.

Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha,

y entonces diré a los cosechadores:

arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla,

y luego recojan el trigo en mi granero.

También les propuso otra parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas.»

Después les dijo esta otra parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa.»

Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas…(Mt 13, 24 ss.).

 

Contemplación

 

En el Ángelus del domingo pasado, el Papa Francisco, hizo una reflexión sobre el lenguaje de Jesús: “Jesús, cuando hablaba, usaba un lenguaje simple y usaba también imágenes, que eran ejemplos tomados de la vida cotidiana (como la parábola del Sembrador y la del enemigo que siembra cizaña), para poder ser comprendidos fácilmente por todos. Por esto la gente lo escuchaba encantada y apreciaba su mensaje que llegaba directo a su corazón; y no era ese lenguaje complicado de entender, el que usaban los doctores de la ley de la época, que no se entendía bien pero que estaba lleno de rigidez y alejaba a la gente. Y con este lenguaje Jesús hacía entender el misterio del Reino de Dios; no era una teología complicada”.

El discernimiento de los dos lenguajes es claro: el lenguaje que me acerca directamente al amor de Jesús, es del buen espíritu; y el lenguaje que me aleja del amor de Jesús, es del malo.            Pero podemos preguntarnos: ¿Y qué sucede con el lenguaje de algunos medios? También es simple y ciertamente entra directo al corazón, no para sembrar semilla buena, esto lo intuimos, pero la cizaña se nos mete y se propaga por el todo el terreno, especialmente allí donde estaba removido y abonado para el trigo.

Cada tanto, como ha sucedido en estas semanas, surge una andanada de artículos con ataques a la Iglesia y al Papa (convengamos que es un único ataque, aunque algunos digan que atacan al Papa para defender la doctrina de la Iglesia y otros digan que defienden al Papa y atacan a la Iglesia).

El lenguaje que usan muchos medios, no parece complicado; es más, los titulares que hablan de intrigas de poder, venenos, luchas internas, errores clamorosos, ataques a la doctrina, casos de pederastía…, son bien directos.

Sin embargo, a veces es un lenguaje simplista, no simple. No hay que confundir trigo con cizaña, aunque se parezcan exteriormente. El trigo alimenta, la cizaña envenena (y si es nuestro “chamico”, hace alucinar. Y lo que de ninguna manera hay que confundir (aunque no sea simple discernir las trampas) es si el que habla es amigo o enemigo.

El hombre de la parábola lo discierne al primer golpe de vista: el que sembró la cizaña es un enemigo. El que sembró semilla buena es contundente en su juicio y firme en su decisión de no intentar arrancar la plaga antes de tiempo. El cuida el trigo y no quiere correr el riesgo de arrancar también alguna plantita buena.

La cizaña es contagiosa. Los mismos servidores ya estaban dudando si no la habría sembrado su patrón –queriendo o sin quererlo- y le proponían arrancarla inmediatamente. Pero el que sembró semilla buena no duda de lo que sembró y no se apura solucionar la cosa de cualquier manera. Es coherente: sembró el bien, sufrió un ataque, se bancará la cizaña y la separará al final.

Eso no quita que, cuando en algún sitio del campo se ve que el exceso de cizaña sofoca a algunas plantitas tiernas de trigo, se pueda cortar con sumo cuidado algunos yuyos más evidentes, para darle aire a las plantas.

Cortarla con eso de justificar el lenguaje escandaloso

Algunos justifican el uso de un lenguaje escandaloso diciendo que cuentan “hechos escandalosos”. Si se tratara solo de hechos, serían los mismos que el Papa señala cuando afirma que hay corrupción en el Vaticano o condena un escándalo.

Pero la verdad no solo consiste en hechos que cualquiera dice y muestra de cualquier manera sin importar quién esté escuchando o leyendo ni a quién use para mostrar su mensaje o cuántos se vean afectados. Por ello, parafraseando algún comentario, podríamos decir que el verdadero ataque de cierto tipo de lenguaje es al Esplendor de la Verdad.

Cuidar entre todos el lenguaje, es tan vital como cuidar el aire del planeta. Cuidar el sentido del lenguaje que no está, en primer lugar, en los conceptos e imágenes que se utilizan para armar un discurso racional, sino en el consenso respetuoso que se dan entre sí los que dialogan y buscan juntos la verdad. El lenguaje público se sostiene gracias al consenso tácito que todos nos prestamos, y debe ser custodiado. No como el espacio público, que ante la amenaza de actos terroristas se vigila con el ejército en las calles. El lenguaje público se custodia hablando bien, corrigiendo de buena manera y denunciando el mal uso (que si termina en la justicia puede ser que tarde una sentencia). En el día a día toca a cada persona –a cada uno de nosotros-la decisión de no contaminarse ni contaminar el lenguaje común.

Para ello, el único camino es crecer en el discernimiento.

No es fácil, dado el grado de sofisticación del lenguaje actual, discernir con nitidez cuándo está en acto un discurso tramposo. Los hay de todo tipo. Desde el lenguaje liviano, propio de las revistas de chismes, que se usa para instalar algún concepto o imagen pesada, hasta el lenguaje serio que, utilizando conceptos teológicos (como el demonio usaba la biblia para tentar al Señor en el desierto), razona de manera falaz y quiere torcer la verdad encarnada que es Cristo. En el caso del niño al que filmó el programa Periodismo para todos, el lenguaje audiovisual se discierne por el vómito. Cuando el niño le dice al periodista: “Eh, ustedes qué me están preguntando, si yo maté a alguno?”. El periodista responde con firmeza: “Sí”. El niño agrega con las manos en la nuca: “¿Para qué…?”. Y el periodista musita afinando la voz: “Para saber”. Si uno hace caso al estómago de su oído, vomita. Hay cosas que no son “para saber” allí, de ese modo.

Menapace, en su cuento “Los anteojos de Dios” narra la escena del usurero que fue al cielo y (hay que leer todo el cuento) se puso los anteojos de Dios para ver lo que pasaba en el mundo. Vio una injusticia de un exsocio suyo y con certera puntería le revoleó por la cabeza el banquito donde Dios apoya sus pies. Cuando Dios regresa le dice que estaba todo bien, que viera las cosas con sus anteojos, pero, agrega: Hay que tener mucho cuidado con ponerse mis anteojos, si no se está bien seguro de tener también mi corazón. Sólo tiene derecho a juzgar, el que tiene el poder de salvar”. Y el que no tiene el poder de salvar, debe discernir para que lo que dice y muestra pueda ser usado bien por El que sí lo tiene.

Decir la verdad con el Espíritu de la verdad

Puede ayudaremos en este camino de crecer en el discernimiento del lenguaje usar algunos criterios de San Pedro Fabro, el jesuita compañero de Ignacio y de Francisco Javier. Fabro, según el juicio de Ignacio, era quien mejor daba los Ejercicios Espirituales y tenía el carisma del discernimiento y de la conversación espiritual. Sabía dialogar con todos y tenía un modo especialmente respetuoso y convincente con sus adversarios.

Su primer criterio dice así:

“Durante la misa me nació otro deseo: y fue que todo el bien que pueda realizar en adelante, la pueda hacer con la mediación del Espíritu bueno y santo. Y me vino la idea de que a Dios no le debía complacer la manera con que algunos herejes (partidistas) quieren hacer ciertas reformas en la Iglesia. Si bien de hecho dicen algunas cosas verdaderas, lo cual también hacen los demonios, no lo hacen con aquel espíritu de verdad que es el Espíritu Santo”.

Distingue Fabro, en la práctica, tres “verdades”: las cosas verdaderas, el espíritu de verdad, en cuanto disposición con que se dicen las cosas verdaderas, y el Espíritu de la Verdad como Persona. Entre la verdad de los hechos y el Espíritu de la Verdad, está situado ese “espíritu de verdad” o “buen espíritu”, como le llamamos en Ejercicios. Es bueno porque permite que se vinculen los hechos de la vida –no solo los buenos, también el pecado- con la Gracia. Así uno habla “con buen espíritu” cuando lo que dice puede ser usado por el Espíritu para el bien común.

Este es el primer discernimiento para juzgar si algo es verdad o mentira en este sentido ampliado. Hay que preguntar(se): Esto que se dice ¿puede ser usado por el Buen Espíritu o, por el contrario, lo aprovechará el malo?

Recuerdo un criterio del padre Fiorito, nuestro maestro espiritual durante la etapa de formación que, cuando le contaba algún hecho y utilizaba para calificar a otro una palabra insultante – “es un tal por cual”-, preguntaba sonriendo: “Y esa palabra, dónde se encuentra en la Escritura?” Como siempre venía a la mente el pasaje de Mateo 5, 22, en el que los insultos o descalificaciones a un hermano son duramente condenados por el Señor, yo mismo me daba cuenta de que “estaba tentado” por el mal espíritu. En una palabra destemplada se podía discernir el mal espíritu que animaba toda una argumentación. Y era una argumentación que utilizaba hechos objetivos y razonamientos innegables… pero para alimentar el enojo con un hermano y justificar una división.

También uno puede seguir el camino inverso: partir de la realidad e ir a ver qué discurso la alimentó. Cuando uno nota, como le sucede a tanta gente al escuchar el lenguaje simple de Francisco que llega al corazón, que le nace dentro una atracción al bien y visualiza la posibilidad de corregir algo que anda mal en su vida, de tal manera que queda al alcance de la mano dar un pasito adelante, quizás pequeño, pero decididamente bien orientado, es señal clara de que el discurso que suscitó todo esto es verdadero. El Espíritu Santo bendijo este lenguaje –aún con sus límites- y lo utilizó para conducir la vida de la Iglesia y/o de una persona en un momento dado.

Si, por el contrario, uno nota, como sucede al leer algún artículo, que se le bloquea el deseo de hacer algún bien que tenía pensado, le sobreviene oscuridad a la mente y se le instala la desesperanza de que alguna vez se solucione algo en concreto, es señal de que está en acto un discurso tramposo. De esos que entristecen al Espíritu Santo porque algo obstaculiza su accionar benéfico.

Más allá de que se pueda desmontar la trampa, se discierne en conjunto.

Así como hay trampas que no se pueden desmontar porque explotan (hay gente que no teme decir cualquier cosa aunque parezca que “se suicida” mediáticamente, pero es porque saben que pueden “resucitar” en otro formato), así hay discursos que no se pueden desmontar porque sólo son vehículo para que algo malo pase y se incorpore al modo de pensar del otro.            Hay un lenguaje que envenena el alma. El asunto es alejarse y no tragarse el veneno.

Así, lo que puede parecer una diferencia pequeña –la de decir bien una verdad o la de decirla con burlas, ira o desprecio- en algún punto origina un gran cambio. Una verdad dicha con mansedumbre y respeto es una mano tendida que crea puentes. En cambio, una verdad dicha con acritud y falta de respeto es una bofetada que rompe posibilidades de entendimiento.

Este espíritu con que se dicen las verdades influye también en la manera de ver las cosas del mismo que habla. El hablar mal lleva a pensar mal y a ver mal, lleva a la ceguera. Utilizar un lenguaje ofensivo termina por ofuscar la propia visión de la realidad.

Concluimos reafirmando que la verdad no consiste solo en “hechos” que se “muestran” por televisión o se definen en “definiciones abstractas”. La Verdad incluye como algo esencial el modo respetuoso y amoroso con que se expresan las cosas, de modo tal que atraigan con su esplendor y hagan bien y nunca mal. Todos hemos experimentado alguna vez cómo un tono o una mirada intencionadamente sarcástica es capaz de subvertir totalmente la verdad más inocente o amigable, introduciendo en ella un veneno mortal que muchas veces ni deja rastro. Las cosas verdaderas se dicen con ese espíritu de verdad que es el Espíritu Santo.

Salvar la proposición ajena

A ponerse en esta actitud de buen espíritu, de pronunciar palabras y argumentar discursos a los que el Espíritu Santo pueda dar la eficacia de la Verdad, ayuda una cosa. Lo que San Ignacio llama “salvar la proposición ajena”. En tres frases Ignacio da todo un tratado para dialogar con buen espíritu con cualquiera (arte en el que el Papa Francisco siempre se ha destacado).

Dice Ignacio: “se ha de presuponer que todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo, que a condenarla; y si no la puede salvar, pregunte cómo la entiende (qué quiso decir), y, si mal la entiende (si el otro está equivocado), corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve” (EE 22). Por supuesto que se trata de un diálogo entre personas que desean entenderse. En el caso de los que escriben utilizando un lenguaje tramposo, uno tendería a pensar que ya tienen posturas tomadas y por tanto es inútil tratar de dialogar.

Sin embargo, no ha sido esta la actitud del Papa Francisco para enfrentar este tipo de críticas. El Papa ha tenido muchos gestos de respeto y de apertura al diálogo con muchos de sus críticos. En sus acercamientos por teléfono, por mail o mediante cartas manuscritas, el estilo de Francisco sigue estos pasos:

Agradecer cuando siente que el otro tiene voluntad de comunicarse frontalmente y de expresar las disidencias con paz, sin agresiones ni expresiones altisonantes.

Alguna vez que ha corregido alguna imprecisión informativa, ha tenido la deferencia de hacerlo privadamente al interesado.

Y en ocasiones en que la crítica ha sido directamente ofensiva, ha tenido la grandeza de salvar la crítica misma, en cuanto que puede ayudar a caminar por la recta vía del Señor.

Eso sí, siempre destaca el Santo Padre que la mansedumbre es lo que debe primar en el modo de hablar y de dar noticias.

Las actitudes del Papa, aunque no siempre logren cambiar las ideas y las estrategias comunicativas de algunas de estas personas, a todas les tocan el corazón. Esto muestra la estatura moral de alguien que en el mano a mano desarma –aunque solo sea por un momento- la hostilidad de sus adversarios. Por eso, al escribir sobre el lenguaje tramposo, no hace falta atacar a los que lo usan sino tratar de discernir las tentaciones. Y lo primero es “ponerse uno de buen espíritu”.  Entonces sí, se pueden aportar algunas reflexiones que ayuden al que se ve afectado por este lenguaje, a que pueda examinarlo con mirada crítica y serena, y aprenda a no dejarse empantanar en las falacias de los lenguajes tramposos y, sobre todo, a no dejar que le roben o disminuyan su amor a la Iglesia y al Papa. También puede ayudar a los periodistas a conectarse con su pasión más honda: la de anunciar bien la buena noticia. Aunque se trate del peor mal, si se anuncia bien, se ayuda a corregirlo o al menos a neutralizarlo. Condenar bien las cosas malas, cuando lo hace unanimente la gran mayoría de un pueblo consolida su corazón común. Por eso es que no hay que condenar cualquier cosa ni todo todo el tiempo ni usando un lenguaje negativo.

Diego Fares sj

Amoris Laetitia, Misericordia et misera… Hay firmas que no necesitan aclaración (Adviento 2 A 2016)

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 En aquel tiempo, se presentó Juan el Bautista, predicando en el desierto de Judea y diciendo:

Conviértanse, porque se ha acercado el Reino de los Cielos”.

A Él se refería el profeta Isaías cuando dijo:

‘Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, Enderecen sus senderos’.

Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.

Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo:

“Engendro de víboras, ¿quién les enseñó a escaparse de la ira de Dios que se acerca? Den el fruto que corresponde a una conversión verdadera, y no se contenten con decir: ‘Tenemos por padre a Abraham’. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí, es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de sacarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el Fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible” (Mt 3, 1-12).

Contemplación

Conviértanse! Conversión -metanoia- es la palabra preferida de Juan.

Una palabra, una misión: hacer que la gente se convierta a Jesús que viene.

Ese Jesús que viene después de Juan, que es más poderoso que él en Espíritu y al cual Juan no se considera digno ni de sacarle las sandalias de los pies para servirlo.

La conversión es un proceso, un camino y donde hay que poner los ojos es en Jesús.

De qué tengamos que convertirnos y cuánto nos lleve, depende de dónde esté parado cada uno, de hacia dónde esté orientada su mente, sus costumbres y cuál sea el tesoro de su corazón.

La conversión de las pasiones. Examinándome, veo que lo primero que resuena cuando escuchó conversión, es dejar algunos pecados que tienen que ver con lo más inmediato de mis pasiones: perezas, avideces, broncas. Son pasiones –en el sentido preciso de que las padezco, de que me mueven espontáneamente- que no obedecen fácilmente a Jesús. Las controlo hasta cierto punto, pero siempre están ahí. Y por eso mismo, porque no tenemos “dominio total” de nuestras pasiones, es que no son lo primero sino lo último que se convierte.

La conversión de la mente. Antes está la conversión de mi mentalidad, de mis ideas y modo de razonar. En este punto yo creo que mis ideas están más modeladas por las del evangelio. Gracias a los Ejercicios espirituales le he tomado el gusto a “pensar con los criterios de Jesús” y no con los míos. Por experiencia y gracias a la ayuda de buenos maestros, he aprendido a discernir las “falacias del demonio”, sus razonamientos torcidos, apenas se siente su “tufo” y su mal sabor.

Pero en este punto veo que hay una gran tarea ya que mucha gente piensa mal.

Hay quien piensa, por ejemplo, que si el Papa pone la Misericordia infinita del Padre por encima de todo y no “clarifica” los casos en los papeles, la gente se va a “confundir”.

Hay gente que piensa como pensaban los saduceos, que no creían en la resurrección, y le presentaban “casos” de libro al Señor. Casos como de la mujer que tuvo siete maridos, y querían que les clarificara qué opinaba sobre ese “caso”.

El Señor les dice que “están muy equivocados”, que los criterios de la resurrección son otros. Que Dios es un Dios de vivos, no de “casos de manual”.

Cuando le ponen delante una persona, como la pecadora, el Señor no opina sino que se involucra totalmente con la persona, pone en contacto su Misericordia con la miseria, como dice el Papa en la Carta Apostólica con que concluyó el Jubileo.

No me resisto a poner el primer párrafo:

“Misericordia et misera son las dos palabras que san Agustín usa para comentar el encuentro entre Jesús y la adúltera. No podía encontrar una expresión más bella y coherente que esta para hacer comprender el misterio del amor de Dios cuando viene al encuentro del pecador: «Quedaron sólo ellos dos: la miserable y la misericordia».

Cuánta piedad y justicia divina hay en este episodio. Su enseñanza viene a iluminar la conclusión del Jubileo Extraordinario de la Misericordia e indica, además, el camino que estamos llamados a seguir en el futuro.

(…) La misericordia no puede ser un paréntesis en la vida de la Iglesia, sino que constituye su misma existencia, que manifiesta y hace tangible la verdad profunda del Evangelio. Todo se revela en la misericordia; todo se resuelve en el amor misericordioso del Padre.

Una mujer y Jesús se encuentran. Ella, adúltera y, según la Ley, juzgada merecedora de la lapidación; él, que con su predicación y el don total de sí mismo, que lo llevará hasta la cruz, ha devuelto la ley mosaica a su genuino propósito originario. En el centro no aparece la ley y la justicia legal, sino el amor de Dios que sabe leer el corazón de cada persona, para comprender su deseo más recóndito, y que debe tener el primado sobre todo.

En este relato evangélico, sin embargo, no se encuentran el pecado y el juicio en abstracto, sino una pecadora y el Salvador. Jesús ha mirado a los ojos a aquella mujer y ha leído su corazón: allí ha reconocido su deseo de ser comprendida, perdonada y liberada. La miseria del pecado ha sido revestida por la misericordia del amor. Por parte de Jesús, no hay ningún juicio que no esté marcado por la piedad y la compasión hacia la condición de la pecadora. A quien quería juzgarla y condenarla a muerte, Jesús responde con un silencio prolongado, que ayuda a que la voz de Dios resuene en las conciencias, tanto de la mujer como de sus acusadores. Estos dejan caer las piedras de sus manos y se van uno a uno. Y después de ese silencio, Jesús dice: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado? […] Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más». De este modo la ayuda a mirar al futuro con esperanza y a estar lista para encaminar nuevamente su vida; de ahora en adelante, si lo querrá, podrá «caminar en la caridad» (cf. Ef 5,2). Una vez que hemos sido revestidos de misericordia, aunque permanezca la condición de debilidad por el pecado, esta debilidad es superada por el amor que permite mirar más allá y vivir de otra manera” (Misericordia et misera 1).

Estas palabras del Papa no solo son claras sino que son “luminosas”, y con el esplendor de la verdad del Evangelio nos marcan “el camino que estamos llamados a seguir en el futuro”.

Sus enseñanzas son magisterio y sana doctrina y nos ponen en contacto “con la “verdad profunda del Evangelio”. “Todo se vuelve claro, se revela, en la Misericordia; todo se resuelve –se juzga de manera justa y sabia- en el amor misericordioso del Padre”.

La conversión del corazón. Llegamos así a la conversión del corazón, que es la que cuenta. La conversión de las pasiones y la conversión de las ideas siempre están “a medio hacer”, no son cosas de las que uno pueda decir que ya está convertido, ni en las que uno se pueda sentir totalmente seguro. Cuando uno domina una pasión, el demonio comienza a trabajarlo en otra… Y con las ideas, siempre surge alguna deslumbrante que –como ángel de luz- fascina a veces nuestra mente y tenemos que estar atentos porque no son ideas “malas” y que lleven a algo directamente malo, sino que suelen ser ideas “alternativas”, que llevan a algún bien, pero menor o distinto del que el Señor quería para nosotros.

Es siempre la misma lucha: los paganos tenían que convertirse de los “ídolos” y los judíos de la dureza de la “ley”.

El Señor, sin desatender estos ámbitos de conversión, apunta directo al corazón. Él entabla un diálogo sostenido en el que el tema es sólo y en primer lugar “el corazón de la gente”, de cada persona y de su pueblo, porque, como dice siempre Francisco: los pueblos tienen un corazón y se lo siente latir en su cultura.

Uno no puede convertir totalmente sus pasiones ni sus ideas pero sí puede convertir enteramente su corazón. Como decía aquella religiosa amiga de una amiga: Si Jesús me pide el corazón, yo se lo doy.

Y a propósito de todo esto, les comparto algo muy lindo que me contó esta amiga religiosa, – es misionera en el Congo y está haciendo el mes de Ejercicios en la vida cotidiana-:

“Te cuento ahora –me escribía- algo muy bello. Aquí hoy hemos tenido una sesión de 8 a 13, que continuará el próximo sábado, para los alumnos de los dos últimos cursos, de las 4 escuelas secundarias de la misión. Era un grupo de 109 alumnos y alumnas. El tema es la educación afectivo-sexual. Ha ido muy, muy bien y eso les ayuda a crecer y formarse bien. Lo damos un matrimonio comprometido, 2 sacerdotes y 2 religiosas.

Tenías que ver la cara de una chica de 20 años (la conozco bien) que estudia en un Instituto vecino y que ha participado en la formación. Lleva ya un aborto y dos embarazos con 2 hombres distintos… ahora estudia 5º de Secundaria. Su cara cuando ha oído que nunca está todo perdido, que aunque se haya perdido la virginidad del cuerpo se puede recuperar la del corazón, que a pesar de la magnitud de nuestros errores y pecados Dios no puede sino perdonar y que nos llama a ir adelante… por esa cara que ha recuperado la luz y la esperanza yo daría una vida entera y mil más.

El día que veas al Papa Francisco, cuéntaselo! Eso es la Misericordia.”

La conversión del corazón, sólo Jesús la consigue. Ese es el Bautismo del Espíritu. Un bautismo del corazón. Un sumergir el corazón en su agua bendita que lo limpia todo. Un dejar que por el camino Jesús nos lo vaya “bautizando” con su modo de contar las cosas que pasaron, y caigamos en la cuenta y nos digamos, como los discípulos de Emaús: “acaso no ardía nuestro corazón por el camino mientras nos hablaba?”.

La conversión del corazón es solo un “sí”, como el de María; un “que se haga” –eso es el corazón-, un hágase según tu palabra, a tu modo y a tu medida, cuando quieras y como quieras.

La conversión del corazón es  dejar algo, como dejaron las redes los primeros cuatro discípulos: así como estaban, lo siguieron. Eso es el corazón.

La conversión del corazón es seguir una corazonada, como Zaqueo, como la hemorroisa, como Bartimeo, como Pedro y Juan corriendo al sepulcro, como María Magdalena que no se quería ir. Una corazonada, eso es el corazón.

La conversión del corazón es una certeza que toca fondo, como la del hijo pródigo. “Me levantaré y volveré junto a mi Padre”, eso es el corazón.

La conversión del corazón es tirarse de cabeza, como Brochero tirándose al río agarrado de la cola de su mula Malacara y es también una rutina cotidiana, como el pasar del cura con la pata entablada, al tranco de mula, frente a los ranchos de la gente que sale a pedirle la bendición, mientras va fumando un chala rumbo a una viejita que lo espera para la confesión.

La conversión del corazón es inmediata, es un “encantado patroncito” como el de Hurtado. ¿Recuerdan? Aquel día en que un estudiante jesuita había viajado a Santiago con una lista inmensa de encargos y al llegar, no va que se topa con el Padre Hurtado y espontáneamente se le ocurre pedirle la camioneta. Hurtado sacó ahí nomás las llaves del bolsillo y se las dio con su mejor sonrisa diciendo: «encantado, patroncito«. Apenas partió el joven en la camioneta, San Alberto salió a hacer sus numerosas diligencias de aquel día en micro. Este detalle muestra su humildad espontánea”, dice el cronista. Nosotros decimos que eso es “el corazón”.

La conversión del corazón es una sed de amor y de almas, como esa que “de una manera que nunca podrá explicar, se apoderó del corazón de la Madre Teresa, y el deseo de saciar la sed de Jesús se convirtió en la fuerza motriz de toda su vida”.

La conversión del corazón es un sentir la Palabra de Dios como un lapicito que escribe las cosas suavemente y con linda letra en esa superficie tierna del alma que llamamos “nuestro corazón”.

La conversión del corazón es una decisión, como la que tomó Teresita, el día en que “se olvidó de sí misma -de su hipersensibilidad para con los afectos de los demás, que hacían que se le estrujara el corazón- y fue feliz”.

La conversión del corazón es ponerle, a cada miseria, la firma de la misericordia, que es la única que no necesita “aclaración”.

Diego Fares sj

 

 

 

 

 

 

 

Domingo 12 C 2010

Jesús nos conoce y le gusta que lo conozcamos

Un día en que Jesús estaba orando a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy Yo?»
Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado.»
«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy Yo?»
Respondiendo, Pedro dijo: «El Mesías de Dios.»
Y él con órdenes terminantes les mandó que a nadie comunicaran esto, diciendo: «El Hijo del hombre tiene que padecer muchas cosas, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.»
Y decía a todos: «Si alguno quiere venir en mi seguimiento, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera poner a salvo su vida, la perderá pero el que pierda su vida por mí, ese la salvará» (Lc 9, 18-24).

Contemplación
“No hay que darle más vueltas: sólo el que está convencido de ser conocido personalmente por Jesús, logra acceder al conocimiento de Él; y sólo el que tiene la seguridad de conocer a Jesús tal cual es, se sabe también conocido por Él”.

Esta frase de Von Balthasar nos puede ayudar a entrar en el corazón del Evangelio de hoy: Jesús confía en que podemos saber bien quién es Él. Es más, le agrada preguntarnos para ver si lo vamos descubriendo. Jesús es la Verdad y a la Verdad le encanta que la conozcan plenamente. A Jesús le gusta ser transparente, manifiestamente conocido por todos –especialmente por los más pequeños, esos que el mundo cree que no saben nada y resulta que saben lo más importante-.
Jesús bendice al Padre cuando es reconocido y se cuida bien de poner a salvo este conocimiento, guardándolo en el secreto. Y se ocupa también de consolidarlo, poniéndolo en clave de Vida y no de habladurías.

Nuestro modelo, en esto de conocer a Jesús y de ser conocidos por Él, es Pedro.
Jesús conoce a Pedro y se siente bien conocido por él.

¿Quién es el Mesías de Dios para Pedro? Es el que llena todas sus esperanzas y las de todo su pueblo. Alguien que viene a guiarlos y a salvarlos. Alguien a quien seguir dejándolo todo y dando la vida por Él.

¿Y quién es Pedro para Jesús? Un amigo con quien puede crear algo nuevo para bien de todos, la persona en torno a la cual reunirá a su Iglesia ,porque Pedro los edificará en la confianza para con Jesús y los pastoreará en su Amor y su perdón.

Pedro está convencido de que Jesús lo conoce a fondo. Lo supo desde el primer día, cuando el Maestro fijó su mirada en sus ojos y le descubrió que su Nombre de fondo era Piedra. Pedro tarminó de expresar cuánto lo conocía Jesús después de la resurrección cuando le dijo con pena: “Señor, Vos lo sabés todo, Vos sabés que te quiero como amigo”.
Pedro fue creciendo en esta intuición de que Jesús lo conocía mejor de lo que él se conocía a sí mismo. Esta convicción es básica para poder conocer realmente a Jesús.
Y Jesús lo fue librando de sus pretensiones y fanfarronadas, lo fue volviendo humildemente sólido en dos cosas: en la confianza a toda prueba y en la caridad pastoral. Sólido y simple como una piedra bien trabajada y bien puesta en su lugar por la mano del arquitecto.
El Señor lo fue haciendo crecer a Pedro en este saberse conocido y aceptado en lo más íntimo: en su capacidad de ser fiel a muerte con su Amigo Jesús. Jesús lo fue confirmando en las intuiciones que tenía con respecto a lo que estaba escondido en Jesús. Pedro intuía que Jesús lo era todo y Jesús lo iba animando a que lo expresara cada vez mejor.

La pedagogía de Jesús es apasionante. El no dice “Yo soy el Hijo de Dios, háganme caso”. Jesús no dice nada. Se mete en medio de su pueblo y comienza a actuar: predica, perdona, sana, llama, envía… Y luego trae a los suyos a su intimidad y les pregunta qué dice la gente, quién dicen ellos que es Él.
Y cuando van acertando, lo que hace Jesús es cuidar que no saquen mal las consecuencias.

Aquí nos podemos detener un momento.

Por que también nosotros, junto con todo el pueblo fiel, sentimos bien de Jesús. Lo amamos y sabemos que “tenemos que ir a Él”. Cada uno a su manera, todos lo sabemos. Jesús nos pertenece. El Padre nos lo ha regalado y Él no rechaza a ninguno de los que se le acercan. El es nuestro y nosotros somos suyos.
Aquí cada uno tiene que encontrar su manera de “conocer mejor a su Amigo y Señor Jesús y de dejarse conocer sanadoramente por Él”. Es una doble tarea en la que hay que enfrascarse si darle más vueltas, como recomienda von Balthasar.

Sí puede ayudar remarcar las recomendaciones que Jesús hace a sus amigos una vez que les ha confirmado que en lo esencial lo conocen bien.
La primera recomendación es “esconder este hallazgo”. Es difícil, porque cuando uno descubre un secreto de otro no resulta fácil callarlo. ¡Resulta que yo sé quién es Jesús y no tengo que decirlo! Me parece que la cosa es así: no tengo que contarlo yéndome en palabras –como los que están a la pesca de “la frase” que hace ver que están en “el paradigma” de la espiritualidad-, pero sí tengo que “contar el conocimiento de Jesús” con un cambio en mi vida. ¿Cómo? Yendo a buscar en silencio mi cruz allí donde están los que amo, allí donde está mi puesto de servicio, y poniéndome en ese camino en el que uno va perdiendo su vida por Jesús, darme cuenta de que voy ganando la Vida que brota de su Amor.

El conocimiento de Jesús no es teórico, no está sujeto al paradigma de moda. El conocimiento de Jesús es vital, se va haciendo más claro en el intercambio de vidas.
Yo voy perdiendo mi vida viviendo como Él quiere.
Voy perdiendo mi vida significa que me ocupo más de los que le interesan a él que de los que me interesan a mí. Dedico más tiempo a los que me necesitan a mí y, paradójicamente, voy encontrando a los que necesito yo, pero no donde los hubiera buscado de seguir mis intereses “propios” por decirlo así. Buscando ayudar a otros más pobres termino siendo mejor ayudado yo mismo. Jesús me va dando Vida en la medida en que la pierdo por servirlo a él. Encuentro mejores amigos donde nunca los hubiera buscado…

Es que cuando “buscamos nuestra vida”, cuando “elegimos” lo que pensamos que nos salvará, solemos equivocarnos, y mucho. De aquí viene tanta desilusión de nosotros mismos y de los demás. En cambio cuando elegimos las cosas que nos propone el Evangelio, lo que primero parece un deber y un servicio a otros, termina siendo lo que nos permite encontrar la clave de nuestra propia Vida.
Conociendo y amando a los más pobres como los conoce y ama Jesús uno termina aceptando que es pobre, también, y muy amado. Y entonces puede, como decía Bernanós: “Amarse a sí mismo lo mismo que a cualquier otro pobre miembro del Cuerpo místico de Cristo. Dicho, si se quiere, con palabras menos teológicas (la frase es de Martín Descalzo): hay que aprender a mirarnos a nosotros mismos con la misma ternura con que nos miraríamos si fuéramos nuestro propio padre”. Por este lado va lo de conocernos como Jesús nos conoce, con ese conocimiento que brota del amor y que da Vida.
Diego Fares sj