Pequeña Trinidad (Trinidad C 2016)

Durante la última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: -“Todavía tengo muchas cosas que decirles, Pero ustedes no las pueden sobrellevar ahora. Cuando venga, el Espíritu de la Verdad, El los encaminará a la Verdad total: porque no hablará desde sí mismo, sino que lo que oiga, eso hablará, y les anunciará lo por venir. El me glorificará a Mí porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes” (Jn 16, 12-15).

 

Contemplación

Miércoles de primavera en San Saba, nuestra Iglesia antigua en el Aventino, cerca del Circo Máximo y de las Termas de Caracalla.

La tarde es apacible y en el patio del Centro de Acogida, Margherita, su hermana pequeña Caterina y Olivia pintan.

Mi amigo Ely Fal les va regalando todos los colores de sus pomos.

Hoy es clase de arte.

Y ellas, poco a poco, se animan a más y pasan de los pinceles a las manos…

Ese enchastre de color en las manos es “la clase” de pintura.

No lo olvidarán nunca y quizás Margherita salga artista.

Seguramente, creo yo.

Gracias a Ely.

Las nenas vienen siempre a visitarlo. Son sus amiguitas. El terreno de la Iglesia, donde el Centro Astalli ocupó lo que era un cine parroquial y lo convirtió en hospedería, tiene un campo de deportes y los papás del barrio traen a sus chicos a jugar por las tardes. Como Ely expone sus cuadros en los muros de grandes piedras y musgo que rodean lo que fue un convento de clausura, los niños se acercan a contemplar con curiosidad y él les muestra sus obras llenas de colores y motivos africanos. Ely es del Senegal.

Ya conozco de otras veces a Margherita y a Caterina: llegan como una bandada de gorriones, hablan sin parar, tocan todo, miran todo y levantan vuelo…

Confieso que cuando Margherita agarró un pincel que estaba en el tarrito con agua y comenzó a colorear una hoja, sentí ese temor a enchastre que despiertan las niñas armadas de pinceles, con chorros de pintura y hojas blancas delante. Pero lo miré a Ely,  y cuando ví que agarraba con decisión tres papeles, los ponía delante de cada una de las niñas y empezaba a abrir las tapitas de sus pomos de colores, sentí que todo estaba en buenas manos.

El no duda ni un instante sino que canturrea en voz baja: Hoy es clase de arte.

Viéndolo regalarles sus hojas de papel, primero las blancas comunes y luego las más gruesas, de color; viendo como les llena cada tanto el papel con un chorrito de pintura, pienso que tiene  los gestos de un director de orquesta, que da entrada a cada color, cada vez que una de las niñas exclama, exigente: quiero el marrón! quiero el amarillo! quiero el rojo!… 

Ellas los distribuyen sin piedad en la superficie, los mezclan y desperdician…

Y Ely les da todo el color que quieren. Hoy es clase de arte, repite cantando un poco con acento Senegalés.

La pequeña trinidad se duplica pronto y vienen otras niñas… Margherita es la más tremenda. Su mamá está en Francia, dice su padre, que primero se había quedado sentado a unos veinte metros y revisaba tranquilamente su celular, confiado en la maestría de Ely (que ya les había regalado dos de sus grandes cuadros a la familia, según me enteré después) y luego se acercó a fotografiar a sus dos hijas y a comentar un poco de su vida. El papá de Olivia también se acercó, con una cara que pasaba de la alegría al ver a su hijita pintando, al espanto de lo que costaría limpiarla. Viendo las manos de su pequeña coincidió conmigo en que la experiencia sería “imborrable”, aunque el jabón líquido de Ely limpió después casi toda la pintura, salvo la de las uñas y la de los vestidos.

Al ver a las tres niñas en ese derroche de color, concentradas en empastichar el papel con pinceles y manos, saqué una foto pensando que eran toda una pequeña trinidad. Después, contemplándolas, con sus manos y dedito sosteniendo la hoja y pintando con tanta seriedad y dedicación (Margherita comentó como para sí misma pero para que la oyera: esto es arte abstracto) me preguntaba qué relación tenían con el evangelio, con eso que Jesús dice que:

El Espíritu que recibe de lo suyo, que es todo del Padre, y nos lo da.

Nos da qué cosa? Me preguntaba. Y pensé rápido en esos pomos de color que Ely gastó enteros para que las niñas tuvieran su clase de arte. Se que le cuestan bastante, porque son caros y me parecía un derroche, ya que las niñas, en su entusiasmo, malgastaron un color sobre el otro y no hicieron ningún dibujito. Pero la experiencia del arte fueron sus manos llenas de color: tocar el chorro de azul y esparcirlo como un cielo por el papel, llenarse las palmas de marrón y estamparlas como un suelo, mojar la punta del dedito en el amarillo y trazar un sol para borronearlo todo después…

Lo que el Espíritu nos da –experimenté- son todos los colores de la Trinidad. Y sentí el amor como un derroche de colores, de cuya textura uno puede impregnarse las manos para -después – ir aprendiendo a pintar.

Ely, el artista, les regaló a las niñas sus colores. Seguro de que esa experiencia sin límites, de derroche alegre –musical- hasta quedar exhaustos los cinco pomos, de color, les llenaría el alma para siempre con unas ganas imparables de aprender a pintar.

Me llamó la atención que Caterina, cuando el momento mágico se agotaba y los dos papás comenzaban a negociar el regreso a casa y el lavado de manos en el surtidor de la pared, preguntara por el premio. Ella había entendido claramente que se trataba de un concurso de pintura y que el mejor dibujo recibiría como premio… ¡un cuadro de Ely! Ahí fue que el papá le recordó que Ely ya les había regalado dos a la familia. Yo agregué –teológicamente- que el premio era pintar gratuitamente y el papá asintió remarcando que lo importante era participar. Pero Caterina ya se había concentrado en comenzar a limpiarse las manos en el vestido lo cual motivó una ida de urgencia al surtidor y entre exclamaciones y sonrisas partieron cada uno a su casa dejando a un Ely pleno y sonriente que ordenaba el caos de la mesa comentándome que esas eran sus pequeñas amiguitas. Hoy fue una clase de arte, comenté. El asintió mientras juntaba los dibujos. Gracias, le dije. Y le mostré la foto con nuestra pequeña trinidad de amigas.

Pequeña trinidad

Diego Fares sj