Preparar, realizar, agradecer… todo es uno en la comunión con Jesús  (Corpus B 2018)

 

“El primer día de la fiesta de los panes Acimos,

cuando se inmolaba la víctima pascual,

los discípulos dijeron a Jesús:

-¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?

El envió a dos de sus discípulos diciéndoles:

– Vayan a la ciudad;

allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo

y díganle al dueño de la casa donde entre:

‘El Maestro dice:

¿dónde está mi habitación de huéspedes,

en la que voy a comer el cordero pascual

con mis discípulos?.

El les mostrará una gran sala en el piso alto,

arreglada con almohadones y ya dispuesta;

prepárennos allí lo necesario”.

Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad,

encontraron todo como Jesús les había dicho

y prepararon la Pascua.

Mientras comían,

Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo:

-Tomen y coman, esto es mi Cuerpo.

Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella.

Y les dijo:

-Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos.

Les aseguro que no beberé más del fruto de la vida hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios” (Mc 14, 12-26).

Contemplación

Siempre me impresiona que el Señor ya tenía «contratada» la sala en el piso alto de la hospedería  («mi» habitación de huéspedes»- dice-) en la que celebraría su última cena de Pascua -la primera Eucaristía-.

Al decir esto, lo primero que me imagino es que ya se había hecho una costumbre entre el Señor y sus discípulos esto de celebrar las pascua juntos. Y no lo invitan a su casa o a la de algún conocido, porque saben que al Señor le gustaba hacerlo en un lugar especial. Por eso le preguntan.

También imagino que se habían ido acostumbrando a su especial manera de partirles el pan. La multiplicación de los panes debía estar presente en la memoria de los discípulos y se activaría cada vez que Jesús realizaba el gesto de compartir su pan con ellos.

La pregunta «donde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual» da la sensación de pregunta habitual. Es de esas preguntas que se hacen las familias: donde nos juntamos para Pascua? Y el Señor ya tenía visto el lugar, el restaurante digamos.

Preparar. Esta es la palabra de hoy. El Señor preparó la Eucaristía.

Los discípulos piensan en prepararla y el Señor acepta su ayuda: «Prepárennos allí todo lo necesario». Pero les hace jugar esa especie de búsqueda del tesoro de seguir al hombre con el cántaro de agua en vez de darles directamente la dirección. Después que digo «búsqueda del tesoro» pienso que no es la expresión adecuada. No me parece que el Señor juegue a las escondidas ni haga perder tiempo a la gente y menos en aquellos momentos dramáticos que estaban viviendo.

Si pienso en una intención -y no es desacertado ya que el Señor tenía todo pensado- la que se me ocurre es que les hace recorrer el mismo camino que siguió él la primera vez, cuando encontró esa hospedería. Imagino uno que entra en la ciudad que no es la suya, se detiene en el pozo de agua, mira a la gente que hay y sigue a uno que va con un cántaro de agua, pensando que seguramente lo conducirá a un albergue. Así habrá hecho Jesús la primera vez y quiere que los suyos hagan el mismo recorrido, para que se vayan preparando interiormente a la Eucaristía que instituirá.

Si hay una cosa que es única en Roma (imagino lo que será caminar por Jesusalén) es esta de caminar por caminos que recorrieron otros. A mí me gusta seguir algunos recorridos que hacía Ignacio: imaginarlo entrando por la puerta de Piazza del Popolo o subiendo por la escalinata de San Sebastianello que es la escalera lateral a la de Piazza Spagna (donde está una antigua fuente romana, reservorio del «agua virgen» -el acueducto que pasa por debajo de nuestra casa y termina en la Fontana di Trevi). Ignacio subía por allí hasta Trinitá dei Monti para ir luego por Vía Sistina hacia Santa María Maggiore, su Basílica más querida (como lo es para el Papa Francisco) donde celebró su primera Misa, en el altarcito con la reliquia del Pesebre.

Esto de «preparar la Eucaristía» es muy propio de Ignacio. Fue ordenado junto con sus primeros compañeros un 24 de junio de 1537 (hace casi 500 años!) y se preparó durante todo un año entero para celebrar su primera misa, ya que deseaba celebrarla en tierra Santa, presumiblemente en Belén.

No pudieron embarcarse aquel año ni el siguiente y entonces se pusieron a las órdenes del Papa e Ignacio se quedó para siempre en Roma, en ese lugarcito tan especial de nuestra Iglesia del Gesù, donde tenía su pieza y el oratorio en el que celebraba la misa cada día (a donde me voy dentro de un rato para hacer esta semana mis ejercicios espirituales anuales).

Detenernos contemplativamente en el detalle de que el Señor los hiciera recorrer el mismo camino de preparación que recorrió primero Él, tiene su importancia a la hora de profundizar nuestra conciencia de lo que sucede en la Eucaristía.

Nosotros, en general, seguimos un camino lineal que parte de atrás y va para adelante. Preparamos una fiesta, luego la realizamos y por fin la recordamos. Ni la preparación ni el recuerdo tienen la misma intensidad de vivir el hecho. Pero la fiesta misma, si bien tiene más intensidad que la preparación y el recuerdo, «se pasa rápido». Por eso, para vivir bien una fiesta, necesitamos de todos los momentos: el gozo y la ansiedad de la preparación, la fiesta misma y luego juntarnos a recordar lo vivido, alegrándonos de nuevo al tomar conciencia de lo linda que estuvo.

En el Señor, estos tres momentos, tienen igual densidad vital y realismo. La Eucaristía no es un «recuerdo» simbólico de la entrega que hizo «realmente» en la Pasión. Fue tan real la entrega de su Cuerpo y Sangre en la última cena como fue real la entrega que hizo luego en la Cruz.

Pensar que se entregó realmente «antes» de la Pasión nos ayuda a recibirlo realmente «después».

Y detenernos en su modo de «preparar la preparación» es el detalle que nos ayuda a romper con nuestro modo de pensar las cosas linealmente y entrar en el modo de vivir las cosas de Jesús.

Es un modo en el que todo lo que se hace en Él y con Él tiene el mismo valor. La comunión con Él es tan real cuando me preparo para ir a misa, cuando comulgo y cuando salgo a mi vida cotidiana -esa misa prolongada, como la llamaba Hurtado-.

Desear recibir la comunión es tan comunión como recibirla en la boca y como agradecerla después.

Preparar la misa es tan misa como participar en ella y como prolongarla luego durante «las comuniones» del día -con las penas y alegrías de mis hermanos-.

Rezar por alguien «en Nombre de Jesús» es tan real como darle un vaso de agua «en Nombre de Jesús».

Al misterio de esta densidad de vida que tiene todo «en Jesús» entramos por el pequeño detalle de que se le haya ocurrido hacerlos recorrer el mismo camino que él recorrió para encontrar el lugar donde preprarar la Eucaristía. Recordar agradecidos el camino que otro recorrió, preparando el nuestro con amor, nos ayuda a caminar nuestro propio camino para adelante con mayor esperanza.

Preparar, realizar, agradecer… todo es uno en la comunión con Jesús.

Diego Fares sj

Jesús también discernía «el momento». No es que «las tuviera todas claras»

5 B Cuaresma 2018

             Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta,

había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: «Señor, queremos ver a Jesús.»

Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús.

El les respondió:

(1) «Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.

Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere,

queda solo; pero si muere, da mucho fruto.

El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.

El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.

(2) Mi alma está ahora turbada.

(3) ¿Y qué diré: «Padre, líbrame de esta hora»? ¡Si para eso he llegado a esta hora!

(4) ¡Padre, glorifica tu Nombre!»

Entonces se oyó una voz del cielo:

(5) «Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar.»

La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían:  «Le ha hablado un ángel.»

Jesús respondió:

(6) «Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes.

(7) Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 20-33).

Contemplación

En el evangelio de hoy podemos encontrar una de las fuentes de lo que en Ejercicios se llama un “proceso de discernimiento”. El Señor nos enseña a estar atentos a los acontecimientos, a dejarnos tocar por ellos, sintiendo también los movimientos de la tentación. Jesús nos enseña a razonar con criterios evangélicos, a «elegir de corazón lo que amamos», a estar atentos a la confirmación del Padre, a su consolación. Y a hacernos cargo de que amar de veras implica resistir al maligno, lo cual siempre nos pone en alguna Cruz.

Podemos aprender de Jesús, Maestro de oración: cómo “discernía” la voluntad del Padre en su corazón.

Lo que me conmueve es que Jesús «discierne». No es que «la tenía clara, como superficialmente tendemos a dar por supuesto. El discernimiento no consiste en «tener ideas claras». Como dice el Papa: las ideas se discuten, lo que se discierne es la situación»; el momento en que me encuentro y los sentimientos que van y vienen… y tengo que optar en un momento que si  no, se pasa.

Jesús discernía. Sus parábola, por ejemplo, son fruto de un discernimiento, son la respuesta a un problema humano en un momento preciso en el que los personajes tienen que optar: arrancar la cizaña o esperar, cuidando el trigo?; retar al hijo pródigo o correr a abrazarlo? salir a dialogar con el mayor o dejar que se desenoje solo? Salir a buscar la ovejita perdida o quedarse con las 99? Acercarse al herido o pasar de largo? Cada gesto del Señor, cada momento de su vida, es un discernimiento que une -en ese preciso momento- lo que le agrada al Padre y lo mejor para alguna persona concreta. Discernir y ser protagonista de mi vida o vivir una vida «en general», una vida estándar, haciendo y pensando «lo que piensan todos» -o al menos, los de mi partido. Esa es la opción: discernir o ser espectador.

Los mini-discernimientos introducen «cortes dramáticos» en la trama de mi vida haciendo que me adueñe de lo que me pasa, que decida y abrace y lleve adelante algo mío, que deje mi huella y no cargue simplemente con lo que me ponen encima y me obligan a hacer.

Pasos del discernimiento de Jesús

El primer paso: «Ha llegado la hora», dice Jesús, y responde al aviso de que «lo quieren ver» con una serie de reflexiones que se ve que venía haciendo en su corazón. Lo importante es que el discernimiento es estar atentos a la hora, al momento que se vive. Esto es normal allí donde uno tiene una misión. La misión de llevar adelante una familia hace que los padres estén siempre «atentos a la hora». Es hora de ir al colegio, es hora de ir a trabajar, hay que salir corriendo al médico porque uno se enfermó, hay que decidir el colegio al que irá un hijo el año próximo…

El Señor tiene la misión de salvar a la humanidad y se ve que el hecho de que unos paganos quisieran verlo fue para Él la señal de que su mensaje, puesto en palabras, había alcanzado su meta. Ahora comenzaba otra etapa: la de dar testimonio con su vida. Por eso las reflexiones del grano de trigo, de perder la vida y seguirlo a la cruz.

Así sucede en nuestra vida. La vida está tejida con dos hilos, uno de textura ordinaria, que corre unido a todos los demás  hilos y se reconstituye cada vez que se anuda o se corta ─ la vida sigue ─; el otro  hilo es totalmente personal y único: es el hilo primordial, que tensiona todo el tejido de la vida común, y cuyos «tironcitos» provienen de las manos bondadosas de nuestro Padre. (Lo del Hilo primordial es del cuento de Menapace que el que no se acuerde puede buscar en internet ya que ayuda a ver que para discernir «las cosas comunes de la vida» cada uno tiene que conectarse con ese hilo primordial que lo une con Dios y con la misión y el carisma único para el que nos creó).

Pues bien, en este hecho que para Felipe tal vez fuera una cosa más -tantas personas le decían que «querían una entrada para poder saludar personalmente al Maestro-, para Jesús fue un hecho especial. Sintió el tironcito hacia lo Alto de su Hilo primordial, el que le marcaba la hora del Padre, la hora de la salvación.

Segundo paso: «Mi alma esta ahora turbada». El anuncio de que se acaba el tiempo normal, de que se viene la pasión, le causa turbación al Señor. Se conmueve. Como decíamos, puede ser que el Señor tuviera más claras las cosas que el común de la gente. Las tenía claras porque rezaba. Pero con claridad y todo, las tuvo que vivir, las tuvo que «pasar».

En el lenguaje de los ejercicios esta agitación interior o turbación se llama “movimiento de espíritus”. Es algo bueno. Buenísimo! Al punto de que si no se da, si uno no siente ese vaivén de alegrías y miedos, de esperanzas y negatividad…, es que no está  «rezando realmente», no está haciendo bien sus ejercicios, dice San Ignacio.

La turbación, la ansiedad y el ponerse en movimiento las ideas, las previsiones, los afectos, surge cuando uno tiene que tomar -sí o sí- una decisión. Tener que decidir genera lucha espiritual. Animarse a sentir, darle tiempo a cada sentimiento contrario, ponerle nombre y confrontarlo…, son parte esencial de un proceso de discernimiento.

Jesús expresa su aguda agitación espiritual: “Mi alma ahora está turbada”.

Viene entonces un tercer paso que consiste en juzgar (deliberando) esos sentimientos y mociones contrarias.

Gandhi decía que “cuando uno se encuentra en el dilema de elegir, la cobardía dice ¿será esto seguro?.

La política dice: ¿será rentable?.

La vanidad dice: ¿quedará bien mi imagen?

Y la conciencia moral dice: ¿es lo correcto?”.

Cristianamente podemos agregar otra pregunta, muy personal: le agrada a mi Padre?

Jesús expresa este proceso del juicio mediante un diálogo interior, preguntándose a sí mismo: ─ “¿Y qué diré: «Padre, líbrame de esta hora»?”

A lo cual se responde con claridad de juicio: ─ “¡Si para eso he llegado a esta hora!

«Padre glorifica tu nombre”. Es el cuarto paso del discernimiento. Hay que verlo bien porque es muy inmediato al anterior pero es distinto. «Para esto he venido» es una conclusión lógica, un juicio que se realiza en la mente; «Glorifica tu nombre» es una decisión, un deseo y un pedido que brotan del corazón.

Una cosa es pensar con lógica, otra es elegir llevar adelante el deseo que nace de una verdad clara.

Glorifica tu Nombre quiere decir «hágase tu voluntad (y no la mía que en este momento siente temor a la cruz).

Glorifica tu Nombre es lo que uno dice cuando manifiesta pública y expresamente la decisión tomada como compromiso – consentimiento matrimonial, votos religiosos-.

Viene entonces el quinto paso del discernimiento, que es la confirmación. El Padre suele confirmar inmediatamente a sus hijos cada vez que formulan un deseo de que se haga su voluntad como el que expresó Jesús. Aquí se oye la voz del cielo que dice: ─ “Lo he glorificado y lo volveré a glorificar”. No siempre habla el Padre con estos «truenos», pero siempre «habla en el corazón» del que se siente atraído por Jesús y decide seguirlo. «Mi Padre ama a los que me aman». Y los honra! -agrega Jesús.

El sexto paso es la confirmación en medio del pueblo de Dios, de los pequeños que ven que el Padre ama a Jesús. El Padre revela las cosas de Jesús a los pequeños que se alegran de él, lo escuchan y lo siguen. Por eso Jesús aclara que la voz del Padre confirmándolo a Él como predilecto es “para nosotros”.

Un séptimo paso consiste en «derrocar» al maligno, resistirlo y echarlo de nuestra vida. Rechazar el mal es la otra cara de elegir el bien.

Lo que trae paz a la hora de elegir es esta adhesión íntegra como la de Jesús a querer lo que Dios más quiera, del modo que quiera y en el momento en que quiera y sea cuales fueren las consecuencias que tenga.

Terminamos recordando lo que cuenta Ribadeneyra acerca del modo de rezar de Ignacio cuando tenía que discernir para tomar alguna decisión importante.

“Siempre la consultaba primero en la oración con nuestro Señor,

y la manera de consultarla era esta:

Se despojaba (se desnudaba, dice Ribadeneyra) primero de cualquier pasión y afecto, de esas cosas que suelen ofuscar el juicio y oscurecerlo, de manera que no pueda tan fácilmente descubrir el rayo y luz de la verdad.

Para despojarse, Ignacio se ponía como una materia prima en las manos de Dios nuestro Señor, como algo que no tiene ni inclinación ni forma alguna.

Después, con gran vehemencia, le pedía gracia para conocer y para abrazar lo mejor.

Luego (de este ejercicio afectivo, que puede ser de «deseo de deseo», de desear ser como una materia prima y de desear desear lo que sea mejor) Ignacio consideraba muy atentamente, y pesaba las razones que se le ofrecían por una parte y por otra; y la fuerza de cada una de ellas, y las cotejaba entre sí.

Al cabo volvía a Nuestro Señor con lo que había pensado y hallado

y lo ponía todo delante de su divino acatamiento,

suplicándole que le diese luz para escoger lo que le había de resultar más agradable a El”.

Muchas veces esta oración de discernimiento la hacía Ignacio junto con la misa (digo esto porque a veces alguno dice «que se aburre en misa», para que vea que no tiene por qué ir como espectador. Puede llevar sus decisiones a la Eucaristía y allí rezar con estas ayudas, que no son pocas ni fáciles, pero que uno puede «desear tener deseos de seguirlas»).

Diego Fares sj

 

 

Domingo 5 B Cuaresma 2009

IgnacioElegir de corazón lo que amamos

Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta,
había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: «Señor, queremos ver a Jesús.»
Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús.
El les respondió:
«Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.
Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere,
queda solo; pero si muere, da mucho fruto.
El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.
El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.

Mi alma ahora está turbada.
¿Y qué diré: «Padre, líbrame de esta hora»?
¡Si para eso he llegado a esta hora!
¡Padre, glorifica tu Nombre!»
Entonces se oyó una voz del cielo:
«Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar.»

La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: «Le ha hablado un ángel.»
Jesús respondió:
«Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 20-33).

Contemplación
Estos pasajes de Juan son fáciles y difíciles. Fáciles porque uno va leyendo y encuentra frases muy profundas de Jesús que hacen bien. Algunas son duras, ─ como la del grano de trigo que debe morir para dar fruto ─, pero son tan ciertas que nos iluminan sobre la realidad de la vida.
Otras son increíblemente consoladoras, como lo que dice el Señor del Padre, que “honrará al que sirva a Jesús”. ¡Imaginémonos que el Padre nos honra a nosotros! Confieso que nunca había prestado bien atención a esta frase. Siempre me conmovió esa otra “el que me ama será amado por mi Padre”. Suena natural que el Padre nos ame como hijos. Y si amamos a su Hijo predilecto y somos sus amigos, más aún. Pero que nos honre! Que se sienta orgulloso de nosotros! Parece mucho. Y sin embargo… ¿no es la mayor alegría y el deseo más hondo de un hijo que su padre se sienta orgulloso de él, de su valía moral, de sus logros… ¿Y no es acaso el deseo más hondo del corazón de un padre este de poder sentirse orgulloso de sus hijos? ¿Acaso no viene precisamente de aquí ─ de este amor ─ el dolor profundo cuando los hijos actúan como el hijo pródigo o como el hijo mayor de la parábola y el padre sufre aguantando comportamientos y sentimientos de sus hijos de los cuales no puede enorgullecerse?
Decía que la narración de Juan es fácil y difícil. Es difícil porque el discurso se vuelve por momentos tan denso que uno siente que todas las palabras de Jesús tienen relación entre sí pero habría que hundirse en lo profundo de su Corazón para que tenga sentido lo que está diciendo. Porque comienza con que Felipe le dice que lo quieren ver los Griegos y el Señor sale con este larguísimo párrafo sobre su glorificación.

Bueno, luego de este rodeo, que espero nos haya puesto en clima, haciéndonos experimentar un poco de lo que habrán sentido Andrés y Felipe (como cuando uno tiene gente esperando una respuesta y el que tiene que darla se entretiene con un discurso larguísimo que no termina de responder la pregunta concreta de si los va a recibir o no), nos centramos ahora en el Corazón del Señor.

Siguiendo con nuestros “ejercicios para el corazón” el de hoy apunta a lo más propio del corazón que es “elegir”. Elegir de corazón lo que amamos. Esto es lo que hace el Señor y como lo explicita, podemos aprender del Maestro cómo “discernía” la voluntad del Padre en su corazón. En este pasaje podemos encontrar una de las fuentes de lo que en Ejercicios Ignacio llama un “proceso de discernimiento”.

El primer paso: el discernimiento parte de un hecho externo que resuena de manera especial en el corazón del Señor. Se trata de una decisión que tiene que tomar y que parece común: recibir o no en ese momento a los paganos que vienen a él. En esa decisión cotidiana se encierra, sin embargo, para Jesús La decisión más honda. El Señor está atento a los signos de los tiempos, como dice el Concilio, está atento a su Hora y lo que le informan Felipe y Andrés, acerca del interés de verlo que tienen los paganos, es para Jesús un toque de alerta: interiormente siente que “Ha llegado su hora…”.
Así sucede en nuestra vida. La vida está tejida con dos hilos, uno de textura ordinaria, que fluye unido al de todos los demás y se reconstituye cada vez que se anuda o se corta ─ la vida sigue ─; el otro es totalmente personal y único: es el hilo primordial (como en el cuento de Menapace) que tensiona todo el tejido desde los tironcitos que provienen de las manos bondadosas de nuestro Padre. Pues bien, en este hecho trivial, Jesús siente el tironcito hacia lo Alto del Hilo primordial que marca la hora del Padre, la hora de la salvación.

Esto causa turbación en su alma y el Señor explicita sus sentimientos (segundo paso).
En el lenguaje de los ejercicios esta agitación interior o turbación se llama “movimiento de espíritus”. No se trata de un sentimiento negativo ante algo inevitable, como cuando a uno le dicen que alguien está enfermo o falleció. Se trata de la agitación ante una decisión que hay que tomar. Tener que decidir genera lucha espiritual. Uno siente mociones encontradas que agitan su alma. Tenemos que decidir algo y eso nos conmociona. Animarse a sentir, darle tiempo a cada sentimiento contrario, ponerle nombre y confrontarlo son parte del proceso de discernimiento.
Jesús expresa su aguda agitación espiritual: “Mi alma ahora está turbada”.

Viene entonces un tercer paso, que consiste en juzgar (deliberando) esos sentimientos y mociones contrarias. Gandhi decía que “cuando uno se encuentra en el dilema de elegir, la cobardía dice ¿será esto seguro?. La política dice: ¿será rentable?. La vanidad dice: ¿quedará bien mi imagen? Y la conciencia moral dice: ¿es lo correcto?”. Cristianamente le podemos agregar otra pregunta, al Espíritu del Señor y suplicarle que nos muestre si este el tiempo de gracia oportuno y el modo que le agrada al Padre.
Jesús expresa este proceso del juicio mediante un diálogo interior, preguntándose a sí mismo:
─ “¿Y qué diré: «Padre, líbrame de esta hora»?”
A lo cual se responde con claridad de juicio:
─ “¡Si para eso he llegado a esta hora!”.

El cuarto paso del discernimiento (que es inmediato pero distinto del juicio que se realiza en la mente) es la adhesión del corazón a lo que se juzga como bueno en concreto y el rechazo de todo lo demás (malo o bueno en sí pero no en concreto para mí, aquí y ahora).
El juicio claro de Jesús sobre su misión, sobre lo que da sentido a su vida se convierte en una aceptación y elección libre de la Voluntad de Dios: “la pasión voluntariamente aceptada” como decimos en la Eucaristía.

Entonces el Señor se juega por la Voluntad del Padre y se lo manifiesta (quinto paso: manifestar pública y expresamente la decisión tomada como compromiso explícito – consentimiento matrimonial, votos…-):
─ “¡Padre, glorifica tu Nombre!”.
En el huerto dirá lo mismo con otras palabras:
─ “Padre, que se haga tu voluntad y no la mía”.

Viene entonces el último paso del discernimiento, que es la confirmación. El Padre allí lo confirma inmediatamente: se oye la voz del cielo que dice:
─ “Lo he glorificado y lo volveré a glorificar”.
Jesús aclara que esta confirmación es “para nosotros”. Nosotros, además de la confirmación que uno pide y recibe interiormente en Ejercicios, es necesaria también la confirmación eclesial, del que nos acompaña en los Ejercicios y de la Iglesia, si se trata de una misión pública.

Rescatamos en todos estos pasos la importancia del juicio sobre la Hora, sobre el momento de gracia oportuno. Está presente en todo el discernimiento del Señor. Es lo que hace la diferencia entre un discernimiento puramente ético (lo correcto, lo que hay que hacer) y un discernimiento en Cristo. Mirar los tiempos (que es lo único que el hombre no puede manejar) implica estar constantemente atentos al evangelio y al Espíritu que nos da signos en el tiempo. Mirar los tiempos implica comulgar con el Padre en el momento presente, en lo secreto del corazón, muchas veces cada día.
Lo que trae paz a la hora de elegir es esta adhesión íntegra a querer lo que Dios más quiera, del modo que quiera y en el momento en que quiera.
Es muy lindo lo que cuenta Ribadeneyra del modo de rezar de Ignacio cuando tenía que decidir y determinarse en alguna cosa grave e importante.
“Siempre la consultaba primero en la oración con nuestro Señor, y la manera de consultarla era esta:
Desnudábase primeramente de cualquier pasión y afecto, que suele ofuscar el juicio y oscurecerle, de manera que no pueda tan fácilmente descubrir el rayo y luz de la verdad, y se ponía sin inclinación ni forma alguna como una materia prima en las manos de Dios nuestro Señor.
Después, con gran vehemencia le pedía gracia para conocer y para abrazar lo mejor.
Luego consideraba muy atentamente, y pesaba las razones que se le ofrecían por una parte y por otra; y la fuerza de cada una de ellas, y las cotejaba entre sí.
Al cabo volvía a Nuestro Señor con lo que había pensado y hallado y lo ponía todo delante de su divino acatamiento, suplicándole que le diese luz para escoger lo que le había de resultar más agradable a El”.

Diego Fares sj