Interior a sí el hombre sólo puede serlo con el corazón, no con el espíritu (32 C 2016)

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 Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: «Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?»

Jesús les respondió:

«En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; pues todos viven para él. Al oír esto la gente se maravillaba de su doctrina. Pero los fariseos, al enterarse de que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo…» (Lc 20, 27-38).

Contemplación

La “antiparábola” de la viuda que se casó siete veces debió parecerle muy ingeniosa a los saduceos. Ingeniosa como es ingenioso el mal, cuando quiere ser cruel, burlarse y herir. Sin embargo es patético que alguien ponga toda su inteligencia para burlarse de Alguien como Jesús, en vez de preguntarle humildemente acerca de un tema tan grande como el de la resurrección. La resurrección de la carne –que el Señor nos resucitará con toda nuestra historia, esa que se graba en nuestra frágil carne mortal- es el misterio de la Vida mismo y no puede ser tratado irónicamente ni con silogismos ingeniosos. Que no la podamos “demostrar” científicamente como se muestra la energía que se enciende en nuestro cerebro cuando pensamos y amamos, no significa que tengamos que desarraigar esta esperanza que habita de alguna manera en nuestro corazón.

Toco aquí la palabra corazón y me viene lo más hondo que he leído en mucho tiempo. Es de Romano Guardini y lo dice describiendo a Stavròghin, un personaje de su obra “Los demonios”:

“Stavròghin no tiene corazón; por eso su espíritu es frío y vacío y su cuerpo se intoxica en una pereza y sensualidad bestial. No tiene corazón, por eso no puede encontrar íntimamente a nadie y nadie se encuentra verdaderamente con él. Porque solo el corazón crea la intimidad, la verdadera cercanía entre dos seres. Solo el corazón sabe acoger y dar una patria. La intimidad es el acto, la esfera del corazón. Stavròghin está siempre infinitamente lejano, incluso de sí mismo, porque interior a sí el hombre sólo puede serlo con el corazón, no con el espíritu. El hombre no tiene en su poder el entrar en la propia interioridad con el espíritu. Por eso, si el corazón no vive, el hombre es un extraño para sí mismo”.

            Sin enredarnos en muchas distinciones, lo que me iluminó como un rayo es esa frase de Guardini que afirma que, a la intimidad, se entra de corazón o no se entra.

Esto es para todos los que se hacen lío con los razonamientos y cuando algún Saduceo moderno da cátedra sobre la evolución, sobre la química del cerebro o sobre la materia, se confunden y dudan de lo que dice el Evangelio porque les parece que es poco científico.

Nuestro corazón es ese misterioso “corazón” (iba a decir “lugar” o “centro” pero es una palabra primordial, no hay otra palabra para decir corazón que “corazón”) donde laten al unísono lo que llamamos espíritu y lo que llamamos carne. No somos “espíritu y carne”. Lo que somos sólo lo podemos saber si entramos en nuestro corazón y si lo hacemos de corazón.

Si entramos allí donde “latimos”, donde somos amados y amamos.

Si entramos allí donde sabemos si somos amados o no.

Si entramos amando “de todo corazón”, como decimos.

Cuando Jesús dice que Dios es un Dios de vivientes, está diciendo que Dios es Dios de los corazones. Sin corazón un cerebro puede ser reemplazado por una computadora, porque no tiene capacidad de “decidir por amor”. 

Confesiones de un Saduceo (2007)

Creo que fue la serena convicción con que lo dijo lo que me llevó a reflexionar…

Sí, fueron más sus ojos sin rastro de ira ante nuestra burla, que pretendía avergonzarlo en público, lo que me llamó la atención.

Después se sumaron otros detalles, especialmente el contraste entre la gente, que se maravillaba de su doctrina y la furia de mis colegas (más contra la satisfacción que le producía a los fariseos el ver cómo nos había tapado la boca, que contra Él…).

Yo había ideado y escrito la “anti-parábola de la viuda resucitada”, como le dí en llamar. Y me creí que era verdaderamente ingeniosa. El inventaba parábolas que describían el cielo de los resucitados con la intención de cambiar nuestras costumbres en la tierra y a mí se me ocurrió proyectar una situación terrena para burlarme de sus ideas del cielo. Esperaba, al menos, otra parábola en respuesta. O que rebatiera el argumento, como hizo con lo de la moneda del César…

La verdad es que el Rabbí me resultaba interesante.

Oírlo discutir con los fariseos me encantaba y prefería su apertura moral antes que la sarta de leyes escrupulosas sobre las que ellos discutían interminablemente…

Pero lo que no podía entender era cómo un hombre inteligente como él podía creer en la resurrección de los muertos.

Soy capaz de comprender que los que trabajan en torno al templo y viven de la religión, necesiten prometer algo bueno a la gente para mantenerla sumisa y colaboradora. Para ello, nada mejor que hablarles del cielo mientras se aprovechan de su dinero en esta tierra… Pero que alguien pobre y humilde como el Rabbí, sin ambiciones ni intereses personales y a la vez tan inteligente, hablara tanto del cielo, me intrigaba mucho. ¿No se daba cuenta que con eso favorecía a los comerciantes de la religión?

La verdad es que la explicación que dio de las Escrituras, lo de que seremos como ángeles y que no nos casaremos, no la seguí mucho. Lo que me golpeó fue la última frase. Me miró especialmente a mí, como si supiera que era yo el que había inventado la anti-parábola y dijo: “Él no es un Dios de muertos sino de vivientes; pues todos viven para él”.

Lucas no lo pone, pero Mateo y Marcos sí lo registraron: Él dijo también: “Ustedes están en un error grave, por no comprender bien las Escrituras”.

Si hay algo que no me gusta es estar en un error; y menos que me lo digan en público. Pero que me dejen ahí, sin más explicaciones y que todo el mundo se dé por satisfecho con lo que dijo el que me corrigió, ya es el colmo.

Ahí me di cuenta de que la gente no tenía interés en nuestras discusiones de palabras: estaban fascinados con la Palabra de Jesús.

Cualquier cosa que él dijera, estaba bien.

No se ponían a pensar si podrían cumplir todo lo que él les decía.

Sus palabras, simplemente, les conmovían el corazón.

No eran “razonables”, como esos argumentos que suenan lógicos, pero te dejan afuera.

Sus palabras entraban en uno y permanecían, como si se aposentaran.

Sin apuro por dar fruto…

Entraban mansamente en el corazón, como semillas en la tierra blanda por la llovizna…  

Y eso fue lo que me pasó a mí. Le escuché decir que nuestro Dios no es un Dios de muertos sino de vivos y se despertó en mí el deseo de ese Dios Vivo; le escuché decir que todos vivimos para él y se despertó en mi corazón el deseo de vivir también yo para él.

¡El deseo! ¿Pueden creer que estando ante Él, por primera vez en mi vida, descubrí lo que era tener un deseo? Hasta ese momento yo había tenido necesidades. Y tenía claro que cuando las satisfacía, dejaban de interesarme. Así entendía yo esas ideas del cielo: como una carencia que algunos pretendían llenar con una ilusión.

Pero al escucharlo hablar del Cielo a Él, algo nuevo se movió en mi corazón. Deseaba que siguiera hablando.

Aunque dijera cosas dolorosas, como eso de que estábamos en un grave error. Todo lo que percibía en él, su coherencia, su señorío, su limpieza, su sinceridad… todo, eran cosas positivas que despertaban deseos de más en todas mis facultades.

No sé si han tenido alguna vez la experiencia de estar ante una persona así, cuya sola presencia basta para que uno no quiera otra cosa sino seguir estando ante ella. Gozando de que esté viva, quiero decir. Gozando de que exista.

¡El Dios vivo del que hablaba era Él mismo!

Y distinto a la vez.

Y no es que le brillara ninguna luz especial.

El Dios vivo estaba en sus Palabras.

Se hacía presente en cada una de sus Palabras como si fueran Palabras vivas, capaces de crear lo que nombraban.

Cada Palabra suya era como un tapiz bordado, como una pieza musical… Cada Palabra que salía de sus labios iluminaba como un amanecer,

limpiaba el alma como un viento fuerte,

regaba el corazón como una acequia que trae agua de la montaña.

Y después que decía las cosas así, la experiencia no desaparecía, sino que cada Palabra se guardaba ella misma en mi corazón y quedaba disponible, como un tesoro escondido, como una fuente de agua viva, para ser de nuevo saboreada como… ¡como un pan vivo…!

Desde entonces creo en él.

Creo en su Dios, que no es un Dios de muertos.

Creo en la resurrección de la carne, de la que me burlaba por ignorante.

Creo todo, porque lo dice Él.

Y lo más asombroso es que creo como toda la gente sencilla que cree en Él y se le acerca. Es más, quiero mezclarme con esa gente de manera tal que nada me distinga, para que nada me distraiga de estar cerca de Él. Cuánto más anónimo y escondido yo, uno más entre los otros, todos juntos e iguales, más Él, más en Él.”

Diego Fares sj

 

 

 

 

El pueblo de Dios escucha la Palabra abrazando a Jesús con su fe y cariño. Sin este ámbito la palabra es solo un rumor (Domingo 10 c 2016)

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Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: «No llores». Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: «Joven, yo te lo ordeno, levántate». El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo». El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina (Lc 7, 11-17).

 

Contemplación

 

Hay noticias que se transmiten solas. En un mundo que inventa noticias, que las arma y las difunde con medios poderosos, hay otras, que por la fuerza misma de su verdad, se transmiten boca a boca y se imponen por sí mismas. Los intentos de manipulación vienen después y a veces logran confundir, pero cuando una buena noticia se difunde es imparable. Ha ocurrido algo maravilloso, único. Por eso la noticia vuela con una fuerza que se contagia, que no se puede callar. “Viste lo que pasó?”. “Supiste lo que hizo Jesús?” Así se difunde boca a boca la buena noticia de la resurrección del hijo único de la viuda de Naím. Qué no fue solo una resurrección maravillosa en cuanto hecho físico e individual. La gente vio cómo Jesús “se conmovió y lleno de una compasión entrañable y sin que nadie le pidiera nada, resucitó a este joven en un impulso que le nació del corazón y se lo devolvió vivo a su madre”. Esto fue lo que la gente comentaba: todo lo que vivieron todos en esa resurrección.

 

Me llamó la atención que una traducción que tenía hablara de “rumor”: “El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina”. La palabra que utiliza Lucas es “logos”: el “logos” de lo que había hecho Jesús…

Fui a ver las traducciones en otras lenguas y todas eran distintas. Una francesa decía: “el ruido” de lo que había hecho Jesús. Rumor no en el sentido de “una noticia no confirmada” sino en el sentido de algo que “hace ruido”, como decimos. Una alemana prefiere decir: “la narración de esta historia”, porque “logos” significa también “narración” o “una historia que se cuenta”. Los italianos traducen “este dicho” de lo que Jesús había hecho, y otra: este razonamiento en torno a él”. Porque “logos” es “razonamiento”, en el sentido de que no se cuenta un hecho nomás sino que se interpreta –con razón- como algo único. Los ingleses, más asépticos, traducen: “el informe o reporte” de lo que Jesús había hecho.

Y así, cada lengua matiza distinto. Es que “logos” es una palabra común, pero cuando se refiere a Jesús, que es “el Logos hecho carne”, adquiere una fuerza especial. Lucas quiere hacer notar que el pueblo, la gente, vivió la resurrección del hijo de la viuda como lo que era: un milagro inmenso. Se apoderó de ellos el temor de Dios, dice Lucas, y glorificaban al Señor con palabras de la Escritura. Veían a Jesús como “un gran profeta que ha surgido entre nosotros” y decían llenos de alegría: “Dios ha visitado a su pueblo”.

La frase “ha surgido” (egerthe) significa “se ha puesto de pie” y los evangelios la usan para hablar de la resurrección de los muertos. La gente siente que en ese joven han resucitado todos, que Jesús mismo es como un profeta resucitado.

Esta es la experiencia doble del milagro de la resurrección del joven: por un lado, la gente siente que El que lo resucita “es” Él mismo resurrección y vida; por otro, la gente siente que se trata de una visita de Dios a todo su pueblo: si resucita un joven, resucitamos todos.

En Lucas la experiencia de fe del pueblo de Dios es como un abrazo lleno de amor y de devoción que envuelve a Jesús creyendo en Él, esperando todo de Él, acompañándolo con atención, bebiéndose sus palabras, grabando en los ojos del corazón todo lo que hace. Jesús actúa en medio de su pueblo, haciendo las cosas –las obras buenas del Padre- para suscitar la fe en la gente, para que crean y reciban vida. No había mediación entre Jesús y su pueblo en aquella época. Las noticias no llegaban a la gente a través de los medios. Los que habían visto el milagro lo contaban en su casa, a su familia y a sus amigos. Y estos a los suyos. Por eso la fe que nos transmite la Iglesia, es una fe viva, en la que importa no sólo lo que Jesús hace –los milagros- sino cómo lo recibe la gente, cómo lo entiende y cómo interactúa con Jesús, haciendo que se manifieste.

El evangelio no es un libro de escritorio. Se nos cuentan los “logos” de Jesús, las historias de lo que hizo, tal como las veía, experimentaba y transmitía la gente que lo rodeaba. Y lo que Jesús hacía y decía era en respuesta y en diálogo con esa gente, con ese pueblo suyo. Nosotros solemos dejar de lado las expresiones que nos cuentan cómo se alegraba la gente o que la noticia corría de boca en boca. Y sin embargo esta recepción y esta fe de la gente es parte constitutiva del Evangelio, es la buena noticia que Jesús hace que la transmita la gente misma. Los evangelios como libro son luego una expresión (no exhaustiva ni mucho menos) de esta fe y evangelización viviente que suscitó Jesús en su pueblo, haciendo exclamar a la gente: Dios ha visitado a su Pueblo.

….

Este jueves y viernes, los sacerdotes venidos de muchas partes del mundo, tuvimos un día de Ejercicios Espirituales que nos dio el Papa Francisco. Y luego una misa, en la que Francisco se quedó saludando largamente a sus sacerdotes. La experiencia fue única y se notaba la consolación en los curas. Uno me escribió después:

“Francisco hablo como un padre que comunica la vida a sus hijos. No una clase. Transmitía vida. Si hubiera podido nos hubiera abrazado a todos”.

Me llegaron de manera muy especial estas frases: “transmitía vida” y “nos hubiera abrazado a todos si hubiera podido”.

Es lo mismo del evangelio de hoy, lo mismo que el pueblo de Dios sentía con Jesús. Las dos experiencias: la de la persona misma que está transmitiendo vida y el sentirse todos abrazados en el abrazo que da a cada uno. Cuando alguien habla abrazando no se lo puede escuchar sino abrazándolo. Así escuchaba el pueblo fiel de Dios a Jesús. Y ese abrazo el Señor obraba y enseñaba.

En ese abrazo, el Logos es Palabra que comunica vida a sus hijos, Palabra que resucita y brinda la Alegría del Evangelio.

Fuera de ese abrazo, el logos será un rumor, un informe, una historia de algo que pasó…

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Diego Fares sj

 

 

Cuaresma 5 A 2011

Jesús, nuestra Resurrección

Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su her¬mana Marta. María era la misma que había ungido con perfume al Señor y enjugado sus pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las herma¬nas enviaron a decir a Jesús: «Señor, tu amigo está enfermo.» Al oír aquella frase, Jesús dijo:
«Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
Jesús tenía predilección por Marta, por su hermana y por Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaban.
Después les dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea.» Ellos le dijeron: «Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y quieres volver allá?» Jesús les respondió: «¿Acaso no son doce la horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él.» Después agregó: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo.» Le dijeron: «Señor, si duerme, se curará.» Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo.» Entonces, Tomás, el Mellizo, como le apodaban, les dijo a los otros “Vayamos también nosotros a morir con él.»

Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días. Betania quedaba de Jerusalén sólo a unos tres kilómetros y muchos judíos habían venido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano.
Al enterarse Marta de que Jesús llegaba, salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Al verlo le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aún ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas.» Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.» Ella le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida.
El que cree en mí, aunque muera, vivirá;
y todo el que vive y cree en mí,
no morirá para siempre.
¿Crees esto?»
Le respondió:
«Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que viene al mundo.»
Entonces, sin decir más, lo dejó y fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama». Al oír esto, se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde yo lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a su hermana, al ver que ella se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí.
María llegó adonde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo:
«Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.»
Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, se estremeció en su espíritu y se conturbó, y preguntó:
«¿Dónde lo pusieron?».
Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás.»
Y Jesús lloró.
Los judíos dijeron: «¡Cómo lo amaba!» Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?»
Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo:
«Quiten la piedra.»
Marta le dijo:
«Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto.»
Jesús le dijo:
« ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo:
«Padre, te doy gracias porque me oíste.
Yo sé que siempre me oyes,
pero lo he dicho por esta gente que me rodea,
para que crean que tú me has enviado.»
Después de decir esto, gritó con voz fuerte:
« ¡Lázaro, ven afuera!»
El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.
Jesús les dijo:
«Desátenlo para que pueda caminar.»
Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían venido a la casa creyeron en él (Juan 11, 1-45).

Contemplación
Nos vamos quedando en alguna frase que nos tocan más.

“Tu amigo está enfermo”.
En otra contemplación había expandido la traducción: “Tu amigo, el que amas, está enfermo”. Pero hoy “tu amigo” basta. Pienso que los tres hermanos eligieron bien la frase para hacerle sentir a Jesús lo que querían. Y quizás querían lo mismo pero de distinto modo. Marta, por ejemplo, pensó que esa frase lo haría venir rápido a curar a su hermano. Por eso le reprochó: “Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Pero “tu amigo está enfermo” es una frase muy especial: contiene más que un mero pedido. Le hace saber a Jesús que su amigo Lázaro deja en sus manos lo que tiene que hacer. Explícitamente no le pide nada. Quiere que sepa nomás.

“Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.
Me llama la atención que Jesús diga la misma frase que dijo cuando le preguntaron quién tenía la culpa de la enfermedad del ciego de nacimiento. Es una frase contenedora. Jesús la pone como freno y como marco de contención a todo lo que viene luego. El Padre está primero. La Gloria del Padre. Que se vea bien clara la bondad del Padre y que el Hijo es el que hace todo lo que el Padre quiere.

«Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»
Antes de hacer el milagro de resucitar a Lázaro, Jesús se dirige al Padre en voz alta y nos revela lo que desea: que creamos en Él como enviado del Padre.
Esa referencia al Padre nos indica a dónde tenemos que mirar primero antes de comprender lo que hace Jesús. Todo hombre –Jesús también como hombre- tiene una referencia interior hacia Aquel que le ha dado la vida. Todos buscamos íntimamente, sin que nadie nos lo enseñe, a nuestro Padre. Cada vez que constatamos que nuestra vida es un Don, nos preguntamos por el Donante. Algunos con alegría, agradeciendo, como Jesús. Otros con angustia, sintiendo que se les oculta el rostro de su creador. Algunos buscan más, otros posponen la búsqueda… que siempre renace, especialmente en los momentos fuertes de la vida. ¡Dios mío!, decimos.
Si uno no está conectado con la pregunta por el Padre, Jesús tiene poco o nada que decir. Si uno está buscando al Padre, todo lo que dice y hace Jesús va cobrando nitidez de respuesta. Por eso el Señor hace tantos milagros con gente que no es “oficialmente” religiosa. Eran gente “conectada con Dios interiormente”, libre de las convenciones religiosas que suelen “tapar” la búsqueda personal.
Jesús, por tanto, se hermana a todo hombre que se siente creatura y que busca adorar al Padre en espíritu (desde lo más personal de sus afectos) y en verdad (sin inventar nada, buscando). Escuchemos de nuevo la frase, que es admirable: «Padre, te doy gracias porque me oíste.Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»

Padre.
El Padre es todo para Jesús. El viene a enseñarnos a buscar y a querer al Padre. Si le preguntamos otras cosas, de esas que interesan a cada cultura y a cada época, Jesús a veces responde y otras no. Es más, puede que otras personas y otras religiones y filosofías tengan respuestas mejores. Jesús es experto sólo en el Padre. Busca sólo que sea glorificado, amado y adorado. En lo demás, Jesús no destaca sino que se suma a los hombres sus hermanos. Por eso el cristianismo es una religión pobre, somos pobres culturalmente y por eso nos podemos inculturar. Nuestra única riqueza es Jesús. Y la de Jesús es el Padre. Eso tenemos para dar y casi todo lo demás lo tenemos que aprender.

Te doy gracias porque me oíste.
Eucaristhezo, dice el griego. Jesús hace una Eucaristía con la vida como viene. Antes de hacer nada Jesús hace la Eucaristía, hace una Acción de gracias, elevando los ojos al Padre y bendiciendo la realidad. Luego actúa.

Yo se que siempre me escuchas.
Aunque sabe, lo expresa. Por nosotros, para que creamos e interiormente, porque expresar su “Gracias” es su Fuente de vida divina. “Gracias” es la Palabra que el Padre y el Hijo se están diciendo siempre. “Gracias” es el Espíritu Santo en Persona. Jesús dice “Gracias” por que lo recibe todo. Y el Padre dice “Gracias” también, como cuando uno da y nota que es bien recibido y que le dicen gracias y uno dice “Gracias a ud. también”.

“Lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado”
Todo el evangelio de San Juan está escrito “para que creamos que Jesús es enviado de ese Padre al que cada hombre busca “con todo su corazón, con todas su mente y con todas sus fuerzas” aunque a veces no lo sepa conscientemente. Nouwen dice que Jesús vino a invitarnos a “habitar en esa relación tan linda que tienen el Padre y Él”: allí está nuestro Hogar. Esa relación tiene estructura de Eucaristía. Ir a misa es “habitar un rato en esa relación”.
«Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Es la frase central del evangelio. Completa las otras, Yo soy la Luz del mundo. Yo soy el Pan de Vida. Yo doy el Agua Viva. Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Dicen que Lázaro tuvo que volver a morir. Que esta resurrección fue “provisoria”… Es una manera de expresar lo que nos excede –la resurrección-. Sin embargo hay otras perspectivas. Marta expresa esto mismo a Jesús, cuando le dice que “ella sabe (como nosotros, de alguna manera) que su hermano resucitará en la resurrección del último día.» Es ahí que Jesús responde “Yo soy la Resurrección y la Vida”.
No se trata de tratar de elucubrar cómo, cuando y de qué manera nos va a resucitar Dios a nosotros. Si tomamos esta línea de razonamiento terminamos en la búsqueda de “luces al final de un túnel” o en “encefalogramas que decretan muerte cerebral”, según tengamos una razón científica o poética. El otro camino, en vez de pensar a Jesús en función de nuestras ideas de “otra vida” y de “resurrección de muertos”, es repensar nuestras ideas a la luz de la Persona de Jesús. La resurrección de la que él habla no es sólo un “hecho” sino la misteriosa e inmensa realidad de su misma Persona. El es nuestra Resurrección y nuestra Vida. En la medida en que nos “adherimos” a El (el que cree en mi) “resucitamos”. En la medida en que nos adherimos a Él –cumplimos sus mandamientos, celebramos la Eucaristía, escuchamos su Palabra, recibimos el Don de su Espíritu…- tenemos vida.
Jesús parte de que ya estamos muertos (ciegos, sedientos, paralíticos…). Y nos dice que Él es la Luz, el Agua, el Camino. Ya estamos muertos o, como dice Pronzato, estamos acabando de morir, porque la muerte es eso: “acabar de morir”. Y sólo Jesús es nuestra Vida.
Por eso Jesús deja que “muera” Lázaro y lo resucita, para despertarnos a que, como dice Pablo: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo; así como tampoco nadie muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya sea que vivamos o que muramos, somos del Señor. Porque Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos” (Rm 14, 7-9). Somos suyos, a Él pertenecemos. Y como Marta le decimos de corazón:
«Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que viene al mundo.»

¡Gracias, Padre,
por darnos la Gracia
de creer de corazón
en tu Hijo Jesús!
Danos resucitar en Él
cada día, de cada muerte,
para vivir y habitar
en esa relación tan linda que hay entre ustedes dos,
y que es nuestro verdadero hogar.

Diego Fares sj

Domingo 32 C 2010

Confesiones de un Saduceo

Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: «Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?»
Jesús les respondió:
«En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; pues todos viven para él. Al oír esto la gente se maravillaba de su doctrina. Pero los fariseos, al enterarse de que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo…» (Lc 20, 27-38).

Contemplación
Comencé a releer las “Confesiones de un Saduceo” del año 2007 y me quedé gustándolas de nuevo, repitiendo lo que me hizo bien sin deseo de pasar a otro tema… Así que las comparto como estaban, agregando solamente el dibujito de Fano que despierta el deseo de que las Palabras de Jesús se aposenten en nuestro corazón y nos den Vida Plena.

“Creo que fue la serena convicción con que lo dijo lo que me llevó a reflexionar…
Sí, fueron más sus ojos sin rastro de ira ante nuestra burla, que pretendía avergonzarlo en público, lo que me llamó la atención.
Después se sumaron otros detalles, especialmente el contraste entre la gente, que se maravillaba de su doctrina y la furia de mis colegas (más contra la satisfacción que le producía a los fariseos el ver cómo nos había tapado la boca, que contra Él…).
Yo había ideado y escrito la “anti-parábola de la viuda resucitada”, como le dí en llamar. Y me creí que era verdaderamente ingeniosa. El inventaba parábolas que describían el cielo de los resucitados con la intención de cambiar nuestras costumbres en la tierra y a mí se me ocurrió proyectar una situación terrena para burlarme de sus ideas del cielo. Esperaba, al menos, otra parábola en respuesta. O que rebatiera el argumento, como hizo con lo de la moneda del César…
La verdad es que el Rabbí me resultaba interesante.
Oírlo discutir con los fariseos me encantaba y prefería su apertura moral antes que la sarta de leyes escrupulosas de nuestros adversarios. Lo que no podía entender era cómo un hombre inteligente como él podía creer en la resurrección de los muertos. Soy capaz de comprender que los que trabajan en torno al templo y viven de la religión, necesiten prometer algo bueno a la gente para mantenerla sumisa y colaboradora. Para ello nada mejor que hablarles del cielo mientras se aprovechan de su dinero en esta tierra… Pero que alguien pobre y humilde como el Rabbí, sin ambiciones ni intereses personales, y a la vez tan inteligente, hablara tanto del cielo, me intrigaba mucho. ¿No se daba cuenta que con eso favorecía a los comerciantes de la religión?
La verdad es que la explicación que dio de las Escrituras, lo de que seremos como ángeles y que no nos casaremos, no la seguí mucho. Lo que me golpeó fue la última frase. Me miró especialmente a mí, como si supiera que era yo el que había inventado la anti-parábola y dijo: “Él no es un Dios de muertos sino de vivientes; pues todos viven para él”.
Lucas no lo pone, pero Mateo y Marcos sí lo registraron: Él dijo también: “Ustedes están en un error grave, por no comprender bien las Escrituras”…
Si hay algo que no me gusta es estar en un error; y menos que me lo digan en público. Pero que me dejen ahí, sin más explicaciones y que todo el mundo se de por satisfecho con lo que dijo el que me corrigió, ya es el colmo.
Ahí me dí cuenta de que la gente no tenía interés en nuestras discusiones de palabras: estaban fascinados con la Palabra de Jesús. Cualquier cosa que él dijera, estaba bien. No se ponían a pensar si podrían cumplir todo lo que él les decía. Sus palabras, simplemente, les conmovían el corazón. No eran “razonables”, como esos argumentos que suenan lógicos, pero te dejan afuera. Sus palabras entraban en uno y permanecían, como si se aposentaran. Sin apuro por dar fruto… Entraban mansamente en el corazón, como semillas en la tierra blanda por la llovizna… Y eso fue lo que me pasó a mí. Le escuché decir que nuestro Dios no es un Dios de muertos sino de vivos y se despertó en mí el deseo de ese Dios Vivo; le escuché decir que todos vivimos para él y se despertó en mi corazón el deseo de vivir también yo para él.
¡El deseo! ¿Pueden creer que estando ante Él, por primera vez en mi vida, descubrí lo que era tener un deseo? Hasta ese momento yo había tenido necesidades. Y tenía claro que cuando las satisfacía, dejaban de interesarme. Es lo propio de toda necesidad, ya que brota de una carencia. Así entendía yo esas ideas del cielo: como una carencia que algunos pretendían llenar con una ilusión. Pero al escucharlo hablar del Cielo a Él, algo nuevo se movió en mi corazón. Deseaba que siguiera hablando. Aunque dijera cosas dolorosas, como eso de que estábamos en un grave error. Todo lo que percibía en él, su coherencia, su señorío, su limpieza, su sinceridad… todo, eran cosas positivas que despertaban deseos de más en todas mis facultades.
No se si han tenido alguna vez la experiencia de estar ante una persona así, cuya sola presencia basta para que uno no quiera otra cosa sino seguir estando ante ella. Gozando de que esté viva, quiero decir. Gozando de que exista.
¡El Dios vivo del que hablaba era Él mismo! Y distinto a la vez.
Y no es que le brillara ninguna luz especial. El Dios vivo estaba en sus Palabras. Se hacía presente en cada una de sus Palabras como si fueran Palabras vivas, capaces de crear lo que nombraban. Cada Palabra suya era como un tapiz bordado, como una pieza musical… Cada Palabra que salía de sus labios iluminaba como un amanecer, limpiaba el alma como un viento fuerte, regaba el corazón como una acequia que trae agua de la montaña. Y después que decía las cosas así, la experiencia no desaparecía, sino que cada Palabra se guardaba ella misma en mi corazón y quedaba disponible, como un tesoro escondido, como una fuente de agua viva, para ser de nuevo saboreada como… ¡como un pan vivo…!
Desde entonces creo en él. Creo en su Dios, que no es un Dios de muertos. Creo en la resurrección de la carne, de la que me burlaba por ignorante. Creo todo, porque lo dice Él. Y lo más asombroso es que creo como toda la gente sencilla que cree en Él y se le acerca. Es más, quiero mezclarme con esa gente de manera tal que nada me distinga, para que nada me distraiga de estar cerca de Él. Cuánto más anónimo y escondido yo, uno más entre los otros, todos juntos e iguales, más Él, más en Él.”

Diego Fares sj