Los discípulos de Emaús, por su parte, narraron las cosas que habían acontecido en el camino y de qué modo le habían conocido en la fracción del pan. Mientras estaban hablando de estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos y les dijo: (I) «La paz esté con ustedes.» Aterrados y llenos de miedo, les parecía que estaban viendo un fantasma. Pero él les dijo: (II) «¿Por qué están perturbados? y qué es ese vaivén de pensamientos que se levantan en sus corazones? (III) Miren mis manos y mis pies; soy yo mismo. Pálpenme y vean que un espíritu no tiene carne y huesos como ven que yo tengo.» Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. (IV) Como ellos no acababan de creer a causa de la alegría y la admiración, les dijo: «¿Tienen aquí algo de comer?» Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Y tomándolo delante de ellos lo comió.
Después les dijo: (V) «Estas son aquellas palabras mías que Yo les decía cuando todavía estaba con ustedes: «Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí»». (VI) Y, entonces, les abrió sus mentes para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: (VII) «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su Nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén. (VIII) Ustedes son testigos de estas cosas. (IX) Y he aquí que Yo envío al Prometido de mi Padre sobre ustedes. (X) Ustedes permanezcan quietos en la ciudad hasta que sean revestidos de fortaleza desde lo alto» (Lc 24, 35-48).
Contemplación
Lucas dice que Jesús «se puso» en medio de ellos. Es una palabra técnica que usa Lucas. Se traduce de muchas maneras: se presentó, se apareció… Me llamó la atención que en inglés en algunas explicaciones de este «stetit» latino y «istemi» griego se utilizara «set up». Como cuando «ponemos» un sistema operativo y lo «instalamos».
Aunque no se qué significa con precisión, sé -como todos- que el «set up» de mi compu es algo básico e importante. Busqué un poco y agarré algo que es entendible y que me sirve como metáfora para comprender con oídos modernos, desde la práctica de la computadora, qué significa este «ponerse en medio» de Jesús. Dicen que el Set up también se utiliza como sinónimo de BIOS (Basic Input-Output System). Este es el Sistema Básico de Entrada-Salida, un software que reconoce los dispositivos necesarios para cargar el sistema operativo en la memoria ROM de la computadora. El BIOS está instalado en un chip de la placa base. Puede decirse que la configuración básica de un ordenador se encuentra en el «Sistema básico de entrada y de salida (BIOS) y, por ese motivo, también se lo conoce con el nombre de set up. Este programa comprueba el hardware, inicializa los circuitos, manipula los periféricos y dispositivos a bajo nivel y carga el sistema de arranque para inicializar el sistema operativo«.
Me suena bien eso de «sistema básico de entrada y de salida». Una vez resucitado el Señor «resetea» la comunidad y cada vez que «se aparece» o se «pone en medio de ellos» -con sus «entradas y salidas», los vuelve a resetear. Todo se instala de nuevo y, como suele suceder con los aparatos, se resuelven muchos problemas simplemente apagando y encendiendo de nuevo.
El Señor con su presencia, reinstala el sistema operativo con el que funcionará la Iglesia -toda pastoral, toda espiritualidad, toda obra de misericordia, toda teología, toda liturgia…- de ahora en más.
I. Este set up que produce el Señor con su presencia es un restablecimiento de todas las cosas en su paz. Centrando todo en sí, el Señor nos pone en paz, hace que se ordene todo, sentimientos, pensamientos, actitudes, expectativas, culpas. El es nuestra Paz.
Esta es la reinstalación que el Señor repite muchas veces. Lo hace «entrando y saliendo», «viniendo a nuestra vida y alejándose». Estar atentos a estas venidas suyas, saber reconocerlas por la paz que de Él dimana, se irradia y se crea a su alrededor, es la gracia fundamental para todo lo demás.
Cada vez que el sistema se vuelve inestable, el Señor apaga todo y prende de nuevo para que todo se ordene en la paz. Como decía don Tonino Bello, el Obispo Pugliese a cuya tierra irá pronto el Papa, «La paz no es una canción más, entre las tantas que la Iglesia tiene en su repertorio: es su único anuncio. Es la única pieza que está habilitada a interpretar». Si como dice Pablo: «Cristo es nuestra paz (Ef 2, 14), no hay que temer que la Iglesia parcialice el anuncio evangélico o descuide otros aspectos doctrinales, o recorte la amplitud de la revelación, hablando de paz. Por el contrario, para usar una imagen, todas las otras verdades de la Escritura no son sino los colores del arcoíris en el cual se refracta el único rayo de sol: la paz». La paz es el principio arquitectónico de toda la acción pastoral de la Iglesia, tanto cuando se anuncia el evangelio a todos los pueblos como cuando se disciernen los movimientos de espíritu en un alma. La clave y el fundamento es la paz. Cuando estamos en paz, actúa el Espíritu. Él, primero establece la paz y, luego, da todos sus dones y carismas y los pone en interacción, para el bien común.
II. El segundo efecto inmediato del set up que nos hace el Señor, es que al ponernos en paz, discernimos nuestros «afectos que proyectan pensamientos». Al serenarse la agitación, las aguas del alma permiten ver claramente lo que se mueve en ella. El Señor dice a los apóstoles (que estaban aterrados y en la proyección lógica que hacían al ser gente realista y no poder ver con ojos nuevos la novedad del Resucitado, concluían que debía ser un fantasma, un espíritu de ultratumba): ¿Por qué están perturbados? y qué es ese vaivén de pensamientos que se levantan en sus corazones?. Vemos cómo Jesús les hace notar la perturbación que sienten, les aclara que esa perturbación viene del vaivén inquieto de los pensamientos (el movimiento de espíritus, como dice los Ejercicios). Y les hace ver que la fuente de donde salen es su «corazón». Esto es lo que dice el Papa cuando afirma que «no se disciernen las ideas sino los afectos». No se disciernen las ideas abstractas, sino los afectos que hacen brotar distintos pensamientos.
III. Lo tercero que pasa cuando el Señor se pone en medio de ellos -luego que se restablece la paz y se discierne que hay movimiento de espíritus- es un segundo reseteo. El Señor les dice: «Miren mis manos y mis pies; soy yo mismo. Pálpenme y vean que un espíritu no tiene carne y huesos como ven que yo tengo.» Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies». Es el reinicio o set up de Cristo resucitado-llagado. Es la presencia de su carne resucitada que conserva las marcas de la Cruz. Este nuevo reseteo (como los programas que se resetean varias veces, para instalar algo básico -la paz/ el discernimiento- y luego sobre esa base reinstalar lo demás), reordena todo en el segundo sentimiento básico: la alegría. Y sobre el pucho nomás, se complica de nuevo la cosa. Porque, dice Lucas: a causa de la alegría y la admiración ellos «no acababan de creer». Es decir: no se les «instalaba la fe». Porque de eso se trata: Jesús viene a instalarnos el don de la Fe. Y la Fe no es algo que se nos pueda dar como quien da un regalo para que el otro use o le explica una cosa para que el otro la piense así. La fe está ligada a la Persona de Jesús y requiere encontrarse con Él a nivel personal, interactuando -El y cada uno- con todo su ser. Aceptando y acogiendo al otro con su historia, con su modo de ser, con sus gestos, sentimientos y criterios. Tener fe en Jesús, adherirnos y confiarnos a Él, es algo que hacemos primero de todo corazón y, luego, con todo lo demás. Pero volvamos a la alegría, fruto básico de este nuevo set up del Señor, que logra mostrando sus llagas. Es la alegría infinita que se suelta y se expande sin medida al constatar que se ha disuelto el miedo básico, el miedo a la muerte. Es el miedo a la muerte el que tiñe toda alegría, le pone freno, le marca su límite temporal. Al ver a Jesús resucitado, con las llagas que muestran que la muerte no tuvo la última palabra sobre él, la alegría se les desboca. Y es tan real y tan sin límites, que esto se convierte para ellos en nueva ocasión de no poder «estabilizarse en la fe». El Señor los tendrá que resetear de nuevo, pero esto no quita que esta segunda reinstalación, en la alegría, quede como básica. En este nivel sitúa el Papa Francisco toda su acción pastoral. La alegría es el ambiente que perfuma todo, que irradia en sonrisas y palabras, en gestos de buen humor y en exhortaciones apostólicas. Si el sistema operativo funciona con cara de vinagre es que algo no se instaló bien en esa alma, en esa prédica, en esa institución que buscar realizar obras de misericordia, y hay que resetear.
Se resetea siempre que se pierde la paz. Se resetea siempre que nos roban la alegría.
IV. El tercer reinició el Señor lo hace comiendo. «¿Tienen aquí algo de comer?» – les dijo. Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Y tomándolo delante de ellos lo comió. La exorbitancia de la alegría ante el crucificado resucitado se encamina por los senderos de la vida cotidiana. La carne de Cristo sufrió la Cruz, es verdad, pero es una carne cuya presencia se puede compartir a lo largo del tiempo, en la vida cotidiana. Esto hace de la alegría algo comestible: la del Señor es una alegría que nadie nos puede quitar y que ilumina y perfuma con su aroma los momentos simples de la vida cotidiana.
Ahora sí, sobre la base de este sistema «encarnado», que ha reinstalado en orden inverso todo, haciendo nuevas todas las cosas, viene la instalación de la Palabra. Digo que reinstaló en orden inverso porque el Señor siguió el orden de una carne resucitada (entra con las puertas cerradas), crucificada (muestra las llagas) y simplemente encarnada (come), que son los pasos inversos a los que siguió en el curso de su vida entre nosotros. Una vez reinstalada la carne resucitada, el Señor hace correr los programas de su Palabra. Estos funcionarán como memoria profunda y como memoria operativa y el Espíritu Santo será el que opere con Ella -la Palabra- recordándola en cada situación, conservándola íntegra como depósito de la fe, traduciéndola en obras prácticas y en instituciones evangélicas y de misericordia.
V. Jesús les dijo: «Estas son aquellas palabras mías que Yo les decía cuando todavía estaba con ustedes: «Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí»». El Señor no se refiere aquí a sus palabras acerca de cosas para nuestra vida sino de algo más preciso: se refiere a su profecía de que con su vida y especialmente con su Pasión, estaba cumpliendo todo lo que habían anunciado la Ley, Moisés, los Profetas y los Salmos. Nos dice: miren que mi vida no es una vida más, es una vida vivida con una intensidad de sentido único: una vida que recapitula todas las palabras de la Escritura, las pone en práctica y las padece, y luego las dice de modo renovado. Unificando su vida y las palabras de la Escritura, el Señor se universaliza, por decirlo de alguna manera. Lo que vivió en concreto se convierte en Palabra universal, que resume toda la experiencia de la humanidad y que puede interpretar todo lo que vendrá.
VI. «Y, entonces, les abrió sus mentes para que comprendieran las Escrituras«. Las Escrituras como Palabra viva no como idea abstracta. Una palabra abstracta es la que separa lo esencial de sus accidentes. Esta abs-tracción permite que uno utilice una misma palabra y se puedan intercambiar todos los particulares que el que habla y el que escucha sienten, recuerdan y proyectan en ese palabra-molde. Una palabra abstracta (todas nuestras palabras lo son) es una palabra neutra. Hay que llenarla de significados, hay que ponerle carne y para ello hay que dialogar. Una Palabra viva es, por tanto un milagro, algo inaudito. Es una palabra que logra transmitir una experiencia entera, algo esencial con todos sus particulares. Es como si al decir «rosa roja» pudiera alguien transmitirnos su perfume y suavidad y el brillo de su rojo al sol de la mañana. Es como si al pronunciar nuestro nombre, como pronunció el de María en la madrugada de la resurrección, el Señor hiciera revivir todo lo que somos y hemos pasado en la vida, en un instante. Y al responderle nosotros Rabbuni-Maestro, se convirtiera en ese instante en un Maestro real y cercano, un Google personalizado, que responde y enseña exactamente lo que deseamos y necesitamos y no nos dice un millón de cosas superfluas.
Abrir la mente para comprender las escrituras es un cuarto reseteo, en el que instala el verdadero «Word», del que los otros así llamados «procesadores de palabras» son pálida imagen. La apertura de mente que nos da el Señor contiene sus estilos y tipos de letra y todos las herramientas para predicar el evangelio y para aplicarlo a la vida. Esta apertura es donde muchos se cierran. No es que obren mal, pero no permiten que el Espíritu les actualice la versión y usan la versión preconciliar o la que el Espíritu utilizó para ayudar a tal Papa en tal siglo a expresar un problema de su tiempo. Pretender que una actualización del Espíritu sea la única es como negar al Espíritu mismo que es acción viva y permanente. Creer que sólo habló en tal momento y congelar una palabra suya es como decir que no se lo quiere escuchar de nuevo. Aunque nos diga lo mismo, hay que disponer y abrir el alma para que sea Él el que nos lo dice de nuevo.
VII. Ahora sí, el Señor reanuncia el Kerigma -que Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día- y lo sitúa ente lo «escrito» y lo que «hay que predicar». Esto que hay que «predicar» no es una palabra de escritorio y de clase universitaria sino una palabra que lleva una finalidad precisa: para el perdón de los pecados. Y tiene un destinatario grande: todas las naciones, con sus culturas y generaciones. El movimiento que lleva en sí esta Palabra, que con tantos «reset» ha instalado el Señor en los corazones de los discípulos, es un dinamismo imparable, hacia afuera, que llega directo al pecado -que es lo que ocasiona la muerte-. Usar esta palabra para alimentar discusiones de palabras es contradecir su misma esencia. Es no ver todo lo que de «más que palabras» tiene esta Palabra viva. Pablo VI en la primera entrevista que dio un papa en setiembre de 1965 hablando del diálogo decía: Hoy, «se trata de millones de personas que ya no tienen fe religiosa. De aquí nace la necesidad para la Iglesia de abrirse… Tenemos que enfrentar a quien no cree más y a quien no cree en nosotros diciendo: Somos esto, dígannos por qué no nos creen, por qué nos combaten. Aquí el papa se detuvo. Fue como si hubiera querido borrar de su rostro la tristeza que una visión tan poco triunfalista de las cosas le dibujaba. Encontró ayuda en su misma simplicidad: esto es el diálogo, concluyó volviendo a la sonrisa. Vea! En esto consiste todo!».
VIII . «Ustedes son testigos de estas cosas». La centralidad de la Palabra viva, que el Señor ha instalado con su resurrección y dando todos los pasos que hemos seguido, nos transforma en «testigos». Esta es «la misión» en todas las misiones. Todo lo que digamos y hagamos estará configurado por esta única finalidad que el Señor nos da -a todos los cristianos, grandes y pequeños, cada uno en su medida y estilo-: la de ser testigos. Testigos de qué y de Quién? De este Jesús que reinstala de nuevo la vida con la suya misma.
IX- «Y he aquí que Yo envío al Prometido de mi Padre sobre ustedes». Esta tarea tan inmensa que el Señor se tomó de manera artesanal en los días que mediaron entre su resurrección y su ida al Padre, el Espíritu la toma a su cargo en cada época de la historia y con cada persona y comunidad eclesial. El Señor concluye lo suyo enviando al Prometido de mi Padre. Una tarea tan grande y que abarca toda la historia no queda en manos de los hombres sino de los hombres abiertos al Espíritu. La Persona del Espíritu debe ser Protagonista principal de toda evangelización. Toda la Estructura que la Iglesia ha montado a lo largo de la historia tiene sentido sólo en cuanto querida e inspirada por el Espíritu y mantenida por Él. Pero es al mismo tiempo tan prescindible como para poder ser «reseteada» enteramente y renovada de cuajo por una actualización que, sin perder nada de lo ya dado, lo mejore todo y lo imposte de maneras totalmente nuevas, para lograr el fin de llegar a todas las culturas y de perdonar todos los pecados, abriendo todas las mentes a la paz, a la alegría y a la Palabra.
X. «Ustedes permanezcan quietos en la ciudad hasta que sean revestidos de fortaleza desde lo alto» . Este «permanecer quietos» hasta… no es algo que pasó una vez sino que se puede y debe repetir cada vez que necesitamos un nuevo Pentecostés, sea grande o pequeño el «revestimiento de fortaleza de lo alto» que necesitemos.
Nos queda a cada uno, haciendo prolijamente esta contemplación tan densa y cargada de sentido, examinar dónde necesitamos que el Espíritu nos resetee.
Yendo de adelante para atrás podemos examinarnos así:
Si me falta fortaleza, pedir al Espíritu que venga y me revista.
Si me falta convicción para testimoniar, pedir perdón por el pecado que me hace callar y poner la mirada en todos los pueblos que necesitan ser iluminados por el evangelio y consolados por la misericordia de Dios.
Si mi mente está cerrada pedir al Señor el gusto por las Escrituras, donde se encuentra todo lo que se refiere a Él.
Estas dos últimas cercanías se alimentan y se sanan juntas, decía el Papa: si me siento lejos de Dios, acercarme a su pueblo, que me enseñará cuán especial es Jesús; si me siento lejos de la gente, acercarme a Jesús, que en el evangelio me enseñará a mirar a cada persona como la ve Él.
Estas dos «presencias» -de Jesús y de la gente- se miden y traducen en alegría y paz. Más presencia, más paz y alegría. Más ausencia -por desorden de los afectos a mi mismo, que alimenta el mundo del consumo- menos alegría y menos paz.
Todo es cuestión de dejarse resetear por el Señor que es Espíritu en la oración y largándonos de lleno a la misión.
Diego Fares sj