Parábola del que sabe elegir a quiénes invita (22 C 2019)

Pasó que Jesús fue a comer un sábado a casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. (…) 

Al notar Jesús cómo los invitados se elegían los primeros asientos, les dijo esta parábola: «Si te invitan a un banquete de bodas, no te pongas en el primer lugar, porque puede pasar que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: ‘Déjale el sitio’, y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar. Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: «Amigo, acércate más», y así quedarás bien delante de todos los invitados. Porque todo el que ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.» 

Después dijo al que lo había invitado: «Cuando des un almuerzo o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete,  invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Serás bienaventurado, porque ellos no tienen cómo retribuirte, se te retribuirá en la resurrección de los justos!»(Lc 14, 1. 7-14).

Contemplación

El evangelio de hoy nos presenta dos parábolas del Señor que trataremos de leer como una sola. La Biblia de Jerusalén las llama la parábola de la elección de asientos y la parábola de la elección de invitados. 

El tema sobre el que Jesús «paraboliza» es la elección: lo que elegimos, a quién elegimos. No sé de dónde me salió esto de «parabolizar», pero al imaginar a Jesús en medio del banquete y de toda la gente, se me ocurrió que Él pensaba así, parabolizando, es decir: observando el modo de actuar de la gente, leyendo, por un lado lo profundo de las intenciones de los corazones, y por otro lado, teniendo en cuenta el dinamismo de la situación en su conjunto, de modo tal de poder establecer comparaciones significativas y fecundas con el dinamismo de su Reino. 

Se me hace que esta es una manera de pensar distinta de la habitual. No le comenta, por ejemplo, a Pedro o a Juan: «miren a esos, cómo eligen los primeros puestos». Ese tipo de comentarios deja algo picando y se queda ahí, en la complicidad y el gusto de notar una actitud y hacerla ver. A veces termina en un juicio: «qué hambre que tiene aquel»; siempre buscando trepar…». 

El Señor va más hondo, contempla la situación en su conjunto. No solo se fija en lo que elige cada uno para sí, guiado por su interés, sino que tiene en cuenta al que organizó la fiesta. 

Ese es el personaje principal de las dos parábolas: en una, porque se ve que es él el que elige sobre las elecciones de los invitados y en la otra, porque es a quien se dirige personalmente Jesús. 

Este personaje «que invita», les hace ver a los otros que eligieron lugares dentro de un contexto relativo ya que son sus invitados y lo que ellos elijan depende, en última instancia de él, que los invitó y puede decirles: «déjale el sitio a este» o «amigo, acércate más». 

El punto está, entonces, en la segunda parábola, la que Jesús nos dirige a todos allí donde podemos hacer una elección distinta. 

Invita a los que no tienen cómo retribuirte, le dice al que lo había invitado. Y concluye la parábola diciendo: «Se te retribuirá en la resurrección de los justos. Quién retribuirá? El que nos invitó a todos al banquete de la vida, el Padre de todos. Él es el que retribuye -con amor, no con bienes externos- las acciones que hacemos con amor en «lo secreto».

Cuando elegimos, tenemos que elegir cosas sobre las cuales que el que nos eligió pueda obrar mejorando su creación. Si elegimos egoístamente los primeros puestos, no le quedará otra que corrernos. Si elegimos el último lugar, como no podrá mandarnos más abajo, solo podrá, en su infinita misericordia, hacernos subir un poco… 

Es como si el Señor nos mostrara el límite último, el escalón más bajo, para asentar allí -negativamente- el deseo de elegir algo que nadie nos pueda quitar. E inmediatamente nos lleva a poner la atención en elegir no «puestos para nosotros mismos» sino «personas a las que hacer un bien gratuitamente». 

La oposición de fondo es entre elegir cosas interesadamente o elegir personas  desinteresadamente. Esta elección de los pobres mirados como personas valiosas cada una en sí misma y no considerados como medio para lograr otro fin (que me retribuyan el favor), es la elección a cuyo nivel nos quiere hacer subir el Señor. 

«Acercate más, amigo», no es una invitación a «trepar» por el camino de elecciones que son intercambio de favores, sino que es la invitación a elegir como elige el Padre.

El nos eligió a nosotros que no se lo podemos retribuir y nos dio el don más grande que existe, el don de poder elegir hacer cosas por los demás como las hace Él: gratuitamente, por amor. 

Las parábolas van leídas en esta dinámica: la de las elecciones gratuitas del bien absoluto que es cada persona, y no en la otra dirección, la de hacernos los humildes para que nos ensalcen o de elegir a los pobres para obtener un premio que no sea el mismo amor de las personas. 

El premio es poder elegir gratuitamente! Y el Señor lo orienta mostrando los únicos bienes absolutos: los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. No es que los oponga a «tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos» en cuanto personas, sino que opone dos «objetos (o sujetos) de elección», dos «bienes» que me hacen discernir la altura de mi elección. 

Cuando elijo a alguien que no me puede retribuir, lo elijo como persona que vale por sí misma y mi elección me hace caer en la cuenta de mi propia dignidad: yo también soy uno que ha sido elegido por puro amor, no para que retribuya algo, no con el fin de que sirva para otra cosa. 

De esta manera, lo que hace el Señor es calibrar la libertad, recalibrar nuestra capacidad de elegir. El Don de la vida y de la libertad no se puede pagar con nada que no me haya sido dado, solo se paga «honrando al otro».

Dicho en criollo, Dios no nos creó libres para que elijamos bienes menores, sino para que elijamos los bienes más altos y gratuitos y eligiéndolos y amándolos, se dilate nuestro corazón y crezca en libertad. 

El corazón se va transformando en lo que elije, por eso cada vez que elijo interesadamente bienes menores, que son medios para pasarla bien, se me va achicando el corazón en los límites de mis propios deseos egoístas. En cambio, cada vez que elijo amar gratuitamente a los demás, se me va ensanchando el corazón en cada gesto, según la medida del amor que los otros me brindan, al ser amados gratuitamente. 

No hay límite en el crecimiento de este amor personal. Yentra allí Dios mismo como persona, que potencia infinitamente con su amor estos gestos de amor gratuito con que sus hijos imitamos su Misericordia y su Bondad, eligiendo con predilección a las más pequeñas de sus creaturas, que no tienen con qué retribuirnos el amor.

Diego Fares sj

Los pobres primero reciben: agarran la moneda y después miran cuánto les diste. Los ricos piensan que siempre les vienen a pedir. Por eso desconfían… Y Dios es uno que solo viene a dar… (28 B 2018)

Cristo Misericordioso -Museo de Berlín – Mosaico

      Cuando salía Jesús al camino, uno lo corrió y arrodillándose ante él le rogaba: Maestro bueno, dime: ¿qué he de hacer para tener derecho a heredar la Vida eterna? Jesús le dijo:¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Conoces los mandamientos: No mates, no adulteres, no robes, no des falso testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre. El, respondiendo dijo: Maestro, todas estas cosas las he practicado y guardado desde chico. Jesús mirándolo a los ojos, lo amó, y le dijo: Te falta una cosa, anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, así poseerás un tesoro en el cielo. Luego vuelve acá y sígueme.  El se quedó frunciendo el ceño a estas palabras y se marchó malhumorado, porque era una persona que tenía muchas posesiones. Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: ¡Qué difícil será para los que posean riquezas entrar en el  Reino de Dios! Los discípulos se asombraban al oírle decir estas palabras. Pero Jesús, tomando de nuevo la palabra, insistió: ¡Hijos, qué difícil es que los que tienen puesta su confianza en las riquezas entren en el  Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que un rico entre en el Reino de Dios. Los discípulos se pasmaban más  y más y se decían unos a otros: Entonces ¿quién podrá salvarse? Jesús, mirándolos a los ojos, les dice: Para los hombres, es imposible; pero no para Dios. Todas las cosas son posibles  para Dios. Pedro se puso a decirle: Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús dijo: Yo les aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros (Mc 10, 17-31).  

Contemplación         

El Señor dice que el Reino de Dios “es” de los pobres. Y de los ricos dice que les será muy difícil “entrar”. Lo dice no por nada sino a raíz de este jóven rico que lo fue a buscar y que se ve que tenía buena voluntad… hasta ahí. Porque el Señor “lo miró y lo amó”. Pero él no lo registró. No vió la mirada del Señor! Y eso que era buena gente. Había cumplido todos los mandamientos desde que era chico y tenía ganas de dar un paso más. Pero el Señor le planteó un paso definitivo, radical: Te falta una cosa, anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, así poseerás un tesoro en el cielo. Luego vuelve acá y sígueme. Ante esto él “le puso cara”. Frunció el ceño. No preguntó nada más. No dijo algo así como: Señor, no se puede… Como le dijeron luego, en casa, los discípulos. No. Este se quedó mudo. Quizás porque no entendió. O porque entendió perfectamente y no estaba dispuesto a tanto. Él hablaba de la vida eterna y Jesús le decía que se viniera con él ahora. Será que le dió miedo regalar sus bienes… o habrá sido lo de “seguir a Jesús” lo que lo trabó.  La cuestión es que se fue triste, dice el evangelio. No entró. Los pobres en cambio parece que ya están dentro. El Reino es de ellos. Es importante este posesivo. Después el Señor lo explicará de modo bien explícito: los que dejen todo “recibirán” el ciento por uno. Poseeran el Reino. La palabra aparece varias veces: del jóven rico se dice que poseía muchos bienes. Y Jesús afirma que es dificil entrar en el Reino a los que poseen riquezas. En Radio María me preguntaban el viernes pasado “por qué Jesús prefería a los pobres”. Y yo decía que me parecía que ese es uno de los «defectos» de Dios. Uno de esos defectos que hacen tan amable a Jesús. El obispo Van Thuan decía que lo que más le gustaba de Jesús eran sus defectos: que no supiera matemáticas (una oveja  para él valía lo mismo que 99); que no supiera de finanzas ni de economía: su Padre contrataba gente a toda hora y les pagaba a todos lo mismo, comenzando por los últimos! Por eso decía que esto de preferir a los pobres era como el defecto básico, el que explicaba todos los demás. Yo creo que el Jesús prefiere a los pobres y pequeños, por un lado, porque lo entienden (y el Padre también: que por eso se siente cómodo revelándoles a su Hijo amado a los pobres y pequeñitos y no a los letrados). Con los pobres Jesús no tenía necesidad de muchas explicaciones. En cambio los ricos -sobre todo los ricos de espíritu, los autosuficientes- lo impacientaban: siempre pidiendo razones, que por qué curaba en sábado, que con qué autoridad perdonaba los pecados… Los pobres en cambio entendían perfectamente de qué se trataba. Por eso con los pobres el Señor puede hacer maravillas, como dice nuestra Señora en el Magnificat. Por otro lado, yo creo que Jesús, que Dios, prefiere a los pobres porque Él es uno que viene a dar. Es «don Dios». Y los pobres entienden enseguida cuando es que uno les quiere dar o cuando es que empieza a explicar muchas variables económicas porque no les va a dar nada. Los ricos en cambio siempre creen que Dios les viene a pedir. Y por eso son tan desconfiados. No entienden que Dios es puro don, que es tan Rico en misericordia que lo único que quiere es dar. Que no necesita nada de ellos. En todo caso, sí que les den sus riquezas a los pobres. Pero Él no pide nada. Aunque esto, para los ricos, es lo mismo. No les pedirá para Él pero les pide que den sus cosas a los más pobres! Y bueno, esta diferencia -entre uno que no te pide nada para sí y que te da todo y que te mira con amor, si no la pesca uno por sí mismo, no hay quién se la explique. Alguna anécdota…? me preguntó Javier Cámara. Siempre hay alguna anécdota del Hogar (mis alumnos dicen que yo doy clases para tener una excusa para contar cosas del Hogar)! Me acuerdo un año que decidí ir a agradecer personalmente a las panaderías que nos regalaban el pan y las facturas al Hogar. Todas las mañanas iban nuestros huéspedes, con una notita firmada, a pedir el pan del día anterior que nos habían guardado. Esta vez, en vez de la nota, llevaba la tarjeta de Navidad. Entro a la primera panadería, sobre la calle Entre Ríos, y la dueña que estaba en la caja, sin dejarme explicar nada, me mira la tarjeta y me dice que ya han dado. Le digo que soy el padre del Hogar y que les quiero dejar una tarjeta… pero antes de que siga me dice que No, que gracias, pero que no hace falta (!). Recién a la tercera y antes que me corte  de nuevo le digo: Hey! escúcheme. No le vengo a pedir nada. Es una tarjeta de agradecimiento. Le quiero agradecer lo que nos dan. No me tiene que dar nada! Tiene que recibir! Ahí la agarró y cuando vio el pesebrito y el Feliz Navidad, sonrió. Se dió cuenta. Los pobres, en cambio, primero agarran la moneda y después miran a ver cuánto les diste. Pero primero reciben. Saben recibir! Por eso creo que Dios los prefiere. Pero el problema no es discutir quién es rico o con cuánto comienzo uno a ser rico. El punto es mirar cómo anda mi capacidad de recibir. Porque con tanta posesión y  consumo uno va perdiendo la capacidad de recibir!  Y Dios -Jesús, el Espíritu, nuestro Padre- es solo don. Puro Don. Se nos da todos los días. Como el Padre Misericordios que se da entero en ese abrazo -cuando se le echó al cuello a su hijo, como dice Lucas-, sin reproches por que no se dejó abrazar antes y sin condiciones sobre lo que tendría que hacer después, en el futuro. Y nuestra vida, como la de Jesús, es girar en torno al Padre como nuestro centro de gravedad, que atrae el peso del amor que late en nuestro corazón. En la cercanía del abrazo, el Amor rico en Misericordia del Padre, nos atrae como a un planeta el Sol, y si entramos en su órbita ya nada nos podrá separar de él. Jesús se nos da todos los día. Él es totalmente Eucaristía, porque es Don al Padre -acción de gracias en el Gozo del Espíritu Santo-, y Don a cada uno de los que lo recibimos en nuestras manos y en nuestra boca al comulgar. El demonio es cambio es “ausencia de Eucaristía”, posesión de sí mismo siempre insatisfecha, buscando a quién tentar con posesiones vanas, que lo alejan de mendigar, cada día, el don de la Eucaristía, haciéndonos ilusionar con que somos ricos y no necesitamos comulgar tan seguido (como la cajera de la panadería, le decimos al Señor: No, muchas gracias. No me hace tanta falta). El Espíritu Santo es puro Don. El Don del Padre y de Jesús para nosotros. Es Don que se multiplica en siete dones -Sabiduría, Entendimiento, Fortaleza, Ciencia, Consejo, Piedad y Temor de Dios- y en nueve frutos, con respecto a los cuales San Pablo dice “que no hay ley”, ellos mismos son “ley interior que hace actuar bajo la guía del Espíritu”: amor (agape), gozo (jará), paz (eirene), paciencia (macrotimía), amabilidad (jrestotes), bondad (agatosyne), fidelidad (pistis), dulzura-mansedumbre (prautes), señorío de sí (enkrateia). Dios es puro don. Y con Él la cuestión central de la vida gira en torno a aprender a recibir. No cosas sino personas. Saber recibir -hospedar, acoger, hacer sentir bien, comprender, dar tiempo, escuchar…- personas.  

Diego Fares s.j.

Los seis puentes y caminos del Espíritu que Francisco tendió y hay que mantener transitables (Adviento 2 B 2017)

Principio del Evangelio de Jesús, Cristo, Hijo de Dios.

Como está escrito en el libro del profeta Isaías:

‘Mira, envío a mi mensajero delante de ti para que prepare tu camino…,

(lo envío como la) voz de uno que grita en el desierto:

‘preparen el camino del Señor, rectifiquen sus senderos’,

(así) se presentó Juan el Bautista en el desierto,

predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.

Y acudía a él toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén

y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.

Juan andaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero,

y se alimentaba con langostas y miel silvestre.

Y predicaba, diciendo:

‘El que es más fuerte que yo viene detrás de mí,

Uno ante quien yo no soy digno ni de desatar, arrodillado,

la correa de sus sandalias.

Yo los he bautizado a ustedes con agua,

pero él los bautizará en Espíritu Santo’ (Mc 1, 1-8). 

Contemplación

La contemplación de “los caminos que hay que preparar y rectificar” nos habla de trabajo. Tiene que ver con esa semilla del “amor-trabajo” de la Contemplación para crecer en el amor que invita a: “Considerar como Dios trabaja y labora por mí en todas las cosas – (…) y reflexionar en mí mismo”. Reflexionar cómo tengo que trabajar y en qué tarea para que mi trabajo edifique y colabore con el del Padre, que “siempre trabaja”.

Juan Bautista, retoman la voz antigua del profeta Isaías y nos anima: Trabajen preparándole caminos al Señor que viene a bautizar en Espíritu Santo.

Estos caminos a preparar y a rectificar no son otros que los del amor.

Jesús camina dejando la huella de las plantas de sus pies cuando el camino es de amor. No importa si es de tierra, si hay barro, si está asentado o asfaltado. Lo que cuenta es que sea un camino-puente, tendido entre dos amores: entre el amor de uno que viene porque tiene hambre y el amor de otro que va porque quiere darle de comer, entre el amor de uno que viene porque desea aprender a rezar y el amor de otro que sale a predicar el Evangelio.

El Señor no transita los caminos en los que sólo el amor propio está al comienzo y al final: el camino del dinero, el camino de la fama y el camino de la soberbia que da el poder. Son caminos circulares, aunque parezca que van derechos y que salen hacia los demás, los pasan de largo: la meta no eran las personas sino los trofeos -productos, aplausos, pleitesías- con los que el que parecía que salía, vuelve cargado a la covacha de su propio ego.

Vamos a compartir seis caminos y puentes que ha creado y que recorre Francisco y que nos invita a transitar junto con él, colaborando para mantenerlos transitables.

 

El camino de los sínodos. Sínodo significa “camino juntos”. Es un camino que circula entre Roma y todos los obispos del mundo con sus diócesis y su porción del pueblo fiel de Dios. El Papa Francisco tendió este puente sinodal a las familias y a los jóvenes. El de la familia, el Papa hizo que los obispos lo caminaran dos veces. La primera con la convocación de una “Asamblea extraordinaria” en el 2014, para escuchar los aportes que venían de todas las familias del mundo. Bruno Forte, secretario especial de la asamblea, trazó una relación entre este sínodo extraordinario y el Concilio Vaticano II, por cuanto el enfoque para abordar los desafíos de la vida familiar en la actualidad sería el mismo que Juan XXIII anotaba en su diario poco antes de la apertura del concilio: «Mirar todo a la luz del ministerio pastoral, es decir: almas que salvar y que reconstruir». La segunda recorrida se hizo en la Asamblea ordinaria del 2015 y allí se dieron las directivas pastorales para hacer crecer “la alegría del amor” en las familias. El Papa reparó un camino que estaba roto y tendió un puente que estaba cortado a las familias que estaban criando a sus hijos desconectadas de la esperanza de la gracia. Bajó el puente levadizo de una Iglesia encerrada dentro de los muros de una autodefensa imaginaria -ya que nadie la ataca hoy discutiendo las verdades abstractas escritas en los códices – y la hizo salir a plantar tiendas de hospitales de campaña, allí donde el enemigo sí ataca a las familias reales, que necesitan el remedio del evangelio de la misericordia. El otro sínodo que el Papa quiere caminar junto con los jóvenes es el que se celebrará en octubre de 2018. Tomando pie en los jóvenes, la reflexión sobre la fe y la vocación común a la alegría del amor, nos hará transitar a todos este camino que se abre al futuro.

 

El camino a las periferias, a todos los tipos de pobreza. Este camino que no partió, sino que llegó a Roma con los pedidos de Obispos de todo el mundo de que la Iglesia “fuera pobre y para los pobres” y que encontró un eco formidable en el corazón de Juan XXIII, es un camino que Francisco no deja de recorrer. Dio el primer paso cuando estableció un puente con la isla de Lampedusa, a donde llegan los refugiados que cruzan el Mediterráneo, dos semanas antes de iniciar su primer viaje, ya programado por Papa Benedicto, a Río. Pero la primera opción por la periferia fue intra-vaticana. A los dos días de ser elegido el Papa visitó el Palacio apostólico, con sus diez habitaciones, cocina, comedores y estudio médico, y al ver que “aquí pueden vivir 300 personas”, hizo el viaje de regreso a Santa Marta, donde se quedó a vivir. Los veintiún viajes que ha realizado Francisco  fuera de Italia y los 17 dentro de ella han estado marcados por este impulso del Espíritu a salir a las periferias geográficas y existenciales. En todas las visitas son lugares claves las cárceles, los hospitales, los hogares… y la calle, donde Francisco goza encontrándose con el pueblo fiel de Dios, ese que en Ecuador le cubrió el auto y la carretera de flores y que en Myanmar viajó desde todos los puntos del país para asistir a una misa con 150.000 personas en un país en el que los católicos superan con poco el medio millón. La puerta de la misericordia abierta en Bangui, en el corazón del África pobre, fue otro hecho emblemático de la prédica con gestos evangélicos que hace el Papa. En Roma, sus lavatorios de pies a los más pobres, enfermos y detenidos, de todas las religiones y condiciones sociales unge cada Jueves Santo con este sello del amor a los más pobres. Los ejemplos son constantes e innumerables. Estos apuntan solamente a motivar la reflexión acerca de este camino directo que el Papa tiende a los más pobres.

El puente tendido a los medios de comunicación. Desde el primer momento, el Papa revolucionó la forma de comunicar y los periodistas fueron los primeros en comprenderlo y en valorarlo. El Papa está siempre comunicando, buscando “que el mensaje llegue”, como dijo hace unos días en el viaje de regreso del Asia. Comunica con palabras sencillas – Buona sera y Buon pranzo-, y con “cuentecitos” que eso eran las narraciones de Jesús, y que nosotros – como dice Martín Descalzo- llamamos “parábolas” para distinguirlas. El Papa comunica con gestos que hacen a sus hábitos personales, como seguir con sus zapatos negros, comer en el comedor común en Santa Marta, elegir un auto sencillo como papamóvil…  Y comunica también con gestos pastorales, como salir a recorrer la plaza, celebrar misa diaria con la gente en Santa Marta, recibir a los que le piden encontrarlo, pero elegir él, después de discernir y no por seguir un protocolo, a quienes visita. El Papa comunica concediendo entrevistas y dialogando con los periodistas sin tener antes las preguntas. Aceptando el riesgo de responder como el Espíritu lo inspira en ese momento, mirando a los ojos al que le pregunta. El Papa comunica con sus sonrisas, sus selfies, sus llamados telefónicos, cartas, mails y hasta WhatsApp personales. Y comunica haciendo dialogar a los obispos libremente, mientras él escucha y toma nota en silencio. Este puente directo a los medios ha sido una “salida al campo” como dicen los italianos, un entrar en la cancha. Antes, el lenguaje oficial iba por un lado, manteniéndose impecable en su lógica eclesiástica, y a la gente le llegaban las cosas en lenguaje periodístico. Hoy esto sigue pasando. Pero sólo para el que no quiere tomarse el trabajo de escuchar al Papa mismo hablando con los periodistas, titulando, pidiendo que se interprete bien lo que dice… Es uno de los grandes puentes de Francisco que ha sacado el Evangelio a los caminos del mundo y lo ha liberado de la prisión del lenguaje abstracto en el que estaba enjaulado el Espíritu.

El puente a todos los cristianos. En esto, lo del camino no es una metáfora. El Papa ha salido a caminar junto con los cristianos de todas las confesiones y tradiciones poniéndose a su lado, como se hace cuando uno camina con otro, sin más pretensiones. Baste citar el encuentro “privado” con los pentecostales de Caserta y la única visita a una casa de familia, la de su amigo el pastor Traetino, y el encuentro en Cuba con el patriarca ortodoxo, haciendo una etapa especial en su viaje a México, para encontrarse con él en un lugar especial, aprovechando una providencial coincidencia de agenda. El pastor Luterano en Roma, que tiene su Iglesia a dos cuadras de La Civiltà Cattolica, siempre que podía decía “nuestro Papa”. Y si sus hermanos de Alemania le objetaban algo decía que era el Obispo de Roma y que su iglesia estaba en Roma. Un amigo musulmán que vivía en el Centro de acogida de nuestra Iglesia de San Saba, decía, luego de un encuentro del Papa con los refugiados, que se notaba que apreciaba de corazón a los musulmanes y quería de veras a los pobres. Con su teología del “martirio de la sangre” que une a todos los cristianos en un testimonio supremo que los enemigos reconocen sin hacer diferencia de confesiones, el Papa transita siempre que puede, este camino ecuménico, al que la teología llega después de que se ha caminado juntos, en la oración, el servicio a los pobres y el testimonio de vida.

El puente al planeta. Este es un puente nuevo, no transitado antes. Más que un puente espacial es un puente temporal: se tiende entre el planeta actual y el planeta futuro. Nos hace tomar conciencia de que, queramos o no, estamos transitando sobre un abismo temporal: corremos el riesgo de que la cabeza de puente del futuro no tenga donde apoyarse y nos dirijamos hacia nuestra perdición, hacia un planeta invivible o vivible solo para pocos. La encíclica Laudato sí nos brinda el mapa de los pasos sociales, ecológicos y personales que podemos dar para que el camino del planeta tenga como destino un planeta mejor y para todos: para que siga siendo la madre tierra de muchos hijos y no un asteroide contaminado y sin vida que sigue girando indefinidamente por el espacio.

El camino de Jesús y a Jesús. Todos estos puentes y caminos son en realidad el camino de Jesús y hacia Jesús. Tomo aquí las palabras proféticas de Benedicto XVI en el aniversario de su ordenación sacerdotal, el 28 de junio de 2016, cuando le dijo a Francisco: “Esperamos que usted pueda seguir adelante con todos nosotros por este camino de la misericordia divina, mostrando el camino de Jesús, hacia Jesús, hacia Dios”. Hay gente que menosprecia los puentes y caminos de Francisco como si fueran meras cuestiones sociales (incluso sesgadas partidariamente), cuestiones meramente diplomáticas y no cuestiones de verdadera fe. Se distingue la valoración de Benedicto XVI, acerca de que estos caminos de la misericordia, en los que Francisco va adelante y nos invita a seguirlo, son los verdaderos caminos de Jesús y que llevan a Jesús, y por Él a Dios.

Trabajar junto con el Papa en tender, reparar y transitar estos caminos es una tarea en la que cada uno tiene algo suyo para aportar. En el camino largo que recorre la historia de salvación, vivimos nosotros nuestra etapa. El Señor viene en este tiempo intermedio. Viene con la potencia del Espíritu Santo que se posa en todos los que le abren el corazón y le dan velas a su soplo. El Espíritu viene a los que lo invocan y lo desean y se trasfunde en afectos de ternura y amistad, en costumbres que crean hábitos buenos y se convierten en instituciones duraderas en las que el amor puede crecer y dar fruto.

Diego Fares sj

Como Jesús, queremos ser gente que dice “vengan”, que deja todo para salir a buscar al que se perdió (34 A 2017)

            Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.

Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: «Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver.»

Los justos le responderán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?» Y el Rey les responderá: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo.»

Luego dirá a los de su izquierda: «Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron.» Estos, a su vez, le preguntarán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?»

Y él les responderá: «Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo.» Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna» (Mt 25, 35-46).

Contemplación

“Vengan benditos de mi Padre”.

La palabra “benditos” la usa el evangelio para nombrar a nuestra Señora y a Jesús: Bendita tú entre las mujeres –le dice Isabel- y bendito el fruto de tu vientre, Jesús. También la usará el pueblo fiel en la entrada de Jesús a Jerusalén, cuando le cantaban Bendito el que viene y trae el Reino. Es una palabra hermosa y Jesús la elige como su palabra última, esa que nuestros oídos anhelan tanto escuchar: Vengan benditos de mi Padre, porque tuve hambre… y la une a nuestra pertenencia al Padre y a nuestro servicio a los pobres.

Jesús, Rey y Pastor, lo resume todo haciendo suyas estas dos  simples palabras: aléjense o vengan.

El Señor bendice todos nuestros “vengan” dichos con amor a los que tienen hambre y sed, a todos los que necesitan ropa, hogar y patria. Un vengan que se convierte en “voy yo” a visitarte cuando no puedes venir tú porque estás enfermo o en la cárcel.

El Señor maldice los “aléjense” dichos con bronca o con desprecio o de manera formal a todos los que piden una limosna, tienen hambre y sed, necesitan ropa, casa y pertenencia política porque son extranjeros, refugiados, requirentes de asilo humanitario. Un aléjense que se convierte en “me alejo yo” o “paso de largo”, cuando te veo de lejos que estás pidiendo, o ni siquiera pienso en que estás en algún lugar internado o preso en algún campo de refugiados, junto a otros cientos y miles como vos.

Cuando nuestro Rey Pastor nos examine no mirará las palabras escritas en nuestros certificados y diplomas; tampoco prestará atención a los telegramas de despido y a las carta-documentos, a las multas o la lista de pecados que escribimos para la confesión (al menos la primera vez, cuando éramos chicos).

El Señor mirará sólo estas dos palabras –vengan o aléjense- que son palabras que no se escriben en papeles, sino que quedan escritas en las manos, en los pies y en la retina de los ojos.

Mirará el cuenta-pasos donde quedaron registrados los que dimos para acercarnos a los que nos necesitaban y también los que no dimos o que nos llevaron a dar un rodeo para alejarnos.

El Señor mirará bien dentro de los ojos la cantidad de rostros que se nos quedaron grabados en la retina porque nos acercamos bien para ver.

Mirará cuántos “vengan” dije, cuántos “voy yo”.

Y mi ángel los pondrá en un platillo de la balanza.

Mirará cuántos “váyanse” dije, cuántos “que vaya otro” o “yo no puedo” o “yo no voy”…

Todo será juzgado en clave de cercanía, en clave de prójimo.

Ese es el único lenguaje que Jesús escucha. Lo demás, como que son puras palabras…

El Señor era todo “voy yo” y “vengan a mí”: Vengan a mí, los que están cansados y agobiados por la vida, que yo los aliviaré.

Todas sus parábolas son acerca de gente que va al encuentro, que sale a buscar: el padre que va corriendo a abrazar al hijo que viene, el pastor que sale a buscar la ovejita perdida. Los hombres con que el Señor compara al Padre son gente que invita, que dice: vengan, que el banquete está preparado; vengan a trabajar en mi viña, vengan con lo que ganaron con el talento, que les daré mucho más.

Vengan! Contra las formas de exclusión y de descarte, contra todas las maneras violentas, elegantes o burocráticas de decir “aléjense”, también hoy hay alguien que dice “vengan” a todos los pobres del mundo. Tomando las palabras de Pablo VI afirma decididamente: los pobres pertenecen a la Iglesia por derecho evangélico y esto nos obliga a una opción preferencial por ellos.

…………

Me quedo con esto, con pedir la gracia de ser gente abre los brazos para recibir y que va al encuentro, gente que sale a buscar. Gente que se une a la búsqueda, como todos los países que se nos han unido y están buscando nuestro submarino San Juan, que desapareció hace ya diez días en el océano atlántico, al sur. Han venido y vienen barcos y aviones de naciones amigas y también de otras que no lo son tanto.

Dicen que entre la gente de mar hay una solidaridad especial. Yo diría que las situaciones límites, como ver a alguien que se está ahogando, activan lo esencial. Y aquí se me activa a mí que como sociedad nuestros protocolos de búsqueda se activan tarde y mal. O se activan como a todos, pero hay algo que los frena y retarda y es que nos miramos primero a nosotros mismos y a nuestro enemigo antes de mirar al que se ahoga.

Me impactó un comunicado que decía: “se ha cumplido a la letra con el protocolo” que dice que hay que esperar 36 horas para empezar a buscar. En el mismo comunicado se decía: “si se han cometido errores, se pedirán disculpas”. No es así! Estas dos frases tienen que ir más juntas: “hemos cometido errores, tendríamos que haber salido a buscar antes, por las dudas…”. Y entonces los familiares hubieran dicho: “Está bien. Comprendemos que hay que seguir un protocolo. Nuestros familiares que están en el submarino eran los primeros en decir esto…”.

Pero para tener estas actitudes hacen falta dos condiciones.

Una, básica, es tomar conciencia de que todos estamos en medio del océano, del universo y de la historia, y que esta pequeñez y vulnerabilidad nos tienen que unir tan sólidamente como une a los marinos el mar.

La segunda condición, para que no anestesiemos el instinto de salir a buscar al que se puede estar ahogando, es una medida de paz básica, de fondo, que pacifique y relativice todas las demás luchas y divergencias que ponen freno a nuestro instinto básico de solidaridad humana.

El instinto paterno del que nos creó –de nuestro Padre celestial- tiene escrito en sus entrañas “no quiero que se pierda nadie, ninguno de estos pequeñitos”. Ese instinto se traduce en un “salir corriendo a buscar”, en un “dejar todo para ir a buscar al que se perdió”.

La anti-imagen –triste, patética, condenable- es la de un corazón social en el que con letras de molde se acepta la palabra “desaparecidos” en alguna de las mil formas que tiene de justificarlas nuestra sociedad: Desaparecido-por-culpa-suya, desaparecido-porque-se lo merece, desaparecido-por-error-técnico, desaparecido-no-se-sabe-por-culpa-de quien, desaparecido-por-un-tiempo-hasta-que-sale-a-flote, desaparecido-para-siempre-por-estar-a-gran-profundidad…

Para conectarnos con las entrañas de nuestro Padre, donde esta palabra no tiene lugar nunca y de ninguna manera, me hizo bien recordar nuestro primer librito –Pequeños gestos- donde escribí la historia de

Cecilia y su papá

Hace un tiempo, en nuestra Iglesia, una vez terminada la catequesis, en medio del revuelo de chicos que salen y de padres que los buscan, nos dimos cuenta de que no estaba Cecilia. Cecilia es la hermanita de una de las chicas de Perseverancia. Tiene cuatro añitos y es, demás está decirlo, un encanto. Había venido como siempre con su hermana mayor a buscar a la del medio y parece que cuando la grande entró, Cecilia se quedó en la puerta con otras amiguitas. Al salir las dos hermanas, Cecilia ya no estaba. Como a veces se esconde -la muy pícara-  para jugar, comenzamos a buscarla por todos lados: en  la Iglesia, en las aulas, en los baños… Nada. Tres mamás salieron inmediatamente a buscarla, cada una en una dirección (para qué lado agarrar en la ciudad!) y yo, desorientado y afligido ante el peligro de que alguien se la hubiera llevado (nuestra Iglesia está en el centro de la Capital y pasa todo tipo de gente),  no atiné sino a llamar a su padre (la mamá estaba enferma). Les digo que no había acabado de colgar el teléfono que el papá ya estaba llegando… Hizo las cuatro cuadras que hay desde su casa a la Iglesia en tres minutos! Estaba como loco. Hacía preguntas,  entraba y salía de la Iglesia, miraba hacia un lado y hacia otro de la calle, volvía a entrar… (después pensé que era como un animal que ventea a su cachorro)… Aunque iba y venía y preguntaba cosas estaba ensimismado (como si tuviera que encontrarla primero adentro suyo para después salir a buscarla afuera). Hasta que, de repente, se quedó quieto y dijo: «Ella no cruza la calle sola. Debe estar por aquí nomás». Y sin mirarnos salió corriendo hacia mano izquierda, ya sin dudar. Yo me le fui atrás, atento a lo que hacía. Al llegar a la esquina dobló a la izquierda y siguió decidido hasta llegar a la Avenida, que es ancha. Casi se larga a cruzar en medio del flujo del tránsito, mientras yo, a pocos pasos, miraba hacia todos lados. De golpe se da vuelta y veo que me mira, pero no me mira a mí sino que mira más atrás (yo estaba al lado y no la veía!). «¡Cecilia!» – dice. En medio de la multitud que pasaba entre el bar y un quiosco de revistas, sentada en el banquito del quiosquero que le había comprado una gaseosa, estaba Cecilia con cara de asustada, como un gorrióncito,  acurrucadita contra la pared. Recién cuando su papá la alzó en brazos y comenzó a besarla, la pequeña se animó a dejar la gaseosa a la que estaba prendida y se largó a llorar desconsolada. Se había ido siguiendo a los otros chicos y de golpe se quedó sola, perdida en la gran ciudad a cuadra y media de la Iglesia, sin poder explicar nada, llamando a su papá con el gemido de su corazoncito. Nadie me quita de la cabeza que el papá la buscó primero dentro suyo. Allí, en ese corazón de padre, Cecilia nunca estuvo perdida. Se perdió afuera, por un ratito. Y aunque a ella le haya parecido un mundo, estaba allí nomás, cerquita”. (A. Rossi –D. Fares, Pequeños gestos con gran amor, 2001).

Que el Espíritu bendiga la capacidad de los pobres de sentirse invitados del Padre al banquete de Jesús -28 A 2017

                                                            Trinidad de vida, Ana Graça Bessan

Jesús les habló de nuevo en parábolas diciendo: Lo que pasa con el reino de los cielos es semejante a lo que le pasó a un rey que preparó las bodas de su hijo; envió a sus servidores a llamar a los que habían sido invitados a las bodas y no quisieron venir. De nuevo envió otros servidores diciendo: ‘Digan a los invitados: mi banquete está preparado, mis toros y animales cebados han sido sacrificados y todo está a punto. Vengan a las bodas’. Pero ellos no haciendo caso se fueron, uno a su propio campo, otro a sus negocios y los demás, echando mano a los servidores los ultrajaron y los maltrataron. El rey se llenó de ira y enviando sus ejércitos, hizo perecer a aquellos homicidas e incendió su ciudad. Entonces dice a sus servidores: ‘Las bodas están listas, pero los invitados no eran dignos, vayan pues a los cruces de los caminos y a cuantos encuentren invítenlos a las bodas’. Y saliendo aquellos servidores a los caminos, reunieron a cuantos encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales. Entrando el rey a ver a los que estaban a la mesa vio allí un hombre que no vestía el vestido de bodas y le dice: ‘Compañero,¿cómo entraste acá, no teniendo el vestido de bodas’? El no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los servidores: ‘Atenlo de pies y manos y arrójenlo a las tinieblas de allá afuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes’. Porque muchos son los llamados pero pocos los elegidos” (Mt 22, 1-14).

Contemplación

En la parábola de hoy, lo que más me llama la atención es –no sé si esta es la palabra- la obstinación del rey con la celebración de las bodas de su hijo, con que todo salga bien.

Lo que depende de sólo de él y de sus servidores, sale impecable. Se puede ver en lo que manda a decir a los invitados: “Miren, mi banquete está preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto”. Lo que depende de la libertad de los otros, se complica, y mucho.

Pero al contemplar hoy no siento deseo de poner el acento en los invitados, sino en el Rey al que por ahora llamo obstinado, aunque no sea la palabra justa.

Como en la parábola del Padre misericordioso, en la que las actitudes de los hijos sirven para comprender que debemos “ser perfectos en misericordia (y no en autorrealizarnos), como el Padre”, frente a todo endurecimiento del corazón, aquí me interesa más contemplar al Rey que a los invitados.

Los invitados representan todos los tipos de rechazo a la invitación a la fiesta, que es lo importante. Unos porque que están en otra cosa y no les interesa, otros porque, como bien lo demuestran sus actos de violencia, son malos y matan a los servidores, y el último, el que no se puso el vestido de fiesta y –lo que es más grave- ni siquiera se excusó ni dio muestras de arrepentimiento sino que se quedó callado, puede ser que represente a los que no se sabe por qué no se suman al esplendor de la fiesta, pero de hecho no se suman.

Los ejemplos sirven, pues, para ver la decisión del Rey, al que no lo detiene ni deprime ningún rechazo ni ningún obstáculo.

Él va adelante con la fiesta de bodas de su hijo y cuida que nada empañe la alegría de la celebración.

A los que mataron a sus servidores, los manda matar e incendia su ciudad. En el otro extremo, al que con su actitud puede poner una nota discordante en la fiesta, simplemente lo hecha sin dar muchas vueltas. Si nos parece excesivo, tengamos en cuenta que no se trata de una parábola de misericordia. Si fuera así, habría que compadecerse de este pobre tipo que se liga un reto que parece desmesurado (sin embargo, es común que, si entra un desubicado en una ceremonia, uno haga que lo saquen. En todo caso, se lo atiende en otra parte, pero no se puede permitir que arruine la entrada de los novios, por ejemplo). Aquí la cosa es más drástica, porque la fiesta es “la última” –son las bodas del Hijo con la humanidad-. Los pobres –buenos y malos- han sido invitados y vestidos de fiesta y no hay más tiempo ni lugares a dónde ir que no sean o en la Fiesta o afuera, donde hay llanto y rechinar de dientes.

Despejamos, pues, la cuestión de los invitados: de los que están en la suya, de los que están en contra y de los que son “ni”. Y tomamos nota de los que aceptaron la invitación y “llenaron la sala de bodas como comensales”. Estos se suman al deseo del Rey, que quiere que las bodas de su hijo sean algo especial y contribuyen con su presencia. Saben que son invitados “de tercera” (ni siquiera de segunda) y aceptan ponerse el vestido que les dan y que los “hace dignos” de estar en una fiesta real, en una fiesta así. Los otros mostraron, con sus actitudes, “que no eran dignos”. Ese fue el juicio categórico del Rey para calificar su rechazo. Estos, buenos y malos (Lucas agrega “pobres, lisiados, ciegos y tullidos”) son dignos, no porque tengan méritos propios, sino porque aceptan la invitación y el vestido y lo hacen de corazón. Es como cuando uno se da cuenta de que está en un lugar más alto del que le corresponde y trata de no desentonar para ayudar al dueño de casa a que su fiesta salga bien. No sabría describir bien un ejemplo, pero hay situaciones en las que se da cierta complicidad entre alguien muy poderoso y rico y alguien muy humilde y pobre. Quizás este tipo de situaciones sólo se de en una fiesta de bodas, en las que un detalle (como el que estaba mal vestido) puede amargar la fiesta y, por el contrario, hay muchos pequeños detalles de gente atentam que “salvan la fiesta”, que solucionan un problema como el de que “no haya lugares vacíos”, por ejemplo. Digo esto porque pienso que tampoco es que los invitados que se excusan fueran tan tan importantes. Seguro que en una fiesta así había muchos más invitados. Los de la propia familia, por comenzar. Y otros de otros reinos, ya que se trata de un rey. Estos más bien parecen los del propio reino y vienen a “llenar” la sala. Son un poco de relleno, digamos. Como para no darles mucha importancia… Y con esto llego por fin a lo que quería hacer, que era no darles mucha importancia, para poner la atención en el rey “obstinado”.             Esta “obstinación” en que todo salga perfecto, revela la actitud del rey frente a los obstáculos. Pero, una vez salvados y mejor aún relativizados, todos los rechazos y problemas, vemos que surge otra cosa: surge el hijo y su fiesta de bodas.

La Fiesta del Banquete de Bodas se hizo –se está celebrando- y salió -está saliendo- perfecta, gracias a muchos y pese a algunos. El rey entra en ella para ver cómo va todo y cuida de que nada arruine la alegría de la Fiesta (en Lucas le dicen que “todavía hay sitio” y él manda que “obliguen a entrar gente hasta que se llene la casa”). Lo importante es la Fiesta de bodas, lo importante es el hijo y su esposa, que seguramente será como dice el Salmo: “Toda espléndida, la hija del rey, va adentro, con vestidos recamados en oro; con sus brocados es lleva ante el rey” y “prendado estará el rey de su belleza” (Sal 45, 11-14).

La Fiesta es la Fiesta de Bodas del Cordero –que simboliza el establecimiento definitivo del Reino de los Cielos ya en nuestra historia- y por eso, como dice el libro del Apocalipsis: son “Bienaventurados los que están invitados a las Bodas del Cordero” (Ap 19, 9).

Es esta una Bienaventuranza muy especial. Porque están otras en las que la condición es algo en lo que está implicada la vulnerabilidad humana. Hago un paréntesis para recordar que el Papa afirmó que esta vulnerabilidad nos es “esencial”. En Cartagena, una niña discapacitada intelectual –Leda María- le dijo al Papa algo que lo emocionó mucho. Y el Papa le pidió que lo leyera de nuevo porque era importantísimo. Ella leyó pronunciando cuidadosamente cada palabra y levantando varias veces los ojos para conectarse con Francisco: “Queremos un mundo en el que la vulnerabilidad sea reconocida como esencial en lo humano. Que lejos de debilitarnos nos fortalece y dignifica. Un lugar de encuentro común que nos humaniza”. Pues bien, hay bienaventuranzas que bendicen nuestra vulnerabilidad: nuestra pobreza, nuestro llanto, nuestra paciencia, las persecuciones… Ésta en cambio es una bienaventuranza final y bendice nuestra capacidad de ser invitados por el Padre a la fiesta de bodas de su Hijo con la humanidad.

Uno tiene muchas cosas que trabajar y mejorar en su vida, pero es fundamental trabajar esta: la capacidad de ser invitado. Y hay que tener “el aceite en la lámpara” y “aceptar que a uno le pongan el vestido”. El Padre, como el Rey de la parábola, es –al igual que Jesús- fundamentalmente un “invitador”. Es decir: alguien que prepara y realiza cosas muy lindas y que invita a participar. Ni las hace para él solo ni obliga a nadie: invita. Pero invita insistentemente –con obstinación, diría- y no acepta que ningún rechazo arruine su fiesta. De última uno puede optar por quedarse o ser echado fuera. Aunque el “afuera” sea tenebroso y lleno de llantos, hay un afuera. Eso sí, no se puede pedir que el “afuera del amor” sea lindo o neutro.

Con esto hemos caracterizado al rey como una Persona que invita, como un Rey que recibe en su casa, que sienta invitados a su mesa y los atiende cuidadosamente. La palabra es buen anfitrión. Los sinónimos no dan –hospitalario, invitante, acogedor, hospedador-. Quizás es porque no hay tantos “reyes” y la actitud tenga que ver con alguien cuya condición sea real, en el sentido de que esté por encima de sus huéspedes y se note que recibirlos bien y atenderlos magníficamente se debe a su magnanimidad y no a los derechos de los otros. Algo de esta experiencia se da hoy cuando el Papa recibe a alguna persona humilde y la hace sentir especial. Me lo decía por whatsapp la mamá de un adolescente que salió de un coma profundo y que tuvo una invitación para ir a la audiencia de los miércoles: “No puedo creer estar aquí”. Y después, viendo las fotos, me decía que, en el momento, por la emoción, no se había dado cuenta de que Francisco había tenido todo el tiempo la mano sobre el hombro de su hijo…

………….

Y hablando de manos de padre, paso a Manos Abiertas, que este fin de semana festeja en el Encuentro Nacional, sus 25 años de vida. Estos encuentros, que en algún momento por el trabajo que implica organizarlos (y que siempre recae en los mismos animosos que no saben decir que no) alguno planteó espaciarlos de un modo más funcional y que otros insistimos en que, si se había dado como una gracia de esas que surgen por la acción espontánea y carismática que tanto le agrada al Espíritu Santo, lo mejor era alimentar la gracia y no restringirla, estos Encuentros, digo, gozan de esa bienaventuranza de la Fiesta: “Bienaventurados los que están invitados a las Fiestas de Manos Abiertas”, podemos bien decir.

Son encuentros en los que se dan todas las gracias y los frutos que el evangelio describe para el banquete que será el cielo: uno se reencuentra con gente amiga y descubre amigos que no sabía que tenía y que están en lo mismo; hay alegría, comida compartida, testimonios de vida, eucaristías lindas, proyectos y sueños, obras nuevas…

Todo gira en torno a los otros invitados –a los patroncitos y a las patroncitas- que en cada obra participan de este mismo espíritu. La condición de todos, eso que se le ha regalado a cada uno de los que formamos parte de Manos Abiertas, es la de “invitados”.

E “invitados de tercera”. Invitados para “invitar a otros” –pobres, lisiados, ciegos y tullidos, buenos y malos-, es decir “invitados servidores”.

Este espíritu de “sentirse invitado indigno” y “hecho digno”, vestido de fiesta, hace brillar que el único “Dueño de casa” es el Padre y que la Fiesta es para Jesús con su Esposa –la Iglesia pueblo de Dios que reúne a todos los pequeños de la tierra-.

Esta gracia de sentirse “invitado” –y no dueño- se cultiva con la memoria agradecida de quién era uno antes de que lo invitaran, en qué andaba y qué le faltaba y qué recibió participando en Manos.

Esta gracia de sentirse invitado se mantiene y se cuida con dos actitudes más, una positiva y otra de resistencia. Positivamente, uno cuida el ser invitado sirviendo. No acomodándose ni exigiendo, sino sirviendo a los demás.

Negativamente, se ve si uno realmente no se la cree y sigue sintiéndose invitado, si en la práctica rechaza toda actitud de patrón y de funcionario. Si uno no se enoja de que le paguen a los últimos igual que a los primeros, si uno perdona deudas chicas y no se indigna por cualquiera que le debe cinco pesos siendo que le han perdonado un millón, si uno entra a la fiesta cuando el Padre le festeja a algún hermano pródigo que regresa…

La gracia de ser buen anfitrión, como el Rey de la parábola, es una gracia linda que nuestro amigo el padre Rossi ha recibido y a la que, con ayuda de muchos, hace dar fruto como el buen servidor de la parábola de los talentos. Somos siempre más los que gozamos de este carisma suyo de hacernos sentir a todos bien recibidos. Es una gracia que tiene un ida y vuelta muy especial: se nota, paradójicamente, en la manera que tiene Rossi de ser buen huésped, de hacer sentir cómo se siente a gusto cuando es invitado a visitar a otros por todo el país. Es una gracia grande. No es solo simpatía y bondad natural. Es una gracia de Paternidad, de brazos amplios para abrazar a muchos. Y de obstinación para superar todos los conflictos, rechazos y complicaciones que salgan, cosa que lleva sus buenos disgustos y angustias. Es gracia de fe. Rossi es una persona que cree – y nos ha embarcado a muchos en esta misma fe- con fe inquebrantable en que nuestro Padre tiene preparado un lugar para cada uno –esto se hace realidad en cada casa de Manos Abiertas- y de verdad desea que su salón de Fiesta se llene de comensales. Y por eso es que sale tanto a invitar gente para fiestas nuevas. Damos gracias por eso y como invitados servidores pedimos al Espíritu que bendiga la capacidad de los pobres de sentirse invitados del Padre al banquete de Jesús.

Diego Fares sj