Entre Jesús y Pedro está el lugar espiritual para encontrarnos todos (21 A 2020)

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos

– ‘Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? Quién dicen que es?’

Ellos respondieron:

-‘Unos dicen que es Juan el Bautista, otros, Elías y otros Jeremías o alguno de los profetas’.

– ‘Y ustedes –les preguntó- ‘¿Quién dicen que soy?’

Tomando la palabra Simón Pedro respondió:

– ‘Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo’.

Y Jesús le dijo:

-‘Bienaventuranza para ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre sino mi Padre que está en el cielo. 

Y Yo te digo: Tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia

y el poder de la muerte no prevalecerá sobre ella. 

Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. 

Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo’

Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías” (Mt 16, 13-20). 

Contemplación

Siempre me pregunto por qué le pregunta Jesús a sus discípulos que dice la gente sobre Él? La imagen que me viene hoy es la del pescador. Jesús tira el anzuelo en el corazón de los suyos y en el de su amigo Simón Pedro “pesca” la palabra del Padre. Y cuando Pedro muerde el anzuelo, digamos así, Jesús no lo suelta. Pero no lo suelta de una manera especial. No es como cuando uno dice de otro “lo pesqué” en el sentido de “lo agarré”. Más bien es todo lo contrario.  El Señor al pescar a Simón lo bendice, le regala una bienaventuranza. 

Jesús le hace reflexionar a Pedro sobre lo que ha sido dicho en su corazón y él ha sabido testimoniar. Le enseña a su discípulo a discernir (de ahí en más) la voz del Padre. Lo confirma en su intuición. 

Recordemos que la confirmación es parte esencial de un discernimiento evangélico y eclesial. Los pasos del discernimiento son: sentir y escuchar la palabra cargada de consolación que nos “mueve”; interpretarla, especialmente por sus frutos de paz y consolación, como Palabra de Dios, no “nuestra”; acogerla, adhiriéndonos a ella y  eligiéndola; ponerla en práctica (aquí es testimoniarla públicamente); y recibir la confirmación del Señor y de sus representantes (aquí del mismo Jesús).

Discernimiento es el nombre correcto de la “espiritualidad”. La espiritualidad no es un conjunto indefinido de dinámicas , frases y liturgias religiosas, distintas de las “materiales”. Espiritualidad es discernir lo que nos dice el Espíritu. Discernir la voz del Padre distinguiéndola obediente y reverencialmente de las otras voces. Espiritualidad es elegir esa Palabra-llamamiento, ponerla en práctica y recibir la bienaventuranza del Señor y de sus pequeños (“Me darán bienaventuranza todas las generaciones”, dice María). 

La espiritualidad discernidora (es decir “concreta y realista) es un ámbito que “se pierde o se licúa” cada tanto en algunos ámbitos de la vida de la iglesia. Es como si los dones del Espíritu los convirtiéramos en productos, separándolos de su fuente. El proceso es más o menos así. La Iglesia contempla y saborea la Palabra de Dios en la oración personal y litúrgica y la lleva a la práctica dando fruto en las obras de justicia y caridad. Pero, después de un tiempo, esta contemplación se vuelve tratado de teología; y al tratado de teología se lo divide en partes, se le aplican otras ciencias…, y esa Palabra, que era como un pan calentito de Eucaristía para cada día, termina encerrada en libros y alejada de la fuente de la que nació y de las semillas que tiene que regar (la vida de la gente). 

La palabra es semilla y se nos da para ser sembrada en el terreno fértil del corazón que quiere escucharla hoy. 

La palabra fruto y es para ser cosechada, saboreada, compartida: como la eucaristía en la misa de cada día. 

La palabra es palabra viva, palabra eficaz que, cuando la ponemos en práctica, se transforma en obra concreta de misericordia, de justicia y de caridad.

Pero sobre todo esto, la Palabra es una Persona: Jesucristo, el Ungido del Dios viviente, como dice Pedro. Él es la palabra del Padre, la que engendra eternamente y nos envía en la historia con la consigna de que la escuchemos. Él -Jesús- es la Palabra que el Espíritu nos recuerda y nos enseña cómo aplicar en la situación en que nos pone la vida cada día.

Decía que la espiritualidad es saber discernir, en todas las palabras que resuenan en nuestra memoria, en nuestra mente y corazón y en el de los otros, cuáles son palabras del Padre, y  cuáles no (porque son simples palabras nuestras, o porque son del mal espíritu). 

Jesús se lo enseña Pedro y en él, nos enseña a todos, cuando le dice: “Bendición a ti, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo”. Que es como decirle: “Te confirmo y te bendigo porque escuchaste esta palabra y elegiste dar testimonio de mi. Seguramente todos la escucharon en su interior, pero no todos se animaron a decirlo en voz alta”. 

Al Señor le gusta que le digamos quien es Él para nosotros. Porque cuando nos aclaramos quien es Él para nosotros, entonces, Él puede decirnos la palabra que nos confirma en nuestra misión y nos da identidad: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Esto es digno de notar: a Jesús le complace que le digamos quién es Él para nosotros, porque Él “es Dios con nosotros”, Él ha querido “no ser sin nosotros”. Jesús ha elegido edificar su Iglesia sobre Pedro, sobre el discernimiento que sabe hacer Pedro y que concreta su fe en Jesús. La fe de Pedro no es un mero sentimiento de confianza íntima y subjetiva en Jesús, sino que es un sentimiento fruto de una Palabra pronunciada nada menos que por el Creador y Padre de todos, que dice: “Este es mi hijo amado, escúchenlo”; Palabra que Pedro escucha, discierne y fórmula públicamente, confesando a Jesús como hijo del Dios viviente.

Así, la misión que Jesús le da se basa en la adhesión libre de fe que Pedro hace de corazón. Esta es la virtud que hace que Pedro sea roca: su capacidad de discernir, de escuchar al Padre que le dice “Jesús es mi hijo predilecto”, de tirarse al agua cuando Juan le dice que “es el Señor” y de saber “echar las redes en su Nombre”.

Ahora, lo propio de esta espiritualidad es que no es una sección especial de la Biblioteca de la Iglesia. Es pura, simple y cotidiana vida. El Padre se revela a los pequeños en su vida común y corriente y la espiritualidad consiste en escuchar su palabra -todo el Evangelio de Jesús- e interpretarla con la luz del Espíritu, no como una palabra más, sino como una palabra que está dentro de las otras fecundándolas, como la levadura fecunda la masa.

Por eso la espiritualidad es muy sencilla y a la vez extremadamente compleja. 

La espiritualidad es enteramente personal y a la vez comunitaria y social. Hay una palabra del Padre que solo un papá puede inculcar en el corazón de su hijito. Hay una palabra que solo un amigo puede decirla bien a otro amigo. Hay una palabra que solo el Papa puede decir a toda la iglesia para confirmarla en la fe. 

La palabra va unida a las personas, -en este caso al Padre, que es el que revela esta palabra a Simón Pedro-, a la persona de Pedro, que da testimonio de ella, y a Jesús que la confirma y la convierte en una misión específica con la que inviste a su amigo. 

Muchos confesaban a Jesús como hijo de David, como profeta; incluso algunos demonios le gritaban frases como “si eres el hijo de Dios…”. Sin embargo solo a Pedro Jesús le acepta esta confesión de fe y lo hace basando en ella nada menos que la edificación de la Iglesia, la protección contra las fuerzas del mal y el poder de atar y desatar y de abrir y cerrar. 

Esto nos permite entrar más profundamente en ese ámbito, en esa dimensión que llamamos espiritualidad. Espiritualidad es el ámbito en el que las palabras corresponden a las personas; son Palabras en las que no solo “se dice algo”, sino en las que se “dona a sí misma” una persona entera. Son expresión y don del ser más íntimo y personal. No son palabras abstractas que cualquiera pueda decir con igual autoridad y eficacia. Esto es importante hoy en día en que cualquiera dice cualquier cosa y pareciera que se separa la autoridad de la palabra de la persona que lo dice. En la espiritualidad no es así. La palabra de un maestro dicha en el momento oportuno tiene valor espiritual absoluto para el discípulo. Así, dos o más personas pasan a actuar “en cuerpo”, pasan a “sentir en común”. Esto lo que crea Jesús al elegir no ser sin nosotros. Ser con Pedro, con los discípulos, con toda la iglesia, es para Jesús ser en el tiempo nuestro lo que es desde siempre con el Padre y el Espíritu Santo. Ellos sienten, piensan y actúan en esa misteriosa unidad que llamamos Santísima Trinidad, dialogando el Uno con los Otros en todo momento y esto es lo que Jesús transmite a sus discípulos, uniéndose en todo a ellos.  Es por eso que funda la Iglesia, la  comunidad, precisamente en ese discernimiento de Pedro que lo hace situarse activamente, como co-protagonista, en medio del actuar conjunto del Padre y de Jesús.

Todo esto para decir que nuestra relación con Jesús no es una relación entre dos individuos. Nada más lejos de la intención del Señor. El estilo de nuestra relación con Jesús es comunitario. Nos relacionamos con Jesús que forma un grupo compacto con los discípulos y las discípulas y todo el pueblo fiel de Dios. Entre Jesús y Pedro está el lugar para encontrarnos todos.

¿Quien dice la gente que soy Yo? Junto con Simón Pedro podemos responder hoy a Jesús: Eres el hijo del Dios viviente, que se ha hecho uno con todos nosotros; eres el amigo de Simón Pedro; eres el Hermano mayor y el Compañero de todas y todos los que te siguieron y te seguimos; eres el Dios encarnado en los pequeños de todos los pueblos que vienes a nosotros en la persona de cada pobre y necesitado.

Bendición y bienaventuranza para todos los que disciernen así!

Diego Fares

Felices los Pedros que se dejan retar por Jesús y tienen así los sentimientos y la mente de Cristo (22 A 2017)

Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén

y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.

Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo diciendo:

-“Dios no lo permita, Señor. Eso no te sucederá a tí”.

Pero El, dándose vuelta dijo a Pedro:

– “Retírate! Ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí una piedra de escándalo, porque los pensamientos con los que juzgas no son de Dios sino de los hombres”.

Entonces Jesús dijo a sus discípulos:

– “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su Cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí la encontrará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? ¿Y qué podrá dar a cambio el hombre para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo a sus obras” (Mt 16, 21-27).

Contemplación

El reto del Señor a su amigo Simón Pedro, que acababa de confesarlo como el Cristo, el Hijo De Dios, no fue un reto así nomás. Fue un reto que lo despegó del mal espíritu que se había apoderado de su ánimo y le enseñó a discernir en su corazón los pensamientos del Padre distinguiéndolos de los del mal espíritu.

“Tus pensamientos no son de Dios”, le dice Jesús. Son “de los hombres”. Este “de los hombres”, el Señor lo usa para decir que son una opinión “demasiado humana”, que no está a la altura del modo de pensar y sentir que el Espíritu Santo trae a nuestra vida.

El Señor contradice fuertemente esos criterios que pueden ser muy de sentido común pero que, en momentos clave, como es este -en el que Él está hablando de la cruz y anunciando que nos salvará mediante su pasión, su muerte y su resurrección-, se convierten en una piedra de escándalo. La clave para discernir los pensamientos que nos vienen es si están abiertos a que los utilice el Buen Espíritu para bien de todos o si tienen algo tramposo que hace que el mal espíritu los utilice para apartarnos de la voluntad De Dios.

Este pensamiento de Pedro, de ir contra la cruz del Señor, es del mal espíritu, lisa y llanamente. Por eso la reacción tan fuerte del Señor.

El primer reto es para Satanás: ve detrás de mí, Satanás! Es un Satanás que ha mezclado sus criterios con los de Simón Pedro y dirige sus buenas intenciones contra Jesús. El Señor lo pesca al vuelo y utiliza el método que los padres del desierto llamaban “antirrético” y que consiste en retar el demonio nombrándolo y utilizando palabras de la Escritura que lo contradicen.

Este método no es muy del gusto de la cultura actual pero es muy eficaz. Eso sí, se puede usar si uno tiene “autoridad espiritual” con respecto a la otra persona. El Señor lo usaba siempre, precisamente porque Él es el Señor y tiene autoridad sobre hombres y demonios y el Padre ha sometido todo bajo sus pies. (Es bueno recordar aquí que, aunque el Señor tiene esta autoridad por ser quien es, quiso sin embargo “ganársela” como hombre, viviendo como uno de tantos y padeciendo la cruz sin utilizar su poder sino ganándonos el corazón con su humildad y su amistad!). Nosotros podemos usar este método de “retarlo al diablo” con nosotros mismos o con alguien con quien tenemos relación de amistad espiritual y que nos pide consejo o acompañamiento. En el caso del Señor y de su amigo vemos cómo Simón Pedro le había dado autoridad sobre sí mismo a Jesús al confesar que era el Mesías y entonces Jesús lo ubica y lo pone en su lugar como un Mesías a su primer seguidor y hombre de mayor confianza en un momento clave de su vida y de su misión.

Lo que tiene que quedar claro es que se trata de un reto especial a una persona especial en un momento especial. No es que cualquiera puede andar diciéndole a los otros “ve detrás de mi Satanás” en cualquier momento. Paradójicamente, en nuestra cultura mediática actual, vemos que este método es muy usado por todo tipo de personas que se demonizan mutuamente por cuestiones políticas. El demonio es el “mono de Dios”, caricaturiza el modo de actuar del Señor y, así como no le gusta que lo “demonicen” a él -más bien le gusta pasar desapercibido, como “un tipo normal” (como lo presenta muy bien la película “La cordillera”)- le encanta hacer que los humanos nos demonicemos unos a otros.

En este tipo de tentaciones, que San Ignacio llama “bajo apariencia de bien” y que describe usando la imagen, muy significativa, de que son tentaciones de “angel de luz”, porque la persona así tentada parece que actúa bajo la inspiración de un angelito cuando en realidad está bajo la influencia de un demonio, hace bien enfrentarlas enérgicamente, “contradiciendo” al diablo de manera explícita, nombrándolo y oponiéndole, a las palabras que nos sugiere, otras totalmente contrarias y que vienen del evangelio. Diciendo, por ejemplo: eso que pensé o que dijo alguno estará muy bien y será muy sensato, pero el evangelio dice algo totalmente contrario.

El efecto suele ser fuerte y la reacción del que está tentado, si no es dócil como Simón Pedro, que por algo lo eligió Papa el Señor, también. Si la persona experimenta enojo ante estos retos evangélicos, se le hace evidente, al menos, que no era un pensamiento angelical el suyo. Es notable cómo se endurece el corazón cuando el evangelio contradice una actitud o un criterio que estaba instalado muy a gusto dirigiendo nuestra vida. El ejemplo típico es el endurecimiento de los fariseos a los que la misericordia de Jesús les hacía rechinar los dientes cada vez que les sacaba a la luz del día alguna actitud muy legal y justificada que los eximía del amor al prójimo. Simón Pedro, en cambio, es ejemplo del que se expone a estos retos del Señor y aprende a discernir “en carne propia”.

Un fruto que me viene al corazón al escribir esto es el de leer el evangelio dejándome retar por Jesús. Cariñosamente, como cuando le dice a Simón Pedro “poca fe, por qué dudaste” mientras le da la mano y lo sube consigo a la barca, o enérgicamente, como en el pasaje de hoy, en que lo manda alejarse y ponerse en su lugar, que es detrás de Cristo y no “delante suyo” (como diciendo no seas más papista que el papa).

Este modo de leer apasionado, afectivo, comprometido, es todo lo contrario de una lectura “moralizante” del evangelio. El Señor no es uno de esos profesionales de las dinámicas de autoayuda que dan recetas en abstracto para el que quiera seguirlas. El Señor es un amigo apasionado que reclama nuestro amor absoluto y nuestra fidelidad incondicional en todo momento porque se ha subido a nuestra misma barca y está tratando de que se suban todos los que corren peligro de naufragar. No le sirven buenos modales ni medias tintas. Quiere gente que esté con él y, si no, que esté en contra. Pero no tibios. Quiere gente que “tenga los mismos sentimientos suyos”, como le dice Pablo a los Filipenses (Fil 2, 5), que tenga la “mente de Cristo” (1 Cor 2, 16), que juzgue con sus criterios y esté atento a los criterios “de los hombres”, que suelen ser muy influenciables.

Veamos alguno criterios que Jesús “consolidó” con su propia vida y que el Espíritu Santo nos recuerda cada vez que el mal espíritu intenta endulzarnos el oído o indignarnos el discurso.

El primer criterio es el de la misericordia, a la que ningún razonamiento, por ético que parezca, puede hacer descender de su primer lugar.

Ese criterio, de poner por sobre todo la Misericordia, lleva al segundo: que es el de abrazar la cruz uno para no cargársela a los otros. Este criterio impide toda solución fácil, de buscar chivos expiatorios y de dividir la vida en bandos, en internas y en malos y buenos. En la medida en que somos un poco más misericordiosos cargamos un poco más la cruz nosotros y aliviamos a los demás.

Nuestro pueblo nos da ejemplo con ese modo de actuar que, como dice el Papa, “resiste pasivamente el mal”, cultivando actitudes amor a la vida, protestando cuando hay que protestar, pacífica y sostenidamente, sin dejar nunca de trabajar y de cuidar a los más pequeños, sabiendo también festejar la vida y la fe cada vez que se puede, mientras se resiste la injusticia.

Estos dos criterios -el de la misericordia como criterio último y el de la cruz como medio e instrumento inexcusable- lleva al tercer criterio, que es el de la esperanza en la resurrección. Actuar esperando que Otro nos resucite es el riesgo mayor, en el que se apuesta todo lo que uno tiene, que es la propia vida.

Estos tres criterios se resumen en uno que más que un criterio lógico es una persona: Jesús. Esto me acerca a Jesús o me aleja de Jesús. Esto es lo que haría Jesús, esto Jesús no lo haría nunca. En esto me juego por Jesús, esto lo hago en Nombre de Jesús. Esto lo hago con Jesús, por Jesús y para él. Esto no lo hago porque Jesús no lo haría…

Diego Fares Sj

Felices los Pedros que necesitan que les confirmen la fe para confirmar a los demás (21 A 2017)

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos

– ‘Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? Quién dicen que es?’

Ellos respondieron:

-‘Unos dicen que es Juan el Bautista, otros, Elías y otros Jeremías o alguno de los profetas’.

– ‘Y ustedes –les preguntó- ‘¿Quién dicen que soy?’

Tomando la palabra Simón Pedro respondió:

– ‘Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo’.

Y Jesús le dijo:

-‘Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre sino mi Padre que está en el cielo.

Y Yo te digo: Tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia,

y el poder de la muerte no prevalecerá sobre ella.

Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos.

Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo’

Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías” (Mt 16, 13-20).

Contemplación

Feliz de ti Simón!

Es la bienaventuranza de la fe.

De lo feliz que hace tener fe en Jesús.

La alegría que da hacerle caso a la fe cuando algo la despierta en nuestro corazón y sentimos el impulso a adherirnos sin peros a una certeza, que tiene que ver con un bien común, con algo que nos hace sentir plenamente humanos.

Algo especial se ilumina en los ojos de Jesús, mientras les va preguntando: “quién dice la gente que soy yo, quien dicen ustedes que soy yo…” y Simón le hace caso a lo que le dice su corazón.

Me pregunto si todos sentimos la voz del Padre cuando nos indica quién es Jesus, cuando nos revela que es su predilecto, el que esperamos, el Ungido…

El Señor dirá que el Padre se hace oír mejor por los pequeñitos y no por los que se complacen en escucharse a si mismos y en escuchar a los que los aplauden.

En todo caso, escuchar la voz del Padre e interpretarla como algo especial requiere ayuda, confirmación.

Esto es lo que hace Jesús con Simón: lo confirma, lo consolida en esa confianza que hace que se juegue y que lo convierte en Pedro, en piedra para confirmar la fe de sus hermanos, de todos nosotros.

Desde entonces, Simón Pedro -siempre con sus dos nombres, como hoy Jorge Bergoglio/Francisco- tiene la misión de confirmar personalmente la fe de los que queremos ser discípulos de Jesús.

Me gusta la idea evangélica de una fe en Jesús que necesita confirmación.

Una confirmación que no viene de la carne ni de la sangre, que no es cultural ni genética, sino que viene del Padre, del Altísimo, del Misericordioso, del que siempre está, estuvo y estará (que es una forma cercana de decir que es eterno).

Nuestra fe necesita esta confirmación de nuestro Padre y Él nos la hace llegar por dos vías, ambas eclesiales: por Pedro y por los pequeñitos del pueblo fiel, infalible en su modo de creer y de vivir la fe en su vida cotidiana.

Una fe que necesita confirmación es una fe pobre, es una “poca fe”.

Una “poca fe” que grita: Señor! Auméntanos la fe.

El plural indica que no se trata de una pobreza individual, de esas de las que uno podría salir por esfuerzo propio, sino de una pobreza que nos orienta hacia los demás, que nos hace salir de nosotros mismos y pedir ayuda. A Jesús , a Pedro y a las personas que vemos que tienen más fe que nosotros.

Volviendo a Simón Pedro, diría que él y todos los que con su nombre propio reciben el nombre de Pedro, solo se entienden desde esta fe. No se los entiende desde categorías meramente políticas, sicológicas, sociológicas…

Si se los elige es porque son gente que se deja confirmar y que se hace cargo de la tarea de confirmar a los demás.

Desde esta perspectiva se puede decir que Simón buscó ser Pedro, quería ser Pedro, fue siempre un Pedro, uno que era piedra para los demás, uno que se dejaba confirmar y que confirmaba a los demás en la fe, ya se tratara de tirar la red una vez más , aunque no hubieran pescado nada en toda la noche, o de caminar sobre las aguas en dirección a lo que para los demás era solo un fantasma.

Desear ser Pedro, desear ser confirmado para poder confirmar, es un deseo que regala el Padre a quien quiere. Suele dárselo a los que se animan a caminar sobre las aguas (y no a los que quieren trepar), a los que se dejan corregir y saben pedir perdón, a los que se juegan por sus hermanos sin miedo a quemarse…

Dejarse confirmar es disponerse a recibir el fruto de una acción conjunta: del Padre que pone a Jesus bajo la Luz del Espíritu Santo y lo transfigura ante nuestros ojos.

Confirmar a los demás también implica una tarea compleja, mas compleja que la que conlleva definir un dogma o escribir una encíclica. Esta es solo una cara, la cara intelectual de la fe. Pero confirmar requiere también acompañamiento, conducción pastoral a lo largo del tiempo, cariño y misericordia para perdonar las caídas, paciencia y fortaleza para iniciar un proceso y llevarlo a buen fin…

Es decir: confirmar en la fe es cosa de Padre.

Va más allá de decirle a un hijo “tienes que hacer esto” o “esto está bien y esto está mal”.

La fe se confirma bancando a los hijos. Hijos que, como Simón Pedro, a veces dicen cosas geniales y otras cualquier pavada, que se tiran al agua porque quieren caminar sobre el mar y después piden ayuda porque se hunden, que se entusiasman y también a veces niegan cobardemente, que se arrepienten y regresan…

Jesus elige a Pedro porque se anima a pasar por todas estas cosas escuchando la voz interior del Padre que le hace ver desde adentro quién es Jesus a quien tiene delante. Confía en el. Fíate. Es mi Hijo. Es tu Amigo, tu Señor, escúchalo: es uno que te puede enseñar, tu maestro (tu director espiritual, tu rabí, tu iman, tu sensei, tu shifu…, como quiera llamarlo tu cultura).

Pero, como decíamos, no se trata de una fe individual sino comunitaria, eclesial. Es una fe misionera, que responde quién es Jesus en medio de la gente y para ir a confirmar a la gente. Una fe que escucha lo que dicen los medios -que Jesus es esto y lo otro-, y dice: para mí Jesus es el Hijo De Dios y esto salgo a anunciarlo y a compartirlo con los demás. En el conflicto de las interpretaciones, la fe resuena -Jesus quiere que resuene- con el tono de voz único y personal de cada uno. El Señor no le interesa sacar un promedio estadístico de lo que la gente piensa de él para que uno se quede con ese tanto por ciento. Le interesan voces que se jueguen por el el cien por ciento. Le interesa lo que yo pienso y elijo cultivar de mi relación con él en lo íntimo de mi corazón, no que yo tenga una opinión promedio acerca de quién es él.

Nadie puede decir Jesús es mi Señor si el Espíritu no le mueve el corazón.

Y el Espíritu no mueve sino corazones que quieren confirmar la fe de sus hijos pequeñitos, de los pobres mas pobres y de los que quieren aprender las enseñanzas del evangelio.

Diego Fares sj

Una Barca en la que no está Jesús y un Pedro que se tira al agua para ir a su encuentro (19 A 2017)

Después de esto, Jesús ordenó a los discípulos: «Suban a la barca y vayan a la otra orilla del lago. Yo me quedaré aquí para despedir a la gente, y los alcanzaré más tarde.» Cuando toda la gente se había ido, Jesús subió solo a un cerro para orar. Allí estuvo orando hasta que anocheció. Mientras tanto, la barca ya se había alejado bastante de la orilla; navegaba contra el viento y las olas la golpeaban con mucha fuerza. Todavía estaba oscuro cuando Jesús se acercó a la barca. Iba caminando sobre el agua. 26 Los discípulos lo vieron, pero no lo reconocieron. Llenos de miedo, gritaron: —¡Un fantasma! ¡Un fantasma!

Enseguida Jesús les dijo: —¡Cálmense! ¡Soy yo! ¡No tengan miedo!

Entonces Pedro le respondió: —Señor, si eres tú, mándame ir a Ti sobre las aguas.

Y Jesús le dijo: —¡Ven! 

De inmediato Pedro bajó de la barca. Caminó sobre el agua y fue hacia Jesús. Pero cuando sintió la fuerza del viento, tuvo miedo. Allí mismo empezó a hundirse, y gritó: —¡Señor, sálvame! Entonces Jesús extendió su brazo, agarró a Pedro y le dijo: —Pedro, tú confías muy poco en mí. ¿Por qué dudaste?

En cuanto los dos subieron a la barca, el viento dejó de soplar. Todos los que estaban en la barca se arrodillaron ante Jesús y le dijeron: —¡Es verdad, tú eres el Hijo de Dios!

Contemplación

Señor, si eres Tú, mándame ir a Ti sobre las aguas.

La frase de Simón Pedro nos enseña algo que él ha aprendido del Señor: para discernir a Jesús de los fantasmas hay que jugarse.

Lo mismo vale para «las cosas de Jesús»: si uno quiere saber si una misión es del Señor, si una obra es de Iglesia, hay que tirarse al agua; ponerse en camino, comenzar a trabajar como voluntario, involucrarse con los otros en un proyecto… Son cosas que, si uno las mira desde la seguridad de su barca, pueden dar miedo. Y el mal espíritu aprovecha el temor para causar confusión, suscitar dudas y robarnos la alegría y la esperanza.

Así fue la tentación que tuvieron los discípulos: al ver a Jesús venir a su encuentro caminando sobre las aguas en medio de la tormenta, el demonio aprovechó su miedo y les hizo ver como un fantasma al que era su mejor Amigo y Salvador. En vez de dar lugar a la gracia más grande de sus vidas, como era la de contar con Alguien como Jesús, y saltar de alegría dejándose llenar del Espíritu Santo, dieron lugar a la tentación, que se sirvió de sus miedos para hacerles proyectar fantasmas. Pedro, sin embargo, al escuchar la voz de su Maestro, mantuvo la cordura y sobreponiéndose al griterío de sus compañeros, centró su corazón en Jesús.

Con la ayuda de Simón Pedro podemos reflexionar y sacar provecho de la escena.

Es una lección sobre los fantasmas y los miedos. Una lección para crecer en el discernimiento, que afirma  lo siguiente: No siempre que uno ve fantasmas y se asusta por la fuerza de vientos en contra y de un mar agitado, se trata de algo negativo. Puede que sea todo lo contrario. Que uno esté viviendo un tiempo de gracia espectacular y que por eso mismo se desaten las tormentas y el mal espíritu quiera aprovechar para tentarnos y meternos miedo.

Pedro resuelve la cosa dirigiéndose directamente al Señor-fantasma (no lo tiene claro del todo y por eso dice: «si eres Tu») y pronunciando una de esas frases que Jesús le enseñó a discernir como «la voz del Padre» (esto no son ideas tuyas sino que esto te lo ha revelado mi Padre).

Sabemos cómo siguió la cosa: el Señor le dijo «ven», Pedro se tiró al agua y allí experimentó de nuevo la tentación del miedo y se le apocó la fe. Pero ya tenía la clave y en el mismo vértigo de estar hundiéndose, gritó «Señor, sálvame», y Jesús, que estaba bien atento a todo el proceso, ahí nomás le extendió su mano salvadora y lo confirmó en su fe inicial, la que le había hecho sentir el Padre: «Se te apocó la fe» -le reprochó cariñosamente-. Por qué dudaste».

Pedro aprendió a fiarse de esa voz interior que invita a dar un pasito hacia Jesús en todas las circunstancias de la vida.

Podemos formular así la lección: en toda situación -de tormenta o de paz, de certezas o de confusión-

la voz interior que te dice «jugate por Jesús», siempre es del Padre,

y el paso concreto que se te ocurre dar para acercarte a Jesús, es del Espíritu Santo.

Eso sí, tenes que saber que estos dos discernimientos son personales. Ni siquiera en el grupo de los doce se tiraron al agua todos. Solo Pedro se animó y luego todos gozaron de los beneficios de que el Señor subiera a la Barca y calmara la tormenta. Allí también ellos se arrodillaron y lo adoraron diciendo «Es verdad, Tu eres el Hijo de Dios». Tuvieron que hacer su acto de fe y discernir su miedo anterior como tentación y corregir su juicio acerca del fantasma.

El Evangelio nos dirá que esta experiencia de sentir que  «a uno le vienen dudas» y que hay cosas que no entiende, se mantendrá incluso ante Jesús resucitado. No hay que extrañarse: Es el Señor mismo el que produce este movimiento de espíritus. Su venir a nuestro encuentro suscita movimiento de espíritus. Su presencia no es para que nos sentemos a mirarla como quien mira la vida por tv. Ante las cosas de Jesús todos sentimos la provocación a dar un paso de conversión en nuestra vida. Ahí sentimos -instintivamente- que se nos mueve el piso y el demonio aprovecha para meter todo tipo de frases e interpretaciones como la de que es un fantasma.

Hagamos un replay y contemplemos de nuevo la escena: los discípulos se encuentran en medio de una tormenta. Hay vientos contrarios, olas y peligro de hundirse. Interiormente sienten que Jesús los dejó solos. Los apuró para que se fueran y le obedecieron, aunque como gente de mar, sabían que se venía una tormenta. La realidad, como se supo después, es que el Señor se había quedado solo rezando por ellos y que, atento al momento justo, había decidido ir a su encuentro caminando sobre las aguas en medio de la tormenta. Algo totalmente impensable. Sin embargo, ahí donde todos actúan de manera lógica juzgando que si alguien viene sobre las aguas no puede ser sino un fantasma, Pedro juzga de otra manera. Intuye que esta locura viene de su Maestro, le hace caso a la voz interior del Padre y se deja conducir por el Espíritu que lo lleva a jugársela para poder discernir: pide a Jesús que, si es él, le mande acercarse caminando sobre las aguas.

Pedro sabe que se discierne caminando, que se discierne experimentando el movimiento de espíritus contrarios, que se discierne metiéndose en una situación de fragilidad que solo Jesús puede resolver, se discierne dando uno un paso adelante. Por eso no se puso a tratar de convencer a sus compañeros de que podía tratarse de Jesús… Pedro se tiró al agua. No le fue de todo bien, porque se pegó un remojón y se llevó un flor de susto. Pero el  Señor lo bendijo.

Hay algunas situaciones que se viven en la Iglesia que se pueden interpretar amplificando los momentos de esta escena evangélica. Me gusta imagina, por ejemplo, algunos momentos (que a veces duran mucho tiempo) en los que Jesús no está en la Barca de la Iglesia. Para meterse en una situación así hay que dejar de lado, por un rato, la idea de que Dios está en todas partes.  En esta escena contemplamos a un Jesús que no se sube a la Barca, que deja que navegue sin Él. El se queda con la gente a la que había dado de comer los panes y peces y a la que quiso despedir personalmente.

Es un Jesús sin su Iglesia, un Jesús que se dedica personalmente a esos «otros rebaños»  que también son suyos.

Un Jesús que se dedica a la gente directamente sin intermediación de los discípulos.

Primero sí, les hizo distribuir los cinco pancitos multiplicados. Pero después los mandó a que lo dejaran solo y se despidió de la gente sin ellos. Y por si fuera poco, subió a la montaña a rezar a solas con su Padre. Aunque desde allí los veía, dejó que se alejaran sin él y que quedaran a merced del viento en contra.

La imagen de la Iglesia como una Barca sin Jesús y en medio de la tormenta. Pienso que algo así fue lo que vivimos en ese espacio de tiempo que medió entre la renuncia del Papa Benedicto y la elección de Francisco.

Cuando es elegido (antes, en realidad, porque eso fue lo que dijo y por eso lo eligieron) Bergoglio discierne que la Iglesia tiene que salir. Discierne que Jesús viene a la Iglesia desde afuera y que hay que salir a su encuentro.

En el evangelio, para los otros discípulos al igual que para  muchos en la Iglesia actual, un Jesús que viene de afuera, de un afuera tormentoso y líquido, como la cultura moderna, es un fantasma. Para Pedro no. Y como prueba, pide que le mande salir de la Barca y caminar sobre las aguas.

Para mí esto es lo que ha hecho y está haciendo el Papa Francisco: ha discernido que Jesús no estaba en la Barca y se ha largado al agua. Le ha pedido al Señor que le mande ir a Él poniéndose en su misma situación: la de uno que camina sobre las aguas. La de uno que no se refugia en definiciones sino que se larga al encuentro con la gente. Y el Señor se lo ha concedido. Y si de vez en cuando se pega un remojón el Señor le tiende la mano, lo ayuda y lo bendice.

Muchos de los que se quedan en la Barca, ahora igual que entonces, no están todavía en el momento en que el Señor y Pedro se suben de vuelta a ella y les permiten tener una misa de acción de gracias y adoración. Muchos están paralizados por sus miedos a dar un paso adelante también ellos y desde la barca piensan: encima que no sabe si es el Señor o un fantasma, este le pide que le mande caminar sobre las aguas y se tira nomás! Veremos…

Este «veremos como sigue la cosa» está detrás de todas las opiniones sobre Francisco, cada vez que se tira al agua, cada vez que «se mete», cada vez que sale al encuentro de un Jesús que ciertamente no está en nuestra barca sino dando de comer y charlando con la gente, rezando al Padre a solas en la montaña, y que viene a nosotros caminando sobre la liquidez de la cultura actual, en la que se han perdido fundamentos y caminos.

El punto para mi y para vos es si nos tiramos al agua con Pedro y Francisco para ir al encuentro de este Jesús, o nos quedamos en la barca a ver programas de periodismo y gritamos y nos lamentamos por los fantasmas en vez de dar el pasito adelante al que nos invita el Señor diciendo «Ven!».

Diego Fares sj

No se trata de que el Señor nos aumente la fe, sino de que nosotros nos ubiquemos como lo que somos: simples servidores (27 C 2016)

simples-empleados

 

Los apóstoles le dijeron al Señor:

«Auméntanos la fe.»

El respondió:

«Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un granito de mostaza, dirían a esa morera que está ahí:

«Erradícate y trasplantate en el mar,» y les obedecería.

¿Quién de ustedes si tiene un servidor para arar o cuidar el ganado, cuando este regresa del campo, le dice:

«Ven pronto y siéntate a la mesa»?

¿No le dirá más bien:

Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después»?

¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?

Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les ordenó, digan:

«Somos simples servidores, lo que debíamos hacer, solamente eso hemos hecho» (Lc 17, 5-10).

 

Contemplación

Jesús estaba diciendo: “si tu hermano peca, repréndelo. Y si se arrepiente, perdónalo” Y si se repite la cosa siete veces por día, perdónalo. Aquí es donde los Apóstoles, a coro, dicen ese “Auméntanos la fe!”.

Mateo alarga un poco el episodio y nos cuenta que Pedro, como veía que el Señor se iba entusiasmando con esto del perdón y quizás notó que alguno de los discípulos ponía cara o hacía algún gesto, fue al frente como siempre y le preguntó como para precisar la cosa: “A ver, entonces cuántas veces tendríamos que perdonar? Hasta siete veces?”.

Me parece escuchar aquí el tono que luego dio lugar a otros tonos (y tonitos) que ponen los que saben teología o derecho canónico o alguna otra ciencia y cuando escuchan hablar del amoor y de la misericooordia bajan la charla de su nivel romántico –por decir una palabra- y le ponen números. Pedro lo hizo por primera vez y se mandó con ese “… hasta siete veces?”, que habrá sonado bárbaro para la línea misericordiosista y demasiado jugado para la línea juridicista.

El Señor respondió lo de “setenta veces siete”. Entonces todos exclamaron -como muchos que leen Amoris Laetitia-: “Auméntanos la fe”.

Ese auméntanos la fe coral suena a como si dijeran: Aceptamos que hables a nivel ideal, pero si realmente querés eso, Señor, entonces la cosa cambia. No nos hagas cargo a nosotros de cosas imposibles. Sos Vos el que tenés que darnos más fe.

Me detengo un poco aquí y hago notar cómo estas exigencias del Señor, que suscitan un diálogo franco con Pedro y los otros, un diálogo en el que el Señor plantea un perdón y una misericordia incondicional, grande, generosa, y los discípulos le expresan lo difícil que es y cómo para algo así necesitarán ayuda, suscita en muchos hombres de iglesia un tercer tipo de postura. Es el de los que aceptan que la misericordia es infinita y también aceptan que para vivir en este mundo y llevar adelante una organización como la Iglesia, lo que hay que hacer es “perdonar, sí, pero con condiciones”. Son los que escuchan la palabra misericordia, pero enseguida van al “si se arrepiente”, y allí se sientan en la cátedra de Moisés y empiezan… con las condiciones del arrepentimiento, que al final son tantas que nunca se puede perdonar no digo siete veces sino ni siquiera una. O sólo se pueden perdonar pequeñeces y no ningún pecado de verdad, ninguna falta ni metida de pata en serio.

Un ejemplo que me quedó resonando en estos días fue una expresión que usó un cardenal muy importante de la iglesia italiana que, hablando del Papa y de lo “innegable que era todo el bien que hacía” dijo (y cito): “Rezo al Señor para que la indispensable búsqueda de las ovejas perdidas no ponga en dificultad las conciencias de las ovejas fieles”.

La frase me pareció terrible, sinceramente. Y más cuanto más inteligente se cree y más consenso tiene y busca obtener en esas “conciencias de ovejas fieles”. Los diarios pescaron inmediatamente la cosa y titularon: “el doble discurso del cardenal…”

Discerniendo, lo de “ovejas fieles vs ovejas perdidas” es una tergiversación de la parábola, ya que consolida precisamente lo que el Señor quiere, combatir, que es la conciencia de los “que se creen fieles y superiores a los demás”. Para ellos cuenta Jesús la parábola: para los fariseos que se escandalizaban de que él comiera con los pecadores, como dice Lucas al comienzo del capítulo 15.

Además, se reduce al absurdo a sí misma, ya que, si alguna conciencia fiel se siente perdida y en dificultad, pasa a ser una “oveja perdida” a la que el Señor irá a buscar con igual cariño que a la otra. Esto es lo que sucede en la parábola del hijo pródigo, que la conciencia del hijo mayor encuentra dificultad en comprender cómo es que el Padre le hace una fiesta al hijo pródigo y el Padre con el mismo amor va a buscarlo y a dialogar con él. Así que con cariño de hijos le decimos al cardenal que rece pero que no haga más este tipo de declaraciones. Que él y todas las ovejas fieles están y han estado siempre con el Señor y que todo lo de la Iglesia es suyo. Pero que es justo hacer fiesta por tantos que estaban lejos de casa y que ahora vuelven y que es bueno alegrarse. Y que esas mismas ovejas perdidas que regresan lo hacen humildemente, saben mejor que nadie que no tienen todos los papeles en regla y no quieren poner en dificultad ni cuestionar a las ovejas fieles, sino recibir el abrazo del Padre y el perdón del Señor.

Bueno, y ahora sigue la respuesta de Jesús a ese suspiro del auméntanos la fe. Si tuvieran fe como un granito de mostaza…

Siempre he interpretado la frase como si el Señor dijera: la verdad es que sí, que necesitan que les aumente la fe, porque no tienen nada de nada. Les bastaría con una fe chiquita como un granito de mostaza… Es decir: se las tengo que aumentar, pero tampoco es que la tenga que aumentar mucho… Bastaría con un poquito…

Sin embargo, hoy leo distinto y me parece que el Señor responde dando vuelta la cosa: no se trata de que Él nos aumente la fe sino de que nosotros nos ubiquemos como lo que somos: simples servidores. Y lo primero de un simple servidor es no andar retrucando al patrón. Como si uno cada vez que el patrón nos manda algo suspirara y le dijera: para eso, primero me aumenta el sueldo y me pone otro que ayude. Si uno dice algo así en un empleo, seguramente le muestran la cola que hay afuera esperando el puesto sin tantas condiciones.

Jesús nos enseña que tenemos que hacer todo lo mandado y más y encima después que hicimos nuestro trabajo y encima perdonamos al otro con la poca o mucha fe que tenemos (que con la gracia suficiente nos basta) debemos decir: somos servidores inútiles. Inútiles en el sentido de simples o pobres servidores.  Esto no lo dice para desvalorizarnos sino para ubicarnos. La fe no es “nuestra fe” sino la fe en Él. En que si perdonamos en nombre suyo Él cambiará a las personas.

No se trata, por tanto, de tener una fe de grandes señores sino de pobre servidores. Por aquí me parece que va la cosa.

El Señor va contra una mentalidad bastante extendida de que para ser cristiano y cumplir con el evangelio uno tendría que ser una especie de Superman, porque que esas exigencias son cosas para los grandes santos. Y en cambio el Señor nos dice que son cosas para simples servidores! Pone la fe al nivel de la obediencia sencilla de los empleados, que naturalmente obedecen y sirven.

Así tenemos que recibir su evangelio y cuando nos dice que perdonemos tenemos que perdonar, como un empleado al que su patrón le dice vos vas a trabajar con este y uno se lo banca aunque no le guste; y si el jefe le dice ahora me trae esto o hace aquello, el empleado obedece, simplemente, porque es un empleado y lo tiene claro. Y al final del día no se hace el héroe porque hizo todo lo que le dijeron sino que simplemente dice “hice mi trabajo. Soy un simple empleado”.

Entonces, de lo que se trata es de valorar bien quién es Jesús y lo que nos dice acerca de cómo debemos obrar cuando obramos en su Nombre. Si Él nos manda que creamos, creemos. Si él nos manda que perdonemos, perdonamos. Sí él nos dice que recemos, rezamos. Y lo hacemos por obediencia. Una obediencia de empleado. De uno que tiene claro no sólo quién es Jesús que nos manda sino quién es uno. Como el centurión –genio- que saca la conclusión de que si a él, sus soldados le obedecen, cuánto más le obedecerá la enfermedad a Jesús y le dice que “basta con que diga una palabra y su siervo quedará sano”. Así nosotros, cuando perdonamos, debemos confiar que con una palabra del Señor, tanto nosotros como la otra persona nos podemos convertir.

Diego Fares sj