Seis retos contra los murmuradores: la bondad no confunde, es la envidia la que es demoníaca y asesina (25 A 2017)

  

Lo que sucede en el reino de los cielos es semejante a lo que sucede con

un hombre -señor de su casa y dueño de una viña-

que salió a primera hora del amanecer a contratar obreros para su viña.

Habiendo concertado con los obreros en un denario por día,

Los misionó a su viña.

Salió hacia la hora tercia (a las 9) y vio a otros que estaban en la plaza desocupados y les dijo:

– ‘Vayan a mi viña y les pagaré lo que sea justo’.

Ellos fueron.

De nuevo salió cerca de la hora sexta y nona (a las 12 y a las 15) e hizo lo mismo.

Saliendo cerca de la hora undécima (a eso de las 17) encontró a otros desocupados y les dijo:

– ‘¿Qué hacen aquí, todo el día sin trabajar?’

Le respondieron:

– ‘Es que nadie nos ha contratado’.

Y les dice:

‘Vayan ustedes también a mi viña’.

Cuando atardeció, el Señor de la viña dijo a su mayordomo:

‘Llama a los obreros y dales el jornal comenzando por los últimos hasta llegar a los primeros’.

Y viniendo los de la hora undécima recibieron cada uno un denario.

Al llegar los primeros, habían calculado que recibirían más,

pero recibieron ellos también cada uno un denario.

Recibiéndolo murmuraban contra el Dueño de la viña diciendo:

-‘Estos últimos trabajaron sólo una hora y los igualaste a nosotros, los que hemos soportado el peso del día y el calor’.

El, respondiendo a uno de ellos, le dijo:

– ‘Amigo, yo no te hago ninguna injusticia a ti. ¿No te concertaste conmigo en un denario? Toma lo tuyo y vete. Si yo quiero darle a este último lo mismo que a ti ¿no puedo hacer con lo que es mío lo que quiero? ¿O es que tu ojo es envidioso por culpa de que yo soy bueno?’.

Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos (Mt 20 1-16).

 

Contemplación

El comienzo de estas parábolas tiene una fórmula aramea que se traduce:

“Lo que sucede con (el reino) … es como (lo que sucede) con…”.

Las parábolas de Jesús van siempre directo a un punto dramático. Cuál es el drama aquí? El drama es que a un hombre bueno, una murmuración que se hace por lo bajo, le pone en cuestión todo su modo de proceder. Y él no lo permite. Reta severamente al murmurador envidioso y reafirma su bondad. No deja que una murmuración manche y amargue lo que fue una jornada hermosa de trabajo en su viña, de contratar gente y de pagar generosamente.

Hay que tener en cuenta el momento particular en el que se sitúa la parábola. En el pasaje anterior, el joven rico se había alejado de Jesús, triste y sin haber recibido en su corazón la mirada de amor que Jesús le regaló. La reflexión que el Señor hizo a continuación, acerca de lo difícil que es para los ricos entrar en el Reino de los Cielos, causó desconcierto y confusión entre los discípulos. Quién podrá entrar a este reino, decían. Simón Pedro, como siempre, fue el que se animó a sacar lo que tenía adentro: y nosotros, que lo hemos dejado todo (que hemos trabajado desde el comienzo…) que recompensa tendremos?. Jesús promete el ciento por uno y la vida eterna e, inmediatamente, cuenta la parábola de “los trabajadores de la viña”.

La llamo así pero hago notar que los títulos, como el del “hijo pródigo”, no suelen hacer justicia plena a las parábolas. Como en las películas, lo importante es que el título ayude a entrar en el drama no que sea una frase general que “resuma” abstractamente toda la película. El asunto en una parábola del reino es que el título que le pongamos en cada situación, sirva de ayuda para “meternos en lo que está en juego”, para entrar en la parábola como uno que entra en territorio santo, en una parcela del Reino de Dios. La parábola es palabra viva y meterse en ella es vivir durante el tiempo que dura la contemplación en el mismo Reino de Dios.

Releamos, pues, la parábola centrándonos en el detalle del “reto al murmurador”. Este detalle es significativo desde el momento en que los seis retos se narran tan prolijamente como las cinco salidas del dueño a contratar obreros para su viña. Escuchemos:

Lo que sucede con el reino de los cielos… es como lo que sucedió con un hombre Dueño de una viña que salió a contratar obreros… y cuando le pagó a los últimos el jornal completo igualándolos a los primeros, algunos murmuraron y se le quejaron. Entonces él le dio seis retos contra la envidia diciéndole:

‘Amigo, … yo no te hago ninguna injusticia a ti.

2º ¿No te concertaste conmigo en un denario?

3º Toma lo tuyo y vete.

4º Si yo quiero darle a este último lo mismo que a ti

5º ¿no puedo hacer con lo que es mío lo que quiero?

6º ¿O es que tu ojo es envidioso por culpa de que yo soy bueno?’.

Si leemos esto como continuación de la respuesta a Simón Pedro, que preguntaba por su parte de recompensa, sentimos varias cosas. La primera, que este murmurador no es un ser despreciable, un envidioso ajeno al grupo de amigos, sino que puede ser Pedro mismo, los discípulos, los cristianos de bien, los más cercanos al Señor, cualquiera de nosotros…, en definitiva: yo. Ese que se escandaliza de que el Señor trata a “un último como a un primero”, soy yo. Y lo soy cada vez que una “murmuración” –propia o insinuada por otro (por los medios)- me hace nacer una indignación “religiosa” ante algún gesto de bondad concreto.

Por eso puede hacerme bien aplicarme como una cura estos seis retos del Señor cada vez que la envidia anida en mi corazón con alguna comparación odiosa.           La envidia del jornalero es la misma que le hacía decir a los fariseos: mirá con qué gente se junta Jesús. Come con los pecadores. Recibe al corrupto de Mateo (que al final fue el que escribió este evangelio que estamos leyendo). Se deja ungir con los perfumes de la pecadora… Y esa envidia tan sórdida es la mismita misma que otras, aparentemente más inofensivas, como la que le lleva a Pedro a calcular qué le tocará a él, a ellos, o la que llevará en la escena que sigue a la madre de los Zebedeo a pedir un puesto para sus hijos suscitando la reacción de los demás. Son todas la misma envidia. Y la envidia es asesina. En cualquiera de sus formas.

Por envidia, dice la Biblia, entró el diablo en el mundo. Por la envidia entra el diablo en mi corazón y en el tuyo. Con otras cosas el mal espíritu “nos saca”, pero por la envidia “nos entra”.

Por la ira nos saca, nos hace insultar o maltratar… pero como el fruto se exterioriza y uno ve el desastre que hizo o el mal efecto que causo, se siente mal y puede pedir perdón. Con la envidia, en cambio, uno se justifica y hasta se siente justo por tener sentimientos tan nobles y compartidos por todos, de que es algo bueno pagar más al que trabajó más y no a los vagos. Y con ese sentimiento justo hasta se le anima a Jesús. Con buenos modales, por supuesto, pero uno dice “en esto, Señor, no estoy de acuerdo con vos”. Y sale la frase: “has igualado a estos con nosotros”.        Es una frase molde. Aquí los términos de comparación son “estos últimos que trabajaron sólo una hora y nosotros, los que hemos soportado el peso del día y el calor”. (No deja de tener su sutileza la comparación. Sicológicamente nos habla de uno que estuvo “masticando” envidia todo el día. Que el primer gustito amargo lo sintió, no con los últimos sino con los que vinieron segundo y luego con los del mediodía… Y así, su envidia fue creciendo a medida que crecía el día y se hacía sentir el sol.

La envidia no es un sentimiento puntual, es una tentación que se cocina al fuego lento de las comparaciones retorcidas de quien no goza con lo que tiene y está siempre mirando de reojo lo que tienen los demás).

Ese “los igualaste a nosotros” es una piedra de toque que divide la entera historia de la humanidad. La divide entre los que se alegran cada vez que el Señor “iguala a nosotros” a alguno más humilde y los que se retuercen de envidia.

Los que se alegran son como nuestra Señora, la humilde servidora, que se alegra en su alma al ver cómo Dios derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes (no subiéndolos al trono del que derribó a los otros, sino igualando las sillas).

Aquellos a los que se les ensombrece la mirada son (podemos ser en algún momento) gente de todo tipo. La envidia tiene mil matices y grados. Siempre me sorprende ver cómo la envidia puede hincar su raíz en la mirada de un niño pequeño, cuando saca la vista de su juguete y al ver un juguete igual en manos de otro niño, siente ese tirón en el ojo que lo impulsa a querer arrebatárselo. Siempre me hace sentir mal cuando siento que la envidia tiñó mi corazón por un momento al ver que aplaudían a un amigo… Desearía que no existiera ni la sombra de un sentimiento así y me disgusta tener que echarla, porque el que haya entrado significa que alguna puerta abierta tenía.

Sin embargo, hay que rechazar su invitación con firmeza pero amablemente, sin inquietarse. Porque entra por la capacidad comparativa del ojo humano, que es parte esencial de la inteligencia. Lo que es maligno es ese pase mágico demoníaco que insinúa que el bien del otro es mal para mí. Nunca y por nada del mundo hay que aceptar esta falacia. Contra esto va tan fuertemente Jesús en la parábola: “que yo sea bueno no puede ser la causa de que tu ojo sea envidioso”.

El bien no puede ser causa del mal! Buscá en otro lado el motivo de tu envidia. Quizás es que se te fueron subiendo los humos y de golpe caes en la cuenta de tu realidad. Pero no tienes que hacer como Caín, que envidió a su hermano Abel y lo mató, en vez de corregir su propio egoísmo (si es que el problema fue que no le ofrecía lo mejor suyo a Dios sino algo de menor calidad).

La parábola del hombre que contrata a toda hora y paga a los últimos igual que a los primeros nos viene a decir que Dios es Bueno por encima de toda medida y que esta bondad de ninguna manera es la causa del mal. La envidia de la gente de bien de la época de Jesús no venía de que el Señor recibiera a los pecadores. La envidia les venía del demonio que se les había metido por algún lado en su propio corazón (por la idea de una justicia rígida que terminaba excluyendo a los demás).     Es cuestión de vida o muerte esto de discernir que la envidia no es natural. Hay una puerta natural –la capacidad comparativa- que está siempre abierta y no puede no estarlo porque equivaldría a cerrar la inteligencia a la objetividad. Por ella puede entrar la envidia. Pero la envidia –el entristecerse y rabiar por el bien de otro- no es natural. Coagula por un plus de veneno que agrega el demonio. La envidia es demoníaca y hay que rechazarla como tal. Apenas uno siente que se le mezcló como si fuera lo más natural del mundo insinuando que el bien del otro es algo malo para uno, hay que rechazarla con un “sal de aquí, Satanás”. Aquí hay que sacar a relucir los seis retos del Señor y decirle al demonio que nos quiere hacer murmurar contra el bien:

‘Amigo, nadie me hace ninguna injusticia a mí.

2º ¿No me concerté yo con el Señor en un denario?

3º Yo recibo lo mío y me voy contento.

4º Si el Señor le quiere dar a este último lo mismo que a mí

5º ¿no puede hacer con lo que es suyo lo que Él quiera?

6º ¿O es que mi ojo va a ser envidioso por culpa de que Dios sea bueno?’.

Y así, uno tiene las respuestas para acallar cualquier tentación de murmuración envidiosa que el mal espíritu le sugiera. Cada uno puede elegir a alguien que por algún motivo le haga sentir estos despuntes de envidia (digo elegir a alguien porque nadie le tiene envidia a todo el mundo sino que es una tentación muy personalizada) y aplicar la curación de los seis retos al demonio de la envidia, hasta que se ponga verde y se vaya.

Diego Fares sj

 

A Dios lo encontraremos a mitad del camino que emprendimos para ir ayudar a un necesitado (15 C 2016)

Campamento de Dabaad.jpg 

Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba:

«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?»

Jesús le preguntó a su vez:

«¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»

El le respondió:

«Amarás al Señor, Dios tuyo, de todo corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo.»

«Has respondido exactamente, le dijo Jesús; actúa así y vivirás.»

Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: «¿Y quién es prójimo mío?»

Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió:

«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, se sintió movido por la misericordia. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a una hospedería y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño de la hospedería, diciéndole:

«Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver.»

¿Quién de estos tres te parece que se volvió cercano al que cayó en manos de los ladrones?»

«El que puso en obras la misericordia que sintió por él», le respondió el doctor.

Y Jesús le dijo:

«Ve, y pon en práctica obras similares» (Lucas 10, 25-37).

Contemplación

            El “Qué debo hacer” lo sabe el Antiguo Testamento, el Nuevo y también todo hombre de buena voluntad de cualquier religión o creencia que tenga. Por eso Jesús felicita al Doctor de la ley por la respuesta, aunque le agrega algo que da un sabor de sana ironía a la felicitación. Le dice: “actúa así y vivirás”. Es decir: al Señor le interesa la vida más que las definiciones. El es uno que se fija en las acciones y en los gestos concretos de los hombres, esos gestos en los que se ve que el Amor a Dios y al prójimo se encarnaó de veras. Por eso la segunda pregunta -quién es mi prójimo-, el Señor no la responde con nuevas fórmulas abstractas sino narrando una parábola.

A esta parábola (y a las demás), cuando le ponemos un solo título, las mandamos de vuelta al ámbito de la abstracción: Esa ya la conozco, nos decimos: es la parábola del buen samaritano.

Pero las parábolas son como la vida: un camino que hay que recorrer entero y de vuelta cada vez : “Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó…”. En las buenas parábolas, cada frase puede ser el título.

La que responde a la pregunta “quién es mi prójimo”, podemos titularla, por ejemplo: “La parábola del hombre que cayó en manos de unos ladrones que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto”. Podríamos contemplar cómo ese hombre medio muerto del evangelio son hoy 700 millones de personas (el 9,2% de la población mundial) que viven bajo el umbral de la pobreza (no logran limosnear  2 dólares por día).

Otro título puede ser: “La parábola de los ladrones que despojaron a un hombre de todo, lo hirieron y se fueron”. Podemos contemplar en ella a ese hombre que se nos acerca para robar y matar. Caer en la cuenta cómo hoy en día los ladrones ni siquiera tienen que robar personalmente: el sistema permite que haya 62 personas que sean dueñas de tanto dinero como la mitad de la población mundial.

También puede llamarse: “La parábola del que casualmente bajaba por el mismo camino: lo vio y siguió de largo”. Podemos contemplar así la globalización de la indiferencia, que hoy tiene algo distinto a la época de Jesús, ya que no es más “casualmente” que uno se encuentra a los asaltados. Nadie puede caminar por ningún lado ni encender la tv sin que aparezca alguien tirado al costado del camino.

Contemplar la vida con los ojos de la parábola es un ejercicio de poner el título que la hace real y conmovedora para mí. Sea porque me dejo tocar el corazón por la humanidad descartada, sea que me indigno ante la iniquidad del sistema, sea porque me confieso de las veces que pasé de largo… o porque me dispongo a salir al día con el corazón samaritano.

….

Algo ha cambiado en nuestra época. Creo que hoy no preguntaríamos a Jesús quién es mi prójimo (aunque igual nos viene bien que nos lo narre, porque a veces el rostro del prójimo se nos esconde detrás de estadísticas y de imágenes virtuales que no nos conmueven). Más bien le preguntaríamos: ¿Qué hace Dios para salvarnos?

Jesús responde en el Evangelio con parábolas, no con definiciones. Están, por un lado, las parábolas clásicas que nos cuentan cómo es Dios.

Está la que nos cuenta que Dios es como un padre que nos ama con todo el corazón como a sus hijos pródigos…

Está la parábola que nos cuenta que Dios es como un Padre de familias que ama con todas sus fuerzas a su Viña y que por eso sale hasta la última hora a contratar trabajadores que le ayuden con su cosecha…

Pero está también esta, la del Buen Samaritano, en la que Dios no aparece.

Y esta es su genialidad.

Es la señal de que Dios nos ama con toda su mente. Por eso se le ocurrió esto tan inteligente de que lo descubramos nosotros como Dios-Samaritano, al contarnos la historia de un buen samaritano cualquiera.

La parábola del buen samaritano nos ayuda a descubrir no sólo al prójimo humano sino también a un Dios-prójimo, a Jesús.

Para esto tenemos que considerar el detalle de que no aparezca en la parábola como una señal de su delicadeza.

Aparecen, eso sí, las cosas que él hizo por nosotros:

Él es ese que nos vio de lejos, como a la oveja perdida.

Él es el que se compadeció de nosotros, viendo que andábamos como ovejas sin pastor. Él nos vendó las heridas y curó con su aceite nuestras enfermedades.

Él nos cargó como una cruz sobre sus espaldas y se hizo cargo de nuestra convalecencia. Él pagó todo y prometió volver para pagar lo que faltara…

También podemos verlo escondido en las cosas que el hombre padeció, en lo que 700 millones de hermanos padecen cada día…

Él es el que está enfermo, el que tiene hambre, el refugiado que huye, el que necesita consejo y consuelo porque está triste y desorientado.

Jesús responde quién es Dios en acción, y lo hace igualándose con nosotros, tanto en lo que hacemos por los demás como en lo que padecemos.

La parábola de los que cayeron en manos de unos ladrones que los despojaron de todo, los hirieron y se fueron, dejándolos medio muerto

Charlando con mis amigos en situación de refugiados del Centro de San Saba, lo que más me impacta es que al comienzo parecen solos y luego de un tiempo, largo, en que se crea una relación de más confianza, aparece la familia. Aparece el rostro de un pequeñín en la pantalla del celular; aparece una historia de familia que quedó en su patria y a la que ellos buscan ayudar desde acá. Los heridos al costado del camino no son solo los 15,4 millones de refugiados de las estadísticas. Detrás de cada una de esas personas hay una red familiar rota que queda en medio de pueblos devastados por la guerra. El herido al costado del camino son hoy pueblos enteros, millones de familias. La mayoría son personas jóvenes (los más viejos no llegan a huir), llenas de capacidad de trabajar y de formar familia, que viven con poca esperanza –dejando correr el tiempo, decía uno- en lugares de tránsito. Desde lugares acogedores que albergan a algunas decenas de personas hasta esos campamentos como el de Dadaab en Kenia, en el que las carpas que cobijan a más de 400.000 personas, se pierden de vista en las fotos que sacan desde el aire.

Nos conmueve esta imagen de pueblos enteros que han sido asaltados, apaleados y que están tirados al borde del camino. Y si queremos “ver” a Dios, no hay otra imagen mejor y más verdadera que la de un Jesús que se conmueve en las entrañas al ver a estos pueblos, al ver el rostro de cada niño, de cada mamá, de cada papá, de cada abuela y abuelo tan lastimados y abandonados y con tantos sufrimientos.

La parábola de los ladrones que despojaron a un hombre de todo, lo hirieron y se fueron

Los datos económicos muestran que detrás de los prójimos apaleados por las guerras están los ladrones. La violencia no se expande en guerras interminables sino donde hay dinero que robar. Apenas uno se informa un poco, lo primero que sale es la complejidad  de las guerras en las que están envueltos los países de origen de los refugiados. Siria y los dos Sudan, por ejemplo, tienen el mayor número de refugiados. Este año han llegado a 5 millones los refugiados sirios. La paz parece imposible de lograr. Detrás del gobierno está Rusia, detrás de los rebeldes moderados (¡!) está EE.UU. Y para castigo de ellos, aparece el ISIS, que está en contra de todos. La imagen complicada se simplifica cuando un ve que Siria es rica en petróleo, gas natural y otros minerales estratégicos. Lo mismo pasa con Sud Sudan: con una mayoría católica se separó del Sudan del norte, que tiene mayoría musulmana, pero solo para caer en una nueva guerra civil entre sus tribus principales. Curiosamente, el país más pobre del mundo en este momento, es un país rico en petróleo.

Hay que contemplar bien la lógica de la violencia y de la guerra, que deja apaleados a los humildes. Detrás de la lógica de la violencia actúa la lógica del dinero, que es la avaricia. En cambio, detrás de la lógica del cuidado, de la ternura y del respeto, actúa la lógica del desprendimiento y del don.

Aquí sí sirve un silogismo a nivel muy personal: mis agresiones se activan por avaricia (de dinero, de poder o de fama), son funcionales a los dueños del dinero, del poder y de la fama y dejan sin atención a algún pobre que necesita mis energías para ayudarlo.

La parábola de los que casualmente bajaban por el mismo camino: lo vieron y siguieron de largo

En la parábola, los que pasan de largo son un sacerdote (clero alto) y un levita (clero bajo). Hoy nuestra sociedad está más diversificada. Pero lo de alto y bajo sigue en todos los niveles. El sacerdote y el levita podrían ser hoy un Funcionario de alto rango y otro de menor jerarquía, sea de una Empresa o del ámbito estatal o eclesial. Las jerarquíade hoy no son solo religiosas, aunque la actitud de los que pertenecen a ellas en algún grado de la escala jerárquica, sea la de servir con una entrega religiosa que los vuelve indiferentes a las personas más necesitadas. Lo que la parábola nos viene a decir es que la única religión es ayudar a los pobres.

No se pueden tener “actitudes religiosas” en actividades profanas. Choca que un banco reine un “silencio religioso”. Es la prueba de que el dinero es un dios.

No puede ser que a los militares o a los políticos se les tenga “obediencia debida”, como si fueran dioses.

No puede ser que se sacrifique gente por el bien de la Empresa, como si fuera una diosa.

En el único ámbito donde puede y debe reinar una actitud religiosa es en el cuidado de los más pobres.

Solo allí se debe hacer “liturgia”. La liturgia de un hospital de campaña, que cura heridos sintiendo que son sagrados.

La liturgia de un hogar que sirve el desayuno y el almuerzo a los que están en situación de calle como si celebrara una misa.

La liturgia de una casa de la bondad que atiende a los enfermos, con el cariño y la dedicación con que se da el sacramento de la unción a los enfermos.

Lo religioso no es mirar a un Dios abstracto que saldría como el sol por el este geográfico, sino “mirar a Cristo en el prójimo pobre”.

Sólo sobre esa revelación –tuve hambre y me diste de comer- se debe hacer Teología, para reflexionar sobre la esencia divina de un Dios encarnado que se hace pobre concreto.

Solo sobre esos deberes –los de las obras de misericordia-, que son lo único de lo que se nos pedirá cuenta, se debe hacer Moral, y lo más detallada posible, estableciendo cuantas proteínas y cuanto tiempo de sonrisas y juegos necesita un bebé para desarrollarse bien y cómo se traduce eso en el sueldo de los papás.

Sólo sobre esa misericordia se debe hacer Derecho Canónico, para establecer los mil cánones que valoren con toda precisión los gestos con los que se hace cargo de un herido un buen samaritano y los cánones que condenen con toda precisión los modos que tienen para pasar de largo los funcionarios de alto y bajo rango que hacen de sus ocupaciones una religión.

La respuesta de la parábola es clara. Jesús responde quién es mi prójimo:

el Dios prójimo que se nos acercó y tuvo compasión de nosotros,

el prójimo Dios herido al que nos tenemos que acercar

y el prójimo buen samaritano y hospedero en el que nos podemos convertir.

La parábola del Buen Samaritano nos invita a simplificar: a Dios lo encontraremos a mitad del camino que salimos a recorrer para ayudar a los necesitados.

 

Diego Fares sj