Las limosnas del Bautismo del Señor (C 2019)


      Como el pueblo estaba expectante y todos se preguntaban en su corazón acerca de Juan, si no sería el Mesías -el Cristo-, él respondió diciendo a todos: «Yo los bautizo en agua; pero viene el que es más fuerte que yo, al cual yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; Él los bautizará en Espíritu Santo y fuego».

Y aconteció que, cuando el pueblo se hacía bautizar, habiendo sido bautizado también Jesús, y estando en oración, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió en figura corporal, a manera de paloma, sobre Él. Y una voz vino del cielo: «Tú eres el Hijo mío, el Predilecto, en Ti me he complacido»   (Lc 3, 15-16. 21-22).

Contemplación

     La Palabra que me afecta hoy es ese «estando Jesús en oración». Luego de la experiencia de ser bautizado, Jesús se pone en oración. Es oración de súplica. Jesús pide, suplica, con actitud de reverencia, de adoración (todo esto significa «proseuchomai» en griego). Y en esa oración acontece lo nuevo: se abre el cielo -que la tradición dice que había estado cerrado desde que Adán y Eva fueron echados del paraíso, al que Dios bajaba todos los días desde un cielo abierto. Se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajó sobre Jesús, como bajan y se posan las palomas, con cierta paz y mansedumbre de movimientos, y vino también del cielo la voz del Padre (aunque no lo dice, aunque dice «una voz» no puede ser otra que la del Padre porque habla de su Hijo amado): Tú eres el Hijo mío, el Predilecto -agapethos-. En ti me he complacido».

Tomadas estas palabras en ese preciso momento, lo que le ha complacido al Padre es que Jesús esté rezando luego de haberse hecho bautizar, junto con toda la gente del pueblo, como uno más, insertándose en la historia al sumarse a lo que le había sido mandado a Juan el Bautista. 

Mateo dice que Juan se resistió al comienzo, pero Jesús lo frenó y le dijo que «en ese momento» lo dejara hacer las cosas así. Es que no se trataba de una cuestión personal, de quién era más digno de bautizar, sino que Jesús lo que estaba haciendo era «vivir» un momento de ruptura y de cambio total en la historia. 

Allí, en medio de la gente, siguiendo los ritos y las costumbres comunes, lo que aconteció fue que el cielo se abrió de nuevo y se restableció una corriente de comunicación y de gracia entre ese hombre Jesús, el Espíritu Santo y el Padre. 

Esto es lo nuevo y acontece en el espacio de la Oración de Jesús. Es una oración de súplica, el Señor suplica: es «una limosna de oración». 

Limosnear es una actitud en la que lo que se pide coincide con lo que el otro quiere dar. Uno no se enoja (aunque a veces pasa, si damos muy poco) al ver lo que el otro nos da. Porque precisamente pedíamos eso, una limosnita. Los mendigos eligen a veces pedir la moneda más chiquita, diez centavos, -dicen-, y achican más: cinco centavitos… Como diciendo, denme lo mínimo, lo que ni siquiera usarán, eso es valioso para nosotros, los mendigos. 

Esa es la actitud de Jesús, la de ponerse a suplicar. Luego de haber hecho la fila como todos y de haberse hecho bautizar por Juan como uno más, encima inclina la cabeza y con actitud de reverencia y de adoración, se pone a suplicar. 

Y allí se desencadena todo: en un instante sucede todo lo nuevo, que el Espíritu desciende sobre Jesús, lo unge y lo inviste con la misión, que será la de anunciar el Evangelio a los pobres y de liberar a su pueblo, y el Padre lo acaricia con su mirada de Amor como la de un Padre por su Hijo predilecto, un Padre que se siente orgulloso de su Hijo y le complace todo lo que hace, cómo comienza a actuar en medio de su pueblo, en medio de la historia que se vuelve, ahora sí, plenamente, historia de salvación para todo el que se adhiera con la fe a este Jesús que todo lo hace nuevo.

El Bautismo del Señor en el humilde río Jordán, limosneado también a Juan, que no se lo quería dar porque le parecía poco, es espejo de su Bautismo en el río del cielo, en el torrente de Agua viva del Espíritu que desciende sobre Él. 

En esta actitud del Señor tenemos que fijar la mirada y el corazón, para que se nos adhiera con todo su afecto. Contemplá la humildad de Jesús que reza y te abre una manera nueva para que puedas aprender a rezar. Suplicale a Dios que te de una limosna de oración. Suplicale una limosna de tarea. La tarea que Él desea que hagas, pero no se la pidas como si fuera «La misión entera» sino solo «diez centavitos de tu misión». Para que luego de un tiempo -de unos días, unos años o un ratito nomás- le puedas pedir de nuevo «otros diez centavos» y así irás viviendo del pan de la misión de cada día. Pedile una limosna de alegría, de la alegría perpetua, esa que nadie te va a poder quitar ni arruinar, pero recibida en gotas homeopáticas, recibida en una jarra de agua fresca, recibida, la alegría, como el momento de festejo en medio de la partida, porque, como dice el Papa, es parte del protocolo del buen combate espiritual, que te pares un momento a festejar cada punto de victoria, cada vez que el Evangelio dio un paso adelante en tu vida. Rogale que te de una limosna de sacrificio también, por qué no. Cuando le pedís la gracia de ser más fuertes, solés arruinarla pidiendo un espíritu de sacrificio que te queda como un vestido cuatro talles más grandes, en vez de pedir cinco centavos de espíritu de mortificación que te alcance para renunciar solo en este momento a un pequeño bien para compartirlo con otro que necesita más. Suplicale una limosna de fidelidad, la que te alcance para ser fiel aquí y ahora, y te quede un vuelto para volver a pedir otra limosna de la misma fidelidad.

Esta oración de Jesús recién bautizado es «la gracia». Fue un momento nomás, porque la respuesta tan inmediata y exuberante de las otras dos Personas de la Trinidad fue tal, que dejó atrás el gesto del Señor. Pero Lucas lo notó y lo anotó: «estando en oración», dice, y en ese gesto cabe todo. 

Lafrance tiene una «fórmula» para hacer esta oración de súplica. Es importante pedir bien. Yo a veces, cuando escucho pedir a algunos pobres, especialmente a las mujeres con un bebé en brazos que gimen y alzan la voz lastimeramente en el subte, con un tono de voz y unos argumentos que violentan mi decisión porque me remueven todos los sentimientos más básicos, siento que desearía «enseñarles a pedir de otra manera». Pero veo que eso que en la mayoría que ya las sintió causa rechazo, en otros turistas que recién llegan, los lleva a dar. Se ve que los mendigos tienen estudiada la cosa y hacen el promedio y este sistema les resulta. 

Bueno, lo mismo, pero al revés. Si a Jesús le resulta «ponerse en oración de súplica» al Espíritu y al Padre, no hay por qué pensar que no sea eso lo mejor y aquello en lo primero que lo tenemos que imitar. En vez de querer imitarlo en su Pasión, o en su capacidad de conmoverse con los pobres y enfermos, o en su dominio de sí y en su radicalidad para vivir las cosas sin mirar atrás ni dejarse desviar de su misión, todas cosas que nos resultan imposibles no solo de vivir, sino que hasta nos da miedo pedir, podemos comenzar por imitar al Señor en esta actitud suya de súplica y aprender de Él cómo pedir.

 Lafrance, decía, toma del evangelio esta súplica, esta «limosna de oración»:

 Padre, en nombre de Jesús, tu Hijo predilecto, danos tu Espíritu Santo. Una limosna de tu Espíritu, agrego yo, humildemente, como si se pudiera pedirlo así. Creo que el mismo Espíritu nos da señales de que podemos pedirlo de esta manera, como en cuotas, de a moneditas. Digo que nos da señales al dársenos repartido en siete dones y muchos tipos de «frutos»: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (Gal.5:22,23).

El Espíritu se comunica a cada uno dándole un carisma particular, para el bien común. Dar a cada uno un carisma es como decir que se da «por partecitas», de a gotitas, haciéndose a la medida de nuestra mano, a lo que cabe en nuestros cortos deseos y en nuestras pequeñas expectativas humanas. 

Les comparto mi traducción de la oración al Paráclito -que vendría a ser «El que siempre pasa por el lugar existencial donde le estamos mendigando algo a la vida»- , hecha con este espíritu de mendigo, de uno que desde los 17 años siempre que ve a un mendigo se acerca y mientras le da una monedita e intercambia algunas palabras de respetuoso cariño, intenta aprender algo de ese que es uno de los predilectos del Padre.

Ven, Creador Espíritu Santo, visita el alma de los tuyos y llena con las gracias de lo alto el pecho de los que Tú creaste. Tú, llamado el Paráclito (el que siempre está al lado, para darnos una mano). Tú, Don del Dios Altísimo, Fuente viva, Fuego, Caridad, Unción espiritual. Tú, que te nos das de siete maneras, Dedo Índice de la Mano del Paterna, a Ti, solemnemente prometido por el Padre…, que conviertes en Palabra nuestros gemidos: enciende de Luz los sentidos, infunde Amor en los corazones y fortalece nuestra debilidad corporal con una Virtud perpetua. Lo que más deseamos es: que repelas lejos al enemigo, de modo tal que, con tu paz y tus dones, siendo Tu nuestro Conductor en adelante, podamos evitar previamente todo lo nocivo. Que por Ti sintamos al Padre y también conozcamos al Hijo y En Ti, que de uno y otro eres el Espíritu, creamos con fe en todo momento.

Pd. El cuadro del Greco capta justo el momento: el Espíritu desciende como un rayo desde el Padre y se vierte en las gotas de Agua que Juan derrama sobre la cabeza de un Jesús que reza con las manos juntas.

Diego Fares sj

La misericordia es del Espíritu Santo (Pentecostés C 2016)

 

Trinidad-Misericordia (1)Siendo, pues, tarde aquel día, el primero después del sábado, y estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por miedo a los judíos, vino Jesús y se presentó en medio de ellos, y les dice:

¡La paz esté con ustedes!

Y diciendo esto, les mostró sus manos y su costado.

Se alegraron los discípulos al ver al Señor.

Entonces Jesús les dijo de nuevo:

¡La paz esté con ustedes! Como me ha enviado a mí el Padre, también Yo los envío a ustedes. Y al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:

Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados y a quienes se los retengan les quedan retenidos (Jn 20, 19-23).

 

Contemplación

En el año de la Misericordia, retomamos la frase de San Ireneo que dice así: “El Señor encomendó́ al Espíritu Santo al hombre que había caído en manos de ladrones y del que se compadeció́, vendó sus heridas y le dio dos denarios: para que, recibiendo por el Espíritu la imagen y la inscripción del Padre y del Hijo, hagamos fructificar el denario que se nos ha dado, y lo devolvamos multiplicado al Señor” (San Ireneo).

San Ireneo identifica al “hospedero” de la parábola con el Espíritu Santo! Hospedero en griego es el que recibe bien a todos (pandojei). El Espíritu es el dulce Huésped del alma y cuando nosotros lo hospedamos bien a Él, Él se convierte Hospedero nuestro.

San Ireneo agrega un detalle: las dos moneditas que deja el buen samaritano, el Hospedero-Espíritu Santo nos las da a nosotros (que somos ese herido que fue tratado con misericordia y compasión) para que las hagamos fructificar y las devolvamos con intereses al Señor cuando vuelva.

Son las dos moneditas para recibir bien a todos, las monedas de la misericordia.

Esta forma de rezar de Ireneo, uniendo parábolas, es una gracia del Espíritu, que nos va recordando toda la Escritura y todas las cosas de Jesús. Lo que sí hay que tener claro es que todo lo que nos recuerda está puesto en clave de Misericordia. Sin esta Palabra Clave, todo el evangelio se vuelve disonante. Tanto que es imposible de cumplir!

 

La clave de la Misericordia fue el primer mensaje del Papa Francisco, en la misa del 17 de Marzo de 2013:

“Para mi, lo digo humildemente, el mensaje más fuerte de Jesús es la Misericordia”.

Preparando ya en su corazón el Jubileo, que anunciaría al año siguiente, le decía a los sacerdotes de Roma el 6 de marzo del 2014:

“Misericordia significa primero que todo curar las heridas. Cuando uno está herido, tiene necesidad rápido de que le curen las heridas, no de los análisis, del valor del colesterol o de la glucemia… Está la herida, curá la herida, y después vemos los análisis. Después se harán las curas especializadas, pero primero se deben curar las heridas abiertas. Para mí, esto, en ese momento, es lo más importante. Y están también las herida escondidas, porque hay gente que se aleja para no hacer ver las heridas … como los leprosos del tiempo de Jesús, que estaban alejados para no contagiar. Hay gente que se aleja porque tiene vergüenza, por la vergüenza de no hacer ver las heridas. Y se alejan quizás con la cara un poco torcida, contra la Iglesia, pero en el fondo, adentro, tienen una herida. Necesitan una caricia”.

Así hablaba el Papa.

Me impresiona el discernimiento de que “lo primero de todo es curar las heridas abiertas”. Así como es la melodía de fondo, la misericordia es también lo primero a la hora de actuar. Y discernir es darle esta primacía. Discernir no es elegir entre dos cosas buenas en abstracto. Discernir es elegir en el momento presente el bien concreto que el Señor quiere hacer a alguien concreto, que no siempre es “lo más perfecto” en sí mismo. Francisco es contundente: Misericordia significa primero que todo curar las heridas abiertas.

La imagen es toda una parábola. Es la parábola del médico de guardia que con una mirada discierne lo primero que hay que atender y curar: las heridas abiertas…

En esto, muchas veces colamos el mosquito y nos tragamos el camello, vemos la pajita en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro.

Las heridas abiertas de nuestro mundo son tantas! Herida abierta son las guerras, como la de Siria, el hambre de los niños, los refugiados en sus barcones en el mar abierto y en los campos que son “cárceles a cielo abierto”. Las heridas abiertas es la gente durmiendo en la calle, los menores que desparecen, objeto de la trata de personas… Las heridas abiertas de nuestra sociedad es la gente sobrante. Sin que se los digan la categoría de “sobrante” se impone por sí misma: están de más.

En la Iglesia, hay heridas abiertas cuando alguien siente que la Iglesia no es para él porque alguno utiliza las citas del evangelio o de la tradición como si fueran una especie de alambrado de púas invisible que lo mantiene a distancia.

Frente a esto, el Papa nos quita la venda de los ojos y nos exhorta a actuar con misericordia.

He escuchado a algunos que dicen que la misericordia puede crear confusión!!! Si hay algo claro y cierto en esta vida –porque el Espíritu Santo se encarga de confirmarlo con su alegría- es que cuando nos dejamos llevar por la misericordia, como el Buen Samaritano, sabemos y sentimos que hemos actuado bien. Y, por el contrario cuando no nos dejamos conmover y actuamos como el doctor de la ley y el sacerdote de la parábola, sabemos y sentimos que, en conciencia, hemos obrado mal.

Seguramente que el tratar con misericordia a la gente complicará la vida de la Iglesia, pero la complicará “maravillosamente” como dice Francisco.

Puede ser que la misericordia de lugar a excesos, como suele pasar cuando se hacen excepciones. Si esto pasa, tendremos que confesarnos, como el cura que siempre pone como ejemplo el Papa cuando habla de la confesión: el que se confesaba de “haber perdonado mucho”. Le decía al Señor: Señor, tengo escrúpulos porque hoy he perdonado mucho. Pero vos tenés la culpa porque me diste el ejemplo.

Pero la Iglesia no puede ser como un Banco. ¿Alguien ha visto alguna vez a un pobre entrar a un banco a pedir una monedita? Sería algo lógico, ya que ahí hay tanta plata, hay tantas monedas… Sin embargo, la lógica del mercado es tan fuerte, está tan instalada, que a ningún mendigo se le pasa por la cabeza entrar a pedir allí. Sabe que si logra llegar a la caja sin que ningún guardia lo saque de la institución, la cajera ni siquiera sentirá pena por su pedido, ya que maneja plata ajena. La lógica del mercado dice que se caería todo el sistema si una cajera de banco regalara una monedita a un pobre. Por un lado, no cerraría la caja (la cajera debería poner la monedita de su bolsillo) y por otro, se correría la voz, vendrían todos los pobres a pedir y colapsaría el sistema financiero… Esa lógica está impuesta en nuestra cultura actual y todos la obedecemos. Pero cuando se traslada imperceptiblemente a la vida de la Iglesia, es un escándalo.

Pues bien, en los lenguajes que se utilizan en la Iglesia hay frases y tonos que hacen sentir la lógica de la cajera de banco que “maneja plata ajena”. Se nota en que cuando dicen “lo siento mucho pero no podemos hacer nada por usted en su situación”, dejan traslucir hasta un cierto gustito, el del fariseo impecable que cumple toda la ley.

Esta lógica hace sentir miedo, quita la paz, lleva a cerrar puertas. Tanto que algunos, en el momento de enfrentarse a una herida, en vez de mirar a la persona a los ojos, miran el protocolo y cierran el diálogo.

Yo pienso: se encarnó Jesús e inventó sacramentos, signos visibles de la gracia invisible, que “tocan” a la gente, para que luego nosotros inventemos formas de hacerlos intocables? Un extremo (que es paradigmática para lo demás) son los que se ponen guantes para (no) tocar la Eucaristía porque piensan que tocarla con la mano la podría manchar o algo así. Es como si nuestra mamá se pusiera guantes para partirnos el pan.

En este Pentecostés del Año de la Misericordia, pedimos al Espíritu Santo dos gracias grandes: una la de brindarle un rinconcito de nuestro corazón para que Él, como Hospedero de la Misericordia, pueda recibir a todo el que se acerque con una herida abierta, especialmente si adivinamos que está escondida. El es “el que recibe bien a todos” y si a nosotros se nos va la mano en no dejar a nadie afuera, sabrá perdonarnos.

La otra gracia es la de poder discernir con su lógica, que sin excluir los otros pasos, sabe que siempre el primer paso tiene que ser de misericordia. Recordando, como dice el Papa que: «Dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar. El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración. El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero. Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita» (AL 296).

Diego Fares sj