Sólo el Espíritu puede darnos la gracia de una compasión como la de Jesús, que extiende la mano y toca nuestra carne y limpia las lepras de nuestro tiempo (6 B 2018)

Unknown

Viene a él un leproso que, rogándole y doblando las rodillas, le decía:

“Si quisieras puedes limpiarme”.

Jesús movido por la compasión extendiendo su mano lo tocó y le dijo:

“Quiero, límpiate”.

Y al instante desapareció de él la lepra y quedó limpio.

Adoptando con él un tono de severidad lo despidió y le dijo:

“Mira, no digas nada a nadie, sino ve y muéstrate al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio”.

Pero él, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo y a divulgar la cosa, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios. Y venían a él de todas partes” (Mc 1, 40-45).

 

Contemplación

El domingo pasado veíamos a Jesús rezando de madrugada -intercambiando deseos con el Padre-. Hoy Marcos nos muestra cómo Jesús «es movido por una compasión que toca» y sana al leproso y a toda la gente.

La palabra «compasión entrañable» hace referencia a las entrañas y al hecho de que hay cosas que nos «tocan» y nos mueven a compasión. Los evangelistas señalan a menudo esto que le sucede al Señor: siente compasión por el pueblo que anda «como ovejas que no tienen pastor» y se queda enseñándoles y curándolos largamente, imponiéndoles las manos. Lo mueven a compasión los leprosos, los ciegos, los sordomudos… Jesús se conmueve y actúa con sus manos: le mete los dedos en los oídos, les toca la lengua, hace barro con su saliva y les recrea los ojos…

La «compasión que toca» es la actitud con la que Lucas describe al buen samaritano, que se compadece del herido, le limpia las heridas y lo venda con sus manos, se lo carga en hombros y lo sube a su asno. La imagen contraria es la de aquel deudor a quien el Rey, movido a compasión, le perdonó una gran deuda, pero él, al ver a uno que le debía unos pocos pesos, lo agarró por el cuello y lo ahogaba sin compasión.

Hay tanto para compadecer hoy!

Y como cambia el sentimiento cuando pasamos de mirar a tocar. Cuando le damos la mano al mendigo que nos pide una limosna o le tocamos el hombro o lo bendecimos en la frente.

Hoy no basta ver. Es más, a veces incluso es contraproducente. Vemos demasiado -tantos rostros, tantas imágenes en directo de gente que sufre…-, vemos tanto que la capacidad de sentir se sobrecarga y nos ponemos en «modo no sentir». Para salir a la calle y llegar al trabajo uno desconecta la compasión como pone el celular en modo avión… Si no no llega.

Yo saco en conclusión que sólo se puede compadecer de verdad al que se puede tocar, aunque sea solo un poquito como cuando uno apenas estrecha la mano o acaricia la frente del enfermo que está en terapia.

La compasión se conecta y se vuelve vaso comunicante a distancia de las manos, no de la vista. No es para nada un sentimiento general, para la humanidad en su conjunto.

La mirada puede despertar la compasión, pero si uno no se acerca, la compasión se convierte en otra cosa. Si no nos conectamos con las manos, la compasión se vuela al mundo de las ideas y corre el riesgo de convertirse en impotencia abstracta con un sabor amargo muy concreto. Esos son los síntomas: impotencia y sentimiento amargo. Tan distintos de lo que uno siente cuando al darle la mano al otro se encuentra con su mirada amiga! La madre Teresa contaba de aquel hombre enfermo de lepra que vino a su encuentro unos días después de haber recibido ella el premio nobel de la paz (1980):

“Hace unos días, a las nueve de la noche, sonó el timbre. Bajé enseguida a ver qué pasaba. Me encontré un enfermo de lepra que estaba tiritando de frío. Le pregunté si necesitaba algo. Le ofrecí comida y una manta para que se protegiese de la dura noche de Calcuta. Las rehusó. Me tendió el cuenco de pedir. Me dijo en bengalí: ‘Madre, oí decir a la gente que le había sido dado un premio. Esta mañana tomé la resolución de traerle todo lo que consiguiese recaudar a lo largo del día. por eso he venido’. Vi en el cuenco 75 paise. Una pequeña cantidad (menos de 10 centavos de dólar). La conservo sobre mi mesa, porque este modesto regalo revela la grandeza del corazón humano. Y es algo de verdad muy hermoso. Nunca he visto alegría semejante en el rostro de alguien tras regalar dinero o comida como la de aquel mendigo que se sentía feliz de poder dar algo también él”.

Imagino que al recibir el dinero ella le tomó la mano y luego le agarró la cabeza como sus manos como hacía, lo besó en la frente y ahí le vio en los ojos la alegría que cuenta que este hombre sentía.

Allí me vino el recuerdo de la foto del Papa tocando a la abuela de cien años que no ve y «quería tocar su manita». Como la hemorroísa, a la que le bastaba tocar los flecos del manto del Señor. Es que la gente sabe que la compasión se establece cuando hay contacto con las manos.

Y contra esa impotencia de los ojos, que para ver necesitan distancia, la potencia del tacto, que es el sentido de la proximidad, tenemos la comunión como el sacramento de la compasión. Jesús nos mandó comulgar, hacer la comunión en memoria suya, porque tocándonos, al recibirlo en la mano, en el sencillo gesto de tomar el pan con los dedos y llevarlo a la boca, su Pasión entra en contacto con nuestra vida. Y al tocarnos, el Señor nos equipara y nos sintoniza con sus sentimientos y nos transmite la corriente de su gracia.

Si no nos tocara, su Palabra quedaría como imagen, se nos iría al mundo de las ideas, que flotan en el paradigma de cada cultura y sólo bajan al corazón y a las manos en la medida en que los imperativos de moda se lo permiten.

Son tan distintas las cosas que mueven a actuar en cada cultura! En la India, por ejemplo, hay castas enteras de gente a la que se llama «los intocables». Es tanta la miseria, pienso yo, que elaboraron esa autodefensa para poder vivir: no tocar a los que no van a poder ayudar. Para no sentir compasión? Eso creo yo. Y la madre Teresa cambió ese paradigma tocando a todos, ayudando a bien morir con las manos de sus monjas y colaboradores (como un grupo de 50 argentinos que están ahora allí, ayudando y aprendiendo de los pobres).

Podemos poner en práctica, cuando vamos a comulgar, esto de «compadecer tocando a Jesús, recibiéndolo en la mano». La Eucaristía no es solo Jesús, es la carne de Jesús que es la carne de todos. En la comunión el Señor nos brinda la posibilidad de que, dejándonos tocar por Él, nuestra compasión se conecte con la suya y encontremos nuestra manera y medida humana de compadecer a todos con Él y en Él. No con «nuestra compasión» que se excede o se enfría de más o de menos. Jesús nos da la posibilidad real de compadecer con una compasión «nuestra», de Jesús y mía, o de Jesús y nosotros, mejor. Es esta compasión común que nos da comulgar con el mismo pan la que unifica sentimientos y acciones.

Hoy no se puede «tocar» a los pobres si no es con la manos que tenemos en común. No sirven las manos individualistas que usamos para agarrar nuestra plata, no bastan las manos buenas de cada uno, que en cierto momento deben soltar para ir a hacer otra cosa, hacen falta las manos de muchos, de un cuerpo social, de una institución que se hace Manos abiertas, siempre abiertas, las de todos a través de las de cada uno sumado a los demás.

Al dejarnos tocar por la Eucaristía y al tocar a Jesús podemos tocar compasiva y sanadoramente, la carne de todos lo intocables del mundo. Es imprescindible, hoy más que nunca, comulgar. Tocar bien la carne, para hacer sentir la misericordia, el amor, la amistad, el compañerismo, la solidaridad. Tocar bien la carne para sanar, para alentar, para impulsar a vivir. Hoy más que nunca, hace falta este «sentido de la carne que solo Cristo puede dar», ya que en nuestra carne se abren las llagas de la humanidad. En la carne se  muestran las enfermedades propias de ella y las del nuestra mente, que nos llevan a maltratar nuestra carne: que la hieren y abandonan, que la explotan, la comercian, la abusan, la anestesian, la decoran, la idolatran, se encarnizan terapéuticamente con ella, no la dejan nacer, no la alimentan ni la cuidan, no la dejan morir en paz…

Hace poco, el Papa hablaba de no usar los celulares en la Misa y decía que basta pensar en el lugar donde estamos cuando se celebra la Eucaristía -estamos en el Calvario, decía, ante el Señor que da la vida en la Cruz por nosotros- basta pensar en esto para que uno se ubique y no sienta deseos de sacar fotos.

No se sacan fotos en el calvario.             La misa no es un espectáculo, decía (esta es la reflexión de hoy). No es un espectáculo porque los espectáculos tengan algo de malo, no es un espectáculo porque es algo más profundo e intenso. Se nos invita tocar al Señor, a comulgar con su compasión dejando que al tocarnos, su Carne y su Sangre hagan vaso comunicante con nuestra carne y nuestra sangre y entremos en comunión con las de toda la humanidad. La Eucaristía es cada vez un acontecimiento único: es entrar en compasión y requiere las manos y toda la atención del corazón puesta en sentir el momento y vivirlo ahí. No es algo que se registra para vivirlo después.

Por otra parte, sólo entrando en comunión con la Pasión del Señor podemos animarnos un poco más a entrar en compasión con los que sufren. Sólo la comunión con la Carne de Cristo, muerta y resucitada, puede darnos el sentido justo de la compasión. Sólo comulgando con esa Carne, con lo que pasó (pasión) y lo que ahora es, glorificada, podemos ir aprendiendo a gustar lo que significa compadecer a los demás, lo que significa tratar bien a nuestra carne, con amor respetuoso y familiar, con sentido humano.

La Eucaristía es el momento para compadecer. Comulgar no es «gustar» la carne del Señor como cosa, como objeto de un momentito mío a solas con un Jesús particular. Comulgar es gustar la carne viva del Señor. Viva quiere decir en acción y pasión, padeciendo y muriendo y dando la vida por mí. Comulgar así, me permite comulgar también con la carne viviente de los demás, con sus alegrías y padecimientos. Puedo masticar los dolores de los que amo al masticar los dolores del Señor y comulgar con ellos en la paz que nos da la fe en que las llagas del Señor son llagas resucitadas. Revivir los dolores del Señor uniéndolos a los dolores reales de la gente concreta que conozco y que sé que sufre, uniéndolos a Él, eso me resulta más cercano y consolador que pensarlos separados.

Al comulgar podemos decir el «sí, quiero, queda limpio» que le dijo el Señor al leproso. Aunque nuestro sí no «cure» directamente, es un sí que nos permite entrar en la corriente de la compasión sanadora del Señor. Nos unimos comulgando con esa compasión que dice sí y que extiende la mano tocando a lo largo de la historia a cada ser humano que viene a este mundo. Al comulgar podemos decir «sí, quiero», quiero que toda lágrima sea enjugada, toda enfermedad sanada y todo sufrimiento compadecido, cuando y como el Señor quiera y sea como sea que lo haga.

En la comunión experimentamos la belleza que salva al mundo: la del amor que se compadece del dolor -como dice el príncipe de Dostoievski-, tocándolo.

Así como en la consagración pedimos al Padre que «santifique los dones de pan y de vino con una efusión de Espíritu Santo, podemos pedir al Espíritu, al que invocamos como «Dedo de la mano Paterna» que nos de un simple toque, de esos que «encienden con su luz nuestros sentidos» e infunda su compasión en nuestro pecho y fortalezca con su fuerza inquebrantable la flaqueza carnal de nuestro cuerpo». Es el Espíritu el que puede darnos la gracia de esta «compasión que extiende la mano y toca y limpia las lepras de nuestro tiempo».

Diego Fares

 

 

Lázaro el pobre es quien puede refrescarnos la vida con la gota del brillo agradecido de sus ojos cada vez que le damos una mano (26 C 2016)

 

Mother Teresa Visits Patients At Kalighat Home For The Dying
01 Jan 1976 — Mother Teresa Visits Patients At Kalighat Home For The Dying — Image by © JP Laffont/Sygma/CORBIS

«Oían todas estas cosas los fariseos, que eran amigos del dinero, y se burlaban de Jesús. Y Jesús dijo a los fariseos: ‘Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día banqueteaba espléndidamente.

En cambio un pobre, de nombre Lázaro, yacía a su puerta lleno de llagas y ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; pero hasta los perros venían y lamían sus úlceras.

Sucedió que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham.

Murió también el rico y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó:

– Padre Abraham, apiádate de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan.

– Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento.

Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí.

El rico contestó:

– Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento.

Abraham respondió:

– Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen.

– No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán.

Pero Abraham respondió:

– Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán’” (Lc 16, 19-31).

Contemplación

Impresiona en la parábola cómo las intuiciones del rico no le alcanzan para pensar bien. Ve a Abraham y a su lado a Lázaro y de alguna manera intuye que es el pobre el que lo puede ayudar. Lázaro, el pobre, es la clave de su vida. Pero no llega a captar que está “al lado de Abraham”. Habituado a pensar como rico imagina que Abraham lo tiene de sirviente o de esclavo y por eso no le habla directamente a Lázaro sino que le dice a Abraham que se lo mande con la gotita de agua para refrescarle la lengua con el dedo.

Ni siquiera allí se da cuenta de que Lázaro es Cristo.

O quizás debamos decir que “precisamente allí –en el infierno- no puede reconocer que el pobre es Cristo”.

Y más aún: no reconocer que los pobres son la carne de Cristo es estar ya en el infierno.

Alguno dirá que no, que en todo caso el infierno vendrá después, que ahora los ricos y poderosos la pasan bárbaro.

Pero no es así. Será un infierno acolchonado, placentero, divertido… pero no deja de ser un infierno vivir excluyendo del amor a tanta gente, vivir tapando la compasión, vivir perdiendo la oportunidad de darse y de dar.

Hemos identificado superficialmente al infierno con sufrimientos físicos y de ahí hemos deducido que si uno la pasa bien, entonces no está en el infierno. Pero este es uno de esos razonamientos equivocados que son propios del rico, que piensa que su problema es que “ha caído en un lugar de tormentos”. Sólo se ve a sí mismo, en su situación física, de llamas que le dan sed. NI se le ocurre pedirle perdón a Lázaro, por ejemplo, por no haberlo ayudado en vida. Su mente ofuscada se extiende un poco y llega a pensar en sus cinco hermanos. Es capaz de salir un poquito de sí mismo y extender su preocupación a los de su familia, pero no más. Y lo único que se le ocurre es que “no vayan a caer en el mismo lugar de tormentos que él”. Cero arrepentimiento, cero compasión, casi cero amor. Capaz que si lo refrescaran un poco hasta se acostumbraría al infierno.

Jesús dice esta parábola a los fariseos que “eran amigos del dinero”. El Señor ha contado las tres hermosas parábolas de la misericordia, en su dinámica creciente que va de lo instintivo y técnico a lo más personal, que es la misericordia del Padre para con sus hijos que se pierden su amor; uno por gastarse todo el dinero en fiestas y el otro por ahorrar para heredarlo todo después.

El Señor ha contado también la parábola del administrador astuto, el que se ganó amigos con el dinero inicuo…

Y estos fariseos, que son amigos del dinero (cosa terrible si las hay), se le burlan.

Endurece el Señor el discurso y les habla en su lenguaje, contando una parábola de alguna manera “adaptada a la mentalidad de estos amigos del dinero”. Una parábola que habla del “cambio de suertes”: el que recibió bienes en esta vida, los pierde en la otra. Y viceversa. Es una parábola de emergencia, digamos. Una parábola con trampita. A ver si se dan cuenta de que no se trata de amenazas con un infierno en el que se da vuelta la tortilla.

La parábola es para ver si alguno dice: un momento, aquí de lo que se trata es de ver a Lázaro. Al fin y al cabo, de eso hablan Moisés y los profetas. De eso habla Jesús, cuando dice: “tuve hambre y me diste de comer”.

No es cuestión de muertos que resuciten y asusten a los fiesteros. Se trata de algo interior, de escuchar la voz de la compasión que habla en el propio corazón y de seguirla. Esa voz que me dice, mirá a tus hermanos, es una voz que abre los ojos y hace pensar bien.

El camino de la compasión y de la misericordia no es un camino de imposiciones ni de mandamientos externos. Ver a Lázaro, compadecerse de Lázaro, darle una mano a Lázaro…, es un camino de humanidad, un camino que hace que uno se dé cuenta de la propia dignidad al valorar la del otro, es un camino que nos iguala con todos y hace que nuestro corazón se ensanche instantáneamente y alcance la anchura y la profundidad de la humanidad entera y, más aún, de todo lo creado.

La parábola es para que uno se dé cuenta y le diga al Epulón que habla y habla con Abraham: Amigo, callate y mirá a Lázaro. Hablá con él. No para que te refresque la lengua sino para que te salve!!!. Lázaro significa: Dios ayuda. Aunque vos no lo hayas ayudado a él, capaz que él es mejor que vos e intercede ante el Señor. Fijate que a lo mejor, Lázaro no es un pobre cualquiera sino Jesús. Te acordás que en el evangelio el Señor resucitado es más parecido a un pobre Lázaro que a un Dios glorioso? Se aparece como el jardinero, como un extranjero que se nos acerca por el camino, como uno de los pobres que se acercaban a los botes a la mañana pidiendo un poco de pescado para comer…

Lázaro es uno de esos que no cuentan, a los que no identificamos por la cara porque solo salen en fotos multitudinarias, esas que disparan los drones sobrevolando desde lo alto las barcazas atestadas de emigrantes.

Pero no es uno que viene a sacarte dinero. Es tu Lázaro, es el Dios que te ayuda. Un Dios venido en carne, como remarca siempre Francisco.

Francisco, el profeta que les dice a los Lázaro del hospital para dependientes químicos de Brasil: “Quisiera abrazar a cada uno y cada una de ustedes que son la carne de Cristo”.

Francisco, el profeta que nos refresca la memoria, pero no como quería el rico, sino abriéndonos los ojos: “No olviden la carne de Cristo que está en la carne de los refugiados: su carne es la carne de Cristo”. “Los pobres, los abandonados, los enfermos, los marginados son la carne de Cristo”.

Francisco, el profeta que nos lee el corazón en los gestos y nos advierte que no hay que soltar desde arriba la monedita de limosna: “Este es el problema: la carne de Cristo, tocar la carne de Cristo, tomar sobre nosotros este dolor por los pobres”.

Francisco, el profeta que nos aclara la teología que había marginado la carne de Cristo al “no lugar” de la sociología abstracta: “La pobreza, para nosotros cristianos, no es una categoría sociológica o filosófica y cultural: no; es una categoría teologal. Diría, tal vez la primera categoría, porque aquel Dios, el Hijo de Dios, se abajó, se hizo pobre para caminar con nosotros por el camino. Y esta es nuestra pobreza: la pobreza de la carne de Cristo, la pobreza que nos ha traído el Hijo de Dios con su Encarnación.

Francisco, el profeta que le ha abierto la puerta de la Iglesia a los mendigos y tiene la esperanza de que al entrar ellos comencemos a entender algo de cómo es Dios: “Una Iglesia pobre para los pobres empieza con ir hacia la carne de Cristo. Si vamos hacia la carne de Cristo, comenzamos a entender algo, a entender qué es esta pobreza, la pobreza del Señor”.

Francisco, el profeta que escandaliza a muchos, no porque le falte doctrina sino porque trata de verdad a los pobres como a Cristo: “Nosotros podemos hacer todas las obras sociales que queramos —expresó— y dirán “¡qué bien la Iglesia! ¡Qué bien las obras sociales que hace la Iglesia!”. Pero si decimos que hacemos esto porque esas personas son la carne de Cristo, llega el escándalo”.

Lázaro es Cristo: Él es el quien puede refrescarnos la vida con su gotita de agua, la del brillo agradecido de sus ojos, cuando lo miramos como persona y le damos una mano.

Diego Fares sj.

En la columna del «haber»: solo Jesús; o «todas las cosas», pero en Él (C 23 2016)

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Caminaban con Jesús grandes muchedumbres acompañándolo,
y él, dándose vuelta, les dijo:
«Si alguna persona viene a mí y no me ama más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y se viene en mi seguimiento, no puede ser mi discípulo.
¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, y mira si tiene para terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda terminar y todos los que lo vean se burlen de él y digan: «Este hombre comenzó a edificar y no pudo terminar.» ¿Y qué rey, si marcha para entrar en guerra contra otro rey, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz.
De la misma manera, todo aquel de entre ustedes que no renuncia a todos sus haberes, no puede ser mi discípulo» (Lc 14, 25-33).

Contemplación
Dice el padre Guillermo Ortiz S.I. en su reflexión sobre Madre Teresa, en Radio Vaticana: “La pobreza en Calcuta bien podría representarse con la imagen del poderoso y fuerte Goliat, un asesino armado hasta los dientes que ninguno arriesga enfrentar. Por miles los considerados «intocables» mueren en las calles de Calcuta a la vista de todos y sin asistencia de nadie. Pero una mujer diminuta y sin otros medios que sus propios brazos y su sonrisa, no quiere pasar de largo, como en la parábola del buen samaritano. No se amilana, no tiene miedo de este enorme mal. Aunque sea a uno, ella lo puede asistir y afronta desarmada este Goliat inmenso que aterroriza. Y ella pequeña, avanza buscando al más miserable y ahí en la misma calle ofrece su mirada, sus brazos como almohada, su sonrisa…y ese infeliz, aunque sea uno solo entre los miles y miles de intocables, no muere abandonado. Eso es Madre Teresa de Calcuta, todo lo demás es todo lo demás” (Reflexiones en Frontera, 2/9/2106).
Comprendiendo de otro modo la parábola del Señor, podríamos decir que Madre Teresa no se sentó a calcular si podía terminar la torre ni negoció la paz con ese poderoso enemigo –el Goliat de la pobreza-. O sí calculó –y calculó bien- que podía enfrentarlo a su manera. Salió a cuidar a un anciano… Y siguió ayudando de a uno a uno.
Para ello renunció no tanto a sus riquezas, que no las tenía, sino a sus haberes, a los que suponemos que se necesitan para salir a dar una mano, una caricia, un pequeño servicio, a los más necesitados.
Para ayudar a los pobres fue en pobreza, como uno cualquiera que va a ayudar en nuestras obras de misericordia y se ofrece para lo que haga falta.
Pero ella hizo su renuncia a todo “su haber y poseer” como dice la oración de Ignacio, que rezaba en su parroquia jesuita del Sagrado Corazón en Albania.
Esto que parece tan difícil si uno lo entiende pensando en renunciar a “cosas”, en realidad es fácil si uno lo piensa como “renunciar a “haberes”. En qué sentido? En el sentido de que para ayudar no hace falta calcular lo que cuesta “la torre abstracta” –que puede estar representada en calcular el presupuesto entero de una obra, por ejemplo- sino que basta con calcular la torre real –si tengo tiempo para compartir hoy, manos para poner a trabajar ahora y comida para compartir con uno-.
Y la lucha contra ese Goliat que viene con veinte mil se reduce a pelear bien la lucha de cada día.
Madre Teresa tenía claro que Dios no pretendía que tuviera éxito sino que fuera fiel. Por eso sacó de la columna del “haber” la palabra éxito. Perdió el miedo a que le faltara presupuesto y se concentró en realizar “pequeños gestos con gran amor”.
Paradójicamente, “nunca se le cerró ninguna puerta, porque la gente sabía que ella no venía a pedir sino a dar”. Sus obras crecen más como un pastito de pequeños gestos que como grandes instituciones.
Madre Teresa nos enseñó a no tener miedo al monstruo de la pobreza y a enfrentarlo renunciando al éxito. Nuestras obras pueden fracasar económicamente, pero nunca fracasarán los gestos de amor que hicimos en ellas a las personas concretas que servimos. Podremos tener problemas de gestión, pero si sacamos la palabra “éxito” de la columna del haber, esos mismos problemas serán fuente de alegría, la de servir a los pobres en pobreza y no desde una organización omnipotente en la que todo funciona como si fuera una empresa comercial.
Puede hacernos bien rezar la oración de San Ignacio que dice: “Tomad Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer. Vos me lo diste, a vos Señor lo torno, todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.”
Es una oración de renuncia en la que las posesiones están en último lugar: antes que a las cosas (al dinero) se renuncia a los haberes, a todo lo que pongo en mi columna de haberes (hacer una obra “exitosa”, por ejemplo; o “el perfeccionismo” del que me jacto o que lamento si no se da y algo sale “como puede”).
Y antes que a los haberes, Ignacio nos hace renunciar a “lo que yo quiero” y a “lo que yo entiendo”. Dos cosas muy difíciles de dejar, pero si lo que uno emprende es una obra evangélica, es un alivio que no tenga que ser a la medida de mis deseos y de mis razones. No se me pide que yo mida y calcule y entienda cómo es la torre del reino sino que ponga mi ladrillo, mi gotita de agua en el mar, como dice Teresa. No se me pide que exprese todo lo que deseo sino que colabore, simplemente.
Y antes que esta renuncia, Ignacio nos hace ofrecer nuestra memoria, nos invita a renunciar a los recuerdos y experiencias que pueden quitar libertad a Dios para que nos sorprenda, al encasillarlo en esa memoria limitada que dice: esto siempre fue y se hizo así.
Y aún más: Ignacio nos invita a ofrecer toda nuestra libertad, lo que equivale a poner el control en manos de Dios. Madre Teresa dice: “Dios es quien tiene el control, confiemos en Él”.
El “todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad” es el “hágase tu voluntad” del Padre nuestro y, como decía, al poner en acción el amor de Jesús, estas renuncias, más que una carga son un alivio. Porque nada angustia tanto como pensar que si Dios nos encomienda una obra es para que “triunfemos”. Dios nos la encomienda para que seamos fieles, para que distribuyamos a cada uno su ración a su tiempo. Pero esa ración no siempre es “las cosas” que el otro necesita sino “al amor” que necesita. Y compartir una estrechez de recursos puede ser más evangelizador que compartir una holgura.
Imaginando cómo sería el libro de contabilidad de Madre Teresa salieron estas dos columnas (que aquí van sucesivamente)

Haber
Solo Jesús

Todo lo estimo pérdida con tal de tener en mi haber a Cristo Jesús… (Fil 3, 8).

Haber dado de comer a algún Jesús hambriento
Haber dado de beber a algún Jesús que me pidió un vasito de agua
Haber hospedado a algún Jesús que no tenía hogar o haber colaborado en alguna hospedería
Haber vestido a algún Jesús que tenía frío o ropa vieja
Haber visitado a algún Jesús enfermo en el hospital o en su casa y a alguno preso
Haber estado allí donde algún Jesús falleció
Haber enseñado como Jesús a alguno que no sabía
Haber dado como Jesús un buen consejo a alguno que lo necesitaba (de muy buena manera y oportunamente o esperando a que lo pidan, por supuesto)
Haber corregido como Jesús a uno que se equivocó (idem al modo anterior)
Haber perdonado como Jesús al que me ofendió, maltrató o malinterpretó
Haber consolado como Jesús a alguno que andaba triste
Haber soportado como Jesús con paciencia a alguna persona que me molestó
Haber rezado como Jesús por todos, vivos y difuntos, amigos y enemigos…

Deudas de los demás (por cobrar) perdonadas por mí, en el sentido de no cobradas

Debe

Servicio al prójimo (con ternura, sonrisas y hasta que duela)

Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo (Rm 13, 8)

Dar de comer hoy a algún hambriento

Dar de beber hoy a alguno que pide un vasito de agua
Hospedar hoy al que no tiene hogar o ayudar en alguna hospedería

Vestir hoy a alguno que tenga frío o ropa vieja
Visitar hoy a algún enfermo en el hospital o en su casa y a alguno preso
Hacer presencia hoy allí donde alguien falleció
Enseñar hoy a alguno que no sabe (desde dar una indicación en la calle hasta ayudar con las máquinas o enseñar a rezar a los niños…)
Dar un buen consejo hoy a alguno que lo necesita
Corregir hoy a alguno que se equivocó en algo
Perdonar hoy a algunol que me ofendió, maltrató o malinterpretó…
Consolar hoy a alguno que ande triste

Soportar hoy con paciencia a las personas que me molestan
Rezar hoy por todos, vivos y difuntos, amigos y enemigos…

Deudas mías perdonadas por el Padre

Diego Fares sj

Domingo 6 C 2010

Sin nada para dar o “Sus almas son bellas y preciosas…”

Y bajando con ellos y con una multitud de sus discípulos y una muchedumbre copiosa del pueblo, que había venido de toda Judea y de Jerusalem, y de la región marina de Tiro y de Sidón, para oírlo a El y para que los sanara de sus enfermedades, Jesús se detuvo en un llano.
Y Jesús, alzando los ojos hacia sus discípulos, dijo:
Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el reino de Dios.
Dichosos ustedes que ahora tienen hambre, porque serán saciados.
Dichosos ustedes, que ahora lloran, porque reirán.
Dichosos serán ustedes cuando los hombres los odien, y cuando los excluyan, los injurien y proscriban su nombre como malo por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, que su recompensa será grande en el cielo; porque de esta misma manera trataron a los profetas sus antepasados.
En cambio,
¡Desdichados ustedes, los ricos, porque ya han recibido su consolación!
¡Desdichados ustedes, los que ahora están hartos, porque padecerán hambre!
¡Desdichados los que ríen ahora, porque tendrán aflicción y llorarán!
Ay, cuando hablen bien de ustedes todos los hombres,
porque así fue como sus padres trataron a los falsos profetas! (Lc 6, 17.20-26).

Contemplación

¿Dichosos los pobres?
¿Bienaventurados los que tienen hambre, los que lloran?
¿Felices nosotros cuando nos odian, nos excluyen, nos injurian, nos persiguen por seguir a Jesús?

En estos meses de calor, cuando muchos comedores cierran, la gente que acude al segundo turno de almuerzo en El Hogar de San José excede el número de raciones que podemos brindar (168). Y cuando vemos que la cola supera los 84 queentran en las mesas, salimos a la puerta a hablar con las personas.
Salimos a atender a las personas sin un recurso material para dar,
salimos a explicar nuestros límites,
a pedir disculpas por no poder atender a todos,
a expresarles que necesitamos que nos ayuden con su comprensión,
salimos a agradecer su paciencia…
Y conmueve y emociona sentir en las miradas lo que se produce cuando hablamos desde la propia pobreza.
Cuando nos miramos a los ojos, compartiendo la pobreza de tener hambre de un plato de comida y la pobreza de no tener un plato de comida más para dar, brota una especie de llanto común, mezcla de bronca y de cariño, de impotencia y de comprensión. Brota esa compasión que sale de las entrañas y se ve en los ojos, brota eso que Jesús llama Misericordia –juntar miseria y corazón- y que Él nos ha revelado que es el Nombre propio de su Padre.

A veces no son muchos los que exceden el número y pueden entrar. Siempre aclaramos que es una excepción, porque si no al otro día se dobla el número y ya nos pasó un año que la cola tenía más de una cuadra… Por eso el mensaje tiene que ser claro: hasta acá podemos dar bien y de manera constante. Así, cuando se puede hacer un lugar más, se expande por el Hogar un airecito de alegría evangélica y se siente el aroma de la multiplicación de los panes. Pero cuando no se puede –y esto me lo terminó de iluminar una frase de Madre Teresa-, cuando no hay “cosas” para dar, brota algo también muy profundo: se establece una comunicación entre las almas, se da un contacto personal hondo que sale de la pobreza y el llanto compartido.
La Madre Teresa dice en una de sus cartas: “La india es tan abrasadora como el infierno –pero sus almas son bellas y preciosas porque la Sangre de Cristo las ha rociado”. Eso de “las almas son bellas y preciosas” me iluminó. Ese era el paisaje que ella veía: el cariño de la gente, su agradecimiento infinito al sentirse reconocidos y queridos por ellas. El otro paisaje, abrasador y de desoladora miseria, es real, pero este otro, de ojos vivos y hermosos en su dolor, es más real todavía. A veces en medio de la riqueza y de la “normalidad” de la vida cotidiana, este paisaje está velado y nos lo perdemos. Ella lo veía a raudales.

De esto habla Jesús cuando dice: “dichosos los pobres…”. Esto es lo que él ve en la gente. Jesús ve lo que Él despierta en la gente humilde, en la gente que sufre. Y eso que la fe en Él despierta es tan hermoso que le lleva a bendecir la pobreza y el llanto que lo hace posible.
El nos ve así. Y verlo a Él pobre y doliente, sin nada para dar, necesitado de sus amigos, como en el Huerto, sediento como en la Cruz, con verdadera necesidad de la compañía de su Madre…, verlo perseguido e injuriado, nos pone en contacto con Él a partir de lo más propio nuestro. Tenerlo a Él pobre y excluido entre nosotros es fuente de la dicha de lo propiamente humano, eso que no se sacia con ninguna abundancia de cosas, eso que es pobreza agradecida, dignidad de no ser nada y de saber reconocer el don y obrar en consecuencia.

¿Qué es, entonces, la bienaventuranza? La bienaventuranza es Jesús pobre entre nosotros pobres. La bienaventuranza es Jesús de igual a igual con nosotros en pobreza y llanto, en hambre y exclusión. Desde estas situaciones de despojo de lo exterior nos comunicamos en lo más interior, en lo propiamente humano.

La felicidad que todos deseamos es sinónimo de vida, de paz, de alegría y de consolación; bienaventuranza es descanso, bendición, salud, amor…
Y sólo en Jesús, en torno a Jesús pobre, con Él y en Él, gracias al Don de su Espíritu y a su amistad que nos hace entrar en relación de Familiaridad con el Padre y con todos sus amigos los santos, sólo en Jesús sin nada que dar sino a sí mismo, encontramos la fuente y la plenitud de estas dichas.

Jesús pobre es nuestra Vida, Vida eterna metida en una vida cortita, amada y vivida en plenitud en sus circunstancias más comunes y corrientes. Su amor por nuestra vida común y corriente es la dicha porque metiéndose en nuestra vida común y corriente Él hace que tenga sabor de eternidad cada instante y cada encuentro.

En Jesús sin nada para dar lo encontramos como el que todo lo puede compartir.

Como puede compartir nuestras limitaciones su presencia se vuelve cercanísima, ya que limitaciones las tenemos todas. Si Él solo estuviera más allá, lo sentiríamos cerca sólo en situaciones especiales. Al ser pobre y limitado, está siempre al alcance de la mano. Por eso nos reveló el secreto de que al dar de comer al hambriento le estamos dando de comer a Él. Para que nos avivemos. Para que no nos perdamos el paisaje de las almas bellas y preciosas.

Vuelvo a releer el evangelio y caigo en la cuenta de que lo que conté al comienzo, lo de salir a hablar con los que están en la cola, es la experiencia de Jesús con esa multitud “copiosa” que hacía fila para pasar ante él y que les sanara las enfermedades.
Aunque el Señor se quedaba largamente con la gente y bendecía a muchos y multiplicaba panes, tampoco Él alcanzaba a curar y alimentar a todos.
Es en esta situación de pobreza cuando el Señor “alza la mirada a sus discípulos” y saca de su corazón las bienaventuranzas.
Jesús saca las bienaventuranzas de su pobreza e impotencia.
Allí se para y se sitúa poniéndose de igual a igual, como par en humanidad con todos, y desde allí se comunica como Dios plenamente humano –pobre y limitado- y nos da lo mejor de sí: su corazón, su mirada, su trato de hermano, su amigable compañía.
Bienaventurados nosotros si tenemos la grandeza que tienen los pobres de saber recibir el Don de su Persona que el Señor nos hace al no poder darnos nada más.
Diego Fares sj

Domingo 15 B 2009

de-dos-en-dos1

El Reino se expande por presencia personal

“Jesús recorría los pueblos de los alrededores enseñando a la gente…
(Es en medio de esas “correrías apostólicas” que…)
… Llama junto a sí a los Doce
y comienza a enviarlos de dos en dos;
y les daba potestad sobre los espíritus impuros.
Les mandó que nada tomaran para el camino sino sólo un bastón;
ni pan, ni mochila, ni monedas en la faja; sino que se calzaran sandalias
y que no vistieran dos túnicas.
Les decía: ‘En cualquier lugar que entren en una casa
permanezcan allí hasta que salgan de ese lugar.
Y si se da que algún lugar no los acoge y la gente no los escucha,
al salir de allí, sacudan hasta el polvo de debajo de sus pies
como testimonio contra ellos’.
Entonces ellos salieron a predicar para que la gente se convirtiera;
expulsaban a muchos demonios y ungían con óleo a muchos enfermos,
y los curaban” (Mc 6, 7-13).

Contemplación

Antes que nada una pequeña historia de San Francisco de Asís, que es quien mejor comprendió la alegría y la fuerza de conversión que tiene el evangelio desnudo. La leí hace poco y me encantó. Se cuenta en las Florecillas que cuando Francisco convocó a todos los hermanos en una especie de primer capítulo Franciscano se juntaron en Santa María de los Ángeles más de cinco mil frailes. Francisco les predicaba y al llegar al tema de la pobreza les dijo que les mandaba por santa obediencia a todos que ninguno se preocupara ni anduviera ansioso por la comida o por las necesidades del cuerpo, sino que se ocuparan solamente de orar y alabar a Dios, que Dios cuidaría de ellos. Y todos recibieron este mandato con alegría y se entregaron a la oración. A Santo Domingo, que estaba presente, le pareció muy extraño este mandato y juzgó que era una indiscreción de Francisco juntar a tanta gente y no ocuparse para nada de la comida. Sin embargo, al mediodía, de todos los pueblitos cercanos, vinieron carretas y carretas con gente trayendo alimentos, platos y jarros y todo tipo de cosas útiles para los frailes y la gente misma les servía la comida. Con lo cual, muy conmovido, Santo Domingo, al comprobar en qué manera era verdad que la Providencia divina se ocupaba de ellos, confesó con humildad haber censurado falsamente de indiscreto el mandato de San Francisco, se arrodilló ante él diciendo humildemente su culpa y añadió: — No hay duda de que Dios tiene cuidado especial de estos santos pobrecillos, y yo no lo sabía. De ahora en adelante, prometo observar la santa pobreza evangélica”.

Esta confianza en la fuerza del evangelio, que hace que todo lo demás venga por añadidura, proviene de recomendaciones de Jesús como ésta, cuando envía a los Apóstoles de dos en dos, a predicar.

En la vida de los santos tenemos testimonios hermosísimos de todo tipo. Madre Teresa en nuestro tiempo es la mejor testigo de cómo a Jesús le gusta la gente que se confía totalmente en él a la hora de poner en práctica su evangelio, ya sea predicando o haciendo las obras de misericordia que él nos enseñó.
En la última entrevista que le hicieron dice:
“Personalmente no tenemos nada. Vivimos de la caridad y por la caridad.
La periodista agrega: Y de la Providencia…
Y Madre Teresa asiente: Tenemos que afrontar siempre necesidades imprevistas. Dios es infinitamente bueno. Siempre se preocupa de nosotras.”

El mundo de hoy es complicado y la tendencia del consumo es totalmente contraria a este espíritu evangélico.
El diagnóstico es el mismo que el de Madre Teresa: tenemos que afrontar siempre necesidades imprevistas.
El diagnóstico es el mismo pero la dinámica para afrontarlo es contraria.
La lógica consumista dice: entonces tenemos que tener dos de todo, por previsión.
En lo tecnológico sucede lo mismo: hay que tener siempre dos (o tres) sistemas de remplazo, dos backups, dos sistemas de seguridad, otro grupo electrógeno…
¿Se acuerdan del ejemplo de los megamillonarios? Esa nueva casta social de gente super rica, que, por dar un ejemplo, usan relojes diseñados por el suizo Franck Muller, de un valor de hasta 600.000 dólares. Pues bien, cuando se les preguntó a muchos de ellos cuánto dinero necesitarían para sentirse seguros, todos apuntaron a una cifra que era, casi inevitablemente, el doble de lo que ya tienen. Cien, mil o diez mil millones de dólares. Lo mismo da.

La lógica de Jesús parece que es al revés: en vez de dos túnicas, sólo una. En vez de dos pares de sandalias, sólo una. Y no llevar pan ni plata por las dudas…

Es bueno recordar aquí que este año, que fue de debacle económica a nivel global, fue el año en que más ayuda recibió una obra como la Casa de la Bondad. Sucedió algo semejante a las carretas cargadas de bienes que espontáneamente le llevaban a los frailes los vecinos.

Tampoco viene mal traer aquí a cuento que los que quieren tener dos de todo son los que caen en manos de personas como Bernard Madoff, que les da el doble a los de arriba de la pirámide a medida que les va sacando todo a los de la base.

Pero me parece que me voy del tema del evangelio, en el sentido de que estas “verdades” enfrían, porque pueden llevar a discusiones del tipo: “pero bueno, ¿qué quiere decir? ¿Qué todos tenemos que ser la Madre Teresa o San Francisco?
Me cuestionaba a mí mismo pensando que en el Hogar, si no hubiéramos comprado dos motores para armar el grupo electrógeno, nos hubiéramos quedado sin luz (y sin agua) un día, porque un motor no anduvo.

Si la contemplación se enfría, dejemos los números.
La lógica de Jesús, así como no es cuestión de letra sino de Espíritu, tampoco es cuestión de números.

¿Y entonces? ¿Qué es lo que el Señor quiere que resalte al enviar a los suyos de dos en dos y con pobreza de medios?

¡De dos en dos! ¡Qué maravilla! Vuelven a salir números, pero con otro espíritu. Porque son números de personas.
Y de dos que hacen uno, porque van con un solo corazón y una única misión.
Y de dos que a la vez son tres, porque donde dos o más se juntan en Nombre de Jesús allí está Él en medio de ellos.

Entonces comenzamos a entrever que lo que quiere resaltar Jesús es que el Reino se expande por presencia personal.
Los manda de dos en dos y con pocas cosas para que se note que Él va con ellos, que Él está presente en medio de ellos.
Los hace quedarse donde los acogen y los escuchan, para que formen familia, comunidad, centrando a cada pueblo en torno a la familia que mejor recibe a los enviados. Porque el que los recibe a ellos lo recibe a Jesús y el que recibe a Jesús recibe al Padre que lo envió.

La lógica de Jesús tiene muy en cuenta los números cuando se trata de personas: “Cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron. Y en verdad les digo que cuanto dejaron de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejaron de hacerlo» (Mt 25, 40 ss).

La pobreza de recursos es, pues, para que se incremente la riqueza personal, para que la gente sienta que recibe personas, no ideas; para que la gente sienta que es convocada a formar comunidades de vida, no a realizar servicios puntuales. En las cosas de Jesús cada uno tiene que sentir que lo importante es que se sume como persona: importa su presencia, su corazón y su rostro, junto con sus manos.

Nos detenemos ahora un momento y profundizamos en la dinámica del llamamiento.
Jesús “llama junto a sí” a los Doce.
Llama, en presente (porque sigue llamándote ahora), y llama haciendo hincapié en este “junto a sí”.

Quiere que estés con Él y al enviarte quiere que sientas que vas en su Compañía.
Y que los que te reciben sientan que en vos hay mucho lugar para Él porque si es así, sentirán que también hay lugar para ellos.

Ser evangelizados es que se nos abran los ojos para ver a la Persona de Jesús en el centro de este envío de dos en dos. El es el tercero que va con ellos.
El estilo despojado con que andan sus enviados hace que la atención de la gente se dirija a Jesús que va con ellos.
Evangelizar no es ir a repetir una doctrina que el Señor les enseñó o a multiplicar un trabajo que Jesús no alcanzaría a realizar Él sólo.
Recordemos que Él ya está “recorriendo aldeas y enseñando a la gente” y que los envía “a los lugares donde debía ir Él”. Desde el comienzo Jesús se ha situado en medio de su pueblo, dialogalmente. El envío tiene un doble movimiento: atrayendo junto a sí y luego yendo con ellos a donde los envía. Estando presente en medio de cada pareja de apóstoles entra en cada casa y en cada pueblo y se fija en si los acogen o no. La Persona de Jesús está en el centro del pueblo fiel, de los Doce, de cada grupo de dos y de los lugares a donde entran. Así como Jesús los “hizo Doce” para que estuvieran con Él, aquí los envía para que los reciban, para que ellos estén y permanezcan en la casa donde los acogen y escuchan.

Dejarse evangelizar es aceptar a los enviados en la propia casa y que lo propio pase a sumarse a la Comunidad. Ser evangelizado es dejarse “coaptar”, integrar, sumar…, para lo cual hay que permitirle a Jesús que nos sane de toda enfermedad que aísla y de todo mal espíritu que no nos permite permanecer en su amor.

Al fin y al cabo, a los discípulos se los reconocía por este “estar siempre con Jesús”, por andar en su compañía. Esta es la gracia que pidió Ignacio para él y para sus compañeros y para todos los que hacen los Ejercicios: la de formar una compañía de Jesús. Una compañía en la que la pobreza de medios haga resaltar la calidez, el gozo y el valor de las personas mismas, cuya amistad en el Señor es nuestra mayor riqueza.

Diego Fares sj