Hay conflictos que no se resuelven por disciplinamiento sino por desborde de amor y misericordia (6 A 2020)

No crean que he venido a disolver (katalusai) la Ley o los Profetas. No he venido para disolver (katalusai), sino para plenificar (pleromai).

En verdad les digo: mientras duren (mientras no pasen, mientras no se destruyan), el cielo y la tierra, no prescribirá (no pasará ni se destruirá) ni una letra o una coma de la Ley, hasta que todo (lo que dice la ley) se realice (se cumpla, acontezca). 

Por tanto, el que disuelva (anule) el más pequeño de esos mandamientos y enseñe a los demás a hacer lo mismo, será llamado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio el que los lleve a la práctica y los enseñe, será llamado grande en el Reino de los Cielos. Yo se lo digo: si su rectitud (dikaiosyne)  no se desborda con mayor plenitud (pleion) que la de los fariseos, o de los maestros de la Ley, ustedes no pueden entrar en el Reino de los Cielos. 

Ustedes han escuchado lo que se dijo a sus antepasados:

 «No matarás; el homicida tendrá que enfrentarse a un juicio.» Pero yo les digo: Si uno se enoja con su hermano, es cosa que merece juicio. El que ha insultado a su hermano, merece ser llevado ante el Tribunal Supremo; si lo ha tratado de renegado de la fe, merece ser arrojado al fuego del infierno.Por eso, si tú estás para presentar tu ofrenda en el altar, y te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí mismo tu ofrenda ante el altar, y vete antes a hacer las paces con tu hermano; después vuelve y presenta tu ofrenda. Trata de llegar a un acuerdo con tu adversario mientras van todavía de camino al juicio. ¿O prefieres que te entregue al juez, y el juez a los guardias, que te encerrarán en la cárcel? En verdad te digo: no saldrás de allí hasta que hayas pagado hasta el último centavo. 

Ustedes han oído que se dijo: 

«No cometerás adulterio.» Pero yo les digo: Quien mira a una mujer con malos deseos, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Por eso, si tu ojo derecho te está haciendo caer, sácatelo y tíralo lejos; porque más te conviene perder una parte de tu cuerpo y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno.Y si tu mano derecha te lleva al pecado, córtala y aléjala de ti; porque es mejor que pierdas una parte de tu cuerpo y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. 

También se dijo:  «El que se divorcie de su mujer, debe darle un certificado de divorcio.» Pero yo les digo: Si un hombre se divorcia de su mujer, fuera del caso de unión ilegítima, es como mandarla a cometer adulterio: el hombre que se case con la mujer divorciada, cometerá adulterio. 

Ustedes han oído lo que se dijo a sus antepasados: 

«No jurarás en falso, y cumplirás lo que has jurado al Señor.» Pero yo les digo: ¡No juren! No juren por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, que es la tarima de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del Gran Rey. Tampoco jures por tu propia cabeza, pues no puedes hacer blanco o negro ni uno solo de tus cabellos. Digan sí cuando es sí, y no cuando es no; cualquier otra cosa que se le añada, viene del demonio” (Mt 5, 17-37).

Contemplación

El pasaje es difícil. Porque en principio todos entendemos el fondo del asunto, pero luego hay demasiados ejemplos de leyes y costumbres que culturalmente nos resultan ajenas, como lo de no jurar por Jerusalen, o que parecen perimidas, aunque luego polarizan de nuevo la sociedad, como la discusión sobre el divorcio…

Digo que es difícil porque la cuestión de fondo se ha estereotipado: Jesús contra los fariseos. La palabra misma “fariseo” se ha estereotipado. Como dice A. Ivereigh en The wounded Shepherd -El pastor herido- su nuevo libro sobre cómo Francisco lucha por cambiar la Iglesia, sería más justo decir “los malos fariseos”, porque había fariseos buenos, como Nicodemo, por ejemplo. Es difícil este pasaje porque tampoco podemos simplificar la posición de Jesús y dar por descontado que la entendemos su forma de “plenificar la ley”.  Los mismos discípulos, que no tenían nada de fariseos (por lo menos mientras se dejaban corregir por Jesús), no entendían muchas cosas y les resultaban “imposibles” de poder cumplir, como les pasaba con la cuestión del dinero o del divorcio. Quién podrá salvarse – decían!- previendo ya que tendrían que predicar cosas que no los harían muy populares con la gente. Porque al principio parece lindo hablar de amor y misericordia en vez de hablar de ley, pero cuando la misericordia y el amor se convierten en la única ley, muchos prefieren volver a tener leyes cuya aplicación no requiera  de un discernimiento regulado por el “más”, porque, aunque resulten exigentes, son leyes “de mínima”, que se pueden saltar de vez en cuando, y en cambio las del amor y la misericordia no se pueden saltar nunca y llevan directo a la cruz.

El drama era el de siempre: se ve que algunos acusaban a Jesús de que, con las excepciones que hacía curando en Sábado, por ejemplo, estaba de hecho disolviendo la Ley. Juzgaban que esto terminaría por confundir a la gente y destruiría las costumbres que daban cohesión social al pueblo.

Sin embargo, Jesús no contemporiza para entrar en diálogo, sino que aquí sale con los tapones de punta. 

Despejemos primero los ejemplos que usa. El Señor toma cuatro temas candentes en su tiempo: el homicidio, el adulterio, el divorcio y el juramento. Las variaciones culturales con nuestra mentalidad son significativas. El juramento, por ejemplo, pesaba personal y socialmente. Hoy en cambio se jura por Dios o por la patria y nadie duda que cada uno está diciendo “por mi Dios” y “por mi idea de patria”. Nadie pretende que sean juramentos que no reconocen valores absolutos y por eso nadie se escandaliza cuando los que juraron no reconocen que juraron en falso, sino que si los atacan se defienden diciendo que los otros son iguales o peores. 

También es bueno notar aquí que en la cuestión del divorcio, los fariseos eran menos rigurosos que Jesús. Digo esto para disolver imágenes estereotipadas.

Estas diferencias entre las mentalidades de cada época, las costumbres culturales y las leyes, nos permite ir directamente al corazón del evangelio que el Señor predica.

Una rectitud más plena

Las palabras claves que usa Jesús son “rectitud” y “plenitud”. 

Dice que nuestra rectitud debe desbordarse con mayor plenitud que la rectitud de los fariseos.

La rectitud es la medida con la que uno se ajusta a si mismo en conciencia, con sinceridad de corazón. A esto apela el Señor: a la honradez y sinceridad de cada uno, allí donde uno no busca defenderse ni justificarse comparándose con los demás, sino donde uno está interesado realmente en mejorar, en crecer, en ser más pleno. 

Esta rectitud última, dice el Señor, no se puede ajustar desde afuera de la persona. 

Esta es la conciencia! No principalmente en cuanto ya formada con los valores de la ley sino en cuanto deseo de ajustarse siempre mejor a lo que a Dios más le agrada y a lo que necesitan mis hermanos. La conciencia que se rectifica con mayor plenitud que la que viene de la ley, para ser más buenos, más objetivos, más justos.

Esto no se ajusta desde afuera. Y desde adentro, lo que uno experimenta es que tampoco se puede ajustar solo. 

Aquí es donde necesitamos “salvación”, aquí es donde necesitamos a Alguien como Jesús. El único “recto” que puede “rectificar” a todos los demás. 

Pero esta necesidad de Alguien recto no se experimenta así nomás. De niño uno tiene este don naturalmente: se deja rectificar dócilmente por los papás. Pero luego uno piensa que se puede rectificar solo y debe hacer un largo camino.  Primero uno tiene que renunciar a ajustarse solo por las leyes externas. Son útiles para tener límites, pero no bastan. Luego, después de haber tratado de ajustarse a si mismo, siendo lo más sincero y honesto posible, después, digo de ver que uno mismo falla, que está condicionado por su sicología, su formación y su entorno y que no es buen juez de sí mismo (este es un juicio último que nos da soberanía), entonces sí, puede uno abrirse humildemente a Jesús y buscar en la oración con el evangelio que sea el Espíritu Santo el que lo vaya “rectificando”.

Es bueno saber que no existe una “rectificación” absoluta. El trabajo de discernir  se debe retomar cada día, en cada situación, tendiendo en cuenta tiempos, lugares y personas, como dice Ignacio. Es un trabajo de apertura constante al Espíritu. 

Esto no relativiza ninguna ley sino que nos concentra a cada uno en buscar ser uno mismo rectificado y nos libera de andar queriendo rectificar a los demás.

Dicho esto, quiero introducir aquí, a manera de presentación práctica de la Exhortación Querida Amazonia, un hermoso pasaje del Papa Francisco en el que habla de “Ampliar horizontes más allá de los conflictos”. 

Los conflictos son los de siempre, pero en cada época se focalizan en puntos concretos. En este caso son los que se plantean en torno a la ordenación o no de hombres casados y al diaconado femenino. Dos temas que quedan abiertos y que algunos ponen en el candelero para oscurecer el gran tema que es “el Amazonia” como símbolo de lo que ocurrió u ocurrirá en el planeta. 

Son conflictos en los que unos buscan absolutizar y otros relativizar las leyes y el Papa apunta a “plenificar”, a ir madurando las cosas caminando juntos, superando los conflictos sin quedar atrapados en ellos: 

“Esto de ninguna manera significa relativizar los problemas, escapar de ellos o dejar las cosas como están. Las verdaderas soluciones nunca se alcanzan licuando la audacia, escondiéndose de las exigencias concretas o buscando culpas afuera. Al contrario, la salida se encuentra por “desborde”, trascendiendo la dialéctica que limita la visión para poder reconocer así un don mayor que Dios está ofreciendo. De ese nuevo don acogido con valentía y generosidad, de ese don inesperado que despierta una nueva y mayor creatividad, manarán como de una fuente generosa las respuestas que la dialéctica no nos dejaba ver. En sus inicios, la fe cristiana se difundió admirablemente siguiendo esta lógica que le permitió, a partir de una matriz hebrea, encarnarse en las culturas grecorromanas y adquirir a su paso distintas modalidades. De modo análogo, en este momento histórico, la Amazonia nos desafía a superar perspectivas limitadas, soluciones pragmáticas que se quedan clausuradas en aspectos parciales de los grandes desafíos, para buscar caminos más amplios y audaces de inculturación” (QA 105).

Si nuestra rectitud no se desborda -en amor y en misericordia- más plenamente que la rectitud de los buscan mantener o cambiar solo las leyes externas y no el modo mismo de ser rectificados por el Espíritu, no cambiarán las cosas que no están bien ni madurarán las que sí lo están.

Diego Fares sj 

Ley sobre el aborto: El cambio de manos del poder y con qué cara llevamos de la mano a nuestras hijas y nietos

Un momento emotivo, al finalizar la sesión en la que Diputados dio media sanción al proyecto de ley sobre la interrupción voluntaria del embarazo, estuvo a cargo de la diputada Lospenatto. Dijo varias cosas que me impactaron profundamente y me movieron a escribir.

Una fue que «todos habíamos cambiado con este debate». Creo que es verdad y que hay que seguir por el camino de «debatir las leyes y de dialogar». Aunque uno pierda una discusión o se vote una ley que no nos gusta, todos ganamos en la creación de este espacio común en el que, si se le toma el gusto al diálogo, a la larga se muestra como el mejor instrumento de la democracia. Si no se discute allí, en el Congreso, las cosas se discuten y deciden en otros lados, donde no hay manera de constatar quién votó qué cosa. El hecho de que se conozca qué piensa y qué vota cada diputado o senador y cómo actúa cada grupo social, es básico para la sanidad democrática.

Otra cosa que dijo Lospenatto fue que «le hemos puesto nombre al dolor». Ponerle nombre a algo que estaba silenciado -brutal y cobardemente- es justicia. Creo, eso sí, que el nombre del dolor es «aborto». Sin apellido.

Sin el apellido «Clandestino» y sin el triple apellido «Legal, Seguro y Gratuito». En todo caso, el apellido es de la madre ya que el padre ni se enteró o no quiso dárselo.

Con el nombre del dolor lo que está sucediendo es que, por ser un dolor tan grande, un dolor que los que no somos madre podemos, sí, compadecer, pero nunca llegar a experimentar en toda su magnitud, corremos el riesgo de pasarnos a otro extremo: de no poder o no querer nombrarlo, ahora se le da un  nombre que no es el suyo.

Primero era «aborto de un niño, hecho clandestinamente», ahora no es «aborto de un niño» sino «interrupción voluntaria de un embarazo» hecho legalmente. Se le ha cambiado el apellido pero la realidad es que tiene menos nombre que antes.

Se pretende solucionar así una culpa social, eliminar un estigma cultural, hacer justicia sobre un sometimiento y abandono en el que es verdad que se ha dejado siempre a la mujer. Pero para ello se vehiculiza como único remedio solo una acción pragmática en lo que a la salud (de la madre) se refiere…

Pero el dolor sigue ahí. Y con menos nombre que antes.

Se piensa y se sostiene que borrándole el apellido no existirá más la culpa.

Una niña adolescente dijo (lo cuento porque me quedó grabado) «Nos quieren hacer creer que un ser sin sistema nervioso central es igual que una mujer adulta». Al escucharla daba la impresión de que le habían vendido que con esta frase se libraría de una culpa que le imponía la sociedad machista. Ojalá fuera tan simple. La culpa viene del registro que tiene toda conciencia respecto del «peso moral» que tiene toda vida, por su dignidad absoluta.

El camino de «nombrar el dolor -cada dolor de cada persona de nuestra patria y de nuestro mundo-» es el camino correcto. Pero no se soluciona con dos frases y una ley.

Los nombres que utiliza un paradigma esencialista, en muchos aspectos sobrepasado o puesto en cuestión por las ciencias, no alcanzan. Pero no hay que conformarse con que nos ofrezcan en reemplazo cualquier nombre para las cosas.

Aquí, con esto del reemplazo, tomo otra frase que me impactó de Lospenatto: decía algo así (yo lo cito como lo recuerdo ya que lo escuché en el momento pero se puede encontrar en youtube): no llegamos a esta votación con una mayoría aplastante, pero en la historia de las conquistas sociales es así: el poder se le arrebata al que lo tiene y lo ejerce y se cambia de mano. Esta convicción de que «el poder se cambia de mano» es lo que me abrió los ojos. Es algo real, porque el poder no deja vacíos, siempre lo ocupa alguien. Pero como concepción creo que es reductiva. Porque la democracia -el poder del pueblo- es precisamente eso, poder de un pueblo. Si alguien se lo apropió, el punto no es «cambiarlo de mano» y que se lo apropie alguien de signo contrario, sino hacer que sean nuevamente las manos del pueblo las que lo ejerzan. Los partidos políticos, en su lucha legítima contra el adversario se exceden cuando «se apoderan del poder discrecionalmente». Este exceso es el que es difícil hacer notar cuando como ciudadanos cristianos, de un pueblo cristiano en su cultura e instituciones y en la gran mayoría de sus integrantes individuales, defendemos las dos vidas y toda vida, como se expresaba en los lemas. El que tiene mentalidad de parte busca que el otro se vuelva también parte. Y aquí se citan, muchas veces con razón, todas las veces que miembros de la Iglesia han actuado de modo partidista o, directamente, han -hemos- actuado mal.

Creo que no es posible testimoniar que uno no es parte sino mostrando que se sabe  perder. Y hablo de saber perder aún la vida, no solo una ley. A lo largo de la historia, el pueblo de Dios cristiano ha sido capaz de vivir su fe con cualquier ley. No solo con la ley del aborto o del matrimonio igualitario sino con las leyes que te meten en prisión o justifican que alguien de degüelle por la simple confesión de la fe. Cuando defendemos un valor como el respeto a la vida desde la concepción, que ha adquirido status constitucional y legal, no es -no debería ser- por conveniencia o por imponer algo a los que no son cristianos. En primer lugar, es -debe ser- por una convicción humana  -iluminada por la fe, pero que es algo de todo ser humano, no «solo cristiano». El que la fe «descubra algunas cosas más profundas» no significa que las invente. De hecho la postura más «anti pro-vida» se basa -paradójicamente- en un valor descubierto por la fe: el valor absoluto de la persona y su libertad de conciencia». Se defienden ciertos «satus quo» no porque sean perfectos ni por conveniencia, sino por la conciencia de este «cambio de mano» que se da en política y que, si no es dialogado y pensado largamente, produce efectos peores que lo que pretendía mejorar. El «cambio de mano» es algo de lo que todos tenemos que ser conscientes. Y la apuesta es a que el cambio de mano sea para darle más libertad al pueblo en su conjunto -presente, pasado y futuro- y no para tener un nuevo dictador con distinto signo.

A nivel de ideas, es claro el cambio de mano: de un paradigma que de alguna manera respeta algo así como un derecho natural, con valores que preexisten a la constitución social -como la vida-, se pasa a un derecho positivo, como se llama, sin puntos de referencia más allá de sí mismo. Estamos viviendo cada vez más en este nuevo paradigma, que va conquistando, uno a uno, los ámbitos en el que ese «derecho más amplio» (para no usar el término natural que está en crisis), conservaba sus espacios. El nuevo paradigma lo devora todo.

Ese ámbito más amplio, que la Iglesia promueve y tutela cuando puede, es un ámbito donde, por ejemplo, reina la misericordia. Toda vida, también la que está en gestación y la que está por morir, es digna de ser tratada con misericordia. Ese ámbito se subsume ahora por el reino de la racionalidad pragmática. Evidentemente que pareciera más «racional» y más «pragmático» actuar sobre la salud de una madre adulta que sobre un embrión sin sistema nervioso central, como decía esa adolescente (cosa discutible científicamente, por supuesto). Pero el punto es el «cambio de manos». No es que «nos liberemos de una iglesia machista» para ser más libres. Pasamos a una nueva «iglesia», la de la racionalidad pragmática. Y la racionalidad pragmática, aunque tenga género femenino puede llegar a ser muy machista y depredadora. Si luego de cinco mil años de machismo alguien quiere que vengan otros tantos de feminismo, ok. El cambio de manos no sería injusto y en ciertas cosas hasta puede que nos vaya mejor. Pero mejor todavía sería soñar y trabajar juntos en el tema de la vida que es el único tema que trasciende todo y posibilita todo -también la política y también los géneros-.

Concluyo con otra frase que me impactó. Prefiero no mencionar el nombre del (de los diputados) sino solo el concepto. Se refirieron a sus hijas. A la «revolución de las hijas» y a sus hijas. «Voto esta ley por mis hijas», dijo uno. «Y por las hijas de los otros diputados», agregó otro. Y alguno comentó que si su hija tenía que abortar, cosa que no deseaba de ninguna manera, prefería que fuera con un aborto legal, seguro y gratuito.

Me parece honrado que pongan a sus hijas sobre la mesa, ya que de eso se trata. Pero no deja de horrorizarme lo que dicen. Revela hasta qué punto este nuevo dios -la racionalidad pragmática- ha invadido las mentes de tanta gente y, en particular, de los que tienen a su cargo legislar las leyes para nuestro pueblo -para sus hijas y los nietos que les abortarán libre, gratuita y -profecía cumplida- con toda seguridad-.

Insisto: es bueno que se diga y que salga a la luz lo que está en acto en las mentes, porque así se puede objetivar y pensar. Es bueno que salga a la luz y no que quede allí escondido como el veneno que, inoculado, actúa secretamente.

Pero resulta chocante «tanta sinceridad». Es la realidad, sí: nuestras adolescentes -hijas, hermanas, amigas- abortan. Una chica dijo que «eran ellas, chicas de 15, las que acompañaban a sus amigas a abortar y las que les veían la cara de terror» y no sus padres que ni se enteraban-. Es la realidad que los padres son los últimos en enterarse. Por eso el Papa desafía a los padres preguntándoles si sabe «donde están sus hijos, existencialmente», no en qué discoteca. Los curas nos seguimos «enterando» décadas y décadas después, porque la gente que trata de confesarse antes de morir, confiesa los abortos como lo único dramáticamente serio de su vida.

Todo esto es así. Pero lo que me impactó fue esa «prepeada» de hablar de «la revolución de las hijas» y de los «abortos de sus hijas» con cierto tono de subirse al caballo del humor político que había en la calle. Estoy hablando de diputados que en el gobierno anterior no trataron el tema por disciplina partidaria, cosa que otros se lo hicieron sentir. Está bien lo de «robarle las banderas» a los adversarios y todo lo que ya sabemos que se hace en política, pero el hecho de poner a sus hijas sobre la bancada, me impresionó.

Me estremece escuchar a esas adolescentes que sin saberlo sus papás van con sus amigas a abortar a una clínica clandestina. Pero me estremece más aún escuchar a un papá decir que entrará de la mano con su hija para que aborte en un hospital público. Me estremece más porque esas chicas iban «con cara de terror» y este papá legislador irá con … cara de qué?

Veo tanto a las amigas como al padre llevando de la mano a la que va a sacrificar a un hijo no deseado. Y me da menos terror la cara de terror de las chicas que la cara (indescriptible) con que el padre dijo que la acompañaría.

Hablo no de lo que uno hace sino de lo que dice cuando legisla, que es una actividad específica y representativa. En esto, la imagen que se contrapone en mi corazón es lo que le dijo un padre a su hija, que ante la opinión de los médicos que le dijeron que su bebé no era viable y que ella corría riesgo, decidió abortar. El papá hizo silencio y luego le dijo: al menos que tenga un entierro digno. Nada más. Hay veces en las que no se puede hablar.

Mis argumentos, como la mayoría de los que hablaron a favor de toda vida, no son muy convincentes. Seguramente no son pragmáticos. Y resaltan algunas cosas muy desagradables. Yo mismo, cuando escucho a algunos que hablan con precisión del inciso tal de la ley cual, en el lenguaje concreto que se habla en la cocina de las leyes, me digo que me falta esa precisión. El cambio de paradigma, y más que cambio el choque entre un paradigma «esencialista» y otro «funcionalista», y más que choque, el acabalgamiento que se produce entre estos paradigmas, es algo que vuelve difícil la reflexión articulada y serena y más difícil aún la toma de decisiones.

Pero en los momentos de crisis, las decisiones son a todo o nada. Pero a todo o nada no contra esta ley (que es de las más irrestrictas que he visto comparadas con otros países: en Italia y Francia es hasta las 12 semanas; hasta en China es ilegal el aborto selectivo, porque todos eligen tener varones y abortan a las niñas…; la objeción de conciencia en italia es más respetada…), no contra esta ley, repito, porque sea mejor la anterior, que no es buena, sino porque hay que hacer unas leyes enteramente nuevas!

Ante la complejidad y las urgencias del mundo actual, el Papa habla de que estamos viviendo «en un hospital de campaña» y nos da un «protocolo» para la vida plena. Ese protocolo, esas reglas de comportamiento eficaz y posible en momentos de crisis, como los colores con que se clasifica rápidamente a las víctimas de una tragedia para no perder tiempo, son las bienaventuranzas, no el aborto.

Las bienaventuranzas no son «pragmáticas» ni «razonables» ni «agradables». Pero dan verdaderos frutos de felicidad allí donde la vida misma no es agradable ni pragmática ni razonable.

Es cierto que la misericordia para con el más vulnerable, en toda situación de vulnerabilidad, no es pragmática. Pero acaso vamos a pretender que la vida sea pragmática? Es eso lo que nos quieren vender? Una vida pragmática?

No es pragmático lo que costó traernos al mundo, darnos de comer y educarnos como seres humanos. No es convincente racionalmente que existamos en un universo donde cien mil millones de galaxias no han producido un solo embrión fuera de nuestro planeta. No son siempre cómodas ni agradables todas las tareas que hay que hacer para que un chico viva bien y feliz.

Lo que está en juego en este momento no es dar un paso adelante o volver atrás. Lo que está en juego es que si el paso que damos no es a favor del Dios de la misericordia será a favor del dios de la racionalidad pragmática, que nos devorará uno a uno, comenzando por los que están en gestación, siguiendo por nuestras hijas adolescentes, continuando con nuestras familias para terminar con toda una civilización que, teniendo todos los medios y la plata para honrar la vida de los otros, prefirió deshonrar cómodamente la propia.

Diego Fares sj

¡Tanto! (Trinidad A 2017)

 

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En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo:

Tanto amó Dios al mundo

que le dio a su Hijo unigénito

para que todo el que cree y confía en Él no muera

sino que tenga vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo

sino para que el mundo se salve por él.

El que cree en Él, no es condenado,

el que no cree, ya está condenado,

porque no ha creído en el Nombre del Hijo unigénito de Dios (Jn 3, 16-18).

Contemplación

Si uno mira el evangelio de hoy, en que el tema daría para un tratado sobre la Trinidad que podría llevar varios tomos, ve que la Iglesia elige un textito de nada en el que sólo se nos dice que Dios amó tanto al mundo que le dio a su Hijo para que confiando en Jesús nadie se muera, sino que todos tengan vida. Ni se mencionan las Tres divinas Personas. Solo un adverbio de cantidad –“tanto”- para hacernos sentir el peso suave de un amor incondicional: nos dio a su Hijo, a Jesús. Qué más se puede dar.          Es propio de Jesús esto de “engrandecer al Padre” –“¡nos amó tanto!”. También es propio suyo “quitar peso a nuestros pecados”, ejercitar la misericordia que suaviza la ley. Él es como el administrador infiel que le hacía agarrar los recibos a los deudores de su amo y donde en uno estaba escrito “cien barriles de aceite”, él le decía “anota 50”, y donde el recibo de otro decía “100 sacos de trigo”, él administrador se lo devolvía: “Mira, toma tus recibos y anota sólo ochenta». Esta manera de “decir la verdad rebajando la obligación” permite a la persona sentir la presencia amorosa del Señor y recomenzar de nuevo desde una moral interior, movida por el amor.

En el oficio de lecturas de hoy sábado Santo Tomás cita a San Agustín que dice: “es mejor andar rengueando por el Camino que correr fuera de él. Porque el que va por el Camino –que es Jesús-, aunque avance poco, porque renguea, se acerca a la meta”. Me conmovió esto de: “aunque avance poco”. Me sentía identificado. Me venía la imagen de la peregrinación a Luján: de esas personas que uno al pasar los ve caminar totalmente acalambrados. Cómo arrastran los pies y otro los sostiene y los ayuda a ir adelante. Los pies son un desastre, pero en la cara se les ve que solo sienten “la meta”. Engrandecer a la Virgen les hace disminuir el dolor…

Nos centramos, pues, en ese “tanto” del amor de Dios.

El Padre no nos dio otras tablas con mandamientos y leyes. Nos dio a Jesús.

Nuestro Padre del Cielo no nos dio un tratado de teología. Nos dio a Jesús.

Y la Alegría del evangelio (“Evangelii gaudium”) de la carne frágil del Niño Jesús, que su Madre envolvió en pañales y recostó en un pesebre, se la anunció a los pastorcitos de las periferias de Belén, no a los escribas y fariseos de la corte y del templo.

Nuestro Padre no nos dio un tratado de moral sexual. Nos dio a Jesús.

Y la Alegría del amor (“Amoris laetitia”) que envolvió la infancia y la adolescencia de Jesús, quedó sellada en la intimidad familiar que sus padres –José y María- vivieron lejos de las miradas indiscretas de los demás.

El lieto anuncio de lo que llamamos “la vida oculta”, es que cuando una pareja se ama y Dios la bendice con la vida nadie debe meterse a opinar perturbando desde afuera. Nunca debemos olvidar que en el silencio de María y en el sueño de José, lo que a los ojos de la ley era motivo de excomunión se convirtió en un “no temas tomar a María tu esposa porque el que ha sido generado en ella por el Espíritu es santo (Mt 1, 20).

El Padre nos dio a su Hijo gracias a que María se bancó las miradas y los chusmeríos de la gente (que saldrían a la luz con toda su hiel en la vida adulta del Señor cuando regresó a Nazaret y en sus discusiones con los fariseos, que le dijeron que ellos no eran hijos de prostituta).

El Padre nos dio a Jesús gracias a que José no se atuvo a la ley y se jugó por un sueño, en una sociedad en la que la puerta del juez estaría abierta para redactar un acta de repudio con puntos y comas ya que todo era público y estaba catalogado con la precisión con que solo la ley judía puede hacerlo.

Nuestro Padre nos dio a Jesús y Él, su Hijo amado, para revelarnos a ese Padre suyo y Padrenuestro, no se le ocurrió mejor cosa que rezar delante de la gente diciendo Alabado Seas (“Laudato si’”) mi Señor . Y agradecerle y alabarlo porque hace salir el sol sobre buenos y malos, alimenta a los pajaritos del cielo, cuidando que no caiga ni un solo sin estar Él en persona presente, y viste a los lirios del campo mejor de lo que se visitó el rey Salomón.

El Padre nos dio a Jesús y Jesús se puso a enseñar a la gente:

– que Dios es un Padre que hace fiesta a los hijos pródigos y les tiene infinita paciencia a los hijos conservadores;

– que Dios es un Padre que sale a buscar trabajadores para su viña y no se fija mucho en los contratos;

– que Dios es un Padre que invita a todos a la fiesta de bodas de su hijo y regala entradas y trajes de fiesta.

El Padre nos dio a Jesús y Jesús, después de hacer todo lo posible por “suavizar la ley” -no para que no se cumpliera sino para darle la oportunidad a la gente de cumplirla entera, pero de corazón y a su propio ritmo-, al final, no pudiendo ya dar más, se dio a sí mismo en la Eucaristía –lavando los pies y partiendo el pan- como signo concreto y real de ese “amor tan grande” –de ese “tanto”- del Padre.

Jesús, al igual que el Padre, nos amó “hasta el extremo”. Y la mejor palabra para hacer ver este amor es ese mismo adverbio: “tanto”.

Jesús nos amó tanto que nos dio su Palabra, su compañía, sus sentimientos, su estilo, su carne, su servicio, su vida, a su Madre… Y, por si fuera poco, Él y el Padre nos dieron su Espíritu.

Al decir su “Espíritu” se nos agranda el Don y hay que tener cuidado porque, como todo gran regalo puede hacer que “hasta el santo desconfíe”. Por eso el Espíritu, si bien tiene algunos Pentecostés y a veces se deschava y se vuelve Efusivo, gradúa ese “tanto” del Padre y de Jesús y lo convierte en un “tanto cuanto”. Como dice Ignacio: nos manifiesta el Amor discretamente.

Discreción no significa para nada “términos medios”, tibieza o “nivelar por lo bajo”. Nada de eso. Caridad discreta significa mirar el bien del otro, no a sí mismo ni a la ley en abstracto. El Espíritu se vuelca y se da totalmente a todos según la capacidad de cada uno. El Espíritu es especialista en hacerse a la medida a cada persona: toma su paso, se “incultura”, se “hace todo a todos”.

Como el Espíritu del Padre y de Jesús es Alguien que no se mira a sí mismo, por eso el mundo no lo ve ni lo percibe; porque el mundo cuando dice “espíritu” piensa en un yo cuya soberbia hace girar el mundo en torno a su vanidad y a su poder. El Espíritu del Padre y de Jesús, en cambio es común, es inclusivo, unifica al pueblo fiel de Dios y da a cada uno un carisma para el bien común. El Espíritu es el “tanto” de Dios convertido en “tanto cuanto”: tanto cuanto puede cada uno recibir, tanto cuanto uno pueda dar las gracias que recibe.

El “tanto cuanto” –que se adapta perfectamente a cada persona y a cada pueblo- actúa en lo grande y en lo pequeño. Y lo hace en un nivel de magnitud que se nos escapa: lo macro, porque actúa en la Iglesia y en los pueblos a una escala que cuesta ver. A veces un cambio tarda dos milenios –como el tomar conciencia de que no se pueden bendecir las guerras- y otras veces el cambio se da en un microsegundo, como cuando Hurtado vio a ese pobre aterido de frío, le dio su sobretodo y supo que era Cristo, o cuando la pequeña Jacinta de Fátima comprendió que podía ofrecer sacrificios por los pecadores.

El Espíritu revela la verdad a algunos a sorbos y a otros lanzándolos a mar abierto.

El Espíritu enciende en algunos la fe como una velita y en otros es un fuego que enciendo otros fuegos.

El Espíritu hace rezar a algunos con las palabras de las oraciones aprendidas de niño y a otros los hace hablar y cantar en lenguas desconocidas, pura expresión de afecto y amor.

El Espíritu ayuda a los pobres creando y sosteniendo instituciones de caridad estructuradas y visibles y también con gestos personales, de esos en los que la mano derecha no sabe lo que dio la izquierda…

El Espíritu sopla donde quiere y cuando quiere y es Soberano en su modo de unir a los hombres, de enseñar a servir y de hacer adorar. Gracias a Dios, no se lo puede enjaular, como dijo el Papa a los carismáticos.

Bendita sea la Santísima Trinidad: el Padre misericordioso, el Hijo, Jesús, nuestro Señor y el Espíritu Santo Consolador.

Diego Fares sj

Para que se habría gastado el Señor en enviarnos a su Espíritu, si con la ley bastara (7 A 2017)

probervio

 

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

“Saben que está mandado: ‘Ojo por ojo, diente por diente’.

Pero yo les digo:

No hagan frente al malo.

Al contrario si uno te abofetea en la mejilla derecha, ofrecele la otra;

al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, dale también la capa;

y si uno te quiere forzar a caminar un kilómetro, acompañalo dos;

a quien te pide, dale, al que te pide prestado, no le escapes.

Han oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo’. Yo en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen y recen por los que los persiguen y calumnian. Así serán hijos de su Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si aman a los que los aman, ¿qué premio tendrán? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mt 6, 38-48). 

Contemplación

Estamos viviendo en un mundo en el que cada país se arma para aniquilar a sus enemigos y se construye muros para no permitirles entrar. Sostener que al enemigo hay que eliminarlo lleva a aceptar como algo lógico que haya “daños colaterales”. Este es el nombre para la muerte de personas inocentes. No solo estamos lejos de la lógica del Señor sino muy lejos incluso del “ojo por ojo y diente por diente”.

En un mundo así, ¿son aplicables los consejos del Señor “no hagan frente al malo” y “amen a sus enemigos”?

Creo que debemos insistir en la novedad absoluta de esta ley de Jesús. Se sintetiza en “amar a los enemigos” y esto es algo que no podemos repetir a la ligera, sin medir las consecuencias.

El concreta sus consejos con ejemplos muy claros. La primera actitud que recomienda es no resisitir al malo, e implica:

“poner la otra mejilla”

“acompañar el doble de lo que se nos pide”

y “no escaparse del que nos viene a pedir prestado”. No solo “dar al que nos pide” sino “no escaparse”.

Vemos que Jesús no deja resquicio alguno para la excusa.

La segunda actitud es positiva, y lo de amar a los enemigo se concreta en ejemplos para las manos –hacer el bien a los que nos aborrecen- y para el corazón –recen por los que los calumnian. El Señor no deja que se escape ni siquiera el saludo! Porque uno puede aceptar que nos pida rezar en nuestra pieza por un perseguidor y hasta hacerle un bien si lo vemos necesitado, pero saludarlo… sonreírle! Qué difícil, no?

Por eso debemos sentir la dificultad que supone aceptar estas palabras. Por que si no, escuchamos el evangelio como uno que dice “sí, pero no”. Y esta es la peor manera de volverlo intrascendente.

Qué es lo que nos está diciendo el Señor? Qué significa hoy “poner la otra mejilla”, y “no esquivar al que sabemos que nos va a pedir prestado”?

Leamos detenidamente.

No resistir a los malos

Convengamos que los tres primeros son ejemplos muy distintos, pero parecen estar dentro de un ambito “vecinal”, por decirlo de alguna manera. En esto de no resistir al mal, el Señor no está hablando de un ataque con drones o de un terrorista suicida, ni tampoco del corrupto que deja que se desgaste asesinamente la maquinaria de un tren o del que por venganza te rocía con fósforo la casa y quema a tu familia.

La no resistencia al mal, el Señor la pone en escenas de la vida cotidiana. Una es de esas situaciones en las que una discusión, de pronto, pasa a mayores y termina en un empujón o en un cachetazo. El que sigue el consejo del Señor, es el que logra contener el  desborde sin recurrir a la violencia, poniendo un gesto de mansedumbre que desarma al otro.

Hacer el bien a los que nos odian        

Fijémonos ahora en otro detalle. Cuando habla de “hacer el bien” al que nos aborrece, no dice qué bien o cuánto. El Señor aquí dice simplemente “hacerle el bien”. No dice cuál bien. No dice que no lo esquivemos. Podemos esquivarlo y hacerle un bien sin que lo sepa. No dice que nos dejemos odiar más y más. A veces solo es posible hacer un bien muy pequeño a uno que nos odia mucho, pero siempre podemos actuar concentrándonos en algo positivo y no contagiados por el odio.

Rezar por los que nos persiguen

En la oración, los consejos del Señor se vuelven más radicales: rezar y bendecir al que nos persigue y nos calumnia. Aquí sí, el Señor nos dice que le deseemos el bien incluso al que puede quitarnos la vida. Que recemos para que se convierta, cambie, deje de obrar mal. Es que cuando hablamos con Dios, el tema tiene que ser el amor y no el rencor: no podemos dejar que el corazón se nos llene con sentimientos de odio y venganza.

Como vemos, hay una graduación en esto de los enemigos. No todos son igual de malos y hay muchos modos de resistir el mal y de hacer el bien.

Si damos un paso más, es bueno caer en la cuenta del tono que usa el Señor. Es de consejo, no de mandamiento. Estos no son preceptos legales, son  consejos espirituales.

¿Qué diferencia hay? Que los mandamientos obligan bajo pena de pecado; los consejos, en cambio, no: son libres. Uno se obliga lo que puede o quiere. Si uno no los sigue, se pierde su alegría. No es que Dios lo vaya a castigar.

El que se mete a caminar según estos consejos y modos de amar –incluso al enemigo-, se mete en unos líos tales que sólo el Espíritu Santo lo puede ayudar. Pero bueno. Si no para que se habría gastado tanto el Señor en enviarnos a su Espíritu, si con el derecho canónico bastara.

Diego Fares sj

El Espíritu es como las madres, que nos hacen gustar la dulzura interior de las leyes de la casa (6 A 2017)

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No piensen que vine para disolver la Ley o los Profetas: yo no he venido a disolver sino a plenificar. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe (estos pequeños mandamientos), será considerado grande en el Reino de los Cielos. Yo les aseguro que, si la justicia de ustedes no supera la justicia de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos (Mt 5, 17-37).

Contemplación

Un pueblo que ama sus costumbres y cumple la ley interiormente, no por miedo a la policía, es un pueblo sabio y maduro.

Solo el Espíritu Santo es capaz de dar esta gracia: la ley interior de la caridad, que la gente cumpla de corazón las leyes, con gusto de buen ciudadano, por amor al bien.

Sin el Espíritu Santo de Jesús, las costumbres más buenas se vuelven secas y duras o se corrompen y se pudren. Si no se enseñan y se practican con amor las costumbres, los jóvenes se preguntan ¿por qué tengo que hacer esto si no me gusta?

Por eso se compara a las leyes con las frutas. Para enseñarlas a los niños hay que hacer como las madres que nos hacen gustar la dulzura interior de las leyes de la casa.

Dice el proverbio: “Deja que el carácter sea formado por la poesía, fijado por las leyes del buen comportamiento, y perfeccionado por la música”. O como decía un amigo: Dulce, salado, dulce. Así tiene que ser el proceso de una enseñanza. Dulce, salado, dulce.

El Espíritu es el que origina primero y luego perfecciona la ley.

Un buen árbol frutal da fruto en todas sus ramas. Puede ser que algún grano de uva no madure bien o se vuelva agrio, pero el racimo si es bueno, tiene buen gusto en cada grano pequeño. En esos últimos y pequeños frutos se ve la bondad de la planta.

Por eso el Señor habla de los “pequeños mandamientos”. No sólo “no matar”, sino tratar con dulzura y respeto al prójimo: no enojarse ni gritar a nadie, no llamar estúpido ni loco a ninguno. El modo de hablar es importante: es el fruto del corazón, porque de la abundancia del corazón habla la boca. Y si uno está lleno del Amor del Espíritu Santo sus palabras son buenas y dichas en buen tono.

Lo mismo con el adulterio. No basta con un “no adulterar” vivido como cáscara. El Señor nos invita a no dar mucho tiempo a pensamientos que –en un momento nos damos cuenta- están haciendo de otra persona un objeto en función de nuestro placer. El Señor nos invita a cultivar en cambio pensamientos que se dirijan a desear el bien a la otra persona.

Si un cristiano quiere dar estos frutos sin estar muy unido a Jesús (por la oración y la comunión que son el espacio donde actúa su Espíritu) será como una rama cortada: no sirve para nada, se secará pronto y su fruto se marchitará. El cristianismo no consiste en pensar lo que Jesús dice. En primer lugar, es buscar modos de encontrarnos con Él y de permanecer en el ámbito de su amistad. Y estos modos no son “costumbres” o “ritos” sino que son la relación con una Persona –el Espíritu-. El cristianismo es buscar al Espíritu Santo: dejarnos encontrar por Él, que viene, que sopla, que actúa… y canta!

El canto del Espíritu es una suave melodía que uno puede inventar y tararear cuando tiene pocas ganas de rezar.

Es el Espíritu Santo el que vuelve disfrutable la cercanía con Jesús. Y unidos a Jesús, el Espíritu en persona circula por nuestra vida –se mueve, suscita mociones, despierta ideas, hace gustar…-. Así va haciendo madurar nuestras costumbres, nuestros sentimientos y nuestro modo de pensar, de modo que todo se convierte en alimento dulce para los que nos rodean y nuestra vida da fruto.

Más que enseñarnos verdades como “cosas”, el Espíritu toma a su cargo el ritmo de nuestros días y hace que se sucedan las consolaciones del Padre, eligiendo sus momentos oportunos (kairós), dentro del tiempo de Dios, que todo lo ha planeado para bien de los que ama.

Pidamos al Espíritu Santo que cante en nuestros corazones las notas de la ley interior de la caridad, ese canto que hace que se vuelva dulce y fácil de cumplir toda otra ley y nos permite cumplir con gusto –cantando- los “pequeños mandamientos del Señor”.

……………

Como se habrán dado cuenta, la contemplación de hoy es la que mando a la comunidad china. Más corta, ya que los chinos trabajan todo el día y no tienen tiempo para leer largas teologías (ya sé que los argentinos tampoco (je)). La imagen para hablar de la ley es “alusiva”. Es que la pintura china, si quiere pintar un templo, no lo pinta, sino que pinta a un monje cortando leña o llevando un cubo de agua por el camino, de modo que se sienta que “hay un templo en la cercanía”.

El asunto es que hoy me puse a escribir primero la contemplación que le mando a Shu Qin, una amiga monja de la Compañía de María que me las traduce. Siempre rezo con lo más sentido de la semana y como ayer, un grupo de amigas de mi comunidad China de Regina, que andaban de paseo por Mendoza, me inundaron de WhatsApp y de fotos de la visita que le fueron a hacer a mi madre, el tiempo se me fue con esta contemplación “china”. Extendiendo un poco la confidencia personal, comparto que es muy lindo como cura que la gente me exprese su cariño “saludando a mi madre”. No solo los chinos, también los refugiados de San Saba siempre preguntan “cómo está tu mamá” (Ely –el pintor- hasta le mandó uno de sus cuadros).

Cuando le contaba, mi madre reflexionaba que “se ve que el cariño a la madre está muy metido en esas culturas”. Yo le decía que también en la nuestra y que hasta el Papa, ayer, en la audiencia que tuvo con La Civiltà Cattolica por nuestro número 4000, cuando me tocó saludarlo –como siempre- me dijo: “dale un saludo a tu madre”. Su modo formarnos a los jesuitas siempre estuvo unido a su cariño por nuestras madres.

Pienso que esto es así y que por algo el Señor confió la enseñanza de la ley de la caridad al Espíritu, que nos habla “en lengua materna” (y que actúa en la Iglesia, y de modo particular a través de nuestra Madre la Virgen).

Como nuestras madres, el Espíritu nos inculca los pequeños mandamientos que hacen que la ley sea cumplible y vivible, que se convierta en cultura, es decir: en el corazón de cada pueblo.

Diego Fares