Señor, el que tu amas está enfermo (Cuaresma 5 A 2020)

Card. Krajewski, limosnero del Papa

Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su her­mana Marta. María era la misma que había ungido con perfume al Señor y enjugado sus pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las herma­nas enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que amas, está enfermo.» Al oír aquella frase, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.» Jesús amaba con predilección a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaban. Después les dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea.» Ellos le dijeron: «Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y quieres volver allá?»  Jesús les respondió: «¿Acaso no son doce las horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él.» Después agregó: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo.» Le dijeron: «Señor, si duerme, se curará.» Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo.» Entonces, Tomás, el Mellizo, como le apodaban, les dijo a los otros “Vayamos también nosotros a morir con él.» 

Encuentro con Marta

Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días. Betania quedaba de Jerusalén sólo a unos tres kilómetros y muchos judíos habían venido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse Marta de que Jesús llegaba, salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Al verlo le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aún ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas.» 

Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.» Ella le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.» 

Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida.

El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» 

Le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que viene al mundo.»

Encuentro con María

Entonces, sin decir más, lo dejó y fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama». Al oír esto, se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde yo lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a su hermana, al ver que ella se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. 

María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.»

Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, se estremeció en su espíritu y se conturbó, y preguntó: «¿Dónde lo pusieron?».

Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás.»

Y Jesús lloró.

Encuentro con Lázaro

Los judíos dijeron: «¡Cómo lo amaba!» Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?»

Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: «Quiten la piedra.» Marta le dijo: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto.» Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?» Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.» Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!» El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.

Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar.» 

Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían venido a la  casa creyeron en él. (Juan 11, 1-45).

Contemplación

Dentro del pasaje evangélico de la resurrección de Lázaro nos encontramos con la historia de estos tres hermanos a los que Jesús amaba: eran sus amigos. Cada uno de ellos tiene su historia, una historia de encuentros con Jesús. Marta era la que lo había invitado a comer a su casa. María la misma que ungió con perfume al Señor y le enjugó los pies con sus cabellos. A Lázaro lo podemos describir con la frase que eligió junto con sus hermanas para mandar a llamar a Jesús: era “el que Jesús amaba y estaba enfermo”. 

Recordemos que, como dijo el Papa Benedicto en Aparecida y siempre le gusta repetirlo al Papa Francisco, nuestra fe no es el fruto de una idea, sino el fruto de un encuentro con la persona de Jesús. 

Estas historias de encuentros entre los tres hermanos y Jesús tienen, cada una, un sabor especial: de barrio, de amistad, de casa… Y nos hará mucho bien “encontrarnos” con ellos. Eso es la contemplación, un modo de tocar y de ver a las personas del evangelio que se encuentran con Jesús, un modo de sentir lo que dicen y de gustar lo que hacen. Nos hará bien en este tiempo en el que también nosotros le podemos mandar decir a Jesús, cada uno y el mundo entero: “el que tú amas está enfermo”. 

Esta frase por sí sola sintetiza lo que es un encuentro con Alguien como Jesús. Es una frase clave, de amigable complicidad, una frase que apela al corazón del otro y se confía enteramente a él, una frase que no necesita explicaciones. No es improvisada, se nota que la pensaron y la eligieron entre los tres, porque la repiten las dos hermanas. Quizás Marta hubiera deseado decir más cosas, como de hecho hizo cuando le salió al encuentro a Jesús que se había quedado en las afueras del pueblo. María, en cambio, dice solo esas seis palabras. Y llora. Imagino que Lázaro habrá sido tajante en esto de mandar a decir solo esa frase. Entre amigos, cuantas menos palabras, mejor.

Este tiempo en el que la pandemia nos mete en casa (a los que la tenemos), es tiempo de encuentros, con nosotros mismos, con el Señor, con la familia, con los que nos toca compartir la cuarentena, de cerca y de lejos. Tiempo de encuentros. 

Miremos cómo el Señor se detiene a hablar con cada persona, con sus discípulos, con Marta, con María, con el Padre, con Lázaro. No va directamente a lo práctico, no resucita a Lázaro de lejos…, más aún, retarda el milagro y se ocupa de la fe de cada uno. El Señor abre espacios de encuentro, los crea, les dedica tiempo y con cada uno se encuentra a su manera (la suya y la del otro). En esto Jesús es tan pero tan único y especial. Ojalá supiéramos y experimentáramos que hay un encuentro que es entre él y cada uno de nosotros solos. Un encuentro sin precedentes ni repetición. Un encuentro que abrirá y contendrá muchos otros, todos únicos. 

Los encuentros con los tres hermanos, siendo únicos, tienen algunos elementos que sirven de modelo a todos, o mejor, Juan contemplando estos encuentros ha sacado algunas cosas que nos sirven “para que creamos”, como dice al final de su Evangelio. Conscientes de que los encuentros de Jesús con la gente, si se contaran, no alcanzarían las bibliotecas del mundo (ni siquiera las digitales) para contener todos los libros.

Yo saco tres cosas.

Del encuentro de Marta con Jesús saco lo de invitarlo a venir a casa. A Jesús le gustaba ir a casa de Marta. Se sentía a gusto. Tenía su piecita, donde podía rezar tranquilo. Marta le cocinaría alguno de sus platos preferidos. Tener un lugar en casa para Jesús es una clave para que haya encuentro. Es bueno que sea un lugar solo para él. Yo por ejemplo, como mi pieza tiene dos ventanas, armé un rincón junto a una solo con mis cosas para rezar. Los encuentros necesitan tener su lugar. Y que haya algo que lo haga especial, aunque sea por un rato.

Del encuentro de María con el Señor saco lo de encontrar el modo de darle un trato especial. María tiene sus perfumes, sus lágrimas, sus cabellos y su modo de sentarse a escuchar como si no existiera nadie más en el mundo. A Marta esto la irritaba bastante. Pero al Señor le gustaba. En todo caso, lo que hizo notar es que era una elección de María y que “no le sería quitada”. Hay gestos que son enteramente personales y no se pueden replicar. Encontrarlos es una aventura sin guías, sin límites a la imaginación, que no necesita que nadie la justifique desde afuera. Pensemos que Jesús defendió los gestos de María poniendo en su lugar tanto a Marta como a Judas. Los defendió del ataque artero de Judas, que la atacó con argumentos de una pretendida “teología de los pobres” usada para desprestigiar un gesto de amor de adoración puramente gratuito. Y la defendió también de la crítica de su hermana, ese tipo de críticas familiares que parecen poca cosa pero a veces matan una personalidad, anulan una vocación, cortan las alas antes de que nazcan. El encuentro con el Señor requiere “gestos de amor especiales”.

Del encuentro de Jesús con Lázaro saco lo de que llegar tarde no importa, porque la amistad es la cercanía definitiva e íntegra que se da “de una vez”. Sólo a los muy amigos se los puede hacer esperar como Jesús hizo esperar a Lázaro. Pensemos: todos los días de la enfermedad, desde que lo mandó a llamar hasta que Jesús se enteró y después dos días más sin que el Señor se moviera para llegar cuatro días después que se había muerto. Lázaro se dejó resucitar lo mismo, como si no hubiera estado ya oliendo a podrido. El encuentro con el Señor requiere estar dispuesto a esperarlo todo lo que el quiera, hasta cuatro días después que nos muramos o se nos mueran los que amamos, de coronavirus o de lo que sea.

Que estos tres amigos queridos del Señor nos despierten la sed de encuentro con él que habita en lo más hondo de nuestra esperanza para que nada ni nadie nos robe esta cita con Él -cara a cara-, la final y las que se dan, milagrosamente, en medio de la vida cotidiana, gracias a esa virtud que tiene Jesús Resucitado de “aparecerse”, de volverse encontradizo y cercano cuando Él quiere.

Diego Fares sj

  Pd. La foto del limosnero del Papa la elegí porque me cayó simpática como expresión de un cura todo terreno que hace llegar la cercanía de Francisco a los que nadie llega.

Lázaro el pobre es quien puede refrescarnos la vida con la gota del brillo agradecido de sus ojos cada vez que le damos una mano (26 C 2016)

 

Mother Teresa Visits Patients At Kalighat Home For The Dying
01 Jan 1976 — Mother Teresa Visits Patients At Kalighat Home For The Dying — Image by © JP Laffont/Sygma/CORBIS

«Oían todas estas cosas los fariseos, que eran amigos del dinero, y se burlaban de Jesús. Y Jesús dijo a los fariseos: ‘Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día banqueteaba espléndidamente.

En cambio un pobre, de nombre Lázaro, yacía a su puerta lleno de llagas y ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; pero hasta los perros venían y lamían sus úlceras.

Sucedió que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham.

Murió también el rico y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó:

– Padre Abraham, apiádate de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan.

– Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento.

Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí.

El rico contestó:

– Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento.

Abraham respondió:

– Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen.

– No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán.

Pero Abraham respondió:

– Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán’” (Lc 16, 19-31).

Contemplación

Impresiona en la parábola cómo las intuiciones del rico no le alcanzan para pensar bien. Ve a Abraham y a su lado a Lázaro y de alguna manera intuye que es el pobre el que lo puede ayudar. Lázaro, el pobre, es la clave de su vida. Pero no llega a captar que está “al lado de Abraham”. Habituado a pensar como rico imagina que Abraham lo tiene de sirviente o de esclavo y por eso no le habla directamente a Lázaro sino que le dice a Abraham que se lo mande con la gotita de agua para refrescarle la lengua con el dedo.

Ni siquiera allí se da cuenta de que Lázaro es Cristo.

O quizás debamos decir que “precisamente allí –en el infierno- no puede reconocer que el pobre es Cristo”.

Y más aún: no reconocer que los pobres son la carne de Cristo es estar ya en el infierno.

Alguno dirá que no, que en todo caso el infierno vendrá después, que ahora los ricos y poderosos la pasan bárbaro.

Pero no es así. Será un infierno acolchonado, placentero, divertido… pero no deja de ser un infierno vivir excluyendo del amor a tanta gente, vivir tapando la compasión, vivir perdiendo la oportunidad de darse y de dar.

Hemos identificado superficialmente al infierno con sufrimientos físicos y de ahí hemos deducido que si uno la pasa bien, entonces no está en el infierno. Pero este es uno de esos razonamientos equivocados que son propios del rico, que piensa que su problema es que “ha caído en un lugar de tormentos”. Sólo se ve a sí mismo, en su situación física, de llamas que le dan sed. NI se le ocurre pedirle perdón a Lázaro, por ejemplo, por no haberlo ayudado en vida. Su mente ofuscada se extiende un poco y llega a pensar en sus cinco hermanos. Es capaz de salir un poquito de sí mismo y extender su preocupación a los de su familia, pero no más. Y lo único que se le ocurre es que “no vayan a caer en el mismo lugar de tormentos que él”. Cero arrepentimiento, cero compasión, casi cero amor. Capaz que si lo refrescaran un poco hasta se acostumbraría al infierno.

Jesús dice esta parábola a los fariseos que “eran amigos del dinero”. El Señor ha contado las tres hermosas parábolas de la misericordia, en su dinámica creciente que va de lo instintivo y técnico a lo más personal, que es la misericordia del Padre para con sus hijos que se pierden su amor; uno por gastarse todo el dinero en fiestas y el otro por ahorrar para heredarlo todo después.

El Señor ha contado también la parábola del administrador astuto, el que se ganó amigos con el dinero inicuo…

Y estos fariseos, que son amigos del dinero (cosa terrible si las hay), se le burlan.

Endurece el Señor el discurso y les habla en su lenguaje, contando una parábola de alguna manera “adaptada a la mentalidad de estos amigos del dinero”. Una parábola que habla del “cambio de suertes”: el que recibió bienes en esta vida, los pierde en la otra. Y viceversa. Es una parábola de emergencia, digamos. Una parábola con trampita. A ver si se dan cuenta de que no se trata de amenazas con un infierno en el que se da vuelta la tortilla.

La parábola es para ver si alguno dice: un momento, aquí de lo que se trata es de ver a Lázaro. Al fin y al cabo, de eso hablan Moisés y los profetas. De eso habla Jesús, cuando dice: “tuve hambre y me diste de comer”.

No es cuestión de muertos que resuciten y asusten a los fiesteros. Se trata de algo interior, de escuchar la voz de la compasión que habla en el propio corazón y de seguirla. Esa voz que me dice, mirá a tus hermanos, es una voz que abre los ojos y hace pensar bien.

El camino de la compasión y de la misericordia no es un camino de imposiciones ni de mandamientos externos. Ver a Lázaro, compadecerse de Lázaro, darle una mano a Lázaro…, es un camino de humanidad, un camino que hace que uno se dé cuenta de la propia dignidad al valorar la del otro, es un camino que nos iguala con todos y hace que nuestro corazón se ensanche instantáneamente y alcance la anchura y la profundidad de la humanidad entera y, más aún, de todo lo creado.

La parábola es para que uno se dé cuenta y le diga al Epulón que habla y habla con Abraham: Amigo, callate y mirá a Lázaro. Hablá con él. No para que te refresque la lengua sino para que te salve!!!. Lázaro significa: Dios ayuda. Aunque vos no lo hayas ayudado a él, capaz que él es mejor que vos e intercede ante el Señor. Fijate que a lo mejor, Lázaro no es un pobre cualquiera sino Jesús. Te acordás que en el evangelio el Señor resucitado es más parecido a un pobre Lázaro que a un Dios glorioso? Se aparece como el jardinero, como un extranjero que se nos acerca por el camino, como uno de los pobres que se acercaban a los botes a la mañana pidiendo un poco de pescado para comer…

Lázaro es uno de esos que no cuentan, a los que no identificamos por la cara porque solo salen en fotos multitudinarias, esas que disparan los drones sobrevolando desde lo alto las barcazas atestadas de emigrantes.

Pero no es uno que viene a sacarte dinero. Es tu Lázaro, es el Dios que te ayuda. Un Dios venido en carne, como remarca siempre Francisco.

Francisco, el profeta que les dice a los Lázaro del hospital para dependientes químicos de Brasil: “Quisiera abrazar a cada uno y cada una de ustedes que son la carne de Cristo”.

Francisco, el profeta que nos refresca la memoria, pero no como quería el rico, sino abriéndonos los ojos: “No olviden la carne de Cristo que está en la carne de los refugiados: su carne es la carne de Cristo”. “Los pobres, los abandonados, los enfermos, los marginados son la carne de Cristo”.

Francisco, el profeta que nos lee el corazón en los gestos y nos advierte que no hay que soltar desde arriba la monedita de limosna: “Este es el problema: la carne de Cristo, tocar la carne de Cristo, tomar sobre nosotros este dolor por los pobres”.

Francisco, el profeta que nos aclara la teología que había marginado la carne de Cristo al “no lugar” de la sociología abstracta: “La pobreza, para nosotros cristianos, no es una categoría sociológica o filosófica y cultural: no; es una categoría teologal. Diría, tal vez la primera categoría, porque aquel Dios, el Hijo de Dios, se abajó, se hizo pobre para caminar con nosotros por el camino. Y esta es nuestra pobreza: la pobreza de la carne de Cristo, la pobreza que nos ha traído el Hijo de Dios con su Encarnación.

Francisco, el profeta que le ha abierto la puerta de la Iglesia a los mendigos y tiene la esperanza de que al entrar ellos comencemos a entender algo de cómo es Dios: “Una Iglesia pobre para los pobres empieza con ir hacia la carne de Cristo. Si vamos hacia la carne de Cristo, comenzamos a entender algo, a entender qué es esta pobreza, la pobreza del Señor”.

Francisco, el profeta que escandaliza a muchos, no porque le falte doctrina sino porque trata de verdad a los pobres como a Cristo: “Nosotros podemos hacer todas las obras sociales que queramos —expresó— y dirán “¡qué bien la Iglesia! ¡Qué bien las obras sociales que hace la Iglesia!”. Pero si decimos que hacemos esto porque esas personas son la carne de Cristo, llega el escándalo”.

Lázaro es Cristo: Él es el quien puede refrescarnos la vida con su gotita de agua, la del brillo agradecido de sus ojos, cuando lo miramos como persona y le damos una mano.

Diego Fares sj.

Cuaresma 5 A 2011

Jesús, nuestra Resurrección

Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su her¬mana Marta. María era la misma que había ungido con perfume al Señor y enjugado sus pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las herma¬nas enviaron a decir a Jesús: «Señor, tu amigo está enfermo.» Al oír aquella frase, Jesús dijo:
«Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
Jesús tenía predilección por Marta, por su hermana y por Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaban.
Después les dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea.» Ellos le dijeron: «Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y quieres volver allá?» Jesús les respondió: «¿Acaso no son doce la horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él.» Después agregó: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo.» Le dijeron: «Señor, si duerme, se curará.» Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo.» Entonces, Tomás, el Mellizo, como le apodaban, les dijo a los otros “Vayamos también nosotros a morir con él.»

Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días. Betania quedaba de Jerusalén sólo a unos tres kilómetros y muchos judíos habían venido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano.
Al enterarse Marta de que Jesús llegaba, salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Al verlo le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aún ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas.» Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.» Ella le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida.
El que cree en mí, aunque muera, vivirá;
y todo el que vive y cree en mí,
no morirá para siempre.
¿Crees esto?»
Le respondió:
«Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que viene al mundo.»
Entonces, sin decir más, lo dejó y fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama». Al oír esto, se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde yo lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a su hermana, al ver que ella se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí.
María llegó adonde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo:
«Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.»
Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, se estremeció en su espíritu y se conturbó, y preguntó:
«¿Dónde lo pusieron?».
Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás.»
Y Jesús lloró.
Los judíos dijeron: «¡Cómo lo amaba!» Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?»
Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo:
«Quiten la piedra.»
Marta le dijo:
«Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto.»
Jesús le dijo:
« ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo:
«Padre, te doy gracias porque me oíste.
Yo sé que siempre me oyes,
pero lo he dicho por esta gente que me rodea,
para que crean que tú me has enviado.»
Después de decir esto, gritó con voz fuerte:
« ¡Lázaro, ven afuera!»
El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.
Jesús les dijo:
«Desátenlo para que pueda caminar.»
Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían venido a la casa creyeron en él (Juan 11, 1-45).

Contemplación
Nos vamos quedando en alguna frase que nos tocan más.

“Tu amigo está enfermo”.
En otra contemplación había expandido la traducción: “Tu amigo, el que amas, está enfermo”. Pero hoy “tu amigo” basta. Pienso que los tres hermanos eligieron bien la frase para hacerle sentir a Jesús lo que querían. Y quizás querían lo mismo pero de distinto modo. Marta, por ejemplo, pensó que esa frase lo haría venir rápido a curar a su hermano. Por eso le reprochó: “Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Pero “tu amigo está enfermo” es una frase muy especial: contiene más que un mero pedido. Le hace saber a Jesús que su amigo Lázaro deja en sus manos lo que tiene que hacer. Explícitamente no le pide nada. Quiere que sepa nomás.

“Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.
Me llama la atención que Jesús diga la misma frase que dijo cuando le preguntaron quién tenía la culpa de la enfermedad del ciego de nacimiento. Es una frase contenedora. Jesús la pone como freno y como marco de contención a todo lo que viene luego. El Padre está primero. La Gloria del Padre. Que se vea bien clara la bondad del Padre y que el Hijo es el que hace todo lo que el Padre quiere.

«Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»
Antes de hacer el milagro de resucitar a Lázaro, Jesús se dirige al Padre en voz alta y nos revela lo que desea: que creamos en Él como enviado del Padre.
Esa referencia al Padre nos indica a dónde tenemos que mirar primero antes de comprender lo que hace Jesús. Todo hombre –Jesús también como hombre- tiene una referencia interior hacia Aquel que le ha dado la vida. Todos buscamos íntimamente, sin que nadie nos lo enseñe, a nuestro Padre. Cada vez que constatamos que nuestra vida es un Don, nos preguntamos por el Donante. Algunos con alegría, agradeciendo, como Jesús. Otros con angustia, sintiendo que se les oculta el rostro de su creador. Algunos buscan más, otros posponen la búsqueda… que siempre renace, especialmente en los momentos fuertes de la vida. ¡Dios mío!, decimos.
Si uno no está conectado con la pregunta por el Padre, Jesús tiene poco o nada que decir. Si uno está buscando al Padre, todo lo que dice y hace Jesús va cobrando nitidez de respuesta. Por eso el Señor hace tantos milagros con gente que no es “oficialmente” religiosa. Eran gente “conectada con Dios interiormente”, libre de las convenciones religiosas que suelen “tapar” la búsqueda personal.
Jesús, por tanto, se hermana a todo hombre que se siente creatura y que busca adorar al Padre en espíritu (desde lo más personal de sus afectos) y en verdad (sin inventar nada, buscando). Escuchemos de nuevo la frase, que es admirable: «Padre, te doy gracias porque me oíste.Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»

Padre.
El Padre es todo para Jesús. El viene a enseñarnos a buscar y a querer al Padre. Si le preguntamos otras cosas, de esas que interesan a cada cultura y a cada época, Jesús a veces responde y otras no. Es más, puede que otras personas y otras religiones y filosofías tengan respuestas mejores. Jesús es experto sólo en el Padre. Busca sólo que sea glorificado, amado y adorado. En lo demás, Jesús no destaca sino que se suma a los hombres sus hermanos. Por eso el cristianismo es una religión pobre, somos pobres culturalmente y por eso nos podemos inculturar. Nuestra única riqueza es Jesús. Y la de Jesús es el Padre. Eso tenemos para dar y casi todo lo demás lo tenemos que aprender.

Te doy gracias porque me oíste.
Eucaristhezo, dice el griego. Jesús hace una Eucaristía con la vida como viene. Antes de hacer nada Jesús hace la Eucaristía, hace una Acción de gracias, elevando los ojos al Padre y bendiciendo la realidad. Luego actúa.

Yo se que siempre me escuchas.
Aunque sabe, lo expresa. Por nosotros, para que creamos e interiormente, porque expresar su “Gracias” es su Fuente de vida divina. “Gracias” es la Palabra que el Padre y el Hijo se están diciendo siempre. “Gracias” es el Espíritu Santo en Persona. Jesús dice “Gracias” por que lo recibe todo. Y el Padre dice “Gracias” también, como cuando uno da y nota que es bien recibido y que le dicen gracias y uno dice “Gracias a ud. también”.

“Lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado”
Todo el evangelio de San Juan está escrito “para que creamos que Jesús es enviado de ese Padre al que cada hombre busca “con todo su corazón, con todas su mente y con todas sus fuerzas” aunque a veces no lo sepa conscientemente. Nouwen dice que Jesús vino a invitarnos a “habitar en esa relación tan linda que tienen el Padre y Él”: allí está nuestro Hogar. Esa relación tiene estructura de Eucaristía. Ir a misa es “habitar un rato en esa relación”.
«Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Es la frase central del evangelio. Completa las otras, Yo soy la Luz del mundo. Yo soy el Pan de Vida. Yo doy el Agua Viva. Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Dicen que Lázaro tuvo que volver a morir. Que esta resurrección fue “provisoria”… Es una manera de expresar lo que nos excede –la resurrección-. Sin embargo hay otras perspectivas. Marta expresa esto mismo a Jesús, cuando le dice que “ella sabe (como nosotros, de alguna manera) que su hermano resucitará en la resurrección del último día.» Es ahí que Jesús responde “Yo soy la Resurrección y la Vida”.
No se trata de tratar de elucubrar cómo, cuando y de qué manera nos va a resucitar Dios a nosotros. Si tomamos esta línea de razonamiento terminamos en la búsqueda de “luces al final de un túnel” o en “encefalogramas que decretan muerte cerebral”, según tengamos una razón científica o poética. El otro camino, en vez de pensar a Jesús en función de nuestras ideas de “otra vida” y de “resurrección de muertos”, es repensar nuestras ideas a la luz de la Persona de Jesús. La resurrección de la que él habla no es sólo un “hecho” sino la misteriosa e inmensa realidad de su misma Persona. El es nuestra Resurrección y nuestra Vida. En la medida en que nos “adherimos” a El (el que cree en mi) “resucitamos”. En la medida en que nos adherimos a Él –cumplimos sus mandamientos, celebramos la Eucaristía, escuchamos su Palabra, recibimos el Don de su Espíritu…- tenemos vida.
Jesús parte de que ya estamos muertos (ciegos, sedientos, paralíticos…). Y nos dice que Él es la Luz, el Agua, el Camino. Ya estamos muertos o, como dice Pronzato, estamos acabando de morir, porque la muerte es eso: “acabar de morir”. Y sólo Jesús es nuestra Vida.
Por eso Jesús deja que “muera” Lázaro y lo resucita, para despertarnos a que, como dice Pablo: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo; así como tampoco nadie muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya sea que vivamos o que muramos, somos del Señor. Porque Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos” (Rm 14, 7-9). Somos suyos, a Él pertenecemos. Y como Marta le decimos de corazón:
«Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que viene al mundo.»

¡Gracias, Padre,
por darnos la Gracia
de creer de corazón
en tu Hijo Jesús!
Danos resucitar en Él
cada día, de cada muerte,
para vivir y habitar
en esa relación tan linda que hay entre ustedes dos,
y que es nuestro verdadero hogar.

Diego Fares sj

Domingo 26 C 2010

Nombrar a Lázaro

Jesús dijo a los fariseos:
‘Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día banqueteaba espléndidamente.
En cambio un pobre de nombre Lázaro yacía a su puerta lleno de llagas y ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; pero hasta los perros venían y lamían sus úlceras.
Sucedió que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham.
Murió también el rico y fue sepultado.
En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó:
– Padre Abraham, apiádate de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan.
– Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran caos (abismo). De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí.
El rico contestó:
– Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento.
Abraham respondió:
– Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen.
– No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán.
Pero Abraham respondió:
– Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán’” (Lc 16, 19-31).

Contemplación

Lo que más me conmovió del evangelio de hoy es que Jesús le pone nombre a Lázaro. Estuve rezando estos días con lo del nombre y esta mañana, recién, caí en la cuenta de que el de Lázaro es el único nombre propio de todas las parábolas de Jesús. Les pegué una revisada y siempre son un sembrador, un pastor, un padre de familias, un rey, un administrador, una mujer, diez jóvenes… Después, por supuesto, miré en internet y la consolación de “descubrir algo nuevo para mí en el evangelio” se cayó un poco al ver que es un tema resabido y discutido. Hay todo tipo de opiniones sobre los ricos, el infierno, las parábolas y los nombres… Este detalle “especial” hasta se utiliza para decir que ésta no es una parábola porque “ninguna otra parábola utiliza nombres propios”.
Pero como yo entré a la oración por otro lado, gustando el evangelio mismo, sintiendo que era lindo que el pobre no sólo tuviera nombre sino que su crónica celestial fuera detallada, que tuviera valor su persona y su historia, el mar de opiniones de todo tipo de internet me volvió a la consolación que sólo el evangelio puede dar cuando lo leemos con la sed de la fe.
¿Por dónde comencé a “sentir y gustar” una pequeña palabra del Evangelio que me llamó la atención? Comencé por el nombre de Lázaro y pasé a los nombres de las personas que recibimos en el Hogar, el nombre de los que duermen en los umbrales de nuestros edificios. Lázaro…

La contemplación de ayer comenzaba así:

¡Los nombres! El nombre de las personas que duermen en los umbrales de los edificios, en la calle. Su nombre es Lázaro –Dios lo ayudó-. Sólo Lázaro, que es nombre y apellido: Ayudado de Dios, sólo por Dios. Y en este caso, por nadie más, ya que el rico, cuyo nombre propio pasó a ser el Rico Comilón (Epulón viene de la traducción latina que dice que el rico “banqueteaba –epulabatur- espléndidamente todos los días), es el prototipo del anti-Samaritano porque no lo vió ni lo ayudó nunca, ni con las miguitas que caían de su mesa.

Y del nombre de Lázaro pasé a contemplar a todos los Lázaros que acuden al Hogar, incontable número de gente que vemos pasar día a día a lo largo de estos 28 años del Comedor y 20 de la Obra…. Recordaba así…:

Un día, luego de algunos años en el Hogar, revisando las fichas y las bases de datos, me empezó a obsesionar lo de los nombres. Las fichas no me traían las caras y a los rostros conocidos no les podía poner nombres, sacando algunos. Son tantos los que pasan por el Hogar –más de dos mil personas han sido nuestros huéspedes-, y los comensales cinco veces más.
Siempre tuve el recuerdo lindo de muchos Hermanos Maristas, que se acordaban de nuestros nombres y sabían además el de nuestros familiares. Éramos más de mil alumnos y todos los años se incorporaban cien nuevos, y ellos nos conocían a todos por el nuestro nombre…
También recuerdo la memoria prodigiosa del Padre Brusa, nuestro confesor jesuita, que te recibía diciendo “qué pecados tiene este angelito” y apenas uno le soltaba dos o tres pecaditos ya te absolvía y te despachaba con un “dale saludos a tu Papá Raimundo y a María Olga y a tu Tía Coca…
De allí me quedó lo de tratar de aprender los nombres de los alumnos, cosa que con los años se va volviendo la caricatura épica de José Arcadio Buendía que en Cien años de soledad, para enfrentar la peste del insomnio que les hace olvidarse del nombre de las cosas, comienza a etiquetar los objetos con cartelitos –esto es una vaca, esto es un cartel para reconocer una vaca…-.
Con los alumnos más o menos funciona mientras duran las clases y se sientan en el mismo lugar. En el Hogar es prácticamente imposible. Con las fotos digitales ahora se pueden ver todas juntas sin tener que ir a cada ficha, pero ya son más de 600 las fotos y aunque las repaso cada tanto, los nombres se escapan de la memoria, desaparecen como desapareció Pedrito…
A Pedrito Báez le conocíamos el nombre y el apellido y hasta el documento, y sin embargo no lo hemos podido encontrar ni con el COP (el centro de orientación de las personas de la Federal), ni en el Hospital Ramos Mejía. Nuestros Lázaros entran en las guardias como NN y desaparecen. No bastó revisar todos los NN de los últimos dos meses ni recorrer las salas de Clínica Médica. Lo mismo que pasó con Juancito y con tantos otros… Cuando tenemos el nombre desaparecen las personas.
Y de los que están siempre y recuerdo bien los ojos y el tono de voz porque nos hicimos más amigos –cada uno tenemos un puñadito de Lázaros con los que establecemos un vínculo más cercano, por simpatía, por oportunidades de charlar que se dan…-, de esos cuyo nombre se me quedó grabado, se me escapa su historia… Hoy venía con el abuelo Vicente y me decía que tiene 88 años, y que en su Chaco “hay gente que pasan los 104 y tiran todavía y hasta andan a caballo!”. Y le preguntaba si tenía hijos y me decía que sí, que hasta bisnietos tenía… Pero allí se cerró el diálogo y la pregunta de si no los visitaba se enredó en algunas sonrisas y cambios de tema. Como que de eso no quería hablar mucho… Y ya cruzamos la calle y cada uno se fue a lo suyo.

Por eso es tan lindo el evangelio de hoy.
Porque no hace sentir que nuestro Dios es un Dios que nos nombra por nuestro nombre. Para eso sí lo necesitamos, para que nos ponga Nombre, no para otras cosas. Y nos consuela saber que hay Alguien que conoce por su nombre a todos, especialmente a los NN.
Esto de que nos conozcan por el nombre es otra manera de decir que tenemos Padre.
Y entonces, cuando nos encontramos con que Jesús ya había previsto esto, nuestra angustia al sentir que vivimos rodeados de gente anónima,
nuestra limitación de transitar por un mundo de personas valiosísimas de las que no sabemos casi nada,
la nostalgia al entrever la riqueza de cada historia que se nos escapa,
al sentir, digo, que Jesús previó esto, tan humano -nuestra sed de nombres, de nombrar y ser nombrados-, experimentamos la alegría de que ya salvó la cosa, revelándonos con este simple detalle del nombre de Lázaro –único en todo el Evangelio-, que en el corazón de Dios todos, y especialmente los más desamparados, tenemos Nombre propio.

Yo no sé hebreo, pero me gustó una etimología que dice que Lázaro viene de Eleazar y significa “Dios lo ayudó”. Me gustó porque es un nombre que entra en comunión con el de Jesús, que significa “Dios salva”.

Es como si dijéramos que el pobre se llama “Salvado” y Jesús “Salvador”.
¡Es lindo tener un nombre hecho a medida para el nombre de otro que nos ama!

Lázaro es un buen segundo nombre para ponerle a todos los que nos encontramos por el camino o están a la puerta de nuestra casa mientras tratamos de aprender su primer nombre.
En realidad “Ayudado por Dios” es un lindo nombre para ponernos todos. Lázaro somos todos, podemos decir con verdad y gozo. Para Jesús todos somos Lázaro.
Y recordemos que Lázaro no es sólo el nombre del mendigo sino también el de uno de sus mejores amigos.
“Dios me ayudó”.
Si me animo a rebautizarme así, seguro que empiezo a mirar con otros ojos a los demás, a esos que nadie ayuda
y que, por ahí, si yo les ayudo un poquito, vuelven a confiar en que Dios sí los ayuda, siempre.
Por ahí con mi ayuda –si les hago un poquito de Jesús-, recuperan su propio nombre y se animan a llamarse “Lázaro”. Un poquito Lázaros, al comienzo, cosa de compartir las miguitas que caen de la mesa… Y luego Lázaros a tiempo pleno, resucitados, como el amigo por quien Jesús lloró, el hermano de sus amigas Marta y María.
La parábola del pobre Lázaro quiere llamarnos la atención acerca de que los pobres tienen nombre.
Su nombre es “Dios me ayuda”.
Y si nosotros sabemos mirar a la gente a los ojos, si estamos atentos mientras transitamos por la calle y por la vida, podemos sumarnos a este trabajo lindo de Dios, cuya providencia cuida de todos sus hijos.
Haber ayudado a alguien que se llama “Dios me ayudó” tiene su premio: nos hace ser un poquito como su Padre del Cielo aquí en la tierra.
Cuando vayamos al cielo a que el Señor nos juzgue con su justo amor, quizás antes de entrar, en el umbral de la puerta, nos encontremos con Lázaro (porque imagino que a muchos les pasará como me decía uno que a él “no le gustaba dormir encerrado sino que prefería el aire libre”), y nos dirá como siempre me dice Coco cuando le doy unas monedas: gracias, padre, porque vos siempre te acordás. Coco casi no ve y se admira de que otro lo vea y cruce la calle para saludarlo. Y yo que veo, cuando pasó pienso “cómo no lo voy a ver” si es Lázaro, al que Dios lo ayuda y a mí me permite darle una manito y sentirlo amigo por lo que es, más allá de lo que vamos tratando de hacer.

Diego Fares sj