Las dos parábolas contra el Maligno, que quiere robarnos la Palabra torciendo la lógica del Amor (10 B 2018)

En aquel tiempo, Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.
Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:
«Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».
El los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas:
«¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Pero nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para saquear sus bienes si primero no lo ata; entonces podrá saquear la casa.
En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre».
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar.
La gente que tenía sentada alrededor le dice:
«Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan».
Él les pregunta:
«Quiénes son mi madre y mis hermanos?».
Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice:
«Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre» (Mc 3, 20-35).

Contemplación

Este evangelio de Marcos aparece pocas veces en la liturgia dominical ya que el tiempo ordinario suele comenzar por el domingo 11, 12 o 13. De hecho, nunca me ha tocado hacer esta contemplación (desde el 2001 en que comencé a enviar las contemplacciones a algunos amigos que participaban en el Taller de Ejercicios de Regina).

Es un evangelio importante para retomar el ciclo litúrgico ordinario, luego de la Pascua y las fiestas grandes -Pentecostés, Trinidad, Corpus y Sagrado Corazón-. Importante porque comienza directamente, como hace San Ignacio, planteando la lucha entre Jesús y Satanás.

Acerca de esta lucha, decía nuestro Maestro, el Padre Miguel Ángel Fiorito, allá por el año 1956, en un artículo que tituló «La opción personal de San Ignacio: Cristo o Satanás» y que marcó el comienzo de su misión de formar a los jesuitas argentinos (dos años después, en 1958, entraría Bergoglio al Noviciado):  «Yo por mi parte confieso que hace tiempo vengo pensando en la espiritualidad ignaciana. Por lo menos, desde que hice mis primeros Ejercicios espirituales en serio sintiendo en mí un vaivén de espíritus contrarios, que poco a poco se iban personalizandoen dos términos de una opción personal» entre el Buen espíritu y el mal espíritu, entre Jesús y el Maligno, del cual pedimos al Padre que nos libre, cada vez que rezamos el Padrenuestro.

Marcos presenta a Jesús en tres lugares:

* primero en torno al lagode Galilea. El lago es el lugar de la predicación y de la misericordia. En torno al lago el Señor ha curado a tantos enfermos (el primer milagro fue curar a un endemoniado, ya que para Marcos es esencial la lucha del Señor contra el Maligno y contra todo tipo de mal);

* luego la Montaña, donde llama e instituye a los doce para que «estuvieran con Él y para enviarlos a predicar». La montaña es lugar de contemplación y de trato íntimo con el Señor en la oración-;

* y por fin la casa, el lugar de las elecciones y los problemas de la vida cotidiana.

Curiosamente, la lucha contra el Maligno se infiltra en la vida familiar. No se da sólo «en la calle». Los «teólogos» del tiempo -los escribas- hacen campaña contra Jesús haciendo correr la voz -de modo que le llegue a sus parientes- de que Jesús está «sacado». «Tranquilícenlo porque está fuera de sí», «háganlo entrar en razón ustedes que son sus familiares»… Ese es el mensaje…

Al mismo tiempo, lanzan públicamente -en medio del pueblo de Dios- la acusación terrible de que está endemoniado. «Expulsa a los demonios con el poder del Jefe de los demonios!»

Esta acusación, violenta en una sociedad teocrática, revela de entrada lo que ya han concebido en su corazón: demonizar a Jesús es instalar la idea de que hay que matarlo, exterminarlo, no queda otra.

Reconocen su autoridad para expulsar demonios porque no pueden negar los hechos, pero tergiversan totalmente su significado. Tres años después, cuando muevan la cabeza frente al Señor crucificado, recordarán que ya lo habían dicho: uno que no puede salvarse a sí mismo es uno que todo lo que hacía lo hacía con el poder de Belzebú. Esa es su «teología»: la de un Dios que si no se salva a sí mismo, no es Dios».

Cuando hablamos del Maligno, de Satanás, del Demonio o Diablo, tenemos que esta atentos a una «operación mediática» que el Padre de la Mentira, como también lo llama Jesús, realiza en cada época. La operación consiste en promover una imagen desactualizada de sí mismo, de modo que uno le pierda el miedo y eso lo lleve «a bajar la guardia, a descuidarnos y quedar expuestos» a sus engaños (EG 161), como bien nos advierte el Papa Francisco.

El mal es algo muy real en nuestra vida: la inseguridad, el que te puedan robar y matar, los bombardeos y los atentados terroristas que se cobran vidas inocentes, los millones de personas -tantos niños- que sufren hambre, que tiene que huir de su tierra. Y también el mal que se mete entre los que nos queremos: las peleas en familia, la infidelidad entre los que se prometieron amor…

Tanto mal no es algo «natural». La naturaleza no odia ni miente. El mal que más nos destruye es el que tiene detrás una intención personal de hacer daño.  Esa intención sufre dos tentaciones: una la de que nadie se haga cargo. La otra, la de hacernos cargo nosotros o hacer cargo a otra persona de la totalidad del mal. Es verdad que somos «cómplices». Pero no hay persona humana individual que sea culpable de todo el mal.

Aquí es donde podemos dejar la cuestión «entre paréntesis» o escuchar a Jesús que nos dice que hay un Maligno, uno que instiga y cosecha todo mal.

Al escuchar esto, tenemos que estar atentos a que no nos juegue en contra «la imagen desactualizada» de la que hablaba. Porque si pensamos a este autor del odio y la mentira con cuernos y fuego y describimos su accionar con posesiones diabólicas y gente que se retuerce y habla idiomas extraños, entonces nuestra mente lo pondrá «entre paréntesis», se negará a creer que detrás de los males concretos esté alguien así.

El Papa interviene en este punto y expone las cosas de esta manera: «El Maligno no tiene necesidad de poseernos. Nos envenena con el odio, con la tristeza, con la envidia, con los vicios. Y así, mientras reducimos las defensas (y nos negamos a ponerle nombre personal y a enfrentarlo como la persona que es y lo dejamos en el «anonimato») él aprovecha para destruir nuestra vida, la de nuestras familias y la de nuestras comunidades, porque «como león rugiente ronda buscando a quien devorar» » (1 Pe 5, 8)».

En el capítulo V de su Exhortación apostólica Alégrense y exultenFrancisco nos da una clave muy útil y concreta para desenmascarar al Demonio y hacernos ver su rostro real, actualizado! Dice el Papa: «La vida cristiana es un combate permanente. Se requieren fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio. Esta lucha es muy bella, porque nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida» (GE 159).

Nos detenemos en la conexión entre «tentaciones del diablo» y «anuncio del Evangelio».

Las tentaciones del Maligno van directamente contra la Alegría del Evangelio, contra el anuncio de las Bienaventuranzas, que son el corazón latiente del Evangelio y contra Mateo 25, que nos da el criterio para discernir si somos o no dignos del cielo y lo pone en las obras de misericordia -tuve hambre y me diste de comer…-.

Otras «tentaciones» y «acciones del Maligno», no son hoy algo que él se tome el trabajo de realizar personalmente. Decía un periodista que en la Italia actual, alguno podía estar tentado a pensar que la mafia ya no existe dado que han disminuido tanto los asesinatos personales. Aunque esto sea un dato estadístico no significa que haya desaparecido la mafia. Lo que sucede es que hoy la droga le da tanto dinero que no necesitan matar gente. La pueden comprar! Esta imagen puede ayudarnos a no ser ingenuos pensando que el Demonio no «actúa personalmente» tentándonos. Lo que sucede es que su campo de acción contra Jesucristo (no olvidemos que el Demonio se muestra «como persona» en relación a la Persona de Jesús. Nosotros no le interesamos realmente sino en cuanto «somos de Jesús») no es hoy el terreno de los vicios tradicionales, por decirlo de alguna manera. En ese terreno ya nos ha «comprado» y nos tentamos solos. En cambio sí se concentra en atacar «el anuncio del Evangelio» y a los que lo anuncian con alegría y dando testimonio con su vida.

En el pasaje de hoy vemos cómo la táctica de los secuaces del Maligno consiste en desacreditar a Jesús, publica y familiarmente, de modo tal que su Evangelio salvador, el que nos pone en contacto filial con el Padre de las Misericordias, pierda poder salvador al entrar en conflicto con estas dudas que siembran en la gente.

La mejor imagen del Maligno para nuestra actualidad es una aparentemente inofensiva: la que el Señor pone al comienzo de la parábola del Sembrador, cuando habla de una parte de la semilla que «cayó a lo largo del camino (y) vinieron las aves y se la comieron». El Señor explica así la parábola: «Los que están a lo largo del camino donde se siembra la Palabra son aquellos que, en cuanto la oyen, viene Satanás y se lleva la Palabra sembrada en ellos» (Mc 4, 4-15). No por nada la parábola del Sembrador viene inmediatamente después de la parábola de Satanás que leemos en el evangelio de hoy.

La imagen parece inofensiva, porque pinta a Satanás como esas «aves del cielo» que se comen las semillitas que caen de la bolsa del Sembrador mientras va de camino. Sin embargo, este «robo» de las semillas antes de que tengan tiempo de ser ni siquiera sembradas, es la acción personal más destructiva y decidida del Demonio en el mundo actual. Nos roba la Palabra antes de que nos demos cuenta de que era una Palabra del Señor para nosotros. Este es el nombre y el rostro que le tenemos que poner a Satanás, al Maligno, al Mentiroso, en la actualidad: es el rostro de uno que está detrás de todo aquel o aquello que nos roba la Palabra de Jesús. La roba o la ensucia o la tergiversa o la reduce o desacredita al que nos la predica… Si algo se tira contra la humildad, la lindura, la transparencia y la ternura de toda Palabra de Jesús, es Alguien que tiene nombre propio: el Maligno.

Me impresiona que en la explicación el Señor habla de «la Palabra sembrada en ellos». Es decir: la Palabra tiene fuerza como para crecer en cualquier terreno, también en el camino. Si en otros terrenos hay que protegerla contra las piedras y los yuyos, aquí hay que protegerla directamente del Maligno.

Puede ser una imagen de estar atentos a una acción personal que el Maligno desempeña en la vida pública, en los medios, allí donde hoy se juega casi la totalidad de nuestra vida que casi no tiene «terrenos protegidos» donde pueda crecer en paz una semilla, sino que todo es hoy «camino».

Qué nos dicen estas dos parábolas de Jesús, que anteceden a la del Sembrador y vienen a ser «las primeras parábolas del evangelio de Marcos» (esto lo digo sin ninguna autoridad «exegética», tomando pie solamente a que Marcos dice que Jesús: «llamándolos junto a sí (a estos escribas o «comentadores») les decía en parábolas…»).

Son dos parábolas muy difíciles de comprender si no les pescamos el punto justo. A mí me ayuda pensarlas al modo de San Ignacio que, cuando habla del mal espíritu, lo hace humildemente, sin pontificar ni hacer definiciones dogmáticas sino describiendo un modo de actuar que «comúnmente» tiene el enemigo de nuestra naturaleza humana.

Si pensamos así estas parábolas, lo que Jesús les responde a los escribas es que sería muy raro que el demonio actuara así, haciendo un bien para lograr un mal. No es lo que acostumbra: el demonio si te da un placer para que hagas el mal también te escupe el placer y te lo arruina, tarde o temprano. No es bueno ni siquiera con los otros demonios! mucho menos con sus cómplices humanos.    El demonio es autodestructivo y malo hasta consigo mismo, cuánto más con los demás!

Jesús les dice que si el demonio sigue la lógica que ellos proponen, entonces está perdido. Si usa su poder contra sí mismo y el Jefe se la agarra contras los demonios menores, entonces es que ha llegado su fin.

La lógica de los escribas es aparentemente sutil y entradora: ellos tratan de hacer pensar a la gente que Jesús sigue el camino de los estafadores, que te regalan algo para robarte o la lógica del enemigo que te salva de un peligro menor para hacerte un mal mayor. Es la táctica más usada por el demonio que, cuando nos propone un placer agranda el beneficio y desestima el peligro que conlleva. Esta lógica no funciona para los casos de las personas concretas que el Señor ayuda. Para aquel que es liberado de un demonio o curado de una enfermedad concreta que lo atormenta, el bien que le hace Jesús es tan real y concreto que es blasfemo decirle que el Señor lo cura con la intención de hacerle luego un mal mayor! Este discurso de los escribas no va destinado a la persona curada (que como el ciego del evangelio de Juan, defenderá a Jesús contra todos los que opinan diciendo «lo que yo se es que era ciego y ahora veo»). Es un discurso que va «al público en general», tratando de dañar a otros y usando, ellos sí, al que Jesús sanó, para hacer un mal y sembrar la duda en los demás.

El Señor propone otra lógica más simple: si hay personas que realmente son libradas del mal y curadas, es señal de que «vino uno más fuerte» que el demonio.

Así de claro y simple.

Y luego contra ataca con la condena más fuerte de todo el Evangelio: decir que el bien concreto es «un medio para hacer un mal» es un pecado contra el Espíritu Santo, un pecado que no tiene perdón porque es como un ataque terrorista que destruye y se autodestruye. Si alguien me ataca en mi capacidad de reconocer el bien y el mal, ese es mi peor enemigo. Y a ese padre de la Mentira, a ese que ha destruido en sí mismo su capacidad de reconocer el bien y por eso se ha convertido en El Maligno, le digo: En Nombre de Jesucristo, aléjate de mí -de nosotros-. Y al Padre le ruego -le rogamos- líbranos del Maligno, que nos quiere robar la Palabra y pretende hacernos sentir separados  del Amor de Cristo

Diego Fares sj

 

 

 

 

Perder el miedo al Espíritu, Dedo de la Mano del Padre (Santísima Trinidad B 2018)

“Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea,

al monte que Jesús les había indicado.

Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron.

Jesús se acercó a ellos y les habló así:

‘Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.

Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes

bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,

y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado.

Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días

hasta la consumación de los siglos’” (Mt 28, 16-20).

Contemplación

  1. La contemplación de la Trinidad la comencé por el lado de la alabanza y de la bendición. Mi manera práctica de dirigirme a la Santísima Trinidad es glorificarla y pedirle bendición.

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Es en la Iglesia donde resuena el ¡Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu santo!, que aprendimos de «aquel momento en que se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: « Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito» (Lc 10 21).

Ese momento, del que habla Lucas, fue el del regreso de los 72 discípulos misioneros. El Señor los había enviado de dos en dos a anunciar el evangelio, la buena noticia: «el Reino de Dios está cerca de ustedes». Ellos «regresaron alegres» y al verlos retornar contentos de la misión, el Señor se llenó de gozo en el Espíritu Santo y bendijo al Padre, Señor del Cielo que comenzaba a reinar también en esta Tierra.

Nosotros, en la fiesta de la Santísima Trinidad, le pedimos al Espíritu con intenso deseo (y si no sentimos intenso deseo le pedimos también que nos de deseo de desear más, con más fuerza y alegría), que nos llene de gozo para Alegrarnos y exultar como Jesús y poder bendecir con Él al Padre que se revela a los pequeños.

Agradecemos a la Iglesia, nuestra Madre y nuestro Pueblo, porque es en Ella -en su espacio comunitario en torno a la Eucaristía y a todas las celebraciones-, donde podemos entonar juntos esta alabanza a nuestro Dios verdadero.

 

2. Luego me inquietó pensar en un mundo sin Alabanza ni bendición y eso me llevó a pedir al Espíritu que tocara y abriera mi corazón.

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Imaginemos, dice un autor, un mundo de fábricas, clubs, shoppings, reuniones políticas, universidades utilitarias, artes y recreaciones utilitarias, en el que no pudiéramos oír ni una sola voz aclamando: «Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo«; ninguna voz bendiciéndonos: «En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo«. Un mundo que transcurre al sol y sus relaciones se dan en el plano del utilitarismo, del industrialismo, de la tecnología…,un mundo en el que todo es biología, sicología y sociología, sin puerta alguna ni ventana al Reino de Dios. Un mundo sin Espíritu Santo que es Quien nos hace entrar en contacto con la Trinidad

Al Espíritu Santo se le llama «Dedo de la Diestra del Padre». Al pensar en su forma de relacionarse con nosotros podemos pensar en ese leve contacto espiritual que hoy ejercitamos para encender nuestros celulares y tabletas y que a veces contrasta tanto con el modo brusco de relacionarnos con otros seres humanos.

Cuando Jeremías profetizaba que Dios escribiría su ley en nuestros corazones (Jr. 31, 33) me gusta imaginar al Señor escribiendo suavemente en el teclado digital de nuestro corazón, que se enciende y se ilumina con sus palabras. Así también en la lucha, cuando el Señor dice que expulsa los demonios «con el dedo de Dios», me gusta pensar que los mueve con un dedo, los expulsa como quien pasa página y mira más allá. Si con un dedo le basta al Señor para hacer callar al Acusador, para comunicar su Espíritu Santo lo hace imponiendo sus manos con todo su corazón.

La imagen trinitaria del «dedo de la mano derecha (Jesús) del Padre» es una imagen táctil que puede ayudarnos en una relación con la Trinidad en la que la imágenes de tres personas iguales y distintas -como los tres ángeles de Rublev- y las expresiones numéricas del «Uno y Trino»- se nos mezclan con tantas imágenes y números que tenemos en la cabeza.

En el leve toque del Dedo de la Mano del Padre podemos sentir la potencia operativa del Espíritu que nos pone en contacto con la Carne del Señor y le permite al Padre abrazarnos como cuando corrió a abrazar a su hijo pródigo que volvía y se le echó al cuello y lo besó y lo hizo entrar en la casa.

Basta un toque suave -como a una tecla- del Espíritu para desencadenar esta fuerza arrolladora del Padre que se sale de sí para darnos todo, como a hijos muy queridos.

Basta un toque del Espíritu para que nos demos cuenta solos, sin necesidad de que nadie nos explique, de toda la Verdad Personal de Quién es Jesús para nosotros: el Señor de la vida de cada uno, el único capaz de hacer de todos los pueblos un solo pueblo de Dios que camina hacia la salvación.

Basta un toque del Espíritu para hacernos discernir -con clara lucidez y determinación- lo que tenemos que hacer en este momento preciso para agradar a Dios y hacerle contra -por no darle el gusto- al mal espíritu.

 

3. Por fin, encontré la imagen de la Mano de Jesús crucificado y sentí que allí hay una imagen de la Trinidad que no confunde y que quita el miedo

………..

Está todo allí: en la imagen de la Mano de Jesús crucificado; en la punta del Dedo de esa Mano totalmente abierta, entregada, de un Jesús que se ha abandonado en las Manos de su Padre y nos invita a dejarnos tocar por su Gracia que mana de la Cruz y nos comunica la Fortaleza del Espíritu que nos hace adorar diciendo «Abba» -Padrenuestro-, y confesar que «Jesús es nuestro Señor», a quien seguimos sirviendo a nuestros hermanos.

Dice Francisco:

«Hace falta pedirle al Espíritu Santo que nos libere y que expulse ese miedo que nos lleva a vedarle su entrada en algunos aspectos de la propia vida (GE 175).

El Espíritu viene en Persona a nuestra vida. Y nos hace entrar en la esfera de acción y de presencia de la Persona del Padre y de la Persona de Jesús.

Una vez que le perdemos el miedo, como uno le pierde el miedo a un buen médico o a un buen maestro, el Espíritu supera cualquier tipo de distancia que tengamos con el Padre, sea la distancia de la avidez que nos hizo alejarnos de la Casa paterna con nuestra parte de la herencia, sea la distancia de la culpa que no nos deja regresar a pedir perdón.

El Espíritu facilita y vuelve agradable el hecho de vivir y caminar en la presencia del Padre y convierte en algo deseable que el Padre (que ve en lo secreto) examine nuestro corazón para ver si va por el camino correcto.

El Espíritu hace que conozcamos la voluntad del Padre, lo que le agrada, la misericordia perfecta y hace que nos confiemos a sus manos que nos podan como las manos del Viñador y nos moldean como las manos del Alfarero (cfr. GE 51).

            El Espíritu hace que confesemos que Jesús es nuestro Señor, nuestro guía y conductor, nuestro consejero y jefe en la vida cotidiana. Un Jefe cuyos mandamientos no son «órdenes militares ni funcionales» sino más bien exhortaciones apostólicas, que nos instan a desinstalarnos de la comodidad y nos permiten distinguir rostros que nos alientan y nos solicitan.

Como dice el Papa: «Jesús abre una brecha en medio de la selva de mandamientos y preceptos de la vida actual: una brecha que permite distinguir dos rostros: el del Padre y el del hermano. Jesús no nos da dos fórmulas o dos preceptos más. Nos entrega dos rostros, o mejor uno solo: el de Dios que se refleja en muchos hermanos» (GE 61).

El Espíritu Santo nos da «la libertad de Jesucristo y nos llama a examinar

lo que hay dentro de nosotros ―deseos, angustias, temores, búsquedas―

y lo que sucede fuera de nosotros  —los «signos de los tiempos»—

para reconocer los caminos de la libertad plena: «Examinadlo todo; quedaos con lo bueno» (1 Ts 5,21). (GE 168)

 

En la fiesta de la Santísima Trinidad pedimos la gracia de perder el miedo a dejanos tocar por el Dedo de la Mano del Padre.

El Señor no se cansa de darnos la paz. Los criterios de discernimiento que brotan de la alegría de Jesús resucitado (2 B Pascua 2018)

La imagen del Señor resucitado nos muestra una resurrección que se le sale por los dorados del mosaico: brilla en las llagas, en el vestido y el manto, en los cabellos y la barba, y más que nada, en el espacio que lo circunda y en la herida de su Costado abierto, en la llaga de su Corazón.

“Siendo tarde aquel día, el primero después del Sábado, Y estando las puertas cerradas del lugar donde se encontraban los discípulos, por miedo a los judíos, vino Jesús y se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con ustedes». Y diciendo esto, les mostró las manos y el costado.

Se alegraronentonces los discípulos viendo al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con ustedes. Como el Padre me envió, también yo los envío.» Y cuando dijo esto, sopló sobre ellos y les dice: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos.»

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían:

  • «Hemos visto al Señor.»

Pero él les contestó:

  • «Si no veo en sus manos la señal de los clavosy no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.»

Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Vino Jesús estando las puertas cerradas, y se presentó en medio de ellos y dijo:

  • «La paz con ustedes.» Luego dice a Tomás:
  • «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no quieras ser incrédulo sino fiel.»

Tomás le contestó:

  • «Señor mío y Dios mío. »

Le dice Jesús:

  • «Porque me has visto has creído. Felices los que no vieron y creyeron.»
  • Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su nombre» (Jn 20, 19-29).

 

Contemplación

 

El Anuncio de la Resurrección requiere discernimiento. Hemos visto cómo las discípulas tuvieron que discernir que ese miedo que se apoderaba de ellas y las hacía callar el Anuncio, era del mal espíritu. Hoy los discípulos tienen que discernir la Paz que el Señor les da repetidas veces y la alegría que sienten al ver al Señor resucitado..

En qué sentido digo discernir? En el sentido de que no toda paz y toda alegría son lo mismo. La Paz de Jesús es algo totalmente especial. El Señor ya les había dicho que su paz no era como la que da del mundo. Y lo mismo podemos decir de la alegría: el Señor les había prometido una alegría que nadie les podría quitar. Hay que discernir, por tanto, entre paz mundana y Paz de Jesús, entre alegría que nos pueden quitar y Alegría que nadie nos puede robar.

Este fue el primer discernimiento que hizo Ignacio, el que «hizo que se le abrieran los ojos» cuando discirnió que la Alegría que experimentaba al leer el Evangelio y la vida de Cristo «duraba» después que había cerrado el libro. En cambio la alegría que le daban los libros de aventuras se esfumaba al terminar de leer. Más aún, la Alegría del Evangelio le daba deseos de ir a Anunciar el Evangelio a todos. Era una alegría misionera. La otra en cambio era una experiencia sólo suya (aunque uno cuente que le gustó una serie o una película no es que ande empujando a todos a que la vean. Cada uno tiene sus gustos).

 

Discernir la Alegría, discernir la Paz.

Con la Alegría de ver al Señor Resucitado a los discípulos les pasará una cosa que parece extraña y sin embargo es muy común. Uno de los evangelistas dirá después que «de la alegría que sentían no podían creer». A mucha gente le pasa en Ejercicios que cuando tienen una consolación grande y sienten algo que nunca habían sentido, primero gozan de esa experiencia única que los hace sentir amados por Dios y creer en Jesús, pero luego les vienen dudas. Será verdad algo tan especial? Y surgen los miedos: qué me irá a pedir Dios ahora?

Qué y cómo hay que discernir? Hay que discernir la Paz y la Alegría y hay que hacerlo volviendo a leer estos Evangelios de la Resurrección en los que se contienen todos los criterios de discernimiento que el Espíritu nos va revelando en la medida en que lo necesitamos cada vez.

Una clave que encontramos en este evangelio está en el hecho -significativo- de que Jesús les de la Paz tres veces. Es como si cada vez que se presenta y también durante su Visita, el Señor tuviera que darles de nuevo el don de su Paz.

Qué quiere decir esto? Entre otras cosas, significa que no tenemos que «dejarnos llevar» por el fluir de los sentimientos.

Nuestros sentimientos tienen su secuencia natural, distinta en cada uno, de acuerdo a su historia y a sus experiencias de vida. Recuerdo un comensal del Hogar al que la alegría que sintió cuando le dimos a soplar la velita en el festejo de los cumpleaños le trajo el recuerdo de que nunca le habían festejado uno. No tenía memoria de festejos de cumpleaños. Y la alegría presente se le mezclaba con la pena honda del pasado. Por eso digo que hay que discernir bien la Alegría del Señor Resucitado y separarla de las nuestras.

En los Ejercicios Ignacio hace pedir: «gracia para alegrarme y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor» (EE 241). Es decir: pedimos la gracia de alegrarnos y gozar «por Otro«.

Humanamente todos tenemos experiencia de estas alegrías gratuitas, enteramente centradas en la alegría del otro. Es la alegría de los padres que ven que se recibe o se casa su hijo, es la alegría del amigo que ve premiado a su amigo. Cuando uno se alegra por la alegría de alguien amado, si surge algún sentimiento de autorreferencia, de comparación, de celos o de tristeza, rápidamente se disciernen como del mal espíritu y uno vuelve a concentrarse en gozar con el gozo del otro y alimentar ese sentimiento nos confirma en el bien.

Cuando uno se concentra en la alegría del otro, esa alegría es pura. Por que? Por que  uno se alegra de que el corazón del otro se dilate por el bien que recibe y eso nos hace comprender dos cosas: una, que el bien es difusivo de sí, el amor se irradia como irradia su luz y su calor el sol; la otra, que la medida para gozar y recibir un bien es única en cada uno. No puedo gozar como goza el otro. Si quiero alegrarme me debo dejar inundar por el mismo bien que dilata el corazón del otro y dejar que dilate el mío y me de su medida teniendo en cuenta la mía.

Este es el discernimiento base con respecto a la alegría. Podríamos decir así: es tentación (mala y mentirosa) entristecerse por la alegría de otro. Es tentación ese pensamiento que puede surgir y que dice: por qué yo no puedo alegrarme como el otro, como se alegraba Ignacio o como se alegró María Magdalena o los discípulos al ver a Jesús? La tentación quiere hacerme «sacar la mirada» de la gloria y gozo del Señor resucitado, de la alegría que sienten los discípulos y los santos, para que, en vez de dejar que me contagien y me incluyan, me mire a mi mismo, mire mis límites y siga el curso acostumbrado de mis sentimientos.

La Alegría del Evangelio es contagiosa, se irradia, es esencialmente misionera, se transmite íntegra de corazón a corazón por el kerigma, por la fuerza con la que un santo expresa que Jesús ha resucitado y le ha cambiado la vida. Por eso el punto es «no sacar la mirada» de la Alegría del Otro.

Y aquí viene de nuevo lo de la Paz. El Señor, cuando ve que su presencia produce estos movimientos de autorreferencia, vuelve a darles la Paz.

Esta segunda Paz viene a decir: estate en paz con tu alegría.

La primera paz ahuyenta el miedo. La segunda paz nos reconcilia con la alegría.

Tan importante como vencer el miedo es, en un segundo momento, dejar que se establezca -que reine- la alegría. La alegría hay que dejarla que dure, que se expanda todo lo posible, inundando de luz todos los rincones del alma, sanando las heridas que produjeron las alegrías a medias, esas que la vida «nos dio y nos quitó» y que dejaron marcas de desilusión.

El Señor establece el Reino de su alegría asegurando que «nada ni nadie nos la pueda quitar». Pero fijémonos que esta «inrobabilidad» de la alegría no es algo nuestro. Lo que no nos pueden robar es el hecho de que el Señor nos la vuelva a dar una y otra vez, incansablemente. El Señor no se cansa de darnos la paz.

Es decir: no se trata de una alegría que se nos de «en posesión», como si fuera cosa nuestra. Esto no tiene sentido, porque se trata de Su Alegría, de la Alegría que Jesús experimenta en su Carne resucitada, amando al Padre no solo como Espíritu sino como Dios-hombre, como Palabra encarnada. Nadie nos puede robar esto que sentimos cuando Jesús se nos acerca lleno de Alegría, cuando se hace presente en medio nuestro, cuando nos parte el Pan o nos explica las Escrituras, cuando nos perdona los pecados y cuando nos sopla su Espíritu para que vayamos a dar la paz y el perdón a todos los pueblos y naciones. Esta es la alegría misionera que nadie nos puede quitar. Y tenemos que discernirla de las alegrías «nuestras», esas que van y vienen de acuerdo a cómo es cada uno.

Ponernos en paz con su Alegría, ese es el oficio de Jesús resucitado. Ignacio lo llama «consolar como un amigo consuela a otro amigo». Consolar es quitar el miedo y establecer la alegría, haciendo que reine, que juzgue sobre cada cosa, que legisle y que imprima el tono con que deben hacerse las cosas.

En este sentido podemos decir que todo el magisterio del Papa Francisco consiste en compartirnos los criterios de discernimiento que brotan de la Alegría.

En Evangelii gaudium, Francisco nos enseña que la alegría del Evangelio es una alegría misionera, que si no la dejamos salir, se nos convierte en algo extraño: la Iglesia que no sale a anunciar la alegría del evangelio y se dedica a querer custodiarla dentro de sí, se vuelve rígida, intemperante, se endurece en su verdad y se le agría el corazón. No tiene sentido querer «custodiar» y defender una alegría que el Señor nos dio y nos tiene que dar de nuevo, como la Eucaristía, cada día!

En Amoris Laetitia, Francisco nos enseña que la alegría del amor familiar es la de un amor que abraza toda la vida de las personas, un amor cuya lógica es la de «reintegrar» y no la de «marginar» (AL 294). En esta exhortación a las familias el Papa Francisco y los dos Sínodos hicieron entrar el discernimiento como trabajo del que ningún cristiano puede excusarse. Nadie puede sustituir mi conciencia y mi responsabilidad personal. Ese discernimiento toma a cada familia concreta -«no existen familias perfectas»- como está, y la acompaña en su camino hacia adelante: hacia el logro de un mayor abrazo de todos sus miembros, especialmente de los niños y ancianos. La iglesia saca la mirada de la lógica abstracta del «esto se puede, esto no se puede» e invita a las familias a poner la mirada en la lógica del amor: un amor que usa los criterios de la misericordia para con los pecados, los criterios de la esperanza para apuntar siempre a una mayor perfección y los criterios de la concretez, para el paso adelante que cada uno puede dar hoy para crecer en ese amor.

En la Encíclica Laudato sii, Francisco nos invita a hacer un discernimiento ampliado: nos hace ver que la alegría es personal, social y ecológica a la vez. No hay alegrías privatizadas: la alegría verdadera, hoy más que nunca, debe abrirse a abarcar todas las dimensiones del ser humano y del planeta.

Y ahora, como anunció hace dos días, Francisco nos compartirá una nueva exhortación apostólica sobre la santidad en el mundo actual. Se llama «Alégrense y exulten» y del título mismo se ve cómo se afianza este discernimiento de y por la alegría en el que Francisco insiste en este momento histórico de gracia que nos toca vivir.

 

Diego Fares sj

 

Jesús, el Pescador invisible, que tironea desde arriba y nos enseña a discernir

Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea.

Allí anunciaba la Buena Noticia de Dios, diciendo:

«El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca.

Conviértanse y crean en la Buena Noticia.»

Caminando junto al mar de Galilea,

vio a Simón y a su hermano Andrés,

que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo:

«Vengan conmigo y haré que se conviertan en pescadores de hombres.»

Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.

Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan,

que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó,

y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron” (Mc 1, 14-20).

 

Contemplación

Jesús hacía fundamentalmente dos cosas: anunciaba y llamaba. El anuncio lo hacía “por atracción”, el llamado, saliendo Él a buscar. La gente se sentía atraída por Jesús e iba hacia él. Se juntaban multitudes para escucharlo. El llamamiento lo hacía yendo a buscar y eligiendo Él personalmente a sus discípulos.

La predicación, el anuncio del evangelio, la buena noticia de que uno puede convertirse en una persona de fe, de que cualquiera es importante para el Reino y hoy mismo, donde esté, puede cambiar de mentalidad, puede salir de la anestesia con la que los medios le enchufan criterios venenosos sin que le duelan, y pasar a ser una persona libre, que piensa en la fe, que goza con la luz que le va dando el Espíritu Santo, el Espíritu que visita las mentes de los fieles y nos propone los criterios de Jesús, el Espíritu que hace arder los corazones de los discípulos desilusionados dándonos los mismos sentimientos de Cristo Jesús…, este “kerigma”, el Señor lo predicaba a toda la gente que se le acercaba, al pueblo de Dios en su conjunto. Y lo hacía al aire libre.

La otra tarea, la de llamar discípulos para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar el Evangelio, la hacía yendo Él personalmente a su encuentro.    Hoy vemos que llama a los cuatro hermanos, a Simón y a su hermano Andrés primero, y luego a Santiago y a su hermano menor, Juan.

Les dice una frase que nos hemos acostumbrado a oír hasta el punto de que nos parezcan casi normales estas palabras -pescadores de hombres- en labios de Jesús. Y sin embargo…

Jesús era un carpintero y venía de las montañas de Nazaret. Cuando los llama les está hablando a hombres del lago de Galilea. Son gente que está en medio de su trabajo. Simón y Andrés estaban echando las redes al agua; Santiago y Juan las estaban reparando. Y Jesús viene y les dice que se vayan con él, que Él hará que se conviertan en pescadores de hombres.

No solo les cambia el objeto de su trabajo -peces por hombres-, sino que este cambio de objeto los transformará a ellos mismos: pescadores de hombres es algo que tienen que “llegar a ser”, es algo que hará Jesús con ellos y para esto tienen que dejarlo todo y seguirlo.

Lo que quiero decir es que solo en apariencia les está diciendo algo fácil y entendible. En realidad los está cambiando enteros: en su mismo oficio, en lo que ya saben hacer, Jesús los cambiará radicalmente, como si los hiciera de nuevo.

Puede ayudar una consideración de lo que significa “pescar hombres”. Cuando le decimos a alguien “te pesqué”, significa que en alguna mirada o en alguna palabra que usó, le descubrimos una intención que estaba ocultando. Esto tanto para bien, como cuando alguien trata de escondernos que nos hará un regalo sorpresa, como para mal, cuando nos está mintiendo: “te pesqué”. Pescar hombres tiene que ver, con las intenciones y los criterios.

Por un lado, se trata de pescar nosotros las intenciones más hondas de los hombres, esas que están como un pez en el fondo de un lago.

Jesús es especialista en pescar los pensamientos del corazón de la gente. Pescaba los buenos deseos de la gente sencilla con que solo le tocaran el manto, como la pescó a la hemorroisa; pescó al vuelo el deseo de seguirlo de los primero discípulos, cuando se dio vuelta y les dijo “qué quieren”, aunque era obvio que ya lo sabía, que les había tirado el anzuelo o había hecho que su primo Juan el Bautista pescara la cosa y se los mandara; Jesús pescaba la mala intención de los fariseos, les leía el pensamiento torcido, sabía que estaban pensando mal y se los expresaba en la cara; sabía lo que quería hacer su Madre en Caná y lo hacía aunque protestara cariñosamente con que no era su hora… y así con todo. Podríamos reescribir el evangelio entero desde esta perspectiva de pesca. Todas las parábolas, por ejemplo, son fruto de la mirada de Jesús que “pesca” en la vida cotidiana de la gente, las semillas del reino, que sabe ver cómo el Padre le revela sus cosas a los pequeños. Jesús pesca y enseña a pescar “al vuelo” los deseos del Espíritu en el corazón de los hombres (como pescó el Papa Francisco el deseo de casarse a la pareja que casó ahí mismo, en el avión, durante el vuelo de Chile a Perú).

Hay otra expresión que usamos y es “me pescás? “pescaste lo que quería decir?”. Es cuando apelamos al conocimiento que el otro tiene de una cosa y de nuestro modo de pensar. Más allá de las palabras que usamos como podemos, cuando hablamos con alguien esperamos que “pesque” lo que queremos decir. Esta capacidad que filosóficamente se llama “analógica” y es lo propio del pensar humano. Deducimos cosas por comparación. Y comparamos no solo cosas, sino dinamismos, procesos, estilos y antes que nada, intenciones… Pensar es discernir. La inteligencia no consiste en entender las cosas una por una y luego ponerlas juntas en un razonamiento. Uno pesca primero “la cosa en su conjunto”, la “situación”, como le decía el Güero a su mujer en la novela de Pérez Reverte, La Reina del sur”: “En este negocio, había dicho el Güero, hay que saber reconocer La Situación. Eso es que alguien puede llegar y decirte buenos días. Tal vez lo conozcas y él te sonría. Suave. Con cremita. Pero notarás algo extraño: una sensación indefinida, como de que algo no está donde debe. Y un instante después estarás muerta”.

Saber pescar “la situación”, es una buena imagen de lo que es el discernimiento. Es saber pescar al demonio cuando te dice “buenos días”, porque como dice el Papa Francisco, el demonio es un señor muy educado, y te sonríe, suave y te habla como quien no quiere la cosa y un instante después, no que estás muerto, como cuando se trata de narcos, sino que te ensartó un criterio y ya estás pensando vos mismo como él, sin que te fuerce en nada. Es lo que nos pasa a todos cuando nos “enganchamos” con algo que dicen los medios: nos muestran una foto o nos repiten una frase y nosotros seguimos solitos repitiendo un discurso como si fuera el único. No les ha pasado tener como un dejavu: notar de repente, en medio de un argumento que están pensando interiormente, que se les ha metido en la cabeza un tonito y que están repitiendo una frase “tal cual” como la dice un periodista que opinó sobre un tema?

Pescar hombres para el reino tiene, pues, que ver con los criterios. Con pescar “la situación”, no un zapato aislado. Con pescar lo que siembra el Buen Espíritu y con lo que sobre siembra el malo.

Jesús compara el Reino con pescadores que disciernen: “El reino de los cielos es semejante a una red, que, echada en el mar, recoge de toda clase de peces; y una vez llena, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan fuera” (Mt 13, 47-48).

Pescar hombres es discernir y enseñar a discernir, eso es lo que quería decir hoy, reflexionando sobre este evangelio. Es la tarea más importante en la que el Papa quiere que crezca la Iglesia en la actualidad.

Y quizás no hay mejor época que la nuestra. Hoy no se puede ocultar nada, todo el pescado está a la vista. Las cosas salen a la luz. No se pueden ocultar. Pero salen a la luz, no espontáneamente, salen ya “editadas”. Y exigen discernimiento personal y comunitario.

Pescar con Jesús y para Jesús es pescar la “intención de fondo” de las personas. Jesús, como ya se lo había profetizado Simeón a María, su Madre, cuando era un recién nacido, es y será uno que hace que salgan las intenciones de fondo de los corazones. Para eso vino a este mundo. Para eso nos visita y se nos acerca. No para imponernos nada. Visita para que salgan a la luz lo que tiene cada persona y cada pueblo en su corazón.

Esta tarea de pesca es la tarea principal del Señor: nos pesca para el reino, para llevarnos al Padre. Nos pesca en este lago que se escurre por el resumidero del tiempo, a las aguas del cielo, que no se escurren sino que son para siempre.

Para pescar con Él primero hay que dejarlo que discierna nuestro corazón y saque a flote nuestro verdadero rostro y nos libre de todo lo que es máscara y sentimientos menos dignos. Así, dejando que nos pesque el buen deseo que nos constituye y dignifica como las buenas personas que querríamos ser, y que nos discierna los deseos mezclados de todos los días, podremos ayudar también a los demás.

Jesús es el Pescador invisible, el Cristo de la mano rota de la Iglesia de San Bernardo en flores, que tironea desde arriba, como dice el Adán buenosayres de Leopoldo Marechal: “¡Es absurdo! Uno está navegando en ciertas aguas oscuras, y de repente se da cuenta que ha mordido un anzuelo invisible. ¿Comprenden? Y uno se resiste, forcejea, trata de agarrarse al fondo! Es inútil: ¡el Pescador invisible tironea desde arriba!”.

Discernir…

Morder el anzuelo invisible del Pescador que tironea para arriba! Gustar este anzuelo, gustar que vaya para arriba. Interpretar las cosas “hacia arriba”, aunque uno abajo patalee…

Ayudar a discernir.

Ayudar a “pescar la situación”, no solo las cosas sueltas, los títulos editados cada día, las noticias que son pescado viejo y podrido que nos sirven refritas como si fueran frescas de hoy.

No hay mejor época que la nuestra si es que uno quiere entrenarse en el discernimiento. Cada día tenemos ante los ojos “todo el pescado: buenos y malos”. Es tarea de cada uno ver qué elige, elegir qué come.

Diego Fares sj

 

Los seis puentes y caminos del Espíritu que Francisco tendió y hay que mantener transitables (Adviento 2 B 2017)

Principio del Evangelio de Jesús, Cristo, Hijo de Dios.

Como está escrito en el libro del profeta Isaías:

‘Mira, envío a mi mensajero delante de ti para que prepare tu camino…,

(lo envío como la) voz de uno que grita en el desierto:

‘preparen el camino del Señor, rectifiquen sus senderos’,

(así) se presentó Juan el Bautista en el desierto,

predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.

Y acudía a él toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén

y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.

Juan andaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero,

y se alimentaba con langostas y miel silvestre.

Y predicaba, diciendo:

‘El que es más fuerte que yo viene detrás de mí,

Uno ante quien yo no soy digno ni de desatar, arrodillado,

la correa de sus sandalias.

Yo los he bautizado a ustedes con agua,

pero él los bautizará en Espíritu Santo’ (Mc 1, 1-8). 

Contemplación

La contemplación de “los caminos que hay que preparar y rectificar” nos habla de trabajo. Tiene que ver con esa semilla del “amor-trabajo” de la Contemplación para crecer en el amor que invita a: “Considerar como Dios trabaja y labora por mí en todas las cosas – (…) y reflexionar en mí mismo”. Reflexionar cómo tengo que trabajar y en qué tarea para que mi trabajo edifique y colabore con el del Padre, que “siempre trabaja”.

Juan Bautista, retoman la voz antigua del profeta Isaías y nos anima: Trabajen preparándole caminos al Señor que viene a bautizar en Espíritu Santo.

Estos caminos a preparar y a rectificar no son otros que los del amor.

Jesús camina dejando la huella de las plantas de sus pies cuando el camino es de amor. No importa si es de tierra, si hay barro, si está asentado o asfaltado. Lo que cuenta es que sea un camino-puente, tendido entre dos amores: entre el amor de uno que viene porque tiene hambre y el amor de otro que va porque quiere darle de comer, entre el amor de uno que viene porque desea aprender a rezar y el amor de otro que sale a predicar el Evangelio.

El Señor no transita los caminos en los que sólo el amor propio está al comienzo y al final: el camino del dinero, el camino de la fama y el camino de la soberbia que da el poder. Son caminos circulares, aunque parezca que van derechos y que salen hacia los demás, los pasan de largo: la meta no eran las personas sino los trofeos -productos, aplausos, pleitesías- con los que el que parecía que salía, vuelve cargado a la covacha de su propio ego.

Vamos a compartir seis caminos y puentes que ha creado y que recorre Francisco y que nos invita a transitar junto con él, colaborando para mantenerlos transitables.

 

El camino de los sínodos. Sínodo significa “camino juntos”. Es un camino que circula entre Roma y todos los obispos del mundo con sus diócesis y su porción del pueblo fiel de Dios. El Papa Francisco tendió este puente sinodal a las familias y a los jóvenes. El de la familia, el Papa hizo que los obispos lo caminaran dos veces. La primera con la convocación de una “Asamblea extraordinaria” en el 2014, para escuchar los aportes que venían de todas las familias del mundo. Bruno Forte, secretario especial de la asamblea, trazó una relación entre este sínodo extraordinario y el Concilio Vaticano II, por cuanto el enfoque para abordar los desafíos de la vida familiar en la actualidad sería el mismo que Juan XXIII anotaba en su diario poco antes de la apertura del concilio: «Mirar todo a la luz del ministerio pastoral, es decir: almas que salvar y que reconstruir». La segunda recorrida se hizo en la Asamblea ordinaria del 2015 y allí se dieron las directivas pastorales para hacer crecer “la alegría del amor” en las familias. El Papa reparó un camino que estaba roto y tendió un puente que estaba cortado a las familias que estaban criando a sus hijos desconectadas de la esperanza de la gracia. Bajó el puente levadizo de una Iglesia encerrada dentro de los muros de una autodefensa imaginaria -ya que nadie la ataca hoy discutiendo las verdades abstractas escritas en los códices – y la hizo salir a plantar tiendas de hospitales de campaña, allí donde el enemigo sí ataca a las familias reales, que necesitan el remedio del evangelio de la misericordia. El otro sínodo que el Papa quiere caminar junto con los jóvenes es el que se celebrará en octubre de 2018. Tomando pie en los jóvenes, la reflexión sobre la fe y la vocación común a la alegría del amor, nos hará transitar a todos este camino que se abre al futuro.

 

El camino a las periferias, a todos los tipos de pobreza. Este camino que no partió, sino que llegó a Roma con los pedidos de Obispos de todo el mundo de que la Iglesia “fuera pobre y para los pobres” y que encontró un eco formidable en el corazón de Juan XXIII, es un camino que Francisco no deja de recorrer. Dio el primer paso cuando estableció un puente con la isla de Lampedusa, a donde llegan los refugiados que cruzan el Mediterráneo, dos semanas antes de iniciar su primer viaje, ya programado por Papa Benedicto, a Río. Pero la primera opción por la periferia fue intra-vaticana. A los dos días de ser elegido el Papa visitó el Palacio apostólico, con sus diez habitaciones, cocina, comedores y estudio médico, y al ver que “aquí pueden vivir 300 personas”, hizo el viaje de regreso a Santa Marta, donde se quedó a vivir. Los veintiún viajes que ha realizado Francisco  fuera de Italia y los 17 dentro de ella han estado marcados por este impulso del Espíritu a salir a las periferias geográficas y existenciales. En todas las visitas son lugares claves las cárceles, los hospitales, los hogares… y la calle, donde Francisco goza encontrándose con el pueblo fiel de Dios, ese que en Ecuador le cubrió el auto y la carretera de flores y que en Myanmar viajó desde todos los puntos del país para asistir a una misa con 150.000 personas en un país en el que los católicos superan con poco el medio millón. La puerta de la misericordia abierta en Bangui, en el corazón del África pobre, fue otro hecho emblemático de la prédica con gestos evangélicos que hace el Papa. En Roma, sus lavatorios de pies a los más pobres, enfermos y detenidos, de todas las religiones y condiciones sociales unge cada Jueves Santo con este sello del amor a los más pobres. Los ejemplos son constantes e innumerables. Estos apuntan solamente a motivar la reflexión acerca de este camino directo que el Papa tiende a los más pobres.

El puente tendido a los medios de comunicación. Desde el primer momento, el Papa revolucionó la forma de comunicar y los periodistas fueron los primeros en comprenderlo y en valorarlo. El Papa está siempre comunicando, buscando “que el mensaje llegue”, como dijo hace unos días en el viaje de regreso del Asia. Comunica con palabras sencillas – Buona sera y Buon pranzo-, y con “cuentecitos” que eso eran las narraciones de Jesús, y que nosotros – como dice Martín Descalzo- llamamos “parábolas” para distinguirlas. El Papa comunica con gestos que hacen a sus hábitos personales, como seguir con sus zapatos negros, comer en el comedor común en Santa Marta, elegir un auto sencillo como papamóvil…  Y comunica también con gestos pastorales, como salir a recorrer la plaza, celebrar misa diaria con la gente en Santa Marta, recibir a los que le piden encontrarlo, pero elegir él, después de discernir y no por seguir un protocolo, a quienes visita. El Papa comunica concediendo entrevistas y dialogando con los periodistas sin tener antes las preguntas. Aceptando el riesgo de responder como el Espíritu lo inspira en ese momento, mirando a los ojos al que le pregunta. El Papa comunica con sus sonrisas, sus selfies, sus llamados telefónicos, cartas, mails y hasta WhatsApp personales. Y comunica haciendo dialogar a los obispos libremente, mientras él escucha y toma nota en silencio. Este puente directo a los medios ha sido una “salida al campo” como dicen los italianos, un entrar en la cancha. Antes, el lenguaje oficial iba por un lado, manteniéndose impecable en su lógica eclesiástica, y a la gente le llegaban las cosas en lenguaje periodístico. Hoy esto sigue pasando. Pero sólo para el que no quiere tomarse el trabajo de escuchar al Papa mismo hablando con los periodistas, titulando, pidiendo que se interprete bien lo que dice… Es uno de los grandes puentes de Francisco que ha sacado el Evangelio a los caminos del mundo y lo ha liberado de la prisión del lenguaje abstracto en el que estaba enjaulado el Espíritu.

El puente a todos los cristianos. En esto, lo del camino no es una metáfora. El Papa ha salido a caminar junto con los cristianos de todas las confesiones y tradiciones poniéndose a su lado, como se hace cuando uno camina con otro, sin más pretensiones. Baste citar el encuentro “privado” con los pentecostales de Caserta y la única visita a una casa de familia, la de su amigo el pastor Traetino, y el encuentro en Cuba con el patriarca ortodoxo, haciendo una etapa especial en su viaje a México, para encontrarse con él en un lugar especial, aprovechando una providencial coincidencia de agenda. El pastor Luterano en Roma, que tiene su Iglesia a dos cuadras de La Civiltà Cattolica, siempre que podía decía “nuestro Papa”. Y si sus hermanos de Alemania le objetaban algo decía que era el Obispo de Roma y que su iglesia estaba en Roma. Un amigo musulmán que vivía en el Centro de acogida de nuestra Iglesia de San Saba, decía, luego de un encuentro del Papa con los refugiados, que se notaba que apreciaba de corazón a los musulmanes y quería de veras a los pobres. Con su teología del “martirio de la sangre” que une a todos los cristianos en un testimonio supremo que los enemigos reconocen sin hacer diferencia de confesiones, el Papa transita siempre que puede, este camino ecuménico, al que la teología llega después de que se ha caminado juntos, en la oración, el servicio a los pobres y el testimonio de vida.

El puente al planeta. Este es un puente nuevo, no transitado antes. Más que un puente espacial es un puente temporal: se tiende entre el planeta actual y el planeta futuro. Nos hace tomar conciencia de que, queramos o no, estamos transitando sobre un abismo temporal: corremos el riesgo de que la cabeza de puente del futuro no tenga donde apoyarse y nos dirijamos hacia nuestra perdición, hacia un planeta invivible o vivible solo para pocos. La encíclica Laudato sí nos brinda el mapa de los pasos sociales, ecológicos y personales que podemos dar para que el camino del planeta tenga como destino un planeta mejor y para todos: para que siga siendo la madre tierra de muchos hijos y no un asteroide contaminado y sin vida que sigue girando indefinidamente por el espacio.

El camino de Jesús y a Jesús. Todos estos puentes y caminos son en realidad el camino de Jesús y hacia Jesús. Tomo aquí las palabras proféticas de Benedicto XVI en el aniversario de su ordenación sacerdotal, el 28 de junio de 2016, cuando le dijo a Francisco: “Esperamos que usted pueda seguir adelante con todos nosotros por este camino de la misericordia divina, mostrando el camino de Jesús, hacia Jesús, hacia Dios”. Hay gente que menosprecia los puentes y caminos de Francisco como si fueran meras cuestiones sociales (incluso sesgadas partidariamente), cuestiones meramente diplomáticas y no cuestiones de verdadera fe. Se distingue la valoración de Benedicto XVI, acerca de que estos caminos de la misericordia, en los que Francisco va adelante y nos invita a seguirlo, son los verdaderos caminos de Jesús y que llevan a Jesús, y por Él a Dios.

Trabajar junto con el Papa en tender, reparar y transitar estos caminos es una tarea en la que cada uno tiene algo suyo para aportar. En el camino largo que recorre la historia de salvación, vivimos nosotros nuestra etapa. El Señor viene en este tiempo intermedio. Viene con la potencia del Espíritu Santo que se posa en todos los que le abren el corazón y le dan velas a su soplo. El Espíritu viene a los que lo invocan y lo desean y se trasfunde en afectos de ternura y amistad, en costumbres que crean hábitos buenos y se convierten en instituciones duraderas en las que el amor puede crecer y dar fruto.

Diego Fares sj