No es más el servidor que su patrón o la tentación de “sobreactuar” (Jueves santo A 2020)

 “Sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos…”

            Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un recipiente y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. “Llega a Simón Pedro; éste le dice: « Señor, ¿tú lavarme a mí los pies? » Jesús le respondió: « Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde. » Le dice Pedro: « No me lavarás los pies jamás. » Jesús le respondió: « Si no te lavo, no tienes parte conmigo. » Le dice Simón Pedro: « Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza. » Jesús le dice: « El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos. » Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: « No están limpios todos. » Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: « ¿Comprenden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman «el Maestro» y «el Señor», y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque les he dado ejemplo, para que también ustedes hagan como yo he hecho con ustedes. « En verdad, en verdad les digo: no es más el servidor que su Señor, ni el enviado más que el que le envía. « Sabiendo esto, serán dichosos si lo cumplen (Jn 13, 1 ss.).

Contemplación

         En estos días, entre tantos testimonios conmovedores de la gente hubo dos que deseo compartir y que tienen que ver con la frase de Jesús: “Les digo de verdad que el servidor no es más que su Señor”. El Señor, lo que dice, lo dice en serio, pero aquí lo dijo después de dar ejemplo con un acto inusitado, para que se nos grabara para siempre: Él vino a servir; está como el que sirve.

El primer testimonio es de una persona común que me hizo caer la ficha de lo esencial que es el servicio mostrándome en una frase la otra cara de la moneda. 

No sos más propietario de nada

El lunes 30 de marzo murió por coronavirus Marco Mennini, ciudadano de Piombino, frente al mar Tirreno, de 57 años, que iba a ser abuelo pronto. Su amigo Alessandro, que es periodista, compartió lo último que Marco escribió en su Facebook desde el hospital de Livorno: “Hubiera querido poner #notengomiedo debajo de esta foto. Un poco como cuando pensás que no te toca a vos, que no te puede tocar a vos. Y por qué no? Qué cazz…, mirá todos los que estamos acá. Después, la alarma te pone los pies sobre la tierra. De golpe todo se vuelve del color azul hielo de esas personas que hasta ayer solo habías visto en las películas. De un momento a otro no sos más propietario de nada (…)”.

Me conmovió: “no sos más propietario de nada”.

Es la otra cara de una verdad: que si hay algo que podemos siempre y todo lo que queramos es “ser servidores”.

Jesús todo lo hizo para servirnos

El otro testimonio fue del Papa el Domingo de Ramos. En la prédica le puso énfasis al hecho de que Jesús todo lo que hizo fue por servicio a nosotros. No solo lavar los pies, sino también “experimentar las situaciones más dolorosas para quien ama, como la traición y el abandono”. Vivir esto fue un servicio que nos quiso hacer. 

El servicio de cargar en sí mismo y de poner en la cruz nuestras traiciones, para que no nos desanimemos. Al mirarlo en la Cruz podemos decir: “mi infidelidad está ahí (en tu Cruz), Tú la cargaste, Jesús. Me abres tus brazos, me sirves con amor… Por eso sigo adelante!” Lo mismo con el abandono. El Papa hizo notar que el Señor fue abandonado por todos, pero siempre había tenido al Padre. Y quiso experimentar también este extraño abandono. Por nosotros, para servirnos. “Para que cuando nos sintamos entre la espada y la pared, cuando nos encontremos en un callejón sin salida, sin luz y sin escapatorias, cuando parezca que ni siquiera Dios responde, recordemos que no estamos solos”.

Punto por punto el Papa declinó todos los actos y gestos de Jesús en términos de “servicio”. No puso el acento en el dolor que sufrió, sino en que ese dolor sufrido por el Señor fue para que nos sirva en nuestros dolores y aprendamos a sufrir también sirviendo a los demás. 

“Y, ante Dios que nos sirve hasta dar la vida, pidamos la gracia de vivir para servir. Procuremos contactar al que sufre, al que está solo y necesitado. No pensemos tanto en lo que nos falta, sino en el bien que podemos hacer”. 

Y a los jóvenes les dijo: “Queridos amigos: Miren a los verdaderos héroes que salen a la luz en estos días. No son los que tienen fama, dinero y éxito, sino son los que se dan a sí mismos para servir a los demás.(…) La vida es un don que se recibe entregándose y la alegría más grande es decir sí al amor, sin condiciones ni “peros”. Como lo hizo Jesús por nosotros”.

El servicio entre dos deseos: el del Dueño y el del cliente

Lo admirable en Francisco es que esto que dice, es algo que practica en todo. Desde que lo conozco, siempre lo he visto concentrado en los servicios concretos que le tocan. Es una persona que lo que hace lo hace sirviendo. Y se nota esa doble tensión propia del mozo, que está atento a las órdenes del dueño del restorán y a los deseos del cliente. En medio de estas dos atenciones se da el buen servicio. Servir, metafóricamente, es dedicarse uno mismo enteramente a cumplir el deseo de otro. El servicio bueno es el que tiene en cuenta lo que manda el Señor y lo que quiere el que es servido. Por eso, rezar es parte del buen servicio, tanto como “inculturarse” o “hacerse todo a todos”, amoldarse al bien lo que el otro puede recibir. 

Servir viene a ser como el verbo auxiliar que define a todos los demás. Por eso San Ignacio nos recuerda que nuestro principio y fundamento es: que somos creados “para” servir. Incluso la adoración y la alabanza son servicio. Por algo el rezo del Breviario se llama “oficio divino” (officium indica trabajo, deber y también servicio) y la misa es el “servicio sacerdotal”.

La tentación de sobreactuar

Una de las tentaciones contra el servicio que experimentamos los cristianos “con algún cargo” en la Iglesia (no hago distinciones entre cargos cardenalicios o de secretaría parroquial, porque el clericalismo nos salpica a todos y se le pega a cada uno según “se la crea”) es el de la “sobreactuación”. 

La tentación de “sobreactuar” la debemos tener bien discernida, porque no parece tan mala como el egoísmo pero aleja y enfría mucho a muchos. La sobreactuación es un signo inequívoco de “clericalismo”.

Es muy humano esto de “hacerse ver”, de querer “protagonizar”, de “exagerar un poco”. Sin embargo, en las cosas que son de por sí buenas, hermosas y verdaderas, funciona esa regla que dice: “menos es más”. 

Dejando de lado la sobreactuación litúrgica que es un poco obvia, si nos centramos en la predicación, podemos ver que hemos “sobreactuado” al presentar algunos valores y condenar cierto tipo de pecados, dejando de lado lo esencial, que es la misericordia o la falta de ella.

Este tiempo en el que la pandemia pone entre paréntesis casi todo, y nos abre una brecha para repensar lo esencial: el servicio, sin sobreactuaciones.

Como dice el Papa “El drama que estamos atravesando nos obliga a tomar en serio lo que cuenta, a no perdernos en cosas insignificantes, a redescubrir que la vida no sirve, si no se sirve”. 

Diego Fares sj

«Me amas como amigo?» o «En qué extraña cosa convertimos los valores cristianos – las bienaventuranzas, las obras de misericordia, la oración, la misma fe – cuando los ejercemos sin la amistad» (Pascua 3 C 2019)


            Poco después, Jesús se apareció otra vez a sus discípulos junto al lago de Tiberíades. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás «El Mellizo», Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. En esto dijo Pedro: –Voy a pescar. Los otros dijeron: –Vamos contigo. Salieron juntos y subieron a una barca; pero aquella noche no lograron pescar nada. 

            Al hacerse claro el día Jesús estaba en la orilla del lago, pero los discípulos no lo reconocieron […] El discípulo a quien Jesús tanto quería le dijo a Pedro: –¡Es el Señor!  Al oír Simón Pedro que era el Señor, se ciñó un vestido, pues estaba desnudo, y se lanzó al agua. […] Al saltar a tierra, vieron unas brasas, con peces colocados sobre ellas, y pan. […] Jesús les dijo: –Vengan a comer. Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntar: «¿Quién eres?», porque sabían muy bien que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan en sus manos y se lo repartió; y lo mismo hizo con los peces. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos, después de haber resucitado de entre los muertos.

            Después de comer, Jesús preguntó a Pedro: –Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Pedro le contestó: –Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Entonces Jesús le dijo: –Apacienta mis corderos. Jesús volvió a preguntarle: –Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro respondió: –Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: –Pastorea mis ovejas. Por tercera vez insistió Jesús: –Simón, hijo de Juan, ¿me quieres como Amigo? Pedro se entristeció, porque Jesús le había preguntado por tercera vez si lo quería, y le respondió: –Señor, Tú todo lo sabes, Tú conoces que te quiero. Entonces Jesús le dijo: –Apacienta mis ovejas. […] Después añadió: –Sígueme» (Jn 21,1-19).

Contemplación

            Tres escenas de amistad para que queden en nuestras pupilas y les acerquemos otras nuestras, de amistad en el Señor. 

            La primera imagen es la de los apóstoles que salen juntos a pescar: «Vamos contigo». Para mí, hoy, es la frase de Gabriel Longueville le dice a su compañero más joven, Carlos Murias, en la casa de las monjas, cuando el grupo que se identificó como de la policía dijo que lo buscaban sólo a él: «Voy con vos. No te dejo solo».

            La segunda imagen es la de Jesús a la orilla del lago haciéndoles «de cocinero». Esta expresión es de un gran amigo, el padre Alfonso Villalba sj. Lo conocimos en Ecuador, cuando fuimos «de misioneros» a trabajar en el Colegio Javier, como maestrillos, allá por el año 1982. Villalba había sido un hombre de gobierno en la Compañía -provincial y superior-, pero ya estaba medio jubilado, en un Ecuador con pocas vocaciones. Se ocupaba de las cuentas del Colegio y tenía algunas clases de sicología. El decía que era como que ya había «cerrado» con la vida y con la llegada de los jóvenes argentinos revivió. Estaba encantado con nuestros cuentos de la Argentina y de lo que hacía Bergoglio con la formación. Cómo se le había ocurrido mandarnos a Ecuador, a Japón… Recuerdo que las clases terminaban tipo a la una de la tarde y llegábamos a comer casi a las dos. Los otros padres ya se habían ido a dormir una siestita antes de retomar la tarea, pero él nos esperaba. Mientras comíamos, se fumaba su cigarrillo… y nos hacía charlar del día. Nos hacía «de cocinero», como diría después en los Ejercicios que Bergoglio le invitó a dar a nuestra Provincia Argentina en 1985, (y en medio de los cuales se fue para Alemania, ya que terminaba como Rector del Máximo e iniciaba ese camino por el que el Señor lo trajo a Roma). Recordando esos tiempos veía que fue el último «gesto» de Bergoglio, traernos a Villalba a dar los Ejercicios Espirituales. Y él al darnos esta meditación al finalizar los Ejercicios, usó esa imagen, la de un Jesús que nos hace de cocineros a sus amigos cada vez que nos prepara la Eucaristía. Siempre me quedó eso a la hora de ir a Misa: la de sentir que Jesús nos espera en la orilla del día, con el fuego prendido y el pan calentito de la Eucaristía

            La tercera imagen es la del diálogo entre Jesús y Pedro. La comenta así nuestro Papa Francisco en su exhortación apostólica: «En el diálogo del Señor resucitado con su amigo Simón Pedro la gran pregunta era: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» (Jn21,16). Es decir: ¿Me quieres como amigo? La misión que recibe Pedro de cuidar a sus ovejas y corderos estará siempre en conexión con este amor gratuito, con este amor de amistad». «Lo fundamental (en nuestra vida) -dice el Papa- es discernir y descubrir que lo que quiere Jesús de cada joven (de cada persona) es ante todo su amistad. Ese es el discernimiento fundamental».  Y agrega: «Y si fuera necesario un ejemplo contrario, recordemos el encuentro-desencuentro del Señor con el joven rico, que nos dice claramente que lo que este joven no percibió fue la mirada amorosa del Señor. Se fue entristecido, después de haber seguido un buen impulso, porque no pudo sacar la vista de las muchas cosas que poseía (cf. Mt19,22). Él se perdió la oportunidad de lo que seguramente podría haber sido una gran amistad. Y nosotros nos quedamos sin saber lo que podría haber sido para nosotros, lo que podría haber hecho para la humanidad, ese joven único al que Jesús miró con amor y le tendió la mano» (CV 250-251).

Porque la amistad con Jesús es apostólica, inclusiva, abierta, convocante: «Con el mismo amor que Él derrama en nosotros podemos amarlo, llevando su amor a los demás, con la esperanza de que también ellos encontrarán su puesto en la comunidad de amistad fundada por Jesucristo» (CV 153). 

La amistad es «voy con vos», «Vamos juntos».

La amistad es «hacernos de cocineros».

La amistad es «apacentar a los corderos del Señor», a sus pequeñitos; cuidar los hijos de los amigos, recibir a los amigos de los amigos… 

Compañía, comunión, pastoreo. Son cosas de amistad, que Jesús vivió con los suyos y que nos invita a que las hagamos extensivas a todos. 

Sin la amistad las bienaventuranzas se convierten en otra cosa, no se entiende qué quiere decir «felices los pobres» si no son «pobres con los que somos amigos y que son amigos entre sí». Sin la amistad pasan a ser «los pobres que están allá, a los que vamos con alguna obra de misericordia, con algún paquete de yerba o arroz y un pullover o los visitamos en el hospital. Personas a las que no terminamos de conocer bien ni su nombre ni su apellido, y con quienes no encontramos tema para charlar. En cambio, qué distinto cuando nos hacemos amigos! Entonces sí, felices ellos y felices nosotros. 

Y lo mismo con las otras bienaventuranzas. No se llora de verdad si uno no es amigo. Y si uno es amigo, es feliz cuando llora con un amigo que perdió a un ser querido. Somos felices cuando nuestros amigos lloran con nosotros, sin necesidad de hablar.

O la bienaventuranza de los perseguidos. Qué sentido tiene tiene ser perseguido por practicar la justicia o por hacer las cosas en Nombre de Jesús, si uno no tiene amigos con quien compartirlo? 

Los que discuten si los mártires son mártires o no basándose en si murieron por un accidente o por un garrotazo en la cabeza, o en si murieron o no por odio a la fe (como si fuera distinguible del odio a la caridad para con los más injustamente tratados!), no ven que el martirio no se define por el odio del enemigo sino por el amor de los amigos. El martirio es testimonio de amistad con Jesús y con los hombres. Por eso el mártir muere perdonando, como se perdona a un amigo que, si nos hiere o nos traiciona, uno piensa que «no sabe lo que hace», y si fue verdadero amigo, uno ya está esperando el día en que se le abrirán los ojos y nos pedirá perdón, aunque sea en el interior de su corazón. 

Si no es en clave de amistad, no se entiende el cristianismo. Peor aún, si se lo vive en otra clave, termina siendo hasta contraproducente. Una especie de monstruosidad en la que algunos terminan insultando a otros cristianos por internet por «defender» la verdadera fe!!! Puede haber algo más alejado del cristianismo -del dar la vida al descampado yendo a cuidar a otros por amor- que teclear con bronca cuestionamientos abstractos frente a una pantallita de celular? Pero ya lo profetizaba el Señor:»viene la hora cuando cualquiera que los mate pensará que así rinde un servicio a Dios» (Jn 16, 2). Si uno toma en serio esas palabras del Señor debe estar muy pero muy atento cada vez que «mata a otro», aunque sea sólo con odio virtual, sólo con pensamientos y palabras. Porque por ahí está haciendo un servicio a Dios que nadie -y menos Dios- le pide.


Sin la amistad las mismas obras de misericordia se endurecen. Qué sentido tiene «dar de comer al hambriento» si uno no se hace amigo de esa persona? Digo amigo en las mil formas y grados que asume la amistad, en cuanto actitud abierta y ofrecida al otro en el tiempo con que se cuenta y en el modo posible que da la realidad. Hay gestos de amistad que duran un instante, que son solo un gesto de saludo a lo lejos, un cruce de mirada agradecida que reconoce al otro, una sonrisa dada amablemente al pasar… Y hay amistades que duran toda la vida y se cultivan y edifican como si fueran una casa y hasta una ciudad. 

Si uno no se hace amigo, si no condimenta el gesto de misericordia con algo de amistad, puede que la misma misericordia hiera la dignidad del misericordiado.

Y ni qué decir de los que sirviendo en obras de misericordia a los pobres pelean entre sí, entre colaboradores!!! Pelean por los puestos en la organización, por las funciones y roles, por el manejo del dinero, por espacios de poder, por ideas -dicen- más sensatas o más prácticas o más ortodoxas… La realidad es que es gente que no se hizo amiga entre sí, que se metió a servir para llenar alguna carencia, por lavar alguna culpa o para sentirse bueno y útil y, al olvidarse de cultivar la amistad, termina amargada y amargando la vida a todos. 

Sin la amistad, en qué se convierte la oración? En un deber que, como nadie exige externamente, termina siendo solo objeto de una culpa interna: me siento culpable de rezar poco… Acaso dice eso uno de su relación con un amigo -me siento en culpa por hablarle poco- sin agarrar inmediatamente el teléfono y llamarlo? La amistad es lo único más rápido que la culpa. Apenas uno siente que le faltó a un amigo ya está pensando creativamente cómo subsanar la falta. 

Si falta la amistad, la oración se enreda en círculos viciosos de todo tipo -autorreferenciales culposos o deberosos-.  Y si se recupera la amistad, la oración entra en círculos virtuosos de todo tipo, y fácilmente uno encuentra siempre tiempo y modo para rezar.

Termino con una frase de Francisco, que nos habla de esta vida que nuestro Amigo nos ofrece: «Porque la vida que Jesús nos regala es una historia de amor, una historia de vida que quiere mezclarse con la nuestra y echar raíces en la tierra de cada uno. Esa vida no es una salvación colgada “en la nube” esperando ser descargada, ni una “aplicación” nueva a descubrir o un ejercicio mental fruto de técnicas de autosuperación. Tampoco la vida que Dios nos ofrece es un “tutorial” con el que aprender la última novedad. La salvación que Dios nos regala es una invitación a formar parte de una historia de amor que se entreteje con nuestras historias; que vive y quiere nacer entre nosotros para que demos fruto allí donde estemos, como estemos y con quien estemos. Allí viene el Señor a plantar y a plantarse» (CV 252). Dejemos que arraigue en nosotros esta su Amistad!

 Diego Fares sj

«De ahora en adelante…»: el examen de conciencia de la novedad que Dios tiene para mi vida (Cuaresma 5 C 2019)


Jesús se fue al monte de los Olivos. Por la mañana temprano volvió al templo y toda la gente se reunió en torno a él. Se sentó y les enseñaba. En esto, los maestros de la ley y los fariseos se presentaron con una mujer que había sido sorprendida en adulterio. La pusieron en medio de todos y preguntaron a Jesús:

– Maestro, esta mujer ha sido sorprendida cometiendo adulterio. En la ley de Moisés se manda que tales mujeres sean apedreadas. ¿Tú qué dices?

Esto lo decían tentándolo, para tener de qué acusarlo.

Pero Jesús inclinándose hacia el suelo escribía con el dedo en la tierra. 

Y como ellos persistían con la pregunta, se levantó y les dijo:

– El que esté sin pecado de ustedes, que sea el primero en tirarle a ella una piedra.

 E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra.

Al oír esto uno por uno empezaron a retirarse, comenzando por los más viejos, y permaneció sólo, con la mujer allí en medio, parada.

Levantando la cabeza Jesús le dijo:

– Mujer ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?

Ella dijo:

– Ninguno, Señor.

 Dijo entonces Jesús:

– Yo tampoco te condeno. 

Anda y de ahora en adelante ya no peques más (Jn 8, 1-11).

Contemplación 

«A partir de ahora» (apo to nun) es una de las frases más hermosas pronunciadas por los labios de Jesús. De ahora en adelante, de ahora en más… Es lo que les dice a Simón Pedro y a sus compañeros luego de la pesca milagrosa, cuando Pedro le había dicho, cayendo de rodillas, «alejate de mí Señor, que soy un pecador». No temas, le dijo Jesús, «a partir de ahora serás pescador de hombres» (Lc 5, 10). Es una de esas frases que cuando solo las pronunciamos nosotros muchas veces es solo una expresión de deseos, como cuando uno dice «a partir de ahora no fumo más» o hace alguna promesa. En la vida de algunas personas, de gran convicción y con la fuerza de voluntad que da una causa grande, es posible visualizar el momento a partir del cual cambió su vida», el momento de su conversión. Todos sentimos agitarse dentro nuestro este deseo de un tiempo nuevo, esta esperanza de que todo sea distinto a partir de un hecho significativo en nuestra vida. Pero la realidad suele mostrarnos que las cosas no son tan así, que en nuestro camino damos pasos adelante pero también hay retrocesos. Y si bien miramos siempre para adelante, al mismo tiempo miramos también las circunstancias presentes y, a medida que pasan los años, tiene más peso la mirada atrás, a lo que en realidad fuimos.

No hace falta abundar en ejemplos. Cada uno puede hacer sus propias cuentas y ver cuántas veces dijo «a partir de ahora» haré, seré, dejaré, comenzaré… y qué frutos dio ese deseo de cambio.

Pero hay algo más en torno a esta frase, lo interesante es escucharla en labios de Jesús y dejar que adquiera su verdadera dimensión. El Señor no es un iluso, conoce nuestras idas y venidas, nuestros entusiasmos y nuestras traiciones. Y sin embargo, pronuncia esa frase con mucha seguridad. Se la dice a la mujer sorprendida en adulterio, se la dice a los pescadores… 

  En Cristo Vive, el Papa Francisco toca este tema hablando a los que acompañan a otros en un camino espiritual cuando se trata de discernir y elegir la propia vocación. Él hace notar que para acompañar a otro se requiere una sensibilidad especial. O más bien «tres tipos de atención». Y una de ellas es la sensibilidad para captar «los impulsos que el otro experimenta “hacia adelante”. Es la escucha profunda de “hacia dónde quiere ir verdaderamente el otro” (CV 294). Y agrega Francisco: «es la atención a la intención última, que es la que en definitiva decide la vida, porque existe Alguien como Jesús que entiende y valora esta intención última del corazón» (Ibíd.).

Me «pega» (en italiano se dice «mi colpisce» que el Papa diga: «porque existe Alguien como Jesús». Es decir: los deseos «hacia adelante», los deseos «a partir de ahora» arraigan y adquieren consistencia no en nosotros sino en otra tierra: en la tierra del Corazón del Señor. Si no existe Alguien como Él, estos deseos son para poner entre paréntesis. Pero si «Cristo Vive», si existe -y gracias a Dios que nos lo envió y nos lo resucitó y junto con Él nos envió el Espíritu que da testimonio de que Jesús es el Señor de nuestra vida práctica, la real, la de hoy y «a partir de hoy»- este deseo es lo más valioso y concreto que cada uno de nosotros tiene en sus manos cada día. El punto es «enraizarlo» en Otro: es un deseo para ofrecérselo a Jesús y pedirle que Él lo cuide. Es decir: en el momento en que uno siente esta novedad dentro suyo, en el momento en que surge el pensamiento «y si a partir de ahora cambio… (tal cosa)», antes de que venga el «desilusionador», el mal espíritu, y diga «ni lo pienses, que ya sabés cómo terminan estas fantasías tuyas», antes de eso, digo, hay que presentárselo inmediatamente a Jesús. El es el custodio de nuestros «a partir de ahora», de nuestros «a partir de mañana» como cantaba el querido Alberto Cortez que falleció en estos días, en esa canción tan linda, tan de buen espíritu. 

Jesús «está siempre dispuesto a ayudar a cada uno para que reconozca (la real posibilidad de este anhelo último del corazón) y para ello le basta que alguien le diga: “¡Señor, sálvame! ¡Ten misericordia de mí!” (Ibíd.).

 Paradójicamente, los que mejor perciben y aferran como algo real esta posibilidad de ser distintos «a partir de un momento» son los que más han «fracasado» -digamos así- en su pasado, no los que van llevando la vida con sus más y sus menos. En términos absolutos es lo que quiere decir el Señor cuando dice que no traga a los tibios, que prefiere a los fríos o a los calientes. La capacidad de jugarse todo en un momento tiene que ver con el habérselo jugado, con el no tener nada que perder y con el tener todo por ganar.

Nadie mejor que la mujer, del evangelio, que ha sido salvada de una condena a muerte (y de la condena de su propia conciencia, porque el adulterio es pecado de traición a la propia promesa, no solo al otro), puede comprender mejor lo que significa la oportunidad de poder «mirar para adelante». 

Atrás todo es degradación, culpa, tristeza… Pero gracias a que existe Alguien como Jesús, es posible dejar atrás el pasado y correr hacia adelante, vivir de otra manera. Este es el regalo más grande del perdón: no lo que obra «hacia atrás» sino que permite vivir de nuevo «hacia adelante». Y el Papa dice que para poder vivir bien el momento presente, lo pequeño de hoy, para poder caminar dando pasos adelante, es necesario estar reconciliados con nuestro pasado. 

San Ignacio nos proporciona un instrumento precioso para poder vivir de manera real y cotidiana nuestra conexión con este «a partir de ahora confiado a Jesús»: el examen de conciencia, le llama él. Es algo que recomienda mucho Francisco, tanto en Gaudete et exsultate como en la última exhortación a los jóvenes y a todo el pueblo de Dios –Cristo Vive-. Se pueden encontrar fácilmente los textos y lo que destaco es que se trata de un examen «para adelante» no «para atrás». Lo que hay que contemplar y discernir cada día (o cada medio día, como recomendaba Ignacio, alzando la mente por unos minutos para mirar cómo está mi corazón) es este «impulso hacia adelante». Qué gracias, qué deseos me dio el Espíritu para descubrir y seguir la novedad que Dios tiene para mí en este día? Por ahí va la pregunta que uno se puede hacer en esta reflexión sobre su día. Es una reflexión sobre la novedad que Jesús me propone: de ahora en adelante… serás pescador de hombres, de ahora en adelante no busques más tus intereses sino los de los demás, los de Cristo…

Diego Fares sj

«Es propio de Dios no tener límites para su inmensa grandeza y al mismo tiempo ‘dejarse contener enteramente’ dentro de un espacio mínimo» (como el de un rato nuestro de oración) (16 B 2018)

Volvieron los apóstoles a juntarse con Jesús

Y le reportaron (ap angeilan) todas las cosas que habían hecho y enseñado.

El les dice:

‘Vengan ustedes solos aparte a un lugar desierto

y descansen un poquito (anapausasthe)’.

Porque eran tantos los que iban y venían

que no encontraban un momento ni para comer.

Y se fueron en la barca a un lugar desierto entre ellos solos.

Pero muchos los vieron que se iban y los reconocieron.

Entonces, a pie y de todas las aldeas, concurrieron allá

Y llegaron antes que ellos.

Al desembarcar, Jesús vió una gran muchedumbre,

Y se compadeció entrañablemente (splangisestai) de ellos,

Porque andaban como ovejas que no tienen pastor

Y se puso a enseñarles largamente y con calma (Mc 6, 30-34).

 

Contemplación

Este evangelio de Marcos tiene varias «palabras-pan», palabras que son en sí mismas, cada una, un evangelio, una buena noticia, porque comulgando con ellas se saborea el evangelio entero. Las escribo de manera que suenen en un griego familiar, que está en el origen de nuestra lengua castellana:

Juntarse con Jesús (sin-agogein). contarle a Jesús lo que uno a hecho, darle un reporte (ap angelio).

Cuando hablamos de Evangelio (eu-angelio), en el sentido de anunciar a otros la «buena noticia» de Jesús, que nos revela la Misericordia del Padre y las Bienventuranzas, debemos saber que el anuncio incluye el reporte: la palabra que sembramos la debemos reportar a Jesús para que, conversando con Él nos mejore el modo de comunicarla, nos haga mejores evangelizadores.

Hacer una pausa con Jesús (anapausasthe), ir a descansar con Él.

Compadecerse-simpatizar entrañablemente junto con Jesús (splangisestai).

Reconocer a Jesús (epegnosan) que es la gracia del discernimiento que tiene el pueblo fiel.

Ponerse a enseñar a la gente de Jesús (didaskein).

Podemos concentrar todas estas palabras en torno a «evangelio».

Todos sabemos lo que quiere decir Evangelio. No digo «técnicamente», en el sentido del anuncio del kerygma y de los cuatro evangelios canónicos, sino como pueblo fiel, como gente común que cuando se dice «evangelio» entiende que hay algo bueno de Jesús para cada uno en especial y para todos. Sabemos que se trata de una Palabra buena, alegre, que ilumina, que aconseja bien, que se puede anunciar a otros. Una parábola de Jesús es algo que todo el mundo -toda la gente de buena voluntad- recibe bien. Aunque por ahí no acepte las interpretaciones de la Iglesia, la parábola es patrimonio común de la humanidad; más que los monumentos y los paisajes naturales. La parábola del Buen Samaritano es un tesoro de la humanidad!

Pues bien, este «evangelio» tiene dos polos, por decir así: no solo se trata de anunciarlo a la gente -lo cual requiere la gracia de discernir, con la ayuda del Espíritu, para saber decir la palabra justa en el momento justo- sino que también se trata de «reportarle» (ap-angelion) a Jesús todo lo que hicimos y dijimos al llevar el evangelio a los demás. De esto hay que charlar con el Señor.

A este «reporte» se refiere el Papa en Gaudete et exsultate cuando habla de hacer un examen de conciencia. El dice así: «Por tanto, pido a todos los cristianos que no dejen de hacer cada día, en diálogo con el Señor que nos ama, un sincero «examen de conciencia»» (GE 169).

Nosotros solemos entender «examen de conciencia» solo en sentido moral individual: qué hice mal, en qué estuve tentado, en qué pequé. Pero se trata de algo mucho más interesante, que no excluye lo moral y las fallas por cierto, pero las mete en una perspectiva de santida misional. Recordemos que el Papa cuando habla de santidad tiene un pasaje muy consolador sobre este punto de «los defectos». Dice:

«Para reconocer cuál es esa palabra que el Señor quiere decir a través de un santo, no conviene entretenerse en los detalles, porque allí también puede haber errores y caídas. No todo lo que dice un santo es plenamente fiel al Evangelio, no todo lo que hace es auténtico o perfecto. Lo que hay que contemplar es el conjunto de su vida, su camino entero de santificación, esa figura que refleja algo de Jesucristo y que resulta cuando uno logra componer el sentido de la totalidad de su persona» (GE 22).

Como vemos, lo importante es «transmitir fielmente el evangelio», con o sin defectos: con toda nuestra vida. Dios usa también los defectos de los que quieren llevar su Evangelio a los hombres. Esto es consolador. No podría ser de otra manera ya que se trata de anunciar la Misericordia y esta se ve mejor si en la persona misma que la anuncia se ve que ejerce su primera acción!

Por tanto, en el examen de conciencia que propone el Papa, el «reporte» que le hacemos a Jesús de nuestras cosas, no será en primer lugar el reporte de nuestros pecados y defectos sino el reporte de lo que hizo su Palabra en los demás y en nosotros. Le contaremos la alegría que nos dió visitar a tal enfermo, servir a tal pobre, enseñar a rezar a tal niño, haber escuchado y aconsejado bien a un amigo… No solo lo que hicimos sino especialmente las gracias que experimentamos al «anunciar su evangelio» con gestos y palabras. Y ahí sí, le contaremos las tentaciones que sentimos para no predicar el evangelio: los miedos, los desánimos, el espíritu de derrotismo… Contándole al Señor lo que expermentamos practicando el evangelio podremos discernir con la ayuda del Espíritu, cómo hacerlo mejor. Y en vistas de esa misión revisaremos nuestro carisma. Es decir: quiénes somos por gracia.

En ese marco amplio y sanante de la alegría del evangelio, ahí sí, podremos incluir, como un punto más, quiénes somos «por sicología», digamos así. (Martini distingue estas dos conciencias: la conciencia de lo que somos por gracia y la conciencia sicológica). Nuestros defectos y pecados son una dificultad más, junto con todas las externas, que el Señor tiene que purificar, como hizo al lavar los pies de los discípulos. Si lo contemplamos así, veremos que les lava los pies porque les lava «el instrumento para salir a misionar». No les lava las manos ni la cabeza (aunque también les pegaba una buena lavada de cabeza de vez en cuando). Les lava los pies para que puedan salir a caminar de nuevo y se vean «hermosos los pies de los que anuncian la buena noticia», como dice Isaías.

Así, esta palabra «reportar» (apangelio) ligada a «buena noticia» (evangelio), es un punto de conversión para nuestro modo de «pensarnos a nosotros mismos». Nos cuesta hacer examen de conciencia porque tenemos muy metida una mirada autorreferencial: cómo soy, qué hice, qué siento, cómo hago para pasarla bien, de qué me culpo… Yo, yo, yo.

El Señor nos invita a «descansar un rato con Él», no tanto del trabajo sino de nuestro yo invasivo. Nos invita a hacer una pausa y contarle tranquilamente -al igual que Él enseñaba a la gente largamente y sin apuro- lo que el evangelio hizo en los otros y en nosotros al predicarlo y ponerlo en acción. Este es un examen de conciencia evangélico y apostólico.

El contenido objetivo serán las bienaventuranzas -el estilo de Jesús- y las obras de misericordia corporales y espirituales.

El contenido subjetivo serán los sentimientos y pensamientos de alegría o tristeza en torno a estas bienaventuranzas y obras de misericordia. Sentí ánimo o desánimo al ir a servir a los pobres. Sentí fuerza o debilidad para predicar un valor evangélico. Me pacificó el Espíritu o me puso ansioso el mal espíritu al ver que había dificultades…

Este tipo de examen de conciencia es lo que el Papa llama «discernimiento»: «El discernimiento nos lleva a reconocer los medios concretos que el Señor predispone en su misterioso plan de amor, para que no nos quedemos solo en las buenas intenciones». Y agrega que «Es un instrumento de lucha para seguir mejor al Señor». Instrumento de lucha sobre todo para dos cosas: «reconocer los tiempos de Dios y de su gracia» y «no desperdiciar las inspiraciones del Señor» que siempre son «una invitación a crecer» y a madurar en el amor, que «no hay que dejar pasar».

La última cosa a tener en cuenta al «reportar» estas cosas evangélicas a Jesús es que:

«Muchas veces esto se juega en lo pequeño, en lo que parece irrelevante, porque la magnanimidad se muestra en lo simple y en lo cotidiano. Se trata de no tener límites para lo grande, para lo mejor y más bello, pero al mismo tiempo concentrados en lo pequeño, en la entrega de hoy». En la tumba de san Ignacio de Loyola se encuentra este sabio epitafio: «Non coerceri a maximo, contineri tamen a minimo divinum est» (Es divino no asustarse por las cosas grandes y a la vez estar atento a lo más pequeño)» (GE 169). Que también se puede traducir, referido a Dios mismo: «Es propio de Dios no tener límites para su inmensa grandeza y al mismo tiempo poder ‘dejarse contener enteramente’ dentro de un espacio mínimo«, como el de un rato nuestro de oración.

Para terminar con algo sabroso una narración de Teresita acerca del día de sus votos:

Por fin, llegó el hermoso día de mis bodas. Fue un día sin nubes. Pero la víspera, se levantó en mi alma la mayor tormenta que había conocido en toda mi vida… Nunca hasta entonces me había venido al pensamiento una sola duda acerca de mi vocación. Pero tenía que pasar por esa prueba. Por la noche, al hacer el Viacrucis después de Maitines, se me metió en la cabeza que mi vocación era un sueño, una quimera… La vida del Carmelo me parecía muy hermosa, pero el demonio me insuflaba la convicción de que no estaba hecha para mí, de que engañaba a los superiores empeñándome en seguir un camino al que no estaba llamada…Mis tinieblas eran tan oscuras, que no veía ni entendía más que una cosa: ¡que no tenía vocación…!

¿Cómo describir la angustia de mi alma…? Me parecía (pensamiento absurdo, que demuestra a las claras que esa tentación venía del demonio) que si comunicaba mis temores a la maestra de novicias, ésta no me dejaría pronunciar los votos. Sin embargo, prefería cumplir la voluntad de Dios, volviendo al mundo, a quedarme en el Carmelo haciendo la mía.

Hice, pues, salir del coro a la maestra de novicias, y, llena de confusión, le expuse el estado de mi alma…

Gracias a Dios, ella vio más claro que yo y me tranquilizó por completo. Por lo demás, el acto de humildad que había hecho acababa de poner en fuga al demonio, que quizás pensaba que no me iba a atrever a confesar aquella tentación. En cuanto acabé de hablar, desaparecieron todas las dudas.

Sin embargo, para completar mi acto de humildad, quise confiarle también mi extraña tentación a nuestra Madre, que se contentó con echarse a reír.

En la mañana del 8 de septiembre, me sentí inundada por un río de paz. Y en medio de esa paz, «que supera todo sentimiento», emití los santos votos…

Mi unión con Jesús no se consumó entre rayos y relámpagos -es decir, entre gracias extraordinarias, sino al soplo de una ligera brisa parecida a la que oyó en la montaña nuestro Padre san Elías…

¡Cuántas gracias pedí aquel día…! Me sentía verdaderamente reina, así que me aproveché de mi título para liberar a los cautivos y alcanzar favores del Rey para sus súbditos ingratos. En una palabra, quería liberar a todas las almas del purgatorio y convertir a los pecadores… Pedí mucho por mi Madre, por mis hermanas queridas…, por toda la familia, pero sobre todo por mi papaíto, tan probado y tan santo… Me ofrecí a Jesús para que se hiciese en mí con toda perfección su voluntad, sin que las criaturas fuesen nunca obstáculo para ello…

Pasó por fin ese hermoso día, como pasan los más tristes, pues hasta los días más radiantes tienen un mañana. Y deposité sin tristeza mi corona a los pies de la Santísima Virgen. Estaba segura de que el tiempo no me quitaría mi felicidad… ¡Qué fiesta tan hermosa la de la Natividad de María para convertirme en esposa de Jesús! Era la Virgencita recién nacida quien presentaba su florecita al Niño Jesús… Todo fue pequeño, excepto las gracias y la paz que recibí y excepto la alegría serena que sentí por la noche al ver titilar las estrellas en el firmamento mientras pensaba que pronto el cielo se abriría ante mis ojos extasiados y podría unirme a mi Esposo en una alegría eterna…».

Diego Fares sj

 

Hay que salir a sembrar de nuevo semillas del evangelio que se sembraron menos (11 B 2018)

 

(En aquel tiempo decía Jesús a la gente… Si alguno tiene oídos para oír, que oiga!)    Así es el reino de Dios: como con un hombre que echa semilla en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí sola: primero los tallitos de hierba, luego la espiga, después el trigo pleno en la espiga y cuando se da el fruto, con prontitud mete la hoz porque ha llegado la cosecha.

Decía también: ¿A qué compararemos el reino de Dios o con qué parábola lo expresaremos? Con el reino sucede como con un grano de mostaza que cuando se siembra en la tierra es más pequeño que cualquier semilla, pero una vez sembrado crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden anidar a su sombra.

Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, acomodándose a su capacidad de entender  y no les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo cuando estaban entre ellos  (Mc 4, 26-33).

Contemplación

El reino de los cielos es un misterio. El misterio de cómo está presente Dios -el Padre, Jesús, el Espíritu Santo- en medio de nosotros, cómo es que actúa en la vida de la gente, cómo inicia, como se desarrolla, en qué estructuras, cuáles son sus frutos que podemos aprovechar, cómo tenemos que comunicarlo a las próximas generaciones…

Cuando nos preguntamos dónde está Dios, cómo es que actúa, qué quiere que hagamos como ciudadanos de su reino, en medio de una situación como la que estamos viviendo en torno a la despenalización del aborto, la respuesta hay que rezarla contemplando las parábolas del reino.

Más que tomar «frases sueltas» del evangelio o de la doctrina de la Iglesia, puede ayudar un rato de oración. Una oración de pobres, de gente común del pueblo de Dios que necesitamos que Jesús mismo nos hable y nos predique alguna palabra nueva, entre tanta cosa que hemos escuchado y dicho. Necesitamos una oración de pobres discípulos que no entienden y desean una explicación como esas que Jesús les daba «cuando estaban entre ellos». Es decir: necesitamos escuchar a Jesús no «por la calle», sino dándonos un tiempo especial.

Y las parábolas contienen dentro de sí -en su dinámica- un tiempo especial. Abren la mente con sus juegos de imágenes. Como esta sobre el hombre que siembra y cosecha, que no sabe cómo se da el proceso de crecimiento de la semilla, pero sí puede discernir claramente cuándo sembrar y cuándo cosechar porque «se ha dado» el fruto (se ofrece el fruto, dice el griego). Y la otra, que tiene sentido en sí misma pero también juega dialécticamente con su hermana gemela, esta parábola en la que el reino se compara no con la acción de un labrador sino con un tipo de semilla -el granito de mostaza, que condimenta las comidas-, un granito pequeño que llega a ser un arbusto grande y no solo sirve por sus frutos sino que trasciende: sirve para que los pajaritos hagan nido a la sombra de sus ramas. Hermosa imagen del reino que es algo más que «frutos» y no solo sirve al reino humano sino también al reino animal.

Jesús está hablando en un discurso más amplio y nos advierte que paremos la oreja, que el que tenga oídos para oír, que oiga. Es una invitación de esas que son perennes, para toda época que no se haya vuelto tan autorreferencial que no quiera ya usar sus oídos para oír (al otro) porque sólo se escucha a sí misma (para eso no hacen falta oídos!).

Las parábolas son como una vasija que contiene un tiempo especial. Como toda obra de arte, crean su propio tiempo. Una obra de arte -un cuadro, una música, una Iglesia…- sin que nos demos cuenta, por atracción, nos hacen entrar en su propio tiempo, deteniéndonos en un detalle, impulsándonos a ir a ver o a escuchar otro y luego haciéndonos sentir la necesidad de volver atrás… Las parábolas, en cuanto obras de arte narrativas de Jesús, le regalan este tiempo de contemplación al que quiere entrar en su lectura, meditación y contemplación. Nos regalan este tiempo como el fruto que «se ofrece» en la primera parábola. Nos regalan este tiempo de gracia como las ramas del arbusto de mostaza, para que hagamos nido y pongamos huevo en vez de andar solo revoloteando por la historia.

Cómo actúa Dios en nuestra historia? Jesús usa una imagen de su época aprovechando que entonces no se sabía mucho acerca del proceso de crecimiento de las plantas pero sí se sabía muy bien cuándo sembrar y cuándo cosechar. Hoy en día esto ha cambiado. Y yo diría que está cambiando radicalmente. No sólo se trata de que ahora sabemos mucho (nunca todo, en esto la ciencia actual es más humilde que el saber común) acerca de cómo crece una planta. No sabemos todo pero sabemos mucho, tanto que podemos modificar genéticamente los cultivos. Sabemos! aunque algunos se hagan los tontos y digan que no se pueden usar estos conocimientos a la hora de hacer una ley que afecta a una vida en gestación. Esto es «religioso» -dicen- y hay que ponerlo entre paréntesis a la hora de legislar «para todos». El problema es que, entre paréntesis, se pueden poner las palabras, no la realidad. Las creencias absolutas permean las prácticas más cotidianas. Además, hay que reconocer el menos que el concepto de «derecho absoluto de una persona a decidir libremente» es una conquista del pensamiento cristiano. No lo tenían los griegos ni los romanos, ni se respeta de igual modo en la actualidad en países de otras religiones o sistemas políticos.

Decía que la imagen que usa el Señor ha cambiado no en el sentido de algo que evoluciona sino que ha mutado: ahora conocemos todo de los procesos biológicos y hemos perdido el conocimiento de nuestro modo de interactuar positivamente con la vida en el planeta: ya no sabemos cuándo sembrar y cuándo cosechar. Sembramos mal, llenando el país de soja, por ejemplo, sin rotar los sembrados; quemamos bosques… Estamos viviendo en una anti-parábola: en una mentalidad que privilegia el funcionamiento y se desentiende de los fines.

Y creo que la parábola tiene más actualidad aún. Podríamos cambiarla, con todo respeto, en la parte que habla de que la semilla crece sola y decir que ahora el hombre sabe cómo crece y la tierra no da fruto «automáticamente» (esa era la palabra griega) sino que el hombre la hace dar el fruto transgénico que quiere. El punto del Señor sigue siendo el mismo: lo que interesa para conocer su reino es compararlo no con el saber tecnológico que puede tener o no tener el hombre, sino con su saber «humano»: cuando sembrar y cuándo cosechar. Esto es lo que el Papa llama «discernimiento» y afirma que «se disciernen las situaciones»: cuando sembrar y cuándo cosechar (y esto conlleva el «cuándo hay que interrumpir un proceso y cuándo no se puede).

El fruto que saco yo de esta parábola es que «hay que sembrar de nuevo».

La parábola, aunque no lo dice, supone que el reino es algo que se siembra y se cosecha y esto es algo que hay que hacer cada año o cada ciclo de cultivo. No solo hay que sembrar de nuevo cada ciclo sino que hay que rotar los cultivos. Y el evangelio no solo tiene potencia de crecimiento inusitada que se renueva en cada siembra sino también multitud de semillas, muchas de las cuales no se han sembrado en la misma cantidad que otras.

Cada cultura y cada época es como una tierra nueva y apta para distintos tipos de semilla. Lo bueno de las semillas evangélicas es que, en cada una, diferente a las demás, está Cristo entero, así como en cada espiritualidad y en cada carisma está el Espíritu entero, Único en las diferencias.

Creo que ahora, en nuestra patria, pero no solo, hay que sembrar de nuevo. Porque los frutos que dieron otras siembras, cuando los ofrecemos a las nuevas generaciones, les saben a frisados y enlatados. Y esto no es culpa del evangelio sino nuestra, por no sembrar cada año con la misma pasión y dedicación que sembraron nuestros mayores y ofrecer a los jóvenes frutos en conserva.

Ha cambiado el terreno, ha cambiado la mentalidad y la cultura y hay que sembrar de nuevo, para que los frutos de la nueva cosecha tengan el gusto de la nueva tierra. Si no, no serán aceptados.

Y esto de sembrar de nuevo no es ninguna amenaza a la doctrina ni significa ningún fracaso. En todo caso es un fracaso haber perdido tiempo y seguir atrasando la nueva siembra con la excusa de que los frutos conservados son comestibles. Lo cual es tan cierto como que celebrar una misa en latín vale tanto como celebrarla en lengua vernácula. El punto es que la misa es para que la generación de las hijas (y de los hijos), que recién han salido del catecismo, le sigan tomando el gusto a Jesús y se encienda en sus corazones puros el deseo de recibir al Espíritu, que es el único que les dará alegría duradera y astucia para interactuar con este mundo que los seduce y luego los descarta con suma facilidad.

En Amoris Laetitia, el Papa dice a los padres: «Las preguntas que hago a los padres son: «¿Intentamos comprender “dónde” están los hijos realmente (existencialmente) en su camino? ¿Dónde está realmente su alma, lo sabemos? Y, sobre todo, ¿queremos saberlo? Los padres -dice- siempre inciden en el desarrollo moral de sus hijos, para bien o para mal. Por consiguiente, lo más adecuado es que acepten esta función inevitable y la realicen de un modo consciente, entusiasta, razonable y apropiado. Ya que esta función educativa de las familias es tan importante y se ha vuelto muy compleja, quiero detenerme especialmente en este punto: la familia no puede renunciar a ser lugar de sostén, de acompañamiento, de guía, aunque deba reinventar sus métodos y encontrar nuevos recursos» (Cfr AL 259-262).

Cuáles son las semillas que el Papa nos pide que sembremos en esta época. El insiste una y otra vez en sembrar las semillas de las bienaventuranzas y, entre ellas, de modo particular todas las semillas de la misericordia, que se concreta en una semilla para cada obra de las que enseña Mt 25 -las obras de misericordia que hacen a nuestra carne con hambre, sed, enferma, presa, sin hogar, sin vestido.

También insiste en las obras de misericordia espirituales, entre las que se destaca la semilla del discernimiento. Esta semilla se siembra de manera especial con las parábolas, cuya estructura nos hace pensar por nosotros mismos, nos invita juzgar entre situaciones contrapuestas.

Esto es urgente en nuestra época en la que las ideas abstractas son una especie de «ídolos transparentes». El ídolo transparente es un ídolo que no te hace adorarlo a él como objeto, sino que te permite ver la realidad pero con un «filtro» que la distorsiona imperceptiblemente para una parcialidad. Es difícil darse cuenta porque es muy transparente y se aloja en el nacimiento mismo de la visión.

Un ejemplo (de mi predicador de Ejercicios que me ayudó a descubrir un ídolo transparente mío) Cuándo Dios le dice al profeta Samuel que tiene que dejar de llorar por Saúl y elegir otro Rey para Israel, Samuel mira a los hijos de Isaí y se fija en el más fuerte. Ese era su «ídolo transparente» para «ver a un Rey elegido por Dios». Pero Dios no se fija en las apariencias sino en el corazón y le señala a David.

Así cada uno debe revisar su «ídolo transparente» -pidiendo ayuda al Espíritu para que se le caigan las escamas de los ojos, como a los discípulos de Emaús) y las parábolas ayudan a salir de una visión «autorreferncial» al hacernos entrar en una dinámica distinta. Una dinámica que nos obliga a salir de nosotros mismos, a enfrentarnos a un misterio a la vez claro (porque en la parábola están todos los elementos sobre la mesa) e inagotable (la interacción de las parábolas entre sí y con la realidad de cada persona las hacen inagotables).

Una fe que se purifica los ojos de estos ídolos transparentes es como un granito de mostaza que, en su pequeñez, contiene todo el evangelio, y puede extender ramas para que hagan nido los pajaritos del cielo a su sombra.

Diego Fares sj