Refiriéndose a algunos que confiaban en sí como si fueran justos y menospreciaban a los demás, dijo Jesús también esta parábola:
«Dos hombres subieron al Templo para orar;
uno era fariseo y el otro, publicano.
El fariseo, de pie,
oraba así:
«Dios mío, te doy gracias
porque no soy como los demás hombres,
que son ladrones, injustos y adúlteros;
ni tampoco como ese publicano.
Ayuno dos veces por semana
y pago la décima parte de todas mis entradas.»
En cambio, el publicano,
manteniéndose a distancia,
no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo,
sino que se golpeaba el pecho, diciendo:
«¡Dios mío, bancame, que soy un pecador!»
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado,
pero no el primero.
Porque todo el que se enaltece a sí mismo será humillado y el que se humilla a sí mismo será enaltecido» (Lc 18, 9-14).
Contemplación
La frase del publicano es “sé propicio conmigo” (ilastheti), se benigno, indulgente, muéstrate favorable. Bancame, decimos en argentino.
“Yo te banco” es: “estoy con vos”, “te apoyo”, “te sostengo”, “te aguanto… y pago por vos, me hago cargo”.
El publicano, que sabía de dinero, de préstamos y deudas, bien pudo utilizar la palabra en este sentido de “bancame, Señor, que no puedo pagar. Soy pecador”.
En Argentina también usamos el gesto universal de golpearnos dos o tres veces el corazón con el puño y luego señalar al otro al que “bancamos” con el dedo y asentir con la cabeza. “Yo te banco”, decimos, y se lo hacemos sentir al otro que es nuestro amigo.
“No me lo banco” es la expresión contraria y significa no solo que no lo soporto, sino que no lo quiero soportar. Solemos aludir a la actitud del otro –que se la cree o que se siente superior o autosuficiente- más que a tal o cual defecto.
Bancar o no bancar es cuestión de libertad, es algo gratuito que se hace porque se siente, por pura amistad: o se hace con gusto o no se hace.
Cuando decimos “me lo tuve que bancar” estamos diciendo que “fue por esta vez” y porque que “no me quedó otra”, ya que estaba en juego algo más importante, que es lo que en realidad “nos bancamos” soportando al otro.
Este lenguaje que tenemos “incorporado” es el que tenemos que usar cuando hablamos con el Señor.
El publicano dice “bancame”.
Y no lo dice como el chanta que ruega: “salvame en esta que después te pago”, sino que dice de verdad: “salvame en todo porque soy pecador”.
Soy pecador. No dice: “me mandé una macana”.
El publicano sabe de verdad que necesita que el Señor lo purifique y lo perdone totalmente.
Seguro que reza con sentimient el Salmo 50: “Bancame Señor, ten piedad de mí, por tu gran compasión borra mi culpa, perdona todas mis deudas”.
Y aquí es donde entra Jesús. En realidad, Él es el que nos banca a todos. La carta a los Hebreos lo dice más en difícil pero ese es el sentido: “Jesús debía ser en todo semejante a los hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel Pontífice en lo que es para con Dios, para expiar los pecados del pueblo” (Hb 2, 17).
En la mentalidad antigua, estaba claro que, en esto de “bancar”, alguno tenía que pagar o poner el cuero. En el rito de la expiación, para “expiar” los pecados del pueblo, para purificarlos, se elegía dos chivos y se echaba suertes. Uno era para el Señor, y el sumo sacerdote lo sacrificaba sobre el altar y se rociaba con su sangre el Arca de la Alianza, pidiendo perdón por los pecados del pueblo. Al otro –al chivo expiatorio- el sacerdote le ponía las manos sobre la cabeza, lo cargaba con los pecados del pueblo y lo soltaba en el desierto para que se perdiera y no volviera más al campamento.
En nuestro caso ambas acciones las cumplió Jesús, que nos purificó con su Sangre y cargó sobre sí nuestros pecados y los borró para siempre.
Es importante recuperar este sentido de que Otro nos banca.
La mirada benévola y misericordiosa del Padre para con nosotros se la tenemos que agradecer a Jesús. Que Dios nos sea “propicio”, como le pide el publicano, es gracias a que Jesús nos bancó.
En la liturgia siempre estamos expresando que por medio de Cristo y en Cristo el Padre realiza el designio de su amor eterno (1 Jn 4, 8) “mostrándose propicio”, es decir “perdonando” a los hombres con un perdón eficaz, que destruye verdaderamente el pecado, que purifica al hombre y le comunica su propia vida (1 Jn 4, 9).
¿Por qué digo que es importante recuperar este sentido de que Otro nos banca?
Porque el concepto dañino que está instalado activamente en nuestra cultura es que “lo importante es bancarse a sí mismo”. Y esto es terrible.
Si no te bancás a vos mismo porque naciste en la pobreza o en un país en guerra del que tuviste que huir o no te alimentaron bien o no tuviste educación o caíste en una adicción no podés exigir que la sociedad te banque.
Si no te bancás a vos mismo porque tenés apenas unas semanas de vida, no sos persona. Sos “parte” del cuerpo de otra que se banca a sí misma y te puede eliminar.
Y así en todo. La meritocracia, como se dice, instala el lema de que cada uno se tiene que bancar a sí mismo.
Y esto es lo más antievangélico y antihumano que se pueda pensar.
Porque lo humano es que nacemos y vivimos gracias a que otros nos bancan y lo cristiano es que cuando este sistema humano “falló” por el pecado, Jesús vino a hacerse cargo y a bancarnos a todos.
Y la realidad es que los “que se bancan a sí mismos” y son “autosustentables” en realidad lo que están haciendo es utilizar para beneficio propio y consumir los recursos que cientos y de miles de personas han producido y de los que no pueden gozar.
Nadie es autosustentable si lo largan solo en medio de la naturaleza. Poné a un multimillonario sin documentos ni dinero en una barcaza en medio del mediterráneo con gente que hable otro idioma y veamos si puede hacer otra cosa que expresar con gestos un “bánquenme”.
Por eso tenemos que aprender humildemente del publicano y usar su lenguaje en todos los niveles.
A nivel personal, tenemos que decirle a Jesús: bancame, Señor, intercedé por mí para que el Padre me aguante con paciencia y no se canse de perdonarme. Que no corte esta higuera a ver si con tu ayuda y tu gracia puede dar frutos en adelante.
A nivel social, tenemos que decirle al Señor: mirá cómo me estoy bancando a todos los que puedo, pagando impuestos, dando trabajo, luchando por la justicia y colaborando en las obras de misericordia de la Iglesia, ayudando a mis hermanos, tratando de tener paciencia y dar una mano. Así como vos me bancás a mí yo me banco a los otros.
A nivel ecológico también podemos tener esta actitud humilde de cuidar el planeta y la ciudad y los lugares en que habitamos así como el planeta y la ciudad y la casa nos bancan a nosotros y nos tienen paciencia en todo lo que ensuciamos y consumimos de más y no sembramos para el futuro.
Inmensamente agradecidos a Jesús que nos bancó a todos y a sus santos y a tanta gente buena que nos banca día a día, con una actitud humilde, como publicanos, le pedimos al Padre: muéstrate propicio con nosotros, Señor. Se indulgente con tus hijos. Perdona nuestros pecados y danos tu gracia para que no nos cansemos de pedirte que nos banques y nos convirtamos en gente positiva, dispuesta a bancarse todo con tal de ganar tu amor, tu benevolencia y, si es posible, tu confianza y tu amistad.
Diego Fares sj