
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él.
El que no me ama no es fiel a mis palabras.
La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió.
Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.
Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. No se inquieten ni teman! Me han oído decir: «Me voy y volveré a ustedes». Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo.
Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean» (Jn 14, 23-29).
Contemplación
Armado solo de Palabra
Jesús es uno que está armado de palabras. Solo con sus Palabras cuenta nuestro Señor para llegar de la mejor manera a nuestro corazón. Son Palabras que testimonian un gran amor, no son solo palabras lindas, no son literatura, como diría Madeleine Delbrêl. No tiene otra cosa que darnos. Sus Palabras son su manera de darse. ¡Con cuanta atención y cariño inventó sus parábolas que siguen tocando el corazón de generación tras generación! Sus palabras son el mandamiento del amor: que nos amemos como Él nos amó. Sus Palabras son Eucaristía, acción de gracias al Padre con la que nos hace comulgar, comiendo una y otra vez su Cuerpo y bebiendo el vino de su Sangre, derramada en la cruz por todos. Y nos dice el Señor que si le somos fieles a sus Palabras, el Padre nos amará y vendrán a habitar en nosotros.
Ser fieles es obrar “de corazón”
¿Qué significa ser fieles a sus Palabras? Sabemos qué es ser fiel: no basta solo serlo cumpliendo externamente. Ser fiel es serlo “de corazón”, cuando nadie nos ve, corrigiendo la intención más honda cada vez que se desvía un poco. Ser fieles es discernir en cada momento qué y como haría las cosas Jesús en mi lugar.
Cada vez que siento deseo de ver a Jesús es como que Él me remite a sus Palabras. Hay que tener paciencia y tratar de comprender sus Palabras y de aplicarlas a la vida concreta para que Él se nos haga presente de la mejor manera posible. Él y el Padre. No bastaría una presencia externa. También ella necesitaría, finalmente, de sus Palabras. Por eso el Señor le dice a Tomás: felices los que sin ver creen. Porque se vea o no se vea, la fidelidad es creer en la Palabra del otro.
Con un Ayudante se puede
Cuando uno trata de hacer lo que Jesús dice, de llevar a la práctica de corazón sus Palabras, se da cuenta que necesita ayuda. Jesús también se dió cuenta, digamos así, de que no bastaríaa dar testimonio de su amor por la humanidad y expresarlo en las parábolas más bellas del mundo y en la bienaventuranzas y dando la vida en la cruz. No bastaría.
Por eso preparan todo con el Padre para mandar el Espíritu. El Espíritu Santo de ambos es el que dispone y arregla las cosas para que tengan nuestra medida, la de nuestra cultura, la de nuestra capacidad.
Hay que ser lo bastante humildes
Si somos lo bastante humildes para desear verla, la acción del Espíritu es esplendorosa. Tanto en la vida de los pueblos y de la Iglesia como en la de nuestra propia vida. Pero tiene un sello, el de ser un esplendor silencioso, que requiere de nuestro asentimiento y de nuestra fidelidad. En la vida de los santos se ve este esplendor del Espíritu. Se ve no solo en los grandes milagros o visiones que tuvieron (y tienen los santos actuales) sino sobre todo en los pequeños detalles de cada día. El Espíritu es el Paráclito, el que está nuestro lado y nos acompáña, nos enseña todo, nos da la palabra justa en cada momento si nosotros tenemos una actitud de oyentes de la Palabra. Pensaba en las misas de Ignacio.
Ignacio y Jesús en la misa
Y ya que estamos en el año ignaciano leamos un poquito cómo celebraba Ignacio sus misas de “discernimiento”, en este caso lo que ponía sobre el altar era la pobreza de las Iglesias de la Compañía, si debían cobrar algo o ser totalmente gratuitas…
Dice así (lo modernizo un poco porque es un español un poco duro):
“Ya vestido, en cámara, y al prepararme en ella para ir a celebrar la misa, con nueva devoción y mociones interiores a lagrimar al acordarme de Jesús, sintiendo mucha confianza en Él y pareciéndome que me sería propicio y que Él intercedería por mí, no queriendo ni buscando yo más ni mayor confirmación de lo pasado (Dios le había hecho sentir que confirmaba su discernimiento de una pobreza más total), quedando quieto y reposado en esta parte, venía a demandar y suplicar a Jesús para conformarme con la voluntad de la Santísima Trinidad por la vía que mejor le pareciese”.
En lo que nos fijamos no es tanto en el tema que trata Ignacio, sino en el modo de “sentir a Jesús” y de “tratar amigablemente con Él” en la Misa.
“Después al revestirme (con los ornamentos) iba creciendo este representarme el socorro y el amor de Jesús. Y comencé la misa no sin mucha, quieta y reposada devoción; y con algún modo tenue a lagrimar (…) satisfecho y contento en dejarme gobernar por la divina majestad (Jesús), de quien es el dar y retirar sus gracias, según y cuando más conviene; y con esto después, al fuego, creciendo este contentamiento, con una nueva moción interior y amor a Jesús”.
“Después así mismo sentir a Jesús haciendo el mismo oficio de pensar y de orar al Padre (por mí), pareciéndome y sintiendo dentro que Él hacía todo delante del Padre y de la santísima Trinidad”.
Esto como un ejemplo de cómo se puede ir creciendo en el modo como vivimos la Eucaristía, metiendo en ella nuestros problemas de la vida diaria y estrechando más y más nuestra confianza en que Jesús está allí, trabajando e intercediendo por nosotros ante el Padre. ¡No nos deja solos!
Alegría y paz como criterios
El Espíritu también refuerza otras dos gracias que nos deja Jesús que son la paz y la alegría. Son los criterios de discernimiento de San ignacio. En los puntos donde está la Palabra y el Espíritu de Jesús hay paz y alegría duraderas. Esta es la clave. Hay otras alegrías y tranquilidades pasajeras. En cambio las de Jesus duran y su fruto se extiende durante el día.
Jesús no se va al más allá
Jesús está diciendo que se va al Padre, a un Padre que, paradójicamente quiere venir a habitar en nuestro interior!
Un Padre que ha bajado de la terraza y corre ya hacia su hijo pródigo que vuelve.
Esto es decir que Jesús se va no lejos, no afuera, no al más allá, sino a la intimidad más profunda del corazón de un Padre… que viene a habitar en nosotros!
Desde entonces, el cielo está en el corazón de los Santos y las santas que peregrinan en esta tierra.
Y también en el corazón de los que no somos tan santos individualmente, pero nos sentimos de corazón parte, uno más, del pueblo fiel De Dios, que ama a Jesús y que por eso es santo.
El Padre que habita en el corazón personal de cada uno de sus hijos amados que aman a Jesús, el Predilecto, habita también en el interior de ese misterioso corazón común que tiene el pueblo fiel De Dios.
Un solo corazón tiene ese Pueblo, dice Pedro.
Jesús no se fue lejos, se hizo tan prójimo que podemos traerlo y tenerlo a nuestro lado, acompañándonos en todo momento, sintiendo y practicando “de corazón” -con fidelidad- sus Palabras.
Los abuelos en el Hogar de San José
En esta “calesita” de la Trinidad, en la que se van y vuelven continuamente, me viene a la mente la imagen de algunos abuelos del hogar, que tenían que salir a la mañana temprano (porque se terminaba su turno de la noche y venían los del primer desayuno)..: salían, estiraban un poco los pies y al rato volvían a hacer la cola con los que llegaban para almorzar, y entraban de nuevo al comedor.
O si no, los Domingos, se quedaban sentaditos en los dos escalones de la puerta del Hogar, a ver si cuando venía el encargado de la tarde les pedía una manito y los quería hacer pasar un rato antes.
Un poco así es esto de la ida del Señor. Se va por que nuestra vida tiene ciclos, horarios, espacios… Se va pero se queda cerca, para que lo queramos invitar a pasar de nuevo. Y esto cada vez, en la Eucaristía. En la renovada apertura de corazón que requiere comulgar y hospedarlo un rato concreto (lo que dura la comunión)en nuestro interior. A manera de un entrenamiento para aprender a recibirlo, al modo de una dilatación del corazón que nos hace crecer. No se trata tanto del hecho de “tenerlo” a Él como objeto de culto, sino de “dilatarnos” nosotros en el amor.La Eucaristia es para aprender a amar, recibiendo, hospedando, comulgando con el que comulga con nuestros intereses y necesidades e intercede al Padre con toda familiaridad.
Institucionalizar la cercanía
Este era el deseo de Ignacio al fundar la compañía de Jesús.
Institucionalizar la cercanía y la familiaridad con Dios.
Así como otros institucionalizan la burocracia, Ignacio institucionalizó la familiaridad con Dios nuestro Señor. No otra cosa son los ejercicios, sino la estructura que mantiene fresca la cercanía con Jesús.
Jesús no se fue afuera del mundo, su haberse ido es para volver cada día a nuestro interior, solo que dejándonos espacio para que libremente lo queramos recibir en la Eucaristía y en cada persona necesitada (Tuve hambre…). Tanta disponibilidad para estar fácilmente en nuestro interior nos tiene que hacer comprender que su “ausencia” es sólo para activar nuestra libertad de invitarlo.
El Señor se va no para irse, sino para entrar de nuevo y de manera nueva en “los que le abren la puerta”,
para entrar en el interior de los que institucionalizan su oración, cumpliendo «el mandamiento de hacer la Eucaristía en memoria suya»;
Para entrar en medio de los que institucionalizan su vida comunitaria, cumpliendo el mandamiento «ámense entre todos en común como yo los he amado»;
Para entrar en medio de los que institucionalizan su acción apostólica, cumpliendo los mandamientos que dicen: “anuncien el evangelio”, “practiquen el servicio humilde”, “reciban con hospitalidad”, “perdonen varias veces por día”, “háganse prójimos de los pobres”.
Contemplamos al Padre
¿Y cuál es ese “lugar” a donde el Señor va y que le permite estar tan cerca de los que ama? Juan no habla de Resurrección sino de «ida al Padre».
¿Dónde está, cómo es este Padre a quien «nadie ha visto nunca sino solo Jesús»?
No podemos “concebir al Padre”, hacernos una idea de su intimidad. Jesús mismo dice que el Padre es “mayor» que él!
Actualmente, el paradigma científico ha terminado con el paradigma teológico de representación del mundo. En vez de imaginarnos el cielo como una esfera que está ahí nomás, arriba de las estrellas que se ven, y desde donde un Señor viejito extiende sus manos sobre la creación, nos imaginamos un cielo infinito que está en expansión desde el Big Bang y que lo ha “corrido” por así decirlo a Dios de su rol de creador y protector cercano.
La gente se ríe de esa imagen infantil, pero no es menos infantil la de un cielo que “corre” (hacia dónde?), siempre ese “más allá” que nos representamos estático o dinámico pero siempre de manera “humana” (infantil).
Mejor que intentar representarnos donde “está” o “no está” es pensarlo e imaginarlo con lo que Jesús nos dice en el evangelio de Juan y nos describe en sus parábolas.
El Señor nos revela a los que el Padre ama y lo que el Padre hace.
El Padre ama a los que aman a su Hijo.
Una manera de gustar esta gracia es reflexionar y sentir cómo amamos a los amigos de nuestros hijos o a los hermanos de nuestros amigos. Ya de entrada hay una buena predisposición para con ellos. Y si el hermano de nuestro amigo es tan buen tipo como él, el amor se consolida rápidamente. Pues bien, así nos mira el Padre a los que amamos a Jesús. Se vuelve incondicional con nosotros! Nos concede todo lo que le pidamos en Nombre de su Hijo. Quedamos incluidos en su esfera de buenas influencias, entramos a participar de sus planes, podemos gozar de los beneficios de la amistad gratuita…
El Padre viene a habitar, junto con Jesús, en los que son fieles a la palabra de su Hijo.
Para gustar esta actitud del Padre podemos pensar en lo lindo que es para un padre volver a casa, estar en familia con los suyos. Cuánto más lejos debe ir a trabajar y cuanto más tiempo tiene que pasar fuera de su casa, más presente está su familia en su corazón, más valiosa la considera. Cuanto más libertad van adquiriendo los hijos, más despojada y más interior se vuelve la presencia del padre, más crece su deseo de habitar en el corazón de su hijo, respetando sus tiempos, esperando a que quiera charlar, contemplando cómo se fortalece su personalidad y cómo vive su propia vida.
El Padre envía el Espíritu que nos hace de abogado, en nombre de Jesús.
Para gustar este carácter donador del Padre puede ayudar recordar a los que nos dieron lo mejor de sí. ¿Qué me quiso dejar mi padre en herencia? ¿Cómo luchó por expresar un amor gratuito con sus límites? Cómo sufrió por no ser mejor para poder mostrar más un amor desinteresado. Que el Padre nos envíe el Espíritu que lo une a Él con Jesús significa que no solo que nos da todo, enteramente, lo mejor de sí, sino que se nos da Él mismo.
Le pedimos al Espíritu que nos haga comprender en plenitud lo que nos quiere inculcar en el corazón Jesús, el Señor, y nos mueva a actuar concretamente en consecuencia, como dice el Papa Francisco comentando este pasaje.
Diego Fares sj