Los pobres primero reciben: agarran la moneda y después miran cuánto les diste. Los ricos piensan que siempre les vienen a pedir. Por eso desconfían… Y Dios es uno que solo viene a dar… (28 B 2018)

Cristo Misericordioso -Museo de Berlín – Mosaico

      Cuando salía Jesús al camino, uno lo corrió y arrodillándose ante él le rogaba: Maestro bueno, dime: ¿qué he de hacer para tener derecho a heredar la Vida eterna? Jesús le dijo:¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Conoces los mandamientos: No mates, no adulteres, no robes, no des falso testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre. El, respondiendo dijo: Maestro, todas estas cosas las he practicado y guardado desde chico. Jesús mirándolo a los ojos, lo amó, y le dijo: Te falta una cosa, anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, así poseerás un tesoro en el cielo. Luego vuelve acá y sígueme.  El se quedó frunciendo el ceño a estas palabras y se marchó malhumorado, porque era una persona que tenía muchas posesiones. Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: ¡Qué difícil será para los que posean riquezas entrar en el  Reino de Dios! Los discípulos se asombraban al oírle decir estas palabras. Pero Jesús, tomando de nuevo la palabra, insistió: ¡Hijos, qué difícil es que los que tienen puesta su confianza en las riquezas entren en el  Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que un rico entre en el Reino de Dios. Los discípulos se pasmaban más  y más y se decían unos a otros: Entonces ¿quién podrá salvarse? Jesús, mirándolos a los ojos, les dice: Para los hombres, es imposible; pero no para Dios. Todas las cosas son posibles  para Dios. Pedro se puso a decirle: Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús dijo: Yo les aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros (Mc 10, 17-31).  

Contemplación         

El Señor dice que el Reino de Dios “es” de los pobres. Y de los ricos dice que les será muy difícil “entrar”. Lo dice no por nada sino a raíz de este jóven rico que lo fue a buscar y que se ve que tenía buena voluntad… hasta ahí. Porque el Señor “lo miró y lo amó”. Pero él no lo registró. No vió la mirada del Señor! Y eso que era buena gente. Había cumplido todos los mandamientos desde que era chico y tenía ganas de dar un paso más. Pero el Señor le planteó un paso definitivo, radical: Te falta una cosa, anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, así poseerás un tesoro en el cielo. Luego vuelve acá y sígueme. Ante esto él “le puso cara”. Frunció el ceño. No preguntó nada más. No dijo algo así como: Señor, no se puede… Como le dijeron luego, en casa, los discípulos. No. Este se quedó mudo. Quizás porque no entendió. O porque entendió perfectamente y no estaba dispuesto a tanto. Él hablaba de la vida eterna y Jesús le decía que se viniera con él ahora. Será que le dió miedo regalar sus bienes… o habrá sido lo de “seguir a Jesús” lo que lo trabó.  La cuestión es que se fue triste, dice el evangelio. No entró. Los pobres en cambio parece que ya están dentro. El Reino es de ellos. Es importante este posesivo. Después el Señor lo explicará de modo bien explícito: los que dejen todo “recibirán” el ciento por uno. Poseeran el Reino. La palabra aparece varias veces: del jóven rico se dice que poseía muchos bienes. Y Jesús afirma que es dificil entrar en el Reino a los que poseen riquezas. En Radio María me preguntaban el viernes pasado “por qué Jesús prefería a los pobres”. Y yo decía que me parecía que ese es uno de los «defectos» de Dios. Uno de esos defectos que hacen tan amable a Jesús. El obispo Van Thuan decía que lo que más le gustaba de Jesús eran sus defectos: que no supiera matemáticas (una oveja  para él valía lo mismo que 99); que no supiera de finanzas ni de economía: su Padre contrataba gente a toda hora y les pagaba a todos lo mismo, comenzando por los últimos! Por eso decía que esto de preferir a los pobres era como el defecto básico, el que explicaba todos los demás. Yo creo que el Jesús prefiere a los pobres y pequeños, por un lado, porque lo entienden (y el Padre también: que por eso se siente cómodo revelándoles a su Hijo amado a los pobres y pequeñitos y no a los letrados). Con los pobres Jesús no tenía necesidad de muchas explicaciones. En cambio los ricos -sobre todo los ricos de espíritu, los autosuficientes- lo impacientaban: siempre pidiendo razones, que por qué curaba en sábado, que con qué autoridad perdonaba los pecados… Los pobres en cambio entendían perfectamente de qué se trataba. Por eso con los pobres el Señor puede hacer maravillas, como dice nuestra Señora en el Magnificat. Por otro lado, yo creo que Jesús, que Dios, prefiere a los pobres porque Él es uno que viene a dar. Es «don Dios». Y los pobres entienden enseguida cuando es que uno les quiere dar o cuando es que empieza a explicar muchas variables económicas porque no les va a dar nada. Los ricos en cambio siempre creen que Dios les viene a pedir. Y por eso son tan desconfiados. No entienden que Dios es puro don, que es tan Rico en misericordia que lo único que quiere es dar. Que no necesita nada de ellos. En todo caso, sí que les den sus riquezas a los pobres. Pero Él no pide nada. Aunque esto, para los ricos, es lo mismo. No les pedirá para Él pero les pide que den sus cosas a los más pobres! Y bueno, esta diferencia -entre uno que no te pide nada para sí y que te da todo y que te mira con amor, si no la pesca uno por sí mismo, no hay quién se la explique. Alguna anécdota…? me preguntó Javier Cámara. Siempre hay alguna anécdota del Hogar (mis alumnos dicen que yo doy clases para tener una excusa para contar cosas del Hogar)! Me acuerdo un año que decidí ir a agradecer personalmente a las panaderías que nos regalaban el pan y las facturas al Hogar. Todas las mañanas iban nuestros huéspedes, con una notita firmada, a pedir el pan del día anterior que nos habían guardado. Esta vez, en vez de la nota, llevaba la tarjeta de Navidad. Entro a la primera panadería, sobre la calle Entre Ríos, y la dueña que estaba en la caja, sin dejarme explicar nada, me mira la tarjeta y me dice que ya han dado. Le digo que soy el padre del Hogar y que les quiero dejar una tarjeta… pero antes de que siga me dice que No, que gracias, pero que no hace falta (!). Recién a la tercera y antes que me corte  de nuevo le digo: Hey! escúcheme. No le vengo a pedir nada. Es una tarjeta de agradecimiento. Le quiero agradecer lo que nos dan. No me tiene que dar nada! Tiene que recibir! Ahí la agarró y cuando vio el pesebrito y el Feliz Navidad, sonrió. Se dió cuenta. Los pobres, en cambio, primero agarran la moneda y después miran a ver cuánto les diste. Pero primero reciben. Saben recibir! Por eso creo que Dios los prefiere. Pero el problema no es discutir quién es rico o con cuánto comienzo uno a ser rico. El punto es mirar cómo anda mi capacidad de recibir. Porque con tanta posesión y  consumo uno va perdiendo la capacidad de recibir!  Y Dios -Jesús, el Espíritu, nuestro Padre- es solo don. Puro Don. Se nos da todos los días. Como el Padre Misericordios que se da entero en ese abrazo -cuando se le echó al cuello a su hijo, como dice Lucas-, sin reproches por que no se dejó abrazar antes y sin condiciones sobre lo que tendría que hacer después, en el futuro. Y nuestra vida, como la de Jesús, es girar en torno al Padre como nuestro centro de gravedad, que atrae el peso del amor que late en nuestro corazón. En la cercanía del abrazo, el Amor rico en Misericordia del Padre, nos atrae como a un planeta el Sol, y si entramos en su órbita ya nada nos podrá separar de él. Jesús se nos da todos los día. Él es totalmente Eucaristía, porque es Don al Padre -acción de gracias en el Gozo del Espíritu Santo-, y Don a cada uno de los que lo recibimos en nuestras manos y en nuestra boca al comulgar. El demonio es cambio es “ausencia de Eucaristía”, posesión de sí mismo siempre insatisfecha, buscando a quién tentar con posesiones vanas, que lo alejan de mendigar, cada día, el don de la Eucaristía, haciéndonos ilusionar con que somos ricos y no necesitamos comulgar tan seguido (como la cajera de la panadería, le decimos al Señor: No, muchas gracias. No me hace tanta falta). El Espíritu Santo es puro Don. El Don del Padre y de Jesús para nosotros. Es Don que se multiplica en siete dones -Sabiduría, Entendimiento, Fortaleza, Ciencia, Consejo, Piedad y Temor de Dios- y en nueve frutos, con respecto a los cuales San Pablo dice “que no hay ley”, ellos mismos son “ley interior que hace actuar bajo la guía del Espíritu”: amor (agape), gozo (jará), paz (eirene), paciencia (macrotimía), amabilidad (jrestotes), bondad (agatosyne), fidelidad (pistis), dulzura-mansedumbre (prautes), señorío de sí (enkrateia). Dios es puro don. Y con Él la cuestión central de la vida gira en torno a aprender a recibir. No cosas sino personas. Saber recibir -hospedar, acoger, hacer sentir bien, comprender, dar tiempo, escuchar…- personas.  

Diego Fares s.j.

En el cielo, cada uno gozará no el amor que recibió sino el que dio, más un “bonus” extra para regalar (33 A 2017)

Porque (el Reino de los Cielos) es así como un hombre que, estando por peregrinar, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor. Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores.  El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. «Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado.» «Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor.» Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: «Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado.» «Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor.» Llegó luego el que había recibido un solo talento. «Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!» Pero el señor le respondió: «Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses. Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes» (Mt 25, 14-30).

Contemplación

El talento no son los bienes –ya que a uno se le confiaron cinco, a otro dos y a otro uno- sino responder fielmente. Ese es el talento que el Señor bendice con la bienaventuranza del Servidor bueno y fiel.

Responder bien y con fidelidad. Con prontitud y gentileza, sin las excusas del servidor malo y perezoso, sino creativamente, cuidando “lo poco” –los detalles- y a lo largo de toda la vida.

Miremos primero la cuestión de la “cantidad”.

Hablando de cantidades, el Señor hace pie en la realidad, con sus números tan distintos y en los que se siente el peso de la inequidad.

Unos tienen cinco, otros dos, otros uno (sin mencionar a los que no logran sobrevivir porque sus números no alcanzan ese 1 dólar por día que las estadísticas dicen que marca el umbral de la pobreza).

Varían mucho numéricamente los talentos en nuestro mundo.

Si naciste niña en Bangladesh –a donde la semana que viene irá el Papa-  tus bienes serán de un talento: un dólar y 43 centavos por día es lo que se gana en las 50.000 fábricas textiles por coser ropa para marcas famosas como Zara y Levi’s.

Si naciste de padres ricos, tus bienes se saldrán de la escala y quizás sientas como ese hijo de padres multimillonarios que se definía así: “Mis padres son gente que tira dinero a sus problemas… Yo soy un problema”.

Si no estás en estos extremos, tus bienes serán como los cinco o los dos talentos de las personas que viven con lo que tienen y logran ir mejorando sus bienes con esfuerzo y trabajo en la vida.

Miremos ahora las actitudes. Dos negocian bien y uno no. El hombre de la parábola utiliza la lógica de los negocios.

Uno podría decir que elogia el sistema financiero al reprocharle al servidor malo y perezoso que no haya puesto su talento a interés.

También se puede decir que premió el mérito al sacarle el talento al que lo enterró y dárselo al que tiene diez.

Ciertamente, no estamos en una de las parábolas de la misericordia. Al que enterró su talento se lo juzga con su propia lógica y se lo condena a perderlo todo, se lo cataloga de “inútil” y se lo excluye fuera del sistema.

Pero no nos tenemos que dejar llevar por el final de la parábola. La respuesta dura y el lenguaje pragmático es eso: una respuesta. El hombre le habla a este servidor utilizando su misma lógica. Este es el peor castigo. Es como decirle: como no entendiste la lógica de la gratuidad te hablo en la lógica del negocio: esa no podés decir que no la entendés.

Hago aquí un paréntesis. Yo a veces me espanto al sentir hablar a algunas personas de bien cuando “defienden” cosas del evangelio y de la Iglesia usando estas lógicas duras porque las ven “lógicas”. Enseguida pienso: No te das cuenta de que serás juzgado con la misma lógica? Cuán mortalmente equivocado sea querer defender los “talentos” que confió el Señor a la Iglesia con la lógica del que enterró el talento, nos lo muestra la respuesta de la parábola: durísima, implacable, sin atenuantes. Y fijémonos en el detalle de que no perdió el talento, sino que se lo devolvió intacto: aquí tienes lo tuyo.

Tomamos este punto para dar un giro a la parábola y, usando la descalificación total del servidor “malo y perezoso” y el castigo de su exclusión a las tinieblas y al rechinar de dientes como trampolín, nos vamos al otro extremo: al del elogio y la recompensa impensada: “Como respondiste fielmente en lo poco te pongo a cargo de mucho más.

Qué es ese mucho más?

El premio es entrar en el gozo: “Entra a participar del gozo de tu Señor”.

El gozo de haber hecho dar fruto a los talentos que nos confiaron.

El gozo de haber comprendido que eran para nosotros, no solo esos pocos talentos sino la oportunidad de crecer como trabajadores, de ganar algo nuestro, honrando así el don.

La lógica de la parábola es la lógica del don, que no es “un dar para recibir” sino  un “dar que nos convierte en gente que se da, a imagen de nuestro creador.

La imagen opuesta es la de convertirse en alguien que entierra y pretende devolver.

No tiene sentido. Es como devolver una semilla que se nos dio para sembrar: devolverla infecunda significa que uno rechazó el don, que no comprendió lo que se le donó.

Y querer justificar esto, es peor aún!

Vemos así que “el talento” es saber responder bien, con fidelidad.

Porque el premio es un premio inmaterial. El premio es “entrar en el gozo”.

Y gozar es algo que tiene que nacer de adentro.

Para gozar algo uno tiene que sentir que se lo ganó, que de alguna manera participó poniendo lo suyo, siendo fiel en lo poco.

Uno no puede gozar la vida que el Señor regala si no la vive fecundamente.

Si no hacemos producir nuestro talento –si como personas no somos “un talento” que es don para los demás- nos sentiremos como el que se coló en una fiesta ajena.

El gozo tiene una medida subjetiva: uno goza solo con lo propio porque goza con el corazón que se ensanchó al dar.

Aun cuando gozamos por el bien de otro, por un hijo a quien amamos, gozamos con nuestra capacidad de gozar. Es así.

Por supuesto que es lindo recibir un regalo. Pero si todo es regalo, no se podría gozar.

En el cielo uno gozará no el amor que recibió sino el que dio y a este gozo se le agregará aún más. Esa será la única diferencia en el cielo. El que con los cinco talentos de amor que recibió, dio otros cinco, gozará “diez y uno más”. Esta es la Matemática celestial!  Diego Fares sj

Solo en un camino nuestro inclusivo -de misericordia y alegría- puede Jesús mostrarse al mundo (Pascua 6 A 2017)

 

Captura de pantalla 2017-05-19 a las 15.52.46Jesús dijo a sus discípulos:

«Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque permanece a su lado y con ustedes está. No los dejaré huérfanos, vuelvo a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y ustedes vivirán. Aquel día (cuando venga el Espíritu) comprenderán que Yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y Yo estoy en ustedes. El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama será amado de mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él.

Le dice Judas – no el Iscariote -: «Señor, ¿qué pasa que vas a manifestarte a nosotros y no al mundo?»

Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escuchan no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Les he dicho estas cosas estando entre ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho» (Jn 14, 15-26).

Contemplación

Al igual que Judas Tadeo, nosotros también preguntamos: “¿Por qué Jesús no se manifiesta a todo el mundo, de una sola vez, para que todos crean?

El Señor no corrige la pregunta de Judas Tadeo (como había hecho con las de Tomás y Felipe) sino que vuelve a repetir lo que había dicho antes. Es como si le dijera: escuchen bien lo que les dije.

Primero dijo: “El que me ama será amado de mi Padre”.

Ahora agrega: “Si uno me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará”.

Es como si dijera: “A una persona, no hay que mostrarle al Padre, hay que ayudarle a que se sienta amada por Él”.

Y esto requiere un proceso, un camino…

Jesús es el Camino. Cuando lo seguimos, comenzamos a sentirnos amados por el Padre. Experimentamos la predilección del Padre: que estamos en sus brazos como un hijo amado.

Este amor es un Don.

O mejor: es “la mitad de un Don”.

El Espíritu Santo es este “Don por la mitad”.

El amor, si solo ama uno, aunque ese uno sea un Dios, se apaga.

El amor necesita que yo también lo demuestre.

Cuando cumplo (cumplimos) los mandamientos de Jesús, siento (sentimos) el Amor de Dios completo.

Y esto se nota en que siento (sentimos) paz y alegría en el corazón.

Esto hay que entenderlo bien: la condición que pone Jesús -de “cumplir sus mandamientos y de guardar su palabra” -no es una exigencia moral.

Es el Amor que necesita ser amado.

Es como si Jesús nos dijera: por favor, (hagan) lo que lee digo, que solo así sentirán mi amor entero en su corazón.

Y esto es posible gracias a la ayuda del Espíritu Santo.

El Espíritu es nuestro Compañero interior, nuestro Maestro y nuestro Defensor.

El nos enseña modos concretos para “poner en práctica el mandamiento del amor a Jesús”, es el que hace que sea transitable el dificil camino del amor.

El discernimiento, del que habla Francisco es: encontrar el modo concreto de hacer el bien en cada situación única y personal.

Y aquí respondemos a la pregunta: El Señor se manifiesta primero a sus amigos porque necesita de nuestro amor para poder mostrar al mundo un amor completo.

Se nos manifestó a un “nosotros” que al recibirlo a Él se volvería abierto al mundo… El Señor, para manifestarse como Don, necesita de este “rebañito” que es la Iglesia, que lo acoge con su respuesta. En el seno de los que guardan la Palabra y cumplen el mandamiento de amar a Jesús, como María, se crea ese espacio de misericordia y de alegría, abierto e inclusivo, para que todo el que quiera pueda entrar a experimentar y a gustar lo lindo que es ser amado del Padre.

Diego Fares sj

Al Padre la agrada la gente que adora… y que enseña a otros a adorar (3 A Cuaresma 2017)

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Jesús fatigado del camino se había sentado junto al pozo (de Jacob). Eran como las doce del mediodía. Llega una mujer samaritana a sacar agua y Jesús le dice: Dame de beber” (pues sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar algo para comer).

La samaritana le dice: ¿Cómo tú, que eres judío, me pides de beber a mí que soy una mujer samaritana?” (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos).

Jesús le respondió: Si conocieras el Don de Dios y quién es el que te dice ‘dame de beber’ tú le habrías pedido a Él y te habría dado agua viva.

Le dice la mujer: “Señor, no tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo ¿de dónde sacas entonces agua viva? Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?

Le respondió Jesús: Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le dé no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él fuente de agua que brota para vida eterna.

Le dice la mujer: Señor, dame de esa Agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla.

Jesús le dice: Ve, llama a tu marido y vuelve acá.

Respondió la mujer y dijo: No tengo marido.

Le dice Jesús: Dijiste bien que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no marido tuyo; en eso has dicho la verdad.

Le dice la mujer: Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres adoraron a Dios en este monte y ustedes dicen que en Jerusalén es donde se lo debe adorar.

Le dice Jesús: Créeme, mujer, llega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre.

Ustedes adoran lo que no conocen. Nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en Espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que lo adoren. Dios es Espíritu y los que lo adoran deben adorarlo en Espíritu y en verdad.

Le dice la mujer: Yo sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando él venga nos anunciará todo.

Le dice Jesús: Yo soy, el que habla contigo”.

En eso volvieron sus discípulos y quedaron sorprendidos de que estuviese conversando con una mujer, pero nadie le dijo “qué preguntas” o “qué hablas con ella”. La mujer dejando su cántaro, corrió a la ciudad, y dijo a la gente: Vengan a ver un hombre que me dijo todas las que hice. ¿No será éste el Cristo?” Y salieron de la ciudad y venían donde él.

Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por las palabras de la mujer que atestiguaba: “Me ha dicho todo lo que he hecho”. Así como llegaron a él los samaritanos le rogaban que se quedase con ellos. Y se quedó allí dos días. Y muchos más creyeron por la palabra de él. Y le decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú nos has dicho pues por nosotros mismos hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo” (Jn 4, 5-42).

Contemplación

Adelanto de Pentecostés

“Si conocieras el Don de Dios…”.

La Samaritana “adelantó” algo que el Señor tenía planeado para después de su ascensión al Cielo. Ella le pidió a Jesús el Don del Agua viva, al mismo tiempo que charlaba y le daba de beber. La Samaritana confesó su pecado y fue instruida por el Señor –el Cristo, como ella dice- en lo que respecta a la adoración en Espíritu y en verdad.

El evangelio nos dice que hubo un momento en el que se juntaron muchas cosas. Contemplemos la secuencia:

* Jesús apura la charla. Apenas ella le dice “Dame de esa Agua”, el Señor cambia de tema: le manda que se vaya, que llame a su marido y que regrese.

Es como hacer ver que la cosa puede ir para largo.

Pero la mujer confiesa directamente: “No tengo marido”.

Es una frase seca.

Como era ella, se ve que tenía la ocasión servida en bandeja para comenzar a dar vueltas y explicarle al Señor lo complicada que había sido su vida…

Sin embargo, le larga su verdad más honda con una sola frase: No tengo marido.

*Jesús se ve que se admira, porque cambia de nuevo la marcha.

Ya no le insiste en que vaya a buscar su marido, sino que con infinita delicadeza le habla siguiendo esa pedagogía del “dulce, salado, dulce”. La alienta con un dulce: “Bien has dicho”; mete la salada explicitación de los cinco maridos, que dejan clara una vida tumultuosa, no solo para la vida de un pequeño pueblo; y concluye con el dulce: “En eso has dicho la verdad”, que no solo es un elogio sino una invitación a decir la verdad en otras cosas profundas suyas, no solo en su pecado.

Y ella se anima y nos sorprende a todos sacando el tema de la adoración!

Debo decir que creo que es la primera persona que le saca este tema a Jesús.

* Y se ve que al Señor le encanta, porque no solo cambia de marcha, sino que acelera. Como hizo en Caná, motivado por ese diálogo con su Madre que lo llevó a adelantar su hora. Pero ante el alma abierta de la Samaritana, en la que siente el agrado del Padre, el Señor adelanta nada menos que Pentecostés.

Vemos como le empieza a decir que “llegará la hora” de un nuevo modo de adorar y de golpe –como si Él se diera cuenta de lo que está sucediendo, de lo que ha desencadenado la Samaritana- le dice: “ya estamos en esa hora, en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en Espíritu y en verdad”.

Ella le ha dicho la verdad y el Señor le revela que al Padre le agradan las personas que lo adoran en la verdad. Que el Padre quiere personas como ella, como la Samaritana, eso es lo que le está diciendo.

* Y a continuación agrega el Señor la frase: “Dios es Espíritu y los que lo adoran deben adorarlo en Espíritu y en verdad”.

Al decir esta frase, vemos que las cosas se precipitan: la mujer insinúa su confesión acerca del Mesías y Jesús, que a nadie le confesaba esto, sino que más bien pedía que se guardara el secreto, a ella se lo confiesa claramente: “Yo soy, el que habla contigo”.

* En ese instante llegan los discípulos y se corta el diálogo, porque todos quedan sorprendidos.  Mientras ellos miran a Jesús y de alguna manera le “hacen sentir” que algo no encaja, la samaritana aprovecha, deja su cántaro y sale corriendo a llamar a su pueblo.

En alguno de esos instantes, el Don de Dios –el Espíritu- descendió sobre ella en este Pentecostés interior.

Y nuestra querida Samaritana, convertida, perdonada e instruida en la fe, corrió a evangelizar a todo un pueblo y se lo trajo a Jesús.

* La gente recibió el Espíritu Santo. No recibieron sólo un anuncio previo… Le dicen: “Ahora nosotros mismos hemos oído y sabemos que Jesús es verdaderamente el Salvador del mundo”. Tiempo después, en su carta, Juan dirá: “En esto nos damos cuenta de que estamos en Él y Él en nosotros: en que nos ha hecho Don de su Espíritu” (1 Jn 4, 13).

Decíamos que la palabra Don es el mejor nombre para esta Tercera Persona que Jesús y el Padre nos anuncian que nos donarán. En el pasaje de la Samaritana lo vemos como Don en acción. No como una cosa que se nos regala sino en el acto de donarse. Y lo vemos porque la Samaritana se transforma en una persona que se dona. Es decir, se convierte en una persona espiritual, lo cual no quiere decir en una persona que pone cara de devota o es muy compuesta y nos mira desde arriba, sino en una persona que se dona entera. Que sale corriendo a anunciar el evangelio y arrastra con su entusiasmo a la gente hasta ponerla con Jesús.

Don es el mejor nombre para nombrar la Persona del Espíritu Santo 

“Qué debemos hacer, hermanos” -preguntaba la gente con el corazón compungido a los apóstoles, cuando salieron a predicar luego de Pentecostés. “-Conviértanse… y recibirán el Don del Espíritu Santo”-, les dijo Pedro (Hc 2, 38).

Don, por tanto, pero no como una cosa que se nos pone en las manos, sino como “don de sí”. El Espíritu es el que, donándosenos Él mismo, nos hace comprender que Dios es el Padre que nos donó la vida y que Jesús es Pan que se nos dona y Hermano que nos enseña a vivir donándonos a los demás. Esto, que Dios es Don, nos lo enseña y comunica el Espíritu dándosenos personalmente.

A nosotros nos resulta difícil imaginar a una persona que sea “puro don”. Nosotros tenemos necesidad de “guardarnos” algo, por así decirlo. Si nos donáramos enteros, desapareceríamos. Nosotros necesitamos recibir, no podemos ser “puro don”.

Quizás por eso es que el Espíritu “se nos escapa”. No lo podemos imaginar como ese tú tan humano, que es Jesús: uno que se sienta a hablar con la Samaritana y le pide “dame de beber”.

En ese sentido, el Espíritu es lo “menos humano” y lo “más Dios” de Dios. No quiero decir que sea “inhumano”. Todo lo contrario. El Espíritu es el que nos humaniza, enseñándonos a ser para los demás. Pero ser Espíritu es lo más propio de Dios y en este sentido es lo más misterioso: no lo podemos “cosificar”. Es puro viento-fuego-agua; pura pasividad y pura acción, puro amor.

No quiere decir que no tenga rostro: pero es más bien “todos los rostros”, es el rostro del pueblo de Dios en marcha, el rostro que, para poder tener los rasgos de todos los rostros, no se dibuja de modo particular.

Se nos escapa, pero no es porque sea como esas amas de casa que nos invitan a comer y no paran de servir, de modo que en cierto momento uno les dice: “Sentate un poco. Vení a charlar”. No es que el Espíritu no tenga tiempo para sentarse a charlar de “sus cosas”.

Lo que pasa es que no “tiene cosas suyas”, no tiene cosas para decirnos que no sean las de Jesús. Una, porque en Jesús el Padre nos dijo todo. Otra, porque bastante trabajo tiene con hacer que cada cosa sea comprensible y eficaz en cada momento, en cada situación y para cada persona.

Nosotros no entendemos a Alguien que diga que “no tiene algo propio para decir”. Porque en toda conversación, si no tenemos algo nuestro para decir o no nos dejan decirlo, perdemos interés. Pero en el Espíritu se ve que esto funciona diferente: él estuvo en el origen de todo lo que dijo y reveló Jesús y es el que está en el origen de que nosotros lo entendamos. Es como un buen maestro que no nos cuenta su vida, sino que nos enseña las materias; y nos enseña también el modo de aprender y a leer, a escribir y a  pronunciar… Y no por eso es menos un tú, aunque acalle lo suyo personal y se haga a nosotros, para enseñarnos lo que necesitamos aprender.

Cuántos maestros y maestras en los que no pensamos todo el tiempo, pero que apenas hacemos memoria, vemos dibujarse su rostro o escuchamos su voz. Rostros y voces que están indisolublemente mezcladas con las materias y las técnicas que nos enseñaron.

Al Padre le agrada la gente que adora

El Espíritu nos enseña a creer, y a Jesús le encanta la gente que confía en Él. El Espíritu nos enseña a donarnos, en el servicio y en la adoración. Y al Padre le agrada la gente que sirve a sus pequeñitos y que adora.

Le agrada especialmente la gente que se siente pequeñita y poca cosa, y por eso lo adora a Él como un hijito pequeño adora a su mamá y a su papá.

Al Padre le agrada la gente que lo adora al levantarse, besando el crucifijo y tocando con la frente el suelo.

Al Padre le agrada la gente que lo adora en medio del trabajo, que se para un instante y le muestra su rostro sonriente a Dios (como si uno se sacara una selfie sólo para que la vea el Padre en lo secreto, para que vea que su hijo o su hija están contentos con él).

Al Padre le agrada la gente que lo adora a la noche, dándole gracias por el día y poniéndose en sus manos.

Al Padre le agrada la gente que lo adora sirviendo a los demás, que trata a los demás como a hijos de Dios y los ayuda en todo. Especialmente le gusta la gente que enseña a otros a adorar. Como hizo la Samaritana, acerca a su pueblo a Jesús. Así hacemos nosotros cuando enseñamos a nuestros hijos a adorar a Dios.

Diego Fares sj

 

 

Domingo 32 B 2009

dos moneditasOlvidada de sí, notada por Jesús

Jesús enseñaba a la multitud:
«Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad.»
Jesús habiéndose sentado frente a la sala del tesoro del Templo, contemplaba atentamente el modo como la gente iba echando monedas de cobre en la alcancía. Muchos ricos echaban mucho. Y llegando una viuda pobre echó dos moneditas de cobre.
Ahí llamó Jesús a sus discípulos y les dijo:
─ «En verdad les digo esta viuda pobre echó más que todos los que echan en la alcancía, porque todos los demás echaron de sus sobrantes, pero ella, de su indigencia echó cuanto tenía, todo el sustento de su vida» (Mc 12, 38-44).

Contemplación
Jesús se sienta a contemplar a la gente “cómo da limosna”.
No mira simplemente, contempla con atención. Se fija en el modo como la gente echa las monedas de cobre en los tambores que hacen de alcancía. Las monedas pesan y hacen ruido. Los que echan mucho, vacían sus bolsitas de golpe y hacen que se note un poco. Cuando llega la viuda pobre echa sus dos moneditas de una manera especial. ¿Habrá tenido algún gesto distinto? ¿Las habrá echado sin hacerse notar? Creo que echó primero una y luego la otra, porque Jesús las distinguió perfectamente.

Cuando uno contempla a la gente que pasa por San Cayetano o en San Expedito se ven muchas cosas. Gestos intensos, íntimos, personales… Cada persona se comporta de manera especial cuando hace sus visitas a los santos y les expresa su devoción, pone sus peticiones, agradece, deja una ofrenda. Uno ve de afuera y aún así es mucho el cariño y la fe que se perciben.
Imaginemos lo que vería Jesús, si leía los corazones aún de lejos, si pescaba en un gesto de la cara los pensamientos íntimos de los corazones, lo que habrá visto en la viuda pobre cuando con cariño echó sus dos moneditas en la alcancía. Jesús vio todo su corazón, escuchó el tintineo nítido de cada una de las dos moneditas. Se ve que la viuda las echó de a una. No vació una bolsita ni echó un puñado. Primero una y luego la otra. Y tintineó cada una en el corazón de Jesús.

Siempre llama la atención que Jesús no hable de premio.
No hay ningún “tu fe te ha salvado”,
no hay ningún “qué quieres que haga por ti, mujer”.
No hay ninguna exposición pública que ayude a sanar un pecado (Mujer, ¿nadie te ha condenado?) o a terminar de perfeccionar la fe (¿Quién me ha tocado?) como con la hemorroisa, que le sacó una fuerza sanadora y Jesús la hizo confesar en público la fe de su gesto de tocarle el manto.
Nada de eso. La viuda pobre ni se entera de que el Señor la pone como ejemplo.
Jesús la deja perderse entre la multitud, con su dignidad inmensa y anónima a los ojos de la gente y resplandeciente de gloria a los ojos del Padre que ve en lo secreto, y de Jesús su Hijo encarnado, perdido también igual que ella, como uno más, entre la gente que entraba y salía del Templo.

No hay premio porque, como nos damos cuenta todos, el premio es el gusto de poder darlo todo, el sabor hermoso de poder donarse a sí misma dando todo lo que tenía ese día para vivir.

El premio de la viuda pobre es “estético” en el sentido de “agrado por el brillo de algo que se hace gratuitamente para Gloria de Dios”; el premio es cómo se le unifica íntegro el corazón bajo la mirada de Jesús en el momento en que suelta –una después de la otra- sus dos moneditas, y queda su vida toda –ese su día- en las manos del Padre. Ella sale del Templo sin nada, cantando quizás como cantaría un día Teresita:
“Vivir de amor
es darse sin medida,
sin reclamar salario aquí en la tierra.
Yo me doy sin cuento
segura de que en el amor el cálculo no entra.

Lo he dado todo,
al corazón divino que rebosa ternura.
Nada me queda ya, corro ligera.
Ya mi única riqueza es y por siempre será,
vivir de amor.

Vivir de amor “oh que locura extraña” me dice el mundo;
cese ya tu canto: no pierdas tus perfumes, no derroches tu vida,
aprende a utilizarlos con ganancia.

Jesús, amarte es pérdida fecunda.
Tuyos son mis perfumes para siempre”.

También Teresita pasa del amor a la belleza, del darse entera, a los perfumes. El premio del amor es un aroma, que al expandirse expande el alma, llena la casa como el perfume de Nardo de María cuando rompe el frasco para ungir a Jesús.
El premio del amor es sólo amor. El amor como don es desprendimiento, trabajo, cruz muchas veces.
El amor como premio es gusto, perfume, alegría y belleza.
Y ambas cosas se dan al mismo tiempo –cruz y gloria-, no sucesivamente.
Por eso el Señor contrapone el ejemplo del don de la viuda pobre al vedettismo de los fariseos, porque el problema es cuando a uno le comienza a gustar más hacerse ver que amar. Señal de que se ha desplazado el eje esencial de la vida: al pasar de ser actores a ser espectadores nos perdemos lo mejor de la vida.
La viuda pobre es protagonista absoluta de esta escena contemplada sólo por el ojo atentísimo de Jesús gracias al cual quedó filmada y estampada en el evangelio de Marcos. Lo ha dado todo y no mira si la miran. Ya había entrado olvidada de sí al Templo, concentrada en lo que quería dar y en darlo bien –una monedita y luego la otra-, en darlo con intención de dar y con buen deseo. Y sigue luego su camino, invisible a todos porque invisible para sí. Sigue adelante –corre ligera- con la mirada puesta en que tiene que seguir trabajando para ganar su sustento del día, alegre de tener que comenzar de cero.

Me la imagino como tantas mujeres de nuestro pueblo que limpian por hora… Estuvo limpiando, ganó unos pesitos, fue a la Iglesia, los dio todos y sale corriendo a la otra casa para tener su platita para el día.
Teresita tenía estas cosas desde pequeña. Cuenta que “como premio ( a una buena nota), papá me regaló una preciosa monedita de veinte céntimos
que eché en un bote destinado a recibir casi todos los jueves una nueva
moneda, siempre del mismo valor… (De este bote sacaba yo dinero en
determinadas fiestas solemnes, cuando quería dar de mi bolsillo una
limosna para la colecta de la Propagación de la Fe u otras obras
parecidas)”.

Me queda retintineando lo de que dio las dos moneditas una a una, no las soltó las dos juntas. Se ve que venía dándolas vuelta en la mano, como cuando uno repasa las monedas con los dedos y las separa subiendo una con el pulgar contra el índice y dejando la otra entre los otros tres dedos y la palma… Las repasaba porque eran las únicas que tenía. Cuando uno tiene muchas monedas no se fija tanto. Y al llegar su turno echó primero una y luego la otra. Y ya está.
Quizás habrá pensado en quedarse una…
Pero cuando se tiene tan poco es mejor darlo todo
¿Qué iba a hacer con una sola? De todos modos tenía que volver a trabajar para poder comprarse algo para comer. La cuestión es que echó las dos, lo dio todo.
Se me ocurre esto de que volvía a trabajar para desdramatizar. No es que lo dio todo y se murió de hambre.
Trabajó una hora, cobró, fue al Templo, dio de limosna lo que tenía y se volvió a trabajar. Sacrificó el almuerzo, diríamos.
Después de imaginar esto me fijo bien en las monedas del tiempo de Jesús y veo que el salario por el día de trabajo era un denario (parábola de los contratados último que reciben cada uno un denario igual que los primeros). Los dos leptones de la viuda son la 128ª parte de un denario. Para uno que cobra quince pesos la hora (como los que hacen changas con el flete al lado del Hogar), las dos moneditas de la viuda serían como dos pesos: el decir, el cafecito y la factura de la media mañana… En vez de tomarse el café, los dio de limosna y se volvió a trabajar.
Este fue el gesto. Bien preciso. Sin romanticismos. Sacrificó la media mañana. El cafecito entre un trabajo y el otro.
Y Jesús lo pone como cierre y punto conclusivo supremo de todos sus discursos y acciones (como ejemplo del mandamiento del amor que acaba de promulgar) antes de entrar en la Pasión.

El puro don de sí por agradar sólo a Dios sin esperar premio ni fijarse siquiera en ello, es el punto más alto de la enseñanza de Jesús, la bienaventuranza de la viuda pobre: “feliz el que, olvidado de sí, lo da todo cada día por puro amor”.

En la vida de Teresita este punto es central. Cuenta ella:
“Como era la más pequeña, no estaba acostumbrada a arreglármelas yo sola. Celina arreglaba la habitación donde dormíamos las dos juntas, y yo no hacía ni la menor labor de la casa. Después de la entrada de María en el Carmelo, a veces, por agradar a Dios, intentaba hacer la cama, o bien, cuando Celina no estaba, le metía por la noche sus macetas de flores. Como he dicho, hacía esas cosas únicamente por Dios, y por tanto no tenía por qué esperar el agradecimiento de las criaturas. Pero sucedía todo lo contrario: si Celina tenía la desgracia de no parecer feliz y sorprendida por mis pequeños servicios, yo no estaba contenta y se lo hacía saber con mis lágrimas…
Debido a mi extremada sensibilidad, era verdaderamente insoportable. Si, por ejemplo, sucedía que hacía sufrir involuntariamente un poquito a un ser querido, en vez de sobreponerme y no llorar, lloraba como una Magdalena, lo cual aumentaba mi falta en lugar de atenuarla, y cuando comenzaba a consolarme de lo sucedido, lloraba por haber llorado. Todos los razonamientos eran inútiles, y no lograba corregirme de tan feo defecto. No sé cómo podía ilusionarme con la idea de entrar en el Carmelo estando todavía, como estaba, en los pañales de la infancia…
Era necesario que Dios hiciera un pequeño milagro para hacerme crecer en un momento, y ese milagro lo hizo el día inolvidable de Navidad. En esa noche luminosa que esclarece las delicias de la Santísima Trinidad, Jesús, el dulce niñito recién nacido, cambió la noche de mi alma en torrentes de luz… En esta noche, en la que él se hizo débil y doliente por mi amor, me hizo a mí fuerte y valerosa; me revistió de sus armas, y desde aquella noche bendita ya no conocí la derrota en ningún combate, sino que, al contrario, fui de victoria en victoria y comencé, por así decirlo, «una carrera de gigante ». Se secó la fuente de mis lágrimas…
Fue el 25 de diciembre de 1886 cuando recibí la gracia de salir de la niñez; en una palabra, la gracia de mi total conversión. Volvíamos de la Misa de Gallo, en la que yo había tenido la dicha de recibir al Dios fuerte y poderoso. Cuando llegábamos a los Buissonnets, me encantaba ir a la chimenea a buscar mis zapatos. Esta antigua costumbre nos había proporcionado tantas alegrías durante la infancia, que Celina quería seguir tratándome como a una niña, por ser yo la pequeña de la familia… Papá gozaba al ver mi alborozo y al escuchar mis gritos de júbilo a medida que iba sacando las sorpresas de mis zapatos encantados, y la alegría de mi querido rey aumentaba mucho más mi propia felicidad. Pero Jesús, que quería hacerme ver que ya era hora de que me liberase de los defectos de la niñez, me quitó también sus inocentes alegrías: permitió que papá, que venía cansado de la Misa del Gallo, sintiese fastidio a la vista de mis zapatos en la chimenea y dijese estas palabras que me traspasaron el corazón: «¡Bueno, menos mal que éste es el último año…!» Yo estaba subiendo las escaleras, para ir a quitarme el sombrero. Celina, que conocía mi sensibilidad y veía brillar las lágrimas en mis ojos, sintió también ganas de llorar, pues me quería mucho y se hacía cargo de mi pena. «¡No bajes, Teresa! -me dijo-, sufrirías demasiado al mirar así de golpe dentro de los zapatos». Pero Teresa ya no era la misma, ¡Jesús había cambiado su corazón! Reprimiendo las lágrimas, bajé rápidamente la escalera, y conteniendo los latidos del corazón, cogí los zapatos y, poniéndolos delante de papá, fui sacando alegremente todos los regalos, con el aire feliz de una reina. Papá reía, recobrado ya su buen humor, y Celina creía estar soñando … Felizmente, era un hermosa realidad: ¡Teresita había vuelto a encontrar la fortaleza de ánimo que había perdido a los cuatro años y medio, y la conservaría ya para siempre…! Aquella noche de luz comenzó el tercer período de mi vida, el más hermoso de todos, el más lleno de gracias del cielo… La obra que yo no había podido realizar en diez años Jesús la consumó en un instante, conformándose con mi buena voluntad, que nunca me había faltado. Yo podía decirle, igual que los apóstoles: «Señor, me he pasado la noche bregando, y no he cogido nada». Y más misericordioso todavía conmigo que con los apóstoles, Jesús mismo cogió la red, la echó y la sacó repleta de peces… Hizo de mí un pescador de almas, y sentí un gran deseo de trabajar por la conversión de los pecadores, deseo que no había sentido antes con tanta intensidad… Sentí, en una palabra, que entraba en mi corazón la caridad, sentí la necesidad de olvidarme de mí misma para dar gusto a los demás, ¡y desde entonces fui feliz…!

Diego Fares sj