Aprende a discernir con Pedro, para que el mal espíritu no te aleje de tu cruz, esa que cuando la abrazas te hace quedar en las manos del Padre (22 A 2020)

Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.

Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo diciendo: “Dios no lo permita, Señor. Eso no te sucederá a ti”.

Pero El, dándose vuelta dijo a Pedro: “Retírate! Ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí una piedra de escándalo, porque los pensamientos con los que juzgas no son de Dios sino de los hombres”.

Entonces Jesús dijo a sus discípulos: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su Cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí la encontrará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? ¿Y qué podrá dar a cambio el hombre para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo a sus obras” (Mt 16, 21-27).

Contemplación

Los discípulos nos ponen en contacto con un Jesús que quiere explicarles las cosas que están por pasar. No le resulta fácil. El Señor los ha ido preparando, especialmente después que le confirmara a Pedro que lo que había sentido en su interior era la voz del Padre. Pero no es fácil «explicar» la cruz. De hecho, la cruz no se explica, más bien el Señor nos enseña a aceptarla y/o a desearla. Esto último nos lo enseña con su ejemplo inolvidable cuando abraza la cruz que le cargan: su cruz. 

Me conmueve este esfuerzo de Jesús por explicar las cosas a sus discípulos. No es una cosa más. Cuando les diga que ellos no son siervos sino amigos, la señal de la amistad será esta: que entre amigos se explican las cosas. El siervo no sabe lo que piensa su señor, el amigo en cambio sí. Este deseo de explicar las cosas más íntimas revela que Jesús los siente de verdad sus amigos. Y amigos en torno a la misión, amigos que comparten no solo sentimientos lindos, ideas, vivencias personales, sino una misión grande en beneficio de toda la humanidad. Se trata de una amistad apostólica, de una amistad que mira el bien del pueblo de Dios. 

El deseo de explicar tiene que ver también con que Jesús quiere testigos de su vida y de su modo de obrar. De hecho después se lo dirá explícitamente: Ustedes son mis testigos. Su plan de salvación es algo que se hace en colaboración con otros. Es un plan de salvación que consiste no en sacarnos de un peligro para que cada uno después vuelva lo suyo, sino en salvarnos integrándonos a una vida de familia, en comunión con Dios – con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo-. La salvación no es individualista, va incorporando a la vida trinitaria a todos aquellos que son bautizados y, en esa pertenencia que nos iguala a todos como hijos, nos va enseñando a cada uno a cumplir lo que el Señor nos mandó. 

Dentro del grupo de los discípulos se destaca la enseñanza más detallada de Jesús a Pedro. Vemos cómo Jesús le enseña discernir. 

El primer paso del discernimiento es discernir la voz del Padre que nos dice que Jesús es su Hijo predilecto. Sentir, interpretar y dar testimonio de esta gracia es algo interior cuya dinámica se desarrolla así: Jesús hace una pregunta, el Padre habla en el interior, Pedro se juega y da testimonio, y Jesús lo confirmapúblicamente y lo consagra como Papa.

La confirmación del Señor es inmediata, abundante en consolación y en los dones que le comunica. Pero el momento de jugarse por lo que cree es solo de Pedro. 

Cuando usamos la expresión «la voz del Padre» nos situamos en el espacio de esa voz interior que resuena en cada hombre y que es el fundamento de todas las religiones, en el sentido deque es la voz que nos re-liga con aquel que nos creó. Jesús valora esta actitud religiosa diciendo que es «adorar a Dios en espíritu y en verdad». Toda la pedagogía de Jesús consistirá en despertar esa voz, en explicitarlaenseñar a interpretarlaconfirmarla, cada vez que alguien expresa su fe, y en hacer ver con su testimonio de amorque esa voz habla de Él como «el Hijo predilecto». Debemos advertir y notar que se trata de una voz doble: el Padre le hace sentir a Pedro que Jesús es su Hijo amado, el Mesías; y Jesús le confirma a su amigo que esa voz que siente es la voz del Padre. Está actuando aquí, aún sin hacerse ver, el espíritu Santo. Él es el que nos hace decir Abba – Padre – y Jesús es el Señor.

Tenemos así que el discernimiento espiritual que enseña Jesús no es el de la simple prudencia que discierne las cosas humanas, sino el discernimiento de las cosas de Dios. 

El paso siguiente del discernimiento que Jesús le enseña a Pedro tiene que ver con el misterio de la acción del maligno. Es un paso que se aprende solo por la experiencia de una oposición. Quizá por eso es que Jesús se apura a confirmar a Pedro en la gracia que ha recibido, porque sabe que casi inmediatamente a la gracia surgirá la tentación. 

Es importante ver la dinámica de lo que sucedió. Primero, Pedro tuvo una inspiración y Jesús lo confirmó en que esa era la voz del Padre; inmediatamente Pedro sintió otra inspiración y Jesús, con un fuerte gesto de rechazo lo llamó  Satanás y le enseñó que ese pensamiento no era del Padre, sino de los hombres. La enseñanza del Señor es vivencial: le hace experimentar a Pedro que hay pensamientos que lo ponen en comunión y cercanía con Él y otros en cambio que hacen que el Señor lo aparte de sí para poder ayudarlo a que tome conciencia. Esto se transforma en un criterio definitivo de discernimiento: distinguir, como absolutamente contrarias, las cosas que me acercan a Jesús de las cosas que me alejan de su amor.

La enseñanza de fondo, aprovechando esta inspiración mundana y tentada de Pedro, es que el discernimiento se hace entre mociones contrapuestas, en lucha a muerte entre sí. Como nos recuerda Francisco en Gaudete et exsultate: «La vida cristiana es un combate permanente. Se requieren fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio. Esta lucha es muy bella, porque nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida» (GE 158 ). 

Y así como es misterioso que uno escuche la voz del Padre en su corazón, también es un misterio que surja esta voz contraria, la del mal espíritu que aprovecha las frágiles voces propias y los criterios mundanos para «hablarnos» con sus falacias y mentiras que hacen mal. En este caso a Pedro lo tienta aprovechándose de su amor a Jesús y del sentimiento espontáneo que le vino  de  que no era bueno que alguien sufriera así, tan injustamente. Aprovechando esto, el maligno  le hizo decir un «no» a ese plan del Padre, que misteriosamente incluye cruz y resurrección. 

Primer paso entonces, inspiración y consolación de la palabra del Padre. Segundo paso, conciencia de que esa palabra buena y veraz suscita lucha espiritual. 

La Palabra de Dios discierne esas palabras contrarias que están anidadas y dormidas en nuestro interior. El Señor dirá a los discípulos que cuando lo ven resucitado junto con la alegría sienten dudas: ¿de donde surgen esos pensamientos cargados de afectividad que les hacen dudar en su corazón? La Palabra de Dios discierne; es como una espada de doble filo que separa los sentimientos buenos de los malos en lo profundo del corazón. Es lo que el anciano Simeón le dijo a Nuestra Señora: que Jesús sería una bandera discutida y que haría que se revelaran los pensamiento que cada uno tiene en su interior.

El tercer paso del discernimiento será resolver esta lucha, entre la inspiración de nuestro Padre y los pensamientos del mal espíritu, con el único criterio que no es ambiguo ni puede ser falsificado que es la Cruz. Como no puede tergiversarla, el demonio trata de hacer que la evitemos. En la cruz siempre está Jesús. Jesús la consagró como instrumento de salvación, la ungió al abrazarla, ungió toda cruz de una vez para siempre. Poe eso todo el que abraza la cruz, la propia y la de alguien que sufre, discierne bien:empieza a pensar con claridad y es librado de todo engaño del mal. Por eso el mal espíritu hace lo imposible para que no abracemos la cruz, para que la dejemos, la cuestionemos o la rechacemos. Porque sabe que cuando un abraza su propia cruz queda inmediatamente en las manos del Padre. Jesús al ponerse Él en las manos del Padre en su cruz, nos puso a todos. Fue testigo el buen ladrón, que obtuvo la promesa de salvación de Jesús sin ningún otro requisito que el de haber estado allí con Él en su cruz, sin lamentarse, sino bendiciendo al que sufría sin culpa su misma suerte y pidiéndole ayuda.

Siempre que abrazamos la cruz nos ponemos en las manos del Padre. Lo cual equivale a «conformar» nuestra vida con la de Jesús, que todo lo recibía del Padre y a Él lo orientaba. La cruz recapitula toda la vida de Cristo. San Ignacio la pone ya en el nacimiento: tanto caminar y trabajar y padecer para después encima morir en cruz. Toda la vida de Jesús está signada por el abrazo a la cruz. Es decir, por abrazar aquello que no se puede resolver «desde afuera», técnicamente, sin involucrarse. El Señor abraza a los enfermos, a los pecadores, abraza los conflictos, los abraza metiéndose en ellos: esto es lo que significa la cruz. Por eso, ante la cruz final, el Señor dirá después que “nadie le quita la vida, sino que Él la da”. 

El discernimiento nos enseña a cargar con nuestra cruz, a abrazar -pidiendo misericordia- nuestros pecados, nuestras fragilidades y los conflictos que vivimos, y así cargados, seguir a Jesús. El discernimiento es perder la vida para recibirla de las manos del señor. Con esto reafirmamos que nuestra vida básicamente es un Don y que recibir vida eterna es recibir un nuevo Don. 

En este tiempo de cruz y de feroces posturas contrapuestas le pedimos al Señor y  a Pedro su amigo que nos den la gracia de discernir la voz del Padre que siempre nos conforta de esas otras voces que nos hacen escandalizarnos de la cruz de Cristo. Les pedimos también la gracia de abrazar la cruz que nos toca -la de todos y cada uno- para quedar así, enteramente, en las manos de nuestro Padre, que es el único lugar seguro en esta situación de pandemia que estamos viviendo.

Diego Fares sj

Entre Jesús y Pedro está el lugar espiritual para encontrarnos todos (21 A 2020)

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos

– ‘Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? Quién dicen que es?’

Ellos respondieron:

-‘Unos dicen que es Juan el Bautista, otros, Elías y otros Jeremías o alguno de los profetas’.

– ‘Y ustedes –les preguntó- ‘¿Quién dicen que soy?’

Tomando la palabra Simón Pedro respondió:

– ‘Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo’.

Y Jesús le dijo:

-‘Bienaventuranza para ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre sino mi Padre que está en el cielo. 

Y Yo te digo: Tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia

y el poder de la muerte no prevalecerá sobre ella. 

Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. 

Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo’

Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías” (Mt 16, 13-20). 

Contemplación

Siempre me pregunto por qué le pregunta Jesús a sus discípulos que dice la gente sobre Él? La imagen que me viene hoy es la del pescador. Jesús tira el anzuelo en el corazón de los suyos y en el de su amigo Simón Pedro “pesca” la palabra del Padre. Y cuando Pedro muerde el anzuelo, digamos así, Jesús no lo suelta. Pero no lo suelta de una manera especial. No es como cuando uno dice de otro “lo pesqué” en el sentido de “lo agarré”. Más bien es todo lo contrario.  El Señor al pescar a Simón lo bendice, le regala una bienaventuranza. 

Jesús le hace reflexionar a Pedro sobre lo que ha sido dicho en su corazón y él ha sabido testimoniar. Le enseña a su discípulo a discernir (de ahí en más) la voz del Padre. Lo confirma en su intuición. 

Recordemos que la confirmación es parte esencial de un discernimiento evangélico y eclesial. Los pasos del discernimiento son: sentir y escuchar la palabra cargada de consolación que nos “mueve”; interpretarla, especialmente por sus frutos de paz y consolación, como Palabra de Dios, no “nuestra”; acogerla, adhiriéndonos a ella y  eligiéndola; ponerla en práctica (aquí es testimoniarla públicamente); y recibir la confirmación del Señor y de sus representantes (aquí del mismo Jesús).

Discernimiento es el nombre correcto de la “espiritualidad”. La espiritualidad no es un conjunto indefinido de dinámicas , frases y liturgias religiosas, distintas de las “materiales”. Espiritualidad es discernir lo que nos dice el Espíritu. Discernir la voz del Padre distinguiéndola obediente y reverencialmente de las otras voces. Espiritualidad es elegir esa Palabra-llamamiento, ponerla en práctica y recibir la bienaventuranza del Señor y de sus pequeños (“Me darán bienaventuranza todas las generaciones”, dice María). 

La espiritualidad discernidora (es decir “concreta y realista) es un ámbito que “se pierde o se licúa” cada tanto en algunos ámbitos de la vida de la iglesia. Es como si los dones del Espíritu los convirtiéramos en productos, separándolos de su fuente. El proceso es más o menos así. La Iglesia contempla y saborea la Palabra de Dios en la oración personal y litúrgica y la lleva a la práctica dando fruto en las obras de justicia y caridad. Pero, después de un tiempo, esta contemplación se vuelve tratado de teología; y al tratado de teología se lo divide en partes, se le aplican otras ciencias…, y esa Palabra, que era como un pan calentito de Eucaristía para cada día, termina encerrada en libros y alejada de la fuente de la que nació y de las semillas que tiene que regar (la vida de la gente). 

La palabra es semilla y se nos da para ser sembrada en el terreno fértil del corazón que quiere escucharla hoy. 

La palabra fruto y es para ser cosechada, saboreada, compartida: como la eucaristía en la misa de cada día. 

La palabra es palabra viva, palabra eficaz que, cuando la ponemos en práctica, se transforma en obra concreta de misericordia, de justicia y de caridad.

Pero sobre todo esto, la Palabra es una Persona: Jesucristo, el Ungido del Dios viviente, como dice Pedro. Él es la palabra del Padre, la que engendra eternamente y nos envía en la historia con la consigna de que la escuchemos. Él -Jesús- es la Palabra que el Espíritu nos recuerda y nos enseña cómo aplicar en la situación en que nos pone la vida cada día.

Decía que la espiritualidad es saber discernir, en todas las palabras que resuenan en nuestra memoria, en nuestra mente y corazón y en el de los otros, cuáles son palabras del Padre, y  cuáles no (porque son simples palabras nuestras, o porque son del mal espíritu). 

Jesús se lo enseña Pedro y en él, nos enseña a todos, cuando le dice: “Bendición a ti, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo”. Que es como decirle: “Te confirmo y te bendigo porque escuchaste esta palabra y elegiste dar testimonio de mi. Seguramente todos la escucharon en su interior, pero no todos se animaron a decirlo en voz alta”. 

Al Señor le gusta que le digamos quien es Él para nosotros. Porque cuando nos aclaramos quien es Él para nosotros, entonces, Él puede decirnos la palabra que nos confirma en nuestra misión y nos da identidad: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Esto es digno de notar: a Jesús le complace que le digamos quién es Él para nosotros, porque Él “es Dios con nosotros”, Él ha querido “no ser sin nosotros”. Jesús ha elegido edificar su Iglesia sobre Pedro, sobre el discernimiento que sabe hacer Pedro y que concreta su fe en Jesús. La fe de Pedro no es un mero sentimiento de confianza íntima y subjetiva en Jesús, sino que es un sentimiento fruto de una Palabra pronunciada nada menos que por el Creador y Padre de todos, que dice: “Este es mi hijo amado, escúchenlo”; Palabra que Pedro escucha, discierne y fórmula públicamente, confesando a Jesús como hijo del Dios viviente.

Así, la misión que Jesús le da se basa en la adhesión libre de fe que Pedro hace de corazón. Esta es la virtud que hace que Pedro sea roca: su capacidad de discernir, de escuchar al Padre que le dice “Jesús es mi hijo predilecto”, de tirarse al agua cuando Juan le dice que “es el Señor” y de saber “echar las redes en su Nombre”.

Ahora, lo propio de esta espiritualidad es que no es una sección especial de la Biblioteca de la Iglesia. Es pura, simple y cotidiana vida. El Padre se revela a los pequeños en su vida común y corriente y la espiritualidad consiste en escuchar su palabra -todo el Evangelio de Jesús- e interpretarla con la luz del Espíritu, no como una palabra más, sino como una palabra que está dentro de las otras fecundándolas, como la levadura fecunda la masa.

Por eso la espiritualidad es muy sencilla y a la vez extremadamente compleja. 

La espiritualidad es enteramente personal y a la vez comunitaria y social. Hay una palabra del Padre que solo un papá puede inculcar en el corazón de su hijito. Hay una palabra que solo un amigo puede decirla bien a otro amigo. Hay una palabra que solo el Papa puede decir a toda la iglesia para confirmarla en la fe. 

La palabra va unida a las personas, -en este caso al Padre, que es el que revela esta palabra a Simón Pedro-, a la persona de Pedro, que da testimonio de ella, y a Jesús que la confirma y la convierte en una misión específica con la que inviste a su amigo. 

Muchos confesaban a Jesús como hijo de David, como profeta; incluso algunos demonios le gritaban frases como “si eres el hijo de Dios…”. Sin embargo solo a Pedro Jesús le acepta esta confesión de fe y lo hace basando en ella nada menos que la edificación de la Iglesia, la protección contra las fuerzas del mal y el poder de atar y desatar y de abrir y cerrar. 

Esto nos permite entrar más profundamente en ese ámbito, en esa dimensión que llamamos espiritualidad. Espiritualidad es el ámbito en el que las palabras corresponden a las personas; son Palabras en las que no solo “se dice algo”, sino en las que se “dona a sí misma” una persona entera. Son expresión y don del ser más íntimo y personal. No son palabras abstractas que cualquiera pueda decir con igual autoridad y eficacia. Esto es importante hoy en día en que cualquiera dice cualquier cosa y pareciera que se separa la autoridad de la palabra de la persona que lo dice. En la espiritualidad no es así. La palabra de un maestro dicha en el momento oportuno tiene valor espiritual absoluto para el discípulo. Así, dos o más personas pasan a actuar “en cuerpo”, pasan a “sentir en común”. Esto lo que crea Jesús al elegir no ser sin nosotros. Ser con Pedro, con los discípulos, con toda la iglesia, es para Jesús ser en el tiempo nuestro lo que es desde siempre con el Padre y el Espíritu Santo. Ellos sienten, piensan y actúan en esa misteriosa unidad que llamamos Santísima Trinidad, dialogando el Uno con los Otros en todo momento y esto es lo que Jesús transmite a sus discípulos, uniéndose en todo a ellos.  Es por eso que funda la Iglesia, la  comunidad, precisamente en ese discernimiento de Pedro que lo hace situarse activamente, como co-protagonista, en medio del actuar conjunto del Padre y de Jesús.

Todo esto para decir que nuestra relación con Jesús no es una relación entre dos individuos. Nada más lejos de la intención del Señor. El estilo de nuestra relación con Jesús es comunitario. Nos relacionamos con Jesús que forma un grupo compacto con los discípulos y las discípulas y todo el pueblo fiel de Dios. Entre Jesús y Pedro está el lugar para encontrarnos todos.

¿Quien dice la gente que soy Yo? Junto con Simón Pedro podemos responder hoy a Jesús: Eres el hijo del Dios viviente, que se ha hecho uno con todos nosotros; eres el amigo de Simón Pedro; eres el Hermano mayor y el Compañero de todas y todos los que te siguieron y te seguimos; eres el Dios encarnado en los pequeños de todos los pueblos que vienes a nosotros en la persona de cada pobre y necesitado.

Bendición y bienaventuranza para todos los que disciernen así!

Diego Fares

El discernimiento de Jesús en el caso del ciego de nacimiento y una consideración sobre cómo hay que desterrar para siempre algunas “frases pre-coronavirus” (Cuaresma 4 A 2020)

En medio de una situación concreta de la vida

Jesús, al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?» «Ni pecó él ni sus padres, respondió Jesús; sino que se habían de manifestar en él las obras de Dios. Es preciso que Yo obre las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy Luz del mundo.» Después que dijo esto, escupió en la tierra e hizo barro con la saliva y le ungió con el barro los ojos y le dijo: «Anda, lávate en la piscina de Siloé» que significa ‘Enviado’”. Fue, pues, se lavó y volvió viendo. 

La lucha entre mociones del buen espíritu y del malo 

Los vecinos y los que antes le habían visto mendigar, se preguntaban: – « ¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?»  Unos opinaban: – «Es el mismo.» «No, respondían otros, es uno que se le parece.»  El decía: – «Soy yo.» Ellos le dijeron: – « ¿Y cómo te fueron abiertos los ojos?» El respondió: – «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, y me ungió los ojos y me dijo: «Ve a Siloé y lávate». Conque fui y me lavé y veo.» Ellos le preguntaron: – « ¿Dónde está?»  El respondió: – «No lo sé.» El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo lodo y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. El les respondió:  – «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo.»  Algunos fariseos decían: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado.» Otros replicaban: « ¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?» Y se produjo una división entre ellos. Entonces le dijeron nuevamente: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?» El respondió: – «Es un profeta.»  Sin embargo, los judíos no querían creer que había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:  – « ¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?»  Sus padres respondieron: – «Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta.» Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: «Tiene bastante edad, pregúntenle a él.» Los judíos lo llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: – «Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.»- «Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo.» Ellos le preguntaron: – « ¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?» El les respondió: – «Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?» Ellos lo injuriaron y le dijeron: – « ¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de donde es este.»  El les respondió: – «Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada.» Ellos le respondieron:  – «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?» Y lo echaron afuera. 

La confirmación del discernimiento 

Oyó Jesús que lo habían echado afuera y, cuando se encontró con él, le preguntó: – « ¿Crees en el Hijo del hombre?» El respondió:  – « ¿Y Quién es, Señor, para que crea en él?»  Jesús le dijo: –  «Tú lo has visto; el que está hablando contigo, El es.»  Entonces exclamó: – «Creo, Señor», y se postró ante él. Y dijo Jesús: – «Para un discernimiento he venido Yo a este mundo: para que los que no ven vean y los que ven se vuelvan ciegos.» Oyeron esto algunos de los fariseos que estaban con Él y le dijeron:  « ¿Es que también nosotros estamos ciegos? » Les dijo Jesús: – «Si fueran ciegos no tendrían pecado, pero como dicen “vemos” su pecado permanece. » Juan 9, 1-41).

Contemplación

La subdivisión del pasaje es simplemente para identificar algunos “pasos” teniendo en cuenta que el Señor, al final, nos da una indicación para interpretar lo que sucedió realmente en la curación del ciego de nacimiento. Fue un discernimiento: Él vino para hacer un discernimiento.

Discernir es sinónimo de “ver” y también de “pensar”. Cuando uno ve borroso, sea por falta de luz, por lejanía, por miopía, presbicia o lo que sea, “no discierne”. Discernir es ver nítidamente cada cosa como es, con su forma y sus colores. 

Lo mismo sucede con el pensamiento: discernir es juzgar prudentemente, cada cosa como es, en su contexto y al ritmo con que se nos va mostrando. 

Hay muchas maneras de “juzgar” erróneamente la realidad. Puede ser por inadecuación de las ideas que usamos o del horizonte mental que tenemos, por apuro, por no tener en cuenta el contexto, por extrapolar ideas de un ámbito a otro, como cuando sicologizamos todo o lo espiritualizamos… 

El hecho es que cuando la realidad “no responde”, cuando “uno no entiende dónde está parado” ni “cómo tiene que actuar” es que está ciego: no está viendo bien las cosas, no está “discirniendo” la situación. 

Jesús dice que Él viene para discernir: y el primer discernimiento es entre los que no ven y los que dicen que ven, entre el ciego de nacimiento, que fue curado y los fariseos que se obcecaron en su ceguera. 

Queda claro entonces que el discernimiento – tanto de lo que vemos con los ojos como de lo que vemos cuando hacemos un juicio- es una cuestión de Luz y de ojos, de Luz y de juicios. Ojos y mentes que se dejan iluminar por la luz en la medida justa, siendo dóciles a la luz, abriéndose y concluyendo de acuerdo a lo que la intensidad de la luz les invita a hacer. 

El ciego curado es el mejor ejemplo. El evangelio nos muestra al proceso por el que, luego de ser curado (obedeciendo dócilmente al mandato de ir a lavarse a la piscina de Siloé), el exciego va dando testimonio a medida que le preguntan lo que sucedió. No se adelanta ni se echa atrás. Su testimonio va dando pasos: 

  • el primero es de sinceridad: “Dice lo que le dijo Jesús, lo que el hizo y lo que pasó: fui, me lavé y veo; 
  • el segundo paso es de fe: cuando lo apuran, responde con la teología que tiene y afirma que Jesús es un profeta;
  • el tercer paso es de valentía: no se echa atrás ante las amenazas y los argumentos de los fariseos y esgrime sus propios argumentos, inspirado ciertamente por el Espíritu Santo que está actuando en él y le “dice lo que tiene que decir en el momento oportuno”.

Son los pasos del discernimiento: 

  • sentir y reconocer lo que pasa y lo que uno siente, 
  • interpretarlo en la fe con la doctrina que uno ha recibido, 
  • jugarse con valentía por lo que en conciencia uno siente que es justo. 

Luego viene el último paso, que le toca al Señor, y que es confirmar lo que uno discirnió, eligió y por lo que se jugó. 

El discernimiento, en última instancia, no es de “cosas”, sino que consiste en “ver” -discernir- a Jesús, al que nos está hablando en medio de las situaciones que nos tocan vivir, el que nos da Luz y nos viene al Encuentro. 

Es importante “discernirlo” en el sentido de que se trata de verlo como Aquel a quien fuimos descubriendo con nuestros propios ojos y con nuestros propios razonamientos, Aquel por quien nos jugamos agradecidos porque nos curo la ceguera. 

Discernir a Jesús es mucho más que “verlo” como si lo viéramos por televisión o de lejos. Discernirlo es tener la conciencia de que lo “vemos” con la Luz con que su Persona misma nos ilumina y con unos ojos que desean verlo tal como es para decirle que creemos en Él y postrados adorarlo.

………….

Y qué tiene que ver esta contemplación espiritual con el Coronavirus. Para mí, mucho, porque que Jesús diga que Él vino para hacer un discernimiento es muy reconfortante en este momento, porque la pandemia de Coronavirus nos está obligando a todos a discernir a cada momento, pero lo está haciendo con una crudeza que pone en peligro esta misma capacidad de discernir y necesitamos ayuda. El que no discierne está ciego! Y el peor ciego es el que cree que ve.  

Jesús viene a hacer una separación entre los que no vemos (y como ciegos queremos ser curados y que nos enseñe a discernir por nosotros mismos-) y los que creen que ven y nos quieren imponer sus ideologías (económicas, sociales, políticas y religiosas).Jesús tiene, por tanto, algo en común con el Coronavirus, pero también algo muy distinto. 

Un virus que se convierte en pandemia nos hace discernir “despertándonos” a todos de muchos sueños. 

Del sueño del confort consumista, por ejemplo. Ahora nadie piensa en comprar cremas antiarrugas sino alcohol en gel y mascaritas. 

Del sueño de muchas ideologías que recogen información y luego, procesándola mediante algoritmos, nos dicen a cada uno lo que queremos escuchar.

El virus nos dice una sola palabra: “muerte”. La dice a todos, sin importar razas, credos, ideas, condición social… Esa palabra nos despierta y nos hace discernir que la realidad es una sola y que es común: todo está conectado. 

Solo que este discernimiento lo provoca con el miedo y sin “medida”. No nos permite “discernir” claramente toda la realidad, sino que nos abre los ojos a su crudeza en un punto decisivo -la enfermedad contagiosa y la muerte en aislamiento-. El riesgo es que una luz tan cruda siembre solo pavor y uno no logre procesar todas las demás cosas, que también son reales. 

Lo que ha hecho el virus es poner en el centro de la mesa – la de cada familia y quizás por primera vez la del concierto mundial de las naciones- un aspecto de la realidad que habíamos arrinconado: la muerte. No solo la de cada uno de nosotros, sino que nos hace experimentar comunitariamente la experiencia de que la humanidad entera así como ha nacido, morirá. 

Cuando esta realidad entra “existencialmente” en el centro de la escena, la vida cambia, las demás realidades se miden con esta, se relativizan y encuentran su lugar. 

El valor de la familia, por ejemplo, se ubica en el centro, no solo de cada miembro sino de la política nacional e internacional. Todos nos dicen que “permanezcamos en nuestra casa”. Solo que en este momento de pandemia, esto que todos naturalmente deseamos -estar con nuestra familia-, cobra un ímpetu exagerado y el problema del contagio nos empuja a un abismo social: hacia un aislamiento total que nos separa no solo de la familia, sino hasta de los que nos cuidan en terapia intensiva y de los que nos tienen que enterrar cuando morimos! Lo que se me impone a la reflexión es esta constatación: la naturaleza, en última instancia, no discierne. No hay matices ni piedad en el ímpetu dañino de un virus que saltó de otra especie e invade la nuestra, destruyendo todos los tejidos, comenzando por los de las células y siguiendo por el tejido social… 

Esto nos hace abrir los ojos a la realidad de que la naturaleza es “ciega” y por eso debemos respetarla. La podemos manipular, pero cuando desatamos sus fuerzas, avanza en la dirección hacia la que la obligamos a ir sin que nada la detenga. La naturaleza ha sido creada con un discernimiento interno a cada cosa y al conjunto que la ha vuelto capaz de que la vida -vegetal, animal y humana- haya nacido y viva en ella. Pero esto no significa que la podamos manipular sin respeto ni medida. Lo estamos experimentando ahora que la radioactividad se salió del laboratorio o que un virus saltó desde otra especie. Pero tenemos que aprender que el peligro es el mismo cuando emitimos gases tóxicos, deforestamos el Amazonia o experimentamos genéticamente.

Nosotros sí debemos “discernir” libremente lo que ya está discernido en el ser mismo de cada cosa.

………

Paso a una “frase hecha” que se había impuesto en las argumentaciones a favor del aborto fue la de “disponer del propio cuerpo”. Una formulación de esta idea la hizo el Presidente Fernández en el Congreso: «En el siglo XXI toda sociedad necesita respetar la decisión individual de sus miembros a disponer libremente de sus cuerpos». Se ve que la formulación ha sido ponderada. Abre una posibilidad de que se la complete. El Presidente eligió decir “necesita” en vez de decir “debe”. Puede ser mejor agregar, aunque parezca redundante: “toda sociedad necesita respetar -porque no puede no hacerlo- la decisión individual de sus miembros». 

Esto necesitamos tenerlo claro también los que defendemos las dos vidas.

Vamos ahora a la segunda parte de la frase, allí donde especifica que esa decisión es “disponer libremente de sus cuerpos”. Aquí se impone agregar: “y por eso, como no puede no respetar esa decisión individual, cuando esta afecta al cuerpo social, la sociedad no puede no tratar de implementar medidas para evitar o minimizar lo más posible los males que se puedan derivar de ella”. Una medida es “no penalizar” la interrupción del embarazo. Pero también hay que tomar medidas que pongan límites al tiempo, a la repetición, a quién puede hacerlo y quién puede tener objeción de conciencia…etc.

Resulta digno de admiración cómo ha bastado el coronavirus para que las palabras “decisión individual a disponer libremente del propio cuerpo” suene distinto. Imaginemos que sale la gente a manifestar a la calle gritando “exigimos que se respete nuestra decisión individual a disponer de nuestro cuerpo”. Ni hace falta explicar que, más allá de la consigna, no se puede ni salir a la calle ni hacer manifestaciones masivas. Menos aún se puede hablar de “disponer libremente del propio cuerpo” si uno da positivo al coronavirus. Ese cuerpo debe ser aislado y pasa a depender de los criterios de seguridad que imponen los médicos. Porque este cuerpo -el suyo mismo, sus células, no una parte ni otro ser que se gesta en él- es portador del virus que contagia a los demás. Imaginemos solamente que alguien que no tiene síntomas pretenda discutir diciendo que afirmar que es “portador de un virus” es un concepto metafísico, dado que el virus todavía no se ha manifestado… 

Lo que deseo decir es que hay que cuidar los argumentos que se usan para justificar las cosas! Porque fuera del contexto ideológico en que se usan como slogans, pasan a ser argumentos peligrosos cuando se incluyen en una ley. Todos los argumentos que se usan en una ley -cuya esencia es cuidar el bien y evitar el mal- deben articular positivamente dos dimensiones del bien: la dimensión del bien particular -el propio cuerpo, por ej.- y la dimensión del bien común – el cuerpo de los otros y el cuerpo social-. Los casos en que se da conflicto se deben tratar como excepciones, formulando los argumentos de modo negativo. Por ejemplo: 

No se puede no respetar la decisión última del individuo. Pero esto vale tanto para la persona que quiere abortar como para la que pone objeción de conciencia. 

No se puede obligar a alguien a que no aborte, pero tampoco se puede dejarlo solo ni alentarlo a que lo siga haciendo, ni no ofrecerle que considere otras posibilidades… Y así…

Todo esto se tiene que articular de manera detallada y compleja al confeccionar un proyecto de ley. Simplificar los argumentos e igualar los casos en temas tan vitales es dañar el cuerpo social y, en consecuencia, el cuerpo individual de sus componentes. 

De la contemplación del discernimiento que vino a hacer Jesús pasamos a un discernimiento concreto en una bajada abrupta y sin muchas mediaciones. Pero estamos en tiempos de coronavirus y hay que discernir rápido y cortar por lo sano. Esta frase “disponer libremente de mi cuerpo”, si no se contextualiza socialmente, no va más. Especialmente si se la quiere cantar como slogan por la calle y ni hablemos si se la quiere integrar a los argumentos de una ley. Es una frase de ciegos que dicen que ven, una frase “pre-coronavirus”. Y no va más.

Diego Fares sj

Hay conflictos que no se resuelven por disciplinamiento sino por desborde de amor y misericordia (6 A 2020)

No crean que he venido a disolver (katalusai) la Ley o los Profetas. No he venido para disolver (katalusai), sino para plenificar (pleromai).

En verdad les digo: mientras duren (mientras no pasen, mientras no se destruyan), el cielo y la tierra, no prescribirá (no pasará ni se destruirá) ni una letra o una coma de la Ley, hasta que todo (lo que dice la ley) se realice (se cumpla, acontezca). 

Por tanto, el que disuelva (anule) el más pequeño de esos mandamientos y enseñe a los demás a hacer lo mismo, será llamado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio el que los lleve a la práctica y los enseñe, será llamado grande en el Reino de los Cielos. Yo se lo digo: si su rectitud (dikaiosyne)  no se desborda con mayor plenitud (pleion) que la de los fariseos, o de los maestros de la Ley, ustedes no pueden entrar en el Reino de los Cielos. 

Ustedes han escuchado lo que se dijo a sus antepasados:

 «No matarás; el homicida tendrá que enfrentarse a un juicio.» Pero yo les digo: Si uno se enoja con su hermano, es cosa que merece juicio. El que ha insultado a su hermano, merece ser llevado ante el Tribunal Supremo; si lo ha tratado de renegado de la fe, merece ser arrojado al fuego del infierno.Por eso, si tú estás para presentar tu ofrenda en el altar, y te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí mismo tu ofrenda ante el altar, y vete antes a hacer las paces con tu hermano; después vuelve y presenta tu ofrenda. Trata de llegar a un acuerdo con tu adversario mientras van todavía de camino al juicio. ¿O prefieres que te entregue al juez, y el juez a los guardias, que te encerrarán en la cárcel? En verdad te digo: no saldrás de allí hasta que hayas pagado hasta el último centavo. 

Ustedes han oído que se dijo: 

«No cometerás adulterio.» Pero yo les digo: Quien mira a una mujer con malos deseos, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Por eso, si tu ojo derecho te está haciendo caer, sácatelo y tíralo lejos; porque más te conviene perder una parte de tu cuerpo y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno.Y si tu mano derecha te lleva al pecado, córtala y aléjala de ti; porque es mejor que pierdas una parte de tu cuerpo y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. 

También se dijo:  «El que se divorcie de su mujer, debe darle un certificado de divorcio.» Pero yo les digo: Si un hombre se divorcia de su mujer, fuera del caso de unión ilegítima, es como mandarla a cometer adulterio: el hombre que se case con la mujer divorciada, cometerá adulterio. 

Ustedes han oído lo que se dijo a sus antepasados: 

«No jurarás en falso, y cumplirás lo que has jurado al Señor.» Pero yo les digo: ¡No juren! No juren por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, que es la tarima de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del Gran Rey. Tampoco jures por tu propia cabeza, pues no puedes hacer blanco o negro ni uno solo de tus cabellos. Digan sí cuando es sí, y no cuando es no; cualquier otra cosa que se le añada, viene del demonio” (Mt 5, 17-37).

Contemplación

El pasaje es difícil. Porque en principio todos entendemos el fondo del asunto, pero luego hay demasiados ejemplos de leyes y costumbres que culturalmente nos resultan ajenas, como lo de no jurar por Jerusalen, o que parecen perimidas, aunque luego polarizan de nuevo la sociedad, como la discusión sobre el divorcio…

Digo que es difícil porque la cuestión de fondo se ha estereotipado: Jesús contra los fariseos. La palabra misma “fariseo” se ha estereotipado. Como dice A. Ivereigh en The wounded Shepherd -El pastor herido- su nuevo libro sobre cómo Francisco lucha por cambiar la Iglesia, sería más justo decir “los malos fariseos”, porque había fariseos buenos, como Nicodemo, por ejemplo. Es difícil este pasaje porque tampoco podemos simplificar la posición de Jesús y dar por descontado que la entendemos su forma de “plenificar la ley”.  Los mismos discípulos, que no tenían nada de fariseos (por lo menos mientras se dejaban corregir por Jesús), no entendían muchas cosas y les resultaban “imposibles” de poder cumplir, como les pasaba con la cuestión del dinero o del divorcio. Quién podrá salvarse – decían!- previendo ya que tendrían que predicar cosas que no los harían muy populares con la gente. Porque al principio parece lindo hablar de amor y misericordia en vez de hablar de ley, pero cuando la misericordia y el amor se convierten en la única ley, muchos prefieren volver a tener leyes cuya aplicación no requiera  de un discernimiento regulado por el “más”, porque, aunque resulten exigentes, son leyes “de mínima”, que se pueden saltar de vez en cuando, y en cambio las del amor y la misericordia no se pueden saltar nunca y llevan directo a la cruz.

El drama era el de siempre: se ve que algunos acusaban a Jesús de que, con las excepciones que hacía curando en Sábado, por ejemplo, estaba de hecho disolviendo la Ley. Juzgaban que esto terminaría por confundir a la gente y destruiría las costumbres que daban cohesión social al pueblo.

Sin embargo, Jesús no contemporiza para entrar en diálogo, sino que aquí sale con los tapones de punta. 

Despejemos primero los ejemplos que usa. El Señor toma cuatro temas candentes en su tiempo: el homicidio, el adulterio, el divorcio y el juramento. Las variaciones culturales con nuestra mentalidad son significativas. El juramento, por ejemplo, pesaba personal y socialmente. Hoy en cambio se jura por Dios o por la patria y nadie duda que cada uno está diciendo “por mi Dios” y “por mi idea de patria”. Nadie pretende que sean juramentos que no reconocen valores absolutos y por eso nadie se escandaliza cuando los que juraron no reconocen que juraron en falso, sino que si los atacan se defienden diciendo que los otros son iguales o peores. 

También es bueno notar aquí que en la cuestión del divorcio, los fariseos eran menos rigurosos que Jesús. Digo esto para disolver imágenes estereotipadas.

Estas diferencias entre las mentalidades de cada época, las costumbres culturales y las leyes, nos permite ir directamente al corazón del evangelio que el Señor predica.

Una rectitud más plena

Las palabras claves que usa Jesús son “rectitud” y “plenitud”. 

Dice que nuestra rectitud debe desbordarse con mayor plenitud que la rectitud de los fariseos.

La rectitud es la medida con la que uno se ajusta a si mismo en conciencia, con sinceridad de corazón. A esto apela el Señor: a la honradez y sinceridad de cada uno, allí donde uno no busca defenderse ni justificarse comparándose con los demás, sino donde uno está interesado realmente en mejorar, en crecer, en ser más pleno. 

Esta rectitud última, dice el Señor, no se puede ajustar desde afuera de la persona. 

Esta es la conciencia! No principalmente en cuanto ya formada con los valores de la ley sino en cuanto deseo de ajustarse siempre mejor a lo que a Dios más le agrada y a lo que necesitan mis hermanos. La conciencia que se rectifica con mayor plenitud que la que viene de la ley, para ser más buenos, más objetivos, más justos.

Esto no se ajusta desde afuera. Y desde adentro, lo que uno experimenta es que tampoco se puede ajustar solo. 

Aquí es donde necesitamos “salvación”, aquí es donde necesitamos a Alguien como Jesús. El único “recto” que puede “rectificar” a todos los demás. 

Pero esta necesidad de Alguien recto no se experimenta así nomás. De niño uno tiene este don naturalmente: se deja rectificar dócilmente por los papás. Pero luego uno piensa que se puede rectificar solo y debe hacer un largo camino.  Primero uno tiene que renunciar a ajustarse solo por las leyes externas. Son útiles para tener límites, pero no bastan. Luego, después de haber tratado de ajustarse a si mismo, siendo lo más sincero y honesto posible, después, digo de ver que uno mismo falla, que está condicionado por su sicología, su formación y su entorno y que no es buen juez de sí mismo (este es un juicio último que nos da soberanía), entonces sí, puede uno abrirse humildemente a Jesús y buscar en la oración con el evangelio que sea el Espíritu Santo el que lo vaya “rectificando”.

Es bueno saber que no existe una “rectificación” absoluta. El trabajo de discernir  se debe retomar cada día, en cada situación, tendiendo en cuenta tiempos, lugares y personas, como dice Ignacio. Es un trabajo de apertura constante al Espíritu. 

Esto no relativiza ninguna ley sino que nos concentra a cada uno en buscar ser uno mismo rectificado y nos libera de andar queriendo rectificar a los demás.

Dicho esto, quiero introducir aquí, a manera de presentación práctica de la Exhortación Querida Amazonia, un hermoso pasaje del Papa Francisco en el que habla de “Ampliar horizontes más allá de los conflictos”. 

Los conflictos son los de siempre, pero en cada época se focalizan en puntos concretos. En este caso son los que se plantean en torno a la ordenación o no de hombres casados y al diaconado femenino. Dos temas que quedan abiertos y que algunos ponen en el candelero para oscurecer el gran tema que es “el Amazonia” como símbolo de lo que ocurrió u ocurrirá en el planeta. 

Son conflictos en los que unos buscan absolutizar y otros relativizar las leyes y el Papa apunta a “plenificar”, a ir madurando las cosas caminando juntos, superando los conflictos sin quedar atrapados en ellos: 

“Esto de ninguna manera significa relativizar los problemas, escapar de ellos o dejar las cosas como están. Las verdaderas soluciones nunca se alcanzan licuando la audacia, escondiéndose de las exigencias concretas o buscando culpas afuera. Al contrario, la salida se encuentra por “desborde”, trascendiendo la dialéctica que limita la visión para poder reconocer así un don mayor que Dios está ofreciendo. De ese nuevo don acogido con valentía y generosidad, de ese don inesperado que despierta una nueva y mayor creatividad, manarán como de una fuente generosa las respuestas que la dialéctica no nos dejaba ver. En sus inicios, la fe cristiana se difundió admirablemente siguiendo esta lógica que le permitió, a partir de una matriz hebrea, encarnarse en las culturas grecorromanas y adquirir a su paso distintas modalidades. De modo análogo, en este momento histórico, la Amazonia nos desafía a superar perspectivas limitadas, soluciones pragmáticas que se quedan clausuradas en aspectos parciales de los grandes desafíos, para buscar caminos más amplios y audaces de inculturación” (QA 105).

Si nuestra rectitud no se desborda -en amor y en misericordia- más plenamente que la rectitud de los buscan mantener o cambiar solo las leyes externas y no el modo mismo de ser rectificados por el Espíritu, no cambiarán las cosas que no están bien ni madurarán las que sí lo están.

Diego Fares sj 

Gente que funda su acción en el reconocimiento, no en el deber ni en las convicciones (15 C 2019)

  Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?» Jesús le preguntó a su vez: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lo lees? (anaginoskeis)». El le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo.» «Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida.» Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?» Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: «Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver.» ¿Quién de estos tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?» «El que tuvo compasión de él», le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: «Ve, y procede tú de la misma manera» (Lucas 10, 25-37).

Contemplación

   Comenzamos notando una frase particular de Jesús: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lo lees? (anaginoskeis)». La primera parte es objetiva “qué está escrito”; la segunda es postmoderna: cómo lo lees tú. Cómo lo interpretas. Lucas usa “anaginoskein” que significa “leer” de manera personal, reconociendo, interpretando, entendiendo porque uno discierne el fondo de lo que está escrito, el espíritu de la letra. 

A esto vamos, al discernimiento de espíritus. No basta con lo que está escrito, con el mandamiento, con la ley o la definición dogmática. Hay que ver con qué espíritu se leen y se proponen las cosas. Con la fórmula perfecta del amor a Dios y al prójimo se puede terminar pasando de largo frente a los dos, como les pasó a los personajes que no se compadecieron del herido y en vez de hacerse prójimos se hicieron lejanos.

Digamos que Jesús no le tiene miedo al discernimiento. No le tiene miedo a la lectura personal de la Biblia. En esto es muy “protestante”, podríamos decir. No dice: ojo! cuando lees anda y asegúrate que no se te ocurra una herejía! Sino que dice todo lo contrario: qué lees? Cómo lees tú? Cómo entiendes lo que dice ahí?

Es la pregunta que le hace Felipe al gobernador etíope de la reina Candaces que venía leyendo Isaías: “Entiendes lo que lees?”. Y el otro “entendió” que se podía bautizar ahí nomás! No fue cuestión de definiciones. Fue cuestión de vida. Recibió el Espíritu Santo en ese mismo momento y Felipe lo dejó seguir su camino, que fuera aprendiendo de a poco todo lo que el Espíritu tenía para enseñarle sobre el cristianismo al que ya pertenecía.

La misión que el Señor da a los que envía a trabajar en la mies -que es mucha- es la de anunciar el evangelio que despierta la fe y atrae al Espíritu Santo. Una vez que la persona recibe el Espíritu, es cristiana. Luego vendrá el camino de catequizar esa fe, de enseñarle a rezar y a cumplir todos los mandamientos. Pero esto segundo no es lo primero. Primero se derrama el Espíritu sin medida; luego se va enseñando la letra -de lo que hay que creer y de lo que hay que practicar- con medida, discretamente. 

De ahí la importancia de comprender quién es mi prójimo a la manera de Jesús, no con definiciones preconcebidas. Para poder aproximarnos bien a todos, de manera tal que sintamos que podemos comunicar el Espíritu del Padre y de Jesús, o, dado que el Espíritu ya habita en los corazones y en las culturas de cada pueblo, hacer que cada uno comience a interactuar personalmente con Él, mediante la fe que despierta el Evangelio, y se deje enseñar y conducir por Él.

Cuando el doctor de la ley le preguntó a Jesús “quién es mi prójimo”, Lucas dice que repreguntó para justificarse. Notemos que Jesús, que primero le había respondido con la letra de la ley y lo había invitado a interpretarla por sí mismo, ahora le responde no con una definición de prójimo sino con una narración: la parábola del buen samaritano. Y al final, le hace juzgar por sí mismo nuevamente: ¿Quién de estos tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?».

Una cosa es el ámbito de la letra, otro el del Espíritu. Los dos requieren interpretación, pero de distinto modo. Digámoslo con dos imágenes: a nivel de definiciones, Jesús suele felicitar a los doctores de la ley. Los tipos saben. Y hablan bien. El Señor no tiene problemas con la doctrina. Es más, la cumple personalmente hasta la última coma o tilde. Y si por misericordia hace que alguno se salte un precepto para poder curarlo o para que empiece de nuevo después de haber pecado y pueda ir para adelante, el Señor lo paga de su bolsillo. Lo pagó con cada gota de su sangre en la pasión y pagará lo que falte a su vuelta.

Ahora, cuando se trata del Espíritu, los fariseos y letrados reciben muchos aplazos. Sin embargo, este respondió bien a la parábola. Se convirtió en prójimo el que tuvo compasión del herido. El que tuvo compasión! En otras parábolas, como la de los viñadores homicidas, este tipo de gente se retiraba enojada. Se daban cuenta de que el palo iba para ellos y no “leían” bien la parábola. Pero esta sobre la fraternidad la puede leer bien cualquiera que tenga buena voluntad. 

Hoy sin embargo, incluso esta parábola se ha vuelto contracultural. Al menos aquí en Europa los oídos se han endurecido. Los heridos al borde del camino, se dice, hay que distinguirlos bien. Si son verdaderos “refugiados” porque su país está en guerra, o si son “emigrantes económicos”. Y los que se les acercan con sus naves hay que ver bien quién los financia y si no son cómplices de los traficantes de personas. También están en discusión las hospederías, los puertos a los que se pueden llevar estas personas. Y si alguien predica que lo primero es salvar al herido, se le aplica, aquí sí, la parte de la parábola que dice que pagó de su bolsillo y prometió pagar a su regreso lo que se hubiera gastado de más. Al menos esta parte de la parábola la escuchan hasta los más reacios a mensajes “buonistas”. Buen samaritano suena ahora a “buonista”. A una bondad que no respeta la ley y que no es viable ni política ni económicamente.

Otra frase es “ayudémoslos ‘en su casa’”. Se ha logrado crear un clima en el que las personas sienten que si se ayuda a un emigrante se le está quitando ayuda a ella.

Lo que se percibe en conjunto es un endurecimiento de los corazones. Si no fuera así, no entrarían tan fácilmente los slogans “anti-prójimo”. Si nos situamos en el espacio de la parábola podemos decir que -socialmente- la discusión se ha desplazado. Hoy no solo no se discute a los que pasan de largo sino que estos tienen voceros que atacan duramente a los que se acercan a los heridos. Son criticados los extranjeros que hacen caridad fuera de su país y que pretenden utilizar hospederías nacionales para heridos extranjeros que no se sabe sin son heridos reales o terroristas enmascarados. Como se ve, se ha contaminado el espacio mismo de la parábola.

Lo que yo “leo” en esta situación es que no solo no hay remedio si se discute en el primer nivel, en el de las definiciones, sino que parece que tampoco basta con bajar sin más al nivel narrativo de la parábola para que toque el corazón de cada uno, porque los personajes mismos de la parábola están “ideologizados”. 

El caso de la capitana alemana de la “Sea-watch 3” -Carola Rackete- es el ejemplo más reciente. Es una “buena samaritana moderna” o es una niña bien, rica y privilegiada, que hace política con la piel de los migrantes y rompe las leyes de otros países que no son el suyo con el pretexto de hacer caridad?

Aquí surge una cuestión decisiva, y es la fe. La fe es a lo que apela siempre Jesús. Como le dice a Tomás: “no quieras ser incrédulo sino creyente, fiel”. Ese no quieras alude a que la fe es la fe que uno tiene. No importa si poca o mucha. No importa si ilustrada o menos. Jesús apela a la fe, a la gente que se juega por fe y no por cálculos, por fe en las personas y no por el propio interés. 

Hoy, hasta para leer la parte “simpática” de las parábolas, se nos exige una opción radical: de fe o no fe. Fe en las personas, porque los discursos están todos mezclados. Uno debe mirarles la cara a los protagonistas, ver cómo actúan y jugarse. Esa es la polarización básica, existencial. La única que impide caer en todas las falsas polarizaciones. Uno es un hombre o una mujer de fe o no. Uno que se mueve en último término por la fe en Cristo y en las personas o uno que se mueve por ideas o voluntarismos. 

Dicho más sencillamente: el que se mueve por fe es uno que actúa por “reconocimiento”. Actúa impulsado por la gratitud ante los que le demuestran su amor y devuelve amor con amor. Fundar nuestra acción en el reconocimiento y la gratitud, como dice Michel Rondet sj, sustrae nuestra acción al arbitrio de la voluntad de poder y de dominio, a las insidias del activismo y de la propaganda ideológica.

Actuar por “deber” no excluye la voluntad obsesiva de lograr las metas fijadas, sin tener en cuenta el contexto humano y espiritual de las acciones que uno emprende.

Actuar por “convicción” no nos garantiza siempre contra el fanatismo y sus aberraciones (la historia de la Iglesia nos proporciona ejemplos).

Actuar por reconocimiento sitúa de una vez nuestra acción en la gratuidad y liberalidad del amor. El que actúa por reconocimiento de tanto bien recibido escapa de las “pasiones tristes” como son la envidia, el resentimiento, la búsqueda de la propia fama.

Es curioso, pero Jesús, en el evangelio, liga la imagen del reconocimiento a otro Samaritano, el de los diez leprosos, que regresa a darle gracias. Si los “aproximamos” evangélicamente, podemos imaginar que es este mismo que fue curado el que se compadece del herido que está tirado al borde del camino y se acerca a ayudarlo. 

Hoy como ayer para “leer” bien la parábola, hay que “proceder” como el buen samaritano pero no solo para ayudar al herido sino para llegar a tener un corazón como el del samaritano. Un corazón en el que el actuar -lo que nos mueve e impulsa a hacer las cosas de determinada manera- sea por reconocimiento. 

Reconocimiento de los que son pares en humanidad: hermanos. Si uno reconoce en el otro a un hermano, brota espontáneamente el ayudarlo, sí o sí. La ley prohibía acercarse a un muerto salvo en el caso de que fuera pariente, hermano. El samaritano no tenía problemas, porque era extranjero, pero los otros habrían podido acercarse si lo hubieran considerado como hermano.

Reconocimiento para con Jesús, que se hizo “extranjero” para poder acercarse a ayudarnos. Cuando Jesús se identifica con los más pequeños, confiándonos el protocolo con el que serán juzgadas nuestras acciones en el juicio final, no lo hace “metafóricamente”. En sus encuentros con los discípulos, después de haber resucitado, el Señor les hace experimentar que ya no es “objeto de posesión” sino que se hace ver cuando quiere y en la forma que quiere. Se hace presente, está junto a Magdalena, camina al lado de los discípulos de Emaús, espera en la orilla del lago a los que han ido a pescar… Esta libertad del Señor con respecto a lo que nosotros podemos “poseer”, “objetivar” y “conceptualizar”, debe abrirnos la mente para aprender a “reconocer al Señor” en cualquier situación. Y Él nos revela que “es Él” cada vez que la situación es la de alguien que necesita un vaso de agua o que le venden las heridas, como el hombre de la parábola. 

El reconocimiento, en sentido de la gratitud, permite el reconocimiento, en el sentido de ver a Jesús en el prójimo.

El camino que va de Jerusalén a Jericó es el camino que va del sentirnos “propietarios” -de nuestro país, de nuestra cultura, de nuestro mundo- a sentirnos peregrinos, extranjeros de este sistema que a unos da carta de ciudadanía al precio de tener que excluir ellos mismos a otros.

Diego Fares sj