Como Jesús, queremos ser gente que dice “vengan”, que deja todo para salir a buscar al que se perdió (34 A 2017)

            Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.

Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: «Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver.»

Los justos le responderán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?» Y el Rey les responderá: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo.»

Luego dirá a los de su izquierda: «Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron.» Estos, a su vez, le preguntarán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?»

Y él les responderá: «Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo.» Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna» (Mt 25, 35-46).

Contemplación

“Vengan benditos de mi Padre”.

La palabra “benditos” la usa el evangelio para nombrar a nuestra Señora y a Jesús: Bendita tú entre las mujeres –le dice Isabel- y bendito el fruto de tu vientre, Jesús. También la usará el pueblo fiel en la entrada de Jesús a Jerusalén, cuando le cantaban Bendito el que viene y trae el Reino. Es una palabra hermosa y Jesús la elige como su palabra última, esa que nuestros oídos anhelan tanto escuchar: Vengan benditos de mi Padre, porque tuve hambre… y la une a nuestra pertenencia al Padre y a nuestro servicio a los pobres.

Jesús, Rey y Pastor, lo resume todo haciendo suyas estas dos  simples palabras: aléjense o vengan.

El Señor bendice todos nuestros “vengan” dichos con amor a los que tienen hambre y sed, a todos los que necesitan ropa, hogar y patria. Un vengan que se convierte en “voy yo” a visitarte cuando no puedes venir tú porque estás enfermo o en la cárcel.

El Señor maldice los “aléjense” dichos con bronca o con desprecio o de manera formal a todos los que piden una limosna, tienen hambre y sed, necesitan ropa, casa y pertenencia política porque son extranjeros, refugiados, requirentes de asilo humanitario. Un aléjense que se convierte en “me alejo yo” o “paso de largo”, cuando te veo de lejos que estás pidiendo, o ni siquiera pienso en que estás en algún lugar internado o preso en algún campo de refugiados, junto a otros cientos y miles como vos.

Cuando nuestro Rey Pastor nos examine no mirará las palabras escritas en nuestros certificados y diplomas; tampoco prestará atención a los telegramas de despido y a las carta-documentos, a las multas o la lista de pecados que escribimos para la confesión (al menos la primera vez, cuando éramos chicos).

El Señor mirará sólo estas dos palabras –vengan o aléjense- que son palabras que no se escriben en papeles, sino que quedan escritas en las manos, en los pies y en la retina de los ojos.

Mirará el cuenta-pasos donde quedaron registrados los que dimos para acercarnos a los que nos necesitaban y también los que no dimos o que nos llevaron a dar un rodeo para alejarnos.

El Señor mirará bien dentro de los ojos la cantidad de rostros que se nos quedaron grabados en la retina porque nos acercamos bien para ver.

Mirará cuántos “vengan” dije, cuántos “voy yo”.

Y mi ángel los pondrá en un platillo de la balanza.

Mirará cuántos “váyanse” dije, cuántos “que vaya otro” o “yo no puedo” o “yo no voy”…

Todo será juzgado en clave de cercanía, en clave de prójimo.

Ese es el único lenguaje que Jesús escucha. Lo demás, como que son puras palabras…

El Señor era todo “voy yo” y “vengan a mí”: Vengan a mí, los que están cansados y agobiados por la vida, que yo los aliviaré.

Todas sus parábolas son acerca de gente que va al encuentro, que sale a buscar: el padre que va corriendo a abrazar al hijo que viene, el pastor que sale a buscar la ovejita perdida. Los hombres con que el Señor compara al Padre son gente que invita, que dice: vengan, que el banquete está preparado; vengan a trabajar en mi viña, vengan con lo que ganaron con el talento, que les daré mucho más.

Vengan! Contra las formas de exclusión y de descarte, contra todas las maneras violentas, elegantes o burocráticas de decir “aléjense”, también hoy hay alguien que dice “vengan” a todos los pobres del mundo. Tomando las palabras de Pablo VI afirma decididamente: los pobres pertenecen a la Iglesia por derecho evangélico y esto nos obliga a una opción preferencial por ellos.

…………

Me quedo con esto, con pedir la gracia de ser gente abre los brazos para recibir y que va al encuentro, gente que sale a buscar. Gente que se une a la búsqueda, como todos los países que se nos han unido y están buscando nuestro submarino San Juan, que desapareció hace ya diez días en el océano atlántico, al sur. Han venido y vienen barcos y aviones de naciones amigas y también de otras que no lo son tanto.

Dicen que entre la gente de mar hay una solidaridad especial. Yo diría que las situaciones límites, como ver a alguien que se está ahogando, activan lo esencial. Y aquí se me activa a mí que como sociedad nuestros protocolos de búsqueda se activan tarde y mal. O se activan como a todos, pero hay algo que los frena y retarda y es que nos miramos primero a nosotros mismos y a nuestro enemigo antes de mirar al que se ahoga.

Me impactó un comunicado que decía: “se ha cumplido a la letra con el protocolo” que dice que hay que esperar 36 horas para empezar a buscar. En el mismo comunicado se decía: “si se han cometido errores, se pedirán disculpas”. No es así! Estas dos frases tienen que ir más juntas: “hemos cometido errores, tendríamos que haber salido a buscar antes, por las dudas…”. Y entonces los familiares hubieran dicho: “Está bien. Comprendemos que hay que seguir un protocolo. Nuestros familiares que están en el submarino eran los primeros en decir esto…”.

Pero para tener estas actitudes hacen falta dos condiciones.

Una, básica, es tomar conciencia de que todos estamos en medio del océano, del universo y de la historia, y que esta pequeñez y vulnerabilidad nos tienen que unir tan sólidamente como une a los marinos el mar.

La segunda condición, para que no anestesiemos el instinto de salir a buscar al que se puede estar ahogando, es una medida de paz básica, de fondo, que pacifique y relativice todas las demás luchas y divergencias que ponen freno a nuestro instinto básico de solidaridad humana.

El instinto paterno del que nos creó –de nuestro Padre celestial- tiene escrito en sus entrañas “no quiero que se pierda nadie, ninguno de estos pequeñitos”. Ese instinto se traduce en un “salir corriendo a buscar”, en un “dejar todo para ir a buscar al que se perdió”.

La anti-imagen –triste, patética, condenable- es la de un corazón social en el que con letras de molde se acepta la palabra “desaparecidos” en alguna de las mil formas que tiene de justificarlas nuestra sociedad: Desaparecido-por-culpa-suya, desaparecido-porque-se lo merece, desaparecido-por-error-técnico, desaparecido-no-se-sabe-por-culpa-de quien, desaparecido-por-un-tiempo-hasta-que-sale-a-flote, desaparecido-para-siempre-por-estar-a-gran-profundidad…

Para conectarnos con las entrañas de nuestro Padre, donde esta palabra no tiene lugar nunca y de ninguna manera, me hizo bien recordar nuestro primer librito –Pequeños gestos- donde escribí la historia de

Cecilia y su papá

Hace un tiempo, en nuestra Iglesia, una vez terminada la catequesis, en medio del revuelo de chicos que salen y de padres que los buscan, nos dimos cuenta de que no estaba Cecilia. Cecilia es la hermanita de una de las chicas de Perseverancia. Tiene cuatro añitos y es, demás está decirlo, un encanto. Había venido como siempre con su hermana mayor a buscar a la del medio y parece que cuando la grande entró, Cecilia se quedó en la puerta con otras amiguitas. Al salir las dos hermanas, Cecilia ya no estaba. Como a veces se esconde -la muy pícara-  para jugar, comenzamos a buscarla por todos lados: en  la Iglesia, en las aulas, en los baños… Nada. Tres mamás salieron inmediatamente a buscarla, cada una en una dirección (para qué lado agarrar en la ciudad!) y yo, desorientado y afligido ante el peligro de que alguien se la hubiera llevado (nuestra Iglesia está en el centro de la Capital y pasa todo tipo de gente),  no atiné sino a llamar a su padre (la mamá estaba enferma). Les digo que no había acabado de colgar el teléfono que el papá ya estaba llegando… Hizo las cuatro cuadras que hay desde su casa a la Iglesia en tres minutos! Estaba como loco. Hacía preguntas,  entraba y salía de la Iglesia, miraba hacia un lado y hacia otro de la calle, volvía a entrar… (después pensé que era como un animal que ventea a su cachorro)… Aunque iba y venía y preguntaba cosas estaba ensimismado (como si tuviera que encontrarla primero adentro suyo para después salir a buscarla afuera). Hasta que, de repente, se quedó quieto y dijo: «Ella no cruza la calle sola. Debe estar por aquí nomás». Y sin mirarnos salió corriendo hacia mano izquierda, ya sin dudar. Yo me le fui atrás, atento a lo que hacía. Al llegar a la esquina dobló a la izquierda y siguió decidido hasta llegar a la Avenida, que es ancha. Casi se larga a cruzar en medio del flujo del tránsito, mientras yo, a pocos pasos, miraba hacia todos lados. De golpe se da vuelta y veo que me mira, pero no me mira a mí sino que mira más atrás (yo estaba al lado y no la veía!). «¡Cecilia!» – dice. En medio de la multitud que pasaba entre el bar y un quiosco de revistas, sentada en el banquito del quiosquero que le había comprado una gaseosa, estaba Cecilia con cara de asustada, como un gorrióncito,  acurrucadita contra la pared. Recién cuando su papá la alzó en brazos y comenzó a besarla, la pequeña se animó a dejar la gaseosa a la que estaba prendida y se largó a llorar desconsolada. Se había ido siguiendo a los otros chicos y de golpe se quedó sola, perdida en la gran ciudad a cuadra y media de la Iglesia, sin poder explicar nada, llamando a su papá con el gemido de su corazoncito. Nadie me quita de la cabeza que el papá la buscó primero dentro suyo. Allí, en ese corazón de padre, Cecilia nunca estuvo perdida. Se perdió afuera, por un ratito. Y aunque a ella le haya parecido un mundo, estaba allí nomás, cerquita”. (A. Rossi –D. Fares, Pequeños gestos con gran amor, 2001).

Domingo 34 C 2010 Cristo Rey

Contra los fascinadores de ovejas

El pueblo permanecía allí y contemplaba. Sus jefes, burlándose, decían:
«Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!»
También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían:
«Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!»
Sobre su cabeza había una inscripción:
«Este es el rey de los judíos.»
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.»
Pero el otro lo increpaba, diciéndole:
«¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo.»
Y decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino.»
El le respondió:
«Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 35-43).

Contemplación
Así como en la contemplación anterior nos ejercitamos en “sentir las manos del Padre sobre nuestros hombros –de hijos pródigos que caen de rodillas, sedientos de la misericordia del Padre o de hijos cumplidores hambrientos de diálogo cordial-, en esta contemplación de Cristo Rey estamos invitados a “mirar al que crucificamos”.
La gracia que le queremos pedir al Padre es la de “no poder sacar los ojos de Jesús en la Cruz”. Es una gracia para los ojos, una gracia que fija el punto de referencia en nuestro único Rey y Señor. Es la gracia de la Carta a los Hebreos:
“Fijos los ojos en Jesús,
el que inicia y consuma la fe,
el cual, en lugar del gozo que se le proponía,
soportó la cruz sin miedo a la ignominia
y está sentado a la diestra del trono de Dios” (Hb 12, 2).

Fijos los ojos en Jesús, como el pueblo fiel que “permanecía allí (junto a la Cruz) y contemplaba”.
Fijos los ojos en Jesús como el buen ladrón, que es capaz de mirar “al que sufre la misma pena que nosotros” y darse cuenta de que es Alguien “que no ha hecho nada malo”. El buen ladrón descubre la integridad de Jesús crucificado sopesando su propia cruz. Lo ve como referente único, como Rey: “Acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino”.
La tentación contraria la formulan los sumos sacerdotes que “se burlaban entre ellos junto con los escribas diciendo: « A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. ¡El Cristo, el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos” (Mc 15, 31).

Así como nuestros hombres fatigados necesitan sentir las manos del Padre, así nuestros ojos dispersos necesitan también Alguien que nos fije la mirada “para ver y creer”. Necesitamos que el Padre, desde nuestro interior donde habita, nos fije en Cristo nuestra mirada saltimbanqui, curiosa, bebedora de imágenes, inquieta y distraída, dominada por la pulsión de verlo todo.
San Agustín decía: “Nos hiciste Señor para vos e inquieto estará nuestro corazón hasta que no descanse en Vos”.
Podemos decir lo mismo de nuestros ojos: “Mis ojos están hechos para Vos y no descansarán hasta que no se fijen en Vos, Señor crucificado”.

Como Zaqueo “deseamos ver a Jesús que va a pasar por aquí”.
Como los griegos que se acercan a Felipe: “Queremos ver a Jesús”.
Como los pastores de Belén queremos ver al Niño “recostado en un pesebre”.
Como lo discípulos queremos “Alegrarnos al ver a Jesús Resucitado”.

Pero todas estas “visiones” de Jesús tienen su centro en la Cruz: “mirarán al que traspasaron”.
“Cuando sea levantado en alto atraeré a todos hacia mí”.
En Jesús crucificado “vemos” el Amor del Padre: “El que me contempla al Padre que me envió (Jn 12, 45).

Pero “ver” quiere decir muchas cosas. Aquí hablamos de un ver que “ficha” lo esencial. Es ese ver último que cada uno tiene y que guía sus decisiones. Uno elige, de última, por lo que ve. Y si ve que no ve nada uno elige por “un ver de alguna manera inconsciente” que lo lleva a decidirse por sus corazonadas. Uno ve desde lo que verían sus referentes. Uno cierra los ojos y encara, o sacude la cabeza y hace lo que su ímpetu le dicta…
Detrás de las decisiones está siempre el punto de referencia último, que muchas veces es el propio honor o el instinto de conservación o el amor a otro.
Uno ve que alguien querido es atacado y lo defiende a ojos cerrados: “no me importa lo que digan, yo por este me juego y lo defiendo. Después veré los argumentos”. Por otros, en cambio, si uno no ve claro, se queda un poco a la expectativa…

Baste esto como ejemplo para invitar a cada uno a mirar cuáles son sus puntos de referencia: ¿Qué mirás cuando te jugás? ¿Valores, personas, tus intereses, tus miedos…?
Que Cristo reine en vos implica ponerlo en relación con los otros “puntos de referencia” y ver si les gana.
Si les gana de última y si les gana en tu corazón en el día a día.
Ser evangelizado es confrontar cada punto de referencia propio (haciéndolo bien consciente) con los puntos de referencia de Jesús, y, de última, con su Persona y su Persona en la Cruz. Pablo lo expresa bien cuando dice: “no quise saber entre ustedes sino a Jesucristo, y éste crucificado” (1 Cor 2, 2).

Una vez que nuestros ojos le han tomado el gusto a la imagen de Jesús Rey crucificado por amor a los hombres y sin dejar de tenerlo en la mirada, puede hacernos bien acudir a Pablo y dejar que nos diga como a Gálatas pos-modernos:
“¡Oh Gálatas insensatos!
¿Quién los fascinó para no obedecer a la verdad,
a ustedes, ante cuyos ojos Jesucristo ya fue presentado
claramente crucificado? (Gal 3, 1).
Pablo considera el caso de los gálatas como una «fascinación», como un hechizo. La palabra «fascinar» (ebaskanen) significa «atraer mal a uno mediante fingida alabanza o el mal de ojo (vudú), extraviar mediante malas artes». El sustantivo de esta palabra (baskania) significa brujería.
Como dice el comentarista: “Los gálatas fueron embrujados por los judaizantes porque estos no aparecieron como los lobos rapaces que eran (Mt 7, 15), sino que llegaron dis¬frazados como «súper apóstoles” (superreferentes) (2 Cor 11, 5). El predicador fiel que ha trabajado dili¬gentemente en algún campo y tiene que combatir falsos referentes que quieren destruir la obra que Cristo hizo en otro a través de su predicación entiende perfectamente este lenguaje de Pablo. Porque Satanás se aprovecha de la debilidad e inconstancia de algunos miembros de la iglesia (su ser como adolescentes llevados por cualquier viento de ideologías novedosas -Ef. 4, 14). El gran anhelo de Pablo y de todo fiel obrero es que los hermanos estén «arraigados y so¬breedificados en él, y confirmados en la fe» (Col 2, 7).”

Los hechizamientos, y las fascinaciones, cambian de forma en cada época de la Iglesia y en cada cultura. Pero uno puede discernirlas por un encandilamiento que opaca el resplandor manso de la Cruz de Cristo.
Pablo afirma con fuerza que el único referente es Cristo y Cristo crucificado. Y es también el único Mediador. Para llegar a Él no es imprescindible ninguna mediación y son valiosas todas. Como el Buen Ladrón, cada ser humano puede mirar por sí mismo a Cristo Crucificado y recibir la gracia de que se le abra el corazón para confesarlo como Rey. Ese es el mensaje liberador de la Cruz: nuestro Rey no tiene “entornos” que monopolicen o impidan la llegada a su Corazón.

Afirmando esto quisiera expresar una preocupación que muchos compartimos en la Iglesia y que no es fácil formular bien. El intento es invitar a discernir “donde se da esta fascinación de la que habla Pablo en la Galacia (no “Galicia”) posmoderna”. La intención no es atacar a nadie sino provocar la advertencia en todos. Como dice el Martín Fierro:
Mas naides se crea ofendido,
pues a ninguno incomodo
y si canto de este modo,
por encontrarlo oportuno,
No es para mal de ninguno
Sino para bien de todos.

Por eso, como dice un poco antes el mismo Fierro: “aquéllos que en esta historia sospechen que les doy palo”, sepan que la pena que da ver a alguien “hechizado” y el deseo de que todos “tengamos a Jesús por único Rey y referente” supera todo palazo mezquino o parcial.

Lo que veo es que: una característica en este momento de la Iglesia es la fascinación con que se imponen algunas “palabras mágicas”.
¿No han notado cómo cada año surge una que, como reina efímera de la belleza, se le cae de los labios a todos y necesita ser pronunciada para que una propuesta tenga fuerza atractiva? ¿No les llama la atención que cuando se plantean problemas arduos del mundo actual, surgen algunas “palabras con poder mágico” que cuando alguien las instala pareciera que ¡ahora sí! los problemas como que desaparecen?

No quisiera pronunciar ninguna de estas “palabras mágicas”, porque si les cuestiono su “fascinación” irremediablemente las “ataco”, les quito su esencia. Y es injusto desmerecer la belleza que tienen las palabras nuevas en la Iglesia.
Pero sí puedo aprovechar para hacer caer en la cuenta de que también es injusto burlarse de las palabras antiguas, que han alimentado con su belleza y esplendor la fe y la vida litúrgica de otras generaciones.
Cada uno puede elegir por sí mismo una palabra o imagen de esas que le caen bien en la boca y luego buscar otra que le causa rechazo. Guste una y búrlese de la otra un rato y luego compare si en el fondo no tiene cierta semejanza el énfasis con que cada uno defiende una y ataca la otra.

De eso se trata: del énfasis que algunos ponen en el encanto de estas palabras para convertirlas en “puntos de referencia” irresistibles, de manera tal que si no es a través de ellas la persona siente que no puede acceder satisfactoriamente a Cristo.
Esta tentación (tan antigua como la fascinación de los Gálatas) tiene hoy una sutileza: los productores de palabras mágicas han abandonado el campo de la ideología y se han adentrado en el campo de las dinámicas.

El cambio que logro visualizar es que no se busca influir en los contenidos del pensamiento sino en las dinámicas que se utilizan para vivir. Se busca ser punto de referencia de las dinámicas que todos utilizan, lo cual es una forma sutil de constituirse en referente absoluto y de tener poder. Se trata de una ideología que apunta al dominio del punto de referencia en lo que hace a experiencias espirituales. Este dominio no tiene hoy el carácter de “lucha ideológica” (Como los que dicen por ej. “estos son los verdaderos ejercicios de San Ignacio”). Me animaría a decir que la fascinación viene hoy como “dinamismología”. Se proponen dinámicas y experiencias espirituales que logran hacer sentir que si uno no las experimenta, se pierde algo. Se trata de una “ideologización de la experiencia del Espíritu”. La experiencia “fascinante” no reemplaza a sino que se mezcla con las experiencias tradicionales (en los Ejercicios, en las Eucaristías, en las Reuniones…) pero con tal fuerza hechicera que si eso no está uno siente que lo otro no tuvo sal, le faltó chispa. Es una “levadura” distinta, cuyo gusto se fija en la memoria y, cuando desaparece, provoca la necesidad irresistible de algo nuevo y similar que siga dando gusto a lo insípido de la realidad cotidiana.

¿Por qué digo que esto huele a mal espíritu? Por que consolar así es propio sólo de Dios nuestro Señor, es una gracia que el Señor da a sus tiempos y que hay que pedir humildemente cada día. Es verdaderísimo que sin esta consolación la vida se vuelve insípida. Pero la tentación sutil está en proponer “dinámicas que permitirán producir, sí o sí, esa consolación”. Dinámicas exitosas, como alguien las llama.
En el evangelio, el Señor nunca engaña a los que invita a su seguimiento. Promete la vida plena “con lucha y persecuciones”. No invita a “disfrutar” sino “a dar fruto”. Es decir: no pone el acento en el goce de la dinámica sino en la consistencia del Don que es Él mismo, en medio de consolaciones y desolaciones.

Las dinamismologías apuntan volver irresistibles ciertas dinámicas provocando una adicción que convierte a los que las fabrican e idean en referentes últimos. Referentes abstractos, porque no siguen personalmente el proceso de los que utilizan sus dinámicas, pero muy concretos, porque se instalan allí donde la persona fija sus ojos a la hora de tomar decisiones.
Estas dinámicas instalan “ideas” fuertes, que a la hora de elegir, encandilan a la persona haciendo que no escuche a otro referente. Las ideas de “disfrute”, de “realización”, de “liberación de estructuras opresivas”…, que estas dinámicas hacen experimentar, se convierten en los puntos de referencia absolutos a los cuales mira la persona sin desear confrontar con nadie más.
La absolutización de dogmas y estructuras tiene su contrapartida mimética en la absolutización de dinámicas y técnicas.

Así, la espiritualidad de cada familia religiosa, trabajada a través del tiempo, con sus referentes propios en cada lugar, esta espiritualidad que es carisma que el Espíritu suscitó en las fundadoras y fundadores y que muchos vivieron como forma particular de ser católicos, se ve hoy opacada por una espiritualidad transversal, que tiene algunos referentes “universales” –fascinadores de ovejas- que hechizan y fascinan de manera tal que las ovejas pierden el gusto por el Agua viva de la propia espiritualidad.
Ante esta tentación, un signo que cada uno tiene que discernir por su cuenta, con la ayuda del Espíritu (porque todos los referentes son puestos en cuestión), es la pérdida del gusto de la sabiduría de la cruz, en la que el único Referente es Jesucristo.
Diego Fares sj

Domingo 34 B 2009 Cristo Rey

La verdad es el Amor del Padre

Entró de nuevo Pilato en el Pretorio y llamó a Jesús.
Y le preguntó:
– ¿Tú eres el rey de los judíos?
Jesús le respondió:
– ¿Dices esto por ti mismo o bien otros te lo han dicho de mí?
Pilato replicó:
– ¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes son los que te han entregado a mí ¿Qué hiciste?
Jesús respondió:
– Mi realeza no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que Yo no fuera entregado a los judíos. Pero ahora mi reino no es de aquí.
Pilato le dijo:
– Entonces, ¿tú eres rey?
Jesús respondió:
– Tú dices que Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo:
para testimoniar la verdad. El que es de la verdad escucha mi voz.
Le dice Pilato
– ¿Qué es la verdad?” (Jn 18, 33-38).

Contemplación
Para contemplar a Jesucristo Rey del universo, la liturgia de este año nos sitúa en el drama de la Pasión. Entramos en la escena en el preciso instante en que Pilato está interrogando al Señor y le pregunta: “¿Tú eres el rey de los judíos?”.
Jesús atado de manos, de pie ante el Procurador romano, que lo interroga. Esta es la “composición del lugar” para contemplar, como dice Ignacio en los Ejercicios.

Martini muestra que toda la escena del juicio en el Pretorio tiene un ritmo marcado por las 7 entradas y salidas de Pilato. Todo este pasaje de Juan apunta a revelarnos cuál es la verdadera realeza de Jesús.
Las 7 entradas y salidas de Pilato, si se leen circularmente tienen en su centro la escena 4ª: la coronación de espinas. Allí se nos revela que Jesús es Rey coronado de espinas.
No emana de su cabeza una corona de gloria propia sino que su corona es hacer la voluntad del Padre y como el Padre respeta la libertad de los hombres que no reconocen su amor, este amor rechazado y burlado se convierte en espinas. Jesús es Rey haciendo reinar el amor del Padre, perdonando y redimiendo, sin imponerse por la fuerza, es Rey padeciendo.

Si leemos el pasaje en la línea de un dramatismo que crece, la escena culminante nos muestra una paradoja: Pilato, intentando burlarse, en realidad profetiza. Saca afuera a Jesús y lo hace sentar en el trono, justo a la hora sexta (en que el cordero pascual era inmolado) y dice a todos: “Aquí tienen a su Rey”.

Este es el marco del diálogo que escuchamos hoy en la fiesta de Cristo Rey. Nuestro diálogo corresponde a la escena 2ª, paralela con la 6ª y en ambas se trata el tema del poder (en la escena 6ª Pilato le dirá a Jesús “¿A mí no me hablas? ¿No sabés que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?”).

Lo que nos interesa contemplar es, como decíamos, cuál es la verdadera realeza de Jesús. Cuál es su poder. Sobre quiénes reina y cómo reina. Y para esto, Pilato es un interlocutor ideal.
Si alguien ha sabido lo que es el poder en este mundo ese es Pilato.
Jesús de alguna manera se lo reconoce cuando le dice: “no tendrías ningún poder contra mí si no te hubiera sido dado de arriba”.
Pilato era un Procurador, tenía el poder absoluto del Emperador por delegación (de hecho todo poder humano es “delegado”). Y en el caso del juicio de Jesús, el mismo Padre Altísimo le “delegó” de alguna manera, el poder de decidir sobre el destino de su Hijo amado.
Pilato fue aquel día el hombre más poderoso del mundo y en sus idas y vueltas manifiesta cómo se dio cuenta de que la situación lo superaba. Si uno lee bien a Juan notará que no pone la escena en la que Pilato se lava las manos. Tampoco se dice que haya dictado sentencia sino que “les entrega a Jesús para que fuera crucificado”. Además Pilato pone el cartel “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”. A los que habían confesado “no tenemos otro rey sino al César”, Pilato les encaja el “Rey de los judíos” en la Cruz. Estos detalles nos llevan a conjeturar que Pilato tuvo por unos instantes el poder más absoluto del mundo y patéticamente lo usó para dejar que las presiones de los intereses demoníacos hiceran su obra: crucificar a Jesús.

Pilato es la contraimagen de Jesús Rey. El poder real lo tiene Jesús, que dejando hacer también, convierte la circunstancia de la cruz en redención de la humanidad.

¿Dónde reside, pues, el poder verdadero del Señor?
Reside en el testimonio que da de la verdad.
¿Y qué es la verdad?
Esta pregunta que formuló Pilato en medio de la situación en la que se encontraba, yendo y viniendo, y que no quiso escuchar, es la pregunta clave de la vida. Pilato no escuchó la respuesta de Jesús porque en su mundo político la única verdad es el negocio. No escuchó porque estaba negociando y para poder escuchar tendría que haber estado amando.
Si hubiera escuchado a Jesús en vez de irse, si hubiera escuchado la voz del Rey que musitaba algo perceptible sólo para los que son de la verdad, hubiera escuchado esta respuesta: la verdad es el amor de mi Padre por el mundo. Y Yo doy testimonio de la verdad de ese amor misericordioso, infinitamente tierno y compasivo, dando mi vida por todos.

La verdad del amor del Padre.
Esa es la verdad que reina en el corazón de Jesús
y que va a dejar sembrada en los corazones de los que lo aman.

¿Qué quiere decir Jesús con que “la verdad es el amor del Padre”.
Quiere decir que el amor del Padre es la clave para entender todo y para hacer todo.
Y el amor tiene sus condiciones y sus exigencias, que brotan de su mismo ser.

La primera condición del amor del Padre es la gratuidad. Como es gratuito, puro don libremente donado, hay que recibirlo y darlo también gratuitamente. Como dice el Cantar: “Si uno quisiera comprar el amor solo se ganaría el desprecio”.
El amor del Padre brota de su Libertad inefable. El Padre nos creó y nos ama porque quiere. Jesús da testimonio de esta Realeza y verdadero poder que se muestra en no condicionado por nada. Y el Padre pone todo el poder en manos de Jesús que también se muestra libre de amar hasta el extremo, todo lo que desea, sin que nada ni nadie le ponga límites a su amor. En esto consiste su realeza. Esta característica del amor del Padre y de Jesús, la libertad y gratuidad, contiene una exigencia: que le respondamos también líbremente, no por obligación sino por gusto y libre decisión.

Ya estamos con esto en la segunda condición del amor del Padre: su infinitud, su incondicionalidad…El Padre nos ama cuanto quiere y nadie puede ponerle límites a su amor. De eso vino a dar testimonio Jesús con su vida y con su muerte. Por eso no habrá excusa para el que se haya dejado amar poco y perdonar poco. Podremos pedir perdón por no habernos dejado amar más, pero no podremos decir que nadie nos dijo que teníamos un Padre que nos ama incondicionalmente. La vida entera de Jesús es un testimonio patente de algo así como un Amor infinito e incondicional. No otra cosa grita el silencio de Jesús crucificado, abandonado en las manos del Padre. Esta característica del amor del Padre contiene una exigencia: la de no ponerle límites a su amor. Esto implica dejar que el Padre que es más grande que nuestra conciencia nos perdone siempre y que como él perdona a todos también nosotros perdonemos a los demás.

Con esto estamos en la otra condición del amor del Padre que es la omni-inclusividad, el que no se pierda ninguno de sus pequeñitos. Jesús vino a dar testimonio de que el amor del Padre, gratuito e incondicional, es para todos. Dios no excluye ni discrimina. Y el que es de la verdad, el que no está negociando sino que está abierto al amor, sabe que tiene lugar en la fiesta del Padre. Esta característica del amor del Padre y de Jesús Rey contiene una exigencia: la de trabajar por incluir a todos. Y esto implica creatividad, paciencia y humildad para perdonar y comenzar de nuevo cada día.

Nos quedamos con la imagen de Jesús atado a quien Pilato acaba de dejar solo un momento y dejamos que nos mire a los ojos y nos diga que la verdad es el Amor de nuestro Padre. Jesús es Rey de esta verdad. Está dispuesto a reinar crucificado si nosotros no nos abrimos a este amor y permitimos que lo crucifiquen. Pero le agrada más reinar glorioso si escuchamos sus palabras y lo recibimos líbremente como Rey en nuestro corazón.
Diego Fares sj