Domingo 19 C 2010

Bolsas del Cielo

Jesús dijo a sus discípulos:
«No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre se ha complacido en darles a ustedes el Reino. Vendan sus bienes y denlos como limosna. Trabajen haciendo bolsas que no envejezcan y tesoros que no se agoten, en el cielo, donde no se aproxima ningún ladrón ni la polilla puede corroer. Tengan en cuenta que allí donde uno tiene su tesoro, allí está también su corazón.
Estén preparados, ceñido el vestido y con las lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta.
¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!
Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa.
Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada.»
Pedro preguntó entonces:
«Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?»
El Señor le dijo:
«¿Cuál es el encargado de las cosas de la casa (oikonomos) digno de confianza y prudente, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno? ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentra ocupado en este trabajo! Les aseguro que lo pondrá por sobre todos sus bienes.
Pero si este servidor piensa en su corazón: «Se demorará la llegada de mi señor», y se dedica a maltratar a los más chicos y a las servidoras más pequeñas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse, su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles.
El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo.
Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más» (Lc 12, 32-48).

Contemplación
Al comenzar a escribir “hagan bolsas que no envejezcan” se me vino la imagen de las “bolsas del cielo”. Quizás fue que pasaba el camión de Manliba recogiendo las bolsas de basura y se me ocurrió pensar en los ángeles tesoreros, que pasan por las calles de las ciudades juntando bolsas con tesoros para el cielo. ¿Cómo serán las bolsas del cielo? No de plástico que contamina ni tampoco biodegradables. Pienso que si los tesoros del Reino son alegría, paz, amabilidad, justicia, misericordia y amor, discreción espiritual, fortaleza y paciencia, las bolsas deben tener forma de corazones.
Nuestro corazón comienza a latir en otra persona y si en algún “lugar” tiene esperanzas de seguir latiendo, eso que llamamos el cielo no será sino donde late Otro corazón.
En el Reino que el Padre se ha complacido en regalarnos, las bolsas con tesoros de caridad tienen figura y consistencia de corazón. Son bolsas especiales, porque el contenido es entre líquido y gaseoso:
la alegría es como un hilito de Agua de vertiente;
la paz es como una brisa suave que todo lo envuelve;
el amor hace que el corazón se vuelva líquido, como decía el Cura de Ars, en el sentido de que no se va endureciendo sino volviendo más tierno…
Es que las cosas del Espíritu son difíciles de guardar si no es en lugares como el cielo, donde el agua se guarda en nubes y el viento sopla libre. No se pueden guardar cosas pesadas, diríamos. Nuestro corazón es lo más parecido al cielo. Algunas veces nos asustamos de que sea tan voluble, tan hipersensible, que cambie tanto de estados de ánimo… Es que es “bolsa” que se adecua a su contenido. Cambia de forma y de ritmo de acuerdo a lo que le damos, a los objetos que le tiramos dentro.
El dinero lo petrifica y hace que sus latidos se vuelvan calculados y mezquinos;
la ira lo chamusca o lo carboniza con el mismo fuego con que quiere destruir a su enemigo;
la pasión lo vuelve esclavo de aquello que quiere poseer;
el miedo lo inunda por dentro con lo que teme que le pueda sobrevenir;
la vanidad le cambia las ventanas por espejos y lo infla y desinfla como un globo.
“Tengan en cuenta que allí donde uno tiene su tesoro, allí está también su corazón”.
Es terrible arrojar embolsar cosas malas porque el corazón es una bolsa espiritual que toma la forma de lo que se le mete adentro, se vuelve semejante a lo que contiene.

Y el Señor… ¿qué tipo de tesoros nos propone para embolsar en el corazón, de manera tal que sus ángeles puedan pasar a buscarlos cada noche para irlo guardando cuidadosamente en nuestra cuenta del Cielo, esa que está abierta a nuestro nombre y en la que podemos depositar a toda hora?
Dos tesoros nos propone Jesús. Dos tesoros que se pueden atesorar y hacen feliz al corazón que los guarda adentro suyo.
Podríamos nombrarlos con dos palabras y decir: son los tesoros de la oración y del servicio. Pero cada uno tiene ya sus preconceptos y puede ser que alguno tienda a colocar la oración y el servicio en la columna del debe más que en la del haber.
Fijémonos cómo lo expresa el Señor. “¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!”
La oración es un tesoro porque hace que el corazón esté velando, despierto y tenga en esperanza la alegría que le dará la llegada de su Señor, el Tesoro verdadero.
La oración es tesoro porque hace que el corazón tome la forma del Tesoro que recibirá y lo adelanta.
Es decir: no se trata de cualquier oración. La oración tesoro es esa que hacía Teresita, que le dejaba la mente descansada, porque metía una o dos palabritas del evangelio nomás, y el corazón dilatado.
La oración Tesoro dilata la bolsa del corazón con la esperanza de un Jesús glorioso que regresa de la Fiesta de Bodas.
Cuando vayás a rezar, acordate de que hay una oración Tesoro. No solo se trata de hablar de cosas, de pedir y de comprender…
Hay una oración Tesoro que dilata tu corazón con el Soplo del Espíritu
y lo pone en marcha a toda vela, apostólicamente,
que hace arder tu corazón con el fuego de la caridad
que enciende otros fuegos
y lo refresca con el Agua viva de la fe que salta hasta la vida eterna.
Esta oración es la que le agrada al Padre, la que se reza en espíritu y en verdad, la que transfigura nuestro corazón volviéndolo adorador y servicial. Esta oración es la que el Padre ve y premia en lo secreto, haciendo una Alianza en la que queda escrito lo que hablamos, depositado a nuestro nombre y el Suyo.

El otro tesoro es el del servicio y Jesús se lo aclara a Pedro con la Parábola del encargado fiel: “¿Cuál es el encargado de las cosas de la casa digno de confianza y prudente, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno? ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentra ocupado en este trabajo! Les aseguro que lo pondrá por sobre todos sus bienes”.
Después, Jesús revela lo que “piensa en su corazón” el encargado que maltrata a sus compañeros. Piensa: “total mi Señor tardará en llegar”.
Aquí se ve, por contraposición, lo que guarda en su corazón el encargado fiel: “Mi Señor vendrá pronto, espero poder tener todo hecho como si estuviera él en persona.
Por lo dicho antes, vemos que este Señor es uno que es capaz de premiar a los suyos sirviéndolos en persona: “Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos”.
Hay por tanto un “servicio Tesoro”, que no es “gasto” sino “premio”: el privilegio de poder servir como sirve Jesús y a los que Jesús sirve.
Servir a los más pequeños es un don, como servir a los propios hijos y seres queridos.
Nuestro padre San Ignacio tuvo la gracia de comunicarnos en sus Ejercicios esta doble bienaventuranza que nos muestra cómo hay una oración y un servicio que son tesoros y que hacen que nuestro corazón adquiera la forma feliz del Tesoro que recibe y practica.
La síntesis de Ignacio está en esos dos ejes de sus EE que son el Principio y Fundamento y la Meditación del Rey Eternal que nos llama. Estas meditaciones transmiten la dinámica del Reino tal como la expresa Jesús en el Evangelio de hoy.
La oración Tesoro brota de la conciencia de que “El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor”. Por tanto, en cualquier momento puedo “depositar de corazón en el Cielo un tesorito de Alabanza y Adoración”.
El servicio Tesoro nace de un servicio que se sabe respuesta a un llamamiento. En la meditación del Reino, Ignacio nos muestra a un Jesús Rey eterno, que viene a llamar a todos los hombres y a darle a cada uno de los que se sienten contentos de trabajar con Él un puesto de servicio en su Reino.
Si uno está en el trabajo que le encomendó el Señor, en su misión, todo lo que hace reditúa en Tesoro en el Cielo. En cambio, “el que no junta conmigo, desparrama.”. El que se mete donde no lo llaman, más que atesorar, desparrama.
Feliz, pues, el que encuentrasu horario de oración Tesoro y su puesto de servicio Tesoro: se le transfigurará el corazón y se le convertirá en “bolsa del cielo”. Como decía el Cura de Ars: “Hijos míos, su corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración nunca nos deja sin dulzura…, en la oración se funden las penas como la nieve ante el sol. Otro beneficio de la oración es que hace que el tiempo transcurra tan aprisa y con tanto deleite que ni se percibe su duración. Miren, cuando era párroco en Bresse, en cierta ocasión en que casi todos mis colegas habían caído enfermos, tuve que hacer largas caminatas durante las cuales oraba al buen Dios, y, créanme que el tiempo se me hacía corto.
Hay personas que se sumergen totalmente en la oración, como los peces en el agua, porque están totalmente entregadas al buen Dios. Su corazón no está dividido. Cuánto amo a estas almas generosas. San Francisco de Asís y santa Coleta veían a nuestro Señor y hablaban con él del mismo modo que hablamos entre nosotros.”
Diego Fares sj

Domingo 1 C Adviento 2009-10

Jesús que viene desde más allá de lo esperado

Jesús dijo a sus discípulos:
– “Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas;
en la tierra habrá angustia de la gente,
y desesperación por el sonido del mar y del oleaje,
los hombres perderán el sentido por el terror y la ansiedad
de lo que va a sobrevenir al mundo,
porque las fuerzas del cielo se conmoverán.

Y entonces verán al Hijo del hombre viniendo en una nube, con potestad y gloria grande. Comenzando a acontecer estas cosas, pónganse de pie y alcen la cabeza, porque se aproxima su redención.

¡Guarda! que no se les embote el corazón con los excesos, con el alcohol y con las preocupaciones de esta vida, no sea que ese día les caiga de repente, como un lazo, porque sobrevendrá a todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra.

Velen en todo tiempo rogando para que tengan fuerza para escapar de todas estas cosas que van a suceder y puedan mantenerse en pie en presencia del Hijo del hombre» (Lc 21, 25-36).

Contemplación

“Verán al Hijo del hombre viniendo en una nube, con potestad y gloria grande…”.
“Padre, venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo…”

Las imágenes evangélicas nos hablan de un lugar –el Cielo- y de un tiempo –el futuro, el porvenir-.
Jesús nos manda estar atentos a ese cielo y a ese porvenir.
Jesús nos revela que nuestro modo de vida, lo que tenemos que hacer, reciben su norma no del ahora ni de lo cotidiano y terrenal, sino de ese cielo y de ese porvenir en el que El volverá en una nube a redimirnos.

¡Guarda! que no se nos embote el corazón.
¡Velemos, para tener fortaleza en ese día!

¿Qué nos quiere decir Jesús, el Señor con su lenguaje apocalíptico?
Nos quiere decir que la vida que Él enseña, recibe su criterios y sus normas del Cielo y del porvenir. Por eso quiere que alcemos la cabeza y levantemos la mirada de los pensamientos en los que estamos sumergidos y, mirando al azul del cielo, abramos el corazón a esa Palabra suya que ilumina nuestro corazón viniendo desde su Libertad.

El problema, Señor, es que nos han robado no sólo el mes de Abril, como canta Sabina, sino también el cielo entero y el porvenir.

Más que robar, no los han numerado: ya no podemos contemplar el cielo y el futuro sin hacer estadísticas. Y los números que dicen 100.000 millones de galaxias en expansión, más que admiración producen vértigo.

¿Qué han hecho los números?
Han logrado que la imagen del Padre de los cielos y de su Hijo amado Jesús viniendo en una nube no despierten ya ninguna esperanza real.

Esto hay que afrontarlo, porque si estas dos imágenes ya no deslumbran con su belleza, la moral cristiana se queda sin su gloria y deja de atraer a los hombres.
Al robarnos la imagen bella nos roban el contenido bueno.
Y si nuestro corazón se queda sin cielo y sin porvenir, deja de ser un corazón humano.

¿A dónde alzar la cabeza, cuando vemos tantos desastres apocalípticos, si no hay cielo para que “esté nuestro Padre”, ni porvenir desde el que “venga el Señor Jesús”?

A veces pareciera que ya no hay gente que alce la cabeza, que ya no hay hombres como Ignacio, al que lo reconocían como “el vasco de los ojos alegres que siempre anda mirando al cielo”. Ignacio confesó que su mayor gozo –del que obtenía un grande esfuerzo y deseo de servir a Dios- se lo daba quedarse largo rato mirando al cielo.

Adviento era el tiempo para mirar al cielo y para otear el porvenir. Por eso la Iglesia canta:
«Rociad cielos de lo alto,
nubes lloved al justo…
y que se abra la tierra
y brote el Salvador,
como una flor…».
¿Podemos seguir imaginando y gozando lo que las imágenes del cielo y del porvenir nos regalan? ¿O tenemos que renunciar a ellas, reemplazándolas por imágenes más “tecnológicas”?

Tomemos la imagen de Jesús viniendo en una nube, con gran potestad y gloria. Es imagen de cielo y de porvenir.
El Señor nos promete que lo veremos.
No hay pues que renunciar fácilmente a este imagen.
En las contemplaciones del cuadro de nuestra Señora de Guadalupe, se nos dice que para la cultura náhuatl, “venir sobre las nubes” era una manera metafórica de decir “que alguien venía desde más allá de lo esperado, para hacer algún bien al reino”.
Para los antiguos, el cielo y el futuro, eran un lugar y un tiempo que venía desde más allá de lo visible y de lo esperado.

Nos quedamos sólo con esto.
Dicen que hoy los cristianos no hablamos del cielo ni decimos que esperamos de verdad a Jesús por temor a causar “la risa de los atenienses” (los que se le rieron a Pablo cuando les anunció la resurrección).
Para nuestra cultura, el cielo y el porvenir se han convertido en lugares y tiempos inspeccionables, predecibles, al menos hasta extremos en que ya no deseamos seguir mirando más. No esperamos nada que venga de allí.

¿Qué significa entonces para nosotros “que alguien venga –en una nube- desde más allá de lo esperado”?

¿No es verdad que lo que no se expresa de manera cuantificable nos parece poco realista? ¿No es verdad que cuando nos prometen algo enseguida exigimos precisiones numéricas: cuánto costará, cuándo llegará…?

Por tanto, si Jesús viene de algún cielo y en alguna nube, si Jesús viene desde más allá de lo culturalmente esperado, vendrá en una manera de presencia que no será cuantificable. Es más, puede que ya esté presente, viniendo a cada instante, pero si los números nublan nuestra mirada, no lo veremos. (La expresión “nublar la mirada” es elocuente. Los deseos pueden nublar la mirada o limpiarla si son deseos puros, de los que permiten “ver a Dios”).

Concretemos un poco más qué implica “alzar la cabeza de lo cuantificable”. Algo “no cuantificable” es algo muy subversivo para el mundo en que vivimos. Porque la norma de nuestro mundo viene de los negocios y como a algo que no es cuantificable no se le puede poner precio, resulta que es algo con lo que no se puede negociar. Y eso le molesta a mucha gente.

Decir que nuestro Padre está en el cielo equivale, para nosotros, a decir que está “en un ámbito donde no hay negocio posible”.
El Cielo donde vive el Padre es un ámbito que se abre apenas uno deja de negociar. Así de simple. Tan cerca está el Cielo! Basta dejar de negociar.
Es un ámbito donde el Padre, desde su libertad, hace salir el sol para justos e injustos, manda que se pague a los últimos igual que a los primeros, exige que se perdonen las deudas y sueña con que todos los invitados acudan al banquete de las bodas de su Hijo…

Señalamos que lo que espera nuestra cultura, lo que envuelve todos los deseos y proyecciones de nuestro paradigma es “negociar más”.
¿Es así?
Creo que sí. Que “la posibilidad de negociar todo” es lo que oscurece el cielo. Hasta no hace mucho, los negocios requerían más tiempo. Negociar una cosecha requería un año. Hoy se negocia a futuro! Y cada aparato que compramos viene con el mensaje “acordate que me tenés que recargar”, “estate atento que pronto me tendrás que cambiar”. ¿No nos llama la atención el lenguaje de los aparatos? Es el mismo que utiliza nuestro Señor. Los aparatos hablan como si fueran nuestros dioses. Exigen que estemos a su disposición. Nuestro mundo no tiene descanso, no hay lugar para el ocio. Todo es negocio.
El problema es hondo porque no solo negociamos cosas, sino que hemos invadido también el espacio y el tiempo y uno tiene la sensación de que no hay nada “inesperado”. Como que tenemos “medido” el cielo y la tierra, el pasado y el futuro. La consecuencia de esta “mirada negociadora” es que todo se convierte en gestión.

El mundo natural tenía su límite. Si uno carneaba un ternero cuando no había heladera, como cuenta Menapace, tenía que compartirlo con sus vecinos. Esto tenía como consecuencia una solidaridad como natural. En el mundo tecnológico que hemos inventado, los aparatos no sólo no se pudren sino que el próximo siempre es mejor que el anterior –más veloz y más potente.
Discernido bien este “horizonte” de “infinitos negocios”, imitación tecnológica de lo que sería la eternidad, es bien sencillo descubrir la puerta del cielo y divisar la nube en la que viene Jesús.
Jesús si viene de algún lado debe ser de lo que está fuera de los negocios esperados.
Cielo será entonces un espacio y un tiempo en el que el negocio no existe. No tiene validez.
El que entra en ese reino no tiene moneda para negociar porque todo lo que allí se obtiene e intercambia es gratuito.
El Padre y Jesús habitan en lo gratuito y vendrán de lo gratuito.

¿Podemos alzar la cabeza y poner la mirada en lo gratuito?
Alzar la cabeza significa sacar la mirada de los números, alzar los ojos y dejar de contar –codiciosa o angustiosamente- números: cuánto ganaste, qué tan alto te dio el colesterol, cuántas horas durará el viaje, qué velocidad tiene la memoria ram, cuántos gigabytes…

Pobres números! No seamos injustos con ellos. El cielo está más allá de los números usados para negociar. Pero los números tienen también una dimensión de gratuidad y amor. En el cielo dos son Uno y Uno es Tres. Justamente porque entre ellos hay un espacio que es el espacio abierto del amor y no el espacio cerrado del negocio.

Para decirlo ya de una vez: el cielo es “no negocio”. Está en lo alto, pero no en la altura espacial sino en la altura del que no negocia sino que se da gratuitamente.

Jesús en este Adviento vendrá del no negocio.
Vendrá de allí donde uno se anima a darlo todo y no mira si gana o pierde .
Vendrá en esa nube que está “por sobre nuestros cálculos”, en la altura de lo gratuito, de lo que cae de arriba y se nos brinda como don.

¿Querés ver a Jesús viniendo en una nube lleno de poder y gloria?
Esa imagen de cielo, de altura, de algo que viene desde más allá de toda expectativa interesada, está unida a otra imagen de la que es inseparable. Así como los negocios requieren dos partes interesadas, así también la gratuidad del amor. La imagen del cielo se despeja cuando abrimos bien los ojos para mirar la tierra. El Jesús de la nube –inesperado- tiene de la mano al Jesús del pesebre –siempre a mano, requiriendo de nuestro amor y servicialidad.

Cuanto más mires al Jesús del Pesebre –y lo beses y lo abraces y lo sirvas en los jesusitos pobres que encontrás en tu vida cotidiana- más se te abrirán los ojos para ver al Jesús del cielo.
Cuánto más creas con obras que de verdad ya ha venido y está en tus hermanos a los que cuidás y servís, más fe tendrás en que volverá sobre una nube lleno de poder y gloria.

Diego Fares sj