Si Jesús dice que vendrá, entonces es que hay una puerta abierta (Adviento 1 A 2017)

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En aquél tiempo Jesús dijo a sus discípulos: Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. Así como pasó en los días que precedieron al diluvio, que la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que entró Noé en el arca; y no se dieron cuenta de nada, hasta que sobrevino el cataclismo y los arrastró a todos, así será también el Adviento del Hijo del hombre.

Entonces habrá dos hombres en el campo: uno será tomado y uno abandonado; dos mujeres estarán moliendo con la muela, una será tomada y una abandonada.

Vigilen, pues, porque no saben qué día viene su Señor.

Sepan esto: si el amo de casa supiera a qué hora de la noche viene el ladrón, vigilaría y no dejaría abrir un boquete en su casa.

Por eso, también ustedes estén preparados, porque a la hora menos pensada viene el Hijo del hombre (Mt 24, 37-44).

 

 

Contemplación

La contemplación al comienzo del Adviento es muy simple. Se basa en una verdad que a veces se nos tapa, y es ésta: si Jesús dice que vendrá, entonces es que hay una puerta abierta.

Si vino una vez, si viene a consolarnos cada día mientras vamos de camino por la vida, si vendrá trayendo consigo el último día, significa que tenemos que mirar hacia allí donde la realidad es una puerta abierta.

Como cuando uno espera la salida del sol y concentra la mirada allí donde el cielo irradia ese esplendor de luz primero blanca y luego amarillo como oro fundido.

El libro del Génesis nos regala la primera imagen de la creación como la de la luz que se abre espacio en medio del caos y las oscuras tinieblas. Dijo Dios: Haya Luz. Y la luz se hizo” (Gn 1. 2-3).

Las cosas son lo que son, pero tienen un lugar abierto en sí para dar a luz algo mejor.

Las estrellas son estrellas desde hace quince mil millones de años –cada una con sus planetas y asteroides girando alrededor- y lo siguen siendo, pero en nuestro planeta, hace 2.700 millones de años, surgió algo totalmente nuevo: se abrió paso la vida fotosintética de las plantas marinas.

Las plantas siguen siendo plantas desde entonces, pero en ellas –en su estructura íntima- hubo espacio para que se abriera paso la vida animal.

Los animales siguen siendo animales desde entonces, pero en su estructura íntima hubo espacio abierto para que hace menos de dos millones de años, adviniéramos nosotros, los hombres: la vida autoconsciente y libre, la vida espiritual.

Los hombres seguimos siendo animales racionales, cosa que una cultura que se dice agnóstica, se empeña en querer demostrar… Como si no bastara con ver en el noticiero las noticias sobre Mosul o estudiar nuestros propios comportamientos egoístas, para darnos cuenta de que somos eso, simples animales, a los que la razón nos permite “salirnos de los límites” y experimentar sobre nuestra propia vida y, lo que es muchas veces muy triste, sobre la vida de los demás.

Es importante esta verdad: que si no nos abrimos a ese “algo más”, que hizo que surgiéramos desde el interior de las otras especies, y damos a luz “algo mejor”, no sólo somos “simples animales racionales”, sino que nos convertimos en algo negativo. La racionalidad, cuando no se abre al corazón, se enfría y, paradójicamente, esto hace que nuestras pasiones animales pierdan sus límites naturales y enloquezcan.

¿Qué sino paranoia es esa violencia que convierte la lucha natural por un pedazo de carne, propia de un lobo tanto como de una gaviota, en la fabricación y venta organizada a escala mundial de armas de todo tipo, incluso químicas, que bombardea poblados indefensos y hace explotar bombas humanas en aeropuertos?

¿Qué sino exacerbación frenética es una sexualidad que convierte la expresión del amor y la fecundidad en una industria de pornografía y recurre a la trata de personas –incluso niños y niñas- para alimentarla?

¿Qué sino delirio es una industria que produce cosméticos con carne humana y deja que se pudran toneladas de alimento mientras millones de personas padecen hambre y los niños nacen y viven desnutridos?

Paranoia, exacerbación frenética, delirio… El mal, antes que problema moral, es locura que sólo la razón y una obcecada libertad pueden sostener.

Cuando cerramos la puerta a esta apertura que es constitutiva de toda realidad, no solo nos apartamos de Dios, sino que engendramos en nuestro interior algo peor que un simple “animal racional”. Le abrimos la puerta a la locura del mal.

Lo que narra el Génesis en el relato del Diluvio no es simple pasado, sigue siendo actual: “Vio Dios que la maldad del hombre cundía en la tierra, y que todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal de continuo”. Esto hizo que le pesara “a Dios haber creado al hombre en la tierra y se indignó su corazón” (Gn 6, 5-6).

La imagen de Noé construyendo el Arca, es la imagen que contrasta con toda esta locura. Aunque parezca poca cosa: “Basta un hombre bueno para que haya esperanza” dice de él Laudato Si (71).

Resulta conmovedora la imagen de Noé –“el hombre más justo y cabal de su tiempo”- que se puso a construir un Arca en las afueras de su pueblo. Todos se le reían y “comían y bebían y se casaban…”, dice la Biblia, dando a entender que cada uno estaba en lo suyo. Pero Noé soñaba un Arca en la que cupieran todas las especies animales de la tierra.

Luego de que las aguas hayan “tapado” todo, el Arca será una puerta abierta flotante, desde la que la humanidad verá salir por fin el arco iris de la alianza.

Es clave para nosotros abrir espacio y darle peso a esta imagen primordial y al mensaje de fondo que contiene: los seres humanos que vivimos actualmente descendemos de hombres como Noé.

No descendemos de los necios que murieron ahogados en su maldad y no dejaron descendencia.

Es cierto que el mal cubre toda la superficie de la tierra, pero los que vivan en el futuro nacerán de los que seamos como Noé, de los que construyamos estructuras omni-inclusivas –Arcas- y no de los que vivan sólo para sí, ni mucho menos de los que construyen estructuras que descartan.

Alguno dirá –siguiendo las pautas publicitarias-: “Pero la vida es para gozársela uno, no es para perderla pensando en los que vendrán”.

Esta verdad que pone en movimiento a toda la sociedad del consumo es una verdad muy extendida, pero es bastante superficial.

¿Hay acaso gozo más grande en la vida que gozar con los nietos?

¿Tiene sentido envejecer rodeado de lujos y poder en espacios vacíos de nietos?

Y digo no solo de los propios sino de los de todos los demás.

¿No es lo más lindo de la vida tomar conciencia de que otros soñaron con nosotros, trabajaron para nosotros, gastaron su vida por nosotros?.

¿No hay un Noé en la historia no muy lejana de toda familia actual, uno que tomó consigo a los suyos y se subió a una barca salvando a la familia de alguna guerra o de alguna crisis y estableciéndose en un nuevo país?

Para comenzar el Adviento le abrimos espacio en el corazón a esta pequeña abertura que todos tenemos y que nos constituye como creaturas y como seres humanos. Por esa apertura, que llamamos nuestros sueños, nuestra esperanza, nuestro amor que nos hace abrirnos a los demás, entrará Jesús. Igual que un día entró por es “Sí” abierto y acogedor de María, nuestra Señora.

Si la realidad es abierta ¿es tan extraño el anuncio de que hace dos mil años, en un momento preciso y único de la historia, Advino Aquel en quien fueron creadas todas las cosas, precisamente gracias a este carácter suyo de estar abiertas? ¿Es tan extraño que haya venido a habitar entre nosotros Aquel que nos creo habitables, es decir “abiertos a lo otro”?

“Hay toda una mentalidad que descarta y da por supuesto que no tiene sentido hablar de una venida de Dios a este mundo pequeñito dentro de un universo infinito y en un momento concreto de la historia.

Lo cual es como no entender que precisamente es eso lo único que tiene sentido en un universo así, en que la apertura de las grandes estructuras acoge la vida como pequeña semilla.

Dentro del cosmos infinito, nuestro pequeño planeta vivo.

Dentro de la madre, la vida que comienza.

Dentro de nuestro cuerpo, la chispa espiritual de nuestro corazón.

Dentro de nuestro corazón, la pequeñez infinita de la Trinidad.

Ese Dios que se hace presente y viene a habitar en nosotros porque se ha enamorado de nuestra abierta pequeñez” (2010).

P. D. La imagen del Arca de Noé es del Taller de artesanías San Roque González de Santa Cruz, de El Hogar de San José, una de esas Arcas de misericordia que abre sus puertas a las personas en situación de calle en Buenos Aires (En Youtube hay un lindo video donde se puede ver la magia de las manos de los artesanos: https://www.youtube.com/watch?v=o2Fa71_WRDE).

Diego Fares sj

 

Domingo 23 B 2009

Jesus_curando al sordoLa Palabra que nos regala el don de escuchar

Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón
y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.
Entonces le presentan a un sordo que hablaba con dificultad
y le ruegan que ponga sobre él su mano.
Jesús tomándolo aparte lejos de la multitud,
le metió sus dedos en las orejas
y con su saliva tocó su lengua (teniéndola firmemente).
Después, levantando los ojos al cielo (al Padre),
suspiró (el Espíritu) y le dijo:
‘Effetá”, que significa ‘ábrete’.
Y al instante se abrieron sus oídos y se le soltó la atadura de su lengua
y hablaba correctamente.
Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie,
pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban
y, en el colmo de la admiración decían:
‘Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Mc 7, 31-37).

Contemplación
Para curar al sordo que habla con dificultad ─ símbolo de Israel, pueblo duro de oídos, y de la humanidad entera, en la que nos incluimos cada uno de nosotros ─, Jesús pone todo su ser. Se lo lleva aparte, lo toca con sus dedos y con su saliva, alza la mirada al Padre, refiriendo a Él, a su Gloria, todo lo que hace sobre esta tierra, y gime suspirando el Espíritu Santo. Todo esto ─ tan simple y tan completo ─ antes de decir la palabra que sana: ábrete.
Tocar, alzar la mirada, suspirar… son gestos sencillos, como todos los del Señor, pero están llenos de amor y expresan sensiblemente su comunión plena con el Padre y el Espíritu Santo.
Lo lindo del pasaje es que uno siente cómo en este Jesús de carne y hueso, el Padre y el Espíritu Santo, bajan a la realidad cotidiana, se meten en el mundo de los hombres, obran conjuntamente, como Trinidad Santa. ¿Tanto Dios para tan poco? Es que abrir los oídos del hombre para nada es poco. Los oídos son el camino de acceso a la libertad del corazón humano. Que escuchen bien, que puedan recibir la Palabra con toda su fuerza de Vida, con sus tonos y matices, es condición esencial para la fe.
La gente se da cuenta de que no es un milagro particular y cuanto más Jesús les manda que no abran la boca, más proclaman y cantan sus alabanzas a Dios: “En el colmo de la admiración decían: ‘Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. El pueblo recibe el eco de la curación del sordo mudo y el milagro se amplifica y resuena al unísono en el corazón de todos. La Palabra de Jesús entró en un corazón (la gente misma se lo había presentado) y, al abrirlo y permitirle hablar correctamente, se produjo el contagio a todos los corazones cercanos, que comenzaron a alabar a Dios como es debido. Nos dejamos contagiar la alegría también nosotros y exclamamos: ¡qué lindo escuchar este evangelio! ¡qué lindo poder decir de Jesús ‘todo lo ha hecho bien’!

Escuchamos bien (‘contemplativamente’, valga la paradoja) lo que dice Jesús: “Effetá”. El evangelio conserva algunas palabras del Señor tal como las pronunció en su lengua materna. Effetá es una de ellas. No se trata de una Palabra cualquiera. Es la que abre camino a todas las demás. Antes de decir otras cosas, Jesús nos dice: ábranse. Abrite. Abrí tus oídos. Abrí tu mente. Abrí tu corazón. Abrite con todo tu ser: confiá, aceptá, recibí lo que se te dona, acogelo, valoralo.
Effetá es la Palabra que nos regala el don de escuchar.
Es el don más precioso. Porque puede acoger a Jesús en plenitud: Él es Palabra.
La vista no alcanza. El Señor tiene que velar su Gloria para no cegarnos con su luz. Y al verlo en su apariencia sencilla, nuestro ojo tiende a pasar de largo. Son cambalacheros nuestros ojos y se dejan deslumbrar con facilidad. El oído en cambio es distinto. En su ámbito se juega nuestra intimidad. Somos más selectivos con el oído. Nos gusta mirarlo todo, porque mirar es como pasear y salir de nosotros mismos. En cambio el oído trae sentimientos a nuestro corazón. Por eso filtramos tanto lo que escuchamos; no fácilmente dejamos que lo que dicen los otros entre más allá de ciertas barreras que ponemos al discurso ajeno. Por eso hay poca gente que escuche en silencio, que escuche bien, antes de hablar. Cada uno habla su palabra, hace que resuene la propia voz, aunque más no sea para contrarrestar el efecto de la voz ajena. Nuestro mundo vive a los gritos, está agitado por voces destempladas, todos hablamos al mismo tiempo temiendo ser invadidos por las palabras de los demás.
Por eso Jesús se toma tanto trabajo para abrir los oídos del sordo.
El Señor quiere hacernos caer en la cuenta de la importancia que tiene este milagro de apertura. Effetá es la apertura a la Palabra, la que abre todo lo demás.
Cuando escuchamos a Jesús se abre el Cielo.
Habla el Padre diciendo: Este es mi Hijo el Predilecto. ¡Escúchenlo!
Pero para escucharlo, el mismo Jesús tiene que abrirnos el oído diciendo “Effetá”.
Y lo importante es que esa Palabra mágica la tiene que pronunciar Jesús mismo. No otro. Otros pueden presentarme a Jesús y ayudarme a discernir, pero de última, sólo Jesús en Persona es el protagonista de este encuentro.
¿Y cómo nos damos cuenta de que es Él el que habla? Por los frutos: su Palabra siempre nos abrirá a más Palabra, a más Jesús.
En el Evangelio de hoy es Jesús mismo quien le dice a quien quiera oír “abrite”.
Se trata de un Effetá pronunciado con los ojos mirando al cielo; como indicando la dirección de la apertura. Abrite al Padre. Abrite a la influencia benéfica del Padre que te atraerá de vuelta hacia Mí.
Se trata también de un Effetá suspirado y gemido; como indicando que lo que abre es el Espíritu de la Palabra, su soplo de Dios viviente, no la materialidad de lo dicho. No es Palabra escrita ni dicha de manera neutra: es Palabra suspirada con un gemido de amor que brota de lo íntimo del Corazón de Jesús.
La apertura de los oídos del sordo es un anticipo de la Apertura grande que traerá el Espíritu en Pentecostés. Allí se abrirán los corazones de los discípulos, reunidos en torno a nuestra Señora, la Primera entre todos los que abrieron su corazón a la Palabra, y los corazones abiertos de los apóstoles abrirán los oídos de todos los pueblos. La Palabra resonará directamente en el corazón de la gente, superando esa especie de sordera que es cada cultura si no puede abrirse a las demás y a la Cultura del Reino. Sordera, digo, porque cada uno escucha lo que se dice en su lengua y las otras le suenan raro. Cuando uno solo escucha palabras dichas entre los que son iguales, corre el riesgo de ir cerrando el corazón a palabras nuevas, a la Buena Nueva de Jesús.

A Jesús le podemos abrir el oído entero y todo el corazón. Podemos quedarnos escuchándolo hablar todo el tiempo que sea, sin peligro de que nos canse o no nos deje ser nosotros mismos. Hemos sido creados por esa Palabra y cuando Ella habla, hace resonar lo más íntimo de nuestro Ser. Cuando Jesús habla hablamos nosotros mismos, encontramos la palabra justa para expresar lo que somos y necesitamos y lo que queremos ser.
Effetá. Abrite. Abrí tus oídos y dejá que hable Jesús en tu interior.
Diego Fares sj