En aquel tiempo, Jesús dijo:
«Mis ovejas escuchan mi voz, Yo las conozco y ellas me siguen.
Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás
y nadie las arrebatará de mis manos.
Mi Padre, que me las ha dado, es mayor que todos
y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre.
El Padre y yo somos uno» (Jn 10, 27-30).
Contemplación
El acontecimiento más fuerte de esta semana ha sido la presentación de la Exhortación apostólica Amoris Laetitia, del Papa Francisco. Y el evangelio del Buen Pastor –ese al que sus ovejas escuchan y reconocen- nos da una clave linda de lectura contemplativa. Contemplativa en el sentido de reconocer a Cristo en el otro con los ojos y también con los oídos.
Contemplar con los ojos
“Como los Magos, las familias son invitadas a contemplar al Niño y a su Madre (y a José), a postrarse y adorarlo” (AL 30).
Jesús, María y José
en vosotros contemplamos
el esplendor del verdadero amor,
a vosotros, confiados, nos dirigimos (Oración final).
Esta imagen tan linda, la fotografié ayer en nuestra Casa de Roma que está sobre la enfermería, para mandarle a una amiga carmelita, que fue la que me hizo notar la presencia de la mujer en la escena. San Ignacio dice, en la contemplación del Nacimiento:
“El primer punto es ver las personas, es a saber,
ver a nuestra Señora y a José y a la ancila
y al niño Jesús después de nacido,
haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno,
mirándolos, contemplándolos y
sirviéndolos en sus necesidades,
como si presente me hallase,
con todo acatamiento y reverencia posible;
y después reflexionar en mí mismo
para sacar algún provecho” (EE 114).
Esta “ancila”, empleada o criada en castellano antiguo, es esa mujer que cuida a los hijos y es parte de la familia.
Esa es la actitud con la que Ignacio entra él mismo y nos hace entrar en la contemplación: como si fuéramos un “pobrecito y esclavito indigno”.
Como esa criada: con todo el respeto del mundo pero también con toda su familiaridad.
Es decir: nos mete en la escena.
Por el lugar más humilde pero como protagonistas, no como espectadores.
Por aquí van los sentimientos del Papa a la hora de contemplar a la Sagrada Familia y a las familias del mundo actual.
Contemplar la familia del Cielo
En el número final, el Papa nos pide contemplar la plenitud familiar que todavía no alcanzamos. Por un lado, para desear más y nunca renunciar a dar un pasito adelante de madurez en nuestro amor familiar. Allí está una gran fuente de alegría para toda la sociedad. Por otro lado, para poder relativizar bien el camino histórico de nuestras familias, sin desesperar por nuestros límites ni juzgar duramente ninguna fragilidad (AL 325).
El Papa mismo se puso en esta clave contemplativa: “Agradezco –dice al comienzo- por tantos aportes que me han ayudado a contemplar los problemas de las familias del mundo en toda su amplitud” (AL 4).
La Iglesia de Papa Francisco contempla los acontecimientos de cada una de nuestras familias, con los ojos de la Virgen, ya que María conserva cuidadosamente en el tesoro de su corazón todo lo que nos pasa (AL 30).
“Quiero contemplar – dice el Papa- a Cristo vivo presente en tantas historias de amor, e invocar el fuego del Espíritu sobre todas las familias del mundo” (AL 59).
Contemplar sintiendo amor por la familia
Ayer, en una presentación que el Padre Yáñez y su equipo de pastoral familiar hicieron en la Gregoriana, un Psicólogo decía que había que ponerse desde perspectiva del Papa Francisco, esto es: no solo la del “amor en la familia” sino la del “amor por la familia”. Es decir: no se trata de una reflexión sobre el amor sino de compartir el amor por las familias que muestra el Papa y la mayoría de los padres Sinodales.
La Exhortación nos propone una mirada “estética”, capaz de mirar la belleza de la familia real con la mirada creativa del que mira con amor, valorando (AL 128).
Cuando digo real hablo tanto de las familias perfectas del cielo como de las familias imperfectas de la tierra. Real es “lo concreto y lo actual” y se opone a “abstracto” y a lo “meramente posible”. Abstractas son las familias que sólo están en los papeles, sean los papeles del estado, sean de los imaginarios sociales publicitados, sean los de la misma Iglesia, cuando se conforma con puntualizar las formulaciones generales en sí mismas, multiplicando normas para “casos” abstractos, sin contacto con la gente real (la real del cielo –los santos- y la de la tierra –nosotros-).
Las heridas del no contemplarnos
El Papa refuerza esta mirada amorosa cuando nos hace ver cómo “Muchas heridas y crisis se originan cuando dejamos de contemplarnos” Es el reclamo que muchas veces escuchamos en la familia: « Mi esposo no me mira, para él parece que soy invisible». « Por favor, mírame cuando te hablo ». « Mi esposa ya no me mira, ahora sólo tiene ojos para sus hijos » « En mi casa yo no le importo a nadie, y ni siquiera
me ven, como si no existiera ». El amor abre los ojos y permite ver, más allá de todo, cuánto vale un ser humano. (AL 128).
Y la imagen más linda que pone el Papa de ese amor contemplativo es la de la Fiesta de Babette, ese film en que la “empleada” transforma una familia amargada en una familia gozosa con la exquisitez de una cena preparada con infinito amor:
“La alegría de ese amor contemplativo tiene que ser cultivada.
Puesto que estamos hechos para amar,
sabemos que no hay mayor alegría que un bien compartido:
« Da y recibe, disfruta de ello » (Si 14,16).
Las alegrías más intensas de la vida brotan
cuando se puede provocar la felicidad de los demás,
en un anticipo del cielo.
Cabe recordar la feliz escena del film La fiesta de Babette,
donde la generosa cocinera recibe un abrazo agradecido y un elogio:
« ¡Cómo deleitarás a los ángeles! ».
Es dulce y reconfortante la alegría de provocar deleite en los demás,
de verlos disfrutar” (AL 129).
El Papa termina revelándonos la clave de cómo mira él a todos y cómo es esta mirada la que impregna toda la Exhortación:
“Es una honda experiencia espiritual
contemplar a cada ser querido
con los ojos de Dios y reconocer a Cristo en él.
Esto reclama una disponibilidad gratuita
que permita valorar su dignidad.
Se puede estar plenamente presente ante el otro
si uno se entrega « porque sí »,
olvidando todo lo que hay alrededor.
El ser amado merece toda la atención.
Jesús era un modelo porque,
cuando alguien se acercaba a conversar con él,
detenía su mirada, miraba con amor (cf. Mc 10,21)” (AL 323).
Contemplar con los oídos
El Señor define la pertenencia a su familia en clave de escucha y práctica: « Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra » (Lc 8,21).
Cuando lo que se escucha es verdaderamente la Palabra de Dios, la Palabra encarnada, esta no se queda en el papel sino que se pone inmediatamente en obras.
Una sana autocrítica
El criterio de discernimiento se da en la práctica: allí, en los frutos de amor (de los cuales la alegría es el fruto interior y contagioso más notorio) se comprueba la veracidad de la Palabra. Una palabra que no da frutos, que sólo produce distinciones bizantinas y discusiones interminables e ininteligibles, no es Palabra de Dios. Será un estuche que la contuvo en alguna época, pero esto se debía a que ese envoltorio o formulación cultural “tocaba” el corazón de la gente.
Cuando una palabra deja de tocar el corazón de la gente no siempre es porque el corazón de la gente sea duro. Muchas veces es porque la formulación se ha endurecido, se ha esclerotizado.
Puede ser que si hablamos de “dinero”, las formulaciones de la Iglesia les parezcan duras a muchos por la avaricia que les endurece su corazón.
Pero si hablamos de familia, de hijos pequeñitos, de amor de esposos que luchan todo el día codo a codo por hacer su casita y criar a sus pequeños, no podemos pensar que allí sea la dureza del corazón el problema.
Más bien hay que pensar, como dice el Papa, que ha sido el lenguaje de algunos eclesiásticos el que ha contribuido a crear el problema del que nos lamentamos y por eso “nos corresponde una saludable autocrítica” (AL 36).
Escuchar lo esencial: el júbilo del amor familiar
La alegría del amor de las familias es el júbilo de la Iglesia. El júbilo son esos gritos de alegría que salen del corazón y la mejor imagen son las carcajadas de los niños que alegran el clima familiar.
La propuesta del Papa va por el lado de “volver a escuchar lo esencial” (AL 58), la risa de la alegría del amor familiar que encanta el alma de los jóvenes, despertando el deseo de formar familia, y dilata serenamente el corazón de los abuelos, haciéndoles sentir que valió la pena tanta lucha para formar una familia.
Exigir a la libertad más que a las pasiones
La exhortación nos propone a todos –familias y pastores- un ejercicio ascético exigente. No va por el lado del ascetismo de las pasiones, como estamos acostumbrados. Sino por el lado del ascetismo de la libertad que “consiste en escuchar con paciencia y atención, hasta que el otro haya expresado todo lo que necesitaba” (AL 137). En esto vemos la pedagogía de Francisco, que no pone el acento en querer “dominar perfectamente las pasiones (la sexualidad sobre todo)” ya que “de nuestras pasiones solo tenemos dominio político, no monárquico”, como dice Santo Tomás, sino que pone el acento en educar la libertad. Ser inflexibles con nosotros mismos si no nos hemos ayudado con nuestra libertad para “escuchar” al otro –al esposo o a la esposa, a los hijos, con sus reclamos, a los nonos con sus quejas (AL 191) …- es una exigencia posible difícil pero posible de cumplir.
Los consejos del Papa revelan su sabiduría (y su calle): Escuchar…
“… Requiere la ascesis de no empezar a hablar antes del momento adecuado.
En lugar de comenzar a dar opiniones o consejos,
hay que asegurarse de haber escuchado todo lo que el otro necesita decir.
Esto implica hacer un silencio interior
para escuchar sin ruidos en el corazón o en la mente:
despojarse de toda prisa,
dejar a un lado las propias necesidades y urgencias, hacer espacio.
Muchas veces uno de los cónyuges no necesita una solución a sus problemas,
sino ser escuchado.
Tiene que sentir que se ha percibido su pena, su desilusión, su miedo, su ira, su esperanza, su sueño.
Pero son frecuentes lamentos como estos: « No me escucha. Cuando parece que lo está haciendo, en realidad está pensando en otra cosa ». « Hablo y siento que está esperando que termine de una vez ». « Cuando hablo intenta cambiar de tema, o me da respuestas rápidas para cerrar la conversación»” (AL 137).
Toda familia es oveja capaz de escuchar la voz del Buen Pastor
Al mismo tiempo el Papa confía en que los esposos son capaces de “escuchar más en su conciencia a Dios y a sus mandamientos y de hacerse acompañar espiritualmente” de modo que sus decisiones sean íntimamente libres de subjetivismos y acomodamiento a la mentalidad de moda (AL 221).
Esta confianza en que las ovejas “escuchan” la voz del Pastor, lleva a ayudar a “formar” las conciencias, no a querer sustituirlas (AL 37) con normas generales para todo caso que llevan a una inmadurez espiritual.
Los pastores desconfiados
Aquí está la clave de muchas críticas al Papa y a la Exhortación. Hay pastores que no confían en que cada persona del pueblo fiel de Dios “escucha la voz de Jesús” en su interior. En que la escucha y la entiende perfectamente, en el sentido de que siempre está abierta a escuchar más y mejor y a dejarse guiar y corregir. A algunos esta confianza en la madurez de la conciencia de la gente, que se muestra en no “explicitar todo con normas canónicas” les parece infidelidad a la ley. Si no ven escrita una prohibición en el papel piensan que se es infiel a la doctrina revelada. No ven que hay una ley que el Buen Pastor mismo escribe en los corazones y que muchas veces se escribe “con renglones torcidos”.
Un magisterio extraordinario
Un magisterio que confía en el buen sentido y en la fidelidad de las personas, especialmente cuando se trata de “personas en familia” es un magisterio más profundo, valiente y serio que un magisterio que sólo se preocupa de mantener la coherencia entre lo escrito en un concilio y lo formulado en otra encíclica. Sin dejar de lado esta letra escrita en papeles, el magisterio se juega a la letra escrita en los corazones, que lleva más tiempo leer y se lee de manera íntima y personal, en diálogo serio y dócil con la Iglesia, que es Madre y Maestra.
El amor necesita tiempo
“Este camino – que propone el Papa- es una cuestión de tiempo. El amor necesita tiempo disponible y gratuito, que coloque otras cosas en un segundo lugar. Hace falta tiempo para dialogar, para abrazarse sin prisa, para compartir proyectos, para escucharse, para mirarse, para valorarse, para fortalecer la relación” (AL 224).
Tiempo y un “saber escuchar afinando el oído del corazón” (AL 232). Porque “el amor
tiene una intuición que le permite escuchar sin sonidos y ver en lo invisible” (AL 255).
Así, el Papa “invita a los pastores a escuchar con afecto y serenidad” a las familias para ayudarlas a vivir mejor y a reconocer su propio lugar en la Iglesia, dejando de lado una “fría moral de escritorio” y “situándose en el contexto de una discernimiento pastoral cargado de amor misericordioso” (AL 312).
Diego Fares sj