Simón Pedro y el Resucitado: cinco pasos de maduración en la amistad (Pascua 3 C 2022)

1 Poco después, Jesús se apareció otra vez a sus discípulos junto al lago de Tiberíades. 2 Estaban juntos Simón Pedro, Tomás «El Mellizo», Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. 3 En esto dijo Pedro: –Voy a pescar. Los otros dijeron: –Vamos contigo. Salieron juntos y subieron a una barca; pero aquella noche no lograron pescar nada. 4 Al clarear el día, se presentó Jesús en la orilla del lago, pero los discípulos no lo reconocieron. 5 Jesús les dijo: –Muchachos, ¿han pescado algo? Ellos contestaron: –No. 6 El les dijo: –Echen la red al lado derecho de la barca y pescarán. Ellos la echaron, y la red se llenó de tal cantidad de peces que no podían moverla. 7 Entonces, el discípulo a quien Jesús tanto quería le dijo a Pedro: –¡Es el Señor! Al oír Simón Pedro que era el Señor, se ciñó un vestido, pues estaba desnudo, y se lanzó al agua. 8 Los otros discípulos llegaron a la orilla en la barca, tirando de la red llena de peces, pues no era mucha la distancia que los separaba de tierra; tan sólo unos cien metros. 9 Al saltar a tierra, vieron unas brasas, con peces colocados sobre ellas, y pan. 10 Jesús les dijo: –Traigan ahora algunos de los peces que han pescado. 11 Simón Pedro subió a la barca y sacó a tierra la red llena de peces; en total eran ciento cincuenta y tres peces grandes. Y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. 12 Jesús les dijo: –Vengan a comer. Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntar: «¿Quién eres?», porque sabían muy bien que era el Señor. 13 Jesús se acercó, tomó el pan en sus manos y se lo repartió; y lo mismo hizo con los peces. 14 Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos, después de haber resucitado de entre los muertos.
15 Después de comer, Jesús preguntó a Pedro: –Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos (agapás me pleon touton)? Pedro le contestó: –Sí, Señor, tú sabes que te quiero (filo se). Entonces Jesús le dijo: –Apacienta mis corderos.16 Jesús volvió a preguntarle: –Simón, hijo de Juan, ¿me amas (agapás me). Pedro respondió: –Sí, Señor, tú sabes que te quiero (filo se). Jesús le dijo:–Pastorea mis ovejas.17 Por tercera vez insistió Jesús: –Simón, hijo de Juan, ¿me quieres (fileis me)? Pedro se entristeció, porque Jesús le había preguntado por tercera vez si lo amaba, y le respondió: –Señor, Tú todo lo sabes, Tú conoces que te quiero (filo se). Entonces Jesús le dijo: –Apacienta mis ovejas.18 Te aseguro que cuando eras más joven, tú mismo te ceñías el vestido e ibas adonde querías; mas, cuando seas viejo, extenderás los brazos y será otro quien te ceñirá y te conducirá adonde no quieras ir. 19 Jesús dijo esto para indicar la clase de muerte con la que Pedro daría gloria a Dios. Después añadió: –Sígueme. (Jn 21,1-19).

Contemplación 

La resurrección entra en la vida cotidiana de la comunidad y se mezcla con ella. Con toda normalidad. Esa es la dinámica del pasaje de Juan: un Jesús que se mete en la pesca fallida y la vuelve a hacer pesca milagrosa, un Jesús resucitado que los espera a la orilla del lago, después de la noche de trabajo. Les ha preparado algo con sus panes y peces de resucitado, pero les pide que traigan de los de ellos. No hace falta que hagan teología (que le pregunten quién es); saben muy bien que es el Señor. 

Esta vez Él les da panes y peces y lo que se ve es una especie de comunión espiritual. Están en medio de una jornada de trabajo por todo lo que han pescado y no hay mucho tiempo para hacer una misa así que comulgan con panes y peces. Al fin y al cabo la Eucaristía es todo, toma el pan y el vino, sí, como materia, pero como fruto de la Encarnación que participa de toda nuestra materia, la Eucaristía y los panes y peces de Jesús Dios encarnado, muerto y resucitado por nosotros abarca y consagra todo el universo. Es como si Jesús les hiciera ver que lo importante es que lo vean y lo piensen y lo sientan y quieran como lo que es ahora: el resucitado. El Dios con llagas que está a la derecha del Padre y se mete en todo lo que hacemos intercediendo y bendiciendo. Un Dios muy “uno más”. El testimonio primero que tienen que dar ellos es este: que a Jesús lo mataron pero resucitó y estuvo con ellos: lo vieron, lo oyeron, lo abrazaron, comieron con Él. La fe en que anda por este universo un Jesús resucitado, que obra por su Espíritu, es una fe que te cambia la vida. Eso sí, hay que fijar los ojos allí: en Jesús resucitado tal como lo testimonian los testigos que eligió (que fueron todos los de su comunidad).

Una cosa que me llamaba la atención esta semana es que la liturgia ya empieza a poner textos de la vida pública de Jesús. No es que se le hayan acabado los de la resurrección. Juan dice que tenía un montón más para escribir, imagínense. Los libros, dice, llenarían el mundo. Pero la opción, cuando Jesús se va “al cielo” (en el que nos cuesta creer porque no tenemos imagen fuera de las de Stephen Hawking que mezcla cosas y dice cualquiera, la opción decía es volver a recordar todo lo que hizo Jesús en vida “común”. Pensemos que las cosas que habían pasado era de algunos añitos nomás (que se les deben haber pasado volando como a nosotros estos dos (para tres) de la pandemia). Así, todo el evangelio hay que leerlo como escrito después de la resurrección, con esa perspectiva, desde ese “paradigma”. Estaba todo fresco y recordar cosas entre todos (Juan vio todo con sus propios ojos; Lucas dice que se informó muy bien con los testigos…) debe haber sido un placer. Tanto como comenzar a leer el evangelio cada domingo en la misa. La Palabra fue estructurando la vida de la comunidad en torno a Jesús resucitado. 

El cuadro de Rupnik lo expresa (para mí) en ese compartir pescaditos entre Jesús y Pedro. La resurrección se testimonia en medio de una compartida en la que cada uno pone lo suyo y Jesús lo bendice, lo asume y lo reparte.

Luego está la charla con Simón Pedro, que se suele robar la escena que, como vimos, es muy rica en lo que a Resurrección que se mete en la vida cotidiana se refiere. En el diálogo entre Jesús y su amigo también se mezcla la resurrección. Ahora no con el trabajo y la comida sino con la amistad, con el amor. Creo que Jesús le acerca su amor a Pedro, que lo tiene en muy alta consideración y se emociona todo cuando Jesús le va preguntando. Si me amas más, si de verdad simplemente me amas… son preguntas que conmocionan a Simón Pedro y le hacen brotar todos sus sentimientos para con Jesús: su culpa, sobre todo, sale; sale su ser un pobre pecador y un pobre pescador… Uno que hasta en la comunidad es criticado (se discutía siempre sobre quién era el más grande y él no quería ser el más grande…). Jesús le pacifica el corazón y -como resucitado (es decir como uno que sanciona y da ley para adelante) se lo fija en la amistad. Ya se todo lo que sos, que te tentás, que me negaste, que me amás “más” (o así lo piensan los que nos ven con ojos aún no del todo iluminados por la fe, que ven cuantitativamente y no cualitativamente las cosas), pero lo que yo te pregunto es si me querés como amigo. Señor Tú lo sabes todo, tu conoces que te quiero como amigo. Apacienta mis ovejas, entonces. Es decir: entre nosotros, todo en paz, no hace falta darle vueltas a si sos mi amigo, y los ojos, de ahora en más en la misión: apacentar a las ovejas. Apacentarlas, no inquietarlas como hacen tantos malos pastores que a la primer idea de moda inquietan el rebaño con cosas raras, que no son la fe y la caridad.

Jesús le da a su amigo el modo de tratarlo a Él y de tratar a las ovejas. A Él, quererlo como amigo; a las ovejas, apacentarlas. Apacentarlas para que pueda obrar el Espíritu, que trabaja cuando lo dejamos que trabaje en paz en nuestra oración y en la comunidad. 

Un poquito de contemplación (o contempl-acción, como le digo yo)

“Visualizamos la escena”: podemos imaginar al grupo -atareado-, luego de la pesca milagrosa y del desayuno que les preparó Jesús. Es el momento en que los otros van a ocuparse de los pescados y las redes y dejan un rato a solas a Jesús con Pedro. 

Los imagino sentados, apoyados en una roca, mirando el lago… Pedro con algún palito en la mano… Un poco a la defensiva, quizás. A ver qué quiere ahora el Maestro. A la tercera pregunta Juan dice que “se entristeció”. No podemos verlos pero de las palabras podemos ir dejando que el Espíritu nos haga “sentir” lo que ellos sienten. La cuestión es que se entristeció Pedro. Es decir, le salió lo que tenía más adentro, la síntesis de todo lo que había vivido con Jesús, le dejaba como saldo tristeza. Pienso que se trata de una tristeza nueva, del Espíritu. Pablo habla de ella a los Corintios, cuando les dice: “Ahora me regocijo, no de que fuisteis entristecidos, sino de que fuisteis entristecidos para arrepentimiento; porque fuisteis entristecidos conforme a la voluntad de Dios, para que no sufrierais pérdida alguna de parte nuestra” (2 Cor 7, 9). El Espíritu está obrando decididamente en Simón Pedro, que se tira al agua cuando Juan, su amigo, le dice que ”es el Señor”; es un Simón Pedro que se baja la red llena de peces y los cuenta -eran 153 peces grandes-; es un Simón que charla a solas con Jesús… y se entristece. Todas estas “cosas” que Pedro siente y hace, que parecen un poco impulsivas, son cosas que hace “de corazón”, impulsado por el Espíritu, al que “ama sin haberlo visto” y del que “va sintiendo los efectos de su presencia activa en su corazón. Esta tristeza es también del Espíritu. Es una tristeza de no ser “solo de Jesús”, de no tener a Jesús “por único tesoro”. Y el amor no basta. El amor común y aún el que el Espíritu ha derramado en nuestros corazones, no basta, sino tiene este plus, diríamos, de la amistad. Esa amistad que lo empareja todo, que lo aclara todo, que lo resuelve todo. Y a ese amor de amistad apunta Jesús: ¿me quieres como amigo? Es lo que Simón Pedro le ha estado diciendo cada vez. Pero Simón lo decía un poco como rebajando. Jesús lo dice enalteciendo este tipo de amor. Allí se siente cómodo el Señor y ese “molde” (como ama un amigo a otro amigo) nos lo da para que discernamos. Con la ayuda del Espíritu, por supuesto, pero se ve que para Jesús -que vivió con ellos todos esos años- basta. Y no vamos a describir más el amor de amistad ya que es muy personal y cada uno lo tiene que rezar. No queda otra: es algo para rezar mucho y de lo que hay que hablar poco. El efecto de esta oración se verá en el pastoreo de las ovejas, que se la otra cosa que le preocupa a Jesús. Que “el más grande y el más amigo sea pastoreador”.  A Jesús le interesa si el amor de Pedro ha madurado para las ovejas. Lo más lindo es cómo Jesús cosecha algo nuevo, hace que salga a la luz algo que sembró al comienzo en el corazón de Pedro, que fue haciendo crecer durante los años de vida compartida y que ahora da su fruto. Es esa síntesis única de amistad personal y  de compromiso comunitario (institucional), que es la roca en la que se funda la Iglesia. Esta síntesis es cuestión de corazón, no de conceptos abstractos ni de votos voluntarios sino de corazón. Recordemos algunos pasos en los que va cuajando esta síntesis que Jesús fue trabajando en su amigo:

Pasos para madurar en la amistad con Jesús:

1 Que te cambie el nombre (o te agregue otro, el de tu carisma para los demás)

El primer paso fue el cambio de nombre: Vos sos Simón, te llamarás Pedro. Cambiarle el nombre de entrada fue toda una jugada de Jesús. Fue como decirle: para que yo te enseñe y te forme, vos tenés que  cambiar toda tu manera de sentir: de ahora en más tendrá que sentir el peso y la densidad de ser Roca para los demás. Igual recordemos que Jesús lo sigue llamando Simón, Simón Pedro. Una síntesis con dos nombres. Desde esta perspectiva que vamos siguiendo, los dos nombres sirven para ir creciendo en el amor de amistad. Vieron lo que pasa cuando a algún amigo le dan un cargo político importante y nos juntamos a charlar? Ahí se ve el grado de maduración en la amistad que tiene. Está el que nos incluye y el que nos hace sentir “ni se te ocurra pedirme guita”. Bueno, por aquí va lo de los dos nombres. 

2 Que no te la creas. (punto).

Un segundo paso fue el de darle la misión apenas se confiesa los pecados: “Soy un hombre pecador”. “Seguime y yo haré de vos un pescador de hombres”. Es la síntesis del “no te la creas”. Mirá que vos estás aquí porque sos amigo mío, no por mérito propio. Pedro, esto siempre lo tuvo claro. Quizás demasiado.

3. Que tu fe en Él sea capaz de hacerte «ir a pérdida»

Otro paso de maduración en la amistad es el de la fe: la fe humana, diríamos, que hace que Pedro se juegue siempre por Jesús (Señor ¿a quien iremos? Solo tú tienes palabras de vida eterna”). La fe, la que es fruto del cariño y de la amistad, no la que viene de las especulaciones teóricas, es la clave en Simón Pedro. Vieron esa fe que tenemos en que los amigos “harán las cosas bien de alguna manera” y que si no pueden, “iremos a pérdida con ellos”? Bueno, esa fe fue madurando, madurando y cuajó en la resurrección, cuajó en Pentecostés, cuajó cuando hubo que abrirse a los paganos, en cada crisis, en cada paso de la comunidad, Pedro “apacentó” a la Iglesia en la Fe, en su fe, luego compartida por el que quiere seguir al Papa en la Iglesia católica. Sin despreciar.

4 Que hagas Ejercicios Espirituales (son Ejercicios del corazón y hacen mucho bien a la lucha espiritual que toca)

Y un cuarto paso es el de la ejercitación del corazón a través de la lucha espiritual, a través de las consolaciones (transfiguración) y desolaciones (el zarandeo de sentimientos ante la Cruz): el que más conoce a Jesús (en la consolación), niega que lo conoce (en la desolación). A este hombre que ha experimentado ante Jesús todos los entusiasmos y todas las desilusiones, Jesús lo quiere fortalecer y consolida su corazón de manera definitiva. Por tres veces, a manera de una alianza, Jesús le indica a Simón por donde tiene que entrar al trabajo pastoral de cuidar las ovejas. El corazón de Jesús -su amigo- es la puerta por donde se entra al corral de las ovejas. “¿Me amas? ¿Estas dentro de mi corazón? Pues allí adentro están las ovejas: son el centro de mis cuidados y de mi amor. Apacentalas, cuidalas”. 

Aquí entra el amor mayor que se requiere para cuidar a los “corderitos”, a los más pequeños: a los chicos, a los viejitos, a los que sufren, a los que están solos… Los que están en el lugar preferido del corazón del Señor. Para ellos Jesús tiene una misericordia especial, una paciencia inagotable, una alegría dulce y creativa. Para apacentar a los pequeños se requiere entrar en el lugar del amor mayor, y hacerlo de corazón, como hacemos en nuestros apostolados, los que elegimos sin que nadie nos obligue.

Vieron qué fácil resulta hacernos amigos de nuestros “patroncitos”? Bueno, esto es por una gracia especial del Espíritu que une sus corazones y los nuestros en un amor al que no hay con qué darle. Amor de amistad.

5 Que rece, reces y reces

El quinto paso es este diálogo, en el que como dijimos, cuajó el sentido pastoral del amor de amistad. Aquí hay mucho para rezar. 

Diego Fares sj

Jesús es Alguien especial, único en el mundo (13 A 2020)

“Jesús dijo a sus apóstoles: El que ama (philon) a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí. Y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentra su vida la perderá. Y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que los recibe a ustedes me recibe a mí y el que me recibe a mí recibe a Aquel que me envió. El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá recompensa de un profeta, y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá recompensa de un justo. Les aseguro que cualquiera que dé de beber aunque sólo sea un vasito de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa” (Mt 10, 37-42).

Contemplación

El Señor habla usando imágenes. Las consideramos en conjunto, como diversos modos de comunicarnos un único mensaje, el cual se podría sintetizar así: solo si tratamos a Jesús como nuestra persona preferida, como nuestro Predilecto, nos ponemos a su altura, nos volvemos dignos de Él, de recibir lo que nos trae del Padre: su Espíritu. Nuestro Padre lo dice claramente: Jesús es su Hijo predilecto, su Hijo amado. Si para el Padre la Persona de Jesús es así, no puede serlo menos para nosotros. 

El punto es que Jesús quiere este trato de parte nuestra. No considera que Él deba ser predilecto solo de su Padre, como uno que quiere ser la persona preferida de algunos, pero no de todos. Lo que quiero decir es que es un honor y una gracia inmerecida que Jesús se fije en nosotros y le interese que le demos este lugar preferencial en nuestra vida. 

Veamos cada una de las imágenes. La primera es una comparación. Jesús toma como ejemplo el amor de un hijo para con su padre y de un padre para con su hijo. Y dice que, con respecto a Él, nuestro amor de predilección debe ser mayor. Que lo debemos preferir. 

El amor del que habla es el más entrañable, el que hace que un hijo se sienta orgulloso de su papá y un papá de su hijo. Pero no es que el Señor intente competir. Creo que más bien lo que intenta es hacernos comprender quién es Él para nosotros: es más que un padre amado, más que un hijo preferido. Toma el sentimiento más entrañable que hay en un corazón humano y entra en él. Si lo tratamos así, lo tratamos como quién es y entonces podrá responder. Si lo tratamos con una preferencia menor, no seremos dignos de Él. 

Esto es así en la vida. Hay personas que son muy dignas por sí mismas, pero si uno las ningunea o las rebaja, aunque no afecte lo que ellas valen por sí mismas, uno se las pierde. El trato es de ida y vuelta: la persona digna, cuando es dignamente tratada, dignifica al que la trata así. Puede resultar paradójico en nuestro mundo en que cualquiera desprecia o habla mal de cualquiera. Pero es claro que «cualquieriar» o «ningunear» a alguien digno y bueno vuelve indigno al que lo trata así, no al otro. 

Yo diría que Jesús con este ejemplo quiere llamar la atención a todos en este punto: si vamos a tratar con Él -acercarnos a su persona, escuchar sus palabras, preguntar acerca de Él a sus amigos/testigos, brindarle nuestra atención…- el rasgo determinante para nuestro modo de tratarlo lo expresa la palabra «especial». Jesús es Alguien especial y debe ser tratado como tal si es que queremos «hacernos dignos de Él», de su mirada, de su atención, de sus beneficios. 

«Trato especial» significa muchas cosas y puede tener infinidad de matices y de grados. “Especial”significa que, subjetivamente, usamos para con Él algún recurso no común de nuestra parte. El Evangelio está lleno de ejemplos así, de lo que este trato especial significaba para la gente pequeña, esa gente que se sentía honrada de poder siquiera merecer tratar con Jesús y se lo demostraba en algún detalle. 

La pecadora que rompe su frasco con perfume de nardo carísimo es quizás la imagen que «perfuma» todas las demás. No se puede ir a Jesús con cualquier perfume. Ni tampoco es digno de Él rociarlo solo con algunas gotas. El ejemplo que se sitúa en el polo totalmente opuesto es el de la hemorroísa, cuyo gesto de tocarle la orla del manto es aparentemente contrario al perfume, que perfuma toda la casa. El suyo es un gesto íntimo, fugaz, imperceptible…, pero «especial». Y el Señor lo nota. Como también es «especial» la limosna de la viuda, esas dos moneditas; o el treparse a la morera de un tipo importante como Zaqueo, sin importar el “qué dirán”. Es especial el modo de escuchar a Jesús -sentada a sus pies- de su amiga María y es especial el modo de querer defenderlo de Simón-Pedro, aunque Jesús le impida causar daño con la espada. 

Todo el evangelio es una sucesión de «encuentros especiales» con Jesús. Y cada uno debe encontrar «su gesto especial», ese que lo hace digno del Señor, de su trato, que es también especial. Quizás este sea el punto: como todo en el Señor es «especial», sólo lo puede comprender y recibirlo el que «existencialmente» pone de parte suya gestos también especiales.

Cuando el Espíritu nos abre los ojos y nos hace ver que «todos los gestos de Jesús para con nosotros fueron especiales» comenzamos a comprenderlos en su peculiaridad. Salimos de la nube de vulgaridad y de banalización en que vivimos inmersos, ese caldo que tiñe con su niebla la vida cotidiana haciendo que todo parezca ordinario en el sentido peyorativo de la palabra: desleído, soso, sin brillo, sin especial bondad. 

La siguiente imagen es la de la Cruz. Leída a la luz de un Jesús que ya estamos considerando como Alguien especial -como el más especial!-, lo de cargar nuestra cruz inclina el peso hacia el seguimiento. Es como si dijera: a Alguien así hay que seguirlo sí o sí y como sea. Por tanto, no se puede poner como excusa la propia cruz. No importa cuál sea: si algo que uno no puede resolver externamente o si es  algo interior. El Señor «nos da permiso» para seguirlo con nuestra Cruz! Esa es la buena noticia. 

La tercer imagen incluye la palabra «psiché». Perder o ganar la vida… psíquica, en el sentido en que se distingue de la vida espiritual -libre- y la vida física. Perder o ganar los entiendo yo en el sentido de «preocuparse por», de centrarse allí. La psichè es el alma o la vida en cuanto sede de los sentimientos, pasiones, deseos, afectos y aversiones psicológicas. En el fondo, lo que está diciendo es que cada uno puede seguir al Señor y relacionarse con Él como es, con su sicología. No es que la madurez y el autodominio psicológico sea condición determinante para relacionarse con Jesús. Al contrario, los enfermos y pecadores son los que mejor se relacionan con este Jesús tan especial. Quizás porque son los que mejor captan su «especialidad» que es redimir, sanar, dar vida, enseñar, disfrutar de la amistad sincera… 

Las últimas imágenes tienen que ver con el recibir y el dar. Miran la intención última con que uno recibe y da. Aquí «lo especial» de Jesús se muestra en toda su extensión y calidad. El Señor quiere que todo lo hagamos y recibamos en su Nombre, por Él como Persona, para Él en particular, en Él en el sentido de «con su estilo». Lo más justo, como recibir o alabar a un profeta porque es profeta, solo «equilibra» las cosas. En cambio, lo más pequeño, como un vasito de agua, hecho en Nombre de Jesús, para hacerle sentir a Él lo que significa para nosotros, adquiere un valor inusitado y se hace acreedor de una recompensa desbordante. Así de especial es Jesús! El vuelve todo especial. Fuera de Él todo es «pérdida» -basura, como dice Pablo-, rutina, poca cosa. Con Él todo adquiere su propio valor y el plus que le da el Predilecto.

Jesús conjuga y declina el amor en todas sus formas, grados y matices. Aquí usa «filein», que es amor de la predilección que uno tiene por sus amigos. Esa que lleva, como dice Borges, a engrandecer sus acciones para poder admirarlos y darle así al amor que se siente por ellos un recipiente propicio. Cuando un amigo «agranda» a su amigo, cuando cuenta con pasión lo que el otro hizo y le agrega cosas dignas de admiración, a veces hasta exagerando un poco, no es por afán de fabular o de adular. Que no es así se comprueba en que el mismo amigo que es capaz de mostrar su admiración incondicional por algo que hicimos bien, no duda en cargarnos y señalarnos alguna metida de pata o defecto. Expresar nuestra admiración por un amigo, considerarlo alguien único en el mundo y especial, nos enaltece al mismo tiempo a nosotros y, por encima de todo, enaltece nuestra  amistad. Jesús quiere ese trato especial que el zorro le enseña al Principito: “tú serás para mí único en el mundo, yo seré único en el mundo para ti”.

Diego Fares sj

Señor, el que tu amas está enfermo (Cuaresma 5 A 2020)

Card. Krajewski, limosnero del Papa

Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su her­mana Marta. María era la misma que había ungido con perfume al Señor y enjugado sus pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las herma­nas enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que amas, está enfermo.» Al oír aquella frase, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.» Jesús amaba con predilección a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaban. Después les dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea.» Ellos le dijeron: «Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y quieres volver allá?»  Jesús les respondió: «¿Acaso no son doce las horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él.» Después agregó: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo.» Le dijeron: «Señor, si duerme, se curará.» Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo.» Entonces, Tomás, el Mellizo, como le apodaban, les dijo a los otros “Vayamos también nosotros a morir con él.» 

Encuentro con Marta

Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días. Betania quedaba de Jerusalén sólo a unos tres kilómetros y muchos judíos habían venido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse Marta de que Jesús llegaba, salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Al verlo le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aún ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas.» 

Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.» Ella le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.» 

Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida.

El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» 

Le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que viene al mundo.»

Encuentro con María

Entonces, sin decir más, lo dejó y fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama». Al oír esto, se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde yo lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a su hermana, al ver que ella se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. 

María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.»

Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, se estremeció en su espíritu y se conturbó, y preguntó: «¿Dónde lo pusieron?».

Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás.»

Y Jesús lloró.

Encuentro con Lázaro

Los judíos dijeron: «¡Cómo lo amaba!» Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?»

Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: «Quiten la piedra.» Marta le dijo: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto.» Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?» Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.» Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!» El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.

Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar.» 

Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían venido a la  casa creyeron en él. (Juan 11, 1-45).

Contemplación

Dentro del pasaje evangélico de la resurrección de Lázaro nos encontramos con la historia de estos tres hermanos a los que Jesús amaba: eran sus amigos. Cada uno de ellos tiene su historia, una historia de encuentros con Jesús. Marta era la que lo había invitado a comer a su casa. María la misma que ungió con perfume al Señor y le enjugó los pies con sus cabellos. A Lázaro lo podemos describir con la frase que eligió junto con sus hermanas para mandar a llamar a Jesús: era “el que Jesús amaba y estaba enfermo”. 

Recordemos que, como dijo el Papa Benedicto en Aparecida y siempre le gusta repetirlo al Papa Francisco, nuestra fe no es el fruto de una idea, sino el fruto de un encuentro con la persona de Jesús. 

Estas historias de encuentros entre los tres hermanos y Jesús tienen, cada una, un sabor especial: de barrio, de amistad, de casa… Y nos hará mucho bien “encontrarnos” con ellos. Eso es la contemplación, un modo de tocar y de ver a las personas del evangelio que se encuentran con Jesús, un modo de sentir lo que dicen y de gustar lo que hacen. Nos hará bien en este tiempo en el que también nosotros le podemos mandar decir a Jesús, cada uno y el mundo entero: “el que tú amas está enfermo”. 

Esta frase por sí sola sintetiza lo que es un encuentro con Alguien como Jesús. Es una frase clave, de amigable complicidad, una frase que apela al corazón del otro y se confía enteramente a él, una frase que no necesita explicaciones. No es improvisada, se nota que la pensaron y la eligieron entre los tres, porque la repiten las dos hermanas. Quizás Marta hubiera deseado decir más cosas, como de hecho hizo cuando le salió al encuentro a Jesús que se había quedado en las afueras del pueblo. María, en cambio, dice solo esas seis palabras. Y llora. Imagino que Lázaro habrá sido tajante en esto de mandar a decir solo esa frase. Entre amigos, cuantas menos palabras, mejor.

Este tiempo en el que la pandemia nos mete en casa (a los que la tenemos), es tiempo de encuentros, con nosotros mismos, con el Señor, con la familia, con los que nos toca compartir la cuarentena, de cerca y de lejos. Tiempo de encuentros. 

Miremos cómo el Señor se detiene a hablar con cada persona, con sus discípulos, con Marta, con María, con el Padre, con Lázaro. No va directamente a lo práctico, no resucita a Lázaro de lejos…, más aún, retarda el milagro y se ocupa de la fe de cada uno. El Señor abre espacios de encuentro, los crea, les dedica tiempo y con cada uno se encuentra a su manera (la suya y la del otro). En esto Jesús es tan pero tan único y especial. Ojalá supiéramos y experimentáramos que hay un encuentro que es entre él y cada uno de nosotros solos. Un encuentro sin precedentes ni repetición. Un encuentro que abrirá y contendrá muchos otros, todos únicos. 

Los encuentros con los tres hermanos, siendo únicos, tienen algunos elementos que sirven de modelo a todos, o mejor, Juan contemplando estos encuentros ha sacado algunas cosas que nos sirven “para que creamos”, como dice al final de su Evangelio. Conscientes de que los encuentros de Jesús con la gente, si se contaran, no alcanzarían las bibliotecas del mundo (ni siquiera las digitales) para contener todos los libros.

Yo saco tres cosas.

Del encuentro de Marta con Jesús saco lo de invitarlo a venir a casa. A Jesús le gustaba ir a casa de Marta. Se sentía a gusto. Tenía su piecita, donde podía rezar tranquilo. Marta le cocinaría alguno de sus platos preferidos. Tener un lugar en casa para Jesús es una clave para que haya encuentro. Es bueno que sea un lugar solo para él. Yo por ejemplo, como mi pieza tiene dos ventanas, armé un rincón junto a una solo con mis cosas para rezar. Los encuentros necesitan tener su lugar. Y que haya algo que lo haga especial, aunque sea por un rato.

Del encuentro de María con el Señor saco lo de encontrar el modo de darle un trato especial. María tiene sus perfumes, sus lágrimas, sus cabellos y su modo de sentarse a escuchar como si no existiera nadie más en el mundo. A Marta esto la irritaba bastante. Pero al Señor le gustaba. En todo caso, lo que hizo notar es que era una elección de María y que “no le sería quitada”. Hay gestos que son enteramente personales y no se pueden replicar. Encontrarlos es una aventura sin guías, sin límites a la imaginación, que no necesita que nadie la justifique desde afuera. Pensemos que Jesús defendió los gestos de María poniendo en su lugar tanto a Marta como a Judas. Los defendió del ataque artero de Judas, que la atacó con argumentos de una pretendida “teología de los pobres” usada para desprestigiar un gesto de amor de adoración puramente gratuito. Y la defendió también de la crítica de su hermana, ese tipo de críticas familiares que parecen poca cosa pero a veces matan una personalidad, anulan una vocación, cortan las alas antes de que nazcan. El encuentro con el Señor requiere “gestos de amor especiales”.

Del encuentro de Jesús con Lázaro saco lo de que llegar tarde no importa, porque la amistad es la cercanía definitiva e íntegra que se da “de una vez”. Sólo a los muy amigos se los puede hacer esperar como Jesús hizo esperar a Lázaro. Pensemos: todos los días de la enfermedad, desde que lo mandó a llamar hasta que Jesús se enteró y después dos días más sin que el Señor se moviera para llegar cuatro días después que se había muerto. Lázaro se dejó resucitar lo mismo, como si no hubiera estado ya oliendo a podrido. El encuentro con el Señor requiere estar dispuesto a esperarlo todo lo que el quiera, hasta cuatro días después que nos muramos o se nos mueran los que amamos, de coronavirus o de lo que sea.

Que estos tres amigos queridos del Señor nos despierten la sed de encuentro con él que habita en lo más hondo de nuestra esperanza para que nada ni nadie nos robe esta cita con Él -cara a cara-, la final y las que se dan, milagrosamente, en medio de la vida cotidiana, gracias a esa virtud que tiene Jesús Resucitado de “aparecerse”, de volverse encontradizo y cercano cuando Él quiere.

Diego Fares sj

  Pd. La foto del limosnero del Papa la elegí porque me cayó simpática como expresión de un cura todo terreno que hace llegar la cercanía de Francisco a los que nadie llega.

Las tres moradas de la Palabra (Pascua 6 C 2019)

Le pregunta Judas (no el Iscariote): 

Señor ¿cómo es eso de que te vas a manifestar a nosotros y no al mundo? 

Respondió Jesús y le dijo: 

«El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; y vendremos a él y en él haremos morada. En cambio el que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les he dicho estas cosas mientras permanezco con ustedes. 

Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre les enviará en mi Nombre, Él les enseñará todas las cosas y les recordará todas las cosas que les dije.

 Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquiete su corazón ni se acobarde! Me han oído decir: «Me voy y volveré a ustedes». Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean».

Ya no hablaré muchas cosas con ustedes porque viene el príncipe del mundo. A mí no me hace nada, pero es necesario que el mundo conozca que amo al Padre y que hago las cosas tal como el Padre me las mandó. Levantémonos, vámonos de aquí (Jn 14, 22-31).

Contemplación

            Tres “moradas” y un «ir y volver». Cuando Judas -el fiel, no el Iscariote- le pregunta a Jesús “Señor, cómo es (eso de) que te vas a manifestar a nosotros y no al mundo”, Jesús le responde hablando de tres moradas y de su irse y volver, de su estar yendo y viniendo, podemos decir. 

            “Vendremos a él y haremos morada en él” le dice. El Padre y Yo vendremos y haremos morada en el que sea fiel a mi Palabra, en el que conserve mi Palabra en su corazón -como María- y la ponga en práctica en su vida. Vendremos y haremos casa en su alma, nos hospedaremos en él. 

            Este venir y hospedarse del Padre y de Jesús es misterioso. No podemos explicarnos muchas cosas: cómo es que viene, cómo es que está… Pero quedémonos en que uno sabe por connaturalidad que las personas muy queridas “viven” en nosotros, habitan… Quizás una buena imagen es decir que hay personas que tienen su lugar propio en nuestro corazón. Como un huésped especial que tiene la llave de casa y su propio cuarto y puede venir cuando quiere. Es gente que puede entrar sin llamar, como dice una de las chacareras más hermosas de Carlos Carabajal, cuya letra es del poeta santiagueño Pablo Raúl Trullenque  (1936-2000): Mi pueblo es un cantor/ Que canta la chacarera/ No ha de cantar/ Lo que muy dentro no sienta/ Cuando lo quiera escuchar/ Entre a mi pago sin golpear. Esta letra expresa tan bien lo que quiere decir el Señor que da gusto: hay un pueblo (y un Dios) que está siempre cantando, lo que siente muy adentro. Y para escuchar hay que entrar a donde habita. Se entra sin golpear. Ojalá podamos decirle al Señor que entre así en nosotros. Y si uno siente que solo no es muy digno, hace bien saber que como parte de ese pueblo, sí se lo podemos decir. Porque nuestro pueblo sabe hospedar al Señor. También lo dice Trullenque: Así es como se dan/ En la amistad mis paisanos/ Sus manos son/ Pan, cacho y mate cebado/ Y la flor de la humildad/ Suele su rancho perfumar.

            Me gusta esta imagen del huésped para no entrar en disquisiciones teológicas o psicolológicas sobre la inhabitación trinitaria en el alma, que por ahí me distrae del centro. El corazón de lo que Jesús dice es que su venir a nosotros y permanecer en nuestra vida tiene que ver con la fidelidad a su Palabra. Es en torno a su Palabra que se da la realidad de su presencia. Y por eso, para que hablemos bien, para que su Palabra se abra espacio, se haga diálogo compartido, en el que uno pregunta, como lo hacían los apóstoles, como lo hace Judas hoy, el Señor inventa la Eucaristía: una mesa común en la que compartir el pan nos remansa el alma y nos permite conversar en familia. 

            Comiendo juntos es como somos fieles a su Palabra. Comiendo juntos el diálogo familiar va brotando tranquilo. Es lo que se contempla en la imagen del cuadro de los discípulos de Emaús, de Sieger Köder (1925-2015), el sacerdote y pintor alemán: la presencia del Señor se expande como luz en el espacio entre las Escrituras y el Pan y el Vino.

            En torno a la mesa, cada miembro de la familia siente que puede decir sus cosas y escuchar el corazón de los demás en lo que se va diciendo. La mesa familiar es el lugar donde la Palabra encuentra su mejor espacio para “habitar”. No es la palabra que decimos cuando llamamos a otro para charlar de “un tema”, cosa también muy buena, sino algo más amplio: la palabra primordial que es uno mismo y que se va diciendo en muchas maneras a lo largo de toda la vida: compartiendo algo que le pasó, contando un chiste, anunciando un deseo, una buena noticia, contando una pena… En la mesa familiar cada uno es él mismo y se expresa en el conjunto, no haciendo un unipersonal, sino aportando su palabra a la de los demás. Cada uno puede reflexionar acerca de la relación que tiene lo que uno es y lo que puede decir en la mesa familiar (a veces hay cosas que lleva años decir, pero uno sabe que las dirá en alguna ocasión, porque allí están los suyos, que la acogerán seguramente como amor). La cuestión es que el Señor une su venir a habitar en nuestra casa y en nuestra mesa familiar con su Palabra. Una cosa ayuda a la otra: la mesa a la palabra y la palabra a la mesa. Se necesitan y se complementan. Lo que tiene para decir, esa Palabra que es Él mismo, no la puede decir en un discurso sino a lo largo de toda la vida y entre la gente de su familia. 

            Entonces si entendemos -Judas- por qué el Señor se manifiesta a los suyos y no lo hace en público. Y los suyos, nosotros que somos honrados con esta presencia suya que es la de uno de casa, debemos seguir el mismo camino para profundizar en esa Palabra y para anunciarla al mundo: debemos perseverar en esto de hacerle casa al Padre y a Jesús, de  hospedarlos -hospedando a los pobres- para que hagan su morada entre nosotros, para que vengan cuando quieran.

            La otra morada de la que habla Jesús es la del Espíritu. El Espíritu también es alguien que viene a habitar: es el Dulce Huésped del alma, el Paráclito, El que nos está siempre al lado, como quien quiere estar a nuestra disposición, para instruirnos y defendernos, para ayudarnos a discernir y elegir lo que le agrada al Padre, lo que Jesús nos sugiere. 

            El Espíritu es -digamos así- el Huésped estable. Es como el que le organiza la venida y la presencia al Padre y a Jesús. Organiza la agenda, en el sentido de que conoce los tiempos -los de Dios y los nuestros- y va encontrando “el momentito oportuno” para cada encuentro, para cada cosa. Él hace su tarea con mucha discreción, de manera tal que uno sienta que “se va encontrando” providencialmente con Dios a lo largo de su jornada y de su vida. También es el que dosifica la Palabra de Jesús, para que “se ilumine” la Palabra justa en cada situación. 

            El Señor anuncia esta tarea que tendrá cuando dice que “El Espíritu nos enseñará todas las cosas y nos recordará todo lo que Él nos dijo”. Vemos cómo también la Presencia del Espíritu tiene que ver con la Palabra. 

            El Espíritu Santo es uno que viene a enseñar y a recordar. Su habitar en nosotros, por tanto, tiene algo que ver con la escuela. Aunque quizás esta sea la imagen estándar que nos viene cuando nos dicen que alguien nos “enseñará”: la imagen de la maestra de escuela o del profesor. Sin embargo hay otras imágenes. Se me ocurre más bien la de esas personas que nos dicen, si querés que te enseñe, te me tenés que poner al lado, tenés que ver cómo voy haciendo las cosa, tenés que verme en acción, porque yo no tengo tiempo de sentarte y ponerme a darte clases teóricas. 

            Pero atención! Porque el Espíritu invierte de alguna manera lo que sería la actitud de uno que nos quiere enseñar su modo de trabajar para que colaboremos en su empresa. La invierte, digo, porque somos nosotros los que no tenemos tiempo de sentarnos a que nos enseñe, y entonces Él se nos pone al lado y nos acompaña durante nuestra jornada. Previendo que somos así, es que Jesús hizo todo para enviarnos Alguien que nos acompañara por la vida. La imporancia del trabajo que hizo el Señor fue la de hacernos desear su venida y su compañía. No era cuestión de enviarlo, nomás, y que no lo recibiéramos, como pasó con Él. 

            El Espíritu, por tanto, no tiene interés en enseñarnos en primer lugar un trabajo en particular, no tiene una misión para darnos de entrada, sino que lo que desea primero es enseñarnos a vivir y hacer lo mismo que ya hacemos, pero “con buen espíritu”, usando los criterios de Jesús, para que nuestra vida resplandezca y de testimonio de la Bondad del Padre. 

            Hay que avivarse de esta inversión de roles, porque si no uno anda siempre mirando para arriba, esperando que baje el Espíritu en forma de Paloma, y resulta que el Espíritu lo tiene al lado, lo tenemos adentro; o uno está esperando una palabra que lo ilumine de arriba y le resuelva las cosas y el Espíritu está trabajando en los afectos, para que sintamos bien, confiado en que la palabra justa, si estamos en paz, saldrá sola; o por ahí uno está esperando que venga del futuro y resulta que más bien tiene que recordar algo en lo que ya estuvo (suele ser más fácil reconocer su acción luego que hizo algo por entero, con todo el proceso que llevó). Por eso el Papa recomienda el examen del día, para ver cómo manejó el Espíritu esa Palabra de Jesús que se hizo carne en nuestra vida.  

            Con la clave de estas dos presencias o modos de habitar de las divinas Personas en nuestra vida -la del Padre y Jesús en torno a la mesa y la del Espíritu mientras vamos por la calle- podemos entrar en la tercera morada, que es a la que Jesús dice que «vuelve», que va al Padre. 

            Releemos y meditamos la frase entera porque es central en el Evangelio: “Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquiete su corazón ni se acobarde! Me han oído decir: ‘Me voy y volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean”.

            Leemos imaginando a Jesús sentado allí con los suyos, en torno a la mesa, compartiendo esto tan hondo, como cuando uno anuncia que se va lejos, de viaje, y que volverá, pero no pronto.

            Lo primero que hace Jesús, como siempre que viene, es darles la paz. Hace que las emociones no les nublen la mente para que puedan escuchar bien lo que les tiene que decir. El Señor usa su Palabra para indicarles cómo sentir: no tienen que inquietarse -les dice- sino alegrarse! Y para ello tienen que estar en paz. Esto es propiamente lo que llamamos un discernimiento. Jesús les enseña a discernir su Palabra, a discernir qué sentimientos abren la casa a la Palabra y le permiten hospedanrse -la paz, la alegría-, y qué sentimientos dejan afuera la Palabra -la inquietud, la tristeza-. 

            Lo que anuncia el Señor es que Él “vuelve al Padre”. Y dice que eso nos tendría que alegrar. Por qué? Si se va. La respuesta va por el lado de lo que meditamos antes. Pero cada uno le tiene que dar tiempo a relacionar este modo de “venir” a nosotros que tienen Jesús y el Padre (cuya agenda organiza el Espíritu), y el modo de “volver” de Jesús al Padre, su modo de “estar” con el Padre, que es Mayor que Él. 

            Lo que hay que pescar es la dinámica: el modo que tienen de estar entre Ellos es el mismo modo que tienen ahora de estar entre nosotros. Al decir esto, en ese clima único de la última Cena, el Señor nos ha compartido algo muy grande. Algo que solo pueden comprender los que comulgan con él y los que se dejan amaestrar en su vida diaria por el Maestro interior, por el Espíritu. Es algo que se va transmitiendo de persona a persona a lo largo de la vida y de la historia.

            Me encantó asociar la canción de Peteco Carabajal con este modo que tiene Jesús de entrar en nuestro pago sin golpear. Y más todavía descubrir que la canción era de su padre, Carlos Carabajal y la letra de don Pablo Raúl Trullenque. Un poeta desconocido para mí hasta hoy, que supo encontrar en la canción popular una tierra buena para que sus versos dieran fruto en las almas sin que se conociera mucho su persona. Es la gracia del cantor de la que habla Atahualpa en su poema «La responsabilidad del canto», donde dice que:

            La luz que alumbra el corazón del artista/ es una lámpara milagrosa que el pueblo usa /para encontrar la belleza en el camino, /la soledad, el miedo, el amor y la muerte.

Y profetiza  a los poetas que creen en su pueblo y aman «traducirlo»: Nadie los nombrará./ Serán lo anónimo / Pero ninguna tumba guardará su canto. 

            Cuando uno descubre un alma gemela, un poeta o un pensador que expresa lo que uno siente, es como si lo sentara a su mesa, como si se convirtiera en amigo inesperadamente y pudiera hospedarse en su casa de ahora en más. Esta experiencia de descubrir un alma en un verso y ganar un nuevo amigo gracias a una palabra es de las cosas más lindas que tiene la vida. 

           Y Jesús nos dice que así lo viven Él, el Padre y el Espíritu. Que son como estos poetas, que escriben lo que sienten muy adentro y lo lanzan al viento, para que encuentren sus «yapitas» -como dice Atahualpa en «el canto del viento»- los que tienen sed de estas Palabras y siempre están atentos a lo que trae el Viento. 

            Tres moradas para la Palabra, para que venga y vaya y vuelva cuando quiera: la morada de nuestro corazón -como una mesa familiar-; la morada del camino, por el que nos acompaña el Espíritu; la Morada del Padre, de donde vienen Jesús y el Espíritu y adonde nos alegra que vuelvan y que siempre estén y un día nos lleven con ellos.

Diego Fares sj

«Me amas como amigo?» o «En qué extraña cosa convertimos los valores cristianos – las bienaventuranzas, las obras de misericordia, la oración, la misma fe – cuando los ejercemos sin la amistad» (Pascua 3 C 2019)


            Poco después, Jesús se apareció otra vez a sus discípulos junto al lago de Tiberíades. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás «El Mellizo», Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. En esto dijo Pedro: –Voy a pescar. Los otros dijeron: –Vamos contigo. Salieron juntos y subieron a una barca; pero aquella noche no lograron pescar nada. 

            Al hacerse claro el día Jesús estaba en la orilla del lago, pero los discípulos no lo reconocieron […] El discípulo a quien Jesús tanto quería le dijo a Pedro: –¡Es el Señor!  Al oír Simón Pedro que era el Señor, se ciñó un vestido, pues estaba desnudo, y se lanzó al agua. […] Al saltar a tierra, vieron unas brasas, con peces colocados sobre ellas, y pan. […] Jesús les dijo: –Vengan a comer. Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntar: «¿Quién eres?», porque sabían muy bien que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan en sus manos y se lo repartió; y lo mismo hizo con los peces. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos, después de haber resucitado de entre los muertos.

            Después de comer, Jesús preguntó a Pedro: –Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Pedro le contestó: –Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Entonces Jesús le dijo: –Apacienta mis corderos. Jesús volvió a preguntarle: –Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro respondió: –Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: –Pastorea mis ovejas. Por tercera vez insistió Jesús: –Simón, hijo de Juan, ¿me quieres como Amigo? Pedro se entristeció, porque Jesús le había preguntado por tercera vez si lo quería, y le respondió: –Señor, Tú todo lo sabes, Tú conoces que te quiero. Entonces Jesús le dijo: –Apacienta mis ovejas. […] Después añadió: –Sígueme» (Jn 21,1-19).

Contemplación

            Tres escenas de amistad para que queden en nuestras pupilas y les acerquemos otras nuestras, de amistad en el Señor. 

            La primera imagen es la de los apóstoles que salen juntos a pescar: «Vamos contigo». Para mí, hoy, es la frase de Gabriel Longueville le dice a su compañero más joven, Carlos Murias, en la casa de las monjas, cuando el grupo que se identificó como de la policía dijo que lo buscaban sólo a él: «Voy con vos. No te dejo solo».

            La segunda imagen es la de Jesús a la orilla del lago haciéndoles «de cocinero». Esta expresión es de un gran amigo, el padre Alfonso Villalba sj. Lo conocimos en Ecuador, cuando fuimos «de misioneros» a trabajar en el Colegio Javier, como maestrillos, allá por el año 1982. Villalba había sido un hombre de gobierno en la Compañía -provincial y superior-, pero ya estaba medio jubilado, en un Ecuador con pocas vocaciones. Se ocupaba de las cuentas del Colegio y tenía algunas clases de sicología. El decía que era como que ya había «cerrado» con la vida y con la llegada de los jóvenes argentinos revivió. Estaba encantado con nuestros cuentos de la Argentina y de lo que hacía Bergoglio con la formación. Cómo se le había ocurrido mandarnos a Ecuador, a Japón… Recuerdo que las clases terminaban tipo a la una de la tarde y llegábamos a comer casi a las dos. Los otros padres ya se habían ido a dormir una siestita antes de retomar la tarea, pero él nos esperaba. Mientras comíamos, se fumaba su cigarrillo… y nos hacía charlar del día. Nos hacía «de cocinero», como diría después en los Ejercicios que Bergoglio le invitó a dar a nuestra Provincia Argentina en 1985, (y en medio de los cuales se fue para Alemania, ya que terminaba como Rector del Máximo e iniciaba ese camino por el que el Señor lo trajo a Roma). Recordando esos tiempos veía que fue el último «gesto» de Bergoglio, traernos a Villalba a dar los Ejercicios Espirituales. Y él al darnos esta meditación al finalizar los Ejercicios, usó esa imagen, la de un Jesús que nos hace de cocineros a sus amigos cada vez que nos prepara la Eucaristía. Siempre me quedó eso a la hora de ir a Misa: la de sentir que Jesús nos espera en la orilla del día, con el fuego prendido y el pan calentito de la Eucaristía

            La tercera imagen es la del diálogo entre Jesús y Pedro. La comenta así nuestro Papa Francisco en su exhortación apostólica: «En el diálogo del Señor resucitado con su amigo Simón Pedro la gran pregunta era: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» (Jn21,16). Es decir: ¿Me quieres como amigo? La misión que recibe Pedro de cuidar a sus ovejas y corderos estará siempre en conexión con este amor gratuito, con este amor de amistad». «Lo fundamental (en nuestra vida) -dice el Papa- es discernir y descubrir que lo que quiere Jesús de cada joven (de cada persona) es ante todo su amistad. Ese es el discernimiento fundamental».  Y agrega: «Y si fuera necesario un ejemplo contrario, recordemos el encuentro-desencuentro del Señor con el joven rico, que nos dice claramente que lo que este joven no percibió fue la mirada amorosa del Señor. Se fue entristecido, después de haber seguido un buen impulso, porque no pudo sacar la vista de las muchas cosas que poseía (cf. Mt19,22). Él se perdió la oportunidad de lo que seguramente podría haber sido una gran amistad. Y nosotros nos quedamos sin saber lo que podría haber sido para nosotros, lo que podría haber hecho para la humanidad, ese joven único al que Jesús miró con amor y le tendió la mano» (CV 250-251).

Porque la amistad con Jesús es apostólica, inclusiva, abierta, convocante: «Con el mismo amor que Él derrama en nosotros podemos amarlo, llevando su amor a los demás, con la esperanza de que también ellos encontrarán su puesto en la comunidad de amistad fundada por Jesucristo» (CV 153). 

La amistad es «voy con vos», «Vamos juntos».

La amistad es «hacernos de cocineros».

La amistad es «apacentar a los corderos del Señor», a sus pequeñitos; cuidar los hijos de los amigos, recibir a los amigos de los amigos… 

Compañía, comunión, pastoreo. Son cosas de amistad, que Jesús vivió con los suyos y que nos invita a que las hagamos extensivas a todos. 

Sin la amistad las bienaventuranzas se convierten en otra cosa, no se entiende qué quiere decir «felices los pobres» si no son «pobres con los que somos amigos y que son amigos entre sí». Sin la amistad pasan a ser «los pobres que están allá, a los que vamos con alguna obra de misericordia, con algún paquete de yerba o arroz y un pullover o los visitamos en el hospital. Personas a las que no terminamos de conocer bien ni su nombre ni su apellido, y con quienes no encontramos tema para charlar. En cambio, qué distinto cuando nos hacemos amigos! Entonces sí, felices ellos y felices nosotros. 

Y lo mismo con las otras bienaventuranzas. No se llora de verdad si uno no es amigo. Y si uno es amigo, es feliz cuando llora con un amigo que perdió a un ser querido. Somos felices cuando nuestros amigos lloran con nosotros, sin necesidad de hablar.

O la bienaventuranza de los perseguidos. Qué sentido tiene tiene ser perseguido por practicar la justicia o por hacer las cosas en Nombre de Jesús, si uno no tiene amigos con quien compartirlo? 

Los que discuten si los mártires son mártires o no basándose en si murieron por un accidente o por un garrotazo en la cabeza, o en si murieron o no por odio a la fe (como si fuera distinguible del odio a la caridad para con los más injustamente tratados!), no ven que el martirio no se define por el odio del enemigo sino por el amor de los amigos. El martirio es testimonio de amistad con Jesús y con los hombres. Por eso el mártir muere perdonando, como se perdona a un amigo que, si nos hiere o nos traiciona, uno piensa que «no sabe lo que hace», y si fue verdadero amigo, uno ya está esperando el día en que se le abrirán los ojos y nos pedirá perdón, aunque sea en el interior de su corazón. 

Si no es en clave de amistad, no se entiende el cristianismo. Peor aún, si se lo vive en otra clave, termina siendo hasta contraproducente. Una especie de monstruosidad en la que algunos terminan insultando a otros cristianos por internet por «defender» la verdadera fe!!! Puede haber algo más alejado del cristianismo -del dar la vida al descampado yendo a cuidar a otros por amor- que teclear con bronca cuestionamientos abstractos frente a una pantallita de celular? Pero ya lo profetizaba el Señor:»viene la hora cuando cualquiera que los mate pensará que así rinde un servicio a Dios» (Jn 16, 2). Si uno toma en serio esas palabras del Señor debe estar muy pero muy atento cada vez que «mata a otro», aunque sea sólo con odio virtual, sólo con pensamientos y palabras. Porque por ahí está haciendo un servicio a Dios que nadie -y menos Dios- le pide.


Sin la amistad las mismas obras de misericordia se endurecen. Qué sentido tiene «dar de comer al hambriento» si uno no se hace amigo de esa persona? Digo amigo en las mil formas y grados que asume la amistad, en cuanto actitud abierta y ofrecida al otro en el tiempo con que se cuenta y en el modo posible que da la realidad. Hay gestos de amistad que duran un instante, que son solo un gesto de saludo a lo lejos, un cruce de mirada agradecida que reconoce al otro, una sonrisa dada amablemente al pasar… Y hay amistades que duran toda la vida y se cultivan y edifican como si fueran una casa y hasta una ciudad. 

Si uno no se hace amigo, si no condimenta el gesto de misericordia con algo de amistad, puede que la misma misericordia hiera la dignidad del misericordiado.

Y ni qué decir de los que sirviendo en obras de misericordia a los pobres pelean entre sí, entre colaboradores!!! Pelean por los puestos en la organización, por las funciones y roles, por el manejo del dinero, por espacios de poder, por ideas -dicen- más sensatas o más prácticas o más ortodoxas… La realidad es que es gente que no se hizo amiga entre sí, que se metió a servir para llenar alguna carencia, por lavar alguna culpa o para sentirse bueno y útil y, al olvidarse de cultivar la amistad, termina amargada y amargando la vida a todos. 

Sin la amistad, en qué se convierte la oración? En un deber que, como nadie exige externamente, termina siendo solo objeto de una culpa interna: me siento culpable de rezar poco… Acaso dice eso uno de su relación con un amigo -me siento en culpa por hablarle poco- sin agarrar inmediatamente el teléfono y llamarlo? La amistad es lo único más rápido que la culpa. Apenas uno siente que le faltó a un amigo ya está pensando creativamente cómo subsanar la falta. 

Si falta la amistad, la oración se enreda en círculos viciosos de todo tipo -autorreferenciales culposos o deberosos-.  Y si se recupera la amistad, la oración entra en círculos virtuosos de todo tipo, y fácilmente uno encuentra siempre tiempo y modo para rezar.

Termino con una frase de Francisco, que nos habla de esta vida que nuestro Amigo nos ofrece: «Porque la vida que Jesús nos regala es una historia de amor, una historia de vida que quiere mezclarse con la nuestra y echar raíces en la tierra de cada uno. Esa vida no es una salvación colgada “en la nube” esperando ser descargada, ni una “aplicación” nueva a descubrir o un ejercicio mental fruto de técnicas de autosuperación. Tampoco la vida que Dios nos ofrece es un “tutorial” con el que aprender la última novedad. La salvación que Dios nos regala es una invitación a formar parte de una historia de amor que se entreteje con nuestras historias; que vive y quiere nacer entre nosotros para que demos fruto allí donde estemos, como estemos y con quien estemos. Allí viene el Señor a plantar y a plantarse» (CV 252). Dejemos que arraigue en nosotros esta su Amistad!

 Diego Fares sj