Las diez señales de que Jesús responde al amor (Pascua 5C 2016)

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Después que Judas salió, Jesús dijo: 

«Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado

y Dios ha sido glorificado en él. 

Si Dios ha sido glorificado en él, 

también lo glorificará en sí mismo, 

y lo hará muy pronto. 

Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes.

Les doy un mandamiento nuevo: 

ámense los unos a los otros. 

Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. 

En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos

en el amor que se tengan los unos a los otros» (Jn 13, 31-35).

 

Contemplación

Amense, nos dice Jesús. Así como Yo los he amado. Eso hará que la gente crea que ustedes son mis discípulos. Es decir: gente que aprende de Mí, gente que va ha hacer las cosas como Yo le diga (como en Caná).

No les van a creer porque ustedes muestren que han estudiado bien mis palabras y que sus interpretaciones son ortodoxas, dogmáticas, infalibles, fieles a la tradición. Los consideraran una secta o una religión más: gente que vive según unos valores y los defiende de manera tal que no deja entrar sino a los que piensan como ellos. La gente, también la ovejas mías que viven en los rebaños de otras culturas y religiones, intuye que Yo vine por algo más grande. Por eso sólo les creerán si se aman entre ustedes. Si se aman hasta el punto de crear comunidades abiertas y miseriocordiosas, capaces de incluir a todos, como dice Francisco.

El amor que nos manda poner en práctica Jesús más que un mandamiento es un don. Si escuchamos bien el mandato de amarnos entre nosotros tiene una condición: con el amor con que Yo los he amado. Ese “los he amado” apunta al Evangelio: allí se encuentran los gestos de Amor de Jesús. Desde los más pequeñitos, como cuando bendecía a los niños, hasta el más grande, el de su muerte en la Cruz.

Nos preguntamos: este amor ¿sólo está en el Evangelio? Tenemos que leer, llenarnos de sus hermosas imágenes y luego ¿con qué fuerza lo aplicamos? ¿Con las nuestras?

Justamente no. Todo lo contrario. Humanamente, cuando uno ha sido amado ese amor sigue activo en uno. En los besitos que una mamá da a los piecitos de su bebé está vivo el mismo amor con que su mamá la besó a ella. En la hospitalidad de uno para con sus amigos está vivo el amor de su abuelo que uno heredó a través de la hospitalidad de su padre…

Pero yo no siento, dirá alguno, esa fuerza del Amor con que Jesús me amó. Apenas decirlo y ya uno se da cuenta de que no es verdad. Al menos a veces la ha sentido. O la siente todo el tiempo cuando ama, pero el problema está en que siente más fuerte la fuerza contraria, la del amor egoista, la del amor con que uno se ama a sí mismo.

Hay algún modo para amar con el Amor con que me ha amado Jesús?

La fórmula en pasado perfecto lo salva al Amor, porque puedo volver a ese Amor tal como está en su fuente, en el Evangelio. Yo he amado con ese Amor, pero luego, por mis costumbres y hábitos, lo “reduje” al mío, digamos así. Amo con el amor de Jesús pero diluído, mochado, puesto en pausa, dejado de lado directamente, cada vez que me muevo por mis intereses egoístas.

Para amar con el amor con que Jesús me ha amado pueden ayudar tres cosas simples:

Una, volver a gustarlo reviviendo en la contemplación alguna escena de amor del Evangelio. Lo importante es esto: leer un pasaje o quedarme en un detalle, pero yendo a buscar sólo el amor que puso allí Jesús. Porque eso es lo que busco ver bien, contemplar en toda la riqueza de sus recursos, en toda la profundidad de  su entrega, en toda la  altura de su estima, en todos los más pequeños detalles de su ternura.

La segunda es reflexionando y agradeciendo, porque ese amor que Jesús puso allí ha tenido mucho que ver conmigo.

La tercera es elegir poner en práctica algún aspecto, el que tenga más a mano en  este momento, respondiendo con el gesto de amor que mi prójimo más inmediato me pida.

Estas tres actitudes de la oración, cuando me lleven a la practica, mientras esté haciendo ese gesto de amor “con el amor de Jesús” tal como lo vi, agradecí y elegí en la oración, tendrá una respuesta por parte del Señor. El responde inmediátamente a los que aman a sus pequeñitos: nos hará sentir un “a mí me lo hiciste, es a mí que me lo estás haciendo”.

Esta respuesta de Jesús es un amor presente. Yo diría que al hacer algún gesto con ese amor suyo, nosotros “entramos en el tiempo y en el espacio del evangelio”, entramos en el ámbito de su Reino, donde todo amor es presente.

Aquí, recordando una contemplación del 2010, me parece bueno listar diez señales de que Jesús responde confirmando la presencia real y motivante de su Amor en nuestro amor.

  1. Distingo claramente que sigo siendo un pecador, pero estoy amando a otro con el Amor de Jesús. El sentimiento es de alivio y paz, porque este amor le quita fuerza a la culpay me permite pedir perdón serenamente de mis pecados.

El amor de Jesús lava las culpas.

  1. La segunda señal viene de los otros. De repente alguien en la familia o entre los amigos nos hace notar que estamos un poco monotemáticos: hablamos mucho de la obra en que trabajamos. Se nota que la queremos.

El amor de Jesús hace hablar oportuna e inoportunamente.

  1. La tercera señal tiene que ver con un modo nuevo de (no) sentir el tiempo: pasa cuando uno se quedó trabajando en tanta paz y no se dio cuenta de que se pasó la hora.

El amor de Jesús trae una paz que no es como la que da el mundo

  1. La cuarta señal es una experiencia del yugo: lo que antes era difícil ahora se hizo fácil lo pesado se volvió liviano.

El amor de Jesús es un yugo suave y llevadero

  1. La cuarta señal es un sentimiento de gustoque da hacer bien el bien. Se nota por ejemplo en que uno empiece a llegar más temprano y se vaya más tarde…

El amor de Jesús nos hace gustar el bien.

  1. La sexta señal de que Jesús responde cuando amamos con su amor es un volvernos como cuando eramos niños: uno experimenta que puede trabajar como quien juega. De hecho se ríe mucho y se divierte con los compañeros.

El amor de Jesús nos hace como niños.

  1. La séptima señal es que se nos despierta algún tipo de creatividad: uno siente que le viene una cierta caradurez para hacer cosas nuevas, distintas de “lo que siempre se hizo así”.

El amor de Jesús hace hacer cosas siempre más grandes.

  1. La octava señal tiene que ver con fidelidad: uno agarra el bien y no lo suelta. Da testimonio en las malas y hasta se alegra con las persecuciones.

El amor de Jesús crea lazos de fidelidad.

  1. La novena señal es la alegría interior: un brillito en los ojos en medio de las tareas más humildes y escondidas.

El amor de Jesús nos da una alegría que nadie nos puede quitar.

  1. La décima señal es una transfiguración de la realidad, un solcito interior que ilumina la belleza en las almas mas pobres y hace que uno sienta que recibe calidez al mismo tiempo que la da.

El amor de Jesús glorifica lo que toca.

 Estas “respuestas de Jesús”, esto hay que decirlo, son muy respetuosas de nuestra libertad. Uno puede hacer de cuenta como que no las sintió y el Señor no insiste. Deja constancia que estuvo y cada tanto regresa y nos hace sentir su amor. Pero Él espera que como los de Emaús, respondamos a esa “calidez que sentimos en el corazón” con un gesto de hospitalidad de corazón: Quédate con nosotros, que atardece.

Una cosa linda de estas “respuestas” de Jesús a los gestos que hacemos con su amor es que puede responder con la uno o con la diez. Hay gente humildísima que vive con el brillito en los ojos del noveno paso toda la vida y hay gente que siempre está en el primer paso, de necesitar sentir de nuevo el alivio de su culpa. Santa Teresita dice que cuando se daba cuenta de su fragilidad decía: otra vez estoy en el primer escalón. Pero lo decía sin enojo ni desilusión para consigo misma. Le alegraba poder ofrecer siempre de nuevo su imperfección.

Diego Fares sj

 

Domingo 14 C 2010

Encantados por el Reino o “el magnificat de Jesús”

El Señor designó a otros setenta y dos,
y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo:
«La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
¡Vayan! Yo los envío
como a ovejas en medio de lobos.
No lleven dinero, ni alforja, ni calzado,
y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero:
«¡Que descienda la paz sobre esta casa!»
Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.
Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.
En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente:
«Se ha vuelto cercano a ustedes el Reino de Dios.»
Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan:
«¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies,
lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que se ha vuelto cercano el Reino de Dios.»
Les aseguro que en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad.»
Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo (jarás):
«Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre.»
El les dijo:
«Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo.»
Y en aquel momento, exultó de gozo (egalliasato) Jesús en el Espíritu Santo (Lc 10, 1-12; 17-21).

Contemplación
El Magnificat de Jesús es misionero. Igual que su Madre, el Señor exulta de gozo lleno del Espíritu Santo al contemplar cómo el Padre se revela a los pequeñitos. Los ojos del Señor y todo su corazón están centrados en la misión. En el ir y venir de Jesús a los hombres y de la gente al Señor.

El maestro les comunica a los Setenta y dos el espíritu con que deben salir a misionar. Y no sólo les dice cómo deben ir sino cómo deben actuar en medio de la misión y cómo deben regresar.
Nos hace bien detenernos a escuchar atentamente qué es lo que nos encomienda el Señor a todos, ya que la misión de los setenta y dos abarca a todos los discípulos misioneros, cualquiera sea su estado de vida.

Comencemos por lo que nos encomienda que hagamos. Teóricamente es mejor comenzar por el llamado y el don, pero todo discípulo siente cierta urgencia práctica. “No le des mucha vuelta Señor, decime qué querés que haga y yo lo haré”.
Bueno, aquí tenemos los verbos bien concretitos para nosotros:
Rueguen-vayan, coman-curen, entren-permanezcan-digan, salgan-digan, alégrense (de… estar incluidos).

“Rueguen” al Padre es la primera acción que el Señor encomienda a los discípulos misioneros. Este ruego brota espontáneo al mirar el mundo tal como lo ve Jesús; con una mirada de discípulos misioneros, como dice Aparecida.

Jesús mira el mundo como una gran cosecha, lo ve lleno de cosas buenas, de frutos que el Padre ha sembrado y que Él junto con nosotros, tenemos que cosechar. Experimentamos con Él la abundancia de bienes y los pocos que somos los cosechadores. Esta mirada hace elevar nuestro corazón al Dueño de los frutos y rogarle que envíe más cosechadores.

Se trata de una mirada positivísima, de una manera de ver al mundo que no es la que estamos acostumbrados. Cuando nos dicen misión y envío lo primero que resuena en nuestra mentalidad es “nos mandan a trabajar porque el mundo anda mal”. Nada de eso. Es como si Jesús mirara la Argentina y viera los campos sembrados de soja, de trigo y maíz espirituales y sintiera que hay que convocar más gente para esa cosecha sobreabundante.

El comienzo de la misión parte de contemplar un derroche de bienes y de belleza que hay que cosechar. ¡Qué no se pierda tanto bien! Ese es el ruego. Que muchos sintamos todo lo bueno y hermoso que podemos hacer juntos con Jesús. El bien está a la mano, hace falta “pescar hombres”, convocar cosecheros, manos que quieran cosechar los frutos.

El final de la misión es el gozo exultante de Jesús en el Espíritu Santo, bendiciendo al Padre que hace cosechar tantos bienes a gente pequeñita. La alegría al regresar de la misión es también sobreabundante, igual que la cosecha.
Como vemos, la belleza, el gozo, la alegría, el derroche de bienes, son lo primordial en el Reino de Dios.
Las fronteras del Reino son –objetivamente- terreno cultivado y con frutos abundantes, y –subjetivamente- sentimientos de plenitud y de gozo ante la potencia del Padre que hace dar frutos de Vida a los hombres.

Cuando Jesús manda a anunciar que el Reino de Dios se ha vuelto cercano, lo que está queriendo comunicar es que “una cosecha abundante de bienes y de gozos” está a la mano, en medio de la sociedad. Hace falta ver con los ojos de la fe para que todo este bien se vuelva visible y experimentable. Al mandarlos a ellos antes de ir Él en persona, lo que está queriendo el Señor es despertar la atención de la gente para que, cuando lo vean a Él en medio de ellos, caigan en la cuenta de que Él es el Reino de Dios actuando entre nosotros. Jesús es el fruto que hay que “cosechar” en el corazón del mundo, fruto que se come y da Vida, fruto sembrado que ha ido creciendo en lo secreto, fruto que se comparte y alimenta, que se vuelve a sembrar y da el ciento por uno.

¿A qué se opone esta mirada espiritual, positiva, esperanzada, gozosa?
Se opone a toda riqueza menor, a todo bien que no sea el Reino mismo. Por eso el Señor hace ir en pobreza, sin muchas cosas en las manos: porque es más grande y hermoso lo que hay que cosechar que lo que uno puede llevar. Hay que rogar con las manos juntas y salir con las manos abiertas. Más que lo que tenemos que dar es lo que tenemos que juntar y cosechar.

Esta mirada encantada y deslumbrada ante tanto bien por cosechar es lúcida de los peligros. El que está cosechando en cierta manera está indefenso. No puede usar sus manos para tener armas porque las tiene llenas de frutos.
El Señor sabe que esto implica estar en la vida “como corderos en medio de lobos”. El que está atento al bien que hay que cosechar sufre los zarpazos y las mordidas de los lobos. Sin embargo el Señor redobla la apuesta: nada de previsiones. Ni para el propio confort ni para la defensa.

Las culturas y las personas que están deseando el Reino recibirán a los enviados y reposará sobre ellos la paz. Tendrán así la buena disposición para que pueda ser cosechado en ellos el Fruto del Reino de Dios, que es Jesús, el Hijo de Dios venido en carne.
Es tan sólido y verdadero este Bien y está tan maduro ya para la cosecha, que urge que los hombres se den cuenta, para que puedan elegir y jugarse por acogerlo y comenzar a vivirlo. Está tan extendido el fruto que no se puede perder tiempo en convencer al que no quiere participar en la cosecha. Se anuncia de todas maneras que El Reino está cerca, que lo tienen a la mano, pero se parte para otra ciudad si en una no quieren recibirlo.
Ni los enemigos (lobos) ni los que no tienen interés o rechazan a los enviados tienen peso al lado del peso glorioso de la cosecha de bienes que tenemos para cosechar. Jesús envía discípulos misioneros a convocar gente que quiera trabajar en torno a lo positivo, cosecharlo, desarrollarlo, compartirlo, extenderlo… No somos un ejercito a la defensiva sino cosechadores de bienes y sembradores de esperanza.
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Tenemos en el Hogar una colaboradora que ha venido de España. Habla con todo el salero y a todos nos encanta. Y contaba cómo le preguntaba un comensal del desayuno “que cuánto ganaba ella. Porque para venirse de España ha hacer este trabajo, debe ser mucho”. Y que “cuando yo les digo sonriente que no gano nada ¡hombre!, que lo hago por gusto, y es que me encanta poder servir en un lugar así, pues que no se lo creen!”. Y lo dice de tal manera que uno se da cuenta de que sí se lo creen. Y que si uno no se lo cree, cuando pasa con el plato o con la panera, ella ya está sirviendo a otro, igual de encantada.