El discernimiento de Jesús en el caso del ciego de nacimiento y una consideración sobre cómo hay que desterrar para siempre algunas “frases pre-coronavirus” (Cuaresma 4 A 2020)

En medio de una situación concreta de la vida

Jesús, al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?» «Ni pecó él ni sus padres, respondió Jesús; sino que se habían de manifestar en él las obras de Dios. Es preciso que Yo obre las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy Luz del mundo.» Después que dijo esto, escupió en la tierra e hizo barro con la saliva y le ungió con el barro los ojos y le dijo: «Anda, lávate en la piscina de Siloé» que significa ‘Enviado’”. Fue, pues, se lavó y volvió viendo. 

La lucha entre mociones del buen espíritu y del malo 

Los vecinos y los que antes le habían visto mendigar, se preguntaban: – « ¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?»  Unos opinaban: – «Es el mismo.» «No, respondían otros, es uno que se le parece.»  El decía: – «Soy yo.» Ellos le dijeron: – « ¿Y cómo te fueron abiertos los ojos?» El respondió: – «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, y me ungió los ojos y me dijo: «Ve a Siloé y lávate». Conque fui y me lavé y veo.» Ellos le preguntaron: – « ¿Dónde está?»  El respondió: – «No lo sé.» El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo lodo y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. El les respondió:  – «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo.»  Algunos fariseos decían: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado.» Otros replicaban: « ¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?» Y se produjo una división entre ellos. Entonces le dijeron nuevamente: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?» El respondió: – «Es un profeta.»  Sin embargo, los judíos no querían creer que había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:  – « ¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?»  Sus padres respondieron: – «Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta.» Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: «Tiene bastante edad, pregúntenle a él.» Los judíos lo llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: – «Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.»- «Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo.» Ellos le preguntaron: – « ¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?» El les respondió: – «Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?» Ellos lo injuriaron y le dijeron: – « ¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de donde es este.»  El les respondió: – «Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada.» Ellos le respondieron:  – «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?» Y lo echaron afuera. 

La confirmación del discernimiento 

Oyó Jesús que lo habían echado afuera y, cuando se encontró con él, le preguntó: – « ¿Crees en el Hijo del hombre?» El respondió:  – « ¿Y Quién es, Señor, para que crea en él?»  Jesús le dijo: –  «Tú lo has visto; el que está hablando contigo, El es.»  Entonces exclamó: – «Creo, Señor», y se postró ante él. Y dijo Jesús: – «Para un discernimiento he venido Yo a este mundo: para que los que no ven vean y los que ven se vuelvan ciegos.» Oyeron esto algunos de los fariseos que estaban con Él y le dijeron:  « ¿Es que también nosotros estamos ciegos? » Les dijo Jesús: – «Si fueran ciegos no tendrían pecado, pero como dicen “vemos” su pecado permanece. » Juan 9, 1-41).

Contemplación

La subdivisión del pasaje es simplemente para identificar algunos “pasos” teniendo en cuenta que el Señor, al final, nos da una indicación para interpretar lo que sucedió realmente en la curación del ciego de nacimiento. Fue un discernimiento: Él vino para hacer un discernimiento.

Discernir es sinónimo de “ver” y también de “pensar”. Cuando uno ve borroso, sea por falta de luz, por lejanía, por miopía, presbicia o lo que sea, “no discierne”. Discernir es ver nítidamente cada cosa como es, con su forma y sus colores. 

Lo mismo sucede con el pensamiento: discernir es juzgar prudentemente, cada cosa como es, en su contexto y al ritmo con que se nos va mostrando. 

Hay muchas maneras de “juzgar” erróneamente la realidad. Puede ser por inadecuación de las ideas que usamos o del horizonte mental que tenemos, por apuro, por no tener en cuenta el contexto, por extrapolar ideas de un ámbito a otro, como cuando sicologizamos todo o lo espiritualizamos… 

El hecho es que cuando la realidad “no responde”, cuando “uno no entiende dónde está parado” ni “cómo tiene que actuar” es que está ciego: no está viendo bien las cosas, no está “discirniendo” la situación. 

Jesús dice que Él viene para discernir: y el primer discernimiento es entre los que no ven y los que dicen que ven, entre el ciego de nacimiento, que fue curado y los fariseos que se obcecaron en su ceguera. 

Queda claro entonces que el discernimiento – tanto de lo que vemos con los ojos como de lo que vemos cuando hacemos un juicio- es una cuestión de Luz y de ojos, de Luz y de juicios. Ojos y mentes que se dejan iluminar por la luz en la medida justa, siendo dóciles a la luz, abriéndose y concluyendo de acuerdo a lo que la intensidad de la luz les invita a hacer. 

El ciego curado es el mejor ejemplo. El evangelio nos muestra al proceso por el que, luego de ser curado (obedeciendo dócilmente al mandato de ir a lavarse a la piscina de Siloé), el exciego va dando testimonio a medida que le preguntan lo que sucedió. No se adelanta ni se echa atrás. Su testimonio va dando pasos: 

  • el primero es de sinceridad: “Dice lo que le dijo Jesús, lo que el hizo y lo que pasó: fui, me lavé y veo; 
  • el segundo paso es de fe: cuando lo apuran, responde con la teología que tiene y afirma que Jesús es un profeta;
  • el tercer paso es de valentía: no se echa atrás ante las amenazas y los argumentos de los fariseos y esgrime sus propios argumentos, inspirado ciertamente por el Espíritu Santo que está actuando en él y le “dice lo que tiene que decir en el momento oportuno”.

Son los pasos del discernimiento: 

  • sentir y reconocer lo que pasa y lo que uno siente, 
  • interpretarlo en la fe con la doctrina que uno ha recibido, 
  • jugarse con valentía por lo que en conciencia uno siente que es justo. 

Luego viene el último paso, que le toca al Señor, y que es confirmar lo que uno discirnió, eligió y por lo que se jugó. 

El discernimiento, en última instancia, no es de “cosas”, sino que consiste en “ver” -discernir- a Jesús, al que nos está hablando en medio de las situaciones que nos tocan vivir, el que nos da Luz y nos viene al Encuentro. 

Es importante “discernirlo” en el sentido de que se trata de verlo como Aquel a quien fuimos descubriendo con nuestros propios ojos y con nuestros propios razonamientos, Aquel por quien nos jugamos agradecidos porque nos curo la ceguera. 

Discernir a Jesús es mucho más que “verlo” como si lo viéramos por televisión o de lejos. Discernirlo es tener la conciencia de que lo “vemos” con la Luz con que su Persona misma nos ilumina y con unos ojos que desean verlo tal como es para decirle que creemos en Él y postrados adorarlo.

………….

Y qué tiene que ver esta contemplación espiritual con el Coronavirus. Para mí, mucho, porque que Jesús diga que Él vino para hacer un discernimiento es muy reconfortante en este momento, porque la pandemia de Coronavirus nos está obligando a todos a discernir a cada momento, pero lo está haciendo con una crudeza que pone en peligro esta misma capacidad de discernir y necesitamos ayuda. El que no discierne está ciego! Y el peor ciego es el que cree que ve.  

Jesús viene a hacer una separación entre los que no vemos (y como ciegos queremos ser curados y que nos enseñe a discernir por nosotros mismos-) y los que creen que ven y nos quieren imponer sus ideologías (económicas, sociales, políticas y religiosas).Jesús tiene, por tanto, algo en común con el Coronavirus, pero también algo muy distinto. 

Un virus que se convierte en pandemia nos hace discernir “despertándonos” a todos de muchos sueños. 

Del sueño del confort consumista, por ejemplo. Ahora nadie piensa en comprar cremas antiarrugas sino alcohol en gel y mascaritas. 

Del sueño de muchas ideologías que recogen información y luego, procesándola mediante algoritmos, nos dicen a cada uno lo que queremos escuchar.

El virus nos dice una sola palabra: “muerte”. La dice a todos, sin importar razas, credos, ideas, condición social… Esa palabra nos despierta y nos hace discernir que la realidad es una sola y que es común: todo está conectado. 

Solo que este discernimiento lo provoca con el miedo y sin “medida”. No nos permite “discernir” claramente toda la realidad, sino que nos abre los ojos a su crudeza en un punto decisivo -la enfermedad contagiosa y la muerte en aislamiento-. El riesgo es que una luz tan cruda siembre solo pavor y uno no logre procesar todas las demás cosas, que también son reales. 

Lo que ha hecho el virus es poner en el centro de la mesa – la de cada familia y quizás por primera vez la del concierto mundial de las naciones- un aspecto de la realidad que habíamos arrinconado: la muerte. No solo la de cada uno de nosotros, sino que nos hace experimentar comunitariamente la experiencia de que la humanidad entera así como ha nacido, morirá. 

Cuando esta realidad entra “existencialmente” en el centro de la escena, la vida cambia, las demás realidades se miden con esta, se relativizan y encuentran su lugar. 

El valor de la familia, por ejemplo, se ubica en el centro, no solo de cada miembro sino de la política nacional e internacional. Todos nos dicen que “permanezcamos en nuestra casa”. Solo que en este momento de pandemia, esto que todos naturalmente deseamos -estar con nuestra familia-, cobra un ímpetu exagerado y el problema del contagio nos empuja a un abismo social: hacia un aislamiento total que nos separa no solo de la familia, sino hasta de los que nos cuidan en terapia intensiva y de los que nos tienen que enterrar cuando morimos! Lo que se me impone a la reflexión es esta constatación: la naturaleza, en última instancia, no discierne. No hay matices ni piedad en el ímpetu dañino de un virus que saltó de otra especie e invade la nuestra, destruyendo todos los tejidos, comenzando por los de las células y siguiendo por el tejido social… 

Esto nos hace abrir los ojos a la realidad de que la naturaleza es “ciega” y por eso debemos respetarla. La podemos manipular, pero cuando desatamos sus fuerzas, avanza en la dirección hacia la que la obligamos a ir sin que nada la detenga. La naturaleza ha sido creada con un discernimiento interno a cada cosa y al conjunto que la ha vuelto capaz de que la vida -vegetal, animal y humana- haya nacido y viva en ella. Pero esto no significa que la podamos manipular sin respeto ni medida. Lo estamos experimentando ahora que la radioactividad se salió del laboratorio o que un virus saltó desde otra especie. Pero tenemos que aprender que el peligro es el mismo cuando emitimos gases tóxicos, deforestamos el Amazonia o experimentamos genéticamente.

Nosotros sí debemos “discernir” libremente lo que ya está discernido en el ser mismo de cada cosa.

………

Paso a una “frase hecha” que se había impuesto en las argumentaciones a favor del aborto fue la de “disponer del propio cuerpo”. Una formulación de esta idea la hizo el Presidente Fernández en el Congreso: «En el siglo XXI toda sociedad necesita respetar la decisión individual de sus miembros a disponer libremente de sus cuerpos». Se ve que la formulación ha sido ponderada. Abre una posibilidad de que se la complete. El Presidente eligió decir “necesita” en vez de decir “debe”. Puede ser mejor agregar, aunque parezca redundante: “toda sociedad necesita respetar -porque no puede no hacerlo- la decisión individual de sus miembros». 

Esto necesitamos tenerlo claro también los que defendemos las dos vidas.

Vamos ahora a la segunda parte de la frase, allí donde especifica que esa decisión es “disponer libremente de sus cuerpos”. Aquí se impone agregar: “y por eso, como no puede no respetar esa decisión individual, cuando esta afecta al cuerpo social, la sociedad no puede no tratar de implementar medidas para evitar o minimizar lo más posible los males que se puedan derivar de ella”. Una medida es “no penalizar” la interrupción del embarazo. Pero también hay que tomar medidas que pongan límites al tiempo, a la repetición, a quién puede hacerlo y quién puede tener objeción de conciencia…etc.

Resulta digno de admiración cómo ha bastado el coronavirus para que las palabras “decisión individual a disponer libremente del propio cuerpo” suene distinto. Imaginemos que sale la gente a manifestar a la calle gritando “exigimos que se respete nuestra decisión individual a disponer de nuestro cuerpo”. Ni hace falta explicar que, más allá de la consigna, no se puede ni salir a la calle ni hacer manifestaciones masivas. Menos aún se puede hablar de “disponer libremente del propio cuerpo” si uno da positivo al coronavirus. Ese cuerpo debe ser aislado y pasa a depender de los criterios de seguridad que imponen los médicos. Porque este cuerpo -el suyo mismo, sus células, no una parte ni otro ser que se gesta en él- es portador del virus que contagia a los demás. Imaginemos solamente que alguien que no tiene síntomas pretenda discutir diciendo que afirmar que es “portador de un virus” es un concepto metafísico, dado que el virus todavía no se ha manifestado… 

Lo que deseo decir es que hay que cuidar los argumentos que se usan para justificar las cosas! Porque fuera del contexto ideológico en que se usan como slogans, pasan a ser argumentos peligrosos cuando se incluyen en una ley. Todos los argumentos que se usan en una ley -cuya esencia es cuidar el bien y evitar el mal- deben articular positivamente dos dimensiones del bien: la dimensión del bien particular -el propio cuerpo, por ej.- y la dimensión del bien común – el cuerpo de los otros y el cuerpo social-. Los casos en que se da conflicto se deben tratar como excepciones, formulando los argumentos de modo negativo. Por ejemplo: 

No se puede no respetar la decisión última del individuo. Pero esto vale tanto para la persona que quiere abortar como para la que pone objeción de conciencia. 

No se puede obligar a alguien a que no aborte, pero tampoco se puede dejarlo solo ni alentarlo a que lo siga haciendo, ni no ofrecerle que considere otras posibilidades… Y así…

Todo esto se tiene que articular de manera detallada y compleja al confeccionar un proyecto de ley. Simplificar los argumentos e igualar los casos en temas tan vitales es dañar el cuerpo social y, en consecuencia, el cuerpo individual de sus componentes. 

De la contemplación del discernimiento que vino a hacer Jesús pasamos a un discernimiento concreto en una bajada abrupta y sin muchas mediaciones. Pero estamos en tiempos de coronavirus y hay que discernir rápido y cortar por lo sano. Esta frase “disponer libremente de mi cuerpo”, si no se contextualiza socialmente, no va más. Especialmente si se la quiere cantar como slogan por la calle y ni hablemos si se la quiere integrar a los argumentos de una ley. Es una frase de ciegos que dicen que ven, una frase “pre-coronavirus”. Y no va más.

Diego Fares sj

El único paradigma profético capaz de hablar hoy al corazón: el de la misericordia (14 B 2018)

 

Jesús salió de allí y vino a su pueblo y sus discípulos lo acompañaban. Cuando llegó el Sábado comenzó a enseñar en la sinagoga y la mayoría de los que lo escuchaban estaban shockeados y decían: -¿De dónde saca este estas cosas? y ¿Qué es la sabiduría esta que le ha sido dada? ¿Y estos milagros que se realizan por medio de sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, y el hermano de Jacob y de José y de Judas y de Simón? Y no se hallan sus hermanas aquí entre nosotros? Y se escandalizaban de él.

Jesús les dijo: – No hay profeta desprestigiado si no es en su patria y entre sus parientes y en su casa. Y no podía obrar milagro alguno salvo que a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos, los curó. El se admiraba de su incredulidad. Y recorría las aldeas en torno enseñando (Marcos 6, 1-6).

 

Contemplación

 

El maestro de alma, que se pone a enseñar

Vemos a Jesús que «se puso a enseñar» en la Sinagoga. Marcos no nos dice qué enseñaba, pero si escuchamos lo que decía la gente, vemos que se admiraba de su sabiduríay de sus milagros. La sabiduría era la de sus parábolas, un nuevo modo de comunicar que tocaba el corazón de la gente. También se admiraban de su discernimiento, de sus explicaciones sobre la Ley, que ponían el acento en lo esencial y no se enredaban en las discusiones abstractas sobre mil y un preceptos que tanto les gustaban a los escribas y fariseos.

Jesús enseñaba (y enseña) a «contemplar las cosas de Dios» con sus parábolas; enseña a rezar, alabando, adorando y pidiendo al Padre; y enseña a cumplir la ley de corazón, centrando a la gente en la Misericordia y no en los sacrificios ni en el cumplimiento formal.

La imagen que me gusta es la del maestro o la maestra que entra en clase y «se pone a enseñar». Esa vocación de maestro, el que la tiene la conoce. Es una pasión. Se es maestro o maestra de alma o no se es.

Todos en nuestra vida tenemos experiencia y recuerdos marcados de los que fueron «maestros y maestras de alma». A lo que no lo fueron, no los recordamos, pero a los que sí, no los olvidaremos más: quedaron para siempre en nuestra alma.

Yo recuerdo del Hno. Antonio como «se ponía a enseñarnos» dictado y caligrafía. Hoy que lo medito, lo que me queda es la importancia que le daba a corregir nuestros dictados y nuestros palotes, sabiendo que lo suyo eran «andamios» por los que otros caminarían para construir y pintar la casa. Pues bien, yo me acuerdo de los que pusieron los andamios y enderezaron a mano los renglones que hoy no son ya necesarios. Pero el surco de su dedicación a lo pequeño trazó otros renglones en mi alma y siguen haciendo que me guste más enseñar a rezar a un niño a los que sus papás no le enseñaron que dar una conferencia.

Jesús es uno de esos maestros que «entra y se pone a enseñar». Lo aprovechan las personas que tienen corazón de discípulos, las que tienen pasión por aprender, crecer y mejorar; las que en cada cosa y actividad saben apreciar al que es maestro, al que tanto en cosas grandes como muy simples, ama enseñar lo que aprendió.

 

Los que se sienten ofendidos y esgrimen todo tipo de razones contra Jesús

Marcos dice que los paisanos de Jesús «se asombraban». El asombro del que habla no es de los que abren la mente y el corazón sino el asombro de quien se queda perplejo, shockeado por algo que no se esperaba. Este asombro negativo se ve por los frutos. Los comentarios que a primera vista pueden parecer cosas normales que dice la gente, si uno los analiza, son de una agresividad que se auto-alimenta y crece.

Descalifican todo lo de Jesús -«estas cosas»- dicen- no sabemos «de donde las sacó». No sabemos qué es esta sabiduría y estos milagros que hace con sus manos. Quién se los ha dado. Se introduce aquí lo que dirán después algunos: que Jesús expulsaba demonios por obra de Beelzebul.

Luego pasan a descalificarlo por su oficio: «no es este el carpintero?», como diciendo quién se cree que es.

Y terminan descalificándolo con lo que, paradójicamente, será luego lo más lindo de Jesús para los que lo queremos: «no es este el hijo de María?». Querían decir que era hijo natural. No se habían tragado el casamiento de José, que le había dado su nombre, y lo seguían considerando como un hijo espurio.

Vemos en acto toda la malignidad posible en la boca de la gente, cuyos chismes de vecindario terminan por ser calumnia, difamación, descalificación. Marcos concluye que se escandalizaban a causa de él. Se sintieron ofendidos.

Jesús, que escuchó los comentarios o los leyó en el corazón de sus paisanos, a quienes conocía muy bien desde chico, les responde con la frase sobre el destino de los profetas: «Un profeta no es despreciado sino en su propia tierra, entre sus parientes y en su casa».

Me parece que al hablar así, poniéndose como profeta, el Señor lo que hace es decirle a la gente que no tendrían que escandalizarse tanto. Son de un pueblo y una cultura que tiene tradición profética. Aunque hiciera mucho que Dios no suscitaba profetas en Israel, sabían muy bien que el Señor cuando hacía surgir un profeta lo podía tomar del pueblo sencillo, como hizo con Amós, o elegirlo desde niño como Samuel, o siendo apenas un joven como Jeremías. Les está diciendo que no tienen que hacerse los que no entienden o los que están viendo algo raro. Si la sabiduría es sabiduría y los milagros milagros no pueden hacerse los desinformados u ofenderse porque «no se habían dado cuenta antes». Este argumento auto-referencial es muy común entre los que se cierran a la novedad del Espíritu. No puede ser verdad porque «yo lo hubiera visto antes».

La frase de estos indignados podría bien sonar como: Qué te pasa Jesús!? Quién te creés que sos! Mirá que te conocemos. Conocemos a tus amigos y parientes.

 

Reflexión sobre el verdadero escándalo

Hay una definición del escándalo que puede servir para discernir los escándalos de mucha gente en la actualidad. Dice así: «El escándalo es que usan razones penúltimas para rechazar lo que, con razones últimas (que se conocen bien) deberían aceptar«.

Pasa hoy en nuestra patria con la discusión sobre el aborto: se usan razones penúltimas (muy valederas, pero penúltimas) para rechazar que las razones para defender la vida son y deben ser siempre las últimas.

Últimas en el sentido de que no tienen por qué en otra cosa, sino en la vida misma. Esta indefensión de las razones últimas es como la indefensión de la vida en gestación. Dependen de otro y no se pueden autovaler, pero justamente por eso, para que las cuidemos y defendamos todos los demás.

Lo que sale naturalmente cuando  una mujer dice que está embarazada es que, los que la quieren le dicen, nosotros te vamos a ayudar.

Y esto se dice como no se puede decir ninguna otra frase de ayuda en este mundo.

Se dice con infinito respeto por la decisión última de la mujer y haciendo saber que ese hijo ya es de todos, de la familia y de la humanidad. No es de la sociedad como si fuera algo que la sociedad le pudiera obligar a tenerlo, pero tampoco es suyo solo, aunque ella sea la que decide: lo que haga afectará a todos. Se trata de algo último, que no se puede resolver con razones penúltimas.

La decisión última de hecho (si una persona decide abortar nadie se lo puede impedir) no puede convertirse en razón última del derecho. Si esto lo dice una sola persona, se llama extorsión. Como cuando alguien dice, si no hacés esto me suicido. Si es algo extendido, como el caso del aborto, la amenaza extorsiva la hacen los grupos ideológicos que se apoderan del problema para otros fines. Amenazan: Si no se legisla ya como está la ley, están dejando que mueran las mujeres pobres en la clandestinidad. Aunque los números empujen mucho y pesen, a la hora de legislar no pueden ser razón última de lo que es justo. Como dijo Lospenatto (para justificar su posición que es contraria a esta) «Los derechos no se plebiscitan ni se miden por encuestas, los derechos se reconocen y se garantizan».

Es decir: las razones penúltimas no pueden sobreponerse a las razones últimas a la hora de legislar. Hay que encontrar otras maneras. Porque si no, la ley del aborto se convierte en un aborto de ley, en una ley «no recta».

 

Jesús el profeta que habla al corazón

El Señor no pudo hacer muchos milagros en su pueblo. Su profecía no alcanzó contra las razones de sus paisanos. Igual es cierto que algunos milagros sí pudo hacer. Curó a algunos enfermos, paisanos suyos sencillos que creyeron en él y que se habrán sentido muy contentos de que Jesús, a quien conocían del barrio, fuera este que ahora tenía tan gran poder.

Es que la profecía del Señor va directa al corazón. A las mentes cerradas, solo les pone el límite que dice «esto, así, no va». Pero su palabra sólo es semilla fecunda si cae en la tierra buena del corazón.

En este sentido, mi discurso sobre «las razones últimas» tiene su valor, pero no alcanza. Hace falta hablar al corazón.

Y de corazón, lo que siento es que quizás ha sido un error defender que la vida comienza con la concepción. Sólo ha sido cuestión de tiempo para que nos corran con los números: «en qué semana -nos dicen-, en qué momento de la unión del espermatozoide con el óvulo, así congelamos antes..». No! Hay que anunciar y proclamar al corazón que la vida comienza desde mucho antes. Comienza en los sueños de Dios, comienza en los sueños de formar familia de las mujeres y los hombres, comienza en los sueños de los que legislan creando leyes que protejan estos otros sueños.

Creo que ha sido un error hablar del ADN como razón para definir lo que es una persona. No! Hay que anunciar y proclamar al corazón que la persona es mucho más que un ADN, es alguien tan frágil y tan único que solo su mamá puede hacer con su amor que sea un hijo suyo y que se convierta en alguien. Y si ella no lo quiere o no lo puede hacer no hay ley que valga. Dios mismo quiso que la vida naciera así, dependiendo de un sí de mujer. Aunque pueda ser engendrada por la simple pasión irracional de un varón, una persona no puede seguir adelante sin un sí amoroso de una mujer. Por eso, más allá de esta ley, que se está gestando en un marco ajeno al proceso que desencadenó en la sociedad, hay que escuchar el corazón de las mujeres. De todas.

Yo trato de escuchar así.

Cuando una preadolescente dice «déjennos cog…» y «aborto libre, seguro y gratuito», y «nos quieren hacer creer que un feto sin sistema nervioso central es igual a mi», yo trato de escuchar qué está diciendo esa chica. Trato de comprender el terror que siente alguien a quien la sociedad por un lado le dice que es lo más normal que tenga relaciones sexuales libremente, y por otro lado, le dice que la va a meter en la cárcel si aborta. Una sociedad que cree que cumple su deber diciéndole: «cuidate».

Cuando una mujer dice que no quiere ser una incubadora, trato de escuchar por qué usa esta imagen. No creo que piense que su cuerpo está mal hecho, se me ocurre más bien que lo que dice es que la sociedad machista se ha aprovechado de cómo funciona su cuerpo y con la excusa de su instinto materno la ha cargado toda la responsabilidad de criar o de abortar hijos.

Cuando una mujer dice que quiere decidir sobre su cuerpo y sobre lo que es parte de su cuerpo, trato de escuchar. Porque no creo que esté diciendo que piensa que un embrión es como un riñón. Nadie mejor que una mujer sabe lo que es un hijo. Quizás es que está diciendo que si no lleva las cosas a este extremo, la sociedad seguirá aprovechándose de su «bondad materna» o de su «instinto femenino».

Que muchas mujeres sientan que tienen que llegar a este extremo para expresar sus cosas es algo que nos tiene que hacer reflexionar a todos. Yo sigo tratando de escuchar y mientras tanto, la única propuesta va por el lado de promover el paradigma de la misericordia que propone el Papa. Una misericordia que «no hace muchos cálculos» y da todos los pasos para salvar vidas en el corto plazo y pensar cómo crear estructuras mejores en el mediano y largo plazo. Es un camino a largo plazo. Que abandona la nave de los «valores intocables» y no se sube al transatlántico de los «valores negociables» sino que se lanza al agua solo con el salvavidas amarillo de la misericordia, confiado en que Jesús, el único que camina sobre las aguas, nos extenderá su mano.

Diego Fares sj

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ley sobre el aborto: El cambio de manos del poder y con qué cara llevamos de la mano a nuestras hijas y nietos

Un momento emotivo, al finalizar la sesión en la que Diputados dio media sanción al proyecto de ley sobre la interrupción voluntaria del embarazo, estuvo a cargo de la diputada Lospenatto. Dijo varias cosas que me impactaron profundamente y me movieron a escribir.

Una fue que «todos habíamos cambiado con este debate». Creo que es verdad y que hay que seguir por el camino de «debatir las leyes y de dialogar». Aunque uno pierda una discusión o se vote una ley que no nos gusta, todos ganamos en la creación de este espacio común en el que, si se le toma el gusto al diálogo, a la larga se muestra como el mejor instrumento de la democracia. Si no se discute allí, en el Congreso, las cosas se discuten y deciden en otros lados, donde no hay manera de constatar quién votó qué cosa. El hecho de que se conozca qué piensa y qué vota cada diputado o senador y cómo actúa cada grupo social, es básico para la sanidad democrática.

Otra cosa que dijo Lospenatto fue que «le hemos puesto nombre al dolor». Ponerle nombre a algo que estaba silenciado -brutal y cobardemente- es justicia. Creo, eso sí, que el nombre del dolor es «aborto». Sin apellido.

Sin el apellido «Clandestino» y sin el triple apellido «Legal, Seguro y Gratuito». En todo caso, el apellido es de la madre ya que el padre ni se enteró o no quiso dárselo.

Con el nombre del dolor lo que está sucediendo es que, por ser un dolor tan grande, un dolor que los que no somos madre podemos, sí, compadecer, pero nunca llegar a experimentar en toda su magnitud, corremos el riesgo de pasarnos a otro extremo: de no poder o no querer nombrarlo, ahora se le da un  nombre que no es el suyo.

Primero era «aborto de un niño, hecho clandestinamente», ahora no es «aborto de un niño» sino «interrupción voluntaria de un embarazo» hecho legalmente. Se le ha cambiado el apellido pero la realidad es que tiene menos nombre que antes.

Se pretende solucionar así una culpa social, eliminar un estigma cultural, hacer justicia sobre un sometimiento y abandono en el que es verdad que se ha dejado siempre a la mujer. Pero para ello se vehiculiza como único remedio solo una acción pragmática en lo que a la salud (de la madre) se refiere…

Pero el dolor sigue ahí. Y con menos nombre que antes.

Se piensa y se sostiene que borrándole el apellido no existirá más la culpa.

Una niña adolescente dijo (lo cuento porque me quedó grabado) «Nos quieren hacer creer que un ser sin sistema nervioso central es igual que una mujer adulta». Al escucharla daba la impresión de que le habían vendido que con esta frase se libraría de una culpa que le imponía la sociedad machista. Ojalá fuera tan simple. La culpa viene del registro que tiene toda conciencia respecto del «peso moral» que tiene toda vida, por su dignidad absoluta.

El camino de «nombrar el dolor -cada dolor de cada persona de nuestra patria y de nuestro mundo-» es el camino correcto. Pero no se soluciona con dos frases y una ley.

Los nombres que utiliza un paradigma esencialista, en muchos aspectos sobrepasado o puesto en cuestión por las ciencias, no alcanzan. Pero no hay que conformarse con que nos ofrezcan en reemplazo cualquier nombre para las cosas.

Aquí, con esto del reemplazo, tomo otra frase que me impactó de Lospenatto: decía algo así (yo lo cito como lo recuerdo ya que lo escuché en el momento pero se puede encontrar en youtube): no llegamos a esta votación con una mayoría aplastante, pero en la historia de las conquistas sociales es así: el poder se le arrebata al que lo tiene y lo ejerce y se cambia de mano. Esta convicción de que «el poder se cambia de mano» es lo que me abrió los ojos. Es algo real, porque el poder no deja vacíos, siempre lo ocupa alguien. Pero como concepción creo que es reductiva. Porque la democracia -el poder del pueblo- es precisamente eso, poder de un pueblo. Si alguien se lo apropió, el punto no es «cambiarlo de mano» y que se lo apropie alguien de signo contrario, sino hacer que sean nuevamente las manos del pueblo las que lo ejerzan. Los partidos políticos, en su lucha legítima contra el adversario se exceden cuando «se apoderan del poder discrecionalmente». Este exceso es el que es difícil hacer notar cuando como ciudadanos cristianos, de un pueblo cristiano en su cultura e instituciones y en la gran mayoría de sus integrantes individuales, defendemos las dos vidas y toda vida, como se expresaba en los lemas. El que tiene mentalidad de parte busca que el otro se vuelva también parte. Y aquí se citan, muchas veces con razón, todas las veces que miembros de la Iglesia han actuado de modo partidista o, directamente, han -hemos- actuado mal.

Creo que no es posible testimoniar que uno no es parte sino mostrando que se sabe  perder. Y hablo de saber perder aún la vida, no solo una ley. A lo largo de la historia, el pueblo de Dios cristiano ha sido capaz de vivir su fe con cualquier ley. No solo con la ley del aborto o del matrimonio igualitario sino con las leyes que te meten en prisión o justifican que alguien de degüelle por la simple confesión de la fe. Cuando defendemos un valor como el respeto a la vida desde la concepción, que ha adquirido status constitucional y legal, no es -no debería ser- por conveniencia o por imponer algo a los que no son cristianos. En primer lugar, es -debe ser- por una convicción humana  -iluminada por la fe, pero que es algo de todo ser humano, no «solo cristiano». El que la fe «descubra algunas cosas más profundas» no significa que las invente. De hecho la postura más «anti pro-vida» se basa -paradójicamente- en un valor descubierto por la fe: el valor absoluto de la persona y su libertad de conciencia». Se defienden ciertos «satus quo» no porque sean perfectos ni por conveniencia, sino por la conciencia de este «cambio de mano» que se da en política y que, si no es dialogado y pensado largamente, produce efectos peores que lo que pretendía mejorar. El «cambio de mano» es algo de lo que todos tenemos que ser conscientes. Y la apuesta es a que el cambio de mano sea para darle más libertad al pueblo en su conjunto -presente, pasado y futuro- y no para tener un nuevo dictador con distinto signo.

A nivel de ideas, es claro el cambio de mano: de un paradigma que de alguna manera respeta algo así como un derecho natural, con valores que preexisten a la constitución social -como la vida-, se pasa a un derecho positivo, como se llama, sin puntos de referencia más allá de sí mismo. Estamos viviendo cada vez más en este nuevo paradigma, que va conquistando, uno a uno, los ámbitos en el que ese «derecho más amplio» (para no usar el término natural que está en crisis), conservaba sus espacios. El nuevo paradigma lo devora todo.

Ese ámbito más amplio, que la Iglesia promueve y tutela cuando puede, es un ámbito donde, por ejemplo, reina la misericordia. Toda vida, también la que está en gestación y la que está por morir, es digna de ser tratada con misericordia. Ese ámbito se subsume ahora por el reino de la racionalidad pragmática. Evidentemente que pareciera más «racional» y más «pragmático» actuar sobre la salud de una madre adulta que sobre un embrión sin sistema nervioso central, como decía esa adolescente (cosa discutible científicamente, por supuesto). Pero el punto es el «cambio de manos». No es que «nos liberemos de una iglesia machista» para ser más libres. Pasamos a una nueva «iglesia», la de la racionalidad pragmática. Y la racionalidad pragmática, aunque tenga género femenino puede llegar a ser muy machista y depredadora. Si luego de cinco mil años de machismo alguien quiere que vengan otros tantos de feminismo, ok. El cambio de manos no sería injusto y en ciertas cosas hasta puede que nos vaya mejor. Pero mejor todavía sería soñar y trabajar juntos en el tema de la vida que es el único tema que trasciende todo y posibilita todo -también la política y también los géneros-.

Concluyo con otra frase que me impactó. Prefiero no mencionar el nombre del (de los diputados) sino solo el concepto. Se refirieron a sus hijas. A la «revolución de las hijas» y a sus hijas. «Voto esta ley por mis hijas», dijo uno. «Y por las hijas de los otros diputados», agregó otro. Y alguno comentó que si su hija tenía que abortar, cosa que no deseaba de ninguna manera, prefería que fuera con un aborto legal, seguro y gratuito.

Me parece honrado que pongan a sus hijas sobre la mesa, ya que de eso se trata. Pero no deja de horrorizarme lo que dicen. Revela hasta qué punto este nuevo dios -la racionalidad pragmática- ha invadido las mentes de tanta gente y, en particular, de los que tienen a su cargo legislar las leyes para nuestro pueblo -para sus hijas y los nietos que les abortarán libre, gratuita y -profecía cumplida- con toda seguridad-.

Insisto: es bueno que se diga y que salga a la luz lo que está en acto en las mentes, porque así se puede objetivar y pensar. Es bueno que salga a la luz y no que quede allí escondido como el veneno que, inoculado, actúa secretamente.

Pero resulta chocante «tanta sinceridad». Es la realidad, sí: nuestras adolescentes -hijas, hermanas, amigas- abortan. Una chica dijo que «eran ellas, chicas de 15, las que acompañaban a sus amigas a abortar y las que les veían la cara de terror» y no sus padres que ni se enteraban-. Es la realidad que los padres son los últimos en enterarse. Por eso el Papa desafía a los padres preguntándoles si sabe «donde están sus hijos, existencialmente», no en qué discoteca. Los curas nos seguimos «enterando» décadas y décadas después, porque la gente que trata de confesarse antes de morir, confiesa los abortos como lo único dramáticamente serio de su vida.

Todo esto es así. Pero lo que me impactó fue esa «prepeada» de hablar de «la revolución de las hijas» y de los «abortos de sus hijas» con cierto tono de subirse al caballo del humor político que había en la calle. Estoy hablando de diputados que en el gobierno anterior no trataron el tema por disciplina partidaria, cosa que otros se lo hicieron sentir. Está bien lo de «robarle las banderas» a los adversarios y todo lo que ya sabemos que se hace en política, pero el hecho de poner a sus hijas sobre la bancada, me impresionó.

Me estremece escuchar a esas adolescentes que sin saberlo sus papás van con sus amigas a abortar a una clínica clandestina. Pero me estremece más aún escuchar a un papá decir que entrará de la mano con su hija para que aborte en un hospital público. Me estremece más porque esas chicas iban «con cara de terror» y este papá legislador irá con … cara de qué?

Veo tanto a las amigas como al padre llevando de la mano a la que va a sacrificar a un hijo no deseado. Y me da menos terror la cara de terror de las chicas que la cara (indescriptible) con que el padre dijo que la acompañaría.

Hablo no de lo que uno hace sino de lo que dice cuando legisla, que es una actividad específica y representativa. En esto, la imagen que se contrapone en mi corazón es lo que le dijo un padre a su hija, que ante la opinión de los médicos que le dijeron que su bebé no era viable y que ella corría riesgo, decidió abortar. El papá hizo silencio y luego le dijo: al menos que tenga un entierro digno. Nada más. Hay veces en las que no se puede hablar.

Mis argumentos, como la mayoría de los que hablaron a favor de toda vida, no son muy convincentes. Seguramente no son pragmáticos. Y resaltan algunas cosas muy desagradables. Yo mismo, cuando escucho a algunos que hablan con precisión del inciso tal de la ley cual, en el lenguaje concreto que se habla en la cocina de las leyes, me digo que me falta esa precisión. El cambio de paradigma, y más que cambio el choque entre un paradigma «esencialista» y otro «funcionalista», y más que choque, el acabalgamiento que se produce entre estos paradigmas, es algo que vuelve difícil la reflexión articulada y serena y más difícil aún la toma de decisiones.

Pero en los momentos de crisis, las decisiones son a todo o nada. Pero a todo o nada no contra esta ley (que es de las más irrestrictas que he visto comparadas con otros países: en Italia y Francia es hasta las 12 semanas; hasta en China es ilegal el aborto selectivo, porque todos eligen tener varones y abortan a las niñas…; la objeción de conciencia en italia es más respetada…), no contra esta ley, repito, porque sea mejor la anterior, que no es buena, sino porque hay que hacer unas leyes enteramente nuevas!

Ante la complejidad y las urgencias del mundo actual, el Papa habla de que estamos viviendo «en un hospital de campaña» y nos da un «protocolo» para la vida plena. Ese protocolo, esas reglas de comportamiento eficaz y posible en momentos de crisis, como los colores con que se clasifica rápidamente a las víctimas de una tragedia para no perder tiempo, son las bienaventuranzas, no el aborto.

Las bienaventuranzas no son «pragmáticas» ni «razonables» ni «agradables». Pero dan verdaderos frutos de felicidad allí donde la vida misma no es agradable ni pragmática ni razonable.

Es cierto que la misericordia para con el más vulnerable, en toda situación de vulnerabilidad, no es pragmática. Pero acaso vamos a pretender que la vida sea pragmática? Es eso lo que nos quieren vender? Una vida pragmática?

No es pragmático lo que costó traernos al mundo, darnos de comer y educarnos como seres humanos. No es convincente racionalmente que existamos en un universo donde cien mil millones de galaxias no han producido un solo embrión fuera de nuestro planeta. No son siempre cómodas ni agradables todas las tareas que hay que hacer para que un chico viva bien y feliz.

Lo que está en juego en este momento no es dar un paso adelante o volver atrás. Lo que está en juego es que si el paso que damos no es a favor del Dios de la misericordia será a favor del dios de la racionalidad pragmática, que nos devorará uno a uno, comenzando por los que están en gestación, siguiendo por nuestras hijas adolescentes, continuando con nuestras familias para terminar con toda una civilización que, teniendo todos los medios y la plata para honrar la vida de los otros, prefirió deshonrar cómodamente la propia.

Diego Fares sj

Hay que salir a sembrar de nuevo semillas del evangelio que se sembraron menos (11 B 2018)

 

(En aquel tiempo decía Jesús a la gente… Si alguno tiene oídos para oír, que oiga!)    Así es el reino de Dios: como con un hombre que echa semilla en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí sola: primero los tallitos de hierba, luego la espiga, después el trigo pleno en la espiga y cuando se da el fruto, con prontitud mete la hoz porque ha llegado la cosecha.

Decía también: ¿A qué compararemos el reino de Dios o con qué parábola lo expresaremos? Con el reino sucede como con un grano de mostaza que cuando se siembra en la tierra es más pequeño que cualquier semilla, pero una vez sembrado crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden anidar a su sombra.

Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, acomodándose a su capacidad de entender  y no les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo cuando estaban entre ellos  (Mc 4, 26-33).

Contemplación

El reino de los cielos es un misterio. El misterio de cómo está presente Dios -el Padre, Jesús, el Espíritu Santo- en medio de nosotros, cómo es que actúa en la vida de la gente, cómo inicia, como se desarrolla, en qué estructuras, cuáles son sus frutos que podemos aprovechar, cómo tenemos que comunicarlo a las próximas generaciones…

Cuando nos preguntamos dónde está Dios, cómo es que actúa, qué quiere que hagamos como ciudadanos de su reino, en medio de una situación como la que estamos viviendo en torno a la despenalización del aborto, la respuesta hay que rezarla contemplando las parábolas del reino.

Más que tomar «frases sueltas» del evangelio o de la doctrina de la Iglesia, puede ayudar un rato de oración. Una oración de pobres, de gente común del pueblo de Dios que necesitamos que Jesús mismo nos hable y nos predique alguna palabra nueva, entre tanta cosa que hemos escuchado y dicho. Necesitamos una oración de pobres discípulos que no entienden y desean una explicación como esas que Jesús les daba «cuando estaban entre ellos». Es decir: necesitamos escuchar a Jesús no «por la calle», sino dándonos un tiempo especial.

Y las parábolas contienen dentro de sí -en su dinámica- un tiempo especial. Abren la mente con sus juegos de imágenes. Como esta sobre el hombre que siembra y cosecha, que no sabe cómo se da el proceso de crecimiento de la semilla, pero sí puede discernir claramente cuándo sembrar y cuándo cosechar porque «se ha dado» el fruto (se ofrece el fruto, dice el griego). Y la otra, que tiene sentido en sí misma pero también juega dialécticamente con su hermana gemela, esta parábola en la que el reino se compara no con la acción de un labrador sino con un tipo de semilla -el granito de mostaza, que condimenta las comidas-, un granito pequeño que llega a ser un arbusto grande y no solo sirve por sus frutos sino que trasciende: sirve para que los pajaritos hagan nido a la sombra de sus ramas. Hermosa imagen del reino que es algo más que «frutos» y no solo sirve al reino humano sino también al reino animal.

Jesús está hablando en un discurso más amplio y nos advierte que paremos la oreja, que el que tenga oídos para oír, que oiga. Es una invitación de esas que son perennes, para toda época que no se haya vuelto tan autorreferencial que no quiera ya usar sus oídos para oír (al otro) porque sólo se escucha a sí misma (para eso no hacen falta oídos!).

Las parábolas son como una vasija que contiene un tiempo especial. Como toda obra de arte, crean su propio tiempo. Una obra de arte -un cuadro, una música, una Iglesia…- sin que nos demos cuenta, por atracción, nos hacen entrar en su propio tiempo, deteniéndonos en un detalle, impulsándonos a ir a ver o a escuchar otro y luego haciéndonos sentir la necesidad de volver atrás… Las parábolas, en cuanto obras de arte narrativas de Jesús, le regalan este tiempo de contemplación al que quiere entrar en su lectura, meditación y contemplación. Nos regalan este tiempo como el fruto que «se ofrece» en la primera parábola. Nos regalan este tiempo de gracia como las ramas del arbusto de mostaza, para que hagamos nido y pongamos huevo en vez de andar solo revoloteando por la historia.

Cómo actúa Dios en nuestra historia? Jesús usa una imagen de su época aprovechando que entonces no se sabía mucho acerca del proceso de crecimiento de las plantas pero sí se sabía muy bien cuándo sembrar y cuándo cosechar. Hoy en día esto ha cambiado. Y yo diría que está cambiando radicalmente. No sólo se trata de que ahora sabemos mucho (nunca todo, en esto la ciencia actual es más humilde que el saber común) acerca de cómo crece una planta. No sabemos todo pero sabemos mucho, tanto que podemos modificar genéticamente los cultivos. Sabemos! aunque algunos se hagan los tontos y digan que no se pueden usar estos conocimientos a la hora de hacer una ley que afecta a una vida en gestación. Esto es «religioso» -dicen- y hay que ponerlo entre paréntesis a la hora de legislar «para todos». El problema es que, entre paréntesis, se pueden poner las palabras, no la realidad. Las creencias absolutas permean las prácticas más cotidianas. Además, hay que reconocer el menos que el concepto de «derecho absoluto de una persona a decidir libremente» es una conquista del pensamiento cristiano. No lo tenían los griegos ni los romanos, ni se respeta de igual modo en la actualidad en países de otras religiones o sistemas políticos.

Decía que la imagen que usa el Señor ha cambiado no en el sentido de algo que evoluciona sino que ha mutado: ahora conocemos todo de los procesos biológicos y hemos perdido el conocimiento de nuestro modo de interactuar positivamente con la vida en el planeta: ya no sabemos cuándo sembrar y cuándo cosechar. Sembramos mal, llenando el país de soja, por ejemplo, sin rotar los sembrados; quemamos bosques… Estamos viviendo en una anti-parábola: en una mentalidad que privilegia el funcionamiento y se desentiende de los fines.

Y creo que la parábola tiene más actualidad aún. Podríamos cambiarla, con todo respeto, en la parte que habla de que la semilla crece sola y decir que ahora el hombre sabe cómo crece y la tierra no da fruto «automáticamente» (esa era la palabra griega) sino que el hombre la hace dar el fruto transgénico que quiere. El punto del Señor sigue siendo el mismo: lo que interesa para conocer su reino es compararlo no con el saber tecnológico que puede tener o no tener el hombre, sino con su saber «humano»: cuando sembrar y cuándo cosechar. Esto es lo que el Papa llama «discernimiento» y afirma que «se disciernen las situaciones»: cuando sembrar y cuándo cosechar (y esto conlleva el «cuándo hay que interrumpir un proceso y cuándo no se puede).

El fruto que saco yo de esta parábola es que «hay que sembrar de nuevo».

La parábola, aunque no lo dice, supone que el reino es algo que se siembra y se cosecha y esto es algo que hay que hacer cada año o cada ciclo de cultivo. No solo hay que sembrar de nuevo cada ciclo sino que hay que rotar los cultivos. Y el evangelio no solo tiene potencia de crecimiento inusitada que se renueva en cada siembra sino también multitud de semillas, muchas de las cuales no se han sembrado en la misma cantidad que otras.

Cada cultura y cada época es como una tierra nueva y apta para distintos tipos de semilla. Lo bueno de las semillas evangélicas es que, en cada una, diferente a las demás, está Cristo entero, así como en cada espiritualidad y en cada carisma está el Espíritu entero, Único en las diferencias.

Creo que ahora, en nuestra patria, pero no solo, hay que sembrar de nuevo. Porque los frutos que dieron otras siembras, cuando los ofrecemos a las nuevas generaciones, les saben a frisados y enlatados. Y esto no es culpa del evangelio sino nuestra, por no sembrar cada año con la misma pasión y dedicación que sembraron nuestros mayores y ofrecer a los jóvenes frutos en conserva.

Ha cambiado el terreno, ha cambiado la mentalidad y la cultura y hay que sembrar de nuevo, para que los frutos de la nueva cosecha tengan el gusto de la nueva tierra. Si no, no serán aceptados.

Y esto de sembrar de nuevo no es ninguna amenaza a la doctrina ni significa ningún fracaso. En todo caso es un fracaso haber perdido tiempo y seguir atrasando la nueva siembra con la excusa de que los frutos conservados son comestibles. Lo cual es tan cierto como que celebrar una misa en latín vale tanto como celebrarla en lengua vernácula. El punto es que la misa es para que la generación de las hijas (y de los hijos), que recién han salido del catecismo, le sigan tomando el gusto a Jesús y se encienda en sus corazones puros el deseo de recibir al Espíritu, que es el único que les dará alegría duradera y astucia para interactuar con este mundo que los seduce y luego los descarta con suma facilidad.

En Amoris Laetitia, el Papa dice a los padres: «Las preguntas que hago a los padres son: «¿Intentamos comprender “dónde” están los hijos realmente (existencialmente) en su camino? ¿Dónde está realmente su alma, lo sabemos? Y, sobre todo, ¿queremos saberlo? Los padres -dice- siempre inciden en el desarrollo moral de sus hijos, para bien o para mal. Por consiguiente, lo más adecuado es que acepten esta función inevitable y la realicen de un modo consciente, entusiasta, razonable y apropiado. Ya que esta función educativa de las familias es tan importante y se ha vuelto muy compleja, quiero detenerme especialmente en este punto: la familia no puede renunciar a ser lugar de sostén, de acompañamiento, de guía, aunque deba reinventar sus métodos y encontrar nuevos recursos» (Cfr AL 259-262).

Cuáles son las semillas que el Papa nos pide que sembremos en esta época. El insiste una y otra vez en sembrar las semillas de las bienaventuranzas y, entre ellas, de modo particular todas las semillas de la misericordia, que se concreta en una semilla para cada obra de las que enseña Mt 25 -las obras de misericordia que hacen a nuestra carne con hambre, sed, enferma, presa, sin hogar, sin vestido.

También insiste en las obras de misericordia espirituales, entre las que se destaca la semilla del discernimiento. Esta semilla se siembra de manera especial con las parábolas, cuya estructura nos hace pensar por nosotros mismos, nos invita juzgar entre situaciones contrapuestas.

Esto es urgente en nuestra época en la que las ideas abstractas son una especie de «ídolos transparentes». El ídolo transparente es un ídolo que no te hace adorarlo a él como objeto, sino que te permite ver la realidad pero con un «filtro» que la distorsiona imperceptiblemente para una parcialidad. Es difícil darse cuenta porque es muy transparente y se aloja en el nacimiento mismo de la visión.

Un ejemplo (de mi predicador de Ejercicios que me ayudó a descubrir un ídolo transparente mío) Cuándo Dios le dice al profeta Samuel que tiene que dejar de llorar por Saúl y elegir otro Rey para Israel, Samuel mira a los hijos de Isaí y se fija en el más fuerte. Ese era su «ídolo transparente» para «ver a un Rey elegido por Dios». Pero Dios no se fija en las apariencias sino en el corazón y le señala a David.

Así cada uno debe revisar su «ídolo transparente» -pidiendo ayuda al Espíritu para que se le caigan las escamas de los ojos, como a los discípulos de Emaús) y las parábolas ayudan a salir de una visión «autorreferncial» al hacernos entrar en una dinámica distinta. Una dinámica que nos obliga a salir de nosotros mismos, a enfrentarnos a un misterio a la vez claro (porque en la parábola están todos los elementos sobre la mesa) e inagotable (la interacción de las parábolas entre sí y con la realidad de cada persona las hacen inagotables).

Una fe que se purifica los ojos de estos ídolos transparentes es como un granito de mostaza que, en su pequeñez, contiene todo el evangelio, y puede extender ramas para que hagan nido los pajaritos del cielo a su sombra.

Diego Fares sj

 

 

Las lenguas en que el Espíritu nos concede hablar (Pentecostés B 2018)

 

Al atardecer del Domingo

encontrándose los discípulos con las puertas cerradas

por temor a los judíos,

vino Jesús y se puso en medio de ellos y les dijo:

‘La paz esté con ustedes’.

Mientras les decía esto les mostró sus manos y su costado.

Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.

Jesús les dijo de nuevo:

‘La paz esté con ustedes.

Como el Padre me envió a mí,

Yo también los misiono a ustedes’.

Al decir esto sopló sobre ellos y añadió:

‘Reciban el Espíritu Santo.

Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen

y serán retenidos a los que ustedes se los retengan’ (Jn 20, 19-23).

…………….

“De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso,

que llenó toda la casa en la que se encontraban.

Se les aparecieron unas lenguas como de fuego

que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos;

quedaron todos llenos del Espíritu Santo

y se pusieron a hablar en otras lenguas,

según el Espíritu les concedía expresarse” (Hc 2, 1 ss.).

 

Contemplación

Las llagas del Señor que los pacifican, la misión del Padre con que son enviados, el Espíritu Santo que reciben y que los llena con su Soplo y con su Llama, el perdón de los pecados -para sí y para darlo-, y las lenguas en que el Espíritu les concede hablar y que hace que todos entiendan, son como puertas abiertas por las que entra y sale la Gracia que cuaja -confirma- a la Iglesia como una, santa, católica y apostólica.

Puertas abiertas

La imagen de la Iglesia -de cada apóstol y de todos reunidos con nuestra Señora- como Casa de puertas abiertas por las que entra y sale el Espíritu, se contrapone a la situación anterior en la que los discípulos se encontraban «con las puertas cerradas».

Las llagas del Señor son puertas abiertas al Espíritu: Él entra y sale por la puerta escondida de nuestras llagas, no por la puerta principal de nuestras cualidades.

La misión del Padre es puerta abierta: por ella entró Jesús en nuestra historia y por ella sale el Espíritu en la persona de los discípulos misioneros a evangelizar y bautizar a todos los pueblos.

Más aún, el Espíritu Santo en Persona es Puerta abierta: Él crea su propia apertura y su hospedería en el alma de los creyentes; Él es Puerta abierta y giratoria que nos impulso a salir de nosotros mismos para ir hacia los demás.

El perdón de los pecados y las nuevas lenguas son una sola y la misma Puerta abierta: es la misma cosa salir del encierro y de la esclavitud del pecado y que se nos suelte la lengua para predicar el Evangelio.

Toda lengua es una puerta abierta al corazón de las personas y a cada cultura. Y la lengua del Espíritu, la de los pecadores perdonados y enviados a Evangelizar, es una lengua abierta y familiar que llega al corazón de todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

Nos detenemos en la conexión entre la puerta abierta al perdón y la puerta abierta a la predicación del Evangelio.

Los pecados que no dejan hablar al Espíritu

Cuando el Papa Francisco abrió y mandó abrir tantas puertas de la Misericordia, comenzando por la de Banghi, en la República Centroafricana, lo hizo en cumplimiento de este mandato del Señor, que da su Espíritu a la Iglesia para que abra las puertas del perdón de los pecados.

De cuáles pecados? De todos, por supuesto, pero a cada persona y a cada pueblo para el perdón del pecado particular que le cierra la puerta al Espíritu.

Cerrarle la puerta al Espíritu es no dejarlo hablar. Porque su misión es hablar: decirnos toda la verdad, recordarnos las palabras de Jesús, cada Palabra en el momento justo ante cada situación. Hablar no simplemente hablando sino consolando, fortaleciendo, haciendo dar fruto. El Hablar del Espíritu es el de una lengua que entienden todos.

A veces, cuando alguien nos está hablando y ve que no lo escuchamos, nos dice: «Atendé lo que te digo, mirame! Te estoy hablando». Lo primero de una lengua es el asentimiento personal al otro. Más allá de lo que dice y de cómo intenta explicarse, lo que reclama el que habla es que se lo reconozca y respete como persona, es decir: como alguien que tiene algo propio para decir. Su punto de vista no es algo accesorio, va junto con el contenido. En lo que uno dice pone su vida, su experiencia, su corazón. De allí que cada uno necesite su tiempo para expresarse.

Por eso, que a uno lo entiendan, que se entienda lo que dice, significa que se lo aceptó como persona, que en sus palabras uno acepta que recibe más de lo que cada palabra dice tomada en general. Si alguien se siente comprendido es que recibimos su experiencia de vida que enriquece la nuestra. Cuando esto sucede, es porque ha comenzado el diálogo.

El pecado, todo pecado, tiene una dinámica opuesta a esta del diálogo. Para pecar hay que cerrar los oídos a la palabra que nos dice un Bien común y mayor, que necesita tiempo para expresarse plenamente, y hacerle caso a la palabra que nos dice un bien particular, un bien menor, que nos apura con su urgencia y nos ofrece una salida rápida o de compromiso.

La pequeña Marta en medio del grupo de oración         

Hace unos días, compartiendo el Evangelio con un grupo de matrimonios, un papá hizo alusión al lenguaje nuevo del Evangelio y expresó que a veces sentía la angustia profunda de estar hablando una lengua vieja. Ante situaciones nuevas se encontraba diciendo palabras viejas, ya gastadas. Y tenía sed de esta lengua nueva, de poder decir palabras que iluminaran de un modo nuevo las situaciones de conflictos repetidos que sus palabras viejas no lograban destrabar.

Mientras hablaba, su esposa que tenía en brazos a su hijita pequeña, como la nena estaba inquieta, la puso a jugar en la alfombra, en medio del círculo que formaba el grupo. Y yo me entretuve mirando a la pequeña Marta, que tomaba un juguete en sus manos, se lo llevaba a la boca, se lo mostraba a su mamá, que la aprobaba con una sonrisa, y seguía jugando y canturreando en su lenguaje de sonidos sin palabras.

Y se me fueron haciendo claras dos cosas acerca de la lengua que hablamos y la que el Espíritu nos hace escuchar y hablar.

La pequeña no necesitaba hablar porque su madre le adivinaba todo e iba guiando sus gestos con sus aprobaciones, sus sonrisas, sus gestos de «eso no» y sus abrazos.

Los dos lenguajes del Espíritu

Este es el lenguaje de «los gemidos inefables» del Espíritu, que gime y reza en nuestro interior sin que haya necesidad de poner palabras a lo que es puro deseo: expresión de asentimiento a su Persona y de reclamo de su Atención.

Esta es la oración de abandono, en la que le decimos al Señor: «adiviname Vos. Yo me expreso, Padre, como un niño que juega, canturrea y se lleva a la boca los juguetes, los da vuelta y los tira… y te dejo que me adivines y me apruebes en lo que siento y en cómo estoy».            Es una oración sin palabras, oración de abandono, oración de niño pequeño en brazos de su Madre.

Luego, cuando uno crece y sus deseos se van volviendo más precisos, nace la necesidad de hablar, que nuestra madre estimula dándonos palabras a elegir, nombrando las cosas que nos gustan y las que no debemos tocar. Aprendemos así las palabras esenciales, siendo las primeras mamá y papá, que son de invocación: el llamarle la atención a la persona que nos explica todo lo demás.

En este nivel de lenguaje tenemos que aprender a hablar y a precisar bien qué es lo que deseamos para poder ser, dialogalmente, ayudados, comprendidos y guiados. Se aprende este lenguaje rezando (a rezar aprendemos rezando): leyendo el evangelio, eligiendo alguna palabra en la que sentimos más gusto, explayando en ella nuestros deseos y sentimientos y dejando que esa Palabra de Jesús nos diga lo suyo.

Este es el lenguaje de la «caridad discreta» del Espíritu, es decir: el lenguaje del deseo reconocido, interpretado, elegido y bien expresado, al que el Espíritu puede responder con claridad, dándonos a gustar esa palabra del Evangelio que ilumina lo que queremos y lo encauza misionalmente, para bien de los demás.

Dos lenguajes, por tanto, que habla el Espíritu -el del gemido y el del discernimiento- y que tienen que ver con el perdón de los pecados.

Hay un perdón del Espíritu que obra sobre el gemido egoísta, el del niño caprichoso que llora y patalea reclamando mal lo que sus padres le darán gustosamente en orden y a su tiempo.

Este perdón es sin palabras, como el perdón del Padre misericordioso al hijo pródigo al que abraza y besa sin decirle nada. Es el perdón de la Misericordia incondicional, setenta veces siete repetida, si fuera necesario, como dijo uno de los Obispos chilenos: pedimos perdón a las víctimas y lo pediremos setenta veces siete si hace falta.

Sin este perdón profundo y total, no es posible el lenguaje evangélico, nadie puede salir a predicar si no cuenta con este perdón bautismal.

La frase que el hijo pródigo había ido elaborando: Padre, perdóname, pequé contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser hijo tuyo. Trátame como a uno de tus servidores… , es una frase dicha a borbotones . Y el Padre la acalla para dejar que se exprese el sollozo.

Se trata de un perdón y un lenguaje sin palabras, hecho con lágrimas y abrazos, en el que todo se adivina y por eso no hace falta hablar. Cuando la comunicación es tan íntima, hacer callar al otro con un gesto es la palabra más expresiva: la que no hace falta decir, la que basta insinuar y que el otro acalle. No es mudez, sino diálogo de gestos, en el que uno mira y solloza y el otro dice shh! y abraza.

Esto que a nivel personal es tan claro, debe traducirse a nivel cultural, social, político y eclesial.

Los lenguajes del Papa a los Obispos de Chile

A nivel eclesial, este lenguaje resuena en lo que el Papa Francisco le dijo a los Obispos de Chile, como invitación a tener un día de reflexión personal (luego hablaron y luego resolvieron poner a disposición del Santo Padre sus cargos pastorales):

Dejarse perdonar profundamente, permitirá recuperar la palabra, volver a profetizar:

Hermanos, no estamos aquí porque seamos mejores que nadie. Como les dije en Chile, estamos aquí con la conciencia de ser pecadores-perdonados o pecadores que quieren ser perdonados, pecadores con apertura penitencial. Y en esto encontramos la fuente de nuestra alegría. (…) Queremos pasar de ser una Iglesia centrada en sí, abatida y desolada por sus pecados, a una Iglesia servidora de tantos abatidos que conviven a nuestro lado.(…) Ese es el signo de que el Reino de los Cielos está entre nosotros, es el signo de una Iglesia que fue herida por su pecado, misericordiada por su Señor, y convertida en profética por vocación.

Discernir, no discutir, llevará a tomar medidas a largo, mediano y corto plazo y no quedarse solo en tomar dos o tres medidas prácticas:

Hermanos, las ideas se discuten, las situaciones se disciernen. Estamos reunidos para discernir, no para discutir.

Confesar el pecado es necesario, buscar remediarlo es urgente, conocer las raíces del mismo es sabiduría para el presente-futuro. Sería grave omisión de nuestra parte no ahondar en las raíces. Es más, creer que sólo la remoción de las personas, sin más, generaría la salud del cuerpo es una gran falacia.

El lenguaje que falta en el debate por el aborto

Esto quizás puede ser ejemplo para el debate sobre el aborto, en el que más que discernir la situación se discuten ideas -unas que parten de la «esencia» (de la vida, de la persona, del derecho) y otras que parten del «funcionamiento» (de la vida, de la persona, de la ley). Para que una confrontación así no sea un diálogo de sordos que produce leyes emparchadas (como la que actualmente rige la cuestión del aborto), es necesario profundizar sobre todo en el primer nivel del lenguaje: ese que hace sollozar en silencio escuchando al Espíritu que gime como la creación, con dolores de parto. Antes de hablar diez minutos, cada orador y los que los escuchamos, deberíamos llorar en silencio otros diez.

1.300 abortos por día (según los medios) productos de embarazos no deseados, en este siglo XXI, nos tienen que hacer sentir que estamos ante una tragedia humanitaria. Una tragedia que se da escondida y esparcida por todo lo largo y ancho de nuestro territorio. Una tragedia que recae, entera cada vez, como una montaña que se derrumba, sobre la cabeza y el pecho de cada mujer que aborta y se hace cargo sola de una responsabilidad que no puede no ser común.

Antes, durante y después ya sea de una penalización como de una legalización, este nivel de lenguaje en el que no hay palabras sino gemido, sollozo y abrazo, pidiendo perdón -todos- a las mujeres, a los no nacidos, a la humanidad que nos dio la vida y a la que le es negada, y si creemos, a Dios.

Sin este llanto que es el lenguaje del perdón, todo otro lenguaje resulta ofensivo por el sólo hecho de estar usando el aire y las palabras.

Pedimos al Espíritu que amplíe en nuestro corazón, en el de cada familia, en el de cada sociedad y cultura, en cada ámbito donde se habla y se decide, esta puerta abierta al llanto y al perdón, a recibirlo y a darlo, para poder luego discernir con caridad e implementar medidas que cuiden  y promuevan la vida y no prácticas de la muerte que pasan de protocolo hospitalario provincial a ley nacional.

Diego Fares sj