Los 72 y un reino basado en La Paz (14 C 2022)

El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni alforja, ni calzado,  y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, digan primero: «¡Que descienda la paz sobre esta casa!» Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él;  de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: «El Reino de Dios está cerca de ustedes.» Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan: «¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes!  Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca.» Les aseguro que en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad.» Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre.» Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo» (Lc 10, 1-12; 17-20).

Contemplación

Contemplamos al Señor que designa a los 72 y los envía “a una cosecha abundante para la cual los trabajadores resultan pocos”.

Me impresiona esta frase que les dice el Señor al comenzar la primera misión de la Iglesia. Es como si de entrada, Jesús ya previera y curara la raíz de nuestros reclamos futuros: somos pocos para un trabajo tan grande.

Hay advertencias del Señor que hacen referencia a la cruz, a la persecución, a las dificultades… Pero van en segundo lugar. Pareciera que la primera advertencia es a cuidar la paz y la alegría del Reino con medios humanamente pobres y escasos. 

Me trae al corazón lo que les pasó a los apóstoles al final del evangelio de Lucas, cuando se les apareció el Señor resucitado. Dice que “no acababan de creer de puro gozo”. Ante la gracia que tenían ante sus ojos y que confirmaba sus más secretos anhelos, “se levantó un vaivén de pensamientos en sus corazones” (Lc 24, 38-41). Es lo que llamaríamos una “tentación por exceso de alegría”

Cuando una alegría es demasiado grande y nos desborda, -una cosecha abundante, por ejemplo-, sentimos miedo y tendemos a replegarnos. Sentimos que se nos despoja de algo nuestro: de esa pseudo seguridad que nos da movernos en el espacio reducido de nuestro pequeño mundo. La cosecha abundante invita a lanzarse a una alegría que no controlamos y entonces se activan todos nuestros mecanismos de control y aplicamos los criterios más bien mezquinos de nuestros cálculos a una situación de puro gozo, a una situación de fecundidad y creatividad propias del Señor resucitado y de su Espíritu. 

A los apóstoles se les presenta Jesús resucitado y les da la paz. Esto basta para que se sientan sobresaltados y despavoridos. Creen ver un fantasma, nos dice Lucas. 

La tentación, que primero aparece chiquita (sobresalto), 

crece (despavoridos) 

y se intelectualiza (creen ver un fantasma).

En el discurso de la misión, el Señor prevé esta tentación y ya de entrada les dice: miren que la cosecha es abundante y que ustedes son pocos. Rueguen al dueño de la mies para que envíe trabajadores para la cosecha. Las cosechas y las pescas milagrosas son «cosa habitual» en la economía del Reino. Y cuesta “acostumbrarse” a los excesos del Reino. 

San Ignacio, que sabía de empresas grandes, tenía como lema para enfrentar estas situaciones con un corazón fuerte: “No achicarse ante lo grande y dejarse contener por lo pequeño”. 

Si cuesta trabajar cuando a uno le toca sembrar en terreno estéril, cuesta mucho más tener que habérselas con semillas que dan el ciento por uno. Si no nos aferramos fuerte a Jesús, el Señor, surge entonces el espíritu de queja: «ya veía yo que en algún lado estaba la trampa» «Nos da una cosecha tan grande que nos desborda”. ¿Cómo mantendremos esto?”. «Así no se puede”. “Señor !». Cuesta irse haciendo a esta economía del Reino, a trabajar recuperando la paz que se muestra tan frágil ante las cosechas abundantes con pocos trabajadores. 

Escuchemos los consejos del Señor tratando de percibir su paz y señorío.

El primer consejo es muy simple: “rueguen al Dueño de la mies que les mande trabajadores”. «Qué fácil» dirá alguno. “Pero ¿y mientras no llegan los otros voluntarios?». El consejo es valioso no solo por la eficacia que promete, sino porque incluye una lucidez: la cosecha tiene Dueño. No te angusties que vos no sos el dueño. ¿No será que el mecanismo de la tentación proviene de “adueñarnos”. Y como de lo único de lo que somos dueños es de nuestro ámbito reducido de pecado, cuando viene una cosecha abundante, sentimos la amenaza, nos damos cuenta de que en el Reino ya no somos dueños de nada. ¡La amenaza de la alegría! El pataleo profundo proviene de este sentimiento, no de que haya mucho que hacer. 

Pero lo lindo es que, al mismo tiempo, esto de no ser dueños da un inmenso alivio, una paz y una alegría que el Señor se ocupa de cuidar. El evangelio nos dice que los setenta y dos “volvieron llenos de gozo”. Se ve que en la primera misión se dejaron conducir por el Espíritu de paz que les dio el Señor. 

Sin embargo falta otra vuelta de tuerca. Ya venían contentos de que «los demonios se les sometieran». Y el Señor cierra la misión con otra advertencia: «No se alegren de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo.” Es decir: no se alegren del poder que da gestionar cosechas abundantes o vencer enemigos más poderosos que ustedes. Esa alegría es para el Dueño, en todo caso. Ustedes alégrense de pertenecer a ese Dueño. 

Señor, yo no soy dueño…

Ni de mi vida

Ni de la vida de los demás.

No soy dueño de mi familia

Vos me la diste, Señor, 

Vos la cuidás.

No soy dueño del llamado,

Vos me elegiste, 

fue tu voluntad.

No soy dueño de los frutos 

que me hacés dar.

Vos sos el Dueño, Señor.

Solo vos y nadie más.

Veamos también, en esta misma línea, los otros consejos para el que se deja enviar en la misión de «las cosechas abundantes».“¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. Es como decir: la paz y la alegría estarán cuidadas si van juntos, como ovejitas unidas entre sí y con su buen Pastor. La oveja que se corta sola se la devoran los lobos. Y los lobos pueden ser interiores. ¡Qué triste sería estar devorados por las dudas teniendo en frente al Resucitado!

¡Vayan! No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Es como decir: la paz y la alegría no se aseguran con la aprobación de los demás. No hay medios que “aseguren» que uno puede gestionar una cosecha tan abundante. La pobreza evangélica -el sentimiento de ir con pocos medios- es lo único que asegura la paz y la alegría. Obligan a poner la esperanza “sólo en El”.

¡Vayan! Al entrar en una casa, digan primero: «¡Que descienda la paz sobre esta casa!» Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Lo que equivale a decir: lo único que les doy para que cosechen –herramienta a la vez que fruto-, es la paz. El que trabaja en esta cosecha entra sembrando paz y si otros la reciben, cosecha esa paz. Una vez instaurada la paz, se anuncia el reino, se comparte la comida en comunidad, se cuida a los más necesitados. Donde no se los recibe en paz ni se puede cosechar paz, no se puede trabajar en conjunto. Se anuncia el reino y se sigue de largo. Pienso que esto vale también para la comunidad que ha recibido la paz y ya está trabajando. Cuando en un momento se pierde esa paz, hay que parar todo y recuperarla… o también: se pasa de largo o se deja a un lado lo que obstruye la paz superficialmente y se sigue trabajando en un ámbito de paz más hondo. El Reino se construye sobre una base de paz.

Diego Fares sj

El seguimiento del Señor y la honra (13 C 2022)

Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su Ascensión al cielo, Jesús se encaminó decididamente (puso rostro firme) hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de él. Ellos se pusieron en camino y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. 

Pero no lo recibieron porque su rostro era como de quien iba a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?» Pero él se dio vuelta y los reprendió. Y se marcharon a otro pueblo. 

Mientras iban marchando por el camino, alguien le dijo a Jesús: «¡Te seguiré adonde vayas!» Jesús le respondió: «Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.» Y dijo a otro: «Sígueme.» El respondió: «Permíteme que primero vaya a enterrar a mi padre.» Pero Jesús le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ponte en marcha, anuncia el Reino de Dios.» Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero primero permíteme ir a despedirme de los míos.» Jesús le respondió: «Uno que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el Reino de Dios» (Lc 9, 51-62).

Contemplación

Miramos a Jesús en marcha. Todo el pasaje respira camino en subida. Llega el tiempo de subir al Padre y para Jesús el camino pasa por la subida a Jerusalén donde le espera la Cruz. Y nada puede detener al Señor una vez que se ha decidido y se ha puesto en marcha. 

Leemos este pasaje desde la perspectiva de “honrar” al Señor, la única cosa que pidió el Corazón de Jesús a Santa Margarita María: «Si supieras cuánta gloria le da a este amable Corazón y cuán grande será el premio que dará a los que sólo pretendan honrarle!… Sí. creo que esta sola intención acrecentará más el mérito de sus acciones delante de Dios, que cuanto pudieran hacer sin esa aplicación y pureza

Cada vez que miramos a Jesús podemos “corregir” nuestra intención y, no importa hacia que fin se haya ido y qué bien esté buscando, redirigirla al único bien: “honrar” al Señor. Eso es lo que a Él le interesa, y dice que redunda en grandes gracias para nosotro y para los que queremos. Honrar a Jesús. 

Esto es precisamente lo que no hacen los samaritanos, que no lo quieren en su pueblo y sin hacer mucho escándalo les dicen a los apóstoles que prefieren que Jesús no entre en su espacio, es decir  que se vaya. Es un gran desprecio y gran parte del mundo simplemente tiene esta actitud con Jesús: que no entre en nuestro espacio, que se vaya. Sin pelear ni discutir, pero no lo queremos. Los “hijos del trueno”, como les habían apodado a Santiago y a Juan, quieren detenerse a castigar a esta gente, pero el Señor apenas si le concede al episodio una mirada de reproche a sus discípulos y sigue su camino. Pero eso no significa que no le importen estos “desprecios”. Solo que los deja para el Juicio. En ese día el Señor se fijará en quiénes lo recibieron y quiénes no. No solo se fijará en os que no recibieron a los pobres, sino también a quienes no lo recibieron a Él en Persona.

Pero en vida el Señor no pierde tiempo en castigar. Si en un lado no lo reciben, se va a otro. El viene a salvar. Con el simple gesto de darse vuelta para retarlos y seguir adelante, el Señor marca el estilo para el que quiere anunciar y poner en práctica el evangelio. Se concretará en esa consigna que les da Jesús a los setenta y dos discípulos: “Si en un pueblo no los reciben, sacudan hasta el polvo de ese lugar de sus sandalias y vayan a otro lugar donde sí los reciban”. El cristiano está llamado a no quedarse parado pensando cómo castigar, sino a seguir adelante buscando dónde dar.

Luego el evangelio nos hace mirar a tres personas con las que el Señor se encuentra mientras va de camino y que no aciertan en lo que es la intención principal que el Señor desea de un seguidor: que lo honre.

Miramos al seguidor entusiasta (que quiere meter al Señor en algún proyecto suyo)

El primero es uno que se ofrece a seguirlo: «Señor, te seguiré adondequiera que vayas». En qué se puede sentir que este seguidor entusiasta no está del todo en la onda de “honrar” al Señor? Yo diría que hay cierta autosuficiencia en ese “a donde quiera que vayas”. De hecho, solo unos pocos estuvieron con Jesús cuando murió en la Cruz, que es a donde el Señor iba. Jesús le responde que Él no tiene dónde reclinar la cabeza. Es decir, no va a ningún lado, en el sentido de tener un proyecto en el que el seguidor se pueda integrar a hacer alguna tarea. Esto vino después, lo de armar obras y proyectos de caridad donde los discípulos hacemos cosas. Pero seguir a Jesús es más que eso y la intención debe ser siempre la de “honrarlo” en lo que hacemos. Honrarlo significa que se note que hacemos las cosas en su Nombre, con su Gracia y para Gloria suya. 

Jesús le hace ver que Él hace todo para “honrar” y “glorificar” al Padre. Te seguiré adonde quiera que vayas. Jesús va al Padre. Y todo el tiempo hace las cosas que la agradan al Padre. Y el Padre va haciendo que “todas las cosas tengan a Cristo por Cabeza” (Ef 1, 10).

¿En qué se nota que en el ofrecimiento generoso de este discípulo hay una tentación de no honrar como se debe al Señor? Creo que se aclara si miramos al segundo.

Miramos al seguidor “cumplidor” (que antepone a Jesús sus valores sagrados)

Este es uno a quien Jesús en persona le dice “sígueme”. Hay que detenerse un poco en lo que esto significa. Estamos ante una llamada en primera persona, como las de los otros discípulos, como la del joven rico… El diálogo es conciso y picante: 

“Y dijo a otro: «Sígueme.» El respondió: «Permíteme que primero vaya a enterrar a mi padre.» Pero Jesús le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ponte en marcha, anuncia el Reino de Dios.»” 

Aquí el Señor hace ver lo que está en el centro del seguimiento: el anuncio del Reino, que urge siempre. Al llamado en clave personal el otro opone un deber sagrado, enterrar a su padre (no es que hubiera  muerto ese día, sino que el hombre pide cuidarlo hasta que muera y luego quedar libre). La respuesta de Jesús es fuerte: deja que los muertos entierren a sus muertos. Esto significa, siento yo, que el Reino es lo único vivo y lo demás está “muerto”, en el sentido de que lo que no entra en el Reino no tiene vida eterna. 

Ahora bien, ¿en qué “no honra” al Señor este discípulo? Creo que aquí se ve clara una tentación que sigue estando presente en nuestra vida de Iglesia: es la tentación de oponer “valores” a la “persona viva de Jesús resucitado”. Lo que honra a Jesús es ponerlo en primer lugar y hay muchos que se dedican a ponerlo en segundo lugar. En el primero va la tradición, alguna costumbre, el código de derecho canónico, los dogmas, los ritos, los deberes, como el que este hombre sentía que tenía para con su papá. Honrar al Jesús vivo es, como dice Jesús, dejar que los muertos entierren a sus muertos (que estas tradiciones sigan su curso) y uno salir a la calle a anunciar que anda suelto un Jesús vivo con el que uno se puede encontrar y que te cambiará la vida. Después que te encuentres con su bondad vendrán los deberes. Serán cosas que se impondrán por sí mismas. Pero lo importante es acercar a la gente a la Persona viva de Jesús. Y esto implica muchas veces saltarse algunos deberes por un tiempo.

Así, si este “no honra debidamente” a Jesús porque le antepone un deber (aunque sea un deber sagrado), el primero no “honra debidamente al Señor” porque le antepone algún proyecto que se ve que deja abierto pero imagina con ese “adonde quiera que vayas”. Los que se ofrecen tan incondicionadamente suelen luego mostrar la hilacha y sacar a la luz “su proyecto” que estaba escondido y en el que “reclinaban la cabeza”, como le dice Jesús, que “le descubrió la almohada”.

El Señor tiene uno solo que es el de dar su vida para salvarnos y llevarnos al Padre y el que lo sigue se debe ir adaptando a él.

Miramos al servidor con condiciones pequeñitas que no se hace cargo de lo que es el Reino

El tercero que se ofrece parecería que escuchó a los otros dos y también las respuestas de Jesús. Entonces pone una condición pequeñita: “Te seguiré, Señor pero permíteme primero ir a despedirme de los míos». Es interesante lo que sucede aquí. El Señor, a este le dice directamente que no es apto para el anuncio del Reino. A los otros los trata duramente, pero a este simplemente lo descarta. Al menos eso siento yo, que lo descarta educadamente. La imagen que usa Jesús apunta a que “no le toquen lo absoluto del Reino”. Apenas uno pone la mano en el arado (apenas se decide) ya no puede mirar atrás. Si mira atrás no es que “comete un pecado”, sino que simplemente “no es apto”. Es decir: o no ha mirado bien lo que es el Reino y no está fascinado por su riqueza y sus desafíos, o no se conoce bien a sí mismo y esos de los que quiere despedirse pesan mucho más en su vida de lo que creía. 

Este no honra al Señor al usar explícitamente esa palabra “primero”. “Permíteme primero”. El Señor no le puede permitir esto. Pero él no tendría que haberlo pedido. Esto es lo que “no honra bien” al Señor. Que uno no se dé cuenta de que hay cosas que no se pueden pedir a una Persona como Jesús. El Señor está dando la vida, yendo a la cruz y este le pide dar un saludito a los suyos. Como que no tiene nada que ver lo que pide. Es decir: el solo hecho de que estos seguidores le pongan condiciones ahí nomás al seguimiento es algo que “no honra” como corresponde al Reino y a Jesús. Y esto es lo primero!

Contrapongamos lo que sienten algunos santos cuando el Señor los llama o los consuela. Pablo: “Repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo;  y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón.  Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga?”. Me encanta ese primer “quién eres, Señor”. Pablo se da cuenta ante quién está. Y luego, temblando y temeroso: qué quieres que haga?. Pablo es uno que sabe esto de “honrar” primero la persona de Jesús.

Pedro: El Señor tiene con él un trato enteramente personal. La tarea de pastorear a las ovejas va unida a lo primero que es la amistad con Jesús.

Magdalena: No hablemos de Magdalena, para la cual la persona de Jesús es lo primero y el Señor la tiene que “despegar” diciéndole que lo suelte para luego darle la misión de ir a anunciar el Reino. 

Lo mismo pasaba con la gente sencilla, que reconocía la persona del Señor y lo alababa y seguía más allá de las cosas que podían obtener de Él.

Termino con una consideración de Hans Urs von Balthasar. Al ver lo que Jesús hace por nosotros sentimos dos cosas: cómo puede ser que yo sea digno de Jesús y cuánto me he perdido de Él».

Diego Fares sj

El corazón de Jesús y el nuestro ( Sagrado Corazón C 2022 )

Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: « Este acoge a los pecadores y come con ellos. » 

Entonces les dijo esta parábola. ¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las 99 en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, lleno de alegría la pone sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: «Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido.» Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión. 

Contemplación

Mirando la imagen, en la que el Señor nos ofrece su sagrado Corazón, pensaba que el Corazón es, de lo suyo lo más “nuestro”, y sentía que va parejo ir conociendo mi corazón con ir conociendo el Suyo. 

Sabías que no hay dos corazones iguales, y que cada corazón es un “co-corazón”, es decir, un corazón que existe “con otros”, con la memoria de otros, dialogando con otros que lo aman. No hay “corazones solos”, por eso es que para conocer el propio corazón hay que conocer el de los que nos aman, y quién mejor que Jesús para esta tarea. 

Honrarlo

Conozcamos un poco de sus tres apariciones a Santa Margarita María. Desde ya adelante que al Señor le complace una sola cosa, muy sencilla, y es que “honremos su Corazón”. Es decir, como persona, Él pide ser honrado por lo que es e hizo: dio su vida por nosotros y lo hizo “de corazón”. Y nos dice que si lo honramos, nos vendrán todas las gracias habidas y por haber.

En 1773, Jesús hizo su primera revelación a Santa Margarita, que en ese entonces era conocida como Margarita María Alacoque, en Parais Le Monial, al norte de Francia. La revelación ocurrió en el día de San Juan el apóstol y se trataba del mensaje que hizo que el corazón de Dios fuera conocido como Sagrado Corazón de Jesús.

Santa Margarita pudo conocer el corazón de Dios, pudo apoyar su cabeza en el pecho de Jesús y escuchar que lo que estaba viviendo provenía de un desborde de amor del Corazón del Señor. Jesús le dijo: “Mi corazón está tan apasionado de amor a los hombres, en particular hacia ti, que, no puedo  contener en él las llamas de la caridad y por eso es necesario que las derrame valiéndome de ti y me manifieste a los hombres para enriquecerlos con los preciosos dones que te estoy descubriendo los cuales contienen las gracias santificantes y saludables necesarias para separarles del abismo de perdición. Te he elegido a tí como un abismo de indignidad y de ignorancia, a fin de que sea todo obra mía.

Jesús se presentó ante Margarita por segunda vez y le pidió que se dispusiera a cumplir sus propósitos: en primer lugar, que recibiera la Santa Comunión los primeros viernes de cada mes, para reparar el mal de las injurias que recibía en el Sacramento; y, en segundo lugar, que se levantara todas las semanas durante la noche de jueves a viernes, entre las once y la media noche, y se mantuviera durante una hora con la cara en en suelo, viendo todos los pecados de los hombres para consolar el corazón de Dios de este abandono, del cual el hecho de que los Apóstoles se quedarán dormidos en el Huerto de los Olivos.

El Señor le hizo esta promesa que es la clave, como decíamos, para comprender lo que Jesús quiere:

Si supieras de cuánto mérito y gloria es a este amable Corazón, y cuán grande será el galardón que dará a los que, después de haberse consagrado a El, sólo pretendan honrarle!… Sí. creo que esta sola intención acrecentará más el mérito de sus acciones delante de Dios, que cuanto pudieran hacer sin esa aplicación y pureza

Y promete pagar bien en nuestra persona y en la de los qué queremos 

Este Divino Corazón os pagará, no solamente en vuestra persona, sino en la de vuestros parientes y de todos aquellos por quienes os interesáis, a los cuales mirará con ojos propicios y misericordiosos, para socorrerlos y protegerlos en todo, con tal que acudan a Él con confianza, porque tendrá eterna memoria de lo que hacen por su gloria.»

En su tercera y última aparición, Jesús le pidió que el primer viernes después de la octava del Corpus Christi, se declarara una fiesta en honor a su corazón, resarciendo todas las indignidades que recibe. Entonces, le prometió que su corazón expandiría con abundancia la riqueza de su amor sobre todos los que le presten este homenaje de esta u otra manera. Así surge, por la propia voluntad de Jesús, la Fiesta de Su Sagrado Corazón, institucionalizada universalmente por el papa Pío IX en 1856. Jesús quiere que lo honremos y lo hace instituyendo esta Misa,

Las doce promesas del Sagrado Corazón de Jesús

Jesús le hizo además doce promesas a todos los que se volvieran amigos de su Sagrado Corazón. 

1ª – Les daré todas las gracias necesarias a su estado.


2ª – Pondré paz en sus familias.

3ª – Les consolaré en sus penas.


4ª – Seré su refugio seguro durante la vida, y, sobre todo, en la hora de la muerte.

5ª – Derramaré abundantes bendiciones sobre todas sus empresas.


6ª – Bendeciré las casas en que la imagen de mi Corazón sea expuesta y venerada.


7ª – Los pecadores hallarán en mi Corazón la fuente, el Océano infinito de la misericordia.


8ª – Las almas tibias se volverán fervorosas.


9ª – Las almas fervorosas se elevarán a gran perfección.


10ª – Daré a los sacerdotes el talento de mover los corazones más empedernidos.

11ª – Las personas que propaguen esta devoción tendrán su nombre escrito en mi Corazón, y jamás será borrado de Él.


12ª – Les prometo en el exceso de mi misericordia, que mi amor todopoderoso concederá a todos aquellos que reciban la Sagrada Comunión por nueve primeros viernes consecutivos, la gracia de la perseverancia final; no morirán sin mi gracia, ni sin la recepción de los santos sacramentos. Mi Corazón será su seguro refugio en aquel momento supremo.

Nos quedamos sintiendo y gustando esta palabra “honrar”. Y dejamos que el Espíritu nos enseñe “cómo honrar a Jesús en cada momento”. Lo cual es muy lindo, porque no se trata solo de “hacer cosas buenas” sino de concentrar nuestro corazón en hacerlas para honrar a Jesús nuestro Señor. 

Apéndice: Algunas cosas sobre el corazón. 

En nuestro corazón, misteriosamente se integran espíritu  personal y la carne. No somos “espíritu y carne”. Lo que somos sólo lo podemos saber si entramos en nuestro corazón y si lo hacemos de corazón. 

El corazón es lo que hace que la vida viva humanamente; no es la materia; no es el espíritu; sólo por el corazón vive el espíritu humanamente vive humanamente el cuerpo del hombre. El corazón no está “hecho” sino que se va haciendo. Con los actos libres de amor y de generosa entrega, un corazón se dilata y crece. La persona llega a ser lo que llamamos “un gran corazón” o “un corazón de oro”.

Sólo por el corazón el espíritu se convierte en alma y la materia en cuerpo y sólo por él existe, pues, la vida del hombre como tal con sus dichas y sus dolores, sus trabajos y sus luchas, miserable y grande al mismo tiempo. 

Solo el corazón crea intimidad, solo en él se da la verdadera cercanía entre dos seres. 

Solo el corazón sabe acoger y dar una patria y una casa donde habitar al otro (por eso la Trinidad viene a habitar precisamente en nuestro corazón). Interior a sí el hombre sólo puede serlo con y en el corazón, no con la mente ni la voluntad. Por eso, si el corazón no vive, el hombre es un extraño para sí mismo. 

Solo el corazón puede darse por entero. Y el corazón que se da y se afecciona a las cosas desea “hacia abajo” y “hacia arriba” y libremente opta, buscando donde anclarse. Cuando opta hacia arriba, hacia lo espiritual, se consolida más como corazón de carne espiritualizada, cuando opta hacia abajo se hace esclavo de las potencias y pasiones y se convierte en espíritu carnal.

De lo que se trata, con la formación del corazón en los Ejercicios espirituales, es que podamos despegarnos de nuestras afecciones desordenadas y así ser libres para elegir lo que Dios quiere, nuestro modo de servir en el Reino de Jesús. 

El corazón entonces se va haciendo y como cada uno es único, para saber lo que es un corazón hay que ver a cada persona. Aquí está lo interesante cristianamente,  lo que da valor a cada historia, a cada vida. No hay “vidas super especiales” y otras “comunes” («Sin dinero no hay persona”, dice Hegel, porque no se le puede exigir responsabilidad. Terrible afirmación!). Todos y cada uno somos únicos y en la historia de los corazones nuestro corazón se va haciendo más de carne “espiritual” o más de piedra. 

Pensemos lo que significa un corazón habitado por el Padre el Hijo y el Espíritu Santo, en que se puede transformar gracias a la influencia positiva de esta presencia. Qué sensibilidades puede adquirir, cómo se puede dilatar su deseo y su comprensión de la realidad dialogando con Tales huéspedes. 

+Nuestro corazón es el lugar del diálogo con los demás y también con nosotros mismos. Es donde nos sentamos a escuchar las voces propias y las de los otros, y también la voz del buen espíritu y la del malo, que siempre acecha. Al final nuestro corazón cada vez hace su elección y su síntesis y estas lo llevan a obrar en consecuencia y a ser un mejor corazón o no.

Lo anterior es para decir que Jesús, al encarnarse, lo hizo en primer lugar en su Corazón. Y ese Corazón es el que nos ofrece!

Apéndice 2 ……

Uno sabe cuando obro de corazón, cuando a algo bueno que hizo le pone el último sello y con una sonrisa confirma lo que ha hecho y hace saber que el amor que está dando, lo da entero, que uno mismo se da entero, aunque no haga nada  mas por fuera. Este sello, el otro lo recibe y lo confirma con su mirada. Esto basta.

Poner el sello, eso es propio del corazón, el sello que indica que una cosa quedó cerrada, bien hecha, entera, integra, hecha con amor, con la única intención de honrar al otro.  Esto es algo que no se discute, es como cuando Pablo dice: “Quien nos separará del amor Cristo. Ese amor al que Jesucristo le ha puesto su sello,  el sello de su sangre en la cruz”.

Poner el sello, el sigilo, es poner la propia persona, y para Jesus es poner su Espíritu: el Espíritu Santo. Para el Señor el Espíritu es su sello. Con él nos unge y la unción va directo como una flecha al corazón, penetra en la piel y va al corazón. No es que el corazón sea mejor que los otros órganos, pero tiene algo especial y misterioso: en él -en lo que siente y consiente con sus latidos- nos sentimos nosotros mismos. 

Un padre alemán me decía que ellos ven esta devoción como algo secundario,  que no se puede adorar una parte en vez del todo. 

Yo le decía que el corazón es el todo, pero bueno, esto supone una sabiduría, saber ver el todo en un gesto como el de la mano tendida de Jesús dándonos su corazón.

Yo creo que si nos hubiera dado su intelecto o su voluntad no lo hubiéramos podido asumir, en cambio un corazón se puede (y debe) recibir  de corazón y cada uno de lo recibe con el suyo. La mente, el intelecto tiene sus exigencias: el intelecto más fuerte o más agudo y mejor formado que más conoce es más que el intelecto no cultivado o más débil, en cambio un corazón es un corazón y justamente lo que uno quiere el corazón del otro con sus defectos con sus pequeñeces. Toma mi corazón, es lo que le dice la Virgen nuestra Señora al Señor en el Magnificat: “Eh aquí la servidora, hágase en mí según tu palabra” Es decir le da el corazón para que su palabra se haga por sí misma.

Quizá eso es una de las cosas más lindas que tiene el corazón: en él las cosas (los valores) que uno pone como que se custodian solos, si arraigan, continúan creciendo, como la semilla que crece por sí misma, y da fruto a su tiempo. El corazón es una tierra fecunda.Por un lado es motor que agrega un plus a lo que la inteligencia y la voluntad le dan y las pasiones y por otro lado es un lugar un ámbito una tierra un campo dónde está escondido el tesoro.

Son las dos grandes características del corazón ser motor y el ser espacio no solo dónde crecen las cosas, sino que también el corazones casa donde habitan el padre del hijo del espíritu Santo.

El corazón es casa y lugar de encuentro. Iglesia. asamblea para todo el pueblo de Dios.

El evangelio de hoy muestra la Misericordia del corazón de Jesús que sale a buscar a la oveja perdida dejando las 99 de la alegría de este corazón nos hace participar Lucas enseña se alegra al encontrar la oveja y llevarla en hombros convoca a todos sus amigos cuentan las cosas se alegra de corazón nuestro corazón es el lugar de las verdaderas alegrías y de las penas allí se guardan las lágrimas como en un cuenco y también las Consolaciones que tienen su lugar especial en esta memoria del corazón que la recuerda vuelve a acordarse de las gracia y las maravillas que Dios hizo con él y estas Consolaciones están siempre frescas.

Diego Fares sj

El Señor quiere compartir la vida de su pueblo, simplemente (Corpus Christi C 2022)

            Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados. Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: «Despide a la gente, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto.» 

Él les respondió: «Denles de comer ustedes mismos.» Pero ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente.» Porque eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: «Háganlos sentar en grupos de cincuenta.» Y ellos hicieron sentar a todos. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirviera a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas (Lc 9, 11b-17).

Contemplación

            Lucas narra la escena con total sobriedad. En las imágenes se puede ver algo de los sentimientos de la gente al ver multiplicarse el pan. Lo habrán ido percibiendo de a poco, a medida que veían que las canastas no se agotaban. Descubrirían que allí arriba, en el monte, había una “fuente de pan”, una fuente de pan y de pescado para un riquísimo sangüiche; varios, porque “comieron hasta saciarse”. Veían a Jesús meter la mano en su canasta e ir llenando las de ellos: “les fue entregando los panes para que los distribuyeran”. Alguno lo había visto, cuando se sentó, como “tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición”. Esa bendición de Jesús que todo lo transforma. “Algo bueno vendrá” habrán percibido los que lo vieron. Y fue así: empezaron a llegar panes y peces y cada uno se hacía su lindo sangüiche y conversaba alegremente con los demás. Mientras, tanto, los discípulos y Jesús se dieron qué hacer y trabajaron bastante. Eran grupos de cincuenta, pero no solo de hombres, sino que cada grupo se reacomodó cuando se les sumaron las mujeres con los chicos. A estos los papás les daban primero de comer y les contaban que Jesús estaba “haciendo un gran signo con ellos” porque estaba allá arriba, multiplicando los panes. Y se lo señalaban para que lo vieran, meter las manos en su cesta e ir sacando panes y peces para las cestas de los apóstoles, que fueron y vinieron no se cuántas veces.  

La gente estaba alegre. Y conmovida. Jesús era distinto. No los había mandado a casa. Les había dado de comer con sus propias manos y las de sus discípulos. Cada uno opinaba acerca del Señor, pero lo importante es lo que se llevaron en el corazón a su casa. Esto de que les tocó lo más hondo se ve en que Lucas no necesita contar mucho. Serían ellos los que contarían. Como hacían ahora con los chicos. Y así, la buena noticia se iría difundiendo. La Buena noticia -el evangelio- que Jesús quiere que anunciemos tiene como tres partes.

La buena noticia: la parte de Jesús

Una es de Jesús. Jesús anuncia la buena nueva del amor del Padre dándonos el pan de cada día, aquí con sus propias manos y de una manera espectacular (aunque no se veía nada, sino solo que no se agotaban las cestas, contenedoras silenciosas y discretas del milagro físico que ocurrió allí). Pero, luego, el Señor encontrará la forma de partirnos el pan todos los días en la Eucaristía. En la Eucaristía sacramental, con los sacerdotes que cumplen este “servicio sacerdotal” cada día, y con todas las Eucaristías que puede “hacer” cada uno, compartiendo su pan en su vida cotidiana de familia y de trabajo. Podemos hacer otras Eucaristías, extender la misa. ¡Mi vida es una misa prolongada!” decía Hurtado, lleno de piedad. Este es el signo del “Corpus Christi”, del Señor que al encarnarse y hacerse uno de nosotros nos cambia nuestra imagen de Dios, nos lo vuelve cercano. Pero para ello, para que se nos vuelva un hábito sentirlo al lado o dentro o llamándonos a dar un paso o protegiéndonos, para sentirlo cercano, tenemos que repetir el gesto de comulgar con Él. No importa allí tanto como “objeto”, porque Él ya está eucarísticamente en toda realidad, sino el gesto entero de comerlo. Esto nos “abre los ojos” como a los de Emaús y nos despierta la inteligencia para comprender las Escrituras. Si comulgamos mucho, todo lo que podamos y nos de la piedad y la fe, nos habituaremos a “recibir a Jesús”. Recordemos que Él no es de esos huéspedes “que se quedan de más” sino que “golpea la puerta y si alguno le abre, cenan juntos”. Y después lo deja que siga con sus cosas. No es invasivo el Señor. Por eso lo de “recibirlo” muchas veces, con un ritmo semanal, como indicó con sus apariciones de resucitado. O en los momentos difíciles, como cuando Magdalena estaba desconsolada y no podía verlo o los discípulos habían trabajado infructuosamente toda la noche y estaban cansados. La comunión, el gesto de preparar las cosas de la misa, de rodear la comida con la palabra, con los textos elegidos por la liturgia, las oraciones que hacemos pidiendo perdón, dándonos la paz, la repetición de las palabras y gestos de Jesús, a cargo del sacerdote que la comunidad ofrece de entre sus hijos para esta consagración tan especial, todo esto hace que “recordemos” al Señor como Él nos mandó: “hagan esto en conmemoración mía”. La Eucaristía es un encargo que el Señor nos dejó. Un encargo muy concreto que la Iglesia ha tomado con toda responsabilidad y ha creado todo un mundo alrededor de Ella, la Eucaristía. Sin embargo, esto no tiene que “alejarla” de la vida. La Eucaristía sigue siendo la cena rápida antes de la pasión, la repartida de panes y peces al descampado, el pan partido que hace abrir los ojos y queda allí sobre la mesa… 

El gesto de Jesús tiene su intención y esta es la que hay que “pialar” con nuestro deseo: “Él tiene ganas de partir el pan para mí”. Esto es lo decisivo: las ganas del Corazón de Jesús de comulgar conmigo. Yo le digo a la gente: “Aunque vos no vayas a misa, acordate que Él le está agradeciendo al Padre por vos”. Recuerdo siempre esa noche en que, cuando terminé de acomodarme en la cama, al decir con el suspirito del descanso, “ahora sí, estamos tranquilos”, me acordé con espanto que no había celebrado. Yo celebro todos los días, aunque no es obligación propia (como sí lo es nuestro Breviario). Es una costumbre que nos viene de Francisco, sin que haya habido palabras al respecto, sino solo ver que todo el grupo de nuestros formadores celebraba todos los días y si alguno no podía concelebrar, celebraba solo (siempre la misa se hace por todo el pueblo de Dios). La cuestión es que ya eran casi las doce y se me había pasado el día entre el Hogar y la gente y no había celebrado. Discerní qué hacer y me vinieron “ideas”, como dice el Papa: la del deber y la de que no era obligación. Y sentimientos: el de que estaba cansado y no tenía ganas… . Pero las ideas no se disciernen, se disciernen los sentimientos y las situaciones reales, con sus “agregados”. Una vez que me aclaré «mis» ganas, se me ocurrió preguntarle a Jesús por las suyas: ¿Vos tenés ganas de celebrar conmigo? Y sentí que sí. Que Él siempre tiene ganas de celebrar la Eucaristía conmigo, con nosotros. Y eso me bastó para desechar cualquier otro razonamiento políticamente correcto a esa hora y me levanté a celebrar con gran alegría. Él tenía ganas de celebrar. Apunté a su corazón desde el mío. E hice blanco. Son discernimientos que se hacen por consolación del corazón y que no dejan dudar. 

La buena noticia: la parte de la gente

El gesto de la gente. Paso al gesto de la gente, lo de los papás que dan el sangüiche a sus hijitos y le van contando lo que está haciendo Jesús. Esta gente que se acercaba al Señor, que lo seguía a cualquier hora y caminaba con él hasta cualquier lado, dejando su trabajo ese día y su casa, era gente muy consciente de que con Jesús se vivían milagros en tiempo real. Por eso lo seguían: “Jesús les hablaba acerca del Reino de Dios y le devolvía la salud a los que tenían necesidad de ser curados”. Los que habían empezado a seguirlo eran gente del pueblo, sí, pero comprometida, gente consciente, que se daba cuenta del trato que tenía este Rabbí, su manera de atender primero las cosas del Padre, segundo a los enfermos, luego a ellos: predicarles y enseñarles (las bienaventuranzas eran una enseñanza hermosa, y no digamos nada de las parábolas, que los mismos papás les contaban de nuevo a sus hijitos, recordando cada detalle y al contárselas veían que adquirían un sentido más hondo también para ellos) y luego darles de comer. Y todo sin ponerles «condiciones». Estas cosas, la gente las veía. Y era como que las hacía respirar el aire fresco de su propia dignidad. La dignidad, cada uno la tiene por don de Dios y nadie nos la puede quitar ni disminuir, pero tiene su cara social: es una dignidad que necesita ser reconocida por el otro, ser reconocida en medio del pueblo. Y eso es lo que hacía el Maestro al hacerlos sentar para ir a darles de comer. Hubiera sido mucho más práctico hacerlos venir en fila a ellos, por ejemplo, pero Él los hizo sentar. Y mandó a sus discípulos a servirlos, grupo por grupo. Y luego recogieron las sobras ellos mismos, como en un restaurante donde uno paga para que lo atiendan.

Jesús es distinto y ellos, la gente, lo percibe. Pero lo más importante es esto de que pueden y deben “contar” lo que viven. El Señor desea que cuenten. Y para ello tienen que fijarse bien y recordar bien todo lo que pasó, lo que Jesús dijo e hizo. Contárselos a sus hijos es la manera mejor de conservarlo. Por eso, mientras comen con alegría, les van diciendo, Jesús hizo esto. Y fíjense que rico pan, recién sacadito del horno, y que buen pescado, carnoso y sin espinas. El Señor todo lo hace bien. El es el prometido, les dicen, el Mesías. El que viene a salvarnos. Y los chicos van grabando en su corazón lo que les dicen sus papás. Serán luego los primeros cristianos, imagino.

Esta predicación “al pueblo” que hacía el Señor, era semilla para el Espíritu. El fruto lo verían después. El Señor removía y rastrillaba la tierra para que la semilla cayera en tierra buena. La predicación que hicieron después los apóstoles caía en “la cultura” que Jesús había compartido con su gente y en el contexto de la cual cultura había realizado sus signos, comprensibles para todos, transmitibles fácilmente de padres a hijos. La prédica de los apóstoles caería sobre “el recuerdo lindo de Jesús” que tenía la gente. Más allá del milagro en sí, la gente apreciaba el trato. Que a Jesús se le ocurrieran estas cosas, de hacer milagros con ellos. Milagros que (aparentemente) no trascenderían como hubieran trascendido de hacerlos en la ciudad. Pero en la ciudad se hubiera enemistado con las panaderías y pescaderías.

¡El Señor los había sacado a caminar! Se los había llevado lejos, para darles de comer! A darles de comer de su Palabra y luego de unos ricos panes y peces bien servidos. Y eso los hacía “pueblo de Dios”. Un pueblo que come en comunidad y que se adoctrina en comunidad. Un pueblo sinodal, al que se le revela el Señor mientras los hace “caminar juntos”. Esto es lo que hacía Jesús con ellos. Esto es lo que el Papa quiere para la Iglesia hoy. Que salgamos a seguir a Jesús, que lo escuchemos caminando juntos y compartiendo el pan. Esto es una Iglesia sinodal.

La buena noticia: la parte de los apóstoles

Los apóstoles tenían preparado su descansito y les tocó trabajar. Pero se ve que lo hicieron con alegría y transmitieron esto a los demás. Los imagino sirviendo en silencio, sin propagandear el milagro que Jesús estaba realizando allá arriba, en el monte. Servían a la gente y se notaba que sus canastas venían llenas. Y que luego tenían que volver por más (el Señor les podía haber dado las canastas mágicas a ellos y no se hubieran tenido que cansar, yendo y viniendo. Pero el trabajo apostólico tiene sus paradojas y es todo un poco así: por un lado, el Señor les da lo esencial y los panes y peces no aflojan; por otro, los hace trabajar yendo a buscar más, porque el Señor también quiere trabajar: “parte el pan y se los va sirviendo para que lo repartan”. Ellos, en ese ir y venir entre Jesús y la gente, van aprendiendo lo que será su misión, lo que el Señor quiere de sus discípulos. Aquí es algo patente que ellos aprendieron bien y que la Iglesia siempre ha transmitido. Que no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, muerto y resucitado. Y que no esperamos paga humana sino solo “ganar a Cristo”. Su amor y amistad, como dice Pablo. Y que Él viene a compartir nuestra vida no a «exigirnos» nada en primer lugar. Viene a compartir y por eso, porque no viene a «imponer nada», puede tomarse tiempo para ser acogido y crecer en cada cultura, tal como ella es, dejando que el Evangelio ilumine y fecunde de a poco sus mejores valores.

Los apóstoles fueron comprendiendo, con estos “trabajos extra” que les encomendaba el Señor (en los que se cosechaba el mejor fruto, el del agradecimiento de todos) que Jesús quería “compartir” su vida con la de la gente. Por eso lo de dejarlos quedarse hasta altas horas, por eso lo de hacerlos sentarse, por eso lo de servirlos ellos mismos: el Señor quiere compartir su Vida. 

Si compartimos la palabra luego podemos quedarnos a comer juntos. Y si comemos el mismo pan podemos encontrar las palabras que nos unen y nos proyectan juntos a la misión. Ese fue el mensaje sencillo de Jesús, cuando, luego de hablar del Reino, invitó a la gente a quedarse a comer con ellos y puso a los apóstoles a su disposición para que les sirvieran la cena.

Ojalá que, tomándole el gusto a la Palabra dominical de Jesús, un Jesús que nos “hace sentar” y nos prepara toda una misa para darnos de comer “nuestro pan de cada día”, el pan que nos da el Padre, y que nos habla primero del Reino en las lecturas (y prédica), se nos vaya haciendo un hábito “sentir que quiere comer con nosotros, que quiere compartir nuestra vida” -simplemente- y esto nos lleva a quedarnos a comer con Él, a ir a misa los domingos con alegría. De estas comidas en las que todos los pueblos comen un mismo y pequeño pan, irán surgiendo las cosas grandes de las que a veces escuchamos hablar como si no fueran reales, y que, sin embargo, en Jesús lo son: son Vida.

En su 15º aniversario recordamos lo que nos decía Aparecida:

“La Eucaristía es el lugar privilegiado del encuentro del discípulo con Jesucristo. Con este Sacramento Jesús nos atrae hacia sí y nos hace entrar en su dinamismo hacia Dios y hacia el prójimo. La Eucaristía, fuente inagotable de la vocación cristiana y lugar de encuentro con Jesucristo resucitado en la Iglesia, es también fuente inextinguible del impulso misionero. 

Hay un estrecho vínculo entre las tres dimensiones de la vocación cristiana: creer, celebrar y vivir el misterio de Jesucristo, de tal modo, que la existencia cristiana adquiera verdaderamente una forma eucarística. Por ello, la vida del cristiano se abre a una dimensión misionera a partir del encuentro eucarístico. Allí el Espíritu Santo fortalece la identidad del discípulo y despierta en él la decidida voluntad de anunciar con audacia a los demás lo que ha escuchado y vivido” (Aparecida 266).

Diego Fares s.j.

Un Dios que no habla de sí mismo y que lo comparte todo (Trinidad santa C 2022)

                                                                                                      

“Todavía tengo muchas cosas que decirles,

Pero ustedes no las pueden sobrellevar ahora.

Cuando venga, el Espíritu de la verdad,

El los guiará a la Verdad total:

porque no hablará desde sí mismo,

sino que lo que oiga, eso hablará, y les anunciará lo por venir.

El me glorificará a Mí porque recibirá de lo mío

y se lo anunciará a ustedes.

Todo lo que es del Padre es mío.

Por eso les digo:

Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes” (Jn 16, 12-15).

Contemplación

A nosotros, “Verdad total” nos suena excesivo. ¿Qué sería la Verdad total? ¿Conocer el sentido de la vida de toda la humanidad…? ¿La verdad de cada persona…, de todo el universo…? 

Nadie tiene la verdad total, afirma el paradigma actual. Y tiene razón. Lo que sucede es que no se trata de “tenerla”, sino de “irla descubriendo”, según como nos la vaya revelando el Espíritu. “Cuando los arresten… no se preocupen de antemano por lo que van a decir. Solo hablen lo que Dios les diga en ese momento, porque no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu Santo” (Mc 13, 11).

¡Al fin uno que no habla de sí mismo¡: el Espíritu Santo

En este pasaje, hay una revelación de Jesús acerca cómo es el Espíritu: se trata de Alguien que no habla de sí mismo. ¡Al fin Alguien así! nos sale espontáneamente exclamar. El Espíritu es un “apasionado de Jesús”. Sólo habla de Él. De un Jesús que tampoco hablaba mucho de sí mismo, y sí en cambio del Padre. Jesús es un “apasionado del Padre”. De su Padre que es también nuestro y del cual teníamos (¿tenemos?) a veces una imagen un poco mezclada. Es verdad que se ha perdido la imagen del juez severo, pero hoy sale mucho en tono de burla, por supuesto,  la imagen de “un señor que nos mira todo el tiempo y que ha preparado un infierno para muchos, que durará toda la eternidad”. Esta es una imagen que siento que se repite en algunos medios.

No es la imagen por la cual Jesús dio su vida. Jesús nos da otra imagen totalmente distinta: resulta que nuestro Padre es un Padre misericordioso, cercano y tierno que no se cansa de llamar a la vida y de perdonar a todos sus hijos. 

La primera “verdad total”, en la que nos sitúa el evangelio de hoy, no es una verdad mediática ni tampoco “científica” (sobre la existencia de Dios y sus características), sino una verdad personal. Tri-personal. Y la característica que destaca Jesús de estas Personas (y que parecería secundaria), no es el poder mirar desde arriba todo lo que hacemos ni tampoco el ocuparse de crear infiernos. El Dios de Jesús es un Dios en el que las tres Personas no hablan de sí mismas, sino que cuentan a otros lo mejor del Otro. 

Se trata de una característica humilde pero que dice mucho de una persona (y más si son tres). 

¡Qué lindo que haya Dos que lo comparten todo!

La verdad de “las cosas”, que también nos revelan Jesús y el Espíritu a lo largo del evangelio, es importante, pero no tanto como la verdad más personal. Es verdad que a nosotros nos interesa saber qué cosas nos puede dar Dios. Jesús nos enseña algo con respecto de esto cuando narra cómo el Padre Creador viste a los lirios del campo y alimenta a los pájaros del cielo. La verdad de que el Padre “sabe lo que necesitamos”, es reconfortante para nosotros que salimos a trabajar y que tenemos que planear la vida de nuestra familia. Pero los detalles personales que revelan cómo es nuestro Dios son más importantes que las cosas que Dios nos da. Aquí viene bien escuchar esta otra verdad que el Señor nos revela hoy y que el Espíritu confirmará. Jesús nos enseña que Ellos -el Padre y Él- lo comparten todo: “Todo lo que es del Padre es mío”. Esta es una segunda verdad que complementa la otra, tan admirable e interesante: “Ellos no hablan de sí mismos y lo comparten todo!”

He aquí una imagen de Dios no muy habitual, pero sí bien evangélica. Es una imagen interesante, digo, no solo para conocer a estas Personas divinas, sino también para conocernos a nosotros mismos y conocer todo lo demás, ya que se trata de una característica que de alguna manera compartimos. 

Toda verdad es dialogal y nace en un corazón que es “co-corazón”

Me explico. Cuando uno charla con un esposo o una esposa es común que en algún momento se termine hablando de la otra persona; o de las otras, si la familia tiene hijos. Y si habla un consagrado/a o un sacerdote es común que se termine hablando del Obispo o de los superiores/as. Como dice con una sonrisa un Obispo amigo a sus curas: yo sé que cuando ustedes se juntan yo estoy en medio de ustedes (porque le están sacando el cuero). 

La verdad es dialogal porque nuestro corazón es dialogal. Nuestro corazón comienza a latir en el cuerpo de nuestra madre (es el primer órgano que se forma) y ambos corazones hablan; o más bien al comienzo “se escuchan”, aprenden a emparejarse y armonizarse, dialogando con su sonido hasta que aprendan a dialogar con palabras. 

Así vemos que lo más importante no son las palabras de la mamá y del hijo o la hija (que hablan de cosas), sino los corazones mismos que son “co-corazón”. 

Y esta es una tercera verdad que se desprende de las otras dos (que no hablen de sí mismos y que lo compartan todo): No existe  en el universo un corazón solo, una persona sola. Y esto porque no existe un Dios solo, sino un Dios Trino. De aquí que ser con otros constitutivamente no sea un límite nuestro, sino una riqueza. ¡No existimos solos! Por tanto, a la hora de entrar en nuestro interior o de hablar con los demás, hay que tomar conciencia de este nuestro ser dialogal y “no hablar de nosotros mismos, sino compartir (primero la palabra y luego todo) con los demás”. Es la base humana que le irá permitiendo al Espíritu revelarnos la Verdad total de la que habla Jesús. 

Una Trinidad menos abstracta

Vamos ahora a un pequeño problema práctico. En la misa de la Santísima Trinidad siempre he sentido una disonancia al escuchar el canon cuando me habla de que no son una Persona sino Tres en una sola naturaleza. La frase me parece más de mis lecciones de filosofía que del momento de la consagración. Dice así la oración: 

Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno

Que con tu único Hijo y el Espíritu Santo

eres un solo Dios, un solo Señor; (Yo hasta aquí voy bien).

no una sola Persona, sino tres Personas 

en una sola naturaleza (Aquí, cuando aparece la “naturaleza” ya me empiezo a “abstraer” porque me parece que la palabra es más para la filosofía que para la liturgia).

Y lo que creemos de tu gloria,

porque tú lo revelaste,

lo afirmamos también de tu Hijo,

y también del Espíritu Santo,

sin diferencia ni distinción (esta parte también me da devoción).

De modo que, al proclamar nuestra fe

en la verdadera y eterna Divinidad,

adoramos tres Personas distintas,

de única naturaleza e iguales en su dignidad (Aquí pierdo el Objeto. No sé bien a quién adorar y me tildo…).

Sé que es una oración echa para “aclarar las mentes de la gente, insistiendo en explicar que no son tres dioses sino uno solo etc. Estas oraciones vienen más de estar peleando contra los herejes (en alguna época esto nació contra los arrianos) más que adorando a nuestro Dios.

Si pienso que es el Espíritu el que guía a la Iglesia y que en su pedagogía llena de sabiduría ha querido usar ese momento de la misa para “aclararnos” lo de las tres Personas y la única naturaleza, está bien. Siempre lo he aceptado así. Pero eso no quita que esa oración me “distraiga” y me haga perder la devoción en las misas de la Trinidad de las que salgo “abstracto”, esa es la palabra.

Uno sólo conoce la verdad total de alguien cuando lo ama y es amado

Es que uno sólo conoce la verdad total de alguien cuando lo ama y es amado. 

Cuando dos personas se casan, por ejemplo, se prometen fidelidad y respeto para toda la vida. Si lo viven día a día, esas personas pueden decirse la una a la otra que se dijeron la Verdad total y que la vivieron. 

Seguramente que esa verdad total tendrá límites, tanto en su formulación como en la manera de vivirla. Sin embargo, ese límite no le quita nada a la verdad total. 

La verdad de un amor total está entera en el sí quiero de los esposos (o de los consagrados con votos): 

al inicio, está entera como promesa; 

cotidianamente, está entera en cada pequeño gesto; 

al final, está entera como acción de gracias por lo compartido. 

Jesús existió de verdad

Volviendo al Evangelio: qué lindo no tener necesidad de contar toda nuestra verdad porque tenemos a Alguien que nos quiere y que la contará mejor aún de lo que podríamos contarla nosotros. Si Otro cuenta, Jesús se puede concentrar en vivir las cosas. Y así se mete en la Pasión con todo su amor y con toda su creatividad, esa que lo lleva a inventar ese gesto del Lavatorio de los pies, la cosa más increíble que se le hubiera podido ocurrir a un Dios-hombre que será crucificado al día siguiente. ¡Y la Eucaristía! Quedarse con nosotros como Pan partido y sangre que será derramada y que a nosotros se nos da en una copa bajo la especie del vino.

La dinámica de la Eucaristía hace imposible olvidar a Jesús. Jesús existió de verdad. Sea que uno crea en su divinidad o no, estos gestos suyos son históricos. La alianza que forjó en tres años con esos doce hombres que fueron sus apóstoles es más histórica que todos los pactos y alianzas que han hecho los hombres con más capacidad de convocatoria. 

Y qué lindo también tener a Alguien con quien uno comparte todo, como Jesús con el Padre. Compartir todo es posible sólo para Dos que se auto-poseen. Nosotros no podemos compartir “todo” con otro porque no nos auto poseemos. No sabemos qué será de nosotros mañana… No somos dueños de muchas de nuestras pasiones, que nos llevan al egoísmo, aún sin que lo queramos. Jesús y el Padre, en cambio se auto poseen serenamente y lo comparten todo, también en paz. Y a nosotros se nos da la gracia de entrar a participar de esta comunión.

Un discípulo y una discípula de Jesús son personas que no hablan de sí mismas sino del Señor resucitado. Y que lo comparten todo.

Diego Fares sj