
Muchos han tratado de narrar los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares y luego servidores de la Palabra. Por eso, después de informarme diligentemente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.
Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
“El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado por la unción.
El me envió a llevar la Buena Noticia los pobres,
a anunciar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
a dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor.
Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó.
Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él.
Entonces comenzó a decirles:
«Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura
que acaban de oír» (Lc 1, 1-4; 4, 14-21).
CONTEMPLACIÓN
Miramos a Teófilo
Miramos a Teófilo. “Un tipo abstracto”, podría decir alguno, en el sentido de que más que una persona real parece un título genérico para el que leerá los «Hechos». Pero en la amistad no hay abstracciones. Lo que cada uno cosecha de ella, va a parar a la bolsa común de los amigos, que se complacen en sacar de su mochila cosas nuevas y viejas, como los maestros espirituales prudentes.
Más allá de quién sea Teófilo, a quien Lucas dedica su Evangelio y el libro de los Hechos, nos apropiamos del significado de su nombre: Teofilo: “amigo de Dios”; y también: “amado de Dios”. Vendría a ser lo mismo, ya que nuestro Dios, cuando ama a alguien, lo hace su amigo.
Teófilo como tipo de persona es aquel que, llegado a cierto punto en su vida, quiere hacer una síntesis. Y una excelente manera de hacer síntesis de la propia vida es “ver quiénes son nuestros amigos”. Es una síntesis especial, ya que no es la síntesis de los títulos o de lo que uno “hizo” en la vida, sino la síntesis de los amigos que uno tiene por gracia. Y Jesús entre ellos.
Teófilo es el tipo de persona que siente a Dios como amigo y, en cierto momento de su vida, como decíamos, necesita, desea profundizar. Este momento puede (y debe darse) al comienzo de la vocación, pero también es bueno profundizar luego de un camino de ministerio ya recorrido, en el que uno hace un alto en la misión y reflexiona acerca de su amistad con el Señor. Como si le dijéramos a Jesús, dando vuelta sus preguntas: Señor mío, te he pastoreado tus ovejas, ahora dime si me amas como Amigo.
A este “tipo” de persona decide escribirle Lucas acerca de “los hechos de los apóstoles”, acerca de “las andanzas de los amigos de Jesús”. Y sentimos, entonces, que el evangelio está dirigido a nosotros, a ese Teófilo amigo de Dios que se renueva en cada etapa de la vida y en cada generación de cristianos. Somos ese “amigo de Dios”, pedimos serlo cada vez que, al comenzar nuestra contemplación, pedimos la gracia de “conocer internamente a Jesús, para más amarlo y seguirlo” (EE 104). Conocer internamente es conocer como conocemos a nuestros amigos.
Somos amigos de Dios gracias a otros amigos
Una primera cosa linda que me brota en la oración es que somos amigos de Dios gracias a otros amigos. El primero fue Abraham, nuestro padre en la fe: “¿No has sido tú, oh Dios nuestro, el que (diste esta tierra) a la posteridad de tu amigo Abraham para siempre?” (2 Cro 20, 7).
En Abraham, todo Israel es “amigo de Dios”: “Y tú, Israel, siervo mío, Jacob, a quien elegí, simiente de mi amigo Abraham; que te así desde los cabos de la tierra, y desde lo más remoto te llamé y te dije: «Siervo mío eres tú, te he escogido y no te he rechazado » (Is 41, 8-9).
El otro gran amigo de Dios fue Moisés: “Yahveh hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo” (Ex 33, 11).
Con el salmista, que recuerda a estos amigos y desea también llegar a serlo, entramos en este círculo de amistad, confiados en que Dios “mima a sus amigos” y “no los abandona”: “Sepan que Dios mima a su amigo, Dios escucha cuando yo le invoco” (Sal 4, 4). “Amen a Dios, todos sus amigos” (Sal 31, 24). Porque Dios ama lo que es justo y no abandona a sus amigos” (Sal 37, 28).
Con el libro de la Sabiduría se nos dice que lo que nos va formando en esta amistad es la palabra de Dios, que nos renueva: “(La sabiduría) Aun siendo sola, lo puede todo; sin salir de sí misma, renueva el universo; en todas las edades, entrando en las almas santas, forma en ellas amigos de Dios y profetas, porque Dios no ama sino a quien vive con la Sabiduría” (Sap 7, 27-28).
Juan Bautista retomará esta espiritualidad de la amistad, cuando se llame a sí mismo: “el amigo del Novio” (Jn 3, 29). Y Jesús hará especial hincapié en que todo lo ha hecho para que sus discípulos lleguen a ser sus amigos: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos, si practican lo que yo les mando. No los llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre se lo he dado a conocer. No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes (Jn 15, 13-16). A Pedro se lo preguntará explícitamente: “¿Me amas como amigo?”
Así, en esta espiritualidad de la amistad se sitúa Lucas, por un lado, escuchando a los amigos -a los testigos oculares y servidores de la palabra-, y por otro, escribiendo para los amigos de Dios, para que “reconozcamos la solidez de las enseñanzas que recibimos”. Notemos que la solidez no proviene de pruebas científicas sino de pruebas de amistad.
El espíritu con que los amigos de los amigos de Dios escriben y meditan
Como siempre en estas contemplaciones tratamos de dar un paso atrás, en el sentido de que no importa tanto “dar consejos morales” para adelante, sino de ayudar a que cada uno se abra a la Palabra que ya lo habita “abundantemente” y beba de su pozo, sacando, cuando haga falta sus propias conclusiones, de acuerdo a lo que el mismo Espíritu le enseña de la verdad en cada momento oportuno. En este caso, al detenernos en Teófilo, en aquel “para quien Lucas ha decidido escribir”, buscamos sentir y gustar el espíritu con que los amigos de Dios escriben y meditan. De allí la importancia del primer paso de la oración –el encuentro con el Señor, el entrar en su presencia para que nos mire, poniendo nosotros algún gesto. De allí también la importancia del último paso de la oración –lo que San Ignacio llama el “coloquio”-, en el que uno puede hablar con el Señor “como un amigo habla con su amigo”. Se habla de lo que pasó en esa oración, fijando lo que se quiere que quede, como renovación de alianza.
Narrar los acontecimientos teniendo en cuenta el comienzo y el final
En los encuentros entre amigos se habla de “lo que pasó -de los acontecimientos”-. Y en ellos es importante recordar y narrar bien el comienzo y el final.
Esto es lo que hace Lucas, si nos fijamos bien: “Narrar los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares y luego servidores de la Palabra”.
Con los amigos importan mucho el comienzo y el final. Lo del medio se deja al Espíritu y por eso la charla es libre, se “improvisa”, digamos. Pero el encuentro entre amigos se prepara, se prepara el primer gesto, lo primero que uno quiere que el otro sienta al entrar en casa. Se arreglan las cosas de cierta manera, se pone algo significativo sobre la mesa. El Papa Francisco es un maestro en esto de “preparar” las cosas para que lo primero que uno vea sea algo que se va a llevar (ahora el sobre con los rosarios) o “aparezca” fácilmente algún libro o alguna estampa de la que quiere hablar o que hace ver que ha pensado en nosotros en ese tiempo.
Y se prepara también el final, lo que se quiere que quede del encuentro, en el que van juntas las cosas que uno preparó y lo que surgió en el diálogo.
En el primer “encuentro” oficial con su pueblo, Jesús elige su sinagoga de Nazaret y no un lugar público de la capital, Jerusalén, por dar un ejemplo. El Señor elige su capillita de barrio y allí el gesto inicial es el de pasar a leer como solía hacer. Es un gesto importante este de comenzar con la Palabra y, sobre todo, con el texto profético de Isaías que promete al Ungido, nada menos. Pero es importante que lo haga rescatando lo que en su vida este gesto tiene ya de encarnado. Jesús venía leyendo desde hacía años…
Entre amigos, cuando uno tiene que elegir algún gesto, suele elegir algo que viene haciendo, algo propio suyo. Y es el nuevo acontecimiento lo que da su fuerza al gesto habitual. Aquí Jesús lo une con eso de que: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír». Esto es lo que quiere dejar marcado, que se cumple “hoy”: hoy en el sentido de que la Palabra es real, es Palabra viva, y hoy en el sentido de que esa Palabra, que él viene leyendo desde hace tiempo, inicia algo nuevo a partir de ese momento.
Esto es también propio de la amistad: comenzar tiempos nuevos, hacer de ritos antiguos, ritos nuevos. Para otros, por ejemplo, rescatando gestos que harán bien a los hijos o a un nuevo ámbito apostólico que se abre. La amistad ha mantenido en el rescoldo esos gestos y ahora encienden otros fuegos sin problemas, porque están vivos.
Hoy hablaba por teléfono con un amigo que está en los comienzos de su sacerdocio y, como lo han operado porque se rompió un tendón jugando al fútbol, yo le solté un: “Fuerza! que de joven uno se recupera más rápido. Y él, ni lerdo ni perezoso me retrucó con otro: “Fuerza! que de viejo se aguanta mejor”. Me encantó el retruque. Me hizo sentir que está bien sembrada la amistad y que da frutos de diversa estación.
Diego Fares sj