
El Niño crecía y se robustecía, llenándose de sabiduría, y la gracia de Dios estaba sobre él. Sus padres iban todos los años a Jerusalén en los días de la fiesta de la Pascua. Y cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el Niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que se dieran cuenta sus padres. Pero creyendo ellos que él andaría en la caravana, caminaron una jornada, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándolos y preguntándoles; todos los que le oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron atónitos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos hiciste esto a nosotros? Aquí estamos tu padre y yo que, angustiados, te andábamos buscando». El les dijo: «Y ¿por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debía estar en la casa de mi Padre?» Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Bajó en su compañía y fue a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre guardaba cuidadosamente todas estas cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 40-52).
Contemplación
Un año termina y otro comienza y la liturgia nos pone en clima de familia. Con la palabra «clima de familia» quiero señalarte algo muy preciso. Nuestra familia es el ámbito de los que somos nacidos y criados juntos y que nos elegimos -de nuevo, cada vez- para seguir juntos. Cada año, nuestra vida se concentra en las cenas y los almuerzos de las fiestas. Allí, en nuestra familia, resuena la vida del mundo entero de modo particular: con un tono distinto. Todo lo que estamos viviendo en el país – en el trabajo, en la sociedad, en la economía y la política, en lo religioso…- todo resuena, pero con los filtros que elegimos poner. Cuando nos juntamos hacemos de modo tal que los acontecimientos externos no invadan lo esencial: el amor que nos queremos expresar celebrando la vida con nuestros ritos familiares. Nunca faltan los ritos del recuerdo de los que no están, los ritos de los regalos, que gozan de modo especial los más chicos, y nosotros con ellos; los ritos de mirarnos a los ojos y expresar nuestros mejores deseos al brindar…
La liturgia nos regala algunas escenas -pocas, pero sumamente significativas, a través de la cuales podemos entrar de lleno en el clima de familia que vivieron José, María y Jesús.
Los hemos visto en la noche de navidad, contemplando al Niño que han apenas recostado en el pesebre.
Los veremos el primer día del año, entrando con el Niño en brazos para presentarlo en el Templo y ponerle el Nombre: Jesús.
Hoy, en la Fiesta de la Sagrada Familia, los vemos en el momento en que abren la puerta del aula y se encuentran con la imagen de su Hijo, en medio de los maestros y doctores de la ley: les está haciendo una pregunta y ellos lo miran estupefactos.
Doce años les pasaron por su mente en un segundo y nosotros podemos adivinar lo que sintieron. Fueron doce años vertiginosos y los pocos datos que tenemos bastan para desestabilizar cualquier imagen de una vida familiar de estampita navideña.
Todo comenzó con una anunciación sorprendente, que los hizo entrar en el centro mismo de la Historia. De allí en más, acontecimientos que les caen encima y decisiones con las que cambian su vida de manera radical. El nacimiento en Belén -en un pesebre!-, por culpa de un censo nacional decretado desde alguna oficina pública. Las visitas de gente de todo tipo, incluso reyes extranjeros, que acuden a su casa y les hacen saber que se habla de ellos en Jerusalén. La profecía de Simeón. El poder del Rey Herodes que desata su furia militarizada sobre la fragilidad del Niño, que ellos cuidan con su misma vida. José con todos sus sentidos de padre despiertos y activos. María, haciendo simple y tierna la vida cotidiana. La decisión providencial de irse en el momento justo, de emigrar. Los años de destierro, viviendo de prestado -podemos imaginar la precariedad, el idioma, los trabajos más humildes y duros-. El regreso -precavido- a empezar de nuevo, sin hacerse notar…
Y ya estamos doce años después. Cuando la vida parecía encaminada y el gozo de peregrinar un nuevo año al Templo con Jesús de la mano los hacía disfrutar de la normalidad, resulta que su Hijo se les pierde. Comienzan los problemas de la preadolescencia, pensaríamos nosotros.
Jesús a los doce sorprende! Y los lanza de lleno a lo que será el futuro. El Señor hace su entrada en sociedad dejando a todos estupefactos y atónitos. A los maestros, por su inteligencia y sus respuestas. A sus padres por haber actuado autónomamente, siendo que siempre había sido un chico «sujeto a ellos», como volverá a serlo al regresar a Nazaret, hasta que llegue su hora. Así como en un instante se les hizo presente todo lo vivido, así también, al abrir esa puerta, vieron de golpe lo que les haría vivir su Jesús. Y a partir de allí, el estar «sujeto a ellos» de su Hijo se volvió distinto: su presente se llenó de futuro, se volvió consciente en ellos el Reino. La Casa del Padre -en la que Jesús siempre «está»- se aposentó sobre su casa de Nazaret -o se abrió desde adentro, como se abre una flor- y el hogar de san José se volvió condivisible para todas las familias y comunidades que quieran recibir e incorporar sus lecciones de vida doméstica: la lección del silencio, la lección del trabajo, la lección del amor.
Se ve que esta ida al Templo provocó o despertó algo nuevo y poderoso en Jesús, algo que lo llevó a olvidar todo lo demás y quedarse allí sin decir nada a sus padres.
Me imagino que la cosa habrá empezado al acercarse él -curioso- a un grupo de maestros de la ley que discutían un punto o estaban dando la lección a los chicos… Alguno habrá hecho una pregunta y Jesús habrá respondido espontáneamente en voz alta, de modo tal que el doctor de la ley habrá levantado la mirada y, viéndolo allí parado, seguro de sí como solo los niños están, lo habrá hecho pasar al frente…
Lucas nos narra cómo terminó el asunto… tres días después!
Sus padres entran en un aula de catecismo (alguno les habrá dicho que podía estar allí el chico que buscaban, o habrán sentido su voz al pasar…) lo cierto es que se quedan atónitos viéndolo «sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas.»
El Evangelio dice que lo encontraron al cabo de tres días. Es decir que Jesús fue hospedado en el Templo dos noches. Quizás la primera tarde se quedó rezando y al darse cuenta de la hora pidió hospedaje, esperando que vinieran sus padres. Al otro día lo hicieron ir a clase junto con los demás, y terminó con todos en la sala donde lo encontraron por fin José y María. El punto es que no fue cosa de un momento, sino todo un acontecimiento: hasta que quedó «sentado en medio de los doctores», dando clase, una de esas en las que la gente se olvida del tiempo y se queda, escuchando y preguntando.
Preguntando… Esta es la palabra que nos hace entrar en la novedad absoluta de la escena. Suele pasar que haya niños prodigios que responden a todas las preguntas con agudeza y que dan una lección que han fijado en su memoria de manera sorprendente. Pero Lucas dice que el Niño no solo escuchaba, comprendía todo y respondía bien, sino que pasó a «hacerles preguntas».
Inaugura así este Jesús preadolescente lo que será su estilo de enseñanza basado en el diálogo, con esas preguntas suyas constantes que hacen replantearse las cosas a su interlocutor.
«Por qué piensan mal en su corazón? Qué es más fácil decir al paralítico, tus pecados te son perdonados o levántate y camina?» Esta será la primera pregunta de Jesús a los fariseos en Lucas 5, 22.
Pero antes esta la pregunta a sus propios padres: «Por qué me buscaban (angustiados)? Acaso no sabían que yo debía estar en la Casa de mi Padre?» Casa que se llevó consigo a Nazaret, como decíamos.
Serán constante pedagógica las preguntas a sus amigos: «Qué buscan?» -a los dos primeros discípulos que lo siguen; «Por qué dudaste?» a Simón, cuando se hunde en el mar luego de haberle pedido que lo hiciera ir a Él caminando sobre las aguas; «De que discutían por el camino?» (ellos se avergonzaron porque habían estado discutiendo acerca de quién era el que mandaba); «Me amas como amigo?» a Simón, luego de la resurrección y junto con el encargo de apacentar a sus ovejas…
Toda la pedagogía de Jesús consistirá en un diálogo que enseña a la gente a discernir por sí misma, a repensar las cosas asumiéndolas, a plantearse de nuevo cuál es su punto de vista y confrontarlo con el de la Escritura. «Qué les parece? Un hombre tenía cien ovejas…»: las preguntas que son toda una parábola y no preguntas puntuales… «Quién de ellos se hizo prójimo del hombre herido al borde del camino?»
El que no entra en esta dinámica, que hace que apenas uno lee por curiosidad se encuentre con una pregunta que lo interpela, se queda afuera del Evangelio.
Jesús es el Maestro que nos educa a la pregunta. Y no a la pregunta que consiste en opinar cosas abstractas sobre temas de actualidad, sino a la pregunta por la situación presente de tu corazón:
Sos feliz ahora?
Estás viviendo un presente pleno, amando con todo tu corazón?
O tenés el corazón en pausa, a media máquina, dudando a quién darte entero?
La pregunta evangélica sería: «¿Sos el servidor fiel y discreto (como José) a quien puedo encontrar sirviendo su ración (de cariño, de tiempo, de escucha, de aliento…) a tu familia a su tiempo?»
Te sentís agradecido esta noche?
Te has puesto a agradecer tu vida, aceptando todo lo que pasó, tal como pasó, de modo tal de poder interpretar que «fue necesario» todo lo que pasaste y padeciste para que Dios hiciera todo lo bueno que ha hecho con vos?
O estas quizás como un disco rayado, repitiendo algo que te pasó y que no podés digerir?
La pregunta evangélica sería: «¿De dónde a mí que me venga a visitar La que sabe cantar las maravillas que Dios ha hecho en la historia de su pueblo y me incluya en su magníficat de acción de gracias?
No has dejado de soñar con una entrega más bella para este año que viene?
Estás buscando centrarte sin que te distraigan cosas secundarias en el punto decisivo en el que soñás con mejorar?
O estás desilusionado por un futuro que ya desde el vamos te has planteado de manera tal que sabés que será imposible de alcanzar?
La pregunta evangélica sería: «¿Comprenden lo que he hecho (al lavarles los pies Yo, que soy el Maestro)?» Si sabiendo esto lo practican serán felices» (Jn 13, 12 y 17).
Así, la última pregunta se toca con la primera y nos pone a caminar, alegres, sabiendo que el tiempo del amor es el presente.
Diego Fares sj
Oración por la familia que rezó el Papa Francisco en Irlanda
Dios, Padre nuestro,
Somos hermanos y hermanas en Jesús, tu Hijo,
Una familia, en el Espíritu de tu amor.
Bendícenos con la alegría del amor.
Haznos pacientes y bondadosos,
Amables y generosos,
Acogedores de aquellos que tienen necesidad.
Ayúdanos a vivir tu perdón y tu paz.
Protege a todas las familias con tu cuidado amoroso,
Especialmente a aquellos por los que ahora te pedimos:
(“Pensemos especialmente en las familias que nos son más queridas”, pidió el Papa)
Incrementa nuestra fe,
Fortalece nuestra esperanza,
Protégenos con tu amor,
Haz que seamos siempre agradecidos por el regalo de la vida que compartimos.
Te lo pedimos, por Jesucristo nuestro Señor,
Amén.
María, madre y guía, ruega por nosotros.
San José, padre y protector, ruega por nosotros.
San Joaquín y Santa Ana, rueguen por nosotros.
San Luis y Santa Celia Martin (papás de Santa Teresita del Niño Jesús), rueguen por nosotros.