Sentencia de muerte para el individualismo y germen de resurreción en una comunidad (Pasión 2016)

comunidad

Al elegir seguir a Jesús, nuestra decisión contiene “una sentencia de muerte para el individuo y un germen de resurrección en una comunidad” (G. Fessard, La dialéctica de los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola).

Contemplamos la pasión del nuestro Señor Jesucristo en diez escenas desde esta perspectiva de contraponer individualismo y comunidad.

Gracias a la Pasión del Señor, que nos incorpora a sí, podemos tener la libertad de renunciar, una y otra vez, a nuestro individualismo y abrazar una comunidad: podemos elegir, cada día nuevamente, ser familia. Elegimos ser comunidad, elegimos ser pueblo fiel de Dios, elegimos ser humanidad.

Morir al hombre viejo para ser hombres y mujeres nuevos lo hemos interpretado mucho tiempo en clave de “yo tengo que”.

Yo tengo que morir a mi yo carnal para resucitar a un yo espiritual.

La frase del jesuita Gastón Fessard, que pone el acento en la libertad de elegir lo que elige Jesús y lo hace contraponiendo individualismo y comunidad, nos puede motivar de manera más honda a algo que es vivible y practicable. Quién no puede ser “más comunitario”?

Ver el pecado como eso individualista que me roba la dicha de ser comunidad, me lleva a detestarlo.

Voy con Jesús a la pasión no como un héroe solitario que se inmola por el deber.

Voy con Él porque Él va por todos.

Voy con él porque van con Él sus amigos, aunque por un rato lo abandonen.

Voy con Él porque va la Virgen con las discípulas, aunque sólo les permitan contemplar de lejos.

Voy con Él porque a su paso acude la gente y se le une: la Verónica que le limpia el rostro, el Cirineo que le ayuda a cargar la cruz, las santas mujeres que le expresan su cariño con el llanto. Van también, obligados, los dos ladrones pero uno le expresará su compasión. Van los centuriones y se reparten sus vestiduras, pero uno confesará que era el Hijo de Dios.

Voy con Jesús porque va todo el pueblo y se golpea el pecho.

Y le pido que me ayude a dictar sentencia de muerte a mi individualismo y haga brotar esa semilla de resurrección en una comunidad, en mi comunidad. Para no ser más “autorreferencial”, para ser de mi familia, para ser del Hogar, para ser Manos Abiertas, para ser Compañía de Jesús, comunidad de los que hacen los Ejercicios y de los que trabajan en obras de solidaridad, para ser Iglesia de Francisco, para ser de nuestro pueblo fiel, para ser de la humanidad de los más pobrecitos y pequeñitos que necesitan que estemos con ellos y que les hagamos compañía con neustra oración y servicio.

Pasión según san Lucas

 I. Individualismo extremo de Judas

“Se acercaba la fiesta de los Azimos, llamada Pascua. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo hacerle desaparecer, pues temían al pueblo”. Entonces Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era del número de los Doce; y se fue a tratar con los sumos sacerdotes y los jefes de la guardia del modo de entregárselo. Ellos se alegraron y quedaron con él en darle dinero. El aceptó y andaba buscando una oportunidad para entregarle sin que la gente lo advirtiera.

Vemos cómo los enemigos actúan en grupo y lo hacen contra el pueblo. No hay individualismos en el mal. El mal necesita cómplices. Y encuentran uno en Judas, que deja el grupo de los doce y actúa aisladamente. Termina sin ser ni de un grupo ni de otro: eso es el suicidio puntual. El demonio le roba toda pertenencia, incluso esa temporal que da la complicidad para el mal. Y pierde todo gusto por la vida, pierde identidad, y por eso se borrará de la vida.

II Una Comunidad que ha sido preparada con tiempo y dedicación

Llegó el día de los Azimos, en el que se había de sacrificar el cordero de Pascua; y envió a Pedro y a Juan, diciendo: « Vayan y preparennos la Pascua para que la comamos. » Ellos le dijeron: « ¿Dónde quieres que la preparemos? » Les dijo: « Cuando entréen en la ciudad, les saldrá al paso un hombre llevando un cántaro de agua; síganlo hasta la casa en que entre, y diran al dueño de la casa: «El Maestro te dice: ¿Dónde está la sala donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?» El les enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta; hagan allí los preparativos. » Fueron y lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la Pascua.

La preparación de la Eucaristía se ve que le había ocupado a Jesús toda su vida. De ahí ese conocimiento del hombre que iba con el cántaro a buscar agua y del lugar donde se podía tener una cena todos juntos. Se ve que ya conocía al hombre y lo tenía hablado. La comunidad “en la que resucitamos” si elegimos morir a nuestro individualismo es una comunidad preparada. Preparada en todo: en el lugar, en la comida y los ritos, en la gente… Uno entra en una comunidad que viene de siglos, en la que la gente prepara la Eucaristía para los demás. Los mejores ritos se recuerdan, las mejores ofrendas se preparan…

III. Anhelo de una Comunión total con Jesús

Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: « Con ansia he deseado comer esta Pascua con ustedes antes de padecer; porque les digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios. » Y recibiendo una copa, dadas las gracias, dijo: « Tomen esto y repartanlo entre ustedes porque les digo que, a partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios. » Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por ustedes, hagan esto en recuerdo mío. » De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: « Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por ustedes.

El Señor hace suya toda la preparación que mandó realizar a sus discípulos y revela “el ansia con que ha deseado comer esta Pascua con nosotros antes de padecer”.

En esas palabras se encierra el secreto de Jesús: su corazón es todo ansia y deseo de darse. Es el corazón que se ofrece en la mano, como en la imagen del Sagrado Corazón del Gesú. Somos comunidad íntegra porque recibimos al que nos hace un cuerpo y una sangre consigo. Pasar a ser gente que está en comunión, que se comunica, que comulga con los demás. Gente que no vive ya para sí sino para Aquel que se entregó por nosotros. Deseamos también esta muerte a lo individual que es resurrección actual en una comunidad. Desde que Jesús hizo la Eucaristía, morir no es ir a la nada, es abrir una puerta y entrar en una sala llena con todos los que amamos y ponernos allí a servir y a disfrutar de la fiesta. Morir al individualismo es regresar a casa y entrar a una fiesta, como la que el Padre Misericordioso le preparó a su hijo pródigo.

IV. Individualismos que salen a la luz en la crisis y confianza de Jesús

« Pero la mano del que me entrega está aquí conmigo sobre la mesa. Porque el Hijo del hombre se marcha según está determinado. Pero, ¡ay de aquel por quien es entregado! » Entonces se pusieron a discutir entre sí quién de ellos sería el que iba a hacer aquello. Entre ellos hubo también un altercado sobre quién de ellos parecía ser el mayor. El les dijo: « Los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar Bienhechores; pero no así ustedes, sino que el mayor entre ustedes sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve. Porque, ¿quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. « Ustedes son los que han perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte, dispongo un Reino para ustedes, como mi Padre lo dispuso para mí, para que coman y beban a mi mesa en mi Reino y se sienten sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. « ¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha  solicitado el poder cribarlos como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos. » El dijo: « Señor, estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y la muerte. » Pero él dijo: « Te digo, Pedro: No cantará hoy el gallo antes que hayas negado tres veces que me conoces. » Y les dijo: « Cuando los envié sin bolsa, sin alforja y sin sandalias, ¿les faltó algo? » Ellos dijeron: « Nada. » Les dijo: « Pues ahora, el que tenga bolsa que la tome y lo mismo alforja, y el que no tenga que venda su manto y compre una espada; porque les digo que es necesario que se cumpla en mí esto que está escrito: «Ha sido contado entre los malhechores.» Porque lo mío toca a su fin. » Ellos dijeron: « Señor, aquí hay dos espadas. » El les dijo: « Basta.»

La discusión de esta escena y el alboroto que se arma, es en realidad sanador. Jesús provoca la situación para que salgan todos los sentimientos individualistas quelos discípulos tenían en el corazón. El individualismo comparativo que hace mirar a los otros no como comunidad sino desde un sentimiento de superioridad; el individualismo pretencioso de Simón, que se cree fiel y está seguro de sí; el individualismo del sálvese quien pueda que los hará dispersarse. Jesús los mira no el momento sino a largo plazo. El los considera como “los que han estado con él en sus pruebas” y le dice a Simón que ha rezado para que cuando pase la crisis individualista vuelva y confirme a sus hermanos, para que rearme la comunidad.

 V. La tentación es no acompañar a los demás en la oración

Salió y, como de costumbre, fue al monte de los Olivos, y los discípulos le siguieron. Llegado al lugar les dijo: « Pidan para no caer en tentación. » Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo: « Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. » Entonces, se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra. Levantándose de la oración, vino donde los discípulos y los encontró dormidos por la tristeza; y les dijo: « ¿Cómo es que estan dormidos? Levantense y oren para que no caigan en tentación. » Todavía estaba hablando, cuando se presentó un grupo; el llamado Judas, uno de los Doce, iba el primero, y se acercó a Jesús para darle un beso. Jesús le dijo: « ¡Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre! » Viendo los que estaban con él lo que iba a suceder, dijeron: « Señor, ¿herimos a espada?» y uno de ellos hirió al siervo del Sumo Sacerdote y le llevó la oreja derecha. Pero Jesús dijo: « ¡Dejen! ¡Basta ya! » Y tocando la oreja le curó.  Dijo Jesús a los sumos sacerdotes, jefes de la guardia del Templo y ancianos que habían venido contra él: « ¿Como contra un salteador han salido con espadas y palos? Estando yo todos los días en el Templo con ustedes y no me pusieron las manos encima; pero esta es su hora y el poder de las tinieblas. » Entonces le prendieron, se lo llevaron y le hicieron entrar en la casa del Sumo Sacerdote.

La tentación muchas veces nos suena a pecado carnal –pereza, sensualidad, riquezas-. Pero en la escena del Huerto el Señor nos hace ver que caer en la tentación es no acompañarlo a Él. El está rezando por todos y se lo vendrán a llevar. Y nos pide que lo acompañemos con nuestra cercanía y oración. Nuestra oración es estar un rato con Él mientras Él reza.

Así como la Eucaristía es juntarnos porque Él nos da su Cuerpo. No somos los protagonistas de la Eucaristía ni de la Oración. El Señor entra en comunión con todos y con el Padre y nos invita a estarle cerca, a acompañar. En vez de decir: tengo que rezar más, puedo decir: voy a acompañar al Señor que está rezando por nosotros al Padre, voy a unirme a la Iglesia en la que siempre hay algunos hermanos y hermanas acompañando al Señor que ora.

VI. Pedro nos enseña a llorar nuestro individualismo que nos aleja de la fidelidad con Jesús

Pedro le iba siguiendo de lejos. Habían encendido una hoguera en medio del patio y estaban sentados alrededor; Pedro se sentó entre ellos. Una criada, al verle sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y dijo: « Este también estaba con él. »Pero él lo negó: « ¡Mujer, no le conozco! »Poco después, otro, viéndole, dijo: « Tú también eres uno de ellos. » Pedro dijo: «hombre, no lo soy! » Pasada como una hora, otro aseguraba: « Cierto que éste también estaba con él, pues además es galileo. » Le dijo Pedro: « ¡Hombre, no sé de qué hablas! » Y en aquel momento, estando aún hablando, cantó un gallo, y el Señor se volvió y miró a Pedro, y recordó Pedro las palabras del Señor, cuando le dijo: « Antes que cante hoy el gallo, me habrás negado tres veces. » Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente.

Pedro lo seguía de lejos. Esta lejanía no es sólo la de aquel momento tan especial. Es lejanía que se revela en la mirada de Jesús que lo hace llorar amargamente. Pedro estaba con Jesús pero mirándose a sí mismo, tenía sus planes, sus proyectos personales… Todo eso queda destruido con la detención de Jesús y él no se da cuenta de lo patético de su situación. Los otros lo ven claramente como “uno de los que estaban con él” y él está a años luz de Jesús. Las negaciones y la mirada del Señor le haran llorar su individualismo y entrar en comunión con su Amigo, sea lo que sea que le pase o le hagan o digan. Quedará en pie, en su pecado no reprochado, en su traición por la cual el Señor ya había rezado, solo la comunión con Jesús. Y por eso se convertirá en hombre de comunión, porque sabrá comprender las fragilidades de los demás.

VII. Los amigos se dispersan y los enemigos se unen

Los hombres que le tenían preso se burlaban de él y le golpeaban; y cubriéndole con un velo le preguntaban: « ¡Adivina! ¿Quién es el que te ha pegado? » Y le insultaban diciéndole otras muchas cosas. En cuanto se hizo de día, se reunió el Consejo de Ancianos del pueblo, sumos sacerdotes y escribas, le hiceron venir a su Sanedrín y le dijeron: « Si tú eres el Cristo, dínoslo. » El respondió: « Si os lo digo, no me creerán. Si les pregunto, no me responderán. De ahora en adelante, el Hijo del hombre estará sentado a la diestra del poder de Dios. » Dijeron todos: « Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios? » El les dijo: « Ustedes lo dicen: Yo soy. » Dijeron ellos: « ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos, pues nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca? »Y levantándose todos ellos, le llevaron ante Pilato. Y comenzaron a acusarlo, diciendo: «Hemos encontrado a este hombre incitando a nuestro pueblo a la rebelión, impidiéndole pagar los impuestos al Emperador y pretendiendo ser el rey Mesías.» Pilato lo interrogó, diciendo: «¿Eres tú el rey de los judíos?» «Tú lo dices» – le respondió Jesús. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud:  «No encuentro en este hombre ningún motivo de condena.» Pero ellos insistían: «Subleva al pueblo con su enseñanza en toda la Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí.» Al oír esto, Pilato preguntó si ese hombre era galileo. Y habiéndose asegurado de que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo envió. En esos días, también Herodes se encontraba en Jerusalén. Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacía tiempo que deseaba verlo, por lo que había oído decir de él, y esperaba que hiciera algún prodigio en su presencia. Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada. Entre tanto, los sumos sacerdotes y los escribas estaban allí y lo acusaban con vehemencia.  Herodes y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo en ridículo, lo cubrieron con un magnífico manto y lo enviaron de nuevo a Pilato. Y ese mismo día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron amigos. Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, y les dijo: «Ustedes me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la rebelión. Pero yo lo interrogué delante de ustedes y no encontré ningún motivo de condena en los cargos de que lo acusan; ni tampoco Herodes, ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Como ven, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad.» Pero la multitud comenzó a gritar: «¡Qué muera este hombre! ¡Suéltanos a Barrabás!» A Barrabás lo habían encarcelado por una sedición que tuvo lugar en la ciudad y por homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner en libertad a Jesús. Pero ellos seguían gritando:  «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!» Por tercera vez les dijo: «¿Qué mal ha hecho este hombre? No encuentro en él nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad.» Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el griterío se hacía cada vez más violento. Al fin, Pilato resolvió acceder al pedido del pueblo. Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos.

El Sanedrín, los guardias, Pilato, Herodes, Barrabás, la multitud… todos van coincidiendo en condenar a Jesús. Mientras sus amigos se han dispersado, los enemigo se unen y logran su objetivo: Pilato entrega a Jesús al arbitrio de los que lo odian. No hay lugar neutral: uno está en la comunidad que ama a Jesús o en las componendas counturales de los que lo odian.

VIII. En la mezcla de gente ante el Señor recorre el via crucis se revelan los corazones

Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús. Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo: «¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos. Porque se acerca el tiempo en que se dirá: ¡Felices las estériles, felices los senos que no concibieron y los pechos que no amamantaron! Entonces se dirá a las montañas: ¡Caigan sobre nosotros!, y a los cerros: ¡Sepúltennos! Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?»  Con él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados.          Cuando llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»  Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ello     El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!» También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!» Sobre su cabeza había una inscripción: «Este es el rey de los judíos.» Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.» Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo.» Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino.» El le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.»

Lucas nos muestra un via crucis tumultuoso: “muchos del pueblo lo seguían”. “El pueblo permanecía allí y miraba”. En esa comunidad de la pasión, comunidad del camino de la cruz, se van mostrando los corazones: el corazón de simón de cirene –corazón obligado-, el de las santas mujeres, -corazones que aman y lloran- el de los soldados –corazones de piedra-,  el de los burlones –corazones sucios, oscuros, sin nobleza-, el corazón de los dos ladrones –uno, corazón de un desesperado, el otro, corazón que muestra su belleza más honda, su humanidad-.

La división va por el lado de los que se aislan en su maldad y la de los que se unen en la comunidad de la pasión, los que se dejan atraer, como imantados, por la fuerza atractiva del Señor crucificado, que los fusiona consigo en el dolor y los hace uno con Él.

IX. Jesús en comunión con su Padre

Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.»

Y diciendo esto, expiró.

Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando:

«Realmente este hombre era un justo.»

X. La comunidad del pueblo fiel unido por la necesidad de misericordia y de las mujeres y amigos unidos en la contemplación

Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho. Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido (Lc 22, 14-23, 56).

Diego Fares sj

 

 

Por qué será que alejamos a Jesús (Domingo 5 C 2016)

 

 PEDRO Llorando.jpg

Estaba Jesús en cierta ocasión junto al lago de Genesaret

y la gente se agolpaba para oír la palabra de Dios.

Vio entonces dos barcas a la orilla del lago;

los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.

Subió a una de las barcas, que era de Simón,

y le pidió que la separase un poco de tierra.

Se sentó y estuvo enseñando a la gente desde la barca.

Cuando terminó de hablar, dijo a Simón:
–Navega mar adentro y echen sus redes para pescar.
Simón respondió:
–Maestro, hemos estado toda la noche trabajando sin pescar nada,

pero como tú lo dices, echaré las redes.
Lo hicieron y capturaron una gran cantidad de peces.

Como las redes se rompían,

hicieron señas a sus compañeros de la otra barca para que vinieran a ayudarlos.

Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían.

Al verlo, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús diciendo:
–Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador.
Pues tanto él como sus hombres estaban sobrecogidos de estupor ante la cantidad de peces que habían capturado; e igualmente Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.

Entonces Jesús dijo a Simón:
No temas, a partir de ahora serás pescador de hombres.
Y después de llevar las barcas a tierra, dejado todo, lo siguieron (Lc 5, 1-11).

 

Contemplación

Dice el dominico Bernard Bro, en su conmovedor librito “Se necesitan pecadores” (en castellano pusieron “Dios necesita pecadores”) que Simón Pedro no comprendía cuál era su pecado porque no había visto el rostro de Jesús, la verdadera mirada con que Jesús lo miraba. No había visto esos ojos de amigo que vió después de haberlo negado, cuando Jesús lo miró al salir del Sanedrín. Ahí sí los vió y lloró amargamente.

Por eso Jesús lo terminará de curar examinándolo sobre el amor de amigo y no sobre otras cosas. Los otros pecados o eran insignificantes o venían de este, de haber mirado más la misión que el rostro de Jesús.

Pedro, dice el padre Bro, rechazaba perderse en la adoración de su amigo, como hizo Juan en la ultima cena. Rechazaba que Jesús le tuviera que lavar los pies, le daba vergüenza que los fariseos le dijeran que su Rabbí no pagaba los impuestos, sentía que era un escándalo que Jesús hablara de su pasión… Y por eso, aunque parecía que estaba dispuesto a dar la vida por él y hasta se procuró una espada e hirió a uno de los que fueron a detener a Jesús, apenas vio que lo estaban juzgando, lo negó ante una empleada.

Quizás todo nació aquí, luego de la pesca milagrosa. Pedro cayó a sus pies y le dijo espantado “apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”.

Simón tenía bien elaborada la definición de sí mismo. Un hombre y un pecador.

Uno podría decir: bueno, esa definición también la tengo yo de mí. Pero puede que no signifique para todos lo mismo. Hombre pecador.

Podemos ver algo de lo que siente Simón en la conclusión que saca de esa imagen de sí mismo: la conclusión es decirle al Señor “apártate de mí”.

Es curioso, porque otros –la prostituta que fue lavarle los pies con sus lágrimas, por ejemplo, y también los enfermos y endemoniados- al sentirse hombres y mujeres pecadores, se acercaban a Jesús o le pedían que se acercara él.

Este apártate de Simón quizás no tiene que ver con su pecado como persona, ya que es alguien que se deja corregir humildemente por el Señor, una y otra vez.

Creo que tiene que ver con la misión.

Pedro no soporta la misión que el Señor le quiere confiar, la misión que le confió de hecho apenas lo vio, cuando le cambió el nombre de Simón por el de Pedro.

Hay algo de rechazo en esto de que le dieran una tarea “sin conocerlo” que hizo que aprovechara este momento del milagro de la pesca para decirle al Señor estas palabras que había ido preparando en su interior: “alejate de mí”.

Como diciendo: Yo no me puedo alejar si vos sos quien sos. Alejate vos por favor. No me pidas que te siga.

Pero el Señor redobla la apuesta y como si no lo hubiera escuchado (primero lo había llamado “Piedra de mi Iglesia”) ahora lo bautiza “Pescador de hombres”. Y en el último encuentro lo llamará “Pastor de mis ovejas”.

La misión es la misión y el Señor llama a los que Él quiere. Sus pecados y fragilidades los tendrá que soportar y tratar de corregir Simón Pedro como cualquier otro, pero no tienen que ver con la misión, con pescar gente para Jesús, con ser roca donde otros se apoyen y sobre la que construyan, con pastorear cariñosamente a las ovejitas.

Es como cuando un papá o una mamá tienen un hijito. Se las tienen que arreglar con sus pecados y con la relación entre ellos, pero a la misión de hacer crecer bien, con cariño, a su hijito, no le pueden poner condiciones. Uno no puede decirle a un hijito: alejate de mí que no soy un buen padre. Porque el hijo dirá: no me importa. Vos sos mi mamá. Te quiero cerca.

Algo de esto intuyo en la actitud de Jesús, en que parezca que no lo escucha a un Simón que le dice que quiere huir, que lo deje tranquilo con su vida de pescador sin pescas milagrosas (aunque Simón deberá reconocer que también le gustaba eso de “caminar sobre el agua” y de que Jesús lo elogiara cuando acertaba a escuchar la voz del Padre).

Pero se ve que a Simón Pedro siempre le daba vueltas esta tentación de “alejarlo a Jesús”. Y tiene que ver, me parece, no tanto con Jesús sino con él mismo.

Con la imagen que Simón Pedro tiene de sí; con lo que encierran esas palabras: “soy un hombre” y “soy un pecador”. O con la suma de las dos características.

Algo hay ahí que no le deja ver el verdadero rostro de Jesús, esa cara de bueno que veían tan facilmente otros “hombres y mujeres pecadores”.

 

Quizás fue que Jesús lo apuró con el llamado y a él el entripado se le quedó adentro. Pero si no lo hubiera llamado, si Jesús hubiera esperado a que Simón resolviera sus cuestiones de imagen, no lo habría seguido nunca (y quizás no se hubiera conocido a sí mismo nunca, si su relación hubiera sido sólo con peces y compradores de pescado).

Y también hay que reconocer que si bien el Señor lo apuró con sus “sígueme” y con los títulos – Piedra, Pescador, Pastor… y Mayordomo,  Portero, Servidor fiel, y Definidor de quién es Jesús, y Portavoz de los otros…. (la verdad es que el Señor lo llenó de títulos a su amigo, no le aflojó en esto de “consolidarle el rol y la misión”) – también le tuvo una paciencia infinita.Así que vamos viendo que, si bien lo apuró, también le tuvo paciencia.

 

Son dos cosas estas que sólo hacen los amigos, que si bien a veces nos apuran, como si estuviera todo dado por hecho, también nos tienen total paciencia si ven que nos complicamos o nos atoramos.

Sea lo que se que se le atragantó a Simón, lo que resulta claro es que es algo que no le dejaba ver a Jesús como Amigo. Lo veía como Señor, pero no como Señor Amigo, como Cristo y Mesías, pero no como Cristo Amigo.

 

Decíamos que el problema parece estar en algo que Simón Pedro piensa de sí mismo. Quizás sea presunción. Una mirada muy alta de cómo tiene que ser alguien con una misión así.

O no querer que se vean sus miserias. Dicen que cuando uno sube más alto en la escalera más riesgo tiene de que se le vea al trasero.

Pero aunque todo esto pueda ser que le moleste un poco, Pedro es alguien que siempre se deja corregir. No se endureció como Judas. A regañadientes a veces, pero siempre volvió a Jesús, siempre tuvo ese “y a quién iremos”. Es decir: no quería (ni podía) alejarse de Jesús. Pero le pide que “se aleje Él”.

Como si no se soportara a sí mismo con Jesús cerca. La bondad del Señor le hace doloroso verse a sí mismo tan hombre pecador. Algo de esto sentimos cuando nos da vergüenza estar cerca de Jesús con nuestros pecados, como cuando nos revisa el médico o nos corrige la maestra o el entrenador. También sucede algo así cuando nos elogian en público.

No resulta algo facil de entender por qué Simón le pide al Señor que se aleje. Y no una vez sino que siempre tuvo esta tentación de “a mí nunca me lavarás los pies”.

Quizás si miramos a Jesús, cómo lo va curando, qué remedios le da…

Por ahí podemos ver mejor desde la mirada del Señor ya que la de Simón está oscurecida por lo mismo que le duele y lo aleja y entonces, en las palabras y gestos que tiene se da algo contradictorio, que no permite ver qué es en realidad lo que le pasa.

Jesús lo cura con un cariño y un bancárselo a toda prueba. Lo retó mil veces en privado y en público pero jamás puso en duda su apoyo incondicional ni su amistad. Nunca dejó de ser el Amigo de Simón y el que se dejaba representar por Simón Pedro.

Y los remedios?

Me animo a decir que lo curó de mirada y de palabra. Pero sobre todo de mirada.

Recordemos la escena: Pedro lo está negando, acorralado por los sirvientes, por tercera vez, y Lucas nos dice que “en ese instante cantó el gallo y Jesús, dándose vuelta, miró a Pedro. Este recordó sus palabras y saliendo afuera lloró amagamente” (Lc 22, 60-62).

Jesús le había dado la clave.

Yo creo que no fue tanto la mirada, que Jesús siempre mira igual, con amor, sino el momento. Pedro se da cuenta de que el Señor no estaba mirando ese momento vergonzoso de su negación sino que ya lo había visto antes, sabía todo, y lo había preparado para que la termines con esto de escandalizarte de vos mismo y de decirme que me aleje de vos porque sos un hombre pecador como si Yo no lo supiera ya, dale, rearmate que necesito que me ayudes a cuidar a los demás, de vos lo sé todo y te perdono todo. Vamos.

Lucas dice que fue un remedio amargo, que el llanto fue amargo. Es decir, que lloró su amargura. Hay amarguras que hay que llorarlas para que se vayan, para que las lágrimas las diluyan y pasen.

La amargura de Simón Pedro debe haber ido por el lado de sentir que “se había perdido a Jesús”, no del todo, por supuesto, sino que le había puesto distancia a Alguien así, con el que había convivido, al que había seguido… En ese momento se dio cuenta de que por mirarse a sí mismo y definirse y tratar de hacer un buen papel se había perdido a Jesús y que ahora se lo llevaban a la pasión y no tenía tiempo de decirle nada.

Por eso, que luego de resucitado el Señor haya tenido la delicadeza de preguntarle tres veces y con distintos matices si lo quería, fue lo máximo. Porque esta vez no lo apuró con la misión, esta vez Jesús lo entendió del todo (si es que se puede decir que antes no lo había entendido, pero Pedro necesitaba esto) y le preguntó primero por lo suyo. No le dijo, ya sé que me querés, y que sos un hombre pecador. Le preguntó por su amistad. Y en esa clave, le confió tres veces las ovejas. Como amigo.

Dicen que algo le cambió a Dios por el hecho de haberse encarnado. Aunque por definición Dios no cambie, el haberse hecho hombre algo le habrá cambiado. Algunos dicen que experimentó en carne propia el dolor, la muerte, el pecado… No sé cómo sea, ya que la experiencia de estas realidades es algo intransferible. Cada uno conoce su propio pataleo. Lo que sí sabemos es que en esta historia Jesús y Simón Pedro se hicieron amigos. Y el que tiene esta experiencia sabe que el hacerse amigo de alguien hace que cambie no “algo” sino todo, al mismo tiempo que lo demás sigue su curso habitual.

Diego Fares sj

 

Un Dios encontrable (Sagrada Familia C 2015)

Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en los días de la fiesta de la Pascua.

Y cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el Niño Jesús se quedó en Jerusalén,
sin que se dieran cuenta sus padres.
Pero creyendo ellos que él andaría en la caravana, caminaron una jornada,
y le buscaban entre los parientes y conocidos;
pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca.
Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo
sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles;
todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas.
Cuando le vieron, quedaron atónitos, y su madre le dijo:
«Hijo, ¿por qué nos hiciste esto a nosotros? Aquí estamos tu padre y yo que, angustiados, te andábamos buscando».
El les dijo:
«Y ¿por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debía estar en la casa de mi Padre?»
Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio.
Bajó en su compañía y fue a Nazaret, y vivía sujeto a ellos.
Su madre guardaba cuidadosamente todas estas cosas en su corazón.

Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.
(Lc 2, 40-52).

Contemplación
Ningún lugar mejor para mí, para contemplar a Jesús en su familia, que el patio de casa en Mendoza, tomando unos mates. Después de la varías misas de Nochebuena celebradas con mis queridas comunidades de Buenos Aires, en el patio de la infancia dejo que “la paz actúe de árbitro en mi corazón”, como dice Pablo, y le vaya dando permiso a los sentimientos que acuden a buscar cobijo: vos sí, vos por ahora no.
En todos lados es bueno que la paz sea el árbitro, pero en la familia más.
Si algo no viene con paz, si trae otras cosas bajo el brazo, ahora no lo puedo atender, no puede entrar. Como hacemos en familia, si alguno saca un tema y se ve que otro empieza a alzar la voz, alguien, discretamente, cambia el tema. Una conversación que rompe la paz de la mesa familiar, no hay que seguirla mucho rato. No importa si es una hermosa idea religiosa o una verdad política comprobable estadísticamente. Como al entrar en el pesebre, o en cualquier pieza donde hay una cuna con un bebé, cuidar que haya paz es lo primero. Y si una palabra agita los ánimos y nos hace alzar la voz, no es el momento.
“Hijo, aquí estamos tu padre y yo que te andábamos buscando, angustiados…”
María nos enseña la única “angustia”: que Jesús se nos pierda. Cada uno puede traducirlo a su realidad y pensar la vida en clave de padres a los que se les pierde un hijo, en clave de pastor al que se le pierde una ovejita. Jesús nos da la clave de lo único que le angustia al Padre, si se puede hablar de “las angustias del Padre”, que no quiere que se le pierda nada, ninguno de sus pequeñitos, ni un pajarito siquiera de lo que ha creado por amor. Somos un bien para nuestro Padre y a esa “angustia” que él siente si nos perdemos, debemos referir nuestra oración, sea como sea que cada uno diga esos “Dios mío” con suspiro hondo que son verdadera oración en Espíritu y en Verdad como le gusta al Padre que lo adoren.
Esta es la única angustia, la de que se nos pierda el hijo: un hijo concreto y todo lo que en la vida es “hijo”, fruto de nuestro amor compartido, fruto de nuestro haber dado vida a alguien, de haber dado a luz y traído a la existencia algo que no existía y que hemos cuidado y a lo que queremos por puro amor para que siga adelante por sí mismo.
Y es lindo notar que Jesús no dice “por qué andaban angustiados” sino “por qué me buscaban”. En otros asuntos el Señor corrige la angustia: no se angustien por la comida o el vestido, diciendo qué comeremos o con qué nos vestiremos… Su Padre del Cielo sabe bien que necesitan estas cosas… Miren los lirios del campo…”. En cambio aquí no dice “no se angustien” sino algo así como “no saben acaso que a mí siempre me pueden encontrar?”. Yo estoy siempre en “las cosas de mi Padre”.
Esta es la linda noticia de Navidad. Se lo dijeron los ángeles a los Pastores: “encontrarán a un Niño recostado en un Pesebre”. El Evangelio se resume en “encontrar a Jesús”. Encontrar la Palabra hecha carne. Después el irá diciendo todo lo demás que queramos saber. Pero Jesús es el Dios encontrable.
Lo podés encontrar en el pesebre, ahí cerquita de donde pasás tu noche en vela por el trabajo, como los pastores, o siguiendo esa estrella que descubriste en el cielo, como los magos.
Lo podés encontrar junto al pozo de tus deseos, que te dan tanto trabajo, donde vas a buscar agua como la samaritana, y te podés poner a charlar con él.
Lo podés encontrar sin que nadie te vea, si vas como Nicodemo a algún lugar donde vos sabés que el Maestro está.
Lo podés encontrar en medio de la gente, como Zaqueo, que se animó a pasar un poco de vergüenza y se subió a la higuera para que lo viera al pasar.
Lo podés encontrar de oído, como Bartimeo, que se animó a gritar cuando sintió que pasaba cerca, saliendo de Jericó.
Lo podés encontrar como los dos primeros discípulos que le hicieron caso a Juan Bautista en quien confiaban cuando les dijo que de ahora en más siguieran a Jesús.
Lo podés encontrar como el Cireneo, siempre que veas pasar a alguno cargando algo que es demasiado pesado para él, cosa que se ve todos los días.
Estas son las cosas del Padre y a Jesús se lo encuentra en ellas.
Ojalá que esta paz que da saberlo siempre a mano, siempre cercano, siempre prójimo Señor, Salvador, Amigo, Compañero, nos quite toda angustia y sea Jesús como ese punto fijo de nuestro GPS interior que nos reorienta hacia su mirada buena sea donde sea que nos encontremos.
Diego Fares SJ

Tantos años de Jesús con nosotros (Navidad C 2015)

… Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo. Así que el total de las generaciones son: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones; desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones. La generación de Jesucristo aconteció de esta manera: 
María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.

Estando él en estos pensamientos, el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:

«José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados.»

Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros.»

Al despertar José del sueño, hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado:

y recibió en su casa a su mujer, y sin que hubieran hecho vida en común,

ella dio a luz un hijo, y él le puso el nombre de Jesús (Mateo 1, 18-25). 

Contemplación

Mateo sitúa a San José y a María al final de 42 generaciones de abuelos y abuelas que vivieron esperando que naciera el Mesías.

2.000 años han pasado desde que Abraham “se regocijó pensando en ver el día de Jesús; lo vio y se alegró” (Jn 8, 56).

1.500 desde que Moisés le diera al pueblo el maná, a la espera del verdadero “Pan del cielo” (Jn 6, 32).

1.000 años han pasado desde el Rey David (Mc 12, 35 ss.).

700 años han pasado desde que Isaías profetizó que “la Virgen daría a luz al Emmanuel” (Mt 1, 23);

Y desde el Nacimiento del Señor en Belen han pasado 2015 años para nosotros.

Podríamos marcar hitos de cumplimiento de promesa desde Jesús hasta ahora?

1600 años desde que San Agustín escribió “Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva,. tarde te amé! Y ves que tú estabas dentro de mí y yo fuera. Y por fuera te buscaba.

800 años desde que san Francisco nos enseñó a amar a todas las criaturas y a alabar a Dios en pobreza y fraternidad con todos los hombres. Laudato si mi Señor.

500 años desde que San Ignacio nos dejó su cuadernillo de Ejercicios Espirituales para aprender a amar a Dios en todas las cosas y a discernir cuál es nuestro lugar preciso de servicio en esta vida donde podemos en todo amar y servir.

65 años desde que San Alberto Hurtado nos enseñó que el pobre es Cristo y que podemos andar contentos con nuestro Señor en todas las ocasiones (aunque no siempre estemos contentos con la situación o con nosotros mismos, con él sí).

25 años desde que madre Teresa nos enseñó que la paz comienza con una sonrisa y que se puede trabajar más por los pobres si uno deja que Jesús lo consuele más en la contemplación.

3 años desde que Francisco sonrió en el balcón de San Pedro y dijo “Queridos hermanos y hermanas, Buonasera”, y realizó los dos movimientos que cambiaron el aire entristecido de la Iglesia por un bocanada de aire fresco: un movimiento de abajamiento, cuando inclinó la cabeza para pedirnos como pueblo la bendición, y un movimiento de salida, cuando comenzó a recorrer la plaza saludando a todos y a salir a las periferias más pobres con su sonrisa y benevolencia.

16 días desde que comenzó este año santo de la misericordia.

Hoy, en que celebramos la Nochebuena, le pedimos al Niño que ilumine nuestra noche con su lucecita, la de sus ojos buenos y su sonrisa, esa que la sonrisa de su madre le enseña a dibujar.

Si las maravillas de Dios antes de la venida de Jesucito fueron muchas, las que ha hecho en medio de nosotros, todos los días, en estos dos mil años, son incontables.

Uno comienza a dar gracias por los santos y encuentra más y más.

Cada persona puede mirar su vida y encontrar en cada etapa –de niñez, de jóvenes, de adultos y mayores- gracia sobre gracia, como dice Juan.

Cada amistad en el Señor, cada misión que nos dio, cada obra de misericordia que realizamos junto con otros colaboradores…

Cada confesión, cada Eucaristía, cada retiro espiritual…

…….. (Nos quedamos rellenando…)

Que este año de la Misericordia, al pasar cada uno muchas puertas santas, por sí mismo y por sus seres queridos, para ganar indulgencia para ellos, sea para nosotros la oportunidad de dejar huella, para que la vida “después de la venida de Jesús” se llene de gestos y de obras de misericordia, de manera tal que cumplamos lo que vio María mientras cantaba su Magnificat:

que los pobres son colmados de bienes y los ricos se quedan con las manos vacías (no por castigo sino para que, siendo ellos pobres puedan recibir los bienes de Jesús);

que los humildes son aplaudidos y exaltados y los poderosos derribados de sus tronos (no por maldad de tirar a alguien abajo sino para que humillado pueda recibir la caricia y la felicitación de Dios);

que Dios se acuerda de su pacto de Misericordia con nosotros, lo cual quiere decir que se acuerda de tenernos misericordia siempre y que se acuerda de cada pequeña obra que hacemos misericordiosamente, de cada pequeño gesto que realizamos con mucho amor, porque nuestro Dios, como dice el Papa, es un Dios que se ha enamorado de nuestra pequeñez.

Diego Fares sj

Los preparadores de caminos (Adviento 2 C 2015)

 

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El año decimoquinto del reinado del Imperio de Tiberio César,

cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea,

siendo Herodes tetrarca de Galilea,

su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide,

y Lisanias tetrarca de Abilene,

bajo el pontificado de Anás y Caifás,

vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.

Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán,

anunciando (kerygma) un bautismo de conversión para la remisión de los pecados,

como está escrito en el libro de los discursos del profeta Isaías:

“Voz de que clama en el desierto diciendo:

Aparejen el camino del Señor, rectifiquen sus senderos.

Todo barranco se rellenará, y todo monte y colina se humillará.

Y lo tortuoso se volverá recto, y lo áspero, camino llano.

Y toda carne verá la Salvación de Dios” (Lucas 3, 1-6).

Contemplación

La sola mención de los nombres y lugares nos hace ver que la geografía política en la que viene a la historia el Señor fue siempre, y sigue siendo, un espacio de conflictos. En aquella época, luego de la muerte de Herodes el Grande, sus hijos se habían repartido el territorio, pero los romanos tuvieron que poner un Procurador en Jerusalén, ya que allí los conflictos eran mayores y los mismos judíos no podían resolver sus problemas internos. Actualmente sucede lo mismo, vemos la región en disputa entre judíos, palestinos, sirios, libaneses… y las potencias mundiales que intervienen.

Se da en Jerusalén una lucha por los espacios que es como un espejo en el cual se pueden contemplar todas las luchas por espacios políticos: las que se dan en grande, a nivel de imperios, las que se dan a escala de cada país, las que se dan en la Iglesia y también en nuestras instituciones.

La imagen opuesta a luchar por espacios es la de preparar un camino: “preparen el camino del Señor”, como predica Juan.

Esto solo debe bastar como imagen fuerte y clara para orientar el corazón del que se desanima en medio de los conflictos y luchas de poder en medio de los cuales le toca vivir y trabajar. Donde sea que uno esté y donde quiera que uno se vea tentado de “tomar parte” la opción sigue siendo entre “ocupar espacios” o “mejorar caminos”.

Qué le agrada al Señor? nos podemos preguntar con la ingenuidad de Santa Teresita. Al Señor le agrada la gente que anda ocupada en prepararle caminitos. Especialmente para que los recorran los más pequeños. No le interesa al Señor que le demos un territorio conquistado. El precio de los espacios conquistados suele ser la exclusión de muchos.

Al Señor no le interesan los territorios sino los corazones. El “pasa” por nuestra vida, camina con nosotros, nos acompaña y conduce y, en el camino, nos va transfigurando el corazón a imagen del suyo. Por eso le gustan los “preparadores de camino”. Porque le permiten andar un trecho acompañando a los pequeños de su pueblo, los que caminan por caminitos que abrieron otros.

Los caminos se preparan “caminándolos uno primero”.

Y yendo y viniendo, no sólo yendo.

Los que preparan camino sienten que el espacio es de todos, que no es para poseerlo sino para caminarlo. Por eso…:

Preparar un caminito es respetar los senderos que trazaron otros.

Preparar un camino es arreglárselas para caminar sorteando los obstáculo que tocan. Preparar un camino es mejorar un poco lo que uno recorrió, para el que viene atrás.

Hoy, mirando a los que nos prepararon los caminos que transitamos, me vinieron ganas de releer a Mamerto Menapace. Es uno de esos baqueanos, como decimos, que en la febril contemplación de muchas madrugadas en nuestra pampa nos ha abierto caminos y es un gusto andar por ellos.

El primer cuento es el de La Burra, que él llama “Los dos burritos”. Y hace a los conflictos que tenemos cuando queremos ser fieles a los senderos que trazaron otros.

Erase una vez una madre – así comienza esta historia encontrada en un viejo libro de vida de monjes, y escrita en los primeros siglos de la Iglesia -. Erase una vez una madre – digo – que estaba muy apesadumbrada, porque sus dos hijos se habían desviado del camino en que ella los había educado. Mal aconsejados por sus maestros de retórica, habían abandonado la fe católica adhiriéndose a la herejía, y además se estaban entregando a un vida licenciosa desbarrancándose cada día más por la pendiente del vicio. Y bien. Esta madre fue un día a desahogar su congoja con un santo eremita que vivía en el desierto de la Tebaida. Era este un santo monje, de los de antes, que se había ido al desierto a fin de estar en la presencia de Dios purificando su corazón con el ayuno y la oración. A él acudían cuantos se sentían atormentados por la vida o los demonios difíciles de expulsar. Fue así que esta madre de nuestra historia se encontró con el santo monje en su ermita, y le abrió el corazón contándole toda su congoja. Su esposo había muerto cuando sus hijos eran aún pequeños, y ella había tenido que dedicar toda la vida a su cuidado. Había puesto todo su empeño en recordarles permanentemente la figura del padre ausente, a fin de que los pequeños tuvieran una imagen que imitar y una motivación para seguir su ejemplo. Pero, hete aquí, que ahora, ya adolescentes, se habían dejado influir por las doctrinas de maestros que no seguían el buen camino y enseñaban a no seguirlo. Y ella sentía que todo el esfuerzo de su vida se estaba inutilizando. ¿Qué hacer? Retirar a sus hijos de la escuela, era exponerlos a que suspendidos sus estudios, terminaran por sumergirse aún más en los vicios por dedicarse al ocio y vagancia del teatro al circo. Lo peor de la situación era que ella misma ya no sabía qué actitud tomar respecto a sus convicciones religiosas y personales. Porque si éstas no habían servido para mantener a sus propios hijos en la buena senda, quizá fueran indicio de que estaba equivocada también ella. En fin, al dolor se sumaba la dura y el desconcierto no sabiendo qué sentido podría tener ya el continuar siendo fiel al recuerdo de su esposo difunto. Todo esto y muchas otras cosas contó la mujer al santo eremita, que la escuchó en silencio y con cariño. Cuando terminó su exposición, el monje continuó en silencio mirándola. Finalmente se levantó de su asiento y la invitó a que juntos se acercaran a la ventana. Daba esta hacia la falda de la colina donde solamente se veía un arbusto, y atada a su tronco una burra con sus dos burritos mellizos.

-¿Qué ves? – le preguntó a la mujer quien respondió:

-Veo una burra atada al tronco del arbusto y a sus dos burritos que retozan a su alrededor sueltos. A veces vienen y maman un poquito, y luego se alejan corriendo por detrás de la colina donde parecen perderse, para aparecer enseguida cerca de su burra madre. Y esto lo han venido haciendo desde que llegué aquí. Los miraba sin ver mientras te hablaba.

-Has visto bien – le respondió el ermitaño-. Aprende de la burra. Ella permanece atada y tranquila. Deja que sus burritos retocen y se vayan. Pero su presencia allí es un continuo punto de referencia para ellos, que permanentemente retornan a su lado. Si ella se desatara para querer seguirlos, probablemente se perderían los tres en el desierto. Tu fidelidad es el mejor método para que tus hijos puedan reencontrar el buen camino cuando se den cuenta de que están extraviados. Sé fiel y conservarás tu paz, aun en la soledad y el dolor. Diciendo esto la bendijo, y la mujer retornó a su casa con la paz en su corazón adolorido (Menapace, Cuentos rodados).

El segundo más que un cuento es una reflexión y nos enseña a discernir que a veces la bronca es buena y lo malo es el desánimo.

“La desesperación no es un camino sin salida. El camino sin salida es el del desanimado. El de aquél que ha perdido el coraje de seguir peleando porque la experiencia le ha lastimado la esperanza.

El desanimado ha perdido el sentido de la lucha. Tal vez peor: la fuerza para luchar. Es entonces cuando es necesario hacerlo crecer hasta la desesperación, suscitándole la bronca. La bronca sembrada sobre el desánimo hace nacer la desesperación.

Y la desesperación superada, eso es la esperanza.

Por eso me parece imposible suscitar la esperanza en un desanimado a través de la compasión. Un desanimado no necesita de la lástima. La lástima es el reponso sobre el desanimado. Al desanimado hay que llevarlo a la bronca, a fin de que sacudido en su vergüenza asuma la desesperación y la supere. Allí, reconquistado el valor fundamental de su vida, emprenderá la lucha. Lucha que no pondrá sus garantías en las fuerzas personales, ni en las dotes de su naturaleza. Porque de ellas se tiene la experiencia de su fragilidad. Hasta cierto punto, sobre ellas el desánimo ha hecho la amputación de su capacidad de ser garantías.

La garantía se pone sobre algo mucho más profundo y más inagarrable. Sobre algo mucho más nuestro, en definitiva. Sobre el misterio de nuestra propia vida. Mi vida tiene un sentido. El vivirlo es lo que me permitirá ser. Esa convicción profunda es un acto profundo de fe en sí mismo. O mejor: es algo que llevamos por dentro y que nos puso en camino. Creer que mi vida tiene un misterio que puede ser cumplido. Saber que eso existe y que aunque no lo veo es lo único que da apoyo real a mi vida y a mis opciones, es algo que me hace superar la desesperación.

Pero insisto. Sólo la bronca puede llegar a hacernos crecer hasta la desesperación. Esa actitud profundamente humana, que no nos deja admitir que nuestra carezca de sentido. Y es la fuerza que el desanimado necesita para no dejarse estar. La desesperación no es la desesperanza. La desesperanza es carecer de esperanza, es la situación de no tener ya esperanza. Mientras que la desesperación es la situación de no tener aún esperanza y por lo tanto la urgencia tenaz por conquistarla.

En la práctica, pienso que hay situaciones en las que sólo nos queda una actitud humana razonable: sembrar con fe en el surco del amor para que poco a poco vaya creciendo la esperanza (Menapace, La sal de la tierra).

El tercero es muy simpático y me parece que habla por sí mismo, se llama “Un tropiezo” y sirve para las críticas que recibimos por el camino. De última, lo que más sirve para mejorar el camino a los que vienen, es el modo como enfrentamos los tropiezos y las persecuciones.

El Chaco ardía en el algodonal. Mediaba enero, y Ciriaco se había levantado muy temprano a fin de aprovechar el fresco de la mañana para pegar la última carpida al tabloncito de algodón que tenía en un claro del monte, como a siete cuadras de las casa. Comenzaban ya a preñarse los capullos tratando de reventar en una mano abierta que regalaba la blanca fibra.

Serían cerca de las once de la mañana. Estaba con la azada en la mano desde las cinco, y ahora el cansancio se desparramaba por su cuerpo lo mismo que el sudor que lo deshidrataba dejándole huellitas de sal al secarse. Tenía sed y esperaba llegar cuando antes a su rancho para refrescarse bajo el chorro de agua de la bomba y beber después despacio y a sorbos lentos. Conocía los peligros del agua fresca para el que la bebe con ansia y con el cuerpo recalentado por las faenas del campo.

Decidió acortar el camino. En lugar de hacerlo por la huella que bordeaba un rastrojo viejo lleno de malezas, lo cortó derecho por entre los yuyos altos y la gramilla espesa. Con la azada al hombro, y arrastrando a medias sus viejas alpargatas, trataba de avanzar por entre el malezal donde el año anterior había tenido la chacra. Iba distraído de lo que hacía y concentrado en lo que le esperaba. Ni tiempo tuvo de darse cuenta, cuando sus pies tropezaron en un gran bulto que estaba escondido entre el pastizal.

No hubo manera de evitar la costalada. Instintivamente arrojó a un lado la azada, para no lastimarse con ella, y dejó que el cuerpo cayera lo más flojo posible, para evitar quebraduras. Se dio un tremendo golpe que apenas si lograron mitigar las ramas del yuyo colorado que lo recibió, junto con algunas rosetas traicioneras. Desde adentro le nació la necesidad de desahogarse con una maldición. ¡Lo que le faltaba al día!

Pero se contuvo. Si había tropezado, con algo sería. ¿Y si aquello fuera una sandía? Se puso de pie, y recogiendo la azada, fue despejando el lugar donde terminaban las huellas de sus pisadas y comenzaba la de su cuerpo. Y efectivamente, allí entre la gramilla alta y los yuyos frondosos, estaba una hermosa sandía con la guía medio seca. Pesaba como veinte kilos. Seguramente alguna semilla de la cosecha anterior había germinado entre el rastrojo, y ahora le ofrecía su fruto de la única manera que tenía: poniéndoselo delante de sus pies.

A pesar del cansancio, del calor, y de su cuerpo dolorido por la caída, cargó con cariño la sandía sobre sus hombros y con cuidado completó la distancia que lo separaba de su rancho. Y mientras de antemano saboreaba la sorpresa que le daría a su patrona, se iba diciendo a sí mismo:

-¡No hay tropiezo que no tenga su parte aprovechable!

Anthony de Mello S.J. cuenta en la página 205 de su libro El Canto del Pájaro:

“Desde lo alto de un cocotero, un mono arrojó un coco sobre la cabeza de un sabio. El hombre lo recogió, bebió su dulce jugo, comió la pulpa y se hizo una taza con la cáscara.

-Gracias por criticarme”.

Les añado un comentario mío. Yo no juzgo la intención del mono. Soy de otra raza. Pero admiro la actitud del sabio (Menapace).

Hace bien y es un gusto caminar un rato por los senderos que uno más baqueano nos abrió. Espero que lo disfruten.

Diego Fares sj