Al elegir seguir a Jesús, nuestra decisión contiene “una sentencia de muerte para el individuo y un germen de resurrección en una comunidad” (G. Fessard, La dialéctica de los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola).
Contemplamos la pasión del nuestro Señor Jesucristo en diez escenas desde esta perspectiva de contraponer individualismo y comunidad.
Gracias a la Pasión del Señor, que nos incorpora a sí, podemos tener la libertad de renunciar, una y otra vez, a nuestro individualismo y abrazar una comunidad: podemos elegir, cada día nuevamente, ser familia. Elegimos ser comunidad, elegimos ser pueblo fiel de Dios, elegimos ser humanidad.
Morir al hombre viejo para ser hombres y mujeres nuevos lo hemos interpretado mucho tiempo en clave de “yo tengo que”.
Yo tengo que morir a mi yo carnal para resucitar a un yo espiritual.
La frase del jesuita Gastón Fessard, que pone el acento en la libertad de elegir lo que elige Jesús y lo hace contraponiendo individualismo y comunidad, nos puede motivar de manera más honda a algo que es vivible y practicable. Quién no puede ser “más comunitario”?
Ver el pecado como eso individualista que me roba la dicha de ser comunidad, me lleva a detestarlo.
Voy con Jesús a la pasión no como un héroe solitario que se inmola por el deber.
Voy con Él porque Él va por todos.
Voy con él porque van con Él sus amigos, aunque por un rato lo abandonen.
Voy con Él porque va la Virgen con las discípulas, aunque sólo les permitan contemplar de lejos.
Voy con Él porque a su paso acude la gente y se le une: la Verónica que le limpia el rostro, el Cirineo que le ayuda a cargar la cruz, las santas mujeres que le expresan su cariño con el llanto. Van también, obligados, los dos ladrones pero uno le expresará su compasión. Van los centuriones y se reparten sus vestiduras, pero uno confesará que era el Hijo de Dios.
Voy con Jesús porque va todo el pueblo y se golpea el pecho.
Y le pido que me ayude a dictar sentencia de muerte a mi individualismo y haga brotar esa semilla de resurrección en una comunidad, en mi comunidad. Para no ser más “autorreferencial”, para ser de mi familia, para ser del Hogar, para ser Manos Abiertas, para ser Compañía de Jesús, comunidad de los que hacen los Ejercicios y de los que trabajan en obras de solidaridad, para ser Iglesia de Francisco, para ser de nuestro pueblo fiel, para ser de la humanidad de los más pobrecitos y pequeñitos que necesitan que estemos con ellos y que les hagamos compañía con neustra oración y servicio.
Pasión según san Lucas
I. Individualismo extremo de Judas
“Se acercaba la fiesta de los Azimos, llamada Pascua. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo hacerle desaparecer, pues temían al pueblo”. Entonces Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era del número de los Doce; y se fue a tratar con los sumos sacerdotes y los jefes de la guardia del modo de entregárselo. Ellos se alegraron y quedaron con él en darle dinero. El aceptó y andaba buscando una oportunidad para entregarle sin que la gente lo advirtiera.
Vemos cómo los enemigos actúan en grupo y lo hacen contra el pueblo. No hay individualismos en el mal. El mal necesita cómplices. Y encuentran uno en Judas, que deja el grupo de los doce y actúa aisladamente. Termina sin ser ni de un grupo ni de otro: eso es el suicidio puntual. El demonio le roba toda pertenencia, incluso esa temporal que da la complicidad para el mal. Y pierde todo gusto por la vida, pierde identidad, y por eso se borrará de la vida.
II Una Comunidad que ha sido preparada con tiempo y dedicación
Llegó el día de los Azimos, en el que se había de sacrificar el cordero de Pascua; y envió a Pedro y a Juan, diciendo: « Vayan y preparennos la Pascua para que la comamos. » Ellos le dijeron: « ¿Dónde quieres que la preparemos? » Les dijo: « Cuando entréen en la ciudad, les saldrá al paso un hombre llevando un cántaro de agua; síganlo hasta la casa en que entre, y diran al dueño de la casa: «El Maestro te dice: ¿Dónde está la sala donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?» El les enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta; hagan allí los preparativos. » Fueron y lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la Pascua.
La preparación de la Eucaristía se ve que le había ocupado a Jesús toda su vida. De ahí ese conocimiento del hombre que iba con el cántaro a buscar agua y del lugar donde se podía tener una cena todos juntos. Se ve que ya conocía al hombre y lo tenía hablado. La comunidad “en la que resucitamos” si elegimos morir a nuestro individualismo es una comunidad preparada. Preparada en todo: en el lugar, en la comida y los ritos, en la gente… Uno entra en una comunidad que viene de siglos, en la que la gente prepara la Eucaristía para los demás. Los mejores ritos se recuerdan, las mejores ofrendas se preparan…
III. Anhelo de una Comunión total con Jesús
Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: « Con ansia he deseado comer esta Pascua con ustedes antes de padecer; porque les digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios. » Y recibiendo una copa, dadas las gracias, dijo: « Tomen esto y repartanlo entre ustedes porque les digo que, a partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios. » Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por ustedes, hagan esto en recuerdo mío. » De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: « Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por ustedes.
El Señor hace suya toda la preparación que mandó realizar a sus discípulos y revela “el ansia con que ha deseado comer esta Pascua con nosotros antes de padecer”.
En esas palabras se encierra el secreto de Jesús: su corazón es todo ansia y deseo de darse. Es el corazón que se ofrece en la mano, como en la imagen del Sagrado Corazón del Gesú. Somos comunidad íntegra porque recibimos al que nos hace un cuerpo y una sangre consigo. Pasar a ser gente que está en comunión, que se comunica, que comulga con los demás. Gente que no vive ya para sí sino para Aquel que se entregó por nosotros. Deseamos también esta muerte a lo individual que es resurrección actual en una comunidad. Desde que Jesús hizo la Eucaristía, morir no es ir a la nada, es abrir una puerta y entrar en una sala llena con todos los que amamos y ponernos allí a servir y a disfrutar de la fiesta. Morir al individualismo es regresar a casa y entrar a una fiesta, como la que el Padre Misericordioso le preparó a su hijo pródigo.
IV. Individualismos que salen a la luz en la crisis y confianza de Jesús
« Pero la mano del que me entrega está aquí conmigo sobre la mesa. Porque el Hijo del hombre se marcha según está determinado. Pero, ¡ay de aquel por quien es entregado! » Entonces se pusieron a discutir entre sí quién de ellos sería el que iba a hacer aquello. Entre ellos hubo también un altercado sobre quién de ellos parecía ser el mayor. El les dijo: « Los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar Bienhechores; pero no así ustedes, sino que el mayor entre ustedes sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve. Porque, ¿quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. « Ustedes son los que han perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte, dispongo un Reino para ustedes, como mi Padre lo dispuso para mí, para que coman y beban a mi mesa en mi Reino y se sienten sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. « ¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribarlos como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos. » El dijo: « Señor, estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y la muerte. » Pero él dijo: « Te digo, Pedro: No cantará hoy el gallo antes que hayas negado tres veces que me conoces. » Y les dijo: « Cuando los envié sin bolsa, sin alforja y sin sandalias, ¿les faltó algo? » Ellos dijeron: « Nada. » Les dijo: « Pues ahora, el que tenga bolsa que la tome y lo mismo alforja, y el que no tenga que venda su manto y compre una espada; porque les digo que es necesario que se cumpla en mí esto que está escrito: «Ha sido contado entre los malhechores.» Porque lo mío toca a su fin. » Ellos dijeron: « Señor, aquí hay dos espadas. » El les dijo: « Basta.»
La discusión de esta escena y el alboroto que se arma, es en realidad sanador. Jesús provoca la situación para que salgan todos los sentimientos individualistas quelos discípulos tenían en el corazón. El individualismo comparativo que hace mirar a los otros no como comunidad sino desde un sentimiento de superioridad; el individualismo pretencioso de Simón, que se cree fiel y está seguro de sí; el individualismo del sálvese quien pueda que los hará dispersarse. Jesús los mira no el momento sino a largo plazo. El los considera como “los que han estado con él en sus pruebas” y le dice a Simón que ha rezado para que cuando pase la crisis individualista vuelva y confirme a sus hermanos, para que rearme la comunidad.
V. La tentación es no acompañar a los demás en la oración
Salió y, como de costumbre, fue al monte de los Olivos, y los discípulos le siguieron. Llegado al lugar les dijo: « Pidan para no caer en tentación. » Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo: « Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. » Entonces, se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra. Levantándose de la oración, vino donde los discípulos y los encontró dormidos por la tristeza; y les dijo: « ¿Cómo es que estan dormidos? Levantense y oren para que no caigan en tentación. » Todavía estaba hablando, cuando se presentó un grupo; el llamado Judas, uno de los Doce, iba el primero, y se acercó a Jesús para darle un beso. Jesús le dijo: « ¡Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre! » Viendo los que estaban con él lo que iba a suceder, dijeron: « Señor, ¿herimos a espada?» y uno de ellos hirió al siervo del Sumo Sacerdote y le llevó la oreja derecha. Pero Jesús dijo: « ¡Dejen! ¡Basta ya! » Y tocando la oreja le curó. Dijo Jesús a los sumos sacerdotes, jefes de la guardia del Templo y ancianos que habían venido contra él: « ¿Como contra un salteador han salido con espadas y palos? Estando yo todos los días en el Templo con ustedes y no me pusieron las manos encima; pero esta es su hora y el poder de las tinieblas. » Entonces le prendieron, se lo llevaron y le hicieron entrar en la casa del Sumo Sacerdote.
La tentación muchas veces nos suena a pecado carnal –pereza, sensualidad, riquezas-. Pero en la escena del Huerto el Señor nos hace ver que caer en la tentación es no acompañarlo a Él. El está rezando por todos y se lo vendrán a llevar. Y nos pide que lo acompañemos con nuestra cercanía y oración. Nuestra oración es estar un rato con Él mientras Él reza.
Así como la Eucaristía es juntarnos porque Él nos da su Cuerpo. No somos los protagonistas de la Eucaristía ni de la Oración. El Señor entra en comunión con todos y con el Padre y nos invita a estarle cerca, a acompañar. En vez de decir: tengo que rezar más, puedo decir: voy a acompañar al Señor que está rezando por nosotros al Padre, voy a unirme a la Iglesia en la que siempre hay algunos hermanos y hermanas acompañando al Señor que ora.
VI. Pedro nos enseña a llorar nuestro individualismo que nos aleja de la fidelidad con Jesús
Pedro le iba siguiendo de lejos. Habían encendido una hoguera en medio del patio y estaban sentados alrededor; Pedro se sentó entre ellos. Una criada, al verle sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y dijo: « Este también estaba con él. »Pero él lo negó: « ¡Mujer, no le conozco! »Poco después, otro, viéndole, dijo: « Tú también eres uno de ellos. » Pedro dijo: «hombre, no lo soy! » Pasada como una hora, otro aseguraba: « Cierto que éste también estaba con él, pues además es galileo. » Le dijo Pedro: « ¡Hombre, no sé de qué hablas! » Y en aquel momento, estando aún hablando, cantó un gallo, y el Señor se volvió y miró a Pedro, y recordó Pedro las palabras del Señor, cuando le dijo: « Antes que cante hoy el gallo, me habrás negado tres veces. » Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente.
Pedro lo seguía de lejos. Esta lejanía no es sólo la de aquel momento tan especial. Es lejanía que se revela en la mirada de Jesús que lo hace llorar amargamente. Pedro estaba con Jesús pero mirándose a sí mismo, tenía sus planes, sus proyectos personales… Todo eso queda destruido con la detención de Jesús y él no se da cuenta de lo patético de su situación. Los otros lo ven claramente como “uno de los que estaban con él” y él está a años luz de Jesús. Las negaciones y la mirada del Señor le haran llorar su individualismo y entrar en comunión con su Amigo, sea lo que sea que le pase o le hagan o digan. Quedará en pie, en su pecado no reprochado, en su traición por la cual el Señor ya había rezado, solo la comunión con Jesús. Y por eso se convertirá en hombre de comunión, porque sabrá comprender las fragilidades de los demás.
VII. Los amigos se dispersan y los enemigos se unen
Los hombres que le tenían preso se burlaban de él y le golpeaban; y cubriéndole con un velo le preguntaban: « ¡Adivina! ¿Quién es el que te ha pegado? » Y le insultaban diciéndole otras muchas cosas. En cuanto se hizo de día, se reunió el Consejo de Ancianos del pueblo, sumos sacerdotes y escribas, le hiceron venir a su Sanedrín y le dijeron: « Si tú eres el Cristo, dínoslo. » El respondió: « Si os lo digo, no me creerán. Si les pregunto, no me responderán. De ahora en adelante, el Hijo del hombre estará sentado a la diestra del poder de Dios. » Dijeron todos: « Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios? » El les dijo: « Ustedes lo dicen: Yo soy. » Dijeron ellos: « ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos, pues nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca? »Y levantándose todos ellos, le llevaron ante Pilato. Y comenzaron a acusarlo, diciendo: «Hemos encontrado a este hombre incitando a nuestro pueblo a la rebelión, impidiéndole pagar los impuestos al Emperador y pretendiendo ser el rey Mesías.» Pilato lo interrogó, diciendo: «¿Eres tú el rey de los judíos?» «Tú lo dices» – le respondió Jesús. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud: «No encuentro en este hombre ningún motivo de condena.» Pero ellos insistían: «Subleva al pueblo con su enseñanza en toda la Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí.» Al oír esto, Pilato preguntó si ese hombre era galileo. Y habiéndose asegurado de que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo envió. En esos días, también Herodes se encontraba en Jerusalén. Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacía tiempo que deseaba verlo, por lo que había oído decir de él, y esperaba que hiciera algún prodigio en su presencia. Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada. Entre tanto, los sumos sacerdotes y los escribas estaban allí y lo acusaban con vehemencia. Herodes y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo en ridículo, lo cubrieron con un magnífico manto y lo enviaron de nuevo a Pilato. Y ese mismo día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron amigos. Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, y les dijo: «Ustedes me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la rebelión. Pero yo lo interrogué delante de ustedes y no encontré ningún motivo de condena en los cargos de que lo acusan; ni tampoco Herodes, ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Como ven, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad.» Pero la multitud comenzó a gritar: «¡Qué muera este hombre! ¡Suéltanos a Barrabás!» A Barrabás lo habían encarcelado por una sedición que tuvo lugar en la ciudad y por homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner en libertad a Jesús. Pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!» Por tercera vez les dijo: «¿Qué mal ha hecho este hombre? No encuentro en él nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad.» Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el griterío se hacía cada vez más violento. Al fin, Pilato resolvió acceder al pedido del pueblo. Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos.
El Sanedrín, los guardias, Pilato, Herodes, Barrabás, la multitud… todos van coincidiendo en condenar a Jesús. Mientras sus amigos se han dispersado, los enemigo se unen y logran su objetivo: Pilato entrega a Jesús al arbitrio de los que lo odian. No hay lugar neutral: uno está en la comunidad que ama a Jesús o en las componendas counturales de los que lo odian.
VIII. En la mezcla de gente ante el Señor recorre el via crucis se revelan los corazones
Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús. Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo: «¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos. Porque se acerca el tiempo en que se dirá: ¡Felices las estériles, felices los senos que no concibieron y los pechos que no amamantaron! Entonces se dirá a las montañas: ¡Caigan sobre nosotros!, y a los cerros: ¡Sepúltennos! Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?» Con él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados. Cuando llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ello El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!» También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!» Sobre su cabeza había una inscripción: «Este es el rey de los judíos.» Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.» Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo.» Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino.» El le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.»
Lucas nos muestra un via crucis tumultuoso: “muchos del pueblo lo seguían”. “El pueblo permanecía allí y miraba”. En esa comunidad de la pasión, comunidad del camino de la cruz, se van mostrando los corazones: el corazón de simón de cirene –corazón obligado-, el de las santas mujeres, -corazones que aman y lloran- el de los soldados –corazones de piedra-, el de los burlones –corazones sucios, oscuros, sin nobleza-, el corazón de los dos ladrones –uno, corazón de un desesperado, el otro, corazón que muestra su belleza más honda, su humanidad-.
La división va por el lado de los que se aislan en su maldad y la de los que se unen en la comunidad de la pasión, los que se dejan atraer, como imantados, por la fuerza atractiva del Señor crucificado, que los fusiona consigo en el dolor y los hace uno con Él.
IX. Jesús en comunión con su Padre
Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.»
Y diciendo esto, expiró.
Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando:
«Realmente este hombre era un justo.»
X. La comunidad del pueblo fiel unido por la necesidad de misericordia y de las mujeres y amigos unidos en la contemplación
Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho. Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido (Lc 22, 14-23, 56).
Diego Fares sj