Navidad B 2011

Recibir a la Palabra hecha carne

Estuve rezando esta semana para encontrar algunas imágenes simples para compartir en Navidad. Buscaba algo sencillo y que hiciera bien, que alimentara el corazón y refrescara la sed de Dios que sufre nuestro tiempo y cada uno de nosotros que estamos inmersos en él… Hay muchos cuentos lindos en estos días, pero a mí me parece que el relato más lindo es el de la Navidad misma –cada uno de los pasajes del evangelio es una joyita para contemplar- y también sentía que cuando el evangelio mismo toca nuestra afectividad lo que hay que hacer no es sobrecargarla sino aprovechar que cada uno ya la siente como algo Bueno y Hermoso y entonces se puede ahondar en la Verdad.
Y como la Verdad del evangelio (como la de la vida) brota teniendo en cuenta la totalidad de los textos y cada detalle, les comparto todos los evangelios de la Navidad y pongo el foco en dos o tres detalles.
Leemos primero el Evangelio de la Misa de la Aurora. Allí se nos da la clave de lectura. Se trata de contemplar e interpretar la Palabra con los ojos y el corazón de María, la Llenadegracia.

Después que los ángeles volvieron al cielo,
los pastores se decían unos a otros:
«Vayamos a Belén y veamos lo que ha sucedido
y que el Señor nos ha anunciado.»
Fueron rápidamente y encontraron a María, a José,
y al recién nacido acostado en el pesebre.
Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño,
y todos los que los escuchaban quedaron admirados
de lo que decían los pastores.
Mientras tanto, María conservaba estas cosas
y las meditaba en su corazón.
Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios
por todo lo que habían visto y oído,
conforme al anuncio que habían recibido
(Lucas 2, 15-20 –Misa de la Aurora).

Recibimos la Palabra hecha carne contemplándola con los ojos de María. Los ojos de María que miran sopesando con amor las cosas que conserva en su Corazón. En griego dice algo así como “simbolizando”. María piensa simbolizando, encarnando la Palabra, rumiándola de manera que luego todos podemos alimentarnos de ella.
Lucas nos da la clave porque en la Misa de la Aurora dice que María “guardaba estas cosas y las meditaba en su corazón”. Lo que equivale a decir que todo lo narrado “lo contó Ella”, la única testigo ocular del nacimiento de Jesús, ya que san José había muerto hacía tiempo.
Así, no sólo se trata de leer el evangelio sino de contemplar lo que se nos narra con los ojos del que narra, que son “eclesiales”.
Juan, por ejemplo, narra “lo que hemos visto y oído”, Lucas lo que le narraron los testigos, nuestra Señora en primer lugar. En esto Lucas es consciente de que lo que escribe debe ser fiel a lo que sienten los testigos y por eso pone algunas claves para dar a entender que es “testigo de la Testigo”, de la que conservó las cosas en su corazón. Lo dice expresamente al comenzar su evangelio:
“Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido” (Lc 1, 1-4).
Díganme si no es una “clave” poner allí “servidores de la Palabra”. Y aquí viene el detalle: Lucas utiliza “uperetai” –remeros de abajo en un barco (cuando había dos o tres niveles de remeros)-. Es el puesto más humilde y más duro. Quizás lo elige para no utilizar “doules” –esclava- que lo reserva para María.
La actitud de María da la clave desde el comienzo del Evangelio mismo acerca de cómo se hace para servir a la Palabra: la Palabra se hace carne y ella la acoge en la Fe, la cuida y la medita, y se vuelve su alumna. Su vida transcurre entre su respuesta personalísima -“hágase en mí según tu Palabra”- y su recomendación eclesial -“hagan todo lo que Él les diga”-.
En Ella, la Llenadegracia, se hace carne Jesucristo, el “Hijo lleno de gracia y de verdad”, como dice Juan.

Y nosotros somos remeros de abajo, bien en contacto con las aguas de esta sociedad de valores líquidos.
Más allá de la etimología, Lucas quiere dejar en claro que la Palabra es lo que cuenta y que:
los que la “guardan en su corazón”,
los que la “contemplan con sus ojos”,
los que la “predican con sus palabras”,
los que la “interpretan en sus estudios”
y los que “tratan de ponerla en práctica” son (somos) simples “servidores”.

………………

El otro evangelio, el de las Vísperas, nos pone en el centro de la escena a José. Dice así:

Este fue el origen de Jesucristo:
María, su madre, estaba comprometida con José
y, cuando todavía no habían vivido juntos,
concibió un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era un hombre justo
y no quería denunciarla públicamente,
resolvió abandonarla en secreto.
Mientras pensaba en esto,
el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:
«José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa,
porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo.
Ella dará a luz un hijo,
a quien pondrás el nombre de Jesús,
porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados.»
Todo esto sucedió para que se cumpliera
lo que el Señor había anunciado por el Profeta:
La Virgen concebirá y dará a luz un hijo
a quien pondrán el nombre de Emanuel,
que traducido significa: «Dios con nosotros.»
Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado:
llevó a María a su casa,
y sin que hubieran hecho vida en común,
ella dio a luz un hijo, y él le puso el nombre de Jesús (Mateo 1, 18-25 – Misa Vespertina-).

Recibir y servir a la Palabra es “recibir a la Servidora” que la lleva en sí como llena de gracia. Y recibir es tomar con uno, en lo más propio, llevar a nuestra casa… hacerse cargo, en definitiva.
El detalle que quiero destacar hace a la Fe y a la Encarnación de la Palabra. En la figura de José se nos invita a recibir a una Palabra ya encarnada. José nos evita el peligro de confundirnos con la Encarnación y de caer en la tentación de creer que la Palabra se encarna en cualquiera, en cualquier buena intención, en cualquier mentalidad o cultura… No es así. La Palabra se encarna primero en María, así como en Pentecostés el Espíritu llena de gracia primero a la Iglesia y para recibirlo hay que incorporarse a ella.
La tribulación que sufre José para aceptar una Palabra encarnada en Otra, sin su intervención, incluye todas nuestra luchas para servir a la Palabra encarnada en nuestra Madre la Iglesia. Después, como humildísimos “remeros de cuarta” (si Lucas considera a los testigos oculares como de tercera, que queda para uno), podemos “interpretar y tratar de traducir al lenguaje de hoy” la Palabra recibida en su integridad tal como nos la comunica la Iglesia. ¿Cual sería la tentación contraria a este paso de servicio?: la tentación protestante (que experimentamos todos, más allá de que en una época se haya producido una separación en la Iglesia entre católicos y protestantes) de pretender un trato individual directo con la Palabra: yo leo, yo interpreto con mis categorías. Con la Palabra del evangelio no se puede porque ella misma indica que debe ser interpretada de la otra manera: encarnada en los primeros testigos.
La importancia de la Anunciación a José es decisiva e introductoria: se entra en relación con Jesús si uno “toma consigo a su Madre”, en la que Él se encarnó.
Si uno se lava las manos o se borra haciendo lo políticamente correcto porque el misterio le queda grande, se pierde “la Palabra”, se pierde lo que Dios tiene para decirle y comunicarle. José luego desaparece pero es nada menos el que le abre la Puerta Grande a Jesús en María para que el Reino de los Cielos entre en nuestra historia.
María le abrió al Verbo la Puerta Grande de la intimidad, la puerta de la vida, la puerta del corazón.
José, haciéndose cargo públicamente de María y el Niño, le abrió la Puerta Grande de lo social: le puso el Nombre, lo integró con identidad a la historia de Israel (de allí las largas genealogías), evitó que Jesús naciera como hijo de desaparecido.

La fe de José nos invita a transformar la Iglesia desde adentro, haciéndonos más servidores, dando la vida, y no criticando como si poseyéramos una Palabra distinta de la que nos brinda la Iglesia.
…………….

Los dos últimos evangelios (del de Juan sólo pongo una frase) nos dan pie para una reflexión acerca de la relevancia política de la Navidad. La Palabra hay que recibirla “haciendo contra, como dice San Ignacio, a las tácticas del mal.

El evangelio de Juan sintetiza esto de recibir bien a la Palabra diciendo que “La luz vino a los suyos y no la recibieron, pero a los que la recibieron les dio poder de ser hijos de Dios”.
Mateo y Lucas sitúan el nacimiento en su contexto político, mundial y local. Mateo pone inmediatamente luego del nacimiento la conspiración de Herodes y su intento de matar al Niño. Lucas sitúa el nacimiento en el contexto de la vida del Imperio:

En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto,
ordenando que se realizara un censo en todo el mundo.
Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria.
Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen.
José, que pertenecía a la familia de David,
salió de Nazaret, ciudad de Galilea,
y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David,
para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada.
Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre;
y María dio a luz a su Hijo primogénito,
lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre,
porque no había lugar para ellos en el albergue (Lucas 2, 1-14 – Misa de la Noche-)

Con los ojos de María y el hacerse cargo de José tenemos la ayuda necesaria para que Jesusito nazca en el pesebre de nuestro corazón, por pobre o pecador que esté.
Pero el nacimiento del Señor no sólo tiene impacto en la vida personal y familiar de cada uno sino también en la vida social y política. Lucas y Mateo se ocupan de poner en relación el nacimiento de Jesús con el decreto del censo del Emperador Augusto y con el decreto de exterminio de los inocentes que promulgó Herodes.
El detalle es que Jesús entra en la vida política del Imperio Romano y de su pueblo censado, condenado a muerte y exiliado.
Los emperadores que buscan el poder político no puramente para el bien común y los reyes de la sociedad de consumo a los que les quita ganancia la mentalidad solidaria que comparte gratuitamente, siguen sintiendo al Niño como su enemigo.
Por eso tratan de que “no encuentre sitio” en la vida pública, ya sea por maldad anónima, como pasó en Belén,
ya que el decreto del censo causó tal agitación social que José y María quedaron excluidos no por maldad sino por atiborramiento, diríamos, que es una forma de maldad anónima, estructural;
ya sea por pura maldad personal, como pasó con la matanza de los inocentes que desató Herodes y que obligó a José a exiliarse con su familia.
Esto sigue aconteciendo hoy.
La quema del árbol de Navidad y del Pesebre de Plaza de Mayo fue un rebrote de esa pura maldad de Herodes, que busca exterminar al Niño del espacio público. No logra exterminarlo pero lo obliga al exilio.
En las ofertas vergonzosas del “cinco minutos con 50% off” que hacen que la gente se mate a los codazos en los shoppings en vez de estar en su casa, vemos un rebrote del atiborramiento que llevó a José a tener que buscar un pesebre para que María diera a luz al Niño.
Como dice tan bien nuestro Martín Fierro: Jesús no viene “para mal de ninguno sino para bien de todos”. Los que no “reciben” este mensaje de paz y de inclusión en el amor es porque están defendiendo algún bien que no es el común. Hay que denunciarlo claramente: no se trata de un problema religioso sino político. El que políticamente no acepta los valores que son “para bien de todos” no es porque “tiene otras ideas”, es porque es un ladrón o un autoritario, está enfermo de codicia o de soberbia.

Le pedimos a María, la Llenadegracia, y a José, que cuiden el bien del Niñito en la patena de nuestro corazón y que nos protejan y libren de todo mal para ninguna de las tácticas del enemigo impida que, como personas y como sociedad, adoremos a Jesús recién nacido en esta Navidad.

Diego Fares sj

Adviento 4 B 2011

La LlenadeGracia (remedio contra el pecado de “arruinar algo bueno” con un “defecto cualquiera”).

En el sexto mes, el Angel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
Y habiendo ingresado a ella la saludó, diciendo:
– « ¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.»
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Angel le dijo:
– «No temas, María, has hallado gracia a los ojos de Dios.
Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo,
y le pondrás por nombre Jesús;
él será grande y será llamado Hijo del Altísimo.
El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,
reinará sobre la casa de Jacob para siempre
y su reino no tendrá fin.»
María dijo al Angel:
– «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?»
El Angel le respondió:
– «El Espíritu Santo descenderá sobre ti
y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra.
Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.
También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez,
y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes,
porque no hay nada imposible para Dios.»
María dijo entonces:
– «Yo soy la servidora del Señor,
Hágase en mí según tu palabra.»
Y el Angel se alejó (Lucas 1, 26-38).

Contemplación
La preparación inmediata para la Navidad va de la mano de María, la Llena-de-gracia (la Gratia Plena en latín; en griego la Kejaritomene).

Llenadegracia es una palabra especial, a medida de María.
Es el Nombre propio con que la bautiza el Arcángel Gabriel.
Para contemplar al Niño y que se encarne en nuestra vida y transforme realmente nuestra historia presente necesitamos a la Llenadegracia.
La necesitamos para que nos indique cómo mirar, con qué gusto, con qué sentimientos en el corazón, a Jesús y para recibirlo bien y hospedarlo en nuestra casa.

Santo Tomás comenta este Nombre de María –Llenadegracia- y hace notar tres “reundancias” de esta llenura o plenitud.
En primer lugar, una redundancia en la acción. Dice Tomás que la gracia de Dios llena el alma y redunda en dos cosas: en hacer el bien y evitar el mal.
En esto María fue plena.
Ella fue y es la Todabondad y ternura y fue y es para siempre la Sinmaldad.
Así la sentimos todos, así la siente el Pueblo fiel de Dios y por eso acudimos a Ella para adorar a Cristo, para aprender a hacer todo lo que Él nos diga.

En segundo lugar, una redundancia en la carne, en las pasiones y afectos. La plenitud de la gracia que llena el alma de María redunda en su carne. En María la gracia supera esa dualidad y es ruptura que describe Pablo: las dos leyes, la del alma y la de la carne. Ese sentimiento que tenemos de que en lo alto del corazón los valores de Jesús están claros y puros pero no llegan a pacificar nuestras pasiones que experimentan otra ley, la que nos lleva al mal.
Escuchemos detenidamente a Pablo. Díganme si no es esto lo que nos pasa:
“Querer el bien lo tengo a mi alcance, pero no el realizarlo,
Porque (muchas veces) no hago el bien que quiero,
sino que obro el mal que no quiero.
Ahora: si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra,
sino el pecado que habita en mí.
Descubro, entonces, esta ley:
aun queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta.
Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior,
pero advierto otra ley en mis pasiones que lucha contra la ley de mi razón
y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros.
¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?
¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor! (Rm 7, 18-25).

De María podemos decir que el Señor la libró de entrada de esta lucha entre el hombre interior, espiritual, y el hombre carnal.

Su belleza proviene de esa serenidad que trasunta su carne agraciada, dulcificada, pacífica y dócil para hacer todo bien sin nada de mal. Los afectos de María son sólidos y puros. Nos quiere como hijos y punto.

Son importantes estas dos “redundancias” –en la acción y en los afectos- porque es ahí donde el diablo mete la cola. Las mejores intenciones y deseos se contaminan en la acción y en la afectividad.

Como dijo bien una amiga, en medio de una charla:
“Porque el mal se instala solo, el bien requiere todo un trabajo y una atención cuidadosa de todas las cosas”.
Cuando escuché la formulación, no la dejé pasar. Me encantó porque la sentí como una bajada feliz del adagio latino: “Bonum ex integra causa, malum ex quoqumque defectu”. Los latinos se pasan de precisión y economía de palabras y nosotros necesitamos frases más largas para explicar lo que el latín dice tan concisamente. Podríamos traducir: el bien requiere la integridad de todas las causas (que sea totalmente recta la intención, el proceso, la forma de hacerlo y el fruto); al mal, en cambio, le basta cualquier defecto, por fugaz y pequeño que sea”.
Por eso en nuestra vida cotidiana, cuando queremos hacer el bien y hacerlo institucionalmen-te, cuesta tanto. Hay que poner a todos de acuerdo, llegar a un mismo lenguaje, proceder con el mismo tono y estilo, ir al mismo paso, terminar de cerrar bien cada acción buena antes de pasar a otra. “Ex integra causa” quiere decir diagnosticar bien, actuar bien material y formalmente y terminar bien, de manera que el bien le haga bien al otro y no solo quedemos contentos con ser buenos nosotros. Esto lleva trabajo. En cambio el mal salta sólo y por cualquier cosita: que sí alguien dijo tal palabrita, que si el otro me miró así, que si este llegó tarde o aquel otro se apuró, que a fulano no lo tuvimos en cuenta…
Esto es lo que, si uno no tiene clara la doctrina, a veces desilusiona tanto en nuestras obras de caridad: para que un bien concreto -un regalito de navidad preciosamente envuelto para cada comensal del Hogar-, llegue efectivamente a destino, se requieren días de buscar los regalos, de encontrar precio, de conseguir las bolsitas, de hacer lindos los paquetitos, de darlos con una sonrisa y a buen ritmo… es decir: decenas de manos (como las que se tienen que turnar junto a la cama de nuestros patroncitos de la Casa de la Bondad, día y noche, para que siempre haya una mano cercana y, como dice Peter, para que por ahí el enfermo se despierte sólo un instante en las seis horas del turno noche y abra un ojito, constate que hay alguien y se de vuelta para el otro lado y siga durmiendo y uno se sienta un servidor inútil, pero que está)…, tanto trabajo y a veces alguien lo arruina con un comentario inoportuno o un gesto destemplado.

Alguno dirá: bueno, no hay que exagerar. El bien no se arruina por una maldad cualquiera.

Y sin embargo sí. “Malum ex quoqumque defectum”: cualquier defecto instala el mal. A largo plazo, el tejido del bien es más fuerte y la vida y la bondad se abren paso (si no fuera así, este mundo ya estaría destruido hace rato), pero el mal tiene poder sobre el presente: se apodera del espacio común y todo un ambiente de buena onda y de paz y a alegría se pudre por una actitud agresiva o un comentario venenoso. Son esos momentos en que parece que todo se viene abajo y que hay que comenzar a remar desde cero… Bueno, esto es el pecado. Uno de los “pecados actuales” que nos dañan y uno no los confiesa todo lo necesario porque no está “catalogado” junto a “faltar a misa”, “decir malas palabras”, “tener malos pensamientos”, “juzgar y criticar”…
Es el pecado de “arruinar algo bueno” con un “defecto cualquiera”.
Arruinar la mesa familiar con un comentario hiriente, arruinar una reunión por estar de malhumor, arruinar un trabajo común por una desatención, arruinar un proceso por negligencia, arruinar un día por un egoísmo momentáneo…
Cada uno puede examinarse en este pecado “momentáneo” que arruina toda una “construcción” de algo bueno.
La hilacha se muestra en que la cosa se arruina objetivamente –porque todos se ponen mal o algo sale mal- pero no se puede establecer relación de culpa proporcionada con lo que uno hizo-: “fue un comentario nomás…”, o “una pequeña negligencia…” .

Justamente aquí está el engaño demoníaco: cuanto más pequeño e insustancial sea lo malo, si causa tanto daño, peor es no condenarlo y corregirlo. Es como si uno dijera: me distraje sólo un instante al volante, no me puedo culpar de haber atropellado a alguien. No habrá culpa consciente pero el mal hecho es gravísimo para el que fue atropellado. Y aunque uno no sea culpable, es responsable y tiene que reparar en la medida de lo posible.

Bueno, esta larga perorata sobre “el mal por cualquier defectito” apunta a incidir con fuerza en la maldad del pecado, que siempre es contagiosa y asesina. No se puede desconectar –como pretende la mentalidad moderna- el mal personal y familiar del mal social. Como decía Rossi en su charla para la Navidad: hay comentarios en la familia y en los grupos que son como un misil, en cuanto a precisión matemática y daño concentrado y colateral que provocan; hay desprecios y olvidos que son como una limpieza étnica por la exclusión que ocasionan. Así como el bien se construye con “pequeños gestos con gran amor”, el mal destruye con “pequeños gestos sin gran amor (no hace falta que sean con gran odio).

Aquí es donde entra la ayuda de María graciaplena.
En ella y con ella, en su ámbito de intercesión (ruega por nosotros pecadores, ahora) el bien es íntegro y sin ningún defecto. Si hemos comprendido y experimentado el daño inmenso que los pequeños defectos tienen poder de ocasionar en el tejido indefenso del bien, sentiremos hambre y sed de acudir a la Llenadegracia, para poner bajo el amparo de su manto el bien que queremos cuidar. En el ámbito de María todo es bueno sin ningún defecto y esta indefectibili-dad, esta pureza virginal, sin mancha de pecado, es necesaria como el aire y como el agua y como el fuego. Sin ella, a través de la cual el Señor quiere darnos su Espíritu de Hijo para que podamos hacer el bien y gozar de la alegría perfecta que nada ni nadie nos puede quitar, el querer construir por nosotros mismos un Bien que es tan fácilmente vulnerado por cualquiera puede constituirse en fuente de desánimo.
Esta tendría que ser la lección: para hacer el bien de Jesús necesitamos al protección, la ayuda, el consejo y la bendición de la Todabuena, de la GratiaPlena. Una y otra vez Ella tiene que repetirnos con una sonrisa que disipa toda oscuridad: “hagan todo lo que El les diga (y cómo Él les diga)”.
Encomendar “las cosas imposibles para los hombres” a María llena de gracia es ser fieles a una gracia que el Señor comunica por rebalsamiento. Toda la gracia del Espíritu se comunicó y se comunica surgiendo de María como de una fuente y redundando no sólo en su carne sino en la de todos (esta es la tercer redundancia de la plenitud de la gracia: que alcanza a todos y no sólo a algunos).
Actuar sin María, ponerse a hacer algo bueno sin buscar que la inspiración venga de Ella, sin encontrar el estilo y el tono mariano para decir las cosas, sin acomodar el paso a su ritmo, a su prontitud y a su perseverancia, es exponerse a que “cualquier defecto arruine todo el bien logrado con esfuerzo”.
A Ella le confió el Padre Misericordioso a su Hijito Jesús y Ella lo supo cuidar y educar con San José para que fuera nuestro sumo Bien. Si queremos de verdad que la Gracia santificante sea eficaz en nuestra vida y en la de nuestra familia y grupo de trabajo debemos profundizar nuestra relación con la Llena de Gracia.
Para que la Gracia no caiga en saco roto, el “ruega por nosotros ahora” debe unificarse con el “ahora” de nuestro accionar, con el ahora de nuestro estar haciendo cosas buenas”.
Todo el tiempo uno está buscando hacer o gozar lo bueno, lo mejor. Unir este deseo que hace latir nuestro corazón con la Plenitud de la Gracia que inunda el Corazón de María y redunda en beneficio del que se le acerca, es la gracia de las gracias. Esa de la que Ignacio dice que le basta cuando le pide al Señor Dame tu amor y tu gracia.
Diego Fares sj

Adviento 3 B 2011

Cualquiera puede ser testigo de la luz

Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.
Vino como testigo, para dar testimonio de la luz,
para que todos creyeran por medio de él.
El no era la luz, sino el testigo de la luz.
Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle:
– «¿Quién eres tú?»
El confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente:
– «Yo no soy el Mesías.»
– «¿Quién eres, entonces?», le preguntaron:
– «¿Eres Elías?»
– Juan dijo: «No.»
– «¿Eres el Profeta?»
– «Tampoco», respondió.
Ellos insistieron:
– «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?»
Y él les dijo:
– «Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.»
Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle:
– «¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»
Juan respondió:
– «Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia.» Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba (Jn 1, 6-8. 19-28).

Contemplación

El título “cualquiera puede ser testigo de la luz” lo puse pensando en el ciego de nacimiento. El que defendía a Jesús que lo había curado ¿se acuerdan? La imagen me vino por el tono del interrogatorio que le hacen a Juan: “¿Quién sos vos. Qué decís de vos mismo. Por qué bautizás…?”. Es el mismo tono con que hostigaban al ciego quien, en vez de achicarse, se fue fortaleciendo en su testimonio. Fue tomando coraje y eso lo volvió ingenioso en la fe.
Le decían: “Da gloria a Dios ¿qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos? Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador….” Y el que antes era ciego, con mucha frescura les cantaba la justa a gente más culta y poderosa que él: “Si es un pecador, no lo sé. Sólo sé una cosa: que yo era ciego y ahora veo. Lo extraño es que ustedes no sepan de dónde es Jesús y que me haya abierto a mí los ojos. Todo el mundo sabe que Dios no escucha a los pecadores; pero, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése sí le escucha. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, ese hombre no podría hacer nada”.
¡Qué simpáticas y qué agudas son sus apreciaciones! Sirven de contrapunto al laconismo de Juan. Dos estilos para un mismo testimonio. Da gusto escuchar al ciego de nuevo y nos suena cercano, como alguna persona sencilla que se estuviera jugando por Jesús hoy y dando testimonio de su bondad (porque la luz de Jesús es su bondad, no ninguna “luz pseudocientífica de moda”). El ciego ha recuperado la vista y nadie más calificado que él para dar testimonio de la luz, nadie mejor que él que antes no veía y ahora ve. En eso no se amilana ante ninguna autoridad ni le hace mella ninguna burla de los entendidos, que lo expulsan de la sinagoga diciéndole: “Has nacido todo entero en pecado ¿y nos da lecciones a nosotros?”. Y entonces, en esta situación socialmente dolorosa, Jesús, que lo había dejado sólo, le sale al encuentro y le regala el don de la fe para el cual ya estaba bien preparado gracias a sus peleas con los “popes” de su tiempo: “¿Tú crees en el Hijo del hombre? El respondió: ¿Y quién es, Señor, para que crea en él? Jesús le dijo: « Le has visto; el que está hablando contigo, ése es. El entonces dijo: Creo, Señor. Y se postró ante él. Y dijo Jesús: « Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos”.

En este contrapunto entre Juan y el que había sido ciego, contradichos y hostigados públicamente por los que tenían el manejo de la información y controlaban el discurso acerca de lo que estaba bien y lo que no, nos podemos ubicar nosotros para sentir que “cualquiera (también yo) puede ser testigo de la luz”. No sólo Juan el Bautista, que fue el más grande de los Testigos de la Luz y que dio su vida por Jesús. También el ciego que comenzó a ver y tuvo que sufrir por su testimonio y aunque no le quitaron la vida lo anularon socialmente. También nosotros pasamos cotidianamente por esto. Cada vez que uno recibe alguna bondad del Señor y la comunica con palabras y gestos a los más necesitados siempre surge alguien que pregunta ¿y con qué autoridad hacés o afirmás esto?. Siempre surge alguien que se siente cuestionado y que vive como una amenaza a su status que algo bueno que él no controla se haga público y se universalice. La sociedad nuestra, aparentemente tan abierta y condescendiente en cuanto a que cada uno haga y opine lo que quiera, es celosísima ante cualquiera que pretenda dar testimonio de una verdad absoluta. No les preocupan los fundamentalistas de cualquier signo ideológico, porque afirman verdades absolutas teóricas que fácilmente se pueden embarrar y relativizar con datos contrarios. Pero los sacan gente como Juan el Bautista o como el Ciego de nacimiento que tienen muy claro que ellos no son la luz pero afirman que “ven” la Luz. Gente que da testimonio absoluto de que Jesús obró con bondad maravillas en su vida y punto. No le dicen a los demás “vos tenés que hacer lo mismo”. Simplemente dicen: a mí me abrió los ojos. Él es más grande que yo. Yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia. Él bautiza en el Espíritu Santo. Él es el que quita los pecados del mundo (y a mí me los quitó y me los perdona).

Hacemos aquí un paréntesis y rebobinamos lo que venimos viendo en este Adviento.
El Señor viene y eso nada ni nadie lo puede parar. Vino la primera vez en la humildad de la carne, vendrá con gloria para concluir la historia y viene para consolarnos y fortalecernos “todos los días” y de muchas maneras. El Señor viene a nuestra historia, se mete, participa. Y si bien esto es puro don de su bondad, nosotros podemos ayudar a su venida. Podemos “allanarle el camino”, preparar las cosas para que nos encuentre velando, para que le hagamos sitio.
Una manera de preparar su venida es discernir esas maneras de pensar que velan nuestra mente y hacen que “no conozcamos al que está entre nosotros”. No sólo la incredulidad y el ateísmo ciegan los ojos para ver al Dios que viene sino que las imágenes falsas de Dios también actúan a manera de un velo. Como me decía un amigo “cuando una persona niega muy fuertemente a Jesús es que entre el Jesús verdadero y sus ojos hay una imagen que se interpone”. Desenmascarar estas imágenes falsas es una manera de prepararnos a la fe que Dios nos quiere regalar.

El primer domingo de adviento vimos cómo la superabundancia de ofertas truchas, pone una sombra de desvalorización a las Ofertas de Dios. Uno no termina de creer que pueda ser verdad que se encuentra la Perla del Reino en el mercado, ni un tesoro en el campo… Y sin embargo, así como hay ofertas que son verdaderas –de zapatillas!-, también son verdaderísimas las ofertas de perdón ilimitado y de fiesta gloriosa que constantemente nos hacen nuestro Padre Dios y su Hijo Jesucristo.

El segundo domingo veíamos el problema de la relativización cultural de la seriedad del pecado. Puede ser que la cultura reinante haga mella en los pecados morales y relativice lo que algunos curas exageramos demasiado, pero el pecado de no Amar a Dios con todo el corazón y con toda el alma, (que se muestra en no adorarlo ni alabarlo gratuitamente en espíritu y en verdad, como creaturas que somos) es un pecado que todo hombre experimenta en su vida y que necesita ser sanado y perdonado. “No adorar”, para una creatura es como no respirar, y adorar es más lindo que respirar Oxígeno puro: es llenarse del Espíritu Santo.

Hoy la reflexión acerca de que cualquiera puede ser testigo de la luz arremete contra otro slogan cultural: ese que pretende tapar el brillo y desautorizar la voz de los “testigos de la luz”.
Hay muchísima gente como Juan y como el ex ciego que dice con su manera de vivir: “yo no soy el Mesías” pero “te doy testimonio del Mesías”.
Y el mundo le dice a esta gente: “pero vos quién te creés que sos. Si no sos el Mesías ni un profeta, por qué “bautizás”, por qué comprometés, por qué discernís…”.
Es paradójico que los que no creen en ningún Mesías exijan que si uno da testimonio de algo sea un Mesías. Y es justo al revés: puesto que uno no es el Salvador sino el salvado puede dar testimonio del que lo salvó!!! No se trata de imponer nada pero sí de decir “a mí me salvó”.
Es que la mentalidad del mundo acepta gustosa que haya “Mesías por un período”, “Profetas por un ratito”. Y le molesta muchísimo (porque cuestiona sus mesianismos light) que haya gente que confiesa con tanta firmeza que no es el mesías pero que sí da testimonio de que Jesús es el Mesías. Gente que no “tiene La Verdad” pero da testimonio de La Verdad”.
No, flaco –te dicen- si no tenés La Verdad, cállate o bajá el tono. No seas fundamentalista. Aquí nadie tiene la verdad, pero algunos administramos las dosis que más rinden y que mejor caen y no dejamos que ningún dogmático nos venga a poner en cuestión las verdades que el público consume.

Este es el punto a despejar hoy: aunque uno no “tenga” la verdad, puede “dar testimonio” de La Verdad. Testimonio de una Verdad absoluta que cuestiona (demuele, desenmascara, erradica, pulveriza y ridiculiza públicamente) todos los discursos que niegan abiertamente o ningunean la Bondad absoluta de Jesucristo muerto y resucitado por nosotros.

Lo que quiero decir es que una persona que era ciega y gracias a Alguien que la cura ahora ve, puede dar testimonio absoluto de la Luz. Porque la Luz, como la Verdad, es algo “entre tres”: El sol que da la luz, las cosas y los ojos que la reciben. La persona que tenía los ojos ciegos, al recuperar la vista lo primero de lo que toma conciencia, antes que de las cosas, es del don de la luz que lo inunda y lo ilumina todo –afuera y en su interior-. El que ha nacido viendo por ahí sólo ve “cosas” y está ciego al Don de la luz. Eso es lo que experimenta el ciego y por eso se convierte en un Vidente privilegiado, en alguien que nos enseña a ver a los que creemos que vemos. Un ciego curado es el mejor testigo de la luz.
Y también: un pecador perdonado es el mejor testigo de la Misericordia, como lo fue la pecadora perdonada que no cesaba de lavar con sus lágrimas los pies del Señor y lo ungía con sus perfumes.
Y un tipo realista y sin misticismos como el pescador de lago de provincia que era Simón Pedro, creyente de poca fe pero con ganas de más, es el mejor testigo de que Dios es Pescador de hombres, porque lo pescó a él y lo sacó de sus vacilaciones.
Y una creatura que se siente pura pequeñez, como María jovencita, y desde allí adora al Dios Grande, es la mejor testigo de que Dios es Todopoderoso y su Misericordia llega a todos de generación en generación.
Y un tipo como Juan el Bautista, a quien el sol del desierto le ha quemado todas las vanidades y tiene tan claro todo lo que “no es” (no es el Mesías, no es el Profeta, no es la Luz, no es el Cordero de Dios, no es el Novio…) es el testigo más grande del que sí es… la Luz, el Cordero y el Novio.

Bueno, por aquí tiene que rumiar cada uno el evangelio de hoy.
Cuanto más seas vos mismo, en tu ceguera, en tu pecado, en tu pequeñez y en tus “no se”, mejor testigo podés ser de la Luz, de la Misericordia, de la Grandeza y de la Verdad de Cristo.
Es más, el ama y busca estos testigos: de fe vacilante que quiere aumentar, de pecados sedientos de Misericordia que los perdonen, de pequeñeces deseosas de adorar Grandeza y de “no saberes” hambrientos del pan de la Verdad.
Que las opiniones en boga no te roben el derecho y la gracia de “ser un testigo de la Luz” en cada ocasión que se te presente y puedas dar tu testimonio con la lealtad y la viveza del ciego, con la solidez sin adornos del Bautista, con las lágrimas de agradecimiento de la pecadora y con la sencillez Inmaculada de María Virgen.
……………
¡Maestro!
El tono y el gesto grandilocuente de abrir los brazos me hizo focalizarlo en toda su magnitud de gigantón desarrapado soñando con ojos sonrientes de un pedo místico las cosa profundas de la vida. Eran las dos de la tarde y yo había salido del Hogar y nos encontramos justo frente a la puerta de la Casa de la Bondad. Pero él me había visto de más lejos y había soltado ese “Maestro!” que me hizo sonreir al ver que no lo iba a poder esquivar fácilmente. “Maestro. Dios no existe”. Esa fue la frase que se ve que le suscitó reconocer a un cura (aunque no iba con el cuellito). Yo no lo tenía visto pero se ve que él sí. Y me sonreía desde la altura de esa cabeza y media que me sacaba. Tenía el pelo largo, barba canosa, ojos grandes y sonrientes, voz potente, el pantalón desbraguetado, con el cinturón medio colgando, la camisa mal abotonada y unos borceguíes con barro seco. “
Sí que existe. Quién te dio la vida, si no” le dije yo no muy convencido, no de la existencia de Dios sino de tener que dar testimonio al que menos pensaba. Yo estudio filosofía para discutir con Nietzsche pero que se te presente Zaratustra en persona al mediodía, al salir del Hogar con ganas de dormir un rato la siesta es otra cosa. “No”- dijo con un sacudón escéptico de su cabeza respetable. “No existe. Jesucristo murió y lo enterraron. Se pudrió. No existe”.
“Jesucristo murió y resucitó –le dije con más convicción interna-. No está enterrado en ningún lado. Está vivo y te quiere a vos y me quiere a mí”.
Se le iluminaron los ojos y me miró con pena como quien mira a un iluso bueno: “¡Maestro! –volvió a repetir- Vos sos un Ma-es-tro! Pero Dios no existe. Son todas mentiras”.
Habíamos quedado desencuadrados, yo como enfilando ya para seguir de largo y él yéndose pero sin ningún apuro. Me tomó del brazo y me metió de nuevo en la charla. No se veía que hubiera tomado recién sino como que venía tomando hace rato y estaba en ese estado beatífico del alcohol continuo.
¿De donde habría sacado lo de “maestro”? Como ví que no iba a ser sencillo y que el quería que yo entendiera que no lo iba a convencer (como si un cura por la calle fuera alguien a quien hay que rebatir explícitamente y hacerle ver que su postura no es para uno) apelé a lo que primero me vio en mente: la apuesta de Pascal. “Mirá. Vos decís que Dios no existe, pero no sabés. Yo tampoco. Hay que apostar. Yo apuesto a que sí existe”.
¡Maestro…!”- repitió sonriente… Y ya se me había escapado a vaya a saber qué otro pensamiento que lo reclamaba desde su mundo interior. Yo me sentí reingenuo hablando de Pascal al gigantón, tratándolo como si fuera un académico o mi mejor alumno. Sentí que había disparado en falso: mi mejor argumento como pólvora gastada en chimangos (no se por qué se me llenan los ojos de lágrimas ahora que escribo, quizás de sentirme tan ridículo queriendo dar argumentos filosóficos a un borrrachín que ni sé quien era de que Dios existe y de que Jesús no está enterrado ni se pudrió sino que es mi Dios y creo en él y daría mi vida por ese grandulón sucio y desquiciado.)

Diego Fares sj

Adviento 2 B 2011

Oxígeno Santo

Principio del Evangelio de Jesús
Cristo, Hijo de Dios.
Juan el Bautista se presentó en el desierto…
predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados
como está escrito en el libro del profeta Isaías:
‘Mira, envío a mi mensajero delante de tu rostro para que apareje tu camino”. “(lo envío como la) Voz de uno que grita en el desierto:
‘Preparen el camino del Señor, rectifiquen sus senderos’,
Y acudía a él toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén
y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.
Juan andaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero,
y se alimentaba con langostas y miel silvestre.
Y predicaba, diciendo:
‘El que es más fuerte que yo viene detrás de mí,
Uno ante quien yo no soy digno ni de desatar, arrodillado,
la correa de sus sandalias.
Yo los he bautizado a ustedes con agua,
pero él los bautizará en Espíritu Santo’ (Mc 1, 1-8).

Contemplación

Alessandro Pronzato, que es una especie de Juan Bautista moderno (con sus “Evangelios molestos” y su palabra siempre intranquilizante) hace notar que Juan se va al desierto, no a la plaza pública. El dice: si querés predicar en la plaza y que todos te escuchen te encontrarás con el desierto (escondido en la superficialidad de la atención de la masa). Si te vas al desierto, encontrarás al hombre que tiene ganas de escuchar. Esto por lo de toda la gente que “acudía a Juan” que se había escondido en el desierto. La buena noticia de que viene un Dios a perdonarnos los pecados requiere corazones que anden buscando que les perdonen los pecados. El que no siente que le tienen que perdonar mucho, es más, el que siente que con Dios todo bien, salvo por supuesto por algunas cositas (no rezar y faltar a misa, que para nada quiere decir que uno no adore a Dios ni que no le de importancia a las fiestas de bodas que él organiza para su Hijo, sino que es por falta de tiempo); el que siente que con el prójimo se podría hablar de un empate (en esto de los pecados) y que a veces uno está un game arriba en paciencia y a veces un set abajo porque decididamente juzgó que el otro es impresentable y decididamente digno de que se lo haga a un lado, pero no es que para nada uno se sienta deudor de su familia y de sus amigos en la ternura del amor y deudor de sus adversarios y enemigos en la grandeza del perdón, para el que no siente que es un pecador, la buena noticia del perdón de los pecados no hay que dársela en público sino que la tiene que ir a buscar en privado. Escaparse un rato o un fin de semana del aglomeramiento interior en el que uno se está comparando constantemente con los demás, realizando pequeños acomodamientos (me acomodo y me miento) como en un subte lleno, pero sin moverse casi y yendo todos para el mismo lado…, escaparse, digo, supone profundizar: el desierto no está más lejos sino más hondo. Apenas uno profundiza se queda solo porque en lo hondo nuestra vida es única y sólo estamos enteros ante Dios. Si uno profundiza se encuentra con su fragilidad de creatura y esa vida que late en nuestro corazón y no está al alcance de nuestro control sólo puede compararse y medirse con la misteriosa capacidad de dar vida que tiene El que nos la dio. Aunque no lo veamos podemos hablarle y decirle, como amor de creaturas: “gracias a Vos, Padre de mi vida. Tu hijo, tu creatura, te adora y te alaba de todo corazón y necesito ponerme en tus manos y que Vos me hables y me fortalezcas y me mires hasta el fondo de mi ser”.
Al que sale de sí (del sí comparativo y autorreferencial) y entra en sí (en su sí único y deseoso de encontrarse con alguien así como el Dios de Jesús), se le puede hablar de un bautismo que lo sumergirá en una vida nueva, limpia de todo pecado y llena de la gracia de Dios.

Y lo primero que nos dice Juan es que hay un bautismo que perdona los pecados morales y que es preparación para otro bautismo mejor: el que nos sumerge en la Vida del Espíritu Santo. Un bautismo que nos libera no solo de los pecados morales, que siempre tienen algo que es cuestión cultural, que depende de la sociedad en que se vive y de las costumbres en las que nos movemos…, este bautismo de un Jesús “más grande”, a quien Juan dice que no es digno ni de agacharse a desatarle la correa de las sandalias, es un bautismo que nos sumerge en Dios. Y para que esto no nos parezca raro ni muy místico, Dios mismo viene y se sumerge en nosotros, se tira de cabeza al río de la historia y se encarna en la pequeñez de una cultura y de unos pocos años de vida para dar testimonio de que se puede vivir “bautizados en Dios”, como vivió Jesús.

Este bautismo en el Espíritu Santo es eso: un bautismo, un chapuzón. En el Reino de Dios hay que entrar. No hay que mirarlo por teve. Hay que meterse. Tirarse de cabeza, como hacían los enfermos y pecadores cuando pasaba Jesús. El que no grita como Bartimeo “Jesús, hijo de David, ten piedad de mí”, se queda ciego; el que no se anima a tocarle el manto como la hemorroísa, se desangra; el que no es capaz de subirse a la higuera, como Zaqueo, se pierde la oportunidad de dar la mitad de sus bienes a los pobres y de tener a Jesús de invitado en su casa; el que no se sumerge en sus ojos que miran amando, como el joven rico, se vuelve triste a seguir administrando sus bienes; el que siempre zafa y la vida nunca lo pone humillado ante Jesús, como a la mujer pecadora, nunca escuchará el “yo tampoco te condeno” de la boca del Maestro. El que no se anima a que Jesús le pregunte tres veces si lo quiere como amigo, se quedará como “conocido”…
Y así, es tarea de cada uno encontrar la mano del personaje evangélico que es para que yo la tome y me largue con él a la pileta del seguimiento de Jesús.
A mi me gusta la mano de la Virgen, que es un Sí grande del que se agarran todos: agarrarse de su mano –firme y pequeñita- es agarrarse de la mano de cualquier pobre y necesitado, que seguro está agarrado a la de ella. Y si la mano de María es decidida y limpia como mano de madre, también es lindo agarrarse de la mano de San José (aunque más bien tendrá que ser del bastón, porque las otras dos las suele tener ocupadas con tanto “toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto, toma al Niño y a su Madre y regresa de Egipto…). San José es otro que se tira de cabeza cuando escucha esas mociones que para otro serían simples sueños y para su fe son la voz del ángel del Señor.
Entrar en el ámbito del Espíritu, entrar en el reino. De eso se trata.
Y aquí está el primer pecado “post-moderno” (que es el de siempre, pero con otras excusas): el pecado de no entrar, de no acudir a la invitación a la fiesta. Para entrar al Reino hay que entrar de cabeza: hay que “adorar”. Y las excusas para no adorar son muchas pero cuanto más se multiplican más grave es este pecado que nos mata de sed el alma. Es un pecado de ceguera libre más que de mala voluntad carnal. No adorar, para una creatura, es como no cargar pilas para un dispositivo electrónico. A veces pienso el tiempo que me lleva atender los aparatos que tengo estando atento a que no se le acaben las pilas. El tiempo de estar atento que lleva recargar el celular, la ipad… No adorar es como no recargar baterías. Quién te crees que sos, cuánta autonomía crees que tenés, que salís a la calle sin haber recargado tu alma con un ratito de oración. Te creés que podés funcionar sin comulgar ni confesarte por períodos prolongados y luego te extrañás de que te afectó tanto algún contratiempo o que te faltó lucidez o fortaleza para cumplir con tus obligaciones normales.
No adorar es como no respirar. Dicen que Nadal se recupera del agotamiento de los partidos pasando un rato en una cámara («BUBBLE, pure air» ) en la que, simplemente, respira oxígeno puro. Una linda imagen de lo que significa adorar: pasar un rato respirando Oxígeno puro. Al fin y al cabo “Espíritu” es “aire” y el aire puro es el que tiene oxígeno puro.
Que el Señor nos sople todas las pretensiones y nos de deseo de este Oxígeno Santo, Señor y dador de Vida.
Le rezamos el Ven Creador (versión casera) al Espíritu con el que viene a llenarnos Jesús en el Adviento:

Ven, Creador Espíritu Divino,
a visitar el alma de tus fieles.
Llena con la gracia de lo alto
el corazón de los que Tú creaste.
Tú, que cuyo Nombre es “El que nos consuela”
eres el Altísimo Don del Dios Altísimo,
la Fuente viva, la Caridad,
la Unción espiritual y el Fuego.
Tú, que Te nos das en siete Dones,
y eres dedo índice de la Voluntad Paterna,
Tú, prometido ritualmente por el Padre,
pones en nuestros labios los tesoros de la Palabra…
…y enciendes con tu luz nuestros sentidos,
infundes tu amor en nuestro pecho,
fortaleces con tu fuerza inquebrantable
la flaqueza carnal de nuestro cuerpo,
Tú repeles muy muy lejos al enemigo
y nos das tu paz y tus dones justo a tiempo.
Conducidos por Ti siempre podremos
evitar los peligros que nos rondan.
Es gracias a Ti que conocemos al Padre
y a su Hijo Jesucristo, nuestro Hermano,
y creemos, hoy y en todo tiempo,
en Ti que eres de ambos el Espíritu.
Gloria sin fin al Padre y, con el Padre,
al Hijo, resucitado de la muerte,
y al Espíritu Santo que los une
desde siempre, por siempre y para siempre.

Diego Fares sj

Adviento 1 B 2011

Oportunidades a medida

En aquél tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:

«Miren, estén despiertos,
porque no saben cuándo es el tiempo de gracia.
Es como un hombre que emprendiendo un viaje,
dejó su casa y lo puso todo en manos de sus servidores,
señalando a cada cual su tarea,
y al portero le ordenó que velase.

Velen, entonces,
porque no saben cuándo llegará el dueño de casa,
si a primera hora de la noche,
o a la medianoche,
o al canto del gallo
o a la madrugada.
No sea que llegando de improviso los encuentre durmiendo.

Y esto que les digo a ustedes, se lo digo a todos: ¡Velen!» (Mc 13, 33-37).

Contemplación

“Miren, estén despiertos, porque no saben cuándo es el tiempo de gracia”.
… Y con una parábola el Señor ilustra esta frase suya que muestra la comprensión esencial que tiene sobre lo que es la vida y lo que es el ser humano.

¿Qué es la vida? Una oportunidad, dice Jesús. Así que “no te la pierdas”.

Lo que quiere decir es que si es una oportunidad hay que agarrarla antes de que se pase, aunque no sepamos bien qué es.
Y esto “repetidamente”: a cada momento, la vida es una oportunidad que no hay que dejar pasar.

Hace unos días salí a comprar zapatillas. Suelo curiosear a veces en las tiendas de ropa pero como todo lo que me gusta está carísimo termino por no comprar nada, así que ya voy como predispuesto a no encontrar. La cosa es que en Falabella ¡oh sorpresa! encontré unas adidas a las que no les podía poner ningún pero (confieso que soy un poco vueltero con la ropa y si las zapatillas vienen con tiritas de otro color como las que me regaló Nacho, las cambio por otra cosa, o si el pullover que está tejiendo María es jaspeadito , meto la pata y sin saber que era para mí, digo que está lindo pero que yo no me lo pondría y quedo mal para siempre). La cuestión es que estas estaban perfectísimas: negras hasta en las tiritas, sin nada de nada de otro color … quizás un poquito más brillante el negro de las tres tiras) y no demasiado caras. Tanto me cayeron bien que accedí a probármelas, cosa que indica que estaba totalmente fascinado con las zapatillas. Las sentí cómodas y le dije a la vendedora que las llevaba (doy vueltas pero cuando me decido me decido, como cuando el padre Pangrazzi me dijo “vos siempre vas a dar vueltas y a postergar tanto las cosas que al final no vas a entrar a la Compañía” y ahí mismo me subí a la bici, le presenté al General no se cuantos la carta de Bergoglio en la que decía que estaba admitido al pre noviciado de la Compañía de Jesús y se pedía la exención al servicio militar y al otro día me vine para Buenos Aires). No se por qué estaba distraído con estos pensamientos cuando la vendedora me trajo al presente y me dice que cómo voy a pagar y le digo que en efectivo y me dice “mire que si tiene tarjeta de débito Galicia hay un descuento del 25%”. Sonamos, pensé. Ahora no las compro nada. Yo tengo en el Galicia la tarjeta del sueldo de profesor de la UCA, que no es mucho, porque en la facultad de Devoto solo doy dos horas un cuatrimestre, y no la uso nunca ni la llevo encima. Ya me había decidido a hacer el gasto, pero ahora ese 25% me picaba. Eran como 90 pesos (para el que tenga curiosidad acerca del precio). Ahora no las compro, pensé para mí, porque digo que voy a buscar la tarjeta y ya se que después no vuelvo (el 25% era sólo por unos días y de esas zapatillas “de casualidad había encontrado número porque por las ofertas la gente había llevado mucho”). La vendedora, que tenía el sentido justo de no ser ni pesada ni indiferente, me dijo justo ahí: “si quiere se las guardo hasta mañana” (ahora que lo pienso, reconozco que fue una buena vendedora . De hecho cuando volví a las dos horas, le dije a la otra que le agradeciera porque me había guardado las zapatillas con cartelito y todo). Dije que sí, pero que no estaba seguro de poder volver. Ella me dijo que ella ya terminaba pero se las dejaba anotadas a una compañera y yo me fui para no volver, como dice la zamba. Pero volví. Me tomé el trabajito aunque estaba cansado. Fui al Hogar, después a casa, agarré la tarjeta, me tomé el subte, pensé que como no sabía la clave de mi tarjeta me la iban a rebotar como pasa en algunos negocios que con el DNI no basta, por las dudas le pregunté a otro vendedor si hacía falta clave y me dijo que no, llegué al segundo subsuelo, pedí las adidas con mi nombre, la tarjeta funcionó y ahora no tengo excusa para no caminar en la cinta a la mañana, antes de la misa.

La verdad es que así como creo con todo el corazón que Jesús vive “ofreciéndome oportunidades” no creo en todas las “ofertas” y “Sales” del comercio en nuestra ciudad. Y me da bronca que las ofertas no sean ofertas, que tengan trampita, como estas zapatillas que te dicen el 25% y en realidad es el 18% porque remarcaron. Así y todo, si uno busca y rebusca, incluso con chicaneo y avivadas, de vez en cuando se encuentra en el mundo de los negocios la oferta justa para uno. Y hay que saber aprovecharla. Sin la ingenuidad del que cree en todas las ofertas y sin el escepticismo del que no cree en ninguna.

Y aquí viene lo de Jesús. ¡Jesús hace ofertas de verdad!

Es perniciosa la mentalidad mundana que nos ciega la mirada y no nos permite ver a un Jesús que se goza y se alegra de corazón imaginando oportunidades únicas y a la medida para cada uno. Y esto renovadamente, todos los días, hasta el último instante de cada vida.
Si hay una imagen linda de Dios es esta: la de un Dios que prepara todo para que yo encuentre mis adidas perfectas, vendidas por la vendedora oportuna, al precio considerablemente más barato del mercado en el momento en que las necesito de verdad. Esto que en el mundo ocurre muy de vez en cuando, en el Reino es lo habitual.
Así que ¡hay que avivarse!

La advertencia “estén atentos” no es una simple recomendación. Hay que sentir-dolorosísimamente si hace falta, pero de una vez por todas- que si yo no he visto aún ninguna perla preciosa en mi vida es porque soy un “ciego de nacimiento” y no veo las ofertas que tengo ante mis ojos nublados vaya a saber por qué nostalgia; y si yo no he encontrado aún ningún tesoro en el campo es porque soy un “paralítico” empedernido como el que estuvo 30 años al lado de la fuente y no he salido a caminar atento a los lugares donde piso; y si yo no he escuchado ninguna voz del cielo en mi corazón que me diga que Jesús es el Hijo amado, es porque soy un “sordo” que no quiero oír; sordo culposo como el del chiste, y cuando Dios me saluda de lejos le respondo con indignación fingida “de qué chancho me hablás”. El chiste es buenísimo y me lo contó Miguens (que de paso dice que las contemplaciones están buenas pero que a veces no ve qué tienen que ver con el evangelio del día): resulta que un paisano sordo como una tapia le roba el chancho al vecino y a la mañana siguiente el vecino, sin saber todavía nada, lo saluda de lejos diciendo, con la mano en alto: “hola paisano” y el sordo haciéndose el desentendido le responde, juntando los dedos: “¡de qué chancho me hablás!”).

Mientras muchos opinan que si esto o lo otro, que si la vida tiene sentido o no…, mientras muchos se distraen con lo primero que se les presenta, Jesús abre el juego: la vida es “lo que Otro te puso en tus manos y te señaló como tarea. Estate atento a cuando vuelva el que te la encomendó”. Esto quiere decir que hay que espabilarse en dos direcciones: una para ver lo que tenemos entre manos como un don, como una oferta maravillosa, como un tesoro que se nos ha confiado; la otra es para estar atentos a la Persona que nos confió las tareas y las cosas y a esperar con ilusión su venida. No solo la última, sino la de cada día.

El Adviento es tiempo para no dejar pasar la oportunidad, es “kairos”, tiempo de gracia.
Y el evangelio nos grita: ¡Avívate que en Jesús hay ofertas!
¡Y son de verdad!
Justas para vos, para lo que andás buscando (¿sabés qué es lo que andás buscando?)
Es fácil.
Escuchá tus quejas.
Mirá qué es lo que te falta.
¿Podés creer que Jesús tiene justo lo que te hace falta?
El problema de este mundo, como decía Steve Jobs, es que la gente no sabe lo que quiere hasta que se lo ponés en las manos.
Jesús lo sabe y nos pone en las manos la Eucaristía, nos pone en las manos a los pobres, nos manda por mail el evangelio, nos invita a sus retiros…

Lo que pasa es que muchos no creen que las ofertas sean de verdad y para ellos.
Nos pasa con alguna gente que llega al Hogar o a la Casa de la Bondad. No pueden creer que sea para ellos. No pueden creer que sea gratis, que haya gente planeando todo el tiempo cómo brindar mejor un servicio “totalmente gratuito”, como le decía Machado a su compañero de sala en el hospital.

Yo pienso: si nosotros, con todos nuestros límites, hemos descubierto la alegría de “ofrecer” cosas lindas y gratuitas a nuestros hermanos ¿no podemos “cambiar radicalmente nuestra imagen aburrida de Dios” y soñar al Dios de Jesús, al Dios que se requetealegra de inventar oportunidades a medida para que yo descubra y acepte plenamente su amor?

Diego Fares sj