Después de la partida de los magos, el Angel del Señor se manifestó en sueños a José y le dijo:
«Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.»
José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto.
Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta: Desde Egipto llamé a mi hijo.
Cuando murió Herodes, el Angel del Señor se manifestó en sueños a José, que estaba en Egipto, y le dijo:
«Levántate, toma al niño y a su madre, y marcha a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño.»
José se levantó, tomó al niño y a su madre, y entró en la tierra de Israel. Pero al saber que Arquelao reinaba en Judea, en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea, donde se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo que había sido anunciado por los profetas: Será llamado Nazareno” (Mt 2, 13-15. 19-23).
Contemplación
Rezando con el evangelio de los sueños de San José sentí el imperioso deber de compartir una responsabilidad que tenemos entre todos: la de cuidar a los Soñadores. Cuidarlos en todos los ámbitos pero especialísimamente en el ámbito de nuestra querida Madre la Iglesia.
Digo cuidar a los Soñadores y no directamente a los sueños, porque los Soñadores, al cuidar ellos los sueños grandes, cuidan y pastorean esa multitud de sueños pequeñitos de los que los sueños grandes se alimentan. Así que cuidar a los Soñadores con mayúscula es cuidar nuestros propios sueños.
Todos somos soñadores y todos tenemos una especie de “inteligencia onírica” –para decirlo en difícil- y, quizás precisamente por eso, porque no tenemos los sueños más grandes y hermosos de la humanidad sino nuestros sueños limitados, la mayoría sabemos apreciar cuando otro los tiene. Aplaudimos y valoramos lo que nos hace soñar lindo: las buenas películas, los buenos libros, la pintura y la música, y esas obras de arte morales que son las obras de misericordia y de solidaridad…
Entre los Soñadores, añoramos al buen político, aquel que sueña distinto y mejor a su pueblo y lo logra comunicar. Añoramos también a los santos, a los que sueñan los sueños de Dios y los ponen en obra.
Dentro de los grandes Soñadores el más grande es San José. Tiene sus antecedentes en el otro José, el soñador al que sus hermanos, verdes de envidia, vendieron como esclavo y terminó siendo, con la bendición de Dios, la mano derecha del Faraón de Egipto (que sabía valorar a un buen soñador y sin envidia lo puso en el puesto que le correspondía para bien común de todo el pueblo). También Abraham, Moisés y David fueron grandes soñadores lo mismo que Isaías y los profetas. Y San José, en su silencio soñador, reúne los mejores sueños de todos ellos y es el primer Soñador a quien tenemos que cuidar.
¿Cuidar nosotros a San José?
Sí, porque a los grandes Soñadores los cuidan y enaltecen los soñadores pequeños. Esto es lo lindo de la intuición de hoy.
Cuidarlo a San José Soñador en el sentido de permitirle que tenga en nuestra vida el lugar privilegiado que uno otorga al que ama como a un verdadero padre.
Cuidarlo digo en el sentido de que nuestro amor filial por él se concrete en una confianza ciega e inmediata, en toda situación en que veamos amenazado en nuestra vida al Niño Jesús o a su Madre la Virgen, ya sea por los ataques de los enemigos de afuera –los herodes de turno y sus esbirros reales o virtuales-, ya sea por los enemigos de adentro –nuestras propias pasiones y las estructuras que gestionamos cuando no están abiertas al perdón y a la caridad evangélicas.
Cuidar a los Soñadores es, en primer lugar, cuidar al Patrono de todos ellos, cuidar al que con sus sueños atentos a la voz del ángel del Señor, cuidó a Jesús y a la Virgen de todos los peligros.
En los sueños, como dice Guardini, la imaginación late sin represiones al ritmo de las pulsiones de la vida. Soñamos así imágenes clarísimas en su pulsión y veladas a la vez en su significado, que expresan nuestras pasiones primarias: deseos, miedos, amor y odio, alegría y angustia…
Cuando el Amor de Dios entra en los sueños de alguien como San José, entra en su imaginación con todo el Ímpetu Vivificante de su infinitud y crea imágenes poderosas que son las que llevaron a José a actuar con fortaleza y seguridad. San José visualiza sin dudar cuándo tiene que “tomar al Niño y a su Madre y huir a Egipto”, cuando tiene que regresar y dónde se tiene que establecer. San José es fortalecido en la raíz emotiva y lúcida de su ser más íntimo y sabe a quién tiene que “tomar consigo” y de quienes se tiene que “apartar y huir”. Esto se le da “instintivamente” y “sobrenaturalmente”. En una unión sin confusión ni división que sólo Jesús –verdadero Dios y verdadero hombre- puede suscitar en sus más cercanos.
De allí proviene la serenidad y la mansedumbre en medio de angustias y persecuciones, que admiramos en San José. De allí su prudencia, que lo hace hombre justo –ajustado a la Palabra-. De allí su previsión. Podríamos decir que su silencio total está en proporción a la magnitud de su sueño: es el silencio absoluto necesario para “no despertar al sueño”, para estar siempre atento al Sueño en el que el Padre se le revela.
San José está “evangelizado en sueños”, es decir, en lo más primitivo y básico que es a la vez lo más alto de su ser espiritual. Nosotros leemos el evangelio y vamos interiorizando con ayuda de la gracia y de la contemplación, las imágenes y los mensajes que nos transmite. Y cuando logramos “visualizar” una imagen clara ¡qué lindo que es!, cómo sentimos que esa imagen nos pacifica y nos fortalece, nos da luz y nos ayuda a discernir y a enfrentar la vida. Pues bien, en San José esta gracia se le da “en sueños”. En vez de “soñar miedos” se le da la gracia de “soñar seguridades”. Seguridades hondas de que será liberado de todo mal, aunque no de toda tribulación. Así como la Virgen fue preservada de todo pecado de una vez para siempre, San José es preservado renovadamente, de sueño en sueño, de toda incertidumbre en lo que respecta a “tener consigo” a Jesús y a María. Ese instinto que todo padre tiene –con sus más y sus menos- para detectar lo que puede poner en peligro a los que ama y para salir a defenderlos, en San José está “consagrado” y “conducido” de manera constante e infalible por el ángel que está siempre despierto en sus sueños, creando en su imaginación los mensajes que José pone en obra al despertar.
Para nosotros, cuidar a San José Soñador, es cuidar al que cuida nuestro sueño más lindo: el de tener con nosotros –soñando las cosas del Padre- al Niño Jesús y a la Virgen que “vela” sus sueños (Teresita tenía a San José y a la Virgen como sus “veladores”).
Y junto con el cariño y los actos renovados de fe y de confianza ciega con que cuidamos a San José Soñador, también tenemos la tarea de cuidar a los otros Soñadores.
Cuidar en la Iglesia a los que sueñan las Obras de Dios y nos invitan a ponerlas en práctica.
Debemos cuidarlos. Porque no es automático Soñar ni está libre de atentados y cansancios.
Todos los grandes Soñadores sienten la tentación de cansarse cuando los que se sumaron a sus sueños de Tierra Prometida, a mitad de la jornada, empiezan a soñar con los ajos y las ollas de Egipto, como le pasó a Moisés.
Abraham, nuestro padre en el sueño de la Fe, siguió soñando contra toda esperanza en la Tierra y la descendencia –en Jesús-. Pero su sobrino Lot fue tentado con sueños propios y Abraham le tuvo que repartir la herencia.
Podemos recorrer la Escritura desde este filón y encontraremos ricos tesoros. Se pueden reunir todos en los hijos del Padre Misericordioso: cada uno con su sueño mezquino no termina de sentirse alegre de cuidar y colaborar con el sueño común del Padre, que sigue soñando con la Fiesta y con que todo lo mío es de ustedes.
Para cuidar a los Soñadores primero hay que descubrirlos. Hay muchos que ni se enteran de que tienen al lado un Soñador y no lo aprovechan. No se dan cuenta de de que un Soñador aparece rara vez en la humanidad, a veces uno en cada generación (nosotros hemos sido coetáneos de esa gran Soñadora que fue Madre Teresa) y en cada pueblo.
Y descubrir a un Soñador sólo lo logra el que ha descubierto su propio sueño y le es fiel en lo poco, como dice el Evangelio. Esta fidelidad al sueño auténtico –el talento de la parábola- nos salva de las ensoñaciones –que son sueños vanos- y de las pesadillas –esos sueños de terror- y también del escepticismo, que es un sueño que se cree despierto. La fidelidad a nuestros sueños auténticos nos salva también de esa tendencia tan argentina que consiste en idolizar a los que nos hacen soñar y, luego, cuando vemos que no responden siempre como desearía nuestra vanidad, nuestra tendencia destructiva se vuelve voraz y devastadora.
El que se concentra empecinadamente en ser fiel a su sueño de servicio pequeño erradica de su boca la crítica y el chusmerío porque sabe que los Soñadores que sueñan los sueños de Dios no reemplazan sino que necesitan de los sueños pequeños de cada uno.
Cuidar a los soñadores quiere decir que, una vez descubiertos, hay que apoyarlos, siendo fieles a los propios sueños y sin distraernos en espiar los sueños de los demás. El que cuida su sueño pequeño de cuidar a un patroncito una hora a la noche, cuida al que sueña muchas Casas de la Bondad.
El que descubre y cuida los sueños pequeñitos de los pobres (el sueño tapado de que alguien se acuerde de su cumple y de que se lo festeje!, por ejemplo), cuida el Sueño de San José, de que todos los jesusitos del mundo se sientan parte de la Sagrada Familia.
Diego Fares sj