El seguimiento del Señor y la honra (13 C 2022)

Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su Ascensión al cielo, Jesús se encaminó decididamente (puso rostro firme) hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de él. Ellos se pusieron en camino y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. 

Pero no lo recibieron porque su rostro era como de quien iba a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?» Pero él se dio vuelta y los reprendió. Y se marcharon a otro pueblo. 

Mientras iban marchando por el camino, alguien le dijo a Jesús: «¡Te seguiré adonde vayas!» Jesús le respondió: «Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.» Y dijo a otro: «Sígueme.» El respondió: «Permíteme que primero vaya a enterrar a mi padre.» Pero Jesús le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ponte en marcha, anuncia el Reino de Dios.» Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero primero permíteme ir a despedirme de los míos.» Jesús le respondió: «Uno que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el Reino de Dios» (Lc 9, 51-62).

Contemplación

Miramos a Jesús en marcha. Todo el pasaje respira camino en subida. Llega el tiempo de subir al Padre y para Jesús el camino pasa por la subida a Jerusalén donde le espera la Cruz. Y nada puede detener al Señor una vez que se ha decidido y se ha puesto en marcha. 

Leemos este pasaje desde la perspectiva de “honrar” al Señor, la única cosa que pidió el Corazón de Jesús a Santa Margarita María: «Si supieras cuánta gloria le da a este amable Corazón y cuán grande será el premio que dará a los que sólo pretendan honrarle!… Sí. creo que esta sola intención acrecentará más el mérito de sus acciones delante de Dios, que cuanto pudieran hacer sin esa aplicación y pureza

Cada vez que miramos a Jesús podemos “corregir” nuestra intención y, no importa hacia que fin se haya ido y qué bien esté buscando, redirigirla al único bien: “honrar” al Señor. Eso es lo que a Él le interesa, y dice que redunda en grandes gracias para nosotro y para los que queremos. Honrar a Jesús. 

Esto es precisamente lo que no hacen los samaritanos, que no lo quieren en su pueblo y sin hacer mucho escándalo les dicen a los apóstoles que prefieren que Jesús no entre en su espacio, es decir  que se vaya. Es un gran desprecio y gran parte del mundo simplemente tiene esta actitud con Jesús: que no entre en nuestro espacio, que se vaya. Sin pelear ni discutir, pero no lo queremos. Los “hijos del trueno”, como les habían apodado a Santiago y a Juan, quieren detenerse a castigar a esta gente, pero el Señor apenas si le concede al episodio una mirada de reproche a sus discípulos y sigue su camino. Pero eso no significa que no le importen estos “desprecios”. Solo que los deja para el Juicio. En ese día el Señor se fijará en quiénes lo recibieron y quiénes no. No solo se fijará en os que no recibieron a los pobres, sino también a quienes no lo recibieron a Él en Persona.

Pero en vida el Señor no pierde tiempo en castigar. Si en un lado no lo reciben, se va a otro. El viene a salvar. Con el simple gesto de darse vuelta para retarlos y seguir adelante, el Señor marca el estilo para el que quiere anunciar y poner en práctica el evangelio. Se concretará en esa consigna que les da Jesús a los setenta y dos discípulos: “Si en un pueblo no los reciben, sacudan hasta el polvo de ese lugar de sus sandalias y vayan a otro lugar donde sí los reciban”. El cristiano está llamado a no quedarse parado pensando cómo castigar, sino a seguir adelante buscando dónde dar.

Luego el evangelio nos hace mirar a tres personas con las que el Señor se encuentra mientras va de camino y que no aciertan en lo que es la intención principal que el Señor desea de un seguidor: que lo honre.

Miramos al seguidor entusiasta (que quiere meter al Señor en algún proyecto suyo)

El primero es uno que se ofrece a seguirlo: «Señor, te seguiré adondequiera que vayas». En qué se puede sentir que este seguidor entusiasta no está del todo en la onda de “honrar” al Señor? Yo diría que hay cierta autosuficiencia en ese “a donde quiera que vayas”. De hecho, solo unos pocos estuvieron con Jesús cuando murió en la Cruz, que es a donde el Señor iba. Jesús le responde que Él no tiene dónde reclinar la cabeza. Es decir, no va a ningún lado, en el sentido de tener un proyecto en el que el seguidor se pueda integrar a hacer alguna tarea. Esto vino después, lo de armar obras y proyectos de caridad donde los discípulos hacemos cosas. Pero seguir a Jesús es más que eso y la intención debe ser siempre la de “honrarlo” en lo que hacemos. Honrarlo significa que se note que hacemos las cosas en su Nombre, con su Gracia y para Gloria suya. 

Jesús le hace ver que Él hace todo para “honrar” y “glorificar” al Padre. Te seguiré adonde quiera que vayas. Jesús va al Padre. Y todo el tiempo hace las cosas que la agradan al Padre. Y el Padre va haciendo que “todas las cosas tengan a Cristo por Cabeza” (Ef 1, 10).

¿En qué se nota que en el ofrecimiento generoso de este discípulo hay una tentación de no honrar como se debe al Señor? Creo que se aclara si miramos al segundo.

Miramos al seguidor “cumplidor” (que antepone a Jesús sus valores sagrados)

Este es uno a quien Jesús en persona le dice “sígueme”. Hay que detenerse un poco en lo que esto significa. Estamos ante una llamada en primera persona, como las de los otros discípulos, como la del joven rico… El diálogo es conciso y picante: 

“Y dijo a otro: «Sígueme.» El respondió: «Permíteme que primero vaya a enterrar a mi padre.» Pero Jesús le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ponte en marcha, anuncia el Reino de Dios.»” 

Aquí el Señor hace ver lo que está en el centro del seguimiento: el anuncio del Reino, que urge siempre. Al llamado en clave personal el otro opone un deber sagrado, enterrar a su padre (no es que hubiera  muerto ese día, sino que el hombre pide cuidarlo hasta que muera y luego quedar libre). La respuesta de Jesús es fuerte: deja que los muertos entierren a sus muertos. Esto significa, siento yo, que el Reino es lo único vivo y lo demás está “muerto”, en el sentido de que lo que no entra en el Reino no tiene vida eterna. 

Ahora bien, ¿en qué “no honra” al Señor este discípulo? Creo que aquí se ve clara una tentación que sigue estando presente en nuestra vida de Iglesia: es la tentación de oponer “valores” a la “persona viva de Jesús resucitado”. Lo que honra a Jesús es ponerlo en primer lugar y hay muchos que se dedican a ponerlo en segundo lugar. En el primero va la tradición, alguna costumbre, el código de derecho canónico, los dogmas, los ritos, los deberes, como el que este hombre sentía que tenía para con su papá. Honrar al Jesús vivo es, como dice Jesús, dejar que los muertos entierren a sus muertos (que estas tradiciones sigan su curso) y uno salir a la calle a anunciar que anda suelto un Jesús vivo con el que uno se puede encontrar y que te cambiará la vida. Después que te encuentres con su bondad vendrán los deberes. Serán cosas que se impondrán por sí mismas. Pero lo importante es acercar a la gente a la Persona viva de Jesús. Y esto implica muchas veces saltarse algunos deberes por un tiempo.

Así, si este “no honra debidamente” a Jesús porque le antepone un deber (aunque sea un deber sagrado), el primero no “honra debidamente al Señor” porque le antepone algún proyecto que se ve que deja abierto pero imagina con ese “adonde quiera que vayas”. Los que se ofrecen tan incondicionadamente suelen luego mostrar la hilacha y sacar a la luz “su proyecto” que estaba escondido y en el que “reclinaban la cabeza”, como le dice Jesús, que “le descubrió la almohada”.

El Señor tiene uno solo que es el de dar su vida para salvarnos y llevarnos al Padre y el que lo sigue se debe ir adaptando a él.

Miramos al servidor con condiciones pequeñitas que no se hace cargo de lo que es el Reino

El tercero que se ofrece parecería que escuchó a los otros dos y también las respuestas de Jesús. Entonces pone una condición pequeñita: “Te seguiré, Señor pero permíteme primero ir a despedirme de los míos». Es interesante lo que sucede aquí. El Señor, a este le dice directamente que no es apto para el anuncio del Reino. A los otros los trata duramente, pero a este simplemente lo descarta. Al menos eso siento yo, que lo descarta educadamente. La imagen que usa Jesús apunta a que “no le toquen lo absoluto del Reino”. Apenas uno pone la mano en el arado (apenas se decide) ya no puede mirar atrás. Si mira atrás no es que “comete un pecado”, sino que simplemente “no es apto”. Es decir: o no ha mirado bien lo que es el Reino y no está fascinado por su riqueza y sus desafíos, o no se conoce bien a sí mismo y esos de los que quiere despedirse pesan mucho más en su vida de lo que creía. 

Este no honra al Señor al usar explícitamente esa palabra “primero”. “Permíteme primero”. El Señor no le puede permitir esto. Pero él no tendría que haberlo pedido. Esto es lo que “no honra bien” al Señor. Que uno no se dé cuenta de que hay cosas que no se pueden pedir a una Persona como Jesús. El Señor está dando la vida, yendo a la cruz y este le pide dar un saludito a los suyos. Como que no tiene nada que ver lo que pide. Es decir: el solo hecho de que estos seguidores le pongan condiciones ahí nomás al seguimiento es algo que “no honra” como corresponde al Reino y a Jesús. Y esto es lo primero!

Contrapongamos lo que sienten algunos santos cuando el Señor los llama o los consuela. Pablo: “Repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo;  y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón.  Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga?”. Me encanta ese primer “quién eres, Señor”. Pablo se da cuenta ante quién está. Y luego, temblando y temeroso: qué quieres que haga?. Pablo es uno que sabe esto de “honrar” primero la persona de Jesús.

Pedro: El Señor tiene con él un trato enteramente personal. La tarea de pastorear a las ovejas va unida a lo primero que es la amistad con Jesús.

Magdalena: No hablemos de Magdalena, para la cual la persona de Jesús es lo primero y el Señor la tiene que “despegar” diciéndole que lo suelte para luego darle la misión de ir a anunciar el Reino. 

Lo mismo pasaba con la gente sencilla, que reconocía la persona del Señor y lo alababa y seguía más allá de las cosas que podían obtener de Él.

Termino con una consideración de Hans Urs von Balthasar. Al ver lo que Jesús hace por nosotros sentimos dos cosas: cómo puede ser que yo sea digno de Jesús y cuánto me he perdido de Él».

Diego Fares sj