
“Todavía tengo muchas cosas que decirles,
Pero ustedes no las pueden sobrellevar ahora.
Cuando venga, el Espíritu de la verdad,
El los guiará a la Verdad total:
porque no hablará desde sí mismo,
sino que lo que oiga, eso hablará, y les anunciará lo por venir.
El me glorificará a Mí porque recibirá de lo mío
y se lo anunciará a ustedes.
Todo lo que es del Padre es mío.
Por eso les digo:
Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes” (Jn 16, 12-15).
Contemplación
A nosotros, “Verdad total” nos suena excesivo. ¿Qué sería la Verdad total? ¿Conocer el sentido de la vida de toda la humanidad…? ¿La verdad de cada persona…, de todo el universo…?
Nadie tiene la verdad total, afirma el paradigma actual. Y tiene razón. Lo que sucede es que no se trata de “tenerla”, sino de “irla descubriendo”, según como nos la vaya revelando el Espíritu. “Cuando los arresten… no se preocupen de antemano por lo que van a decir. Solo hablen lo que Dios les diga en ese momento, porque no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu Santo” (Mc 13, 11).
¡Al fin uno que no habla de sí mismo¡: el Espíritu Santo
En este pasaje, hay una revelación de Jesús acerca cómo es el Espíritu: se trata de Alguien que no habla de sí mismo. ¡Al fin Alguien así! nos sale espontáneamente exclamar. El Espíritu es un “apasionado de Jesús”. Sólo habla de Él. De un Jesús que tampoco hablaba mucho de sí mismo, y sí en cambio del Padre. Jesús es un “apasionado del Padre”. De su Padre que es también nuestro y del cual teníamos (¿tenemos?) a veces una imagen un poco mezclada. Es verdad que se ha perdido la imagen del juez severo, pero hoy sale mucho en tono de burla, por supuesto, la imagen de “un señor que nos mira todo el tiempo y que ha preparado un infierno para muchos, que durará toda la eternidad”. Esta es una imagen que siento que se repite en algunos medios.
No es la imagen por la cual Jesús dio su vida. Jesús nos da otra imagen totalmente distinta: resulta que nuestro Padre es un Padre misericordioso, cercano y tierno que no se cansa de llamar a la vida y de perdonar a todos sus hijos.
La primera “verdad total”, en la que nos sitúa el evangelio de hoy, no es una verdad mediática ni tampoco “científica” (sobre la existencia de Dios y sus características), sino una verdad personal. Tri-personal. Y la característica que destaca Jesús de estas Personas (y que parecería secundaria), no es el poder mirar desde arriba todo lo que hacemos ni tampoco el ocuparse de crear infiernos. El Dios de Jesús es un Dios en el que las tres Personas no hablan de sí mismas, sino que cuentan a otros lo mejor del Otro.
Se trata de una característica humilde pero que dice mucho de una persona (y más si son tres).
¡Qué lindo que haya Dos que lo comparten todo!
La verdad de “las cosas”, que también nos revelan Jesús y el Espíritu a lo largo del evangelio, es importante, pero no tanto como la verdad más personal. Es verdad que a nosotros nos interesa saber qué cosas nos puede dar Dios. Jesús nos enseña algo con respecto de esto cuando narra cómo el Padre Creador viste a los lirios del campo y alimenta a los pájaros del cielo. La verdad de que el Padre “sabe lo que necesitamos”, es reconfortante para nosotros que salimos a trabajar y que tenemos que planear la vida de nuestra familia. Pero los detalles personales que revelan cómo es nuestro Dios son más importantes que las cosas que Dios nos da. Aquí viene bien escuchar esta otra verdad que el Señor nos revela hoy y que el Espíritu confirmará. Jesús nos enseña que Ellos -el Padre y Él- lo comparten todo: “Todo lo que es del Padre es mío”. Esta es una segunda verdad que complementa la otra, tan admirable e interesante: “Ellos no hablan de sí mismos y lo comparten todo!”
He aquí una imagen de Dios no muy habitual, pero sí bien evangélica. Es una imagen interesante, digo, no solo para conocer a estas Personas divinas, sino también para conocernos a nosotros mismos y conocer todo lo demás, ya que se trata de una característica que de alguna manera compartimos.
Toda verdad es dialogal y nace en un corazón que es “co-corazón”
Me explico. Cuando uno charla con un esposo o una esposa es común que en algún momento se termine hablando de la otra persona; o de las otras, si la familia tiene hijos. Y si habla un consagrado/a o un sacerdote es común que se termine hablando del Obispo o de los superiores/as. Como dice con una sonrisa un Obispo amigo a sus curas: yo sé que cuando ustedes se juntan yo estoy en medio de ustedes (porque le están sacando el cuero).
La verdad es dialogal porque nuestro corazón es dialogal. Nuestro corazón comienza a latir en el cuerpo de nuestra madre (es el primer órgano que se forma) y ambos corazones hablan; o más bien al comienzo “se escuchan”, aprenden a emparejarse y armonizarse, dialogando con su sonido hasta que aprendan a dialogar con palabras.
Así vemos que lo más importante no son las palabras de la mamá y del hijo o la hija (que hablan de cosas), sino los corazones mismos que son “co-corazón”.
Y esta es una tercera verdad que se desprende de las otras dos (que no hablen de sí mismos y que lo compartan todo): No existe en el universo un corazón solo, una persona sola. Y esto porque no existe un Dios solo, sino un Dios Trino. De aquí que ser con otros constitutivamente no sea un límite nuestro, sino una riqueza. ¡No existimos solos! Por tanto, a la hora de entrar en nuestro interior o de hablar con los demás, hay que tomar conciencia de este nuestro ser dialogal y “no hablar de nosotros mismos, sino compartir (primero la palabra y luego todo) con los demás”. Es la base humana que le irá permitiendo al Espíritu revelarnos la Verdad total de la que habla Jesús.
Una Trinidad menos abstracta
Vamos ahora a un pequeño problema práctico. En la misa de la Santísima Trinidad siempre he sentido una disonancia al escuchar el canon cuando me habla de que no son una Persona sino Tres en una sola naturaleza. La frase me parece más de mis lecciones de filosofía que del momento de la consagración. Dice así la oración:
Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno
Que con tu único Hijo y el Espíritu Santo
eres un solo Dios, un solo Señor; (Yo hasta aquí voy bien).
no una sola Persona, sino tres Personas
en una sola naturaleza (Aquí, cuando aparece la “naturaleza” ya me empiezo a “abstraer” porque me parece que la palabra es más para la filosofía que para la liturgia).
Y lo que creemos de tu gloria,
porque tú lo revelaste,
lo afirmamos también de tu Hijo,
y también del Espíritu Santo,
sin diferencia ni distinción (esta parte también me da devoción).
De modo que, al proclamar nuestra fe
en la verdadera y eterna Divinidad,
adoramos tres Personas distintas,
de única naturaleza e iguales en su dignidad (Aquí pierdo el Objeto. No sé bien a quién adorar y me tildo…).
Sé que es una oración echa para “aclarar las mentes de la gente, insistiendo en explicar que no son tres dioses sino uno solo etc. Estas oraciones vienen más de estar peleando contra los herejes (en alguna época esto nació contra los arrianos) más que adorando a nuestro Dios.
Si pienso que es el Espíritu el que guía a la Iglesia y que en su pedagogía llena de sabiduría ha querido usar ese momento de la misa para “aclararnos” lo de las tres Personas y la única naturaleza, está bien. Siempre lo he aceptado así. Pero eso no quita que esa oración me “distraiga” y me haga perder la devoción en las misas de la Trinidad de las que salgo “abstracto”, esa es la palabra.
Uno sólo conoce la verdad total de alguien cuando lo ama y es amado
Es que uno sólo conoce la verdad total de alguien cuando lo ama y es amado.
Cuando dos personas se casan, por ejemplo, se prometen fidelidad y respeto para toda la vida. Si lo viven día a día, esas personas pueden decirse la una a la otra que se dijeron la Verdad total y que la vivieron.
Seguramente que esa verdad total tendrá límites, tanto en su formulación como en la manera de vivirla. Sin embargo, ese límite no le quita nada a la verdad total.
La verdad de un amor total está entera en el sí quiero de los esposos (o de los consagrados con votos):
al inicio, está entera como promesa;
cotidianamente, está entera en cada pequeño gesto;
al final, está entera como acción de gracias por lo compartido.
Jesús existió de verdad
Volviendo al Evangelio: qué lindo no tener necesidad de contar toda nuestra verdad porque tenemos a Alguien que nos quiere y que la contará mejor aún de lo que podríamos contarla nosotros. Si Otro cuenta, Jesús se puede concentrar en vivir las cosas. Y así se mete en la Pasión con todo su amor y con toda su creatividad, esa que lo lleva a inventar ese gesto del Lavatorio de los pies, la cosa más increíble que se le hubiera podido ocurrir a un Dios-hombre que será crucificado al día siguiente. ¡Y la Eucaristía! Quedarse con nosotros como Pan partido y sangre que será derramada y que a nosotros se nos da en una copa bajo la especie del vino.
La dinámica de la Eucaristía hace imposible olvidar a Jesús. Jesús existió de verdad. Sea que uno crea en su divinidad o no, estos gestos suyos son históricos. La alianza que forjó en tres años con esos doce hombres que fueron sus apóstoles es más histórica que todos los pactos y alianzas que han hecho los hombres con más capacidad de convocatoria.
Y qué lindo también tener a Alguien con quien uno comparte todo, como Jesús con el Padre. Compartir todo es posible sólo para Dos que se auto-poseen. Nosotros no podemos compartir “todo” con otro porque no nos auto poseemos. No sabemos qué será de nosotros mañana… No somos dueños de muchas de nuestras pasiones, que nos llevan al egoísmo, aún sin que lo queramos. Jesús y el Padre, en cambio se auto poseen serenamente y lo comparten todo, también en paz. Y a nosotros se nos da la gracia de entrar a participar de esta comunión.
Un discípulo y una discípula de Jesús son personas que no hablan de sí mismas sino del Señor resucitado. Y que lo comparten todo.
Diego Fares sj