¿Sabías que tienes un corazón ? Un lugar nuevo para el Espíritu que sopla Jesús (Pentecostés C 2022)

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «!La paz esté con ustedes¡» Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. 

Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. 

Jesús les dijo de nuevo: «La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.» (Jn 20, 19-23).

Contemplación

En el mosaico vemos a Jesús que sopla el Espíritu desde su corazón… y junto con Él nos abre un nuevo “lugar” para recibirlo: un odre nuevo.

Odres nuevos que no sabíamos que teníamos

En este tiempo estoy meditando sobre “el lugar” de Dios en nuestra vida, en nuestro corazón y en nuestra cultura. Tiene mucho de ese cenáculo en el que estaban encerrados los discípulos: el lugar de nuestro Dios es un lugar con las puertas cerradas por temor. Lo tenemos medio encerrado al Señor. Nos da miedo manifestarlo. 

De hecho, los cardenales eligieron al papa Francisco porque habló abiertamente de ese miedo y de Jesús que golpea a la puerta, pero para que lo dejemos salir. Paradójicamente, haciéndolo salir y anunciándolo a la gente es que lo descubrimos en toda su bondad y plenitud. 

El Espíritu viene a nosotros en Pentecostés, pero no para que formemos un grupito intimista, sino para que lo llevemos a “perdonar pecados” a toda la gente, a todos los pueblos. 

Los textos sobre el lugar

La cuestión es que los discípulos estaban “con las puertas cerradas”, tanto para que Jesús resucitado pudiera entrar como para que pudiera salir. Pero , como dice Juan al comienzo de su evangelio: “El Espíritu sopla “en el lugar que quiere” (Jn 3, 8). Y el Señor viene lo mismo, aunque estemos con las puertas cerradas. Nuestro corazón es suyo y Él sabe cómo entrar cuando considera que es el momento oportuno, el tiempo de gracia. 

También se habla del lugar en ese pasaje tan lindo de la samaritana, que pregunta a Jesús por el “lugar” donde uno tiene que adorar a Dios y el Señor le responde que el lugar es el corazón: allí donde uno “adora en espíritu y en verdad, sinceramente” (Jn 4, 23). 

Esto del lugar es algo que le preocupa a Jesús. Por eso asegura que “va a prepararnos un lugar” (Jn 14, 3) y se juega la palabra: “si no fuera así, se los habría dicho”. Y en la cena, el Señor le pide al Padre que “estemos en el lugar donde Él está, que nos ponga con Él” (Jn 17, 24).

Ignacio y el recuerdo de cuando el Padre lo puso con su Hijo

Aquí, los que seguimos la espiritualidad de los Ejercicios, tenemos una gracia especial: porque esto de “estar donde está Jesús” es la gracia que el Padre le dio a Ignacio en la famosa visión de La Storta, cuando “lo puso con su Hijo” y le “imprimió en el corazón el nombre de Jesús”.

Así lo cuenta Hugo Rahner: “(Es la época en que) Ignacio que está redactando en las Constituciones el tema de la pobreza. Ante su espíritu está de nuevo Jesús, la única cabeza de la Compañía; siente cómo el nombre de Jesús está grabado en su corazón; y entonces sube ante su espíritu con nueva fuerza la experiencia de La Storta. Ignacio escribe: «Al preparar del altar (porque trabajaba sus temas en la misa), viniéndome en pensamiento Jesús, (sentí) un moverme a seguirle, pareciéndome internamente (que) , siendo Él la cabeza de la Compañía, (ese era el) mayor argumento para ir en toda pobreza (y pesaba más) que todas las otras razones humanas […] y pareciéndome en alguna manera ser (una gracia) de la santísima Trinidad este mostrarse o hacerse sentir de Jesús, me vino a la memoria cuando el Padre me puso con su Hijo. Al terminar de (re)vestirme, (seguía) con esta intención: de que se me imprimierra más el nombre de Jesús, y esto con mucha fuera y sentir que me confirmaba en adelante, con lágrimas y sollozos».

Tenemos así como un videíto del lugar de Ignacio en el que “el Padre lo pone con Jesús” muchas veces, luego de que lo hizo en la Storta. Sus amigos dcían que esa gracia “redundaba en ellos”: “Esta gracia y luz de su alma se manifestaba en un modo de peculiar resplandor de su rostro, en una claridad y seguridad de sus actividades en Cristo, con gran admiración de todos nosotros y gran consolación de nuestro corazón; y sentíamos como que se derivaba a nosotros un no sé qué de esa gracia». Así también nosotros, podemos pedir a Ignacio, nuestro maestro del corazón a través de los Ejercicios y de la dirección espiritual de tantos jesuitas, que “un no se qué de esa gracia” se desborde en nosotros, en nuestra oración y en la seguridad que el discernimiento da a nuestras actividades.

Un Jesús que viene y un Espíritu que lo sitúa y le hace lugar

Volvemos a nuestro pasaje de este domingo de Pentecostés:

“Reciban al Espíritu Santo», les dice Jesús resucitado a sus discípulos. E inmediatamente infunde en sus corazones, con un Soplo, al dulce Huésped interior. Que es uno que “se hace su propio lugar allí donde quiere”. Este es “el punto” de nuestra meditación de Pentecostés: Vemos interactuar a Jesús y al Espíritu de manera maravillosa. El Señor resucitado “es Espíritu”, Espíritu encarnado, que 

sigue “viniendo a nuestra historia”, que 

sigue “estando todos los días con nosotros en la Eucaristía”, que 

sigue “hablando” y confirmando al que anuncia sus Palabras de Vida, sus bienaventuranzas y parábolas que iluminan y edifican la vida de los creyentes. 

Y el Espíritu es el que “sitúa” a Jesús que viene y dice “en este lugar sí, en este, por ahora no, como vemos en todo el libro de los Hechos.

El Espíritu es el que “hace sentir” que Jesús está. Nos lo hace sentir a cada uno a su manera. 

Ignacio nos cuenta cómo a él, Jesús “le viene en pensamiento”. Y se da cuenta que es Jesús porque ese pensamiento “lo mueve a seguirlo”. 

También este “hacerse sentir de Jesús” le viene como gracia de la Trinidad. Y le activa la memoria, reforzándole la gracia grande que tuvo cuando sintió que “el Padre lo ponía con Jesús”. 

Y vos?

Y a vos, ¿cómo se te hace sentir Jesús? Porque para cada uno tiene su manera y hay que buscarla, pedirla y descubrirla en la oración contemplativa.  

Esta es la gracia para pedir hoy, en la fiesta de Pentecostés. Le pedimos al Espíritu, que interactúa maravillosamente con Jesús, que “nos concrete su presencia”, que la haga “sensible”, anunciable, practicable. 

Esta es la gracia de ese gran himno que canta hoy de manera especial la Iglesia, el Veni Creator:

Ven Creador, Espíritu Divino, 

a visitar las almas de tus fieles. 

Ven a llenar con la gracia de lo alto 

el corazón de los que Tú creaste. 

Tú, que te llamas Paráclito 

(el que está a nuestro lado, defendiéndonos), 

Don del Dios Altísimo, Fuente plena, 

Caridad, Crisma espiritual, 

Fuego que te das en siete Dones, 

Índice de la Mano Paterna 

(que nos señala el lugar de la presencia de Jesús) 

Prometido del Padre.

Ven a poner en nuestros humildes labios 

los tesoros de la Palabra, 

Ven a encender con tu luz nuestros sentidos,

(Los sentidos espirituales que nos hacen sentir y gustar las cosas del Señor)

Ven a infundir tu amor en nuestro corazón, 

Ven a fortalecer con tu fuerza inquebrantable 

la flaqueza carnal de nuestro cuerpo. 

Ven a repeler al enemigo muy muy lejos, 

Ven a darnos tu paz y tus dones sin demora, de modo tal 

que así, conduciendo previamente Tú cada jornada, 

evitemos todo lo nocivo.

Que por Ti sepamos del Padre
conozcamos también al Hijo

y en Ti que eres de ambos el Espíritu

Creamos con Fe en todo tiempo.

El Soplo de Jesús, como su Bendición, llega a todos: nos envolvió a nosotros y entró en nuestro interior, cuando el sacerdote nos impuso las manos y sopló sobre nuestras cabezas el día de nuestro Bautismo y nuevamente en la Confirmación. Es un Soplo que sigue soplando suavemente en todo corazón con cada buena moción del buen espíritu. El Espíritu del Padre y del Hijo. El Espíritu de los Dos.

Este Soplo no solo “efunde” el Espíritu, sino que también “le crea su lugar”: nuestro corazón nuevo. El Espíritu el Señor lo da con el Odre nuevo. Por eso es que no hay que preocuparse acerca de “dónde lo alojaremos”. Más bien será Él, el Espíritu, el que, al venir a hospedarse en nuestro corazón nos hará lugar a nosotros. ¿Sabías que puedes habitar tú también en este “lugar” exclusivo que Jesús, con su soplo, creó en tu corazón para su Espíritu?

No hay lugar en la cultura humana para el Espíritu, no conocen que tienen corazón

La cultura -antigua y moderna- no sabe bien qué hacer con el corazón. Los griegos sentían que su corazón era una instancia superior, de síntesis y de vida, de conocimiento profundo… pero lo veían demasiado variable, demasiado “afeccionado” (diría Ignacio) a las pasiones. Es verdad que el corazón tiene dominio “político” sobre los sentimientos y pasiones. No puede “mandar” sobre ellas despóticamente, pero sí negociar. No siempre gana. El corazón termina haciendo lo que las pasiones quieren, muchas veces. 

Los filósofos preocupados por lo que pueden “controlar” y sistematizar, tampoco saben muy bien cómo definir el corazó ni qué rol darle. Lo distinguen del intelecto y de la voluntad, pero esta distinción lo reduce, ya que el corazón “le da un plus” al intelecto, eso sí, no en todo conocimiento sino cuando se trata de conocer otro corazón. Allí no vale la ciencia ni los análisis: para conocer un corazón hay que jugarse el propio, aceptar el testimonio del otro (porque los corazones “dan testimonio de sí y de su verdad”) y “creer con fe” en lo que nos afirma. El corazón también le da un plus a la voluntad. Nuestra voluntad quiere el bien, y cuando obtiene lo que necesita se goza y se pacifica. El corazón, cuando se trata de otro corazón que se nos dona como bien, agrega el propio don y se dilata, crece, se hace a imagen del otro. Por eso el amor y el conocimiento de corazón son más que el simple amor y conocimiento de las cosas comunes (menores en valor al propio corazón). 

Pues bien, el Corazón del Padre y del Hijo es el Espíritu. ¡Y lo primero es recibirlo…, hospedarlo… pero para que salga y nos saque consigo! Esta es una caridad del Señor que no quiere ser ocupante abusivo de nuestro interior, como si uno dijera: “Y ahora que se que están habitando en mi interior desde siempre, qué hago, cómo les digo que no los atendí, que no me ocupé…”. Todo pensamiento de este tipo es de mal espíritu. Es para evitar esto que el Señor “inventa” la eucaristía y nos hace “pedir” cada vez al Espíritu que “venga”. El Señor no está todo el tiempo en nuestro interior, sino que “viene” una y otra vez, a sus tiempos, y espera a que libremente lo invitemos. Espera nuestra madurez espiritual. ¡Eso no quita que, cada vez que viene, nuestro corazón quede “dilatado” y por tanto esperando más de la próxima vez!

Permitirle al Espíritu que sea nuestro Dulce Huésped interior no se hace “sentándolo” a la mesa (aunque Él puede sugerirlo y entonces sí), sino dejando que tome el control y nos saque del centro: lo hospedamos “haciendo” lo que nos dice, pensando lo que nos sugiere, levantándonos a hacer lo que nos pide…. 

Él entra a habitar como Maestro interior y como Conductor o director espiritual. No viene como “par”. Y cuando entra a habitar en nosotros, Él es quien nos hace ver de manera nueva todo lo demás y hacer cosas que no pensábamos. Cosas quizás comunes, pero que lo alegran a Él, porque las encamina hacia el bien común uniéndolas a las acciones de tanta gente buena que lo sigue incondicionalmente: los santos de la puerta de al lado, como los llama Francisco. 

Cuando uno “siente” una moción y “aparece” (por decir que se hace sentir) la palabra interior que nos dice: “esto puede ser del Espíritu”, lo primero es hacer ahí nomás lo que nos dice. No poner la distancia del pensamiento, que retarda todo, sino la cercanía cómplice de la buena acción realizada bajo su guía. Después uno puede agradecer que se haya dignado “decirnos” algo y también que nos haya dado la disponibilidad para seguir inmediatamente su inspiración. Primero se lo sigue -con obediencia amorosa, como le gustaba decir a Ignacio-, luego se piensa. Esa es la lógica con Él. 

Diego Fares sj