De corazón, como Yo los he amado (Pascua 5 C 2022)

Después que Judas salió, Jesús dijo: «Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros (Jn 13, 31-35).

Contemplación

“Ámense como Yo los he amado. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos”. Amarnos “así como Él nos amó”. Solemos agregar: hasta dar la vida. Esa es la esencia, el corazón de su amor. Pero hay mil detalles que rescatar. Y lo hacemos con gusto en la contemplación: los detalles que hacían que el amor de Jesús fuera algo especial, algo único que ahora quiere “derramar en nuestros corazones con el Espíritu que nos da”.

Lo primero, siempre que se trata de hacer o pedir algo en Nombre de Jesús, es invocar al Espíritu. Él es el que “administra” digamos así, los dones que el Padre puso en el Hijo. Le pedimos al Espíritu, nuestro compañero invisible pero que se hace sentir, que nos “ilumine los ojos del corazón” (Ef 1, 17-18) para poder conocer internamente a Jesús. Así nuestro amor será  un amor más “de corazón”, un amor sincero y como es, no un amor de compromiso.

Ahora miremos un momento el lugar que eligió Jesús para dejarnos el mandamiento del amor: es el cenáculo, esa “sala grande en el piso alto de una hospedería”, el mismo lugar en el que quiso lavar los pies de sus amigos y darse a sí mismo en la Eucaristía. Es un lugar muy especial para todos y allí -en ese clima – resuena este mandamiento de que nos amemos como Él nos amó.

Consideremos ahora la situación en la que se encontraban. Fue “después que Judas salió” que Jesús les habló del amor. Justo en el momento de la traición. Dentro del lapso largo de su vida, cuando va a terminar el movimiento de “bajada” (Encarnación)  y va a comenzar el de “subida”, su vuelta al Padre- Jesús elige lo que a nuestros ojos es quizás el peor momento para hablar de amor: justo cuando uno de los suyos sale a venderlo!

¿Qué sentiría Jesús? Estaba conmovido, nos dicen los testigos. Acababa de hablarle a Judas dejándolo en  libertad de acción y le pidió solo una cosa: “Lo que vas a hacer, apúrate a hacerlo rápido».  

Focalicémonos en el Señor: no se queda abstraído por la conmoción del momento. Deja de mirar la puerta por la que salió Judas (era de noche) y se vuelve con infinita ternura a los otros once: «Hijitos» los llama. Los mira a cada uno y les dice -imaginamos- con tono de pena: «Ya no me queda tiempo», «ya no estaré con ustedes»… “Donde yo voy, ustedes no me pueden seguir”. Y agrega ahí: “Les doy un mandamiento nuevo…”.

Nos detenemos en ese “les doy”. No se trata de un dar como cuando se da una orden. No es tampoco un dar como cuando se da un consejo. Se trata de dar la herencia: es la última voluntad de alguien que va a morir, su último deseo, lo que más le importa. Veremos la misma preocupación por el amor cuando le pregunte tres veces a Pedro si lo ama. Por eso escuchamos la Palabra con atención para que este mandamiento –que sintetiza todo lo que pretende Jesús de nosotros (que recibamos y pongamos en obra este amor suyo especial- resuene en nuestro corazón con toda su riqueza.  

Toda la Riqueza de este amor

A veces, de tanto escucharlo, reducimos la riqueza del mandamiento del amor. Amar como Él, amar con su amor (no con el nuestro, tan mezclado y cambiante), amar con el amor que Él nos da como don. Cómo es el amor de Jesús?

De un amor fiel

Su amor es fiel. El Señor les dice: «Uno de ustedes me va a entregar», y pone sobre la mesa la posibilidad de que fueran varios o todos (de hecho casi todos lo abandonarán de una manera u otra). Y sin embargo, Él mantiene su amor por el grupo que eligió. Si ellos no son fieles, Él es fiel. El mandamiento proviene, pues, de la convicción del Señor de que ese es el camino. 

Ama de corazón

 El Señor agrega esa pequeña frase que lo cambia todo, que renueva el amor de arriba abajo, como un vestido de fiesta, como un corazón nuevo: “Como Yo los he amado, también ustedes ámense mutuamente”. Junto con su fidelidad, tan sabrosa, lo que se me ocurre es que nos amó y nos ama “de corazón”. Esto equivale a decir que nos ama “como personas”. Antes de amar esta o aquella cualidad o utilidad, antes de criticar tal o cual aspecto de nuestra personalidad, el Señor nos ama como personas, y esto solo se puede si uno ama de corazón, es decir íntegramente. Y paradójicamente esta es una gracia muy grande y algo muy importante que comenzó a reclamar la cultura actual, en la que se visibiliza y hace sentir su voz mucha gente que se siente “diversa” en sus opciones y creencias y reclama ser al menos respetada como persona. Y si es posible, ser amadas de corazón. Cada uno desea pensar como quiere y hacer sus opciones libremente y pide ser respetado como persona antes que nada. Justo lo que el Señor quiere dar la sociedad lo comienza a reclamar!

En el así llamado himno de la caridad escrito por san Pablo, vemos algunas características de este amor “de corazón” que el Papa nos dejó en Amoris Laetitia

El amor de corazón es paciente (evita agredir).

El amor de corazón no se irrita ni lleva cuentas del mal.

El amor de corazón es servicial (concentrado en poner en obras el amor)
el amor  de corazón no tiene envidia de nadie (porque goza de su amor),

El amor de corazón no hace alarde (no se la cree).

El amor de corazón no es arrogante (no se agranda).
El amor de corazón es amable (no maltrata),

El amor de corazón no busca su propio interés,
El amor de corazón no se alegra de la injusticia,
sino que se regocija con la verdad.

…..
El amor de corazón todo lo disculpa,
El amor de corazón todo lo cree,
El amor de corazón todo lo espera,
El amor de corazón todo lo soporta» (1 Co 13,4-7).

Estas son las características del amor de corazón, que mira a la persona del otro antes que a sus cualidades o defectos 

El que ama de corazón es paciente: (magnánimo, en el sentido de alguien   que tiene un “gran corazón”, como solemos decir). Esto lo muestra en que “evita agredir”. Es «lento a la ira» (Ex 34,6). Cuenta hasta cien. Este ser lento para enojarse es propio de la vida de familia que tiene paciencia a cada miembro y es lo contrario a las actitudes del mundo competitivo, donde el que se enoja y pega primero gana.

El que ama de corazón no se irrita. “Paroxinetai” es esa violencia interna, esa  irritación no expresada que nos coloca a la defensiva frente a los otros, como si fueran enemigos. Alimentar esa agresividad íntima -masticar bronca- no sirve para nada. Sólo nos enferma y termina aislándonos. El amor de corazón evita agredir porque “no se da manija”, no se irrita interiormente todo el tiempo.

Una receta para no andar masticando broncas es “no llevar la contabilidad  de las cosas malas”. El que ama de corazón dejar pasar muchas cosas (casi todas, salvo la injusticia); hay que saber olvidar lo malo y concentrarse en lo bueno, en lo positivo. Consolarse en los buenos, como dice que hace el papa Francisco cuando ve mucho mal en torno, consolarse en la gente buena.

El que ama “de corazón” “no se alegra en la injusticia” (jairei epi te adikía). No deja que arraigue en su interior algo muy negativo: esa actitud venenosa del que se alegra cuando ve que se le hace injusticia a alguien. Esto es muy bajo (y más común de lo que pareciera). Contra eso, está la otra frase de Pablo: el que ama de corazón “se alegra y regocija con la verdad“ (sygjairei te alétheia). El que ama de corazón es un tipo o una tipa que se alegra con el bien del otro, que reconoce su dignidad y valora sus capacidades y sus buenas obras. 

Eso es imposible para quien necesita estar siempre comparándose o compitiendo. Cuando una persona que ama puede hacer un bien a otro, o cuando ve que al otro le va bien en la vida, el que ama de corazón lo vive con alegría, y de ese modo da gloria a Dios, porque «Dios ama al que da con alegría» (2 Co 9,7). Nuestro Señor aprecia de manera especial a quien se alegra con la felicidad del otro. Si no alimentamos nuestra capacidad de gozar con el bien del otro y, sobre todo, nos concentramos en nuestras propias necesidades, nos condenamos a vivir con poca alegría, ya que como ha dicho Jesús «hay más felicidad en dar que en recibir» (Hch 20,35). La familia debe ser siempre el lugar donde alguien, que logra algo bueno en la vida, sabe que allí lo van a celebrar con él.

El que ama de corazón tiene una permanente actitud de servicio. Jrestéuetai deriva de jrestós: persona buena, que muestra su bondad en sus obras. Pablo quiere aclarar que la «paciencia» nombrada en primer lugar no es una postura totalmente pasiva, sino que está acompañada por una actividad, por una reacción dinámica y creativa ante los demás. Indica que el amor beneficia y promueve a los demás. Por eso se traduce como «servicial». El verbo «amar» en hebreo: es «hacer el bien». 

Como decía san Ignacio, «el amor se debe poner más en las obras que en las palabras” (Ejercicios Espirituales, Contemplación para alcanzar amor, 230). 

El que ama de corazón no hace alarde ni  se agranda. El término perpereuotai, indica vanagloria, ansia de mostrarse como superior para impresionar a otros con una actitud pedante y algo agresiva. Quien ama, no sólo evita hablar demasiado de sí mismo, sino que además, porque está centrado en los demás, sabe ubicarse en su lugar sin pretender ser el centro. 

La palabra siguiente —physioutai— es muy semejante, porque indica que el amor no es arrogante. Literalmente expresa que no se «agranda» ante los demás, e indica algo más sutil. No es sólo una obsesión por mostrar las propias cualidades, sino que además se pierde el sentido de la realidad. Se considera más grande de lo que es, porque se cree más «espiritual» o «sabio». Pablo usa este verbo otras veces, por ejemplo para decir que «la ciencia hincha, el amor en cambio edifica» (1 Co 8,1).

Es decir, algunos se creen grandes porque saben más que los demás, y se dedican a exigirles y a controlarlos, cuando en realidad lo que nos hace grandes es el amor que comprende, cuida, protege al débil. 

Amar también es volverse amable, y allí toma sentido la palabra asjemonéi.Quiere indicar que el amorno obra con rudeza, no actúa de modo descortés, no es duro en el trato. Sus modos, sus palabras, sus gestos, son agradables y no ásperos ni rígidos. Detesta hacer sufrir a los demás. La cortesía «es una escuela de sensibilidad y desinterés», que exige a la persona «cultivar su mente y sus sentidos, aprender a sentir, hablar y, en ciertos momentos, a callar». Ser amable no es un estilo que un cristiano puede elegir o rechazar. Como parte de las exigencias irrenunciables del amor, «todo ser humano está obligado a ser afable con los que lo rodean». Cada día, «entrar en la vida del otro, incluso cuando forma parte de nuestra vida, pide la delicadeza de una actitud no invasora, que renueve la confianza y el respeto […] El amor, cuando es más íntimo y profundo, tanto más exige el respeto de la libertad y la capacidad de esperar que el otro abra la puerta de su corazón». El que ama es capaz de decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan. Veamos, por ejemplo, algunas palabras que decía Jesús a las personas: «¡Ánimo hijo!» (Mt 9,2). «¡Qué grande es tu fe!» (Mt 15,28). «¡Levántate!» (Mc 5,41). «Vete en paz» (Lc 7,50). «No tengáis miedo» (Mt 14,27). No son palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian. En la familia hay que aprender este lenguaje amable de Jesús.

…..

El elenco del que ama de corazón se completa con cuatro expresiones que hablan de una totalidad: «todo». Disculpa todo, cree todo, espera todo, soporta todo. De este modo, se remarca con fuerza el dinamismo contracultural del amor, capaz de hacerle frente a cualquier cosa que pueda amenazarlo.

Diego Fares sj