Pertenencia y oración (Pascua 4 C 2022)

En aquel tiempo, Jesús dijo: «Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es mayor que todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos uno» (Jn 10, 27-30).

Contemplación

Escuchamos conmovidos cómo Jesús dice “mis ovejas”. Que nuestro Padre nos «ha dado» a Él, nos ha puesto en sus manos. Y Él nos ha hecho suyos. Tanto que nadie nos puede separar. Como dice Pablo: “Quién nos separará del amor de Cristo?” Yo estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rm 8, 36-38).

Jesús afirma que los que somos suyos “escuchamos su voz”. Apela a nuestro sentido de pertenencia: “Somos suyos, a El pertenecemos. Somos su pueblo, ovejas de su grey«. Apela a que nos sintamos suyos de corazón, a que aceptemos lo que Él nos da y cómo nos lo da: que nos amó y dio su vida por nosotros. Se trata de ponerlo en el centro de nuestro corazón y de tomar conciencia de que estamos en el centro del suyo, que Él todo lo hace por nosotros. Si aceptamos su amor, entonces le creeremos y lo seguiremos. Y Él nos dará vida eterna y nada ni nadie nos arrebatará de sus manos.

Es una cuestión de corazón. Nuestra mente nos dice muchas cosas de Jesús. Hay muchas opiniones y no podemos tener un conocimiento que no sea cuestionado. Pero nuestro corazón nos dice más. Nos dice que no hay otro como Él; que vale la pena seguirlo; que sus palabras acerca del hombre y lo que es su realización, personal y social, son únicas y verdaderas; y que es posible creerle en otras cosas que, por parecer más científicas, que no siempre lo son, parecen difíciles de conciliar con la realidad. Nuestro corazón nos dice que Jesús vale la pena! Y hay una Persona misteriosa, el Espíritu Santo, que nos va confirmando todas las cosas. Pero lo hace a su manera, no nos revela todo, sino lo que vamos necesitando para caminar siguiendo a Jesús. Cuando Ellos dos se ponen en acción, el Espíritu y Jesús -presente a través de las palabras de su Evangelio- una fuerza y una presencia mayores todavía confirman nuestra opción por el Señor: es el Padre, son sus manos, de las que vamos sintiendo que nada ni nadie nos puede arrancar. Entre esas manos queremos estar.

Todo esto nos habla de familiaridad con Dios, de familiaridad y pertenencia: En la medida en que le pertenecemos metiéndonos más y más en el modo de comunicarse entre Ellos que tienen Jesús, el Espíritu y el Padre, más conocemos a Jesús, más los conocemos a los tres. 

Y de aquí brota un tipo de oración en la que la pertenencia es lo primero.

……

En la vida de Santa Teresa hay un pasaje muy lindo en el que se nota esta pertenencia. Teresa estaba preocupada por uno de sus hermanos, Agustín, que estaba en nuestras tierras y no andaba bien espiritualmente. Y se le ocurre rezarle al Señor con estas palabras: «Si yo viera, Señor, un hermano tuyo en este peligro qué no haría por remediarlo. Agustín es mi hermano, Señor».

José María Javierre llama a esta oración: «una queja finísima, de mujer enamorada«.

Es una oración que apela a la pertenencia. Nos recuerda la oración de Marta y de María por su hermano Lázaro: “el que tú amas está enfermo”. Los diálogos de la fe se hacen con estos sentimientos, se le dice al Señor primero, que somos suyos y le pertenecemos, que somos de su familia y, luego, se le pide lo que viene al caso. 

Lo simpático del pasaje anterior es que Jesús le responde de la misma manera a Teresa pero para otro asunto. A ella la habían nombrado Priora del convento de la Encarnación, el convento de calzadas del que había salido para fundar su conventito de descalzas -el de San José-. Teresa no veía volver allí como Priora, pero el Señor sí. Y la voz de Jesús se dejó oír en estos términos en su interior: «Hija, hija, hermanas mías son estas de la Encarnación, y tú te detienes… Hermanas son mías, ten ánimo, mira que lo quiero Yo. No es tan dificultoso como te parece. No resistas, que es grande mi poder”. 

Naturalmente, Teresa dio su conformidad y fue. (Javierre dice que la entrada al convento fue como la toma de la Bastilla: le cerraron las puertas (y eso que venía con el Obispo). Entraron por una puertita escondida que ella conocía… Hubo gritos, desmayos y hasta empujones a la santa! Pero Teresa se las ganó con un gesto genial: al otro día, cuando llegó la hora de que le prestaran acatamiento, arrodillándose ante ella sentada en el sillón de la priora, como era la costumbre, en vez de ir a sentarse, puso una imagen de la Virgen de la Clemencia con las llaves del convento en las manos…, y en el sillón de la sub priora sentó a su imagencita de San José, la que siempre llevaba consigo. Y ella se fue a sentar a su antiguo puesto… 

El discursito que les dio decía así: Hija soy de esta casa y hermana de todas ustedes; de todas, o de la mayor parte (eran más de cien) conozco la condición y las necesidades; no hay para que se extrañen de quien es tan propia suya… Solo vengo a servirlas y regalarlas en todo lo que pueda; y para eso espero que me ha de ayudar mucho el Señor, que en lo demás cualquiera me puede enseñar y reformar. Por eso vean, señoras mías, lo que yo puedo hacer por cualquiera; aunque sea dar la sangre y la vida, lo haré de muy buena voluntad”. Javierre concluye: “Han pasado siglos de entonces a hoy, y ninguna priora de la Encarnación ha osado sentarse en la silla prioral de nuestra Señora”.

La narración viene al caso de nuestra contemplación del Buen pastor, no tanto por la anécdota, que es muy simpática, sino por el lenguaje de Teresa con Jesús, del Señor con ella, y de Teresa con sus hermanas. Teresa es buena pastora porque es buena oveja. Por eso, también puede cada uno examinar cómo habla del Señor a los demás. Sentados en que sillón hablamos a los demás. Van juntas la pertenencia a la Trinidad y la pertenencia a las ovejas, al rebaño del que somos parte y en el que tenemos nuestra silla de siempre (y no ninguna otra cátedra, como los fariseos).

Cada uno puede quedarse gustando y saboreando este lenguaje haciéndolo propio. Escuchándose a sí mismo y haciendo memoria de cómo reza. Viendo si lo primero que dice cuando habla con Jesús es: “Aquí está tu hijo, aquí está tu hija”. “Aquí viene a rezarte el que Vos sentís como tuyo Señor”. Aquí están mis hermanos, que son también tuyos…, a los que vos amás. Con un lenguaje de buenos pastores y pastoras.

Protestar pertenencia… a las divinas Personas y a las personas comunes, es el primer paso de toda oración.

Diego Fares sj