Icono de la buena cercanía entre el Señor y la pecadora (5 C Cuaresma 2022)

Jesús se fue al monte de los Olivos. Por la mañana temprano volvió al templo y toda la gente se reunió en torno a él. Jesús se sentó y les enseñaba. En esto, los maestros de la ley y los fariseos se presentaron con una mujer que había sido sorprendida en adulterio. La pusieron en medio de todos y preguntaron a Jesús: –Maestro, esta mujer ha sido sorprendida cometiendo adulterio. En la ley de Moisés se manda que tales mujeres sean apedreadas. ¿Tú qué dices? Esto lo decían tentándolo, para tener de qué acusarlo. Pero Jesús inclinándose hacia el suelo escribía con el dedo en la tierra. Y como ellos persistían con la pregunta, se levantó y les dijo: –El que esté sin pecado de ustedes, que sea el primero en tirarle a ella una piedra. E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Al oír esto, uno por uno, empezaron a retirarse, comenzando por los más viejos, y permaneció sólo, con la mujer allí en medio, parada. Levantando la cabeza Jesús le dijo: – Mujer ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado? Ella dijo: – Nadie, Señor. Dijo entonces Jesús: –Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante ya no peques más (Jn 8, 1-11).

Meditación

Los exegetas dicen que esta escena está interpolada y parece más de Lucas que de Juan. Por supuesto que nadie niega que es inspirada y parte del evangelio. Es como si una hoja de los apuntes de Lucas se hubiera traspapelado entre los escritos de Juan cuando alguien estaba transcribiendo y rezando con el pasaje anterior –en que Nicodemo le dice al Sanedrín “¿Acaso nuestra ley condena al reo si primero no oye su declaración  y viene en conocimiento de lo que hizo?”  (Jn 7, 51)- y el pasaje siguiente, en el que Jesús les dice a los Fariseos: “Ustedes juzgan según la carne; yo no juzgo a nadie. Y aún cuando juzgue, mi juicio es conforme a la verdad; porque no soy solo, sino Yo y el Padre que me envió” (Jn 8, 15-16). 

Pongo esto porque nos anima a la “meditación”, que consiste en buscar el valor principal del texto y relacionarlo con otras escenas del evangelio. Esta “extrapolación” dentro del evangelio mismo como que autoriza a rezar usando este modo: trayendo a colación cosas de otros evangelios que nos ayudan a comprender mejor el mensaje único del Señor. En este caso se trata de un Señor que no juzga. Y que cuando tiene que juzgar – porque de hecho todo lo que uno hace o calla sienta una posición personal – lo hace según la verdad y junto con el Padre.

CONTEMPLACIÓN

Nos fijamos en los movimientos del Señor que dan su ritmo a la acción en esta escena evangélica. El pasaje mismo hace énfasis en la importancia del lenguaje corporal de todos, de Jesús, de la mujer, de los que la acusan y de los espectadores.

A Él lo vemos primero sentado, enseñando a la gente y suponemos que cuando irrumpieron los fariseos arrastrando a la mujer, se puso de pie. Allí comienzan los movimientos del Señor de inclinarse y levantarse. La palabra que usa Juan es “kypto” que quiere decir “inclinado para mirar”,  y le agrega ”katá” –hacia abajo- y “aná” –hacia arriba-. Jesús “katakypsas” –se inclinó- y “anakypsas” –se irguió- dos veces.

Se trata de un agacharse y levantarse que acompañan la acción de escribir y de mirar: Jesús inclina la cabeza y mira el suelo, en el que va escribiendo algo con el dedo. Luego alza la cabeza –no importa si se para o se queda en cuclillas- y mira a los fariseos y escribas. Luego vuelve a inclinar la cabeza para seguir escribiendo. Y cuando en un silencio impresionante termina por no quedar nadie, sino sólo él y la mujer, allí en medio, alza de nuevo la cabeza y le habla con infinito respeto. Notamos que no le dice “te perdono”, sino simplemente “Yo tampoco te condeno”. No mira para atrás. Junto con ella pactan mirar para adelante: “De ahora en adelante no peques más”.

Nos quedamos contemplando al Señor como se inclina, cómo agacha su cabeza, le da la espalda a los que acusan a la mujer y concentra en sí todas las miradas. ¿Qué hace? Está escribiendo con el dedo. El dedo del Señor va dibujando una palabra en la tierra. Alguno trata de pispear qué es lo que escribe. Siempre ha sido un misterio qué es lo que escribía. (Quizás lo más sencillo es pensar que escribía lo que luego dijo: “el que está sin pecado…” o “yo tampoco te condeno…”). Al ver que Jesús no los enfrenta los fariseos quedan, por un momento, desconcertados. Se miran entre ellos. Le han armado un caso. Han ido a buscar a una pecadora y se la han tirado en medio de la reunión, y Jesús se inclina y se pone a escribir sin mirarlos. Recordemos que estamos en un contexto legal duro (que apedrea) y discriminatorio (solo se ocupan de la mujer no del otro adúltero). La mujer tampoco dice palabra. Solloza en silencio, avergonzada. También ella mira a Jesús, de vez en cuando. Está con la cabeza baja. Pero ha dejado de ser el centro. Uno de los fariseos hace señas a otro de que insista. Y se renuevan las exigencias al Señor para que se defina, para que juzgue: “Contéstanos!”. El Señor sigue un instante con su tarea; cuando le parece alza la cabeza –quizá sin necesidad de ponerse de pie- y les responde serenamente y con voz clara: “El que está sin pecado de ustedes que sea el primero que le tire la piedra”. Y sin esperar su reacción, vuelve a escribir en el suelo. El resultado es impresionante: se fueron todos. Es verdad que comenzaron a irse los mas viejos, pero no quedó nadie, ni los discípulos. Debe haber pasado un rato en el que el silencio pesaba como plomo. En algún momento se habrán retirado todos los que quedaban, dándose cuenta de que el Señor quería quedarse solo con la mujer. Jesús escucha, sin mirar, cómo se van todos y cuando siente que están solos, alza de nuevo la cabeza y mira a la mujer.

Los miramos ahora a ellos dos, en este icono de la buena cercanía

La mujer está parada, frente a Jesús y, quizás, como en el icono, se haya arrodillado también ella.

Jesús alza los ojos y le habla. 

Me gusta imaginar que Jesús le habló desde abajo, que se quedó agachado. 

En los tribunales, los jueces se ponen más alto que el acusado y que los acusadores. 

Jesús se pone más abajo que ambos. 

En el reino que trae Jesús el lugar que elige para hablarnos de nuestro pecado es el más bajo y humilde. 

Desde allí nos habla con amor para decirnos que no nos condena y que, en adelante, no pequemos más. El detalle, en el mosaico del P. Marco Rupnik: la mano del Señor, que parece apartar todo lo que molesta para abrirse hacia adelante en este nuevo camino.

Todo esto el Señor lo dice y lo hace agachado.

Es el abajamiento de Dios. Es lo que hace que nos acerquemos a Él los pecadores. 

Y desde ese lugar humilde, desde ahí abajo, nos recrea como el Dios que hace nuevas todas las cosas. 

Reflexión para sacar provecho

Me acuerdo que leí (y a veces he puesto en práctica) que algunos monjes, cuando otro se confiesa, el confesor se pone de rodillas y el penitente permanece de pie o sentado. Recordando esta escena, es justa esa actitud (aunque habría que cambiar la estructura de nuestros confesionarios) ya que reproduce la postura de Jesús ante nuestros pecados. Consuela imaginar que cuando nos confesamos, Jesús se arrodilla junto a nosotros, y juntos, pedimos perdón al Padre. 

También señala la postura que podemos adoptar cuando nos damos cuenta de que estamos opinando sobre otros y juzgándolos: quizás ponernos un momento de rodillas –mientras fluyen las acusaciones-, sea la postura que nos ubique y atempere nuestra indignación. 

……

Dice Francisco: Para un cristiano progresar debe significar abajarse, servir a los demás, “En la Iglesia debe prevalecer la lógica del abajamiento. Todos estamos llamados a abajarnos, porque Jesús se abajó, se hizo siervo de todos. Si hay alguien grande en la Iglesia es Él, que se hizo el más pequeño y el siervo de todos”.

Decía Bergoglio allá por 1984:

Acercarse bien

“Este es, precisamente, el «acercarse bien» propio del cristiano. La manera de «acercarse bien» tiene algo de cualitativo que pone a todo acercamiento religioso (filial, fraternal y paternal) en una dimensión escatológica que lo realiza «de una vez para siempre». Por otra parte, es el mismo Señor quien nos justifica en nuestro «abajamiento». Los fariseos se auto justificaban («Vosotros, que buscáis la gloria unos de otros»: Jn 5,44). El justo solo busca la justificación de Dios, y por ello se «abaja», se acusa. Y así como la justificación nos fue dada por la cruz de Cristo, de manera universal e irrepetible, nuestro andar por el camino del Señor supone asumir también –análogamente– ese «abajamiento» de la cruz. Acusarse a sí mismo es asumir el papel de reo, como lo asumió el Señor cargado por nuestras culpas. El hombre se siente reo, merecedor. De ahí que san Ignacio sea tan cuidadoso en aconsejar «humillarse y abajarse» a quien está en consolación (cf. Regla 11 de discernimiento de espíritus, EE 324), no sea que el gusto por el consuelo lo lleve a alzarse con un mérito que no les es propio.

Diego Fares sj

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