
Jesús lleno del Espíritu Santo volvió del Jordán y era conducido por el Espíritu en el desierto, adonde estuvo cuarenta días, y era tentado por el diablo. En todos esos días no comió nada, y acabados ellos sintió hambre. Le dijo entonces el diablo: –Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan.
Jesús le respondió: –Está escrito: No sólo de pan vivirá el hombre.
Y lo elevó a un lugar alto y le mostró todos los reinos de la tierra en un instante de tiempo. Y le dijo el diablo: – A ti te daré el poder de esta totalidad (de reinos) y la gloria de ellos, porque a mí me lo han dado y se lo doy a quien quiero. Si tú te postras en adoración ante mí, será tuyo todo.
Jesús respondió: –Está escrito: al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él servirás dándole culto.
Entonces lo llevó a Jerusalén, lo puso en el pináculo del templo y le dijo: –Si eres Hijo de Dios, tírate abajo desde aquí; porque está escrito:
‘Dará órdenes a sus ángeles para que te guarden’; y también: ‘te llevarán en brazos y tu pie no tropezará en piedra alguna’.
Jesús respondiéndole le dijo: –Está dicho: No tentarás al Señor tu Dios.
Y habiendo dado fin a toda tentación, el diablo se retiró de él hasta otro tiempo oportuno (Lc 4, 1-13).
Contemplación
Rezando con las Tentaciones del Señor en el desierto, que guían nuestro camino de cuaresma, me pegó fuerte la segunda, la que se refiere al poder. El demonio revela el secreto del poder: se lo han dado y él se lo da a quien quiere. Y la condición es adorarlo. Adorar al Maligno! ¡Qué acto tan secreto y personal se esconde detrás de las muestras de poder como las que vemos en los que declaran guerras y en los que los enfrentan tibiamente (y les venden armas!), pero en el fondo son iguales, ya que tienen las mismas ambiciones!
En este tiempo la prensa ha demonizado a Putin. Y él demoniza a sus adversarios. Al decir esto, sentimos la fuerza desenmascaradora que tiene el relato evangélico. Uno siente que detrás de estos señores de la guerra hay algo demoníaco. Y es verdad. Más allá de que podamos medir en qué grado y con qué expresiones se realiza esto, podemos afirmar que allí donde se deciden guerras hay, escondidas de alguna manera, actitudes de adoración y culto al demonio, que sostienen la voluntad de no dialogar, de no ceder.
Este podría ser un lema que describa en lenguaje ignaciano esta segunda tentación -la del poder-: Somos creados no para el servilismo al que nos ata el poder, sino para la Adoración amorosa al Dios que nos hace libres.
El Señor rechaza de plano la propuesta del demonio diciéndole: “Está escrito: al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él servirás dándole culto”. Lo que el Señor desenmascara es la relación entre poder y adoración. La adoración toca esa dimensión de nuestro corazón que es exclusiva para una Persona: Dios. Solo se adora a Dios.
Ahora bien, en los actos que muestran una actitud de adoración a cosas o personas, en el fondo uno se adora a sí mismo, ya que busca una recompensa como la que el demonio promete a Jesús. Pero el punto es que cuando el demonio obtiene de alguien esta sumisión de lo más hondo y personal suyo, como es esto de ante quién uno se arrodilla para darle culto y servirlo, se apodera de esa persona y la usa para su plan de destrucción.
Es natural que todos “protejamos” esta dimensión última y, si negociamos hacer algún mal para obtener un beneficio, tratemos de no comprometer nuestro ser más íntimo y de conservar nuestra libertad. Pero con el Maligno no es sencillo. Imaginemos que si se nos dice que con el demonio “ni siquiera tenemos que dialogar” (Francisco) lo que puede implicar expresarle nuestra adoración! Poner en sus manos nuestro “sí” más pleno y total es un suicidio. Ni más ni menos. Esto, por supuesto, no es algo que uno haga así nomás o todos los días. Pero una actitud de condescendencia con el Maligno que se extienda a lo largo de la vida puede hacer que en algún momento clave uno se encuentre con esta opción dura y cruda: adorar al demonio o adorar a Dios. Y sobre la mesa estén “todos los reinos de este mundo” (o al menos algún reino que he conquistado con esfuerzo y que no quiero soltar por nada del mundo). Y allí la cosa se vuelve peliaguda, porque uno no quiere soltar las riquezas, la fama o el poder obtenido y puede ser capaz de hacer cualquier cosa para conservarlos.
Por eso, y a esto simplemente es a lo que queremos llegar con la argumentación que pudimos hacer, la adoración a nuestro Dios y Señor y el aborrecimiento del demonio deben ser actitudes constantes en nuestra vida. Cuanto más alabemos, hagamos reverencia y adoremos a Jesús, al Padre y al Espíritu Santo, mejor. Y si en algunas cosas podemos demostrar nuestro aborrecimiento y rechazo absoluto del mal y del demonio, mejor también. Hemos sido creados para la adoración amorosa a Dios, no para los servilismos a los que nos somete el poder.
Decíamos que el Señor desenmascara la relación entre adoración y poder. Y, lo que es más concreto aún, desenmascara la relación entre poder y “culto” personal. Buscar lugares de más servicio, donde no haya sombra de que buscamos el culto personal es una manera concreta de rechazar el poder que da el demonio y tiene como contracara la gracia de quedar libres para adorar a Dios.
Es importante esta relación entre culto y poder porque no se trata de renunciar a todo poder. Hay un poder que es legítimo y que permite servir mejor al bien común. Este poder busca la mayor gloria de Dios y no la propia y se opone al demonio de manera más radical que si solamente oponemos poder vs servicio. Es decir: si para estar seguros de no caer en la tentación de adorar al demonio, rechazamos todo poder y dejamos que lo ejerzan otros. No es tan sencillo. Cada uno debe buscar y discernir cuál es el grado de poder bueno que le permite servir mejor a los hermanos y dar gloria a Dios.
Aquí se nos ilumina todo un ámbito de la vida de los santos que a veces no valoramos por considerar que son cosas meramente anecdóticas. Nada de eso! Cuando Brochero pone la piedra fundamental de la casa de Ejercicios y dice “Te jodiste Diablo”, ese acto de desprecio personal al demonio es la contracara de un acto de adoración amorosa y personal a Dios nuestro Señor. Es así en lo más hondo y es bueno decirlo fuerte, públicamente: “Te jodiste Diablo!”
Ignacio, cuando narra su retiro en la Cueva de Manresa, nos presenta un tiempo (que dura unos meses) de “Tentaciones”. Y él lo abre y lo cierra con una mención al Demonio que se le aparece en forma fascinante (una figura llena de ojos y colores) y que le da mucha consolación. Pero cuando esta imagen desaparece vienen otras tentaciones que lo zarandean. Al final, Ignacio cierra el discernimiento diciendo que viendo encima de esta linda figura la Cruz y también que los colores no eran tan lindos como parecían, “tuvo un “muy claro conoscimiento, con grande asenso de la voluntad, que aquel era el demonio” y, “después muchas veces por mucho tiempo le solía aparecer, y él a modo de menosprecio lo desechaba con un bordón que solía traer en la mano” (Autobiografía 31).
Lo que nos interesa a nosotros es el “menosprecio explícito” que le hace Ignacio al Maligno cada vez que puede. Lo valoramos como la contracara de una actitud de constante adoración a Dios. Son esos detalles que permiten ver que una virtud está consolidada porque no solo trabaja “en defensa”, diríamos, sino también “en ataque”. Y con buen humor, como Brochero e Ignacio.
Diego Fares sj