Nada puede impedirnos que seamos magnánimos con nuestros enemigos. Si lo somos, el Padre le pone su sello a nuestra benignidad ( 7 C 2022)

 

Pero a ustedes que me escuchan les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, oren por los que los calumnian. Al que te pega en una mejilla, ofrécele también la otra; y a quien te quite el manto, no le niegues la túnica. Da a quien te pida, y a quien te quita lo tuyo no se lo reclames. Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes. Si aman a los que los aman, ¿qué mérito tienen? También los pecadores aman a quienes los aman. Si hacen el bien a quien se los hace a ustedes, ¿qué mérito tienen? También los pecadores hacen lo mismo. Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores se prestan entre ellos para recibir lo equivalente. Ustedes amen a sus enemigos, hagan bien y presten sin esperar nada a cambio; así su recompensa será grande, y serán hijos del Altísimo. Porque él es bueno para con los ingratos y malos. Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso. No juzguen, y Dios no los juzgará; no condenen, y Dios no los condenará; perdonen, y Dios los perdonará. Den y Dios les dará. Les verterán una buena medida, apretada, rellena, rebosante porque con la medida con que midan, Dios los medirá a ustedes (Lc 6, 27-38).

Contemplación

Es importante tener en cuenta que “amar a los enemigos”, incluso con un pequeño gesto, como el de prestar algo y no reclamarlo, no es una cuestión así no más. Uno no llega a veces a tener estos gestos con los que ama, imaginémonos cuando se trata de un enemigo! Estamos lejos de ser como nuestro Padre Misericordioso. En vez de “hijos del Altísimo” muchas veces, por nuestras bajezas, parecería que somos hijos del mundo o directamente del maligno, que nos lleva a cultivar venganzas en el corazón en vez de magnanimidad y benignidad.

De todas maneras, para ir entrando en el espíritu del amor a los enemigos, es importante discernir bien una cosa: el tiempo o ámbito en el que el Señor nos pide esta actitud.

Estamos en el ámbito de la Pasión. Digo esto porque no se trata de tener un “amor universal a los enemigos”, cosa que si alguno la proclama los atraería y encima se nos burlarían!, sino que es una actitud muy concreta, que se da en algunos momentos de la vida con mayor exigencia y en otros no.

En la anterior contemplación, sobre las bienaventuranzas para acercarse, descubrimos un criterio que es propio de la “encarnación”: no hay límites ni condiciones para acercarse a Jesús, a la misericordia redentora de Jesús. Todos nos podemos acercar a esa fuente, nos podemos acercar todo lo que queramos, en cualquier momento, como estemos. Especialmente a último momento, como hizo el buen ladrón y se ganó el cielo. Esto es lo que nos dicen los que “se tiraban” al paso del Señor para que los tocase, el paralítico que desbloqueó el techo, la pecadora que entró en la casa del fariseo y lo ungió con perfume sin mirar a nadie más… Se trata de un criterio de cercanía para sobrevivir. La encarnación es la mayor cercanía de Dios con nosotros y cuando Dios se acerca viene con algunas gracias, que pueden ser eficaces instantáneamente.

Aprovechamos para consolidar un poco más esta gracia propia de la encarnación. Se trata de gracias que, por un lado, pueden aparecer en cualquier momento: cuando el Señor ve que nuestro acercamiento es cuestión de vida o muerte, por ejemplo, como pasó cuando se le puso al lado a la adúltera  para que no la apedrearan; o porque algo ha madurado y es hora de la  cosecha, es el momento oportuno, como cuando se subió a la barca y se llevó a los discípulos mar adentro con Él. Pero, por otro lado, hay tiempos ov. ámbitos de encarnación, como el de la inculturación en otro pueblo, en que estas gracias se hacen mas lentas y requieren tiempo.

Estamos hablando del criterio que hay que tener para ver la “dosis” -la medida- de Encarnación que necesita una gracia: el tiempo de crecimiento, que a veces es largo como el de una semilla y otros veces es como el de la levadura que fermente la masa en una noche. Por eso es por lo que en algunos casos el Señor responde inmediatamente y en otros nos hace esperar.

Entonces: en el ámbito de la encarnación, en el ámbito de las bienaventuranzas para acercarnos, nos podemos acercar todo lo que queramos a la Misericordia del Señor y Él responderá siempre (a veces instantáneamente, a veces más a la larga). El secreto aquí es que “no hay límite para la cercanía a su misericordia, ni para una persona ni para un pueblo y si nos hace esperar, no es por defecto nuestro o desatención suya sino porque la situación lo requiere, así que ¡confianza!

Hay gracias de Encarnación que necesitan años -o toda la vida- para que el Señor las pueda hacer fructificar de manera pública. El beato Charles de Foucault, por ejemplo, intentó durante toda su vida sin éxito fundar una comunidad religiosa (quería que su casa “Fraternidad” fuera también casa de todos). Hoy tres congregaciones se fundan e inspiran en su espíritu y en sus reglas: Hermanitos de Jesús, Hermanitas de Jesús y Hermanitas del Sagrado Corazón del Padre Foucauld.

Vemos, pues, que los criterios no son meramente “lógicos” en el sentido de que se puedan abstraer conceptualmente y para convertirse en criterios “sistematizables”. Más bien hay que “intuir” en la oración si estamos en un ámbito de inculturación (lento, a largo plazo); o de Misericordia (inmediato, a corto plazo); de Pasión (gracias interiores de fortaleza y de paciencia, más que gracias exteriores de que se resuelva rápido un mal -aunque esto siempre hay que pedirlo, para que al menos el Señor lo neutralice o nos de una tregua cuando el mal es muy grande-).

Cuando uno intuye el ámbito en que está se aclara más el modo de comportarse del Señor y uno comprende mejor lo que tiene que pedir y lo que puede esperar.

En el evangelio de hoy estamos en el ámbito y en el tiempo de “la Pasión”. Aquí no se trata tanto de cómo recibir la misericordia de Jesús, sino más bien de cómo ser misericordiosos con quienes no lo son con nosotros. El secreto es que para dar testimonio del evangelio a los enemigos o a los que no nos quieren, tiene que haber algo “más”, un “plus” en nuestra capacidad de resistir el mal y en nuestra manera de combatirlo solo con el bien. El criterio pedagógico que el Señor pone aquí tiene el  “signo” del “más”: si Uds. no aman más, no les creerán. También los pecadores aman con el amor de retribución -doy y espero que me des en consecuencia algo parecido-. Y también tiene el signo de “combatir el mal solo con el bien, sin hacer ningún mal”.

Hijo del Altísimo

Para poder tener estas actitudes, Jesús nos hace mirar alto: solo quien es y se comporta como “hijo del Altísimo” tiene esta benignidad y esta magnanimidad, propias de nuestro Padre Misericordioso, el “El Elyon” el Dios Altísimo, que manda sobre todo y tiene poder sobre todo y lo ejerce con Misericordia, nunca con mezquindad o maldad.

La gracia “discernida” de la Encarnación es que nadie nos puede “impedir” o “robar” o “disminuir” la cercanía con Jesús. La gracia “discernida” de la Pasión es que nadie nos puede “impedir” ser magnánimos con nuestros enemigos. Si lo somos, nuestro Padre lo certificará. Le pondrá su sello a nuestra benignidad. Como un Padre al que un enemigo le cuida un hijo se lo agradecerá siempre, así nuestro Padre agradece que amemos a nuestros enemigos (que son hijos suyos!!!), para darle tiempo a Él para que los salve. Como vemos, no se trata de “reglas universales para amar a los enemigos”. Se trata de buscar que el otro se convierta a ese amor más grande, el del Padre que no tiene enemigos, salvo el maligno.

Diego Fares s.j.



 

 

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