Tironcitos desde arriba (5 C 2022)

Estaba Jesús en cierta ocasión junto al lago de Genesaret  y la gente se agolpaba para oír la palabra de Dios.  Vio entonces dos barcas a la orilla del lago;  los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.  Subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que la separase un poco de tierra. Se sentó y estuvo enseñando a la gente desde la barca.  Cuando terminó de hablar, dijo a Simón:
–Navega mar adentro y echen sus redes para pescar.
Simón respondió:
–Maestro, hemos estado toda la noche trabajando sin pescar nada, 
pero como tú lo dices, echaré las redes.
Lo hicieron y capturaron una gran cantidad de peces. Como las redes se rompían, hicieron señas a sus compañeros de la otra barca para que vinieran a ayudarlos. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían.  Al verlo, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús diciendo:
–Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador.
Pues tanto él como sus hombres estaban sobrecogidos de estupor ante la cantidad de peces que habían capturado; e igualmente Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Entonces Jesús dijo a Simón:
No temas, a partir de ahora serás pescador de hombres.
Y después de llevar las barcas a tierra, dejado todo, lo siguieron
 (Lc 5, 1-11).

Contemplación

Lo primero que hay que decir en esta contemplación (yo no lo sabía hasta ahora) es que el término que usa Lucas para “pescador” es zōgréō (de zōos, vivo; y agreúō, «capturar, pescar»), propiamente significa “capturar vivo”, pescar vivo. Figurativamente significa: rescatar a la vida. Jesús nos pesca vivos y para la vida. Y así quiere que pesquemos a otros. El punto focal de la imagen es ese “giro” o “cambio súbito” de lo que estaban haciendo -limpiar las redes, en ese momento- para seguir al Señor. Pero para seguirlo no en un trabajo de oficina, por decir algo, sino en una tarea que es similar a la suya de pescadores. Solo que en vez de “pescar vivos” los peces del lago con ese tirón que los saca del agua, pescarán hombres, lo sacarán del lago de la vida que llevan para hacerlos vivir en la vida propia del Reino de los Cielos. 

Y cómo es esa vida en el Reino a la que somos pescados en el momento justo (tengamos en cuenta que Jesús había convivido con Pedro y sus compañeros durante un año antes de “pescarlos” con su “síganme y los haré pescadores de hombres)? Es una vida cuyos valores tienen un “peso de Gloria”, están “escondidos con Cristo en la intimidad del Corazón del Padre, y están “arriba”. 

En un mundo en que todo “tironea” para abajo (o para un arriba de poco vuelo) Jesús es el que sentís que te tironea para arriba, para todo lo bueno y, dentro de lo bueno, para lo mejor. “Si han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Pongan la mirada  en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque han muerto, y su vida está escondida con Cristo en Dios” (Col 3 1-3).

Se trata por tanto de una pesca “para arriba”. Adán Buenosayres, el personaje del libro del mismo nombre de Leopoldo Marechal nos habla del Jesús de la mano rota que está en la Iglesia de San Bernardo, en Flores, Buenos Aires, como Pescador invisible, el pescador que tironea desde arriba: “Uno está navegando en ciertas aguas oscuras, y de repente se da cuenta que ha mordido un anzuelo invisible. ¿Comprenden? Y uno se resiste, forcejea, trata de agarrarse al fondo! Es inútil: ¡el Pescador invisible tironea desde arriba!”.

Contemplamos la escena del evangelio

Se trata de una pesca. Una pesca de hombres.

Vemos cómo el Señor los pescó, los fue pescando. Así como un papá o una mamá “pescan”  a sus hijitos muchas veces, con toda clase de anzuelos: de regalitos, de mimos y órdenes, de invitaciones, juegos de magia y cariños, así los pescó el Señor a estos hombres que, como chicos, lo siguieron. Paciente como buen pescador fue logrando que se le adhirieran de manera tal que, cuando pegó el tirón, ellos estaban “listos”, totalmente involucrados y comprometidos.

Nos quedamos gustando un momento la imagen de “Los anzuelos de Jesús…”.

Miramos lo que fue haciendo el Pescador.

Cómo con habilidad y paciencia los fue envolviendo con la red de su amistad incondicional. Y como encontraba respuesta, el Señor se iba “metiendo” siempre un poquito más (y ellos lo dejaban). Aquí vemos cómo se les aproxima en medio de su trabajo y se sube a la barca. Les pide una mano, humildemente: que la aparten un poquito de la orilla, para poder predicar… Los anima luego a ir mar adentro, a pescar. Los fascina con su Señorío al indicarles dónde pescar abundantemente. Les quita los miedos y los “asocia” a su misión.

Y ellos, dejado todo, lo siguieron! Para bien de ellos y de todos los que vendríamos después, ya que nos enseñaron a amar a Jesús sin haberlo visto, guiados por esos “anzuelos” que el Espíritu del Señor nos tira para guiarnos y conducirnos. 

Escuchamos lo que dice el Pescador.

  • ¿Podrían alejar un poco la barca de la orilla?

Lo pide como buscando la distancia justa para enseñarle a la gente.

La distancia justa entre Dios y los hombres, que es la distancia que se da en la barca de la Iglesia…

Y se pone a predicar a la gente.

A ellos no les presta mucha atención… Los deja seguir con sus redes.

Como para que les quede claro que Él viene para la gente, para todo los pueblos del único Pueblo de Dios. Para ellos también, por supuesto, pero si los aparta un poco y distingue la barca con su presencia, es para el bien de la gente.

  • Navega mar adentro y echen las redes.

¿Adivinó el Señor que, mientras Él hablaba, ellos pensaban en su trabajo? En que no habían pescado nada y se querían ir a descansar un rato… Con el barullo los peces estarían lejos de la orilla, por supuesto, pero no era momento de pescar.

Allí no estaba la Virgen para recomendarles: “hagan todo lo que El les diga”.

Pero está Pedro, que habla por primera vez y ya tiene esa gracia tan suya de expresar lo que les pasa a los hombres y de jugarse por lo que quiere el Señor: “No hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes”. Simón ya mordió el anzuelo. El “si Tú lo dices” indica que ya prendió en él la Palabra. Todo el corazón de Pedro –como el de María- estará atado para siempre a ese “si Tú lo dices”. Es la frase de los hombres y mujeres que aceptan el anzuelo: “Que se haga en mí según tu Palabra”. El Anzuelo es la Palabra. 

  • “No temas. A partir de ahora serás pescador de hombres”.

Apenas Pedro se reconoce un hombre pecador, Jesús lo convierte en pescador de hombres. Jesús lo saca de un tirón del lago de la auto referencia, por humilde y real que sea, y lo resitúa en el lago de hombre para los demás.

El castellano le hubiera agradado al Señor. Una sola letra se agrega y lo cambia todo. De pecador a pescador.

Tironcitos

Nos focalizamos en ese “tironcito” que sentimos allí donde mordimos algo (un anzuelo) que Jesús nos dijo o nos dio: una persona que se nos confió, una obra de misericordia, un rato dedicado a la oración personal… Luego de la Resurrección del Señor y de su subida a la “intimidad del Padre”, el Espíritu Santo quedó a cargo de “tirar estos anzuelos” y de ir llevándolos. El Padre, el Hijo y el Espíritu obran juntos y lo hacen todo los tres, de una manera misteriosa para nosotros, que necesitamos “desplegar” en varias imágenes este obrar de nuestro Dios. Detrás de esos tironcitos está el Padre que ”atrae a todos a Jesús”; el Señor es propiamente la “carnada” de ese anzuelo que, al tragársela el demonio creyendo que devoraba la vida de Jesús, esa vida le quitó a él todo poder sobre nosotros. Una vez hecho “el trabajo sucio”, digamos así, el Padre lo asegura, dando todo el poder y la gloria a su Hijo y sentándolo a su derecha. Desde esa “intimidad” entre Padre e Hijo surge la atracción y el llamado que el Espíritu Santo convierte en “tironcitos desde arriba”. El nos enseña “toda la verdad” revelándola en el momento oportuno. 

Esos tironcitos están bien representados con la imagen del anzuelo porque, al igual que en el pez que los muerde, producen atracción y hacen patalear. Nos sacan de lo nuestro y nos sitúan en otra parte. En nuestro caso, nos pescan para el reino. Nos ponen decididamente (luego de muchos tironeos) en el “arriba” del Reino, donde los valores tienen el rostro del Padre, de Jesús y del Espíritu. 

Si lo pensamos bien, esta pesca tiene su antecedente. Nuestra experiencia es la del que fue “pescado a la vida”. Sin que eligiéramos, sin que supiéramos ni quisiéramos nos sacaron de un tirón del lago de la nada y nos trajeron aquí, en medio de nuestra  vida concreta en esta época y lugar determinados. Es algo constitutivo nuestro esto de ser “seres pescados”:  Del lago de la nada nos pescaron al lago de la vida. Del lago de la familia nos pescaron al lago de la Iglesia. Del lago de la trabajo propio nos pescaron al lago del apostolado… Siempre con un “tironcito” para arriba. Por eso es que deseamos ser pescados de nuevo, pero por Alguien trascendente, cuyo tirón para arriba tenga carácter definitivo. 

Reflexión para sacar provecho

“Somos” pescadores de hombres. Y cuando no salimos a pescar, seguro que nos encerramos a pecar, como dice el Papa que pasa en la Iglesia con la mundanidad espiritual, que cuando la Iglesia no sale a pescar, mar adentro, se ve invadida por esa mundanidad que mancha su rostro y pretende robarle gloria a Dios. En cambio, cuando el Señor nos encuentra “pescando” se activa su imaginación para realizar esas pescas milagrosas que tanto andamos necesitando.

Diego Fares sj

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