El pueblo de Dios ¡con Jesús en medio! (Bautismo C 2022)

Estando el pueblo expectante todos se preguntaban en su corazón acerca de Juan, si no sería el Mesías -el Cristo-, respondió Juan diciendo a todos: «Yo los bautizo a ustedes en agua; pero viene El que es más fuerte que yo, al cual yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; Él los bautizará en Espíritu Santo y en fuego.»

Y aconteció que, cuando el pueblo se hacía bautizar Jesús también fue bautizado, y estando en oración, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió en figura corporal, a manera de paloma, sobre Él. Y una voz vino del cielo: ¡«Tú eres el Hijo mío, el predilecto, ¡en Ti me he complacido» (Lc 3, 15-16. 21-22).

Contemplación

Lucas nos presenta dos imágenes del Pueblo de Dios: una, es la del Pueblo en “expectación”. Esperando al Mesías. La otra imagen es la del Pueblo “en oración haciéndose bautizar”—.

En ambos casos, Jesús se encuentra en medio de la gente, no escondido sino como uno más en medio de los suyos. Cuando uno está en medio de su pueblo en alguna fiesta o en la celebración de algún sacramento, no se hace notar sino cuando corresponde, cuando le toca a él protagonizar. Es el caso de Jesús que estaba en la fila, con todos los “pecadores” – los que se iban a bautizar – y cuando le toca su turno, se hace bautizar por Juan. 

Corazón expectante

De la primera imagen, me quedo con la palabra “corazón”. El pueblo “se preguntaba en su corazón”. Esta es la manera religiosa de estar de nuestro pueblo, que está atento a los signos de Dios. Tener una pregunta común en el corazón es lo que nos moldea como pueblo. A esa pregunta responde Juan. Él es un profeta que “le habla al pueblo allí donde están las preguntas más hondas de su corazón”. Estas preguntas tienen que ver con el Mesías, con el que viene a salvarnos. El pueblo no “hace teología”, no está estudiando quién es Dios o cómo es. El Pueblo de Dios conoce a su Señor. Y sus reflexiones van por el lado de discernir quién es el elegido ( se preguntan si será Juan) y cuándo comenzará a actuar el Mesías.

Allí, en ese corazón de su pueblo ,como en un pesebre, está habitando Jesús desde hace treinta años, participando de la vida de su Pueblo como uno más, que trabaja, que reza, que celebra y peregrina cada año al Templo… 

Para saber dónde está Dios habitando y actuando hoy”, tenemos que contemplarlo “en el corazón expectante de nuestro Pueblo”. Tenemos que “hacer teología” reflexionando acerca de cuáles son las expectativas de nuestra gente.

Aquí, más que inventar y responder a preguntas así llamadas “teológicas” debemos responder señalando “personas”: acercando a la gente a las personas que “ven su dolor y escuchan su clamor”. Como Juan el Bautista debemos decirle a la gente: mirá que yo “te bendigo con agua”, pero hay uno que bautiza con Espíritu Santo y Fuego. Uno que santifica de verdad, que perdona y sana, que pone en pie y misiona. Uno que te hace sentir su compañía y que viene a liberar a su pueblo. Lo libera de las discusiones inútiles y de los que buscan confundirlo. 

Nuestra misión es señalar al Mesías, a ese “Buen Samaritano colectivo” del que habla el Papa Francisco. Esas personas que son “más que solo ellos”, son personas que piensan y actúan junto con otros y se unen para llevar adelante las obras de misericordia que necesita hoy el mundo. 

Debemos señalar y apoyar a las Personas que conocen las angustias de la gente y se juegan para liberar, sanar, consolar, acompañar. 

¡Personas! El pueblo en su corazón busca otros corazones: los de gente que tenga corazón y desde allí reflexione, sienta compasión, elija intervenir y actúe con obras de misericordia. Personas que reconstruyan y sanen las heridas con misericordia, y que le digan al corazón: “con amor eterno te amaré”. 

Por el contrario, para saber donde “no está Dios habitando y actuando hoy”.

Dios “no está” allí donde se habla de otras expectativas que no son las de la gente. Dios no está allí donde “se discute” de él, donde se discute lo indiscutible”: allí donde alguien obra con misericordia y caridad y se le ponen “peros”.

En oración “gustosa”

La otra imagen es la del Pueblo (con Jesús en medio) en oración. En general se presenta solo a Jesús en oración, pero no es así: estamos en un bautismo general y como sucede en nuestros bautismos, siempre hay mucha gente que participa. Y la gente sabe que está en oración, que está en una ceremonia religiosa. Es allí donde el Pueblo está “en expectación”. Una expectación que se agrega y concentra la vivencia religiosa común. 

Lo lindo es que en esta “oración de expectación” se abre una brecha al Cielo. ¡Se abre el Cielo directamente! Esta es la expectación milenaria de todo el Antiguo Testamento: que se abra el cielo y descienda Dios ha hablar con su pueblo y a ponerse delante de su caminar. Que vuelva el Señor a salir en medio del camino a invitarnos a trabajar en su viña. Que baje corriendo el Padre de su azotea a abrazar al hijo pródigo -nuestro hermano- que vuelve (¡y a salir nosotros con él a abrazarlo también!).

Esta oración del Pueblo de Dios es una oración de “predilección”. Esto se ve en que Dios responde a una pregunta que no se le ha formulado directamente así, pero que “está en el fondo del corazón” de su Pueblo. El Padre señala a “uno que está en medio de la gente desde hace años” y que es “su predilecto”. No es un recién venido ni un improvisado; no es uno que viene directamente de una experiencia celestial y se pone a vivir en medio de la gente. Nada de eso: el Padre señala a un Jesús que está entre nosotros desde niño, desde bebé, desde que lo fueron a adorar los pastores y los magos. ¡Es uno de nosotros! Uno que vive desde hace tiempo entre nosotros. Eso es lo lindo porque extiende la predilección del Padre a todo el tiempo que Jesús ha vivido en medio de su pueblo. (Lo mismo pasará de ahora en más: la predilección del Padre se extenderá a todo el período de tiempo que Jesús resucitado habitará en medio de nosotros, en la sencillez de cada eucaristía y de cada sacramento. Acompañándonos a lo largo de la historia, allí donde uno, en su oración, “teje una historia común con otros”, viviendo un carisma, practicando una espiritualidad, trabajando en un determinado tipo de obras de misericordia -las que perdonan pecados, las que sanan heridas, las que alimentan, visten y acogen y visitan-; y las que enseñan a rezar y a discernir el bien en medio de las ambigüedades de la vida, como dice Francisco.

¡La gente desea un Mesías que lo salve de algunos males y el Padre nos revela un Mesías pleno de vida, de Vida Eterna, que nos vivifica con su Espíritu en todas las dimensiones -personales y comunitarias- de nuestra vida humana!

A Jesús hay que “descubrirlo” como “el Predilecto” en nuestra vida. Como Alguien muy especial. Al que no hay que menospreciar ni mucho menos “ningunear”. Tenemos que cultivar las actitudes básicas del respeto y del valorar la dignidad del Otro para que “brille” y “se nos muestre”. Si a Jesús no lo tratamos como “es” (no solo como se merece, sino como es, simplemente se “vela”, se opaca, pero no por culpa de nadie, sino que es algo parecido a lo que sucede con muchas personas, que, si no las valoramos, no las vemos, así, directamente. Uno se da cuenta a veces cuando mueren o se nos alejan. Pienso que algo de esto pasa con Francisco: hay muchos que directamente “no lo ven”. Y si a Jesús le gusta (y nos juzgará por ello) que “veamos su rostro en el de los pobres” cuánto más le gustará que lo veamos al mismo tiempo “en los que aman a los pobres” y “trabajan por los pobres”. ¡Son dos miradas que van juntas, necesariamente! ¡En los ojos de los pobres veremos a los que los cuidan! En el corazón de los más pobres nos encontraremos con los que los aman y ellos tienen en su corazón. 

Diego Javier Fares sj