Tratar a Jesús como al hijo de José (4 C 2022)

Y Jesús comenzó a decirles:
–Hoy se ha cumplido esta Escritura en los oídos de ustedes.
Todos daban testimonio en su favor y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios y comentaban:
–¿Pero ¿acaso no es éste el hijo de José?
Él les dijo:
–Seguramente ustedes me aplicarán a mí este proverbio: «Médico, cúrate a ti mismo. Lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún, hazlo también aquí, en tu patria».
Sin embargo añadió:
–De verdad les digo que ningún profeta es aceptado en su patria. De verdad les digo  que muchas viudas había en Israel en tiempo de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta, en la región de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel al tiempo de Eliseo el profeta, y ninguno de ellos fue curado, sino únicamente Naamán el sirio. Y se llenaron de ira todos en la sinagoga al oír estas cosas. Y levantándose, lo arrojaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta la cima del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarlo. Pero El, abriéndose paso por en medio de ellos, seguía su camino” (Lc 4, 21-30).

Contemplación

“Pero ¿acaso no es éste el hijo de José?” Como en el evangelio de la Cananea, en la frase provocativa está la clave para abrir un diálogo que podría haber alejado las tentaciones de enojo y habría dado a los paisanos de Jesús el tono justo para tratar al Señor que se les revelaba de manera inesperada. Pero ellos no tuvieron la grandeza de alma de la madre siro-fenicia ni su picardía para convertir lo que parecía una confrontación abierta en una invitación (ella fue la que le hizo notar al Señor que también los perritos comían el pan que los hijos les daban por debajo de la mesa). De alguna manera, Jesús les estaba diciendo: “Claro que soy el hijo de José. Y está bien si me tratan como a su hijo, como a uno del pueblo. Eso es lo que soy, lo que he querido ser al hacerme hombre: el hijo de María y de José, mi padre adoptivo, y uno más entre ustedes, pueblo mío de Nazaret. Estoy orgulloso de ser “el Nazareno”.

Tratar a Jesús como al hijo de José

Tratar al Señor como al hijo de José debió ser, para sus paisanos, tratarlo como uno del pueblo (no como a un advenedizo milagrero). Entre los paisanos tendría que haber salido al frente algún viejo sacerdote a decirle a Jesús, delante de todos, palabras como estas: “Vos, Señor, sos uno de nosotros. Sos de los nuestros. Nosotros no te pediremos milagros como los demás. Para Nazaret, el milagro es que seas de aquí, que te llamen “el Nazareno”. E es tu pueblo, acá podés venir cuándo quieras a descansar, a estar simplemente con nosotros, a estar con tu madre y tu familia. Somos los tuyos”. Pero no sucedió así públicamente. Sin embargo, en el corazón de alguno sí habrán encontrado lugar estos sentimientos.

Tratar a Jesús como “al hijo de José” debió ser para sus paisanos tratarlo  

como a un hombre de trabajo, es decir con respeto. Su padre había sido un hombre de trabajo y Jesús también fue formado así. Por eso no está bien eso de pensar en pedirle que haga los milagros que hizo en otros lados. Es que no todo fue ni es milagro en la vida de Jesús. No todo es milagro precisamente porque lo que el Señor más desea es ganarse la fe de su gente sin necesidad de milagros, por pura autoridad moral. Por eso es que en la vida de Jesús hay tantos años de vida oculta. Muestran de manera contundente hasta que punto quiso Él encarnarse en la vida común de la gente para, desde allí, enseñarnos a adorar al Padre en Espíritu y en verdad y a servir al prójimo gratuitamente. En la vida del Señor la mayor parte fue y es solo trabajo, construcción conjunta con lo que la fe de los otros le posibilita realizar. José -junto con María- tienen que ver con esta cara de la humanidad de su Hijo. José, para ser su padre, lo tuvo que adoptar. Y le tuvo que enseñar a trabajar, a ser y comportarse como el “hijo de un padre trabajador”. Esto quiere decir que: “De San José, Jesús aprendió el valor, la dignidad y la alegría de lo que significa comer el pan que es fruto del propio trabajo”.

Respetarlo y seguirlo en su denuncia contra los que se roban el trabajo de la gente

En Patris Corde el Papa dedica un lugar amplio a la denuncia contra la falta de trabajo. La falta de trabajo no es un problema “natural”, como sería el de una sequía o una inundación, sino un problema político. Y por eso mismo, hoy no se puede trabajar simplemente, no basta con ser fiel al propio puesto y horario de trabajo. Junto con el trabajo propio cada uno debemos luchar por el trabajo de los demás. Desde el propio trabajo se debe luchar para que este se amplíe y no se reduzca. Esto es importante. Ser hijo de un padre trabajador significa, como en muchas partes, ser un luchador. Tiene esta connotación. Como dice el Papa: “José no es un hombre que se resigna pasivamente. Es un protagonista valiente y fuerte. La acogida es un modo por el que se manifiesta en nuestra vida el don de la fortaleza que nos viene del Espíritu Santo. Sólo el Señor puede darnos la fuerza para acoger la vida tal como es, para hacer sitio incluso a esa parte contradictoria, inesperada y decepcionante de la existencia”. “El Evangelio no da ninguna información sobre el tiempo en que María, José y el Niño permanecieron en Egipto. Sin embargo, lo que es cierto es que habrán tenido necesidad de comer, de encontrar una casa, un trabajo. No hace falta mucha imaginación para llenar el silencio del Evangelio a este respecto. La Sagrada Familia tuvo que afrontar problemas concretos como todas las demás familias, como muchos de nuestros hermanos y hermanas migrantes que incluso hoy arriesgan sus vidas forzados por las adversidades y el hambre. A este respecto, creo que san José sea realmente un santo patrono especial para todos aquellos que tienen que dejar su tierra a causa de la guerra, el odio, la persecución y la miseria”.

Ponerse a la altura de un trabajo que el Señor convierte en servicio cualificado, carismático

Ser hijo de un padre trabajador como San José significa ser el hijo de alguien que, como en la fábula de Charles Péguy, pertenece a la raza del tercer picapedrero, ese que está sonriente – radiante – y a la pregunta de “qué está haciendo” responde: “Yo, señor, construyo una Catedral.” Es que, como dice el Papa Francisco: “El trabajo se convierte en participación en la obra misma de la salvación, en oportunidad para acelerar el advenimiento del Reino, para desarrollar las propias potencialidades y cualidades, poniéndolas al servicio de la sociedad y de la comunión. El trabajo se convierte en ocasión de realización no sólo para uno mismo, sino sobre todo para ese núcleo original de la sociedad que es la familia” (PC). 

Dice Francisco: “La persona que trabaja, cualquiera que sea su tarea, colabora con Dios mismo, se convierte un poco en creador del mundo que nos rodea. La obra de san José nos recuerda que el mismo Dios hecho hombre no desdeñó el trabajo”. Además, Jesús nos reveló que “el Padre siempre trabaja” (Jn 5, 17). Por eso, San José tenía que ser un hombre de trabajo ya que debía hacer de “sombra del Padre” para Jesús.

El trabajo, en el Señor, tiene un plus. No es el mero empleo que corre el riesgo de convertirnos en mercenarios, sino el trabajo del buen pastor que sale fuera de hora a buscar a su ovejita perdida. El trabajo, tal como lo aprendió Jesús de José, implica aprender un oficio. Esa es la manera de honrar el propio trabajo. Y el Espíritu Santo a esto le agrega la gracia de que nuestro trabajo se convierta en carisma. Así, pequeñas cosas en la Iglesia adquieren la altura que vivía en su corazón el picapedrero, que sentía que estaba construyendo una catedral.

Tratar a Jesús como al hijo de José, para nosotros, hoy, significa tratarlo dando un paso al costado para dejarlo que se nos acerque junto con su padre. Esto venida de hijo con su padre nos lo humaniza y hace que se caigan falsas posturas que adoptamos ante el Señor por las falsas imágenes que nos hacemos. Ver a Jesús junto con su padre terreno nos hace recordar que Él siempre está y viene a nosotros junto con su Padre celeste. Que Jesús venga con san José nos ubica y a partir de ahí puede salir un diálogo de oración fecunda y alegre. 

Diego Fares sj

Los amigos de Jesús (3 C 2022)

Muchos han tratado de narrar los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares y luego servidores de la Palabra. Por eso, después de informarme diligentemente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.

Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: 

“El Espíritu del Señor está sobre mí,

porque me ha consagrado por la unción.

El me envió a llevar la Buena Noticia los pobres,

a anunciar la liberación a los cautivos

y la vista a los ciegos,

a dar la libertad a los oprimidos

y proclamar un año de gracia del Señor.

Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó.

Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él.

Entonces comenzó a decirles:

«Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura

que acaban de oír» (Lc 1, 1-4; 4, 14-21).

CONTEMPLACIÓN

Miramos a Teófilo

Miramos a Teófilo. “Un tipo abstracto”, podría decir alguno, en el sentido de que más que una persona real parece un título genérico para el que leerá los «Hechos». Pero en la amistad no hay abstracciones. Lo que cada uno cosecha de ella, va a parar a la bolsa común de los amigos, que se complacen en sacar de su mochila cosas nuevas y viejas, como los maestros espirituales prudentes. 

Más allá de quién sea Teófilo, a quien Lucas dedica su Evangelio y el libro de los Hechos, nos apropiamos del significado de su nombre: Teofilo: “amigo de Dios”; y también: “amado de Dios”. Vendría a ser lo mismo, ya que nuestro Dios, cuando ama a alguien, lo hace su amigo.

Teófilo como tipo de persona es aquel que, llegado a cierto punto en su vida, quiere hacer una síntesis. Y una excelente manera de hacer síntesis de la propia vida es “ver quiénes son nuestros amigos”. Es una síntesis especial, ya que no es la síntesis de los títulos o de lo que uno “hizo” en la vida, sino la síntesis de los amigos que uno tiene por gracia. Y Jesús entre ellos.

Teófilo es el tipo de persona que siente a Dios como amigo y, en cierto momento de su vida, como decíamos, necesita,  desea profundizar. Este momento puede (y debe darse) al comienzo de la vocación, pero también es bueno profundizar luego de un camino de ministerio ya recorrido, en el que uno hace un alto en la misión y reflexiona acerca de su amistad con el Señor. Como si le dijéramos a Jesús, dando vuelta sus preguntas: Señor mío, te he pastoreado tus ovejas, ahora dime si me amas como Amigo. 

A este “tipo” de persona decide escribirle Lucas acerca de “los hechos de los apóstoles”, acerca de “las andanzas de los amigos de Jesús”. Y sentimos, entonces, que el evangelio está dirigido a nosotros, a ese Teófilo amigo de Dios que se renueva en cada etapa de la vida y en cada generación de cristianos. Somos ese “amigo de Dios”, pedimos serlo cada vez que, al comenzar nuestra contemplación, pedimos la gracia de “conocer internamente a Jesús, para más amarlo y seguirlo” (EE 104). Conocer internamente es conocer como conocemos a nuestros amigos.

Somos amigos de Dios gracias a otros amigos 

Una primera cosa linda que me brota en la oración es que somos amigos de Dios gracias a otros amigos. El primero fue Abraham, nuestro padre en la fe: “¿No has sido tú, oh Dios nuestro, el que (diste esta tierra) a la posteridad de tu amigo Abraham para siempre?” (2 Cro 20, 7).

En Abraham, todo Israel es “amigo de Dios”: “Y tú, Israel, siervo mío, Jacob, a quien elegí, simiente de mi amigo Abraham;  que te así desde los cabos de la tierra, y desde lo más remoto te llamé y te dije: «Siervo mío eres tú, te he escogido y no te he rechazado » (Is 41, 8-9).

El otro gran amigo de Dios fue Moisés: “Yahveh hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo” (Ex 33, 11).

Con el salmista, que recuerda a estos amigos y desea también llegar a serlo, entramos en este círculo de amistad, confiados en que Dios “mima a sus amigos” y “no los abandona”: “Sepan que Dios mima a su amigo, Dios escucha cuando yo le invoco” (Sal 4, 4). “Amen a Dios, todos sus amigos” (Sal 31, 24). Porque Dios ama lo que es justo y no abandona a sus amigos” (Sal 37, 28).

Con el libro de la Sabiduría se nos dice que lo que nos va formando en esta amistad es la palabra de Dios, que nos renueva: “(La sabiduría) Aun siendo sola, lo puede todo; sin salir de sí misma, renueva el universo; en todas las edades, entrando en las almas santas, forma en ellas amigos de Dios y profetas, porque Dios no ama sino a quien vive con la Sabiduría” (Sap 7, 27-28).

Juan Bautista retomará esta espiritualidad de la amistad, cuando se llame a sí mismo: “el amigo del Novio” (Jn 3, 29). Y Jesús hará especial hincapié en que todo lo ha hecho para que sus discípulos lleguen a ser sus amigos: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos, si practican lo que yo les mando. No los llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre se lo he dado a conocer. No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes (Jn 15, 13-16). A Pedro se lo preguntará explícitamente: “¿Me amas como amigo?”

Así, en esta espiritualidad de la amistad se sitúa Lucas, por un lado, escuchando a los amigos -a los testigos oculares y servidores de la palabra-, y por otro, escribiendo para los amigos de Dios, para que “reconozcamos la solidez de las enseñanzas que recibimos”. Notemos que la solidez no proviene de pruebas científicas sino de pruebas de amistad.

El espíritu con que los amigos de los amigos de Dios escriben y meditan

Como siempre en estas contemplaciones tratamos de dar un paso atrás, en el sentido de que no importa tanto “dar consejos morales” para adelante, sino de ayudar a que cada uno se abra a la Palabra que ya lo habita “abundantemente” y beba de su pozo, sacando, cuando haga falta sus propias conclusiones, de acuerdo a lo que el mismo Espíritu le enseña de la verdad en cada momento oportuno. En este caso, al detenernos en Teófilo, en aquel “para quien Lucas ha decidido escribir”, buscamos sentir y gustar el espíritu con que los amigos de Dios escriben y meditan. De allí la importancia del primer paso de la oración –el encuentro con el Señor, el entrar en su presencia para que nos mire, poniendo nosotros algún gesto. De allí también la importancia del último paso de la oración –lo que San Ignacio llama el “coloquio”-, en el que uno puede hablar con el Señor “como un amigo habla con su amigo”. Se habla de lo que pasó en esa oración, fijando lo que se quiere que quede, como renovación de alianza.

Narrar los acontecimientos teniendo en cuenta el comienzo y el final

En los encuentros entre amigos se habla de “lo que pasó -de los acontecimientos”-. Y en ellos es importante recordar y narrar bien el comienzo y el final.

Esto es lo que hace Lucas, si nos fijamos bien: “Narrar los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares y luego servidores de la Palabra”.

Con los amigos importan mucho el comienzo y el final. Lo del medio se deja al Espíritu y por eso la charla es libre, se “improvisa”, digamos. Pero el encuentro entre amigos se prepara, se prepara el primer gesto, lo primero que uno quiere que el otro sienta al entrar en casa. Se arreglan las cosas de cierta manera, se pone algo significativo sobre la mesa. El Papa Francisco es un maestro en esto de “preparar” las cosas para que lo primero que uno vea sea algo que se va a llevar (ahora el sobre con los rosarios) o “aparezca” fácilmente algún libro o alguna estampa de la que quiere hablar o que hace ver que ha pensado en nosotros en ese tiempo. 

Y se prepara también el final, lo que se quiere que quede del encuentro, en el que van juntas las cosas que uno preparó y lo que surgió en el diálogo. 

En el primer “encuentro” oficial con su pueblo, Jesús elige su sinagoga de Nazaret y no un lugar público de la capital, Jerusalén, por dar un ejemplo. El Señor elige su capillita de barrio y allí el gesto inicial es el de pasar a leer como solía hacer. Es un gesto importante este de comenzar con la Palabra y, sobre todo, con el texto profético de Isaías que promete al Ungido, nada menos. Pero es importante que lo haga rescatando lo que en su vida este gesto tiene ya de encarnado. Jesús venía leyendo desde hacía años… 

Entre amigos, cuando uno tiene que elegir algún gesto, suele elegir algo que viene haciendo, algo propio suyo. Y es el nuevo acontecimiento lo que da su fuerza al gesto habitual. Aquí Jesús lo une con eso de que: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír». Esto es lo que quiere dejar marcado, que se cumple “hoy”: hoy en el sentido de que la Palabra es real, es Palabra viva, y hoy en el sentido de que esa Palabra, que él viene leyendo desde hace tiempo, inicia algo nuevo a partir de ese momento. 

Esto es también propio de la amistad: comenzar tiempos nuevos, hacer de ritos antiguos, ritos nuevos. Para otros, por ejemplo, rescatando gestos que harán bien a los hijos o a un nuevo ámbito apostólico que se abre. La amistad ha mantenido en el rescoldo esos gestos y ahora encienden otros fuegos sin problemas, porque están vivos.

Hoy hablaba por teléfono con un amigo que está en los comienzos de su sacerdocio y, como lo han operado porque se rompió un tendón jugando al fútbol, yo le solté un: “Fuerza! que de joven uno se recupera más rápido. Y él, ni lerdo ni perezoso me retrucó con otro: “Fuerza! que de viejo se aguanta mejor”. Me encantó el retruque. Me hizo sentir que está bien sembrada la amistad y que da frutos de diversa estación. 

Diego Fares sj

El que está en la cocina se da cuenta de lo que falta (2 C 2022)

Al día tercero se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, 

y estaba la Madre de Jesús allí. 

También Jesús fue invitado con sus discípulos a las bodas. 

Y como faltase el vino, le dice la madre de Jesús a él: 

«No tienen vino» 

Y Jesús le dice a ella: 

«¿Y qué a mí y a ti, mujer? Aún no ha llegado la hora mía.» 

Le dice su madre a los sirvientes: 

«Cualquier cosa que El les diga, ustedes háganla.» 

Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: 

«Llenen de agua estas tinajas.» 

Y las llenaron hasta el borde. 

«Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete.» 

Así lo hicieron. El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su o rigen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: 

«Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento.» 

Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él (Jn 2, 1-11).

Contemplación

Escuchamos lo que dicen María y Jesús mirando lo que hacen

“No tienen vino”.

Imaginamos a María en la cocina. Los servidores la rodean, expectantes. Sabemos que están a su lado porque inmediatamente luego de hablar con su Hijo les dice a ellos que “hagan cualquier cosa que Jesús les diga”. Da la impresión de que lo hizo levantarse al Señor con alguna seña y que fuera a la cocina, junto con los cinco discípulos – de los cuales  se dice al final que “creyeron en él” y aquí se ve que participaron de todo el milagro.

Pero volvamos ahora un poco más atrás. El Evangelio dice que “como faltase el vino…, la Madre de Jesús le dice a Él: “no tienen vino”.

Nos centramos en María en el momento en que se da cuenta de que falta el vino.

¿Cómo se dio cuenta?

Quizás vio la cara de los servidores cuando alguien levantaba el vaso pidiendo más… O se dio una vueltita por la cocina. O más bien estaba en la cocina. 

El evangelio dice que “estaba allí”  y ese “allí” de la fiesta, para María parece ser la cocina. Por la desenvoltura con que se hace cargo del asunto más que una invitada comedida se ve que es alguien que está ayudando de entrada con el servicio.

¿Qué nos dice de su persona el lugar donde la encontramos?

Es el mismo lugar que eligió de entrada, luego de la anunciación, cuando fue a servir a su prima Isabel. Para ella, sentir la alegría de la predilección de Dios se traduce en buscar los lugares de servicio, donde hace falta dar una mano…

¿Y qué nos dice su preocupación por el vino?

¿María preocupada por el vino?

¿No nos la imaginamos más bien pensando : “Bueno, ya han bebido bastante. Menos mal que esto se acaba, así se moderan un poco…?”.

¿Qué nos dice de Ella que lo llame a su Hijo, lo ponga en medio de los servidores y lo comprometa diciéndoles públicamente que “hagan todo lo que Él les diga!”.

Nuestra Señora forzando las cosas… y por el vino! No es la imagen habitual.

Lo incomoda a Jesús, se aguanta que su Hijo la trate de indiscreta, se juega delante de los servidores… y todo por el vino!

Los cinco discípulos mirarían esto admirados, expectantes.

¿Y los servidores? 

¿Les habrá parecido que María se sobrepasaba?

Sin embargo, obedecieron sin chistar. 

Señal de que los rostros, los gestos, la persona misma del Señor y de su Madre, les decían mucho más de lo que dicen sus palabras cuando solo las tenemos escritas y debemos hacer este trabajo de recrear la escena. “No tienen vino”.

Miramos, pues, al vino. Lo que significa.

Jesús se entusiasmó con este milagro.

En el de la multiplicación de los panes también hubo abundancia. Pero no se nos dice que el pan o los peces fueran de calidad superior.

Aquí no solo le hizo llenar las seis tinajas (los servidores también pusieron lo suyo ya que “las llenaron hasta arriba”) para que hubiera de sobra, sino que se dio el gusto de hacer que le llevaran al experto para que lo juzgara y éste comprobó que era un vino superior -“bello y bueno” (kalón)-. 

Humanamente el vino tiene un “plus” respecto de otras bebida y alimentos. Da más que hablar, permite comparaciones, invita al buen humor compartido… Un buen vino indica la calidad de una fiesta y muestra el aprecio por los invitados. El maestresala se da cuenta: gastar el vino bueno al final es indicio de hospitalidad y de aprecio: ¡el novio se ha reservado lo mejor para el final!

El gesto de Jesús de hacerle probar al encargado tiene algo de picardía.
Podemos imaginar como en una foto al equipo del milagro: Jesús, la Virgen, Pedro, Juan y los otros tres, los servidores…., todos espiando con una sonrisa la escena del servidor cómplice que le hace probar una copita al maestresala; la cara de asombro de este, mientras degusta el vino; cómo se agranda y va a jactarse ante el novio, que lo escucha sin darse muy bien cuenta de qué es que le está hablando, medio en babia como corresponde a un novio en su fiesta de casamiento.

Caná rebosa alegría. Esa alegría linda y simple que se llama “la gloria de Dios”. Juan nos dice que “en Caná, Jesús manifestó su gloria” y esa es quizás la transformación más grande que aconteció aquel día, mayor aún que la del agua en vino: porque a partir de allí la gloria de Dios dejó de ser algo sublime pero terrible y, gracias a Jesús y a la Virgen, se convirtió en ese resplandor manso y tan lindo como el que brilla en una fiesta de familia cuando todos comparten un vino rico.

Caná es una fuente inagotable de contemplación. Esas seis tinajas de buen vino no se agotan jamás, así como las doce canastas de panes y peces siguen alimentándonos en cada Eucaristía. Hay mucho para contemplar:

* Podemos sentir cómo la Madre y el Hijo comienzan a actuar apostólicamente en equipo. Se ve que son dos que se entienden perfectamente: les basta media palabra para dar a entender lo que desean y lo que quieren que el otro haga. 

Podemos gustar esa libertad de espíritu que les da la familiaridad para actuar al unísono, más allá de las palabras, que tomadas fuera de contexto podrían significar otra cosa. Notamos que en su acción incluyen a los servidores (diáconos) y benefician a todos: a los novios, al maestresala, a los invitados. 

* Podemos detenernos en la respuesta de Jesús, que si uno la imagina más como un encogimiento de hombros de alguien que es invitado a intervenir y no quiere, vale con sus pocas palabras: “Y qué a mí y a ti, mujer”. Como diciendo, mientras se acerca a su Madre, abriendo un poco las manos y negando con la cabeza, que ese no es el momento, pero dispuesto a hacer lo que ella diga…

* La frase de María a los servidores, si imaginamos que se la dice mientras los acerca a Jesús, es bueno traducirla literalmente: “cualquier cosa que Él les diga, ustedes háganla”, y dejar que suene más como una advertencia que como una afirmación. Como si María previera que Jesús los va a sorprender con un pedido extraño y, tomándolos del brazo mientras los pone frente a su Hijo, les fuera haciendo sentir confianza: “Ojo! no vayan a ponerse a discutir. Ustedes háganle caso. Confíen en mí. Vengan”.

Esta manera de leer pone a María en el centro de la primera parte de la escena: ella es la protagonista, la que descubre lo que hace falta y pone en movimiento a todos, a Jesús y a los servidores, acercándolos para que actúen juntos. 

María es la que define el ámbito del primer milagro: la cocina de una fiesta. El lugar donde ella se sitúa y adonde lleva a Jesús para que se manifieste, nos dice mucho acerca de su persona y de la de Jesús. 

*Podemos escuchar lo que Jesús le dice a los servidores y mirar lo que hacen.

El Señor, que primero parecía reticente, pone manos a la obra. Comienza a dirigir la tarea. Primero hecha una mirada a ver lo que hay y ve las tinajas vacías. Entonces ordena a los servidores: “llenen las tinajas con agua”. Ellos obedecen con gusto (no las llenan a medias). Experimentan la alegría de trabajar para este equipo, contentos de poder integrarse al modo de hacer las cosas del Señor y su Madre.

Cada uno puede contemplar lo que más le guste, como en una fiesta, donde se nos ofrece de todo y en abundancia para que uno elija…

A mí me gusta volver a donde comenzamos: al momento en que María se da cuenta de que falta el vino y se decide a intervenir. Martini dice que María se da cuenta de que falta “la alegría del Evangelio” (eso simboliza el vino) porque ella la tiene

La Virgen discierne desde el don de la alegría (la alegría es uno de los frutos del Espíritu, y brota cuando un corazón ama con amor gratuito). Y apela directamente a Jesús y a los servidores. Es decir, no trata de salvar la cosa mandando a comprar un poco más de vino (o echándole agua…), sino que busca al que puede dar una alegría mejor y abundante y se rodea de los que quieren ayudar para que esto suceda.

Reflexión para sacar provecho

A nosotros también nos pasa lo que a María en Caná.

Cuando elegimos la cocina, cuando elegimos colaborar y servir a los demás, enseguida nos damos cuenta de que “falta el vino”.

Enseguida pescamos todo: 

que “algo no estuvo bien planificado”, 

que “alguno se hizo el tonto y dejó cosas sin hacer”

vemos quién será el que aproveche para “quejarse” y quién encontrará la oportunidad para “sembrar cizaña”,

ya sabemos que “el maestresala seguirá fluctuando entre no hacerse cargo de lo que anda mal y jactarse cuando las cosas van bien”….

Y hasta nos parecerá que Jesús está de lo más pancho bebiendo con los discípulos y gozando de la fiesta mientras nosotros cargamos con la preocupación de que todo salga impecable y vemos –ya lo sabíamos- que la fiesta va a terminar aguándose. El que se mete en la cocina se da cuenta de todo lo que falta (y de lo que se sirve mal, de lo que se desperdicia y también de todo lo que se roban).

¿Y entonces?

Entonces nada. 

En esto de darnos cuenta de lo que falta, somos iguales que nuestra Señora… 

Pero de lo que se trata es de ser como Ella en el modo de buscar la solución. Se trata de discernir de corazón, como María, que sabe que el único que puede salvar a los novios es Jesús, y pone manos a la obra con prontitud y alegría, sacando de cada uno lo mejor para que la fiesta sea un éxito sin que nadie note todo el trabajo que llevó.

Cada vez que uno se da cuenta de que falta el vino tiene que agradecer porque significa que está en la cocina de la fiesta (y no en otro lugar de privilegio o de “no responsabilidad); entonces, uno puede volver a rezar con el evangelio de las bodas de Caná. (Podemos comenzar ahora, leyendo todo de nuevo, identificándonos con nuestra Señora ya que vemos lo que falta y confrontando nuestros variados sentimientos con la alegría del Evangelio que desborda en Ella).

Diego Fares sj

El pueblo de Dios ¡con Jesús en medio! (Bautismo C 2022)

Estando el pueblo expectante todos se preguntaban en su corazón acerca de Juan, si no sería el Mesías -el Cristo-, respondió Juan diciendo a todos: «Yo los bautizo a ustedes en agua; pero viene El que es más fuerte que yo, al cual yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; Él los bautizará en Espíritu Santo y en fuego.»

Y aconteció que, cuando el pueblo se hacía bautizar Jesús también fue bautizado, y estando en oración, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió en figura corporal, a manera de paloma, sobre Él. Y una voz vino del cielo: ¡«Tú eres el Hijo mío, el predilecto, ¡en Ti me he complacido» (Lc 3, 15-16. 21-22).

Contemplación

Lucas nos presenta dos imágenes del Pueblo de Dios: una, es la del Pueblo en “expectación”. Esperando al Mesías. La otra imagen es la del Pueblo “en oración haciéndose bautizar”—.

En ambos casos, Jesús se encuentra en medio de la gente, no escondido sino como uno más en medio de los suyos. Cuando uno está en medio de su pueblo en alguna fiesta o en la celebración de algún sacramento, no se hace notar sino cuando corresponde, cuando le toca a él protagonizar. Es el caso de Jesús que estaba en la fila, con todos los “pecadores” – los que se iban a bautizar – y cuando le toca su turno, se hace bautizar por Juan. 

Corazón expectante

De la primera imagen, me quedo con la palabra “corazón”. El pueblo “se preguntaba en su corazón”. Esta es la manera religiosa de estar de nuestro pueblo, que está atento a los signos de Dios. Tener una pregunta común en el corazón es lo que nos moldea como pueblo. A esa pregunta responde Juan. Él es un profeta que “le habla al pueblo allí donde están las preguntas más hondas de su corazón”. Estas preguntas tienen que ver con el Mesías, con el que viene a salvarnos. El pueblo no “hace teología”, no está estudiando quién es Dios o cómo es. El Pueblo de Dios conoce a su Señor. Y sus reflexiones van por el lado de discernir quién es el elegido ( se preguntan si será Juan) y cuándo comenzará a actuar el Mesías.

Allí, en ese corazón de su pueblo ,como en un pesebre, está habitando Jesús desde hace treinta años, participando de la vida de su Pueblo como uno más, que trabaja, que reza, que celebra y peregrina cada año al Templo… 

Para saber dónde está Dios habitando y actuando hoy”, tenemos que contemplarlo “en el corazón expectante de nuestro Pueblo”. Tenemos que “hacer teología” reflexionando acerca de cuáles son las expectativas de nuestra gente.

Aquí, más que inventar y responder a preguntas así llamadas “teológicas” debemos responder señalando “personas”: acercando a la gente a las personas que “ven su dolor y escuchan su clamor”. Como Juan el Bautista debemos decirle a la gente: mirá que yo “te bendigo con agua”, pero hay uno que bautiza con Espíritu Santo y Fuego. Uno que santifica de verdad, que perdona y sana, que pone en pie y misiona. Uno que te hace sentir su compañía y que viene a liberar a su pueblo. Lo libera de las discusiones inútiles y de los que buscan confundirlo. 

Nuestra misión es señalar al Mesías, a ese “Buen Samaritano colectivo” del que habla el Papa Francisco. Esas personas que son “más que solo ellos”, son personas que piensan y actúan junto con otros y se unen para llevar adelante las obras de misericordia que necesita hoy el mundo. 

Debemos señalar y apoyar a las Personas que conocen las angustias de la gente y se juegan para liberar, sanar, consolar, acompañar. 

¡Personas! El pueblo en su corazón busca otros corazones: los de gente que tenga corazón y desde allí reflexione, sienta compasión, elija intervenir y actúe con obras de misericordia. Personas que reconstruyan y sanen las heridas con misericordia, y que le digan al corazón: “con amor eterno te amaré”. 

Por el contrario, para saber donde “no está Dios habitando y actuando hoy”.

Dios “no está” allí donde se habla de otras expectativas que no son las de la gente. Dios no está allí donde “se discute” de él, donde se discute lo indiscutible”: allí donde alguien obra con misericordia y caridad y se le ponen “peros”.

En oración “gustosa”

La otra imagen es la del Pueblo (con Jesús en medio) en oración. En general se presenta solo a Jesús en oración, pero no es así: estamos en un bautismo general y como sucede en nuestros bautismos, siempre hay mucha gente que participa. Y la gente sabe que está en oración, que está en una ceremonia religiosa. Es allí donde el Pueblo está “en expectación”. Una expectación que se agrega y concentra la vivencia religiosa común. 

Lo lindo es que en esta “oración de expectación” se abre una brecha al Cielo. ¡Se abre el Cielo directamente! Esta es la expectación milenaria de todo el Antiguo Testamento: que se abra el cielo y descienda Dios ha hablar con su pueblo y a ponerse delante de su caminar. Que vuelva el Señor a salir en medio del camino a invitarnos a trabajar en su viña. Que baje corriendo el Padre de su azotea a abrazar al hijo pródigo -nuestro hermano- que vuelve (¡y a salir nosotros con él a abrazarlo también!).

Esta oración del Pueblo de Dios es una oración de “predilección”. Esto se ve en que Dios responde a una pregunta que no se le ha formulado directamente así, pero que “está en el fondo del corazón” de su Pueblo. El Padre señala a “uno que está en medio de la gente desde hace años” y que es “su predilecto”. No es un recién venido ni un improvisado; no es uno que viene directamente de una experiencia celestial y se pone a vivir en medio de la gente. Nada de eso: el Padre señala a un Jesús que está entre nosotros desde niño, desde bebé, desde que lo fueron a adorar los pastores y los magos. ¡Es uno de nosotros! Uno que vive desde hace tiempo entre nosotros. Eso es lo lindo porque extiende la predilección del Padre a todo el tiempo que Jesús ha vivido en medio de su pueblo. (Lo mismo pasará de ahora en más: la predilección del Padre se extenderá a todo el período de tiempo que Jesús resucitado habitará en medio de nosotros, en la sencillez de cada eucaristía y de cada sacramento. Acompañándonos a lo largo de la historia, allí donde uno, en su oración, “teje una historia común con otros”, viviendo un carisma, practicando una espiritualidad, trabajando en un determinado tipo de obras de misericordia -las que perdonan pecados, las que sanan heridas, las que alimentan, visten y acogen y visitan-; y las que enseñan a rezar y a discernir el bien en medio de las ambigüedades de la vida, como dice Francisco.

¡La gente desea un Mesías que lo salve de algunos males y el Padre nos revela un Mesías pleno de vida, de Vida Eterna, que nos vivifica con su Espíritu en todas las dimensiones -personales y comunitarias- de nuestra vida humana!

A Jesús hay que “descubrirlo” como “el Predilecto” en nuestra vida. Como Alguien muy especial. Al que no hay que menospreciar ni mucho menos “ningunear”. Tenemos que cultivar las actitudes básicas del respeto y del valorar la dignidad del Otro para que “brille” y “se nos muestre”. Si a Jesús no lo tratamos como “es” (no solo como se merece, sino como es, simplemente se “vela”, se opaca, pero no por culpa de nadie, sino que es algo parecido a lo que sucede con muchas personas, que, si no las valoramos, no las vemos, así, directamente. Uno se da cuenta a veces cuando mueren o se nos alejan. Pienso que algo de esto pasa con Francisco: hay muchos que directamente “no lo ven”. Y si a Jesús le gusta (y nos juzgará por ello) que “veamos su rostro en el de los pobres” cuánto más le gustará que lo veamos al mismo tiempo “en los que aman a los pobres” y “trabajan por los pobres”. ¡Son dos miradas que van juntas, necesariamente! ¡En los ojos de los pobres veremos a los que los cuidan! En el corazón de los más pobres nos encontraremos con los que los aman y ellos tienen en su corazón. 

Diego Javier Fares sj

AMAR A DIOS COMO A UN HIJO (Navidad 2 C 2022)

ENCUENTRO CON EL SEÑOR

En la Anotación 3ª para ayudar a los que dan y hacen los Ejercicios Espirituales, San Ignacio dice así: 

“Advirtamos que, en los actos de la voluntad, cuando hablamos vocal o mentalmente con Dios nuestro Señor o con sus santos, se requiere de nuestra parte mayor reverencia que cuando usamos el entendimiento entendiendo (y razonando sobre cosas)”.

Las contemplaciones no son un ejercicio meramente intelectual, en el que uno está pensando solo, sino un encuentro con el Señor,  en el que conversamos de corazón a corazón con Jesús y con los personajes del Evangelio. No se trata por tanto de “pensar cosas” sino de “dialogar con el Señor en persona”. Es verdad que pareciera que, en cierta manera, estas mis largas contemplaciones van a contramano de lo que debería ser la esencia del E-mail -comunicar las cosas sintética e instantáneamente a la mayor cantidad de personas de un modo que sea fácilmente “archivable”-, por decir algo. Paro la “trampita” está en que lo que les mando por este medio -el E-mail- es el Evangelio. Y el Evangelio es un tipo de Palabra especial (por decir lo menos) que actúa “mejorando” cualquier medio que use. El Evangelio que mando va más como un “programa” que como un “simple texto”.  Un programa de esos “ejecutable”. Y el que lo “ejecuta en cada persona” es el Espíritu Santo. Por eso al leer, es bueno recordar que la Palabra que va escrita en el mail y las sugerencias para la contemplación, son “la mitad” de una contemplación, o mejor, “la tercera parte de una contemplación”. Las otras dos terceras partes se reconstruyen con lo que cada uno siente y gusta según el Espíritu le da la gracia.

COMPOSICIÓN DEL LUGAR

La lectio divina que hace Juan en su prólogo sitúa la Encarnación en un contexto teológico universal, pero es fruto de una contemplación tan sencilla como la de mirar al Niño recostado en el pesebre, tal como lo presenta Lucas. Podemos hacer la lectura de esta página solemne del comienzo del Evangelio según Sn Juan teniendo algún Niño Jesús pequeñito en una mano, sintiendo que Nuestra Señora o San José me lo brindan y me permiten recibirlo y contemplarlo con adoración.

PETICIÓN

Padre, te pedimos la gracia de amar a Jesús como a un hijo.

Lectura y contemplación del Evangelio (teniendo delante la imagencita del Niño)

Al principio existía la Palabra,

y la Palabra estaba junto a Dios,

y la Palabra era Dios.

Al principio estaba junto a Dios.

Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra

y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.

En ella estaba la vida,

y la vida era la luz de los hombres.

La luz brilla en las tinieblas,

y las tinieblas no la percibieron.

La Palabra era la luz verdadera

que, al venir a este mundo,

ilumina a todo hombre.

Ella estaba en el mundo,

y el mundo fue hecho por medio de ella,

y el mundo no la conoció.

Vino a los suyos,

y los suyos no la recibieron.

Pero a todos los que la recibieron,

a los que creen en su Nombre,

les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.

(Hijos que) no nacieron de la sangre,

ni por obra de la carne,

ni de la voluntad del hombre,

sino que fueron engendrados por Dios.

Y la Palabra se hizo carne

y habitó entre nosotros.

Y nosotros hemos visto su gloria,

la gloria que recibe del Padre como Hijo único,

lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él al declarar:

‘Este es Aquel del que yo dije: 

El que viene después de mí me ha precedido,

porque existía antes que yo’.

De su plenitud todos nosotros hemos recibido

y gracia sobre gracia:

porque la ley fue dada por medio de Moisés,

pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.

Nadie ha visto jamás a Dios;

el que lo ha revelado es el Dios Hijo único, 

que está en el seno del Padre (Juan 1, 1-5. 9-18).

MEDITACIÓN

Elegimos una frase para entrar en el misterio de la Encarnación:

La gracia y la verdad nos han venido por Jesucristo,

de su plenitud todos nosotros hemos recibido, y gracia sobre gracia.

¡La gracia y la verdad!

Estas dos palabras nos hacen bien a todos. 

Todo ser humano valora y anhela lo gratuito y lo auténtico.

Ahora bien, Juan nos habla de 

La gloria que recibe Jesús del Padre 

como Hijo único, lleno de gracia y de verdad”.

No se trata de “algunas gracias particulares” ni de “una verdad dentro de los límites de nuestros paradigmas”. Juan nos habla de un Jesús que es la Vida y la Verdad. 

Esa vida llena de armonía y de un sentido misterioso que experimentamos en nuestro propio ser y en todo el universo. 

Esa vida y esa verdad contra la cual, a veces, la muerte y el absurdo parecen jugar de igual a igual, pero que al final resultan vencidas, porque “mientras hay vida hay esperanza (verdad, sentido)”, decimos; y es la convicción más honda que nos lleva a vivir. 

El Evangelio nos dice que Jesús es la fuente de esa vida y de esa verdad de la que todos vamos recibiendo.

Pero la maravilla más grande no es tanto que esta verdad y esta gracia existan sino ¡que se hayan vuelto pequeñas, para que todos podamos recibirlas, para que crezcan junto con nosotros, a nuestra medida, haciéndose a nuestro paso!

¡La gracia y la verdad!

CONTEMPLACIÓN

¡Qué hermosas palabras para expresar lo que trae en las manos Jesucristo!

La gracia y la verdad es lo que recibe quien se acerca al pesebre lleno de ternura y deseo de adorar, y contempla las manos pequeñitas.

La gracia y la verdad es lo que recibe el que besa la Cruz, lleno de piedad, 

y contempla las manos traspasadas.

La gracia y la verdad es lo que recibe el que cree en el Resucitado y contempla las manos lastimadas.

La gracia y la verdad es lo que se nos pone en nuestras manos, unidas a manera de las tablas del pesebre, al recibir la Eucaristía.

La gracia es “amor gratuito”. Por tanto, es “el amor” y la verdad lo que nos trae en sus manitos el Niño.

La contemplación de este amor y esta verdad pequeñitos debe conmover nuestro corazón.

¿No nos damos cuenta del mensaje? 

¿No nos desarma que Dios quiera ser amado como un hijo?

El amor al Padre nos dirá luego Jesús, consiste en hacer su voluntad.

Pero todo comienza por el amor al Hijo.

De hecho, el amor al Padre está cuestionado desde hace mucho tiempo en nuestra cultura. Los más piadosos lo mantienen un poco formalmente, pero la actitud de fondo es “tener al Padre ahí”, a distancia, en una mezcla de actitud de hijo pródigo y de hijo mayor, que mantienen a distancia a su Padre, preocupados por la herencia.

Y resulta que ya desde que Jesús pronunció aquella hermosísima parábola, el Padre no quiere otra cosa que compartirlo todo con los hijos. 

Para eso fue que envió a su Hijo. 

Y el Hijo, antes de ser el Maestro que nos enseña a cumplir la ley en su plenitud, quiere ser amado como hijo nuestro.

¡Dios se anima a que comencemos a amarlo como a un hijo nuestro!

Es que él sabe que, aun siendo malos, sabemos dar cosas buenas a los chicos.

Que somos mejores como padres que como hijos.

Que cumplir los mandamientos del Padre se nos hace “culturalmente” difícil, pero que amarlo como a un hijo, quizás no tanto.

Es que uno ama gratuitamente a los hijos.

Lo da todo por ellos.

Las cosas más difíciles le salen como por instinto.

Un padre y una madre saben que tienen defectos, pero eso no impide que tengan la certeza de estar dando su amor más auténtico y más puro a sus hijos.

Un amor que se corrige solo, sin que nadie de afuera nos lo diga: uno sabe cuando fue egoísta o demasiado severo… uno sabe cuando se olvidó de algo… y no desea otra cosa que corregirse.

Este amor quiere Jesús. 

No otro.

De este amor quiere que brote todo:

            Nuestra oración, que comenzará con balbuceos, igual como comienza el diálogo con los bebés.

            Nuestro culto, que cultivará las ganas de tener al Señor, de besarlo y contemplarlo, aunque la casa esté con ese desorden que causan los chicos.

            Nuestra economía, que estará marcada por esa ausencia de cálculos a la hora de compartir y de darle a los hijos lo mejor.

            Nuestra justicia, que se ajustará a cada situación desde el peso decisivo del amor que inclina la balanza a favor del hijo.

            Nuestra política, que buscará ser estable en el rol de padres, sin ambiciones de “otros cargos”.

“Un niño nos ha nacido, un Hijo nos ha sido dado”.

Que el Señor nos de la gracia de recibir el año nuevo y de recibirlo a El como a un hijo recién nacido.

Diego Javier Fares sj