

La gente le preguntaba a Juan:
– «¿Qué debemos hacer entonces?»
El les respondía:
– «El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene;
y el que tenga alimentos, que haga lo mismo.»
Algunos recaudadores de impuestos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron:
– «Maestro, ¿qué debemos hacer?»
El les respondió:
– «No cobren más de la tasa estipulada por la ley»
A su vez, unos militares le preguntaron:
– «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?»
Juan les respondió:
– «No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo.»
Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo:
– «Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible.» Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia (Lucas 3, 10-18).
Contemplación
¿Qué debemos hacer mientras esperamos al Señor que viene?
¿Qué debemos hacer…?
Tres veces se repite la pregunta y en el evangelio esto significa que es una pregunta importante. Por tanto, la hacemos nuestra en este tiempo de Adviento y le vamos preguntando a Juan el Bautista, a San José, a María, ¿qué debemos hacer para recibir bien la Navidad?
La respuesta es sencilla en cuanto al deber fundamental: debemos hacer el bien. Debemos “hacer bien el bien” -hemos dicho alguna vez-. Y agregamos: tenemos que “ser” buenos.
Me gusta traer aquí una contemplación que nos hizo Bergoglio siendo nuestro Provincial o Rector en los años 80 que se llama:
Ganas de ser buenos
“El tiempo de Adviento, que nos prepara para la Navidad, da densidad a la esperanzadel pueblo fiel de Dios actualizando esa paciente espera de siglos. El Señor está cerca. El Señor vendrá. El Señor es bueno y nos visitará.
Yo quisiera pediros que, en estas semanas, volvamos nuestro corazón hacia el naciente, esperando con ilusión y vigilancia la venida del Sol de Justicia, Cristo nuestro Señor.
Esta esperanza tiene ya su realización, porque creemos que ya «se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres» (Tit 2,11) y sabemos que «se manifestó la bondad de nuestro Dios Salvador y su amor a los hombres» (Tit 3,4).
La Bondad de nuestro Padre del cielo se nos impone en el misterio de la Navidad. Es probable que la gracia más obvia que se nos regale cuando contemplemos el pesebre sea las ganas de ser buenos.
Cuando Jesús contesta al joven: «Nadie es bueno, sino Dios», le está diciendo cuál es el origen de toda bondad y nos está enseñando un camino para ser buenos: dejarnos empapar por el insondable Misterio de la Bondad del Padre.
Pueden faltar muchas virtudes, pero no la bondad
No estuvo ausente del pensamiento de san Ignacio el deseo de que sus jesuitas fuesen buenos, y así, hablando del superior, llega a decir: «Y si algunas de las partes (toda una lista de virtudes y cualidades que debería tener un padre General) arriba dichas faltasen, a lo menos no falte bondad mucha y amor a la Compañía.
Basta leer las Constituciones de la Compañía para comprobar cómo privilegia, para misiones delicadas, un tipo de hombres que reúnan «discreción y bondad», en otros casos «juicio y bondad» o «letras y bondad».
Para consolidar el Cuerpo de la Compañía en la unión de superiores y súbditos habla: «Así que la caridad, y en general toda bondad y virtudes con las que se proceda conforme al espíritu, ayudarán para la unión de una parte y de otra». En síntesis, todo esto no es sino un reflejo de su asombro frente a «la suma Sapiencia y Bondad de Dios nuestro Criador y Señor».
La bondad de Jesús es la que describe Pablo en 1 Cor 13
Acercarse al pesebre es acercarse al misterio de la Bondad y esto resulta purificador, porque allí se encarna la Bondad suma: en Jesús se realiza lo que expresa san Pablo acerca de la caridad (cf. 1 Cor 13).
Jesús es el paciente y el servicial.
El que no conoce la envidia,
no se deja morder por la tentación de la jactancia y el engreimiento.
Y es tan sobrio, que no busca su interés,
no se irrita,
no toma en cuenta el mal,
no se alegra de la injusticia
y se alegracon la verdad.
Jesús todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. La Bondad de Jesús no tiene límites y no conoce ocasos.
Ser buenoS
Por eso, para encontrar la respuesta a la pregunta “qué debemos hacer” y, lo que es también importante, “cómo lo debemos hacer”, el secreto es acercarse al Pesebre. Ante el pesebre se estrellan tantas cosas nuestras que quizá brillaban mucho o las creíamos importantes, ¡firmes! Pero a veces, ese brillo, esa importancia y esa firmeza no tienen otro fundamento que el tremedal de nuestras ambiciones, las que decaen ante quien no temió anonadarse hasta la muerte y muerte de cruz.
La fuerza del pesebre es hacernos caer en la cuenta de quetodo verdadero sustento –el ser cimentado sobre piedra de que nos habla el Evangelio– tiene un rumbo distinto. Y no otra cosa nos dice san Ignacio: no vale tener letras sin bondad, no vale el discernimiento sin bondad, no vale el juicio si no está lleno de bondad. El rumbo que nos marca el pesebre es otro que el inspirado por nuestra ambición.
Es el camino que da vida y no muerte.
Es el camino de la verdad y no del engaño.
Los Reyes cambian de rumbo y salvan la vida del Niño, porque ya antes el mismo Niño los había salvado del engaño de Herodes indicándoles el cambio de rumbo en sus vidas. Los Reyes son arquetipos de la fe porque creyeron más en la Bondad de Dios encarnada en el Niño que en el brillo aparente del poder. Los Reyes depusieron todo razonamiento para regalar lo mejor de sí a Quien les había hecho el regalo sin precio: el de la fe. Fe y piedad se vuelven indisolubles frente a la suma Bondad que «de Criador es venido a hacerse hombre» (EE 53).
Pesebre y Cruz: acrecentar las ganas de ser buenos
Acrecentar las ganas de ser buenos supone dejarnos convocar por la fuerza de este misterio de Bondad sabiendo de antemano que toda Bondad que desciende de Dios se fundamenta y consolida en una cruz.
Por ello nos hará bien dejar quenuestros ojos se carguen de contemplación mirando y considerando lo que pasa en el pesebre. Dice Ignacio en los Ejercicios: «El caminar y trabajar (de San José y María), para que el Señor sea nacido en suma pobreza, y a cabo de tantostrabajos de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí» (EE 116).
En el pesebre nos visita la Bondad y nos habla. Que nuestra Señora –un poco como hacen las mamás con los chicos– nos restriegue los ojos y nos limpie los oídos para que podamos ver y escuchar ( con el corazón).
Jorge Bergoglio (Navidad, años 70-80).
Al Pesebre se lo contempla desde lo hondo del corazón: desde el afecto, que responde a lo que contempla acrecentando las propias ganas de ser buenos.
Al Niño en el Pesebre lo contemplamos de veras si no somos meros expectadores, sino gente que se hace como un esclavito indigno -dice Ignacio- y se pone al servicio de María y José para ver qué necesitan para el Niño Jesús.
La contemplación es más que un ver con la inteligencia. Los sentidos espirituales nos abren a “ver con el corazón”, que es un ver muy distinto al solo ver. Ver con el corazón como un padre o una madre contempla a su hijito. Cuánto amor se transmite a través de los ojos! Cuantos deseos de ser mas tiernos, más atentos con ese bebé, cómo se dilata el corazón imaginando mil maneras de hacer sentir el cariño al recién nacido… Todo esto tan humano es lo que el Espíritu supone, asume, perfecciona y bendice con su gracia para no que crezcamos en la oración contemplativa.
La contemplación tiene un doble sebastian movimiento: se mira, se “siente y gusta” lo que se ve y cuando esta visión nos conmueve y dilata nuestro corazón, acrecentamos nuestro deseo, nuestras ganas de ser buenos. Luego, volvemos a mirar el pesebre y a acompañar -agradeciéndola y pidiendo más- la dilatación de nuestro corazón, que se trasunta en “ver” más, en “desear” más, en “imaginar y sentir” más. Así procede la contemplación afectiva y de corazón.
El Pesebre y los misterios de la vida oculta son elegidos por Ignacio como el lugar apropiado para aprender a “contemplar”. De aquí nacieron este “Contempl-acciones del Evangelio”. Contemplar la vida oculta, la niñez y la vida de familia de Jesús, es algo que podemos hacer de corazón. Con más afectos que preguntas solo intelectuales. La vida oculta es escuela de contemplación. Pero hay que estar atentos. Así como un bebé es lindo de contemplar, pero exige todo de nosotros, de igual manera la contemplación del Niño es exigente en cuanto exige que acrecentemos nuestras ganas de ser más buenos. Y esto sin medida y para con todo prójimo!!!
Diego Fares sj