Sin anuncio no hay esperanza (2 C adviento2021)

El año decimoquinto del reinado del Imperio de Tiberio César, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea,  siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando (kerusson) un bautismo de conversión para la remisión de los pecados, como está escrito en el libro de los discursos del profeta Isaías:  “Voz de que clama en el desierto diciendo: Aparejen el camino del Señor, rectifiquen sus senderos. Todo barranco se rellenará, y todo monte y colina se humillará.  Y lo tortuoso se volverá recto, y lo áspero, camino llano. Y toda carne verá la Salvación de Dios” (Lucas 3, 1-6).

Contemplación

            El tiempo de la Oración, decíamos, no nos lo tenemos que hacer nosotros. Cuando entramos a rezar en una Iglesia silenciosa, vamos a un retiro o abrimos el Evangelio, el tiempo del Señor acampa en la tierra de nuestra alma, se asienta, y con su presencia nos va “haciendo” a nosotros, va configurando y armonizando los sentimientos de nuestro corazón, las ideas que tenemos, haciéndolas ideas cordiales, nuestras imaginaciones y deseos.

Hoy nos detenemos en una Palabra: Anuncio. La Palabra de Dios viene a Juan y lo mueve a salir para “anunciar” un bautismo de conversión. El Anuncio está en el centro de este evangelio y más aún, el Kerygma, el anuncio de la Buena Noticia de que Jesús viene a salvarnos, está en el corazón del Evangelio entero.

La alegría del Anuncio

Afirmamos que este Anuncio es una alegría por dos motivos. Uno, porque es Anuncio de una Noticia buena y hoy en día no todos los medios nos traen buenas noticias. En general, las noticias que más corren son las malas. Y las buenas siempre tienen un “pero”. Pues bien, esta Noticia de Jesús es toda buena y no tiene “peros”. Condiciones para recibirla mejor, sí, pero no “peros”. La otra razón para la alegría es que la totalidad del tiempo mismo es un gran adviento. El tiempo de espera a que venga Aquel que por pura y gratuita amistad nos dio la vida, Aquel a cuya imagen estamos hechos nosotros y todo lo que viene a la existencia, es el tiempo más original: el motor del tiempo, diríamos. El tiempo se mueve hacia donde esperamos. Nuestra experiencia más definitiva del tiempo es la de que el tiempo nos viene, nos adviene y lo hace brotando como un río del Corazón del que nos creó

Nuestra situación

Miramos hacia atrás desesperados por que se nos pasó el tiempo; tratamos de retener algunos instantes o de que pasen rápido otros, pero de última, la mirada la ponemos en lo que viene: hay que mirar para adelante, decimos. El tiempo propiamente humano es tiempo que viene. Somos gente hecha para ir hacia adelante y por eso es clave la fe en Jesús que nos espera adelante. A nosotros, que somos seres que miran hacia adelante, que estamos hechos de tiempo futuro, se nos promete la venida de un tiempo lindo. Y la promesa se corrobora recordándonos la primera venida -tan humilde, tan pobrecita en ese pesebre que le armaron José y María- de quien nos dio la vida por amor. Él ya vino, y esa noticia todavía la estamos difundiendo, porque algunos no lo saben aún y otros lo olvidan a menudo. El Anuncio lindo es que el Dios que nos hizo por amor vino en nuestra carne, esa que sufre el tiempo, esa pobre carne nuestra a la que el tiempo que viene le pesa en los huesos y se le arruga en el rostro. El que nos hizo por amistad vino en nuestra carne…, y prometió que volverá. Ese es el Anuncio. Prometió que volverá a salvarnos. ¿De qué? Del tiempo que se nos va (eso es la muerte). Volverá a darnos un tiempo que no se nos irá, que se condensará en lo mejor que tenemos: en el tiempo que le dedicamos en gratuidad al amor.

Perdidos en el tiempo cósmico

Pensaba “¿qué pasaría sin ya no esperáramos al que por amor nos creó?” y decía lo siguiente… “Si ya no esperáramos que venga el que por amor nos creó, el tiempo propiamente humano dejaría de existir (y esto pasa, les pasa a muchos, aunque no se den cuenta). Si suprimimos el tiempo de Adviento -de espera-, quedamos inmersos, en primer lugar, en el tiempo cósmico. El tiempo cósmico es relativo, por decir lo menos terrorífico. Las duraciones del tiempo cósmico son invivibles humanamente. Pongámoslo con crudeza: la belleza del cielo estrellado que nos conmueve a la noche (si no esperáramos la estrellita de Belén y la venida de Jesús) será sólo el espectáculo aterrador de un cementerio de estrellas que se apagaron hace millones de años. Y las nuevas, las que están naciendo, no las verán nuestros ojos. Decimos que la gente ya no mira al cielo. Que se esconde bajo las luces de los shoppings. Y hace bien. Si sólo existe el tiempo cósmico no es grato tener un cementerio sobre las cabezas. Ya es bastante con la Chacarita en Buenos Aires y el Verano de Roma, y con los jardines de paz que crecen en las afueras de las grandes ciudades…”.

Cobijados en la burbuja del tiempo biológico y social

También pensaba, un poco más positivamente… “Si ya no esperáramos que venga el que por amor nos creó, si suprimiéramos el tiempo de Adviento, quedaríamos entonces inmersos, en segundo lugar, en el tiempo biológico –que en el hombre es también sicológico y social-. Este tiempo nos es más familiar. Y muchos lo anhelan cómo el único tiempo válido. ¿Para qué esperar la eternidad, para qué soñar con fábulas, por qué mejor no vivir lo que se nos da hoy y ya está? Este tiempo es el tiempo de la vida en nuestro pequeño planeta. Lo que duramos biológicamente, aunque siempre parece fugaz, está en armonía con lo que duran los otros seres vivientes. Y cuando estudiamos la materia viva es reconfortante saber que estamos hechos del material que se fraguó en esas estrellas lejanísimas, que dieron su vida para que fuera posible la nuestra. El carbono que nos permite “pensar” no se fraguó en nuestro planeta, sino en las estrellas. Como escribe bellamente el franciscano Frey Beto en su libro “La obra del Artista”: “Estamos hechos de polvo de estrellas”. Para que nosotros respiremos y pensemos se necesitó todo ese tiempo cósmico de gestación. No son solo nueve meses lo que tarda en gestarse una vida. Tiene tiempos larguísimos acumulados y condensados…”

Angustia de estos tiempos

También meditaba… “Cómo el agradecimiento se convierte muy pronto en angustia! Tantos millones de años para fabricar la materia de la que estamos hechos y que se desperdicie semejante portento en cualquier accidente de ruta o por cualquier enfermedad. Y aún teniendo una vida larga y plena, de 100 años o más, como se ve posible hoy en día, qué fugaz es el tiempo biológico! Lo vivimos como propio, no es algo terrorífico como el tiempo cósmico; aceptar nuestra duración es algo que está escrito en nuestras células. Si uno vive lo suficiente para morir de viejo, al final “deja de vivir” naturalmente. Si la muerte no es violenta o a destiempo, coincide el tiempo biológico con el tiempo sicológico. Y en la medida en que se da esta coincidencia, la vida es bella. El ser humano puede vivir tiempo intensamente y en plenitud. Y no hablemos de lo lindo que es cuando ese tiempo pleno personal entra en armonía con el tiempo social y político, cuando un pueblo vive en paz y trabaja solidariamente. Entonces la vida tiene sentido. Construir un hogar y una patria para los hijos es algo hermoso en lo cual uno “gasta” su tiempo con gusto. La vida está bien hecha y aún con sus catástrofes naturales sigue adelante.

La contemporaneidad del cielo

No me gustó mucho lo del cielo como cementerio de estrellas. Me gustó en cambio lo de sentir que la materia de nuestros ojos es contemporánea con la de las estrellas que vemos. Es como si pudiera ver vivos a mis tatarabuelos y sentir que el código genético que late en mi carácter está allí, activo, parte en mi abuela que está sonriendo, parte en mi abuelo, renegando por algo… El milagro del tiempo cósmico, que es relativo y tarda tanto en llegar con la luz, nos hace ser contemporáneos de las estrellas abuelas. Bueno, este pensamiento de la contemporaneidad del cielo –que es una de las características que imaginamos para describir la eternidad (todo será contemporáneo), me consuela. Y me lleva a meditar ponderando que estamos hechos de “Buenos Anuncios condensados que nos advienen”. 

Estamos hechos de buenas noticias

La vida nos advino con nuestro código genético que no es sino una “buena noticia que condensa todo lo mejor de nuestros padres”, lo que logró sobrevivir a nuestros abuelos y comunicársenos. El código genético “se transmite”, decimos. Y usamos el lenguaje de la comunicación. Nuestras células intercambian información y si ven que hay sintonía se unen y se regocijan de lo nuevo que adviene. Así, esta alegría del tiempo que viene, esta alegría de futuros anuncios es algo propio y constitutivo de nuestro ser humano. Por eso es que necesitamos el Anuncio más que el aire, más que la comida, más que la vida misma. Necesitamos que nos vengan buenas noticias del tiempo futuro, porque de eso estamos hechos. Y es por eso que, al ver al Niñito Jesús, a la Buena Noticia hecha carne, al Anuncio de vida condensado en el Resucitado, lo sentimos familiarísimo. Hay un Anuncio que está en código –en código genético, en código filosófico, en código evangélico- y que nos viene y tenemos que contemplar. No es un enigma para descifrar, es un código de amor para recibir en brazos y adorar, para contemplar y reflexionar: un código para vivir. El código del Amor de Dios para “traducir”, como dicen que hacía Hurtado a cada instante, en amor a los hombres. Un código que todos comprendemos porque está en el lenguaje del amor.

Todos tenemos códigos. Y el de Jesús no hay que explicarlo mucho. El viene para salvarnos y da la vida en testimonio –sus códigos son sus cinco llagas y su modo de partir el pan-. Nos trae el anuncio de una buena noticia: que el Padre nos ama. Su código es no rechazar a nadie. Después de Él, ninguna guerra, ninguna agresividad;  Benedicto XVI instaló esta verdad de Jesús: ninguna religión puede tolerar la violencia, ningún tipo de violencia. 

El Señor viene “estés como estés”

Y por eso, porque el código de Jesús es vivible: “Toda carne –si se toma uno el tiempo para contemplar y practicar los códigos del evangelio- verá la salvación de Dios”. Lucas sitúa el comienzo de todo esto en el Anuncio de Juan. Y lo enmarca en un tiempo preciso, nombrando a todas las autoridades políticas y religiosas de la época. Como si ahora dijéramos: siendo presidente del Imperio Biden, presidente nuestro Fernández, jefe de Gobierno Larreta, Gobernador de Buenos Aires, Kicilof…, durante el papado de Francisco y siendo arzobispo de Córdoba Rossi… “Viene la Palabra de Dios sobre… nosotros, y se nos empieza a anunciar que si uno se sumerge (se bautiza) un rato en la contemplación, la Palabra del evangelio puede irle cambiando la mentalidad, puede hacer que uno se corrija de algunas actitudes equivocadas…

… Viene la Palabra a nosotros para recordarnos que, como dicen los profetas y todos nuestros santos, como la Iglesia constantemente nos anuncia: el Señor viene a nosotros, sí o sí, estés como estés, en cada Navidad y que, si uno le prepara el camino, mejor. No es difícil dedicarle un tiempo a preparar su venida: Solo hay que rectificar algunas intenciones medio torcidas, rellenar de amor nuestros tiempos vacíos, agachar un poco la cabeza y bajar un cambio en cuanto a pretensiones, 

de manera tal que lo que fuimos haciendo complicado lo simplifiquemos un poco 

y limemos asperezas, así la venida del Señor se hará visible, que es como decir que “toda carne verá la salvación de Dios”.

Estas actitudes de abajamiento son para que se note que, como dice Pablo:

“No nos anunciamos (kerygma) a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos de ustedes por Jesús. Pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en el rostro de Cristo. Sin embargo, llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros” (2 Cor 4, 5-7). ¡Qué anuncio tan hermoso! ¡Necesitamos que nos anuncien a Jesucristo! Necesitamos vernos en ese Rostro que irradia la gloria del Padre que nos creó, para reconocernos, porque los seres humanos nos volvemos irreconocibles si no. 

Sin anuncio no hay esperanza

Un amigo sacerdote me compartió esta perspectiva linda para este Adviento: “Sin anuncio no hay esperanza”, me decía, “¿Por qué no le das un poco vueltas a esto: ¿qué anunciamos?, ¿cómo es que damos esperanza?”. De allí salió la contemplación de hoy. Sin Anuncio no hay esperanza porque sin Anuncio no hay “tiempo que viene”, lo cual es lo mismo que decir que no hay vida. Por eso nos alegramos de que se nos anuncie a Jesús como Señor. Nos alegramos de que el Espíritu Santo se derrame en nuestros corazones. Nos alegramos de que Él mismo, mientras contemplamos, ilumine nuestros corazones (eso significa “que irradie el conocimiento de la gloria de Dios que está en el rostro de Jesús”). Y nos alegramos también porque al hacer este anuncio nosotros, se nota que somos como esos “recipientes de barro”, que muestran por contraste, lo que es la gracia. Me encanta pensar que estas contemplaciones son un “cántaro de barro” (o un impulso de bytes) en los que el Señor transforma el agua de la palabra humana en el Vino de la suya. Que se anuncie a Jesucristo no es un mensaje “puro” espíritu, sino un mensaje que se encarna en cada anunciador y toma no solo su tono de voz y sus modos sino, sobre todo, sus tiempos. Ojalá que el Señor, así como viene a mi tiempo al escribir esta contemplación, entre también en el tiempo de ustedes, al usarla como recipiente para contemplar y escuchar el Anuncio y les haga sentir la alegría del tiempo de Adviento.

Diego Fares s.j.