Mentalidad de servidores (29 B 2021)

María fatigada y feliz servidora abrazada a la Palabra

Andaban en el camino, subiendo a Jerusalén. 

Jesús se les adelantaba y ellos se asombraban. Le seguían pero tenían miedo. 

Y tomando consigo de nuevo a los Doce … (les anuncia por tercera vez la pasión).

Se le acercan entonces Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen:

Maestro, queremos que lo que te vamos a pedir lo hagas con nosotros.

El les dijo: ¿Y qué quieren que haga Yo con ustedes?

Ellos le dijeron: Concédenos que nos sentemos, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu Gloria.

Jesús les dijo: No saben lo que están pidiendo. ¿Pueden beber el cáliz que yo he de beber o ser bautizados con el bautismo con que Yo voy a ser bautizado?

Podemos – le respondieron ellos.

Pero Jesús dijo: El cáliz que yo bebo, ustedes lo beberán y con el bautismo con que voy a ser bautizado, serán bautizados también ustedes, pero hacer que alguien se siente a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; es para quienes está preparado.

Los otros diez, como escucharon esto, comenzaron a indignarse con Santiago y Juan. Jesús, llamándolos junto a sí les dice: Ustedes saben que los que figuran o pasan como jefes de las naciones los tratan despóticamente como si fueran sus dueños absolutos y los grandes (de las naciones) las oprimen, abusando de su poder y autoridad contra ellos. No es así entre ustedes

sino que el que quiera convertirse en el más grande entre ustedes, será su servidor (diakono) y el que quiera ser el primero entre ustedes, será siervo (doulos) de todos. Porque el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para dar su vida en rescate por muchos (Mc 10, 35-45).

Contemplación

Mentalidades: El grupo, Santiago y Juan, Jesús, Iglesia

Después de la transfiguración, de la que el Señor hizo participar a Santiago y Juan junto con Simón Pedro, los discípulos se pusieron más “proactivos”, digamos. Ante un Jesús que insiste varias veces con el anuncio de su pasión, y que les habla de Cruz , de muerte y de resurrección, Pedro se anima a “corregir” a su Maestro y se liga un reto de aquellos: “Salí de aquí Satanás”. Santiago y Juan sienten que les toca probar a ellos y en vez de discutir con los demás acerca de quién es el mayor, deciden ir de frente y pedírselo ellos mismos al Señor. El pedido no está mal hecho dado que Jesús no los saca carpiendo. Pero les corrige la mentalidad. Ellos utilizan la palabra “gloria” y el contenido de esa palabra resuena con música de triunfo. Pero no saben que, en el lenguaje de Jesús, Gloria es igual a Cruz, a humillación y anonadamiento de sí para salvar a los demás. Por eso el Señor les dice que no saben lo que piden. Agrega el Señor algo que a mi me ayuda cuando me indigno ante alguno que tiene autoridad en la Iglesia y usa mal de sus cargos. El Señor dice que los cargos no los reparte él, que son para quienes están preparados o que es el Padre el que maneja ese asunto. Jesús reparte cruces, todas las que sepamos y queramos cargar, trabajos, todos los que deseemos realizar por el reino, reparte amistad, todo lo cercana que uno como amigo quiera que sea. Y su Espíritu, sin medida. Pero no puestitos de honor. 

Al ver que el grupo se indigna con Santiago y Juan, el Señor vuelve al ataque con lo de ser servidores. 

Pero no se trata solo de servicios concretos sino de una mentalidad. En este tiempo en que compartimos mucho con el hermano Rizzo me impresiona cómo cada vez que alguien le ayuda para llevar los platos a lavar, él se siente avergonzado. Durante toda su larga vida de hermano en la Compañía siempre ha levantado él los platos y servido a todos y ahora que tiene que dejar que lo sirvan, le cuesta. Todos le dicen esas frases de teología abstracta: hay que saber dejarse ayudar, etc. El responde con una frase suya cada vez que otro usa una palabra evangélica sin medir toda su profundidad: “dejarse ayudar”. ¡Es toda una palabra! Como diciendo: la palabra yo también la entiendo, pero no es fácil ni así nomás. En lo que insisto es en cómo una actitud evangélica se ha hecho carne en una persona. No es que el hermano “haga servicios”, el “es un servidor”. 

Se trata por tanto de cambiar de mentalidad. De esa conversión le habla Pablo a los Romanos: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestra mente, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Rm 12, 2). Mente (nous) significa las facultades de percibir y comprender y las de sentir, juzgar, determinar. Implica cambiar el modo de percibir y entender (intelecto) las cosas con la luz de la fe y la sabiduría del Espíritu que nos hace captar las situaciones para responder según Dios en cada momento. La mente implica también la capacidad de razonar, de sacar conclusiones o llegar al fondo de una cuestión usando los “criterios de Jesús” y no los del mundo. Captar bien para razonar bien y así, en tercer lugar, discernir o juzgar lo que le agrada al Padre.  Es un cambio total el que Jesús nos pide. Francisco siempre dice aquello de Romano Guardini: Jesús cambió el poder en servicio. La mentalidad que busca el poder, la riqueza y la gloria propia, el Señor la cambia en una mentalidad que busca servir, en pobreza y humildad, para Gloria de Dios Padre y salvación de todos. 

Para argumentar acerca de este cambio de mentalidad que se nos propone, Jesús usa el recurso de ponerse a sí mismo como ejemplo: “No vine a ser servido, sino a servir y dar su vida para rescatarnos”. Esto debería bastar: si Jesús se pone como el que sirve, si dice que incluso en el Cielo, con todos los ángeles a disposición será Él mismo en persona el que nos sirva a la mesa, quiere decir que el servicio es algo precioso en sí mismo y que debemos poner en práctica lo más rápido posible para no perder oportunidades de “igualarnos” con el Señor, de tener su mismo estilo e imitar, cada uno en su puesto de servicio, al Señor que sirve a todos. 

El lavatorio de los pies es el gesto que consagra el servicio y reúne en sí todo lo que Jesús nos quiere enseñar: “Después de lavarles los pies, Jesús se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿Entienden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman “Maestro» y “Señor», y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy su Señor y Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado ejemplo para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes. Les aseguro que el servidor no es más grande que su amo ni el mensajero más grande que quien lo envió. ¡Felices serán si entienden esto y lo practican!». Si yo que soy el Maestro, hago esto, ustedes serán felices si hacen lo mismo” (Jn 13, 12-17). De aquí es que el Papa Francisco haya “reavivado” este gesto que define la Persona y la Misión de Jesús y, practicándolo a lo largo de los años (desde que era párroco en la Iglesia del Patriarca San José) y lo haya puesto como “gesto profético” que condensa en si su pontificado. 

Todos conocemos (en la familia siempre hay alguien que se destaca) a esa gente que tiene “mentalidad de servidor/a”. No suelen ser los más importantes, pero se los ve siempre felices.

Descalzo nos cuenta una historia real que le pone una sonrisa a esto de la “mentalidad de servidores”.

El mozo de equipajes

Hace unos días me puse a pensar -no sé muy bien por qué- en un viejo amigo mío que era mozo de equipajes en Valladolid. Debía de tener más o menos la edad que yo tengo ahora, pero entonces a mí me parecía muy viejo. Pero lo asombroso era su permanente alegría.

No sabia hacer su trabajo sin gastarte una broma, y cuando te hacía un favor, parecía que se lo hubieses hecho tú a él. Un día le pregunté: «Y tú, ¿cuándo te vas de vacaciones?» Se rió y me dijo: «Me voy un poco en cada maleta que subo para los que se van hacia la playa.»

El sonreía, pero fui yo quien se marchó desconcertado. Nunca había pensado en lo dramático de esa vocación de alguien que se pasa la vida ayudando a viajar a los demás, pero él se queda siempre en el andén, viendo partir los trenes donde los demás se van felices, mientras él sólo saborea el sudor de haberles ayudado en esa felicidad.

¿Sólo el sudor? No se lo dije a mi amigo, el mozo de equipajes porque se hubiera reído de mi y me hubiera explicado que el sudor le quedaba por fuera, mientras por dentro le brotaba una quizá absurda, pero también maravillosa, satisfacción.

Desde entonces pienso que todos los que sienten vocación de servicio -sea la que sea su profesión- son un poco mozos de equipaje. Y que todos sienten esa extraña mezcla de cansancio y alegría.

Al fin me parece que en la vida no hay más que un problema: vives para ti mismo o vives para ser útil. Vivir para ser útil es caro, hermoso y fecundo.

Caro, desde luego. Todos somos egoístas. Al fin y al cabo, ¿qué queremos todos sino ser queridos? Por mucho que nos disfracemos, nuestra alma lo único que hace es mendigar amor. Sin él vivimos como despellejados. Y se vive mal sin piel.

Por eso el mundo no se divide en egoístas y generosos, sino en egoístas que se rebozan en su propio egoísmo y en otros egoístas que luchan denodadamente por salir de sí mismos, aun sabiendo que pagarán caro el precio de preferir amar a ser sólo amados”.

Ese “cansancio alegre” de Descalzo, el Papa lo describe -usando palabras de san Juan Pablo II en Redemptoris Mater – como la “fatiga del corazón de María” que va a servir a su prima Isabel y, fatigada del camino en subida, canta el Magnificat. Esta fatiga del corazón, que proviene del trabajo que lleva leer la vida con la luz de la fe y discernir la voluntad de Dios en medio de las ambigüedades de la vida, es lo que vence la tentación de triunfalismo y de mundanidad espiritual.

El antídoto contra el triunfalismo (de querer un cristianismo sin Cruz y buscar la propia gloria) está en esa peculiar fatiga del corazón que Juan Pablo II hizo notar cómo se daba en nuestra Señora y que Bergoglio retoma siempre como signo de fe: “Ante los duros y dolorosos acontecimientos de la vida, responder con fe cuesta «una particular fatiga del corazón». Es la noche de la fe. En el Gólgota, María se enfrenta a la negación total de esa promesa: su Hijo agoniza sobre una cruz como un criminal. Así, el triunfalismo, destruido por la humillación de Jesús, fue igualmente destruido en el corazón de la Madre; ambos supieron callar”.

Diego Fares sj

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