Amar a Dios con todo el corazón (31 B 2021)

Acercándose a Jesús uno de los escribas, que los había oído discutir (acerca de la resurrección), viendo que les había respondido bellamente (a los saduceos), le preguntó: «¿Cuál es mandamiento primero de todos? .» 

Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás al que está cerca de ti como a ti mismo. Mayor que estos, no hay otro mandamiento.» 

El escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, con verdad dijiste “Uno es y no hay otro más que él”, y el “Amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas”, y el “Amar al prójimo como a sí mismo”, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios.» Jesús, al ver que había respondido sensatamente, le dijo: «No andas lejos del Reino de Dios.» Y nadie ya osaba cuestionarle (Mc 12,28b-34).

Contemplación

 Me mandas que te ame – nos mandas que te amemos- con todo el corazón. Decir corazón es decir nuestro centro afectivo, con el que deseamos, elegimos y nos adherimos a nuestro tesoro, las personas que más queremos, a las que nos complace hacer el bien y los valores más altos, que honramos y cultivamos y que nos hacen ser quienes somos. 

Con todo el corazón quiere decir incluyendo las distintas dimensiones de nuestro corazón: inteligencia y querer libre (voluntad), sensibilidad y sentimientos. Lo afectivo unifica todo nuestro ser: busca lo que desea con todas las fuerzas y capacidades y se adhiere a lo que ama también de manera total. Lo que quiero significar que, aunque llamemos corazón al órgano, el corazón es corazón latiendo en acto, bombeando la sangre que da vida a todo el cuerpo y desplegando e integrando todas las dimensiones de nuestra afectividad. 

Nuestro corazón está siempre inclinado a latir físicamente y a amar espiritualmente, a desear, a elegir y a adherirse. Ahora, esto que somos y hacemos naturalmente Tú, Señor, nuestro sumo Bien, nuestro Tesoro, nos mandas que lo seamos y hagamos libremente. Mandarnos que te amemos pareciera innecesario,  como mandarnos que respiremos. Sin embargo, es bueno que nos lo mandes para que recordemos y nos hagamos conscientes de que Tú eres nuestro sumo Bien y de que tenemos que estar atentos para comprobar si estamos desplegando todo el potencial de nuestro corazón en todas sus dimensiones. Porque es tan grande la sed de nuestro corazón y tan fuerte su poder de adhesión, que a veces nos encontramos ya “afeccionados” a algo que no eres Tú como si fuera nuestro bien mayor (idolatramos), o nos adherimos parcialmente a ti, sin poner todas las fuerzas, o reducimos las potencialidades de nuestro corazón solo a la sensibilidad o al sentimiento, sin poner toda nuestra mente y sin ejercitar nuestra libertad.

Por eso, está bien que nos lo mandes, para que corrijamos el rumbo si se desvía o se nos desjerarquizan los valores. En la práctica, por el tiempo y las fuerzas reales que invertimos en ellas, muchas cosas que no son las de mayor valor, lo son de hecho. Como cuando uno, por trabajar de más, se olvida de que es creatura y pasa tiempo sin que adore al Padre Creador o, si es papá, no encuentra nunca el momento para jugar con sus hijos…

Al hablar del corazón, como estamos en el año ignaciano, no me resisto a hablar de ese corazón suyo que sigue latiendo cada vez que un ejercitante y el que lo acompaña entran en Ejercicios Espirituales. Los Ejercicios vividos y practicados siguiendo los tiempos, los temas y las indicaciones que va dando Ignacio, se podrían definir como la puesta en práctica de lo que significa “obedecer y realizar el mandamiento del amor”. 

Escuchar y poner en práctica el mandamiento del amor es un proceso complejo, que requiere tiempo, toda la vida, para decirlo claramente. Porque implica el trabajo de ir enseñoreándonos de nuestro corazón y armonizando los dos mandamientos, el que nos manda amar a Dios en y sobre todas las cosas y el que nos manda amar al prójimo como a nosotros mismos.

Si el fin de los ejercicios es “aprender a alcanzar amor” en todo lo que hacemos (es decir: ordenar todo de manera que el amor circule por toda nuestra vida) cada “semana” o “período” de los Ejercicios forma parte esencial del proceso. Ignacio nos enseña primero a adorar -alabando, haciendo reverencia y sirviendo- a Dios nuestro Señor. Adorar implica jerarquizar: poner a nuestro Señor y Creador en el lugar que le corresponde y poner todas las cosas y a nosotros con ellas, también en su lugar. Este es el Principio y Fundamento que los Ejercicios nos proponen para iniciar -cada vez, cada día y en cada oración- el camino que nos lleva al fin: alcanzar amor. 

El tiempo que le dedicamos a meditar sobre nuestro pecado y la Misericordia inagotable de Dios, tiene que ver con algo muy real: basta tomar conciencia de que somos creaturas para sentir el tironeo de muchas cosas a las que estamos mal afectados y que se resisten a ser reordenadas o directamente eliminadas de nuestro corazón, que se ha adherido a ellas no como corresponde. 

El tiempo que le dedicamos a contemplar la vida de Jesús nuestro Señor, nos va haciendo sentir que no basta con buscar, elegir y adherirse al Señor de manera general, sino que cada corazón debe descubrir su modo propio de hacerlo. Cada uno debe buscar y hallar su carisma y su misión. Esto parte de que Dios no nos ama “en general”, sino a cada uno de manera muy concreta y especial y ordenando cada amor especial al bien de todos, especialmente de los más necesitados. No se puede amar “con todo el corazón” si uno no encuentra su carisma y su misión de amor único, intransferible y que se puede armonizar con el amor de los demás. De ahí el proceso de “elección y de reforma de vida”. La pasión y la resurrección del Señor consolidan y confirman el modo de amar de cada uno que se concreta en las bienaventuranzas, y el lugar de servicio donde ese amor se concreta en obras de misericordia. Entonces sí, se “alcanza” un verdadero amor, amor creatural, amor de afectos purificados, amor fiel a un carisma particular, que el Espíritu se encarga de universalizar, amor concretado en un servicio, que comporta cruz y resurrección.

En el relato de su vida que Ignacio le hizo al padre Cámara, se puede descubrir cómo lo que Ignacio dice y recomienda nace de su experiencia y de lo que el Señor fue haciendo con su corazón. Un detalle significativo: Ignacio, en sus escritos, usa poco el término “corazón”. Sus compañeros, en cambio, hablan mucho y se nota el gusto y la alegría que sienten describiendo el corazón de nuestro padre. En la Autobiografía, la palabra corazón enmarca dos momentos clave en su proceso interior de conversión. Ignacio cuenta cómo su corazón pasó de “estar poseído por una cosa vana” a estar “aficionado solo a Dios”. 

En su convalecencia, hasta que se curó su pierna herida por la bala de cañón, decía así: «Leyendo muchas veces (la vida de Cristo y de los santos), algún tanto se aficionaba a lo que allí hallaba escrito… Y de muchas cosas vanas que se le ofrecían, una tenía tanto poseído su corazón, que se estaba luego embebido en pensar en ella dos y tres y cuatro horas sin sentirlo, imaginando lo que había de hacer en servicio de una señora, los medios que tomaría para poder ir a la tierra donde ella estaba, los motes, las palabras que le diría, los hechos de armas que haría en su servicio. Y estaba con esto tan envanecido que no miraba cuán imposible era poderlo alcanzar…» (EE 6).

Y luego,  antes de embarcarse para ir a Jerusalén, Ignacio hizo este discernimiento: «Y aunque se le ofrecían algunas compañías, no quiso ir sino solo; que toda su cosa era tener a solo Dios por refugio…porque él deseaba tener tres virtudes: caridad, fe y esperanza; y llevando un compañero, cuando tuviese hambre esperaría ayuda de él… y esta confianza y afición y esperanza la quería tener en solo Dios. Y esto que decía de esta manera, lo sentía así en su corazón» (A 35).

Las dos imágenes del corazón en lucha – poseído por una cosa vana y aficionado sólo a Dios – hacen referencia a otra cosa, a lo objetivo, al «tesoro» de que habla el Evangelio. Importa profundizar entonces en el contexto de estas dos imágenes, y ver cómo describió el objeto en torno al cual se estructuraban los afectos y la conciencia de su corazón.

«Una cosa vana» y «sólo Dios» eran los dos polos antagónicos en referencia a los cuales se movía el corazón de Ignacio. La cosa vana que lo poseía en oposición al Dios que lo atraía. La vana gloria en oposición a la Gloria del Dios siempre mayor.

Hay una carta de Ignacio, escrita en enero de 15541, en que toca el tema de la posesión del corazón y dice así: «… Si alguna vía hay para evitar trabajos y aflicciones de espíritu en este mundo, es esforzarse en conformar totalmente su voluntad con aquella de Dios, porque si Él poseyese enteramente nuestro corazón, no pudiendo nosotros sin nuestra voluntad perderlo, no podría acaecer cosa de mucha aflicción, porque toda la aflicción nace de haber perdido o de temer perder lo que se ama»⁠.

Llama la atención la frase: «no pudiendo nosotros sin nuestra voluntad perderlo». Ignacio considera que «ser poseído» hace a la esencia misma del corazón, y siempre es libre el dejarse poseer, sea por una cosa vana o por Dios nuestro Señor. En el fondo, sólo Dios puede poseer «enteramente» un corazón que se le entrega. 

Una vez que se liberó de su afecto desordenado, consciente de que lo que piensa y dice también lo “siente” en su corazón, Ignacio no usa más explícitamente el término. Cuando narra la visión de la Storta, por ejemplo, dice que “Estando un día, a algunas millas de Roma, en una iglesia, y haciendo oración sintió tal mutación en su alma, y vio tan claramente que Dios Padre lo ponía con Cristo, su hijito amado” (A 96). En la narración de esta gracia, Diego Laínez, uno de sus compañeros,  recuerda que Ignacio le contó esta visión utilizando la palabra “corazón” y no “anima”. «Cuando veníamos a Roma por la vía de Siena, nuestro Padre, como quien tenía muchos sentimientos espirituales y especialmente en la santísima Eucaristía, que recibía todos los días, siéndole administrada o por Maestro Pedro Fabro o por mí, que decíamos misa todos los días, pero él no, me dijo que le parecía que Dios Padre le imprimiese en el corazón estas palabras: – Ego ero vobis Romae propitius⁠[1].

Jerónimo Nadal, el que mejor conocía la espiritualidad que quería Ignacio, deriva de aquella gracia una característica del santo, que se desbordaba en sus compañeros: la elevada paz y energía en sus actividades, la alegría y sosiego del corazón que se proyectaba sobre todas sus acciones. 

Le pedimos a Ignacio la gracia grande de cumplir de todo corazón los dos mandamientos principales.

Diego Fares sj


 

Bartimeo, el mendigo ciego que de ser un marginal, pasó a ser seguidor de Jesús, de un Jesús que siempre está “en salida” (Domingo 30 B 2006)

Fueron a Jericó. Y saliendo Jesús  de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo –Bartimeo-  un ciego mendigo, estaba sentado al costado del  camino. Y oyendo que pasaba Jesús, el Nazareno, comenzó a gritar y decía:

– ¡Hijo de David, Jesús ¡Ten piedad de mí!

Y muchos lo increpaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte:

– ¡Hijo de David, apiádate de mí!

Jesús se detuvo y dijo que lo llamaran.

Entonces llamaron al ciego y le dijeron:

– ¡Animo, levántate! El te llama.

Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia Jesús.

Y en respuesta Jesús le dijo:

– ¿Qué deseas que haga para ti?

El le respondió:

– Maestro –Rabbuní-, que vea.

Jesús le dijo

– Vete. Tu fe te ha salvado.

Y al instante comenzó a ver y lo seguía en el camino.

                        (Mc 10, 46-52)

Contemplación

En pocos renglones Marcos nos muestra el momento clave de un largo proceso interior, el de Bartimeo, ciego mendigo, que de estar sentado a un costado del camino recupera la vista y se convierte en discípulo de Jesús, en uno que ahora no está más al costado sino que sigue al Señor por el camino. Esas son las dos imágenes fuertes de Marcos y tienen como punto central el camino: Bartimeo sentado a un costado del camino, Bartimeo siguiendo a Jesús por el camino. Un camino que, como ha anunciado el Señor poco antes, por tercera vez, lo lleva a Jerusalén, lo lleva a la Cruz.

En medio de estas dos escenas vemos a un Bartimeo atento, que “oye” que Jesús pasa cerca y se pone a gritar:  “Hijo de David, Jesús ¡Ten piedad de mí!”

Y como muchos lo increpaban para que se callara, él gritaba más fuerte: “¡Hijo de David, apiádate de mí!”

Seguramente cuando Jesús “entró en Jerico” Bartimeo no se dio cuenta, pero se enteró de que el Señor estaba en su ciudad y planeó un encuentro con él, decidido a no dejar pasar al Maestro sin aprovechar la oportunidad. Notemos con qué nombres lo llama: Hijo de David y Jesús. Hijo de David es un término mesiánico. Jesús es un nombre familiar. Bartimeo es de los pocos que llaman por su nombre al Señor. Se ve que ha estado pensando en lo que quería pedirle y en cómo se dirigiría a Él, con qué nombres lo llamaría para tocar el corazón y moverlo a piedad. 

Cundo el Señor se detiene y manda a que lo llamen, vemos a un Bartimeo lleno de vida y energía que en un solo movimiento arroja su manto (a veces era la única posesión preciosa de un mendigo) y se levanta de un salto y va hacia Jesús. El encuentro es como de dos que ya se conocen: bastan pocas palabras. Que quieres que haga para ti, le dice gentilmente Jesús; Rabbuni -mi Maestro-, le dice Bartimeo, haz que vea. Y Jesús: Vete, tu fe te ha salvado.

Rabbuni es un título de mucha intimidad. Bartimeo le está diciendo a Jesús que él se siente su discípulo y el Señor se lo acepta. Bartimeo es la figura opuesta al joven rico, que tenía muchas posesiones y no se animó a seguir al Señor. Bartimeo en cambio dejó su manto allí tirado y lo sigue a Jesús por el camino.

No sabemos cómo habrá seguido su vida, pero es seguro que fue de bien en mejor. 

Ver y seguir. Con Jesús estos dos verbos van juntos y se ayudan el uno al otro. Ver a Jesús, al Hijo de David, al Maestro, es una gracia. Seguirlo por el camino después de haber tenido un encuentro con él, es un paso necesario para poder “verlo” más. Al Señor lo va viendo -conociendo y amando- el que lo sigue. No se puede ver a Jesús y quedarse estático porque lo perdemos. El Señor (sobre todo en Marcos) está siempre “en camino”. Y los que quieren ser sus discípulos deben apurar el paso. 

La llamada al seguimiento seguir a Jesús- constituye todo el tejido del evangelio de Marcos. Es la palabra clave y Bartimeo la pone en práctica apenas curado. 

El evangelio de Marcos termina precisamente con las palabras: “El irá delante de ustedes a Galilea. Allí lo verán, como les dijo”. La Galilea, donde veremos a Jesús resucitado, si seguimos lo que El nos ha enseñado, es precisamente el comienzo del Evangelio de Marcos, símbolo de nuestra vida cotidiana, el lugar donde Jesús nos sale al encuentro y nos dice: Vengan conmigo! 

El evangelio termina invitándonos a volver al comienzo, a releer, para “ver” más y mejor. 

El seguimiento es el modo de vivir cristiano, siempre atentos a los signos que revelan la presencia de Jesús (en los más pequeños) y yendo hacia donde el Espíritu nos sopla y nos inspira. 

La vida cristiana se realiza siguiendo paso a paso a Jesús por el camino que él ha recorrido y que va de la encarnación al Padre, pasando por la Cruz, luego de haber “salido” de la muerte dejando el sepulcro vacío.

Seguir a Jesús quiere decir guiarnos por sus criterios y no por los nuestros. Implica siempre escuchar su Palabra, interpretarla personalmente y elegir lo que el Señor nos muestra como lo mejor en cada situación. 

Seguir a Jesús es llevar una vida con un oído inclinado hacia el corazón del Señor, que nos permite “tener sus mismos sentimientos”, y los ojos fijos en el Evangelio, que nos hacen “tener su mente”, lo que le agrada, lo que desea.

El Jesús al que debemos seguir -como vemos que hace ahora Bartimeo- es un Jesús “móvil”, siempre saliendo. 

Jesús en Marcos “sale siempre”, ya desde el comienzo, vemos a un Jesús “caminando junto al mar de Galilea (Mc 1, 16) que llama a los pescadores a que lo sigan. Y durante sus peripecias Jesús siempre “va adelante”, se les adelanta. 

Así lo tenemos que seguir, con el entusiasmo de que ya se nos adelantó y nos espera en el día que tenemos para vivir, con las sorpresas de los bienes que ha preparado para que los llevemos a cabo.

Seguir a Jesús, decíamos es “salir de nuestros criterios, de nuestro habitual modo de pensar y de razonar y animarnos a ir un poco más allá, visto que Jesús siempre “se sale” del modo habitual de pensar de la gente y enseña nuevos modos (“Entre ustedes no es así, el que quiere ser grande que se haga pequeño y sirva a todos).

Diego Fares sj

Mentalidad de servidores (29 B 2021)

María fatigada y feliz servidora abrazada a la Palabra

Andaban en el camino, subiendo a Jerusalén. 

Jesús se les adelantaba y ellos se asombraban. Le seguían pero tenían miedo. 

Y tomando consigo de nuevo a los Doce … (les anuncia por tercera vez la pasión).

Se le acercan entonces Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen:

Maestro, queremos que lo que te vamos a pedir lo hagas con nosotros.

El les dijo: ¿Y qué quieren que haga Yo con ustedes?

Ellos le dijeron: Concédenos que nos sentemos, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu Gloria.

Jesús les dijo: No saben lo que están pidiendo. ¿Pueden beber el cáliz que yo he de beber o ser bautizados con el bautismo con que Yo voy a ser bautizado?

Podemos – le respondieron ellos.

Pero Jesús dijo: El cáliz que yo bebo, ustedes lo beberán y con el bautismo con que voy a ser bautizado, serán bautizados también ustedes, pero hacer que alguien se siente a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; es para quienes está preparado.

Los otros diez, como escucharon esto, comenzaron a indignarse con Santiago y Juan. Jesús, llamándolos junto a sí les dice: Ustedes saben que los que figuran o pasan como jefes de las naciones los tratan despóticamente como si fueran sus dueños absolutos y los grandes (de las naciones) las oprimen, abusando de su poder y autoridad contra ellos. No es así entre ustedes

sino que el que quiera convertirse en el más grande entre ustedes, será su servidor (diakono) y el que quiera ser el primero entre ustedes, será siervo (doulos) de todos. Porque el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para dar su vida en rescate por muchos (Mc 10, 35-45).

Contemplación

Mentalidades: El grupo, Santiago y Juan, Jesús, Iglesia

Después de la transfiguración, de la que el Señor hizo participar a Santiago y Juan junto con Simón Pedro, los discípulos se pusieron más “proactivos”, digamos. Ante un Jesús que insiste varias veces con el anuncio de su pasión, y que les habla de Cruz , de muerte y de resurrección, Pedro se anima a “corregir” a su Maestro y se liga un reto de aquellos: “Salí de aquí Satanás”. Santiago y Juan sienten que les toca probar a ellos y en vez de discutir con los demás acerca de quién es el mayor, deciden ir de frente y pedírselo ellos mismos al Señor. El pedido no está mal hecho dado que Jesús no los saca carpiendo. Pero les corrige la mentalidad. Ellos utilizan la palabra “gloria” y el contenido de esa palabra resuena con música de triunfo. Pero no saben que, en el lenguaje de Jesús, Gloria es igual a Cruz, a humillación y anonadamiento de sí para salvar a los demás. Por eso el Señor les dice que no saben lo que piden. Agrega el Señor algo que a mi me ayuda cuando me indigno ante alguno que tiene autoridad en la Iglesia y usa mal de sus cargos. El Señor dice que los cargos no los reparte él, que son para quienes están preparados o que es el Padre el que maneja ese asunto. Jesús reparte cruces, todas las que sepamos y queramos cargar, trabajos, todos los que deseemos realizar por el reino, reparte amistad, todo lo cercana que uno como amigo quiera que sea. Y su Espíritu, sin medida. Pero no puestitos de honor. 

Al ver que el grupo se indigna con Santiago y Juan, el Señor vuelve al ataque con lo de ser servidores. 

Pero no se trata solo de servicios concretos sino de una mentalidad. En este tiempo en que compartimos mucho con el hermano Rizzo me impresiona cómo cada vez que alguien le ayuda para llevar los platos a lavar, él se siente avergonzado. Durante toda su larga vida de hermano en la Compañía siempre ha levantado él los platos y servido a todos y ahora que tiene que dejar que lo sirvan, le cuesta. Todos le dicen esas frases de teología abstracta: hay que saber dejarse ayudar, etc. El responde con una frase suya cada vez que otro usa una palabra evangélica sin medir toda su profundidad: “dejarse ayudar”. ¡Es toda una palabra! Como diciendo: la palabra yo también la entiendo, pero no es fácil ni así nomás. En lo que insisto es en cómo una actitud evangélica se ha hecho carne en una persona. No es que el hermano “haga servicios”, el “es un servidor”. 

Se trata por tanto de cambiar de mentalidad. De esa conversión le habla Pablo a los Romanos: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestra mente, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Rm 12, 2). Mente (nous) significa las facultades de percibir y comprender y las de sentir, juzgar, determinar. Implica cambiar el modo de percibir y entender (intelecto) las cosas con la luz de la fe y la sabiduría del Espíritu que nos hace captar las situaciones para responder según Dios en cada momento. La mente implica también la capacidad de razonar, de sacar conclusiones o llegar al fondo de una cuestión usando los “criterios de Jesús” y no los del mundo. Captar bien para razonar bien y así, en tercer lugar, discernir o juzgar lo que le agrada al Padre.  Es un cambio total el que Jesús nos pide. Francisco siempre dice aquello de Romano Guardini: Jesús cambió el poder en servicio. La mentalidad que busca el poder, la riqueza y la gloria propia, el Señor la cambia en una mentalidad que busca servir, en pobreza y humildad, para Gloria de Dios Padre y salvación de todos. 

Para argumentar acerca de este cambio de mentalidad que se nos propone, Jesús usa el recurso de ponerse a sí mismo como ejemplo: “No vine a ser servido, sino a servir y dar su vida para rescatarnos”. Esto debería bastar: si Jesús se pone como el que sirve, si dice que incluso en el Cielo, con todos los ángeles a disposición será Él mismo en persona el que nos sirva a la mesa, quiere decir que el servicio es algo precioso en sí mismo y que debemos poner en práctica lo más rápido posible para no perder oportunidades de “igualarnos” con el Señor, de tener su mismo estilo e imitar, cada uno en su puesto de servicio, al Señor que sirve a todos. 

El lavatorio de los pies es el gesto que consagra el servicio y reúne en sí todo lo que Jesús nos quiere enseñar: “Después de lavarles los pies, Jesús se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿Entienden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman “Maestro» y “Señor», y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy su Señor y Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado ejemplo para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes. Les aseguro que el servidor no es más grande que su amo ni el mensajero más grande que quien lo envió. ¡Felices serán si entienden esto y lo practican!». Si yo que soy el Maestro, hago esto, ustedes serán felices si hacen lo mismo” (Jn 13, 12-17). De aquí es que el Papa Francisco haya “reavivado” este gesto que define la Persona y la Misión de Jesús y, practicándolo a lo largo de los años (desde que era párroco en la Iglesia del Patriarca San José) y lo haya puesto como “gesto profético” que condensa en si su pontificado. 

Todos conocemos (en la familia siempre hay alguien que se destaca) a esa gente que tiene “mentalidad de servidor/a”. No suelen ser los más importantes, pero se los ve siempre felices.

Descalzo nos cuenta una historia real que le pone una sonrisa a esto de la “mentalidad de servidores”.

El mozo de equipajes

Hace unos días me puse a pensar -no sé muy bien por qué- en un viejo amigo mío que era mozo de equipajes en Valladolid. Debía de tener más o menos la edad que yo tengo ahora, pero entonces a mí me parecía muy viejo. Pero lo asombroso era su permanente alegría.

No sabia hacer su trabajo sin gastarte una broma, y cuando te hacía un favor, parecía que se lo hubieses hecho tú a él. Un día le pregunté: «Y tú, ¿cuándo te vas de vacaciones?» Se rió y me dijo: «Me voy un poco en cada maleta que subo para los que se van hacia la playa.»

El sonreía, pero fui yo quien se marchó desconcertado. Nunca había pensado en lo dramático de esa vocación de alguien que se pasa la vida ayudando a viajar a los demás, pero él se queda siempre en el andén, viendo partir los trenes donde los demás se van felices, mientras él sólo saborea el sudor de haberles ayudado en esa felicidad.

¿Sólo el sudor? No se lo dije a mi amigo, el mozo de equipajes porque se hubiera reído de mi y me hubiera explicado que el sudor le quedaba por fuera, mientras por dentro le brotaba una quizá absurda, pero también maravillosa, satisfacción.

Desde entonces pienso que todos los que sienten vocación de servicio -sea la que sea su profesión- son un poco mozos de equipaje. Y que todos sienten esa extraña mezcla de cansancio y alegría.

Al fin me parece que en la vida no hay más que un problema: vives para ti mismo o vives para ser útil. Vivir para ser útil es caro, hermoso y fecundo.

Caro, desde luego. Todos somos egoístas. Al fin y al cabo, ¿qué queremos todos sino ser queridos? Por mucho que nos disfracemos, nuestra alma lo único que hace es mendigar amor. Sin él vivimos como despellejados. Y se vive mal sin piel.

Por eso el mundo no se divide en egoístas y generosos, sino en egoístas que se rebozan en su propio egoísmo y en otros egoístas que luchan denodadamente por salir de sí mismos, aun sabiendo que pagarán caro el precio de preferir amar a ser sólo amados”.

Ese “cansancio alegre” de Descalzo, el Papa lo describe -usando palabras de san Juan Pablo II en Redemptoris Mater – como la “fatiga del corazón de María” que va a servir a su prima Isabel y, fatigada del camino en subida, canta el Magnificat. Esta fatiga del corazón, que proviene del trabajo que lleva leer la vida con la luz de la fe y discernir la voluntad de Dios en medio de las ambigüedades de la vida, es lo que vence la tentación de triunfalismo y de mundanidad espiritual.

El antídoto contra el triunfalismo (de querer un cristianismo sin Cruz y buscar la propia gloria) está en esa peculiar fatiga del corazón que Juan Pablo II hizo notar cómo se daba en nuestra Señora y que Bergoglio retoma siempre como signo de fe: “Ante los duros y dolorosos acontecimientos de la vida, responder con fe cuesta «una particular fatiga del corazón». Es la noche de la fe. En el Gólgota, María se enfrenta a la negación total de esa promesa: su Hijo agoniza sobre una cruz como un criminal. Así, el triunfalismo, destruido por la humillación de Jesús, fue igualmente destruido en el corazón de la Madre; ambos supieron callar”.

Diego Fares sj

La mirada del Señor (28 B 2021)

Y cuando salía Jesús al camino, uno lo corrió y arrodillándose ante él le rogaba: Maestro bueno, dime: ¿qué he de hacer para tener derecho a heredar la Vida eterna?

Jesús le dijo:  ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Conoces los mandamientos: No mates, no adulteres, no robes, no des falso testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre.

El, respondiendo dijo: Maestro, todas estas cosas las he practicado y guardado desde chico.

Jesús mirándolo a los ojos, lo amó (egapesen), y le dijo: Te falta una cosa, anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, así poseerás un tesoro en el cielo. Luego vuelve acá y sígueme.

El, se quedó frunciendo el ceño a estas palabras, se marchó malhumorado, porque era una persona que tenía muchas posesiones.

Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: 

¡Cuán difícilmente los que posean riquezas entrarán en el  Reino de Dios! 

Los discípulos se asombraban al oírle decir estas palabras. 

Pero Jesús, tomando de nuevo la palabra, insistió: 

¡Hijos, cuán difícil es que los que tienen puesta su confianza en las riquezas entren en el  Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que un rico entre en el Reino de Dios. 

Los discípulos se pasmaban más  y más y se decían unos a otros: Entonces ¿quién podrá salvarse?  

Jesús, mirándolos a los ojos, les dice: 

Para los hombres, imposible; pero no para Dios, pues todas las cosas son posibles  para Dios. 

Pedro se puso a decirle: Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.

Jesús dijo: Yo les aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna. 

Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros. (Mc 10, 17-31)

Contemplación

www.youtube.com/watch?v=8OhCA4TnP0M

Los ojos de Jesús 

Nos centramos un rato en la mirada de amor de Jesús al joven rico. 

Se ve que Marcos pescó algo especial en ella, porque dice: “Jesús mirándolo a los ojos, lo amó (egapesen), y le dijo: una cosa te falta…”. Imagino que Jesús siempre miraba con amor, pero aquí el evangelio es explícito y quiere hacer notar que ésta fue una mirada especial, de esas que el Señor tiene cuando elige, cuando quiere a uno o a una sólo para sí. 

Podríamos dejarnos llevar un poco por la idea de que el Señor se entusiasmó con este joven, que puso lo mejor de sí en la mirada y en la respuesta… y que falló! 

¿Nos animamos a decir que a Jesús le falló una vocación? ¿Que el Señor se jugó y le salió mal? Por el suspiro y la triple alusión a lo difícil que les resulta seguirlo a los que tienen muchas posesiones, se percibe cierta ‘desilusión’ en Jesús e incluso algo de fastidio. Jesús se asombra cuando ve gente con una gran fe y este asombro que lo lleva a repetir “qué difícil” dos veces, es como la contracara: el Señor se maravilla de que alguien rechace una propuesta tan increíble como la que le hizo al joven rico. El Señor constata amargamente que el Dios dinero es poderoso y le da mucha pena que le robe estas ovejitas para las cuales tenía reservado algo lindo.

De todas maneras, aunque previó que quizás fracasaba, lo que me gusta del Señor es que se jugó por este joven rico; que lo miró como sólo Él sabe mirar.

San Juan  de la Cruz dice que “el mirar de Dios es amar”. Jesús lo miró y lo amó, lo miró con esa mirada que a uno se lo lleva a donde sea y para siempre. 

Teresa de Jesús nos dice: «Solo te pido que lo mires y que te dejes mirar por El”. Ella, que cuenta cómo “una vez que vio la mirada de Jesús -su belleza en esa mirada- se sintió sanada interiormente”. Es que «la mirada de Dios limpia, embellece y agracia. 

Pero el joven le esquivó la mirada. Le puso cara, decimos nosotros. Le frunció el ceño a sus palabras y se puso mal. No se agarró de la mirada de Jesús sino que sus palabras le llevaron a mirar sus posesiones –que eran muchas- y se le perdieron los ojos y los deseos en muchas direcciones. 

Hay quien daría la vida por una mirada así de Jesús, y éste no la advirtió. 

Decía Teresita: “Mi Bien Amado, tu pequeño gorrioncito siempre permanecerá con los ojos fijos en ti; es que él quiere vivir fascinado por tu mirada divina”.

¿Se fijaron que hay veces en que uno no mira a los ojos a las personas? Cuando discute o cuando trata un tema, a veces uno no mira a los ojos del otro, sino a lo que se está diciendo: a las proyecciones, a las consecuencias de lo que cada uno dice… Pues bien, este joven no se dio cuenta de que Jesús lo estaba mirando a los ojos. No se dio cuenta de que el Señor había abierto la ventana de sus ojos, que le estaba regalando una transfiguración personal. ¡Si se hubiera detenido un momento hubiera entrevisto, en esos ojos, los Ojos del Padre que lo miraban!

Pienso también que el Señor debía velar siempre un poco su mirada. Graduándola, quiero decir, a la medida del que tenía enfrente. Para no andar creando descalabros, digo. Ya que su mirada capaz de crear universos podía traspasar y derretir, quemar y encender, hacer resucitar y fulminar…

Los sencillos se daban cuenta de los destellos de los ojos de Jesús. 

A veces uno piensa cómo es que el Señor convocaba a la gente, por qué la gente dejaba todo y se iba tras él, por qué  salía corriendo a buscarlo, como este joven. Y pienso que es que el Señor pasaba mirando

Pasaba mirando a cada uno y esa mirada ponía en pie a la gente, hacía salir de sí a los ensimismados. Aún a los que no lo veían. El Señor pasaba mirando y los corazones sentían que eran mirados. Unos versículos más adelante, en este mismo capítulo 10, Marcos hará notar que hasta un ciego como el de Jericó, fue capaz de captar el amor de la mirada de Jesús, que mirándolo, le hizo abrir los ojos y seguirlo por el camino. 

La gente veía algo en los ojos de Jesús y era eso lo que los movía a actuar. El brillo especial de la misericordia en la mirada de Jesús bastaba para hacer surgir un grito pidiendo ayuda: ¡Señor, ten compasión de mí! La mirada de Jesús suscitaba cosas, ponía en movimiento corazones, influía en la gente. 

A Natanael le bastó saber que Jesús lo había visto debajo de la higuera para confesarlo como Dios verdadero. 

Y ¿qué habrá visto la pecadora en la mirada que seguramente le regaló Jesús al pasar, para sentirse así de conmovida y no poder resistir el deseo de ir a perfumarle los pies a casa del fariseo? 

La mirada de Jesús no solo era receptiva –al punto de conocer los pensamientos de la gente- sino creadora. El amor se crea con miradas, crea más amor con la mirada. Y un amor como el de Jesús –tan sincero, tan incondicional, tan bueno y amigable- era capaz de crear lazos con solo mirar. 

A Simón, lo miró una vez y le creó un nombre nuevo que se transmite en herencia y en el que nos apoyamos todos: Pedro. 

A María, su Madre, con una mirada en la Cruz –la última mirada del Señor- la hizo Madre de todos nosotros. 

Bueno, esa mirada fue la que no pudo ver, o no quiso ver, el joven rico. 

Eso sí, recordemos que, como dice el Papa Francisco, Jesús nos mira “a cada uno”. El Señor no mira solo la multitud, sino que su mirada a la gente identifica perfectamente a cada uno y tiene una mirada especial para cada uno. Esa es la mirada que anhelamos y deseamos, la mirada de Aquel a cuya imagen hemos sido creados y que tiene para cada uno de nosotros una gracia, un perdón y una misión.

Diego Fares s.j.

La pastoralidad de la Iglesia como criterio (27 B 2021)

Volvió el pueblo a juntarse con él, y de nuevo Jesús les enseñaba como solía. Se acercaron entonces unos fariseos y le preguntaron, con ánimo de tentarlo: ¿es lícito al marido repudiar  a su mujer?

Él, respondiendo, les dijo: — ¿Qué les mandó Moisés?

Ellos dijeron: — Moisés permitió dar carta de divorcio y repudiar.

Pero Jesús, les dijo: – Fue por la dureza del corazón de ustedes que les escribió este precepto; pero al principio de la creación, Dios los creó varón y mujer. Por esto dejará el varón a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne; así que ya no son más dos, sino una carne. Por tanto, lo que Dios juntó, el hombre no lo separe.

En casa volvieron los discípulos a preguntarle sobre lo mismo, y les dijo: – Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra ella; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.Entonces le presentaron unos niños para que los bendijera, pero los discípulos reprendían a los que los presentaban. Viéndolo Jesús, se indignó y les dijo: – Dejen a los niños venir a mí, y no se lo impidan, porque de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad les digo que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y tomándolos en los brazos, ponía las manos sobre ellos y los bendecía (Mc 10, 2-16).

Contemplación

     Al ver que esta semana toca este evangelio no pude evitar un pensamiento que es como si viniera adherido al tema de la familia: “otra vez hablar del divorcio”. Vino en mi ayuda otro pensamiento más positivo y del buen espíritu, y fue el de buscar una imagen linda de familia.

Me gusta mucho esta que elegí. Uno podría quedarse largo rato contemplando como están estrecha y plácidamente unidos en un dulce abrazo: José y María con los ojos cerrados y el Niño con los ojitos abiertos. Todos sonríen y se tienen con ternura y sin angustias. La compré en Asís y refleja bien todo el espíritu que reina en la tierra de Francisco. Es de madera, y se pueden separar, la imagen de José por un lado y la de la Virgen con el Niño, por otro. Pero cuando se las une, las dos partes encajan fácilmente, a la perfección.

Contemplando la imagen se me aclaró el juicio: lo que me molesta es que los fariseos tratan un tema tan importante con mala intención. Se trata de un diálogo tramposo, como lo ha calificado siempre Bergoglio. 

Lo de los fariseos que sacaban temas candentes para ponerle trampas a Jesús es algo que se sigue dando en la actualidad, con el Papa Francisco, por ejemplo. Por eso no hay que entrar a discutir el tema antes de discernir la situación en su conjunto. 

Y la situación es esta: resulta que el Señor les responde bien a los fariseos y los deja callados, pero son los discípulos los que se quedan inquietos – tentados- y terminan por alejar a los niños que las familias traen para que Jesús se los bendiga. De alguna manera aquel diálogo tramposo sigue tentándonos. Porque cada vez que la Iglesia saca el tema del matrimonio y de la familia, lo que la gente “escucha” es que se va ha hablar del divorcio y que va haber discusión. 

La trampa está en que pareciera que las familias solo piensan en la posibilidad de divorciarse, cuando en realidad lo que sucede es que la gente sueña con formar una linda familia y cada familia vive agradeciendo poder estar juntos y desviviéndose por hacer más linda la vida de los demás.

Por eso, cuando sacamos el tema de la familia lo primero tiene que ser agradecer “la alegría del amor” (Amoris Letitiae) y los niños tienen que estar en el centro, de manera tal que los problemas, como el del divorcio, no distraigan a los adultos de los bienes verdaderos.

Las familias, en la intimidad de cada hogar, viven lo maravilloso que es poder unirse con otras personas de tal manera que todos forman una sola carne y tienen la misma sangre! De esta gracia tan grande, se desprende que sea cosa tan triste y seria el problema de la separación. Pero el centro del corazón y la de la mente de los esposos y de los hijos gira en torno a la gracia, no a la tentación. Este es el espíritu de la exhortación apostólica Amoris Laetitia, como dice el Papa ya desde el primer párrafo:

“La alegría del amor que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia. Como han indicado los Padres sinodales, a pesar de las numerosas señales de crisis del matrimonio, ‘el deseo de familia permanece vivo, especialmente entre los jóvenes, y esto motiva a la Iglesia’. Como respuesta a ese anhelo «el anuncio cristiano relativo a la familia es verdaderamente una buena noticia». 

Esta tentación sigue vigente: mientras la realidad es que, si vamos a tratar el tema de la familia, lo que la Iglesia tiene para aportar es positivísimo, sin embargo nos dejamos arrastrar a discusiones amargas sobre temas conflictivos. En vez de anunciar lo bueno que tenemos para decir a las familias, discutimos y defendemos (muchas veces muy mal) cuestiones que deben ser tratadas en un contexto preciso. 

Amoris Laetitia es un buen ejemplo de la proporción que debemos tener al hablar de las cuestiones conflictivas. Recordemos que Francisco trata en siete capítulos todo lo positivo de la familia y recién en el capítulo 8º, en la nota 351 hace referencia  un tema que otros usan como titular: “A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia” (AL 305). La ayuda de la Iglesia, madre y pastora: “En ciertos casos -dice el Papa en la nota al pie de página), podría ser también la ayuda de los sacramentos. Y como el que tiene que “juzgar” en cada caso concreto es el confesor, el Papa da dos grandes principios que iluminan la situación y que luego, cada uno debe bajar a la práctica, con la ayuda del Espíritu Santo, que nunca falta al que desea ser “pastor”. Un principio para la confesión es recordar su fin: «A los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor». El otro gran principio es que la Eucaristía «no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles» (Id). 

A este respecto, hace poco, Francisco tuvo un momento de gracia en el que logró bajar a la realidad su pensamiento de una manera concisa, original y creativa.

En el vuelo de regreso de su viaje apostólico a Budapest y Eslovaquia, una pregunta del periodista norteamericano Gerard O’Connell suscitó una respuesta del Papa que que permite ver, como si fuera una sola cosa, el pontificado entero de Francisco como Pastor. La pregunta tuvo algo de esos “diálogos tramposos” porque, si bien el periodista le había avisado acerca del contenido del tema (la excomunión al presidente Biden), no le dijo sino ahí mismo: “qué le aconsejaría Ud. a los obispos”. El Papa lo miró con una cara de “me estás queriendo enganchar mal”, pero respondió con lo que había estado rezando. A mi me pareción que pescaba la cosa, pero fue motivo de una gran alegría que el mismo Francisco, cuando le comenté cómo había visto yo lo que pasó, me confirmó que, al saber que le preguntarían del tema, había rezado mucho y que sintió que la formulación que hizo de la “pastoralidad” fue una inspiración y algo original.

Esta vez el Papa recogió el guante y se repreguntó a sí mismo -retóricamente-tres veces, siendo que los que retrucan son los periodistas, para dejar algo picando. 

El contexto del avión nos retrotrae a aquel momento tan fuerte de las “irrespetuosas re-preguntas” que le hizo la periodista norteamericana a raíz del caso Viganó. La diferencia -para el que sabe esperar tiempo para “leer” a Francisco a la luz de la historia que conduce el Espíritu, fue que en aquel entonces dió la impresión de que la periodista “lo arrinconaba” al Papa, que humildemente dijo que él por ahora haría silencio. En cambio, en esta ocasión fue Francisco mismo el que repreguntó para aclarar mejor su pensamiento.

Así fue el diálogo:

FRANCISCO: “No quisiera particularizar porque Ud. me habla de los EE.UU y no conozco bien el detalle. Yo doy el principio. Ud. me dirá, entonces como Ud. es cercano y bueno y tierno con una persona, Ud. ¿le daría la comunión? Y se respondió: Esto es una hipótesis. Tú sé pastor y el pastor sabe qué debe hacer en cada momento. Pero lo sabe como pastor. Pero si se sale de esta pastoralidad de la Iglesia inmediatamente se convierte en un político. Y esto lo verán en todas las denuncias y todas las condenas no pastorales que ha hecho la Iglesia. Con este principio creo que un pastor se puede mover bien. Los principios son de la teología. La pastoral (aquí el Papa hace un gesto como diciendo que la pastoral es un ir y venir dialogando con el otro y que es ardua, pero lo formula simplemente) es la teología más el Espíritu Santo, que te va conduciendo a hacerlo ‘al estilo De Dios’. Aquí se detuvo y con una gran sonrisa, mirándolo a los ojos le dijo al periodista, que no se atrevió a repregunta más: “Yo osaría (explicar) hasta aquí”. El otro hizo señal de que “estaba bien” pero esta vez fue el Papa el que se puso en ese lugar de retrucar en que se ponen los periodistas yvolvió de nuevo a la carga: – “Si Ud. me dice si se puede dar o no se puede dar, eso es casuística. Eso que lo digan los teólogos. Y avanzó todavía más el Papa (el otro ya quería levantarse e irse, pienso). – Se recuerda Ud. de la tempestad que se desató cuando salió aquel capitulo de acompañamiento a los separados, divorciados… Herejía! Herejía! (decían muchos) Siempre esta condena. Ya basta con la excomunión! No metamos,por favor, más excomuniones! Pobre gente. Son hijos de Dios. Están fuera de la comunidad temporáneamente, pero quieren, tienen necesidad de nuestra cercanía pastoral. Después el pastor resuelve las cosas como el Espíritu le dice”. Y agregó: “Pero yendo a la respuesta de fondo sobre la excomunión. El problema no es el problema teológico, porque esto es simple. El problema es pastoral: (con énfasis, como tocando el problema con la mano) El problema es cómo nosotros, obispos, gestionamos pastoralmente este principio.Y si vemos la historia de la Iglesia, veremos que cada vez que los obispos han gestionado no como pastores un problema se han “bandeado” (si sono ischierati = en el sentido de formar bando) en la vida política, sobre el problema político. Por no gestionar bien un problema se han situado (de manera partidista, se entiende) en el lado político. Pensemos en la noche de San Bartolome. Herejes! Si. La herejía es gravísima! Degollemos a todos. Un hecho político. Pensemos a Juana de Arco: Esta visión! Pensemos en la caza de brujas…, pensemos en Campo dei Fiori, en Savonarola, toda esta gente. Cuando la Iglesia para defender un principio lo hace no pastoralmente se sitúa en el campo político. Y esto ha sido siempre así. Basta mirar la historia. Que debe hacer el pastor? Ser pastor. Ser pastor y no andar condenando, no condenando. Y él es pastor también del excomulgado? Si. Tiene que ser pastor con él. Con el estilo De Dios. Y el estilo de Dios es cercana, compasión y ternura. Toda la biblia nos lo dice. Ya en el Deuteronomio Dios le dice a  Israel: Qué pueblo hay que tenga un Dios tan cercano como yo a tí. Cercano.  Compasión. El Señor que tiene compasión de nosotros, leamos Ezequiel, Oseas… Ya del inicio. Y ternura: basta mirar el evangelio y las cosas de Jesús. Un pastor que no sabe gestionar las cosas al estilo de Dios resbala y se mete en tantas cosas que no son pastorales”.

Así siente y gusta la pastoralidad de la Iglesia nuestro Papa Francisco. El es pastor y sólo pastor. También de los fariseos. Por eso es que el Espíritu lo ayuda, por eso es que no le hacen “pisar el palito”.  

Diego Fares s.j.