
Los judíos murmuraban de Jesús, porque había dicho: ‘Yo soy el pan que ha bajado del cielo’. Y decían: ‘¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: Yo he bajado del cielo?’
Jesús tomó la palabra y les dijo: ‘No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí a no ser que mi Padre que me envió lo atraiga a mí; y Yo lo resucitaré en el último día. Estáescrito: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oye al Padre y aprende su enseñanza, viene a mí. No (quiero decir) que al Padre lo haya visto alguien: Solo el que viene de parte de Dios: ese es el que ha visto al Padre. Se los digo de verdad: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero éste es el pan que desciende del cielo, para que aquél que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo. El que coma de este pan viviráeternamente. Y el pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6, 41-51).
Contemplación
Nos quedamos con esta palabra: “atraer” (“helkuo”).
Es poco usada en el nuevo testamento, sólo cinco veces.
Juan la utiliza para hablar de la acción del Padre que nos acerca a Jesús.
También cuando el Señor dice que desde la Cruz “atraerá todo hacia sí” (Jn 12, 32).
“Helkuo” es atraer con fuerza, significa “arrastrar”, influenciar a otro.
El término está presente en el pasaje de la pesca milagrosa. Juan dice: “No podían arrastrar la red por la cantidad de peces”; luego “Pedro subió a la barca y arrastró la red“ (Jn 21, 6 y 11).
Es sugerente el texto de Santiago que dice: “Cada uno es tentado por su propia concupiscencia que le arrastra y le seduce” (St 1, 14).
Para poder creer en Jesús cuando nos dice que él ha bajado del Cielo, que es Pan de vida y que nos resucitará en el último día, necesitamos ayuda: que el Padre nos atraiga hacia su Hijo. Escúchenlo!, dirá; es mi Hijo predilecto. Podemos imaginar que sentimos una fuerza de atracción exterior como aquella con que Pedro arrastró la red cargada de peces; y también una fuerza interior, la que tienen nuestras pasiones que nos arrastran cada una hacia su objeto deseado.
En el evangelio de hoy el Señor primero advierte a sus paisanos: “No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí a no ser que mi Padre que me envió lo atraiga a mí. Luego cita la Escritura: Está escrito: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende su enseñanza, viene a mí”. La atracción que provoca el Padre no es mecánica. Uno tiene que escucharlo y aprender, en el sentido de darse cuenta de que está siendo atraído por una Persona hacia otra.
Enseguida, Jesús da otra vuelta de tuerca: “No (quiero decir) que al Padre lo haya visto alguien: Solo el que viene de parte de Dios: ese es el que ha visto al Padre. Se los digo de verdad: el que cree, tiene vida eterna”. Es decir: no se trata de que nuestra fe en Jesús necesita la ayuda del movimiento en que la pone el Padre y en cambio nuestro escuchar al Padre y aprender de su enseñanza sea algo que podemos hacer espontáneamente. No. Solo Jesús conoce así al Padre y, como dice en otro pasaje, lo pueden conocer los pequeños a quienes Él se los quiere revelar.
Como vemos, Jesús nos va situando, con su Palabra y con los ejemplos que da, en medio de Ellos dos, nos introduce en la hermosa relación que tienen su Padre y Él: allí todo se vuelve un círculo virtuoso, en el que el amor del Padre por su Hijo nos lo vuelve atractivo a Jesús, y el amor de Jesús por su Padre nos lo vuelve comprensible a nuestro Padre. (Todo el Evangelio de Jesús, y de manera única sus parábolas son “enseñanza” acerca de nuestro Padre.
En este punto, Jesús da un paso más y comienza a usar los ejemplos del Pan. “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente y el pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo”. La atracción y la sabiduría de la enseñanza no se resuelve en el ámbito del “ver” -nadie ha visto al Padre-, ni en el ámbito del conocer intelectual, sino en el ámbito vital del comer. Sentirse atraído por Jesús es sentir ganas de comer la Eucaristía. Saborear conscientemente las enseñanzas del Padre es sentir deseo de saborear la Eucaristía. La relación con el Padre y con Jesús se establece así al nivel mas básico, el de la alimentación, el de recibir de otros seres lo que necesitamos para vivir: el Señor nos invita a comer su Carne, Él es el Pan vivo bajado del Cielo.
Ahora bien, todos los gestos de amor de Jesús son gestos de comunión, gestos de partir el pan y de darse en alimento. Y como el darse en alimento enteramente, gratuitamente, es don de la propia vida, la entrega del Señor en la Cruz es, de todos los gestos de amor de Jesús, el acontecimiento que atrae con mayor fuerza en toda la historia. La fragilidad como de pan de Jesús, hecho pedazos en la cruz, es el imán poderosísimo que atrae de manera irresistible,
que arrastra a todos hacia el que traspasamos. Atrae, precisamente porque no impone nada -el Señor todo se lo carga sobre sí-; atrae irresistiblemente porque no intenta seducir ni convencer a nadie: el Señor simplemente se entrega por nosotros, por pura amistad. Nadie ama más que el que da la vida por sus amigos.
En la última cena Jesús tiene la delicadeza de darle un sentido de comunión y de amistad gratuita a su entrega en la Cruz. La Eucaristía sella este deseo de comunión que tiene el Señor y que está escrito en lo más íntimo de nuestro ser con el signo del pan y del vino. Esta es la verdad que atrae con fuerza irresistible: Jesús es pan, pan que se parte y se entrega para que tengamos vida.
Le pedimos a nuestro Padre del Cielo que nos arrastre hacia la dulzura y hacia la ternura de la santa Eucaristía.
Diego Fares sj