Aumentar el peso de nuestro Corazón para adorar al Padre (22 B 2021)

    Se reunieron ante Jesús  los fariseos y algunos de los escribas que habían venido de Jerusalén y como vieron que algunos discípulos de él estaban comiendo sus panes con las manos impuras, es decir, sin lavar (Pues los fariseos y todos los judíos, si no se lavan las manos hasta la muñeca, no comen, porque se aferran a la tradición de los ancianos. Cuando vuelven del mercado, si no se lavan, no comen. Y hay muchas otras cosas que aceptaron para guardar, como los lavamientos de las copas, de los jarros y de los utensilios de bronce y de los divanes)le preguntaban: 

-¿Por qué no andan tus discípulos de acuerdo con la tradición de los ancianos, sino que comen su pan con las manos impuras? Y les respondió diciendo: 

-Bien profetizó Isaías acerca de ustedes, hipócritas, como está escrito: 

Este pueblo me honra de labios, pero su corazón anda lejos de mí. Y en vano me rinden culto, enseñando como doctrina los mandamientos de hombres. Porque dejando los mandamientos de Dios, se aferran a la tradición de los hombres. 

Llamando a sí otra vez a toda la multitud, les decía: 

-Oiganme todos y entiendan: no hay nada que siendo externo al hombre se introduzca en él y sea capaz de contaminarlo; las cosas que contaminan al hombre son las que salen del (interior del) hombre. Si alguno tiene oídos para oír, oiga.

Cuando entró en casa, aparte de la multitud, sus discípulos le preguntaron acerca de la parábola. Y les dijo: 

-¿Así que también ustedes están sin entendimiento? 

¿No comprenden que nada de lo que entra en el hombre desde fuera le puede contaminar? Porque no entra en su corazón, sino en su estómago, y sale a la letrina. Así declaró limpias todas las comidas. Y decía: 

-Lo que del hombre sale, eso contamina al hombre.

Porque desde adentro, del corazón del hombre,

salen los malos pensamientos, las inmoralidades sexuales, los robos, los homicidios, los adulterios, las avaricias, las maldades, el engaño, la sensualidad, la envidia, la blasfemia, la insolencia y la insensatez.

Todas estas maldades salen de adentro y contaminan al hombre (Mc 7, 1-23).

Contemplación

Jesús señala en dirección a la interioridad: es en el corazón donde nos acercamos o nos alejamos de Él. En mi corazón es donde me voy convirtiendo en un adorador o en un idólatra.

Pido la gracia de adorar al Padre. De adorarlo estando aquí en en el secreto de mi habitación -el tameion del evangelio-, tendido en la cama. 

La inspiración de esta oración me viene un poco de la postura que tengo en la cama, esta bendita cama eléctrica que tanto me ayuda a modelar una posición cómoda para descansar. 

Primer paso: le pido al Espíritu que me enseñe adorar al Padre “en espíritu y en verdad”, como le dijo Jesús a la Samaritana. Así son los adoradores que le agradan al Padre. 

Le digo que en realidad no sé lo que es adorar, o sí en un sentido: el de poner la frente en el suelo y decirle “Creo, te adoro, espero en tí y te amo, Señor”, como los pastorcitos de Fátima. La duda de ahora es porque no sé bien qué “fuerza” tengo que hacer, que acto de inteligencia o voluntad o afecto poner. Me surge lo de La France, que la adoración se hace con el peso de la existencia. La adoración no solo se da intentando trascender con el intelecto desde la conciencia que tenemos de que “se nos está donando ser quien somos”, hacia un Origen que estáría en lo Alto, sino que también se puede hacer yendo a la raíz del propio interior, donde respiramos con el diafragma y desde donde nos soplaron el espíritu de vida y vivimos, ya que el Padre es también Raíz. Pido adorar como manda el Señor: con todas mis fuerzas, con toda mi inteligencia, con todo mi corazón. 

Se me ocurre un primer gesto. Es el de María que magnifica a Dios: “Porque miró con bondad mi pequeñez, me llamarán feliz todos los pueblos”, dice María. “Le agradezco al Padre que haya mirado con bondad mi pequeñez”. Esa mirada me hace sentir seguro de que le agradará mi pequeña adoración. Él me tiene que enseñar a darle el culto de criatura y de hijo a un Dios que se ha enamorado de nuestra pequeñez. Su mirada bondadosa limpia mi corazón y lo deja como una balanza sin ningún otro peso.

Segundo paso para adorar: Creo que puedo adorar no haciendo fuerza para salir de mi mismo, sino mejor dejándome atraer por el amor del Padre hacia la intimidad espiritual en donde sabemos por la Fe que Él misteriosamente habita. El Padre atrae hacia adentro el peso de mi amor. Por eso, sencillamente, como mi corazón tiene poco amor y pesa poco, el segundo paso será agregar el peso de otros a mi corazón. 

Para adorar le pido al Señor que ponga conmigo a la persona que Él me diga y la dejo estar en mi corazón como si fuera en una balanza, sintiendo lo que pesa para Él, cuánto ama Él a esa persona, cuánto es valioso para Él hasta un pajarito que cae de una rama en su presencia. 

Él que “siente” el peso de las dos monedas de limosna de la viuda, con la sensibilidad del Corazón de Jesús. El Padre que registra el peso de la Eucaristia en cada boca que comulga. Al agregar su leve peso a nuestro corazón, Jesus nos lleva consigo al Padre. “Voy al Padre”, es la actividad del resucitado. Va desde cada uno que lo come. 

Con este dulce peso de los otros mi corazón puede hacer pie en su fondo, en su raíz y en su fuente: en el amor del Padre. 

Con otros dentro cuya vida pesa, voy a lo profundo de la intimidad desde donde me creó (porque hemos sido “tejidos desde adentro hacia afuera”, como dice Eulalia).

Para tener un buen peso con qué adorar, a la primera que podemos poner dentro del corazón es a Nuestra Señora. Para eso Jesús se la confió en la cruz a Juan y élnos dice que la tomo consigo y ella “vino  a lo suyo propio”, es decir: a su corazón, a su intimidad. Con el peso de María en el corazón estamos seguro que la adoración se cumple, que el peso del corazón baja y se asienta pacíficamente en el del Padre. 

Como atraído por un imán, me adhiero en el fondo del alma a mi Padre Creador. Aquí dudaba si poner mucha gente o pedirle al Padre que Él me diga específicamente con quién quiere que lo adore. 

Elegí primero poner en mi corazón a uno de los seres más abandonados que conozco y que tanto está haciendo sufrir a su madre con su dependencia de las drogas y deje que esta pobre criatura pese en mí con el peso que tiene para Dios. Porque esto es adorar. Al sentir el valor y el peso que una de sus criaturas tienen para el Padre, se despierta en nosotros la conciencia de quién es Él, de cómo nos ha creado por puro deseo de amistad y esa conciencia agradecida se siente movida a bendecir y a alabar y reverenciar y adorar, dando un culto digno de Dios. 

Estos son los dos pasos de la adoración que me enseñó el Espiritu.

Dejar que el Señor mire con bondad mi pequeñez y convierta mi corazón en una balanza. 

Poner a otro sobre esta balanza y dejar que pese como persona ante Dios, aumentando y haciendo descender con su peso el poco peso de mi corazón. Al estar pisando en la intimidad del Corazón del Padre, se despierta la alabanza y la adoración. 

Esto de la balanza me viene de mi jesuita vecino que está tan enfermito (y no puede salir de la pieza ni casi hablar por la traqueotomía). Es el único que tiene una balanza que está bien y me la presta. Creo que de aquí vino lo de la gracia de pensarnos en la balanza del otro. Y todo porque la Gloria de Dios es el peso de su amor, y se lo adora con el peso de la propia existencia y el peso del propio amor consciente y agradecido y el peso del amor solidario que incluye a los otros. 

Diego Fares sj

Rezar es andar en compañía con quien sabemos que nos ama o “un lenguaje en el que no hay lugar para la murmuración” (21 B 2021)

Muchos de los discípulos que lo oyeron dijeron: – ‘¡Es duro este lenguaje! ¿Quién es capaz de escucharlo?’ Sabiendo Jesús que murmuraban acerca de esto les dijo: – ‘¿Esto los escandaliza? ¿Y si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba primero? El Espíritu es el que vivifica, la carne de nada aprovecha. Las palabras que Yo les he hablado son Espíritu y son Vida. Pero hay algunos de entre ustedes que no creen. Porque Jesús sabía desde un principio quiénes eran los que no creían y quién era el que le había de entregar. Y decía: – ‘Por esto les he dicho que nadie puede venir a mí  a no ser que le sea concedido por mi Padre. Desde ese momento muchos de sus discípulos se volvieron atrás y no andaban ya en su compañía. Dijo pues Jesús a los Doce: – ‘¿Acaso también ustedes quieren marcharse?’ Le respondió Simón Pedro: – ‘Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios.’ (Juan 6, 60-69)

Contemplación

Duro es este lenguaje… Al escuchar el discurso del pan de vida muchos de los discípulos  comenzaron a murmurar. Me preguntaba: ¿Qué es propiamente lo duro, lo difícil de escuchar y aceptar de este lenguaje “espiritual”? ¿Por qué resultan duras palabras que, como dice Jesús y reafirma Simón Pedro, son “Espíritu y vida”? No se en aquel contexto qué les habrá parecido duro a los contemporáneos de Jesús, pero mirando nuestra sociedad actual, pienso que seguramente hay gente que no tolera un lenguaje como el de Jesús porque por su propio peso y coherencia no permite que se lo use para murmurar. Y si hay algo que una gran mayoría reivindica hoy es el poder decir cada uno lo que quiera y donde se le de la gana. 

El Señor, en cambio, cuando habla, siempre es para abrir un ámbito en el que se de la posibilidad al otro de entrar con Él en una comunión profunda de fe, de vida, de apertura a la verdad y de deseo de practicar esas obras de misericordia que nos hacen  iguales a nuestro Padre del cielo. El lenguaje de Jesús invita en cada frase, en cada palabra, en cada pequeño signo de puntuación como una coma, a hospedar, a ser hospedado y a crear comunidad.

Por eso es que no se puede torcer la intención de fondo con que construye su lenguaje Jesús de modo que derive en banalidades y mucho menos en chismes, murmuraciones o mentiras. 

Cuando decimos “lenguaje” yo lo uso en sentido filosfófico. El lenguaje no son solamente las palabras y la lengua que hablamos (estas constituyen su aspecto material), ni son solo los razonamientos y el discurso que hacemos (este es el aspecto formal), sino que el lenguaje es, en sentido profundo, un acontecimiento en el que las personas se comunican: cuando hablamos, adviene lo que se llama un intercambio comunicacional, en el cual los interlocutores adherimos al mensaje del otro bien comprendido o le pedimos que nos explique mejor lo que quiere decir (nos damos cuenta si no entendemos!). Cuando habla Jesús, cuando cuenta una parábola como la del hijo pródigo, cuando nos da el mandamiento del amor, la fuerza, la convicción y la bella claridad que tiene su lenguaje suscitan la admiración e invitan al asentimiento del que tiene buena disposición. El que no está bien dispuesto para un lenguaje así y quiere usar el evangelio para murmurar podra hacerlo, pero se verá seguramente frustrado más temprano que tarde.

 El lenguaje es constitutivo de nuestra vida de relación. Vivimos en comunidad gracias a este poder de comunicarnos que nos permite ser ayudados, ayudar, compartir y hacer cosas juntos. San Ignacio dice que “el amor consiste en la comunicación” y cuando se da verdadera comunicación y uno siente que es bien entendido y se hace entender es un gusto hablar y conversar.  Cuando no, vienen los problemas. 

 Jesús conecta su lenguaje directamente con la fe. Les dice: ustedes murmuran porque no creen, no tienen fe. Esto es algo que no sólo el Señor hace; cualquiera de nosotros cuando hablamos con alguien, si vemos que el otro no nos cree, nos detenemos y afrontamos ese problema de credibilidad antes de continuar hablando. Ser digno de fe es algo que toda persona pretende cuando habla. Si no me crees, si no crees lo que digo o, peor aún, si no confías en mí como persona que te habla sinceramente y para bien, es inútil entonces que hablemos. Este es el supuesto de básicos de toda comúnicación humana. 

En el terreno de las discusiones sobre cosas prácticas de la vida y sobre cuestiones de investigación, la credibilidad es pedida y se concede al otro con sus más y sus menos, en la medida en que se ve que es objetivo en lo que dice y que está abierto a la verdad. Pero cuando entramos en el ámbito del amor, de la amistad y de las relaciones interpersonales, la intención del que da testimonio de su amor sólo puede tener como respuesta la fe confiada del otro o el rechazo. No hay términos medios. Por eso Jesús plantea una y otra vez claramente que si alguien no cree en Él es mejor que se vaya. 

La fe es un don precioso que el Señor nos ha dado. Rezando hace dos noches y le decía a Jesús: Señor, creo en vos, sentía que esa era mi primera palabra para estar con Él. La primera palabra para empezar a conversar bien ubicado. Creo en vos, aunque no sepa expresar todo lo que esta fe significa. 

Una gracia linda que he pedido y siento que el Señor me ha dado es la de mi ángel custodio. Le pedí que venga cuando rezo y «modere» mi emotividad (como hacía el ángel custodio de San José) y me ayude a tener la reverencia amorosa que el estar hablando con mi Señor requiere. Al comenzar a rezar imagino que se sienta mi ángel y rezo: «el ángel del Señor acampa en medio de sus fieles y los cuida». Luego:

Ángel del Señor que eres mi custodio,

por un especial favor de la Divina Bondad para conmigo,

dignaos iluminarme, guardarme,

defenderme y gobernarme en este día.

Ayúdame en esta oración para que mis pensamientos, emociones y afectos

estén puramente ordenadas en servicio y alabanza del Señor.

Cuando siento que estoy pensando cualquier cosa, o que me distraje, o que estoy tentado… le pido que me devuelva al «tono espiritual» y me modere, para continuar rezando en paz y bien.

En esto de «encontrarnos con Jesús y de hablar con él en la oración», me ayudó a una expresión muy original del Papa Francisco en la entrevista que le dio a Spadaro. Decía: “El encuentro con Jesús no es un eureka empírico” (me hace reír la ocurrencia, pero es tan práctica!). Es decir, no es que lo veo a Jesús como si le pudiera sacar una foto con el teléfono o grabar el encuentro. Con Jesús el encuentro se va dando en el lenguaje, a medida que hablamos. Yo lo experimento diciéndole algo que busco en el fondo de mi corazón y tanteando a ver cómo le cae. Luego le pido que me lo corrija y que profundice Él lo que le quiero decir y así…

Otra noche, luego de dar vueltas y sinceramente ver que la verdad es que no sabía que pedirle al Señor que me diera, me vino claramente: Pedíme el Espíritu Santo. Quizá sea obvio para alguno, ya que sabemos que el Señor ha dicho que sin el Espíritu no podemos comprender todo lo que Él nos tiene para decir. Pero lo importante para mi es que en un rato de oración en que experimenté con fuerza mi impotencia para hablar con el Señor, de manera que lo que decía tuviera sentido, esta gracia de sentir que lo primero al querer rezar es pedirle al Señor su Espíritu para que inicie, modere y haga fecunda mi oración, fue una gracia grande. 

También es gracia esto de que el Señor pregunte si nos queremos ir. Anoche, por ejemplo sentía que no se me ocurría mucho que decirle al Señor y entonces le dije que se acercara más y que se quedara a la noche más cerquita mío, en silencio, imponiéndome las manos en mis dolores. Y eso me hizo mucho bien. Las Misioneras diocesanas tienen una canción hermosa -Amigos en Jesús” qué dice así: 

…Y es propio del que ama, el callarse y mirar.

Son miradas silenciosas que aman

ya no es necesario hablar”.

Es decir el lenguaje que hablamos con el Señor no sólo es para decir cosas, sino una manera de amarlo y de estar juntos, de estar con Él.

Por eso puede ser que el proceso de la oración parta de la palabra y llegue a sentir la mirada de Jesús, y allí se remanse: en ese mirarlo y que nos mire, y puede luego vovler a partir de la mirada para ir a buscar una nueva palabra que nos infunda coraje y nos ilumine para la misión. 

La palabra del Señor es Espíritu y vida. Esto significa que uno no debe estar muy apurado por decir cosas o escuchar cosas de Jesús, ya que basta que se imprima una Palabra suya en nuestro corazón para llenarnos una jornada y hasta la vida entera. 

El cura de Ars decía que a veces vamos a la oración atajándonos. Le decimos a Jesús de entrada: “Vengo pero un momentito nomás”. El pensamiento de que la oración tendrá que ser larga y continua y siempre fiel por ahí nos aleja de las ganas de rezar que sentimos en un momento y por no hacer una oración perfecta nos perdemos de charlar un dialogo sabroso con Jesús. Las tentaciones contra la oración suelen ser “bajo especie de bien”. El mal espíritu sugiere algo más perfecto y anula la oración real , con sus límites, que es la que le encanta a Jesús. 

Por eso creo que hay que ir por el lado contrario: el de desear durante el día y la noche el encuentro con el Señor y entonces aprovechar cualquier ratito y cualquier excusa para poder tener unas palabras con él. Madeleine Debrêl decía que si uno profundiza el deseo de encontrar a Jesús durante sus oraciones, cuando se da un momentito de encuentro, se aprovecha como si fuera un encuentro sorpresa que uno tiene con un amigo o una persona querida. Cuando nos encontramos por fortuna con alguien a quien no esperábamos ver, enseguida abrimos un hueco y creamos esos momentos especiales, tomando un café o deteniéndonos a conversar por unos instantes, y eso basta para alegrar el día. 

Parafraseando a Teresa podríamos decir que Rezar es andar en compañía con quien sabemos que nos ama. Ese sería un lindo título para la oración de hoy. 

Diego Fares sj

Elevada en andas sobre los hombros del pueblo fiel de Dios (Asunción B 2021)

                                                                                             

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. 

Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. 

Apenas esta oyó el saludo de María, dio saltos de gozo el niño en su seno, 

Isabel quedó llena del Espíritu Santo y levantó la voz con gran clamor diciendo: 

«¡Bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! 

¿De dónde a mí esto de que venga la Madre de mi Señor (y se me acerque) a mi? 

En cuanto sonó la voz de tu saludo en mis oídos, dio saltos de alegría el niño en mi seno. 

Feliz la que creyó que tendrán cumplimiento las cosas que le han sido dichas de parte del Señor». 

María dijo entonces: 

«Engrandece mi alma al Señor, 

y se regocija mi espíritu en Dios, mi Salvador, 

porque miró con bondad la humildad de su servidora. 

En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, 

porque hizo en mi favor grandes cosas el Poderoso: 

¡Santo es su Nombre! 

Su misericordia se extiende por generaciones y generaciones

Para con aquellos que le temen. 

Hizo ostentación de poder con su brazo:

dispersó a los soberbios en los proyectos de su corazón; 

Derrocó de su trono a los poderosos y elevó a los humildes

Colmó de bienes a los hambrientos y despidió vacíos a los ricos. 

Tomó bajo su amparo a Israel, su servidor, para acordarse de la misericordia, 

como lo había anunciado a nuestros padres, 

a favor de Abraham y de su descendencia para siempre.» 

María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa (Lc 1, 39-56).

Contemplación

La riqueza de la liturgia de la Asunción hace que uno quiera contemplar a María a través de todos los textos. Como si uno tuviera muchas fotos de nuestra Señora, una más linda que la otra, y las fuera mirando a todas, sin decidirse por ninguna.

Con la Virgen pasa así: cada uno tiene su imagen preferida, pero le gusta mirar las preferidas de los demás.  

Nuestro pueblo se complace en tener, en cada sitio, «su» imagen de María. 

Cada imagencita, cada estampa, es como la foto que cada pueblo le saca a nuestra Señora para tenerla siempre fresca en los ojos y en el corazón.

María una y multiplicada…, por el cariño… Ella misma lo profetizó…

La contemplación que hacemos hoy consiste en eso: en “elegir” la imagen que más nos gusta, en encontrar una perspectiva para, desde allí, darnos el gusto de mirar a nuestra Señora y dejar que su rostro, sus gestos, sus palabras, nos queden impresos en el corazón, de modo que cuando lo necesitamos, la sintamos cerca.

“Elevó a los humildes”.

Esta frase de María en su Magnificat puede darnos hoy la perspectiva que buscamos: puede hacer que «la miremos toda” desde este punto de vista de su elevación.

Miramos quién es la persona que dice esto y ante quién:

La prima joven es la que pronuncia estas palabras ante Isabel, la prima mayor. 

Se trata de algo que Ella siente en su corazón.

Ante el elogio de Isabel, que es personal –“Feliz de tí»-, María expresa que lo que el Señor hizo con ella, ella ve que lo hará con todos.

Y comparte con su prima y con todas las generaciones y generaciones que la seguimos esto que Ella experimenta en la Fe, esto que ella ve con su mirada que llega lejos: El Señor, nuestro Dios es un Dios que se complace en elevar a los humildes.

Así es el Dios que nos anuncia María de Nazaret. Entre otras muchas cosas, es un Dios que “tira abajo” y que “levanta”. Un Dios que se abaja y mira con bondad la humildad de su pequeña servidora y un Dios que hace ostentación de poder y derroca a los poderosos de sus tronos. 

Se trata de mirar no una cualidad de Dios, sino un modo de actuar. Y no un modo entre otros, sino algo esencial.

Es el Dios que “levanta» a Jesús de la muerte, lo pone en pie. 

Es un Dios que “hace subir a sí” a María, la primera elevada al Cielo – a esa intimidad sagrada del Dios Trino y uno que llamamos Cielo-.

Digo “elevación a la intimidad”, porque se trata de una elevación que “asume” –por eso Asunción- no de una elevación que traslada simplemente.

Los ojos de la Virgen, en su limpidez cristalina, disciernen este modo de actuar en que se complace el Todopoderoso: ella ve que hay gente a la que Dios eleva y gente a la que Dios tira abajo (con el deseo de elevarlos también a ellos  si quieren dejarse mirar en su pequeñez).

La liturgia rescata para María la imagen antigua del Arca de la alianza elevada en andas sobre los hombros del pueblo.

El libro de las Crónicas tiene una mención al traslado del Arca, cuando el Rey David la hizo subir al lugar que le había preparado en Jerusalem. Si imaginamos una foto, veríamos a los hijos de los Levitas trasladando el Arca de Dios, sosteniéndola sobre sus hombros con unas andas (1 Cr 15).

Se trata, pues, de una primera elevación-Asunción de María: en andas sobre los hombros de su pueblo fiel, que la ama. 

El peso leve de sus imágenes y cuadros sobre los hombros de las mujeres y de los hombres de nuestro pueblo…

Nos metemos entre la gente, recordando alguna procesión en la que hayamos estado y le ponemos el hombro a nuestra Señora. 

Dejamos que su peso leve y ligero se nos acomode en las espaldas y nos afirme el paso. Nos complace cargarla en alto porque deseamos que la miren a Ella, que Ella sea la alabada, la que todos los ojos miran… 

Y rezamos por nuestro pueblo, por la Iglesia, que necesita subirla a Ella en hombros, para sentir que el Señor habita en medio de su pueblo. 

Como dice el Salmo 131:

“El Señor eligió a Sión (a María), 

y la deseó para que fuera su Morada.

 «Este es mi Reposo para siempre; 

aquí habitaré, porque lo he deseado” .

Y le pedimos: 

“¡Levántate, Señor, 

entra en el lugar de tu Reposo, 

Tú y tu Arca poderosa!”

Hay gente a la que el Señor eleva y eleva “no mucho”: a María la eleva sobre los hombros de los demás. 

No la eleva Él solo, sino que hace sentir a todos ganas de elevarla y de ponerla en andas. 

Es una elevación comunitaria, en la que, al elevar a la Elegida entre muchos, todos nos sentimos elevados y unidos unos con otros. 

Es el gozo de coronarLa, de entronizarLa, de hacer ver que la mejor de todos es la que está en el Trono, la que conduce.

Nos quedamos contemplando a María elevada al Cielo, pero a ese Cielo que está cerquita, a la altura de nuestros hombros y de nuestro corazón si la ponemos en andas y la llevamos entre todos, como pueblo fiel de Dios.

Gustamos la proximidad del Reino de los Cielos en esa altura cercana de María, en ese su querer estar apenas un poquito por encima de sus hijitos. Hasta esa altura posible queremos, junto con Dios, elevar a María.

La imagen que tengo es la de nuestras procesiones multitudinarias en las que una imagencita de la Virgen sobresale apenas un poco por sobre las cabezas numerosas de la gente sencilla. 

Altura asequible para las manos que quieren tomar gracia. 

Altura de mamá, no de superstar. 

Altura que obliga a bajar a Dios a bendecir con su mano las cabezas de su pueblo si es que la quiere acariciar a ella. 

Altura que María comparte con la de los chicos a los que sus papás se ponen en hombros. 

Altura que se mantiene en contacto con la multitud fatigada y anónima, pero que con alla anda como ovejas que sí tienen Pastor.

Altura que derriba las alturas falsas a las que nos disparan nuestras pretensiones.

Reflexión para sacar provecho

Mirando a nuestra Señora, podemos ir reflexionando y sacando provecho…

¿De qué alturas me ha bajado o me tiene que bajar el Señor, para que pueda gozar de este elevar a María junto con mis hermanos?

En general, tenemos buen ojo para “tirar abajo” al que se le suben los humos, pero…:

¿estoy buscando mi lugar entre los que llevan las andas? 

¿estoy poniendo el hombro a alguna tarea común, de esas en las que anda metida María,

tipo visitar a su prima Isabel para dar una mano…, 

o cuidar que al pobrecito Jesús no le falten los pañales…,  

o andar por la cocina de las bodas de Caná viendo que hace falta el vino…, 

o siguiendo algún vía crucis de cerca, dando ánimo…, 

o estar junto con la comunidad cuando se reúne para rezar y para la Eucaristía…?

Diego Fares sj

Atraídos por el Padre vamos a Jesús, Pan de vida (19 B 2021)

Los judíos murmuraban de Jesús, porque había dicho: ‘Yo soy el pan que ha bajado del cielo’. Y decían: ‘¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: Yo he bajado del cielo?’

Jesús tomó la palabra y les dijo: ‘No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí a no ser que mi Padre que me envió lo atraiga a mí; y Yo lo resucitaré en el último día. Estáescrito: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oye al Padre y aprende su enseñanza, viene a mí. No (quiero decir) que al Padre lo haya visto alguien: Solo el que viene de parte de Dios: ese es el que ha visto al Padre. Se los digo de verdad: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero éste es el pan que desciende del cielo, para que aquél que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo. El que coma de este pan viviráeternamente. Y el pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6, 41-51).

Contemplació

Nos quedamos con esta palabra: “atraer” (“helkuo”). 

Es poco usada en el nuevo testamento, sólo cinco veces. 

Juan la utiliza para hablar de la acción del Padre que nos acerca a Jesús.  

También cuando el Señor dice que desde la Cruz “atraerá todo hacia sí” (Jn 12, 32). 

Helkuo” es atraer con fuerza, significa “arrastrar”, influenciar a otro. 

El término está presente en el pasaje de la pesca milagrosa. Juan dice: “No podían arrastrar la red por la cantidad de peces”; luego “Pedro subió a la barca y arrastró la red“ (Jn 21, 6 y 11). 

Es sugerente el texto de Santiago que dice: “Cada uno es tentado por su propia concupiscencia que le arrastra y le seduce” (St 1, 14).

Para poder creer en Jesús cuando nos dice que él ha bajado del Cielo, que es Pan de vida y que nos resucitará en el último día, necesitamos ayuda: que el Padre nos atraiga hacia su Hijo. Escúchenlo!, dirá; es mi Hijo predilecto. Podemos imaginar que sentimos una fuerza de atracción exterior como aquella con que Pedro arrastró la red cargada de peces; y también una fuerza interior, la que tienen nuestras pasiones que nos arrastran cada una hacia su objeto deseado. 

En el evangelio de hoy el Señor primero advierte a sus paisanos: “No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí a no ser que mi Padre que me envió lo atraiga a mí. Luego cita la Escritura: Está escrito: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende su enseñanza, viene a mí”. La atracción que provoca el Padre no es mecánica. Uno tiene que escucharlo y aprender, en el sentido de darse cuenta de que está siendo atraído por una Persona hacia otra. 

Enseguida, Jesús da otra vuelta de tuerca: “No (quiero decir) que al Padre lo haya visto alguien: Solo el que viene de parte de Dios: ese es el que ha visto al Padre. Se los digo de verdad: el que cree, tiene vida eterna”. Es decir: no se trata de que nuestra fe en Jesús necesita la ayuda del movimiento en que la pone el Padre y en cambio nuestro escuchar al Padre y aprender de su enseñanza sea algo que podemos hacer espontáneamente. No. Solo Jesús conoce así al Padre y, como dice en otro pasaje, lo pueden conocer los pequeños a quienes Él se los quiere revelar. 

Como vemos, Jesús nos va situando, con su Palabra y con los ejemplos que da, en medio de Ellos dos, nos introduce en la hermosa relación que tienen su Padre y Él: allí todo se vuelve un círculo virtuoso, en el que el amor del Padre por su Hijo nos lo vuelve atractivo a Jesús, y el amor de Jesús por su Padre nos lo vuelve comprensible a nuestro Padre. (Todo el Evangelio de Jesús, y de manera única sus parábolas son “enseñanza” acerca de nuestro Padre.

En este punto, Jesús da un paso más y comienza a usar los ejemplos del Pan. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente y el pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo”. La atracción y la sabiduría de la enseñanza no se resuelve en el ámbito del “ver” -nadie ha visto al Padre-, ni en el ámbito del conocer intelectual, sino en el ámbito vital del comer. Sentirse atraído por Jesús es sentir ganas de comer la Eucaristía. Saborear conscientemente las enseñanzas del Padre es sentir deseo de saborear la Eucaristía. La relación con el Padre y con Jesús se establece así al nivel mas básico, el de la alimentación, el de recibir de otros seres lo que necesitamos para vivir: el Señor nos invita a comer su Carne, Él es el Pan vivo bajado del Cielo. 

Ahora bien, todos los gestos de amor de Jesús son gestos de comunión, gestos de partir el pan y de darse en alimento. Y como el darse en alimento enteramente, gratuitamente, es don de la propia vida, la entrega del Señor en la Cruz es, de todos los gestos de amor de Jesús, el acontecimiento que atrae con mayor fuerza en toda la historia. La fragilidad como de pan de Jesús, hecho pedazos en la cruz, es el imán poderosísimo que atrae de manera irresistible, 

que arrastra a todos hacia el que traspasamos. Atrae, precisamente porque no impone nada -el Señor todo se lo carga sobre sí-; atrae irresistiblemente porque no intenta seducir ni convencer a nadie: el Señor simplemente se entrega por nosotros, por pura amistad. Nadie ama más que el que da la vida por sus amigos.

En la última cena Jesús tiene la delicadeza de darle un sentido de comunión y de amistad gratuita a su entrega en la Cruz. La Eucaristía sella este deseo de comunión que tiene el Señor y que está escrito en lo más íntimo de nuestro ser con el signo del pan y del vino. Esta es la verdad que atrae con fuerza irresistible: Jesús es pan, pan que se parte y se entrega para que tengamos vida. 

Le pedimos a nuestro Padre del Cielo que nos arrastre hacia la dulzura y hacia la ternura de la santa Eucaristía.

Diego Fares sj