Interceder (17 B 2021)

“Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, 

y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. 

Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. 

Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y contemplar que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: – «¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?» 

Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. 

Felipe le contestó: -«Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.» 

Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: -«Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?» 

Dijo Jesús: -«Hagan que se recueste la gente.»

Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres  en número de unos cinco mil. 

Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo  los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: -«Recojan los trozos sobrantes para que nada se pierda.» 

Los recogieron, pues, y llenaron doce canastas con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que  habían comido. Al ver la gente la señal que había realizado, decía: -«Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo.» 

Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo” (Jn 6, 1-15).

Contemplación

En este tiempo de vacaciones en nuestra querida enfermería San Pedro Canisio, junto a la Curia General Jesuita, ando con tiempo de sobra para rezar y la verdad es que lo hago a gusto. Y como desde hace una semana el Señor me viene dando una gracia particular la comparto con sencillez hoy, porque junto con el consuelo de la oración, el Señor me confirmó que es algo suyo, planeado, si se puede hablar así. Es una “segunda gracia” que el Señor da en la oración y tiene que ver con lo que Ignacio llama “reflexionar para sacar provecho”. Con las gracias siempre puede uno ser más delicado y atento a la hora de valorarlas y de reconocerlas para dar gracias debidamente. En la oración el Señor da distintos tipos de consolación -alegría, paz, aumento de caridad…-; pero también es una gracia reflexionar acerca de lo recibido y en qué grado se dio; y una tercera, gracia, que siempre hay que pedir, consiste en poder comunicar a otros lo recibido con el mismo Espíritu e intensidad con que el Espíritu nos lo hizo sentir. Son cosas distintas y hace bien meditar en ellas.

 Esta de la “reflexión para sacar provecho” es una gracia muy linda, porque uno no solo recibe “algo” del Señor -en el sentido de un sentimiento para gustar o de una situación que logra discernir- , sino que también comparte el gusto que siente el Señor al dar su regalo, es decir, uno participa de algo que experimenta el Otro. Todo esto no es otra cosa que comunicación, y como dice Ignacio, “el amor consiste en la comunicación”, en dar y recibir uno del otro cada uno dando de lo que tiene y puede. 

Con la gracia de la que hablo sucede así: el Señor me hace sentir su presencia de manera muy intensa -con alegría y lágrimas- y está haciendo todas las noches hacia las 3 de la mañana. Como tengo que tomar agua todo el tiempo para que riñón trabaje sin esforzarse, no duermo profundamente, sino que descanso en una especie de somnolencia leve y tranquila. Pero, como decía, a eso de las tres se me hace sola una contemplación entera, en general de los ejercicios. Es como si me la predicaran. Anoche, me avivé de lo de la hora y me animé a preguntarle al Señor si eran impresiones piadosas mías o si de verdad se le estaba ocurriendo venir todas las noches a la misma hora, con eso de “estoy a la puerta y llamó…”. No digo que me dijo: “Y qué te parece! Ya va una semana! No?”, pero dentro mío se formaron unas palabras más o menos como esas (en realidad las palabras fueron más cercanas a un “te avivaste!”), mientras sentía que le abría la puerta y que el Señor entraba a charlar un rato, como la noche aquella en que lo visitó Nicodemo. 

La charla -o contemplación que se arma – arrancó por el lado de la escena del Señor con Pedro junto al lago: Hace días que vengo tratando de “perforar” en el terreno duro de este deseo, en busca de encontrar el modo como el Señor se quiere relacionar conmigo: que si tengo que dejarlo que venga Él cuando quiera o llamarlo más; que si lo primero es pedirle que mire mis infidelidades y me sane de mis pecados y enfermedades o si le tengo que preguntar cosas y escuchar lo que dice en el Evangelio… Me he estado preguntando también con qué personaje del Evangelio puedo identificar el trato que quiere tener el Señor conmigo (antenoche me parecía que Zaqueo me viene bien, dado que soy de la especie de los cobradores de impuestos). No terminaba de encontrar nada que me conformara  como algo definitivo pero, de golpe, me llamó la atención que el Señor le preguntara a Simón Pedro si lo amaba como amigo e, inmediatamente, en vez de ponerse a charlar acerca de cosas suyas, como en general hacemos con nuestros amigos, le saliera con lo de pastorear a sus ovejas y corderitos. Ahí encontré algo! Jesús trata a Simón como un par, le encarga que colabore con su misión de pastorear y lo involucra en su carisma de intercesión (el Señor está siempre intercediendo por nosotros ante el Padre). 

Esto de la intercesión de a dos es un modo de relación “definitivo”, en el sentido de que es algo propríisimo de Jesús y Él decide compartirlo! Ayudame a interceder, le dice a Pedro, ayúdame a rezar! La relación no va por el lado de mírame a mi a ver qué pienso de vos, sino ayudémonos a mirar a los demás. 

Sin excluir otros modos, como los de tener una relación de Dios a hombre, de Redentor a pecador, de Maestro a discípulo, de Esposo, de hermano, hermana, Madre y de amigo, Jesús se quiere relacionar con Pedro como con uno que le ayudará a pastorear y a interceder por los demás. Esto me hizo bien y caí en la cuenta que mi oración de estos días había ido por ahí: en vez de andar mirando cómo estaba el Señor conmigo -cosa que no me llevaba a nada concreto-  terminaba siempre encontrando gusto en interceder por tantos amigos y amigas que también rezan por mí. Uno por uno, por toda la gente que conozco y pidiendo por sus necesidades. 

En el Evangelio de hoy, sucede igual: Jesús lo involucra a Felipe poniéndole el problema de cómo dar de comer a la gente que los sigue, con hambre de la Palabra de Dios y también con hambre de pan. Es un modo de relación particular este que se da entre los que comparten una misión de ayudar con obras de misericordia a los demás, sean corporales, como dar de comer (y juntar las canastas), sean espirituales, como pastorear, cuidar y consolar… 

En el mosaico de Rupnik, la imagen del pibe en puntitas de pie, que le alcanza sus cinco pancitos a Jesús, es conmovedora. El Señor involucra a los más pequeñitos en esta oración de intercesión. No hace falta ser un Samuel, un Moisés o un Isaías para interceder ante Yahveh. Gracias a Jesús, la oración al Padre del más pequeñito del Reino es superior a la de todos los grandes intercesores del AT. 

El Evangelio incorpora todos los pedidos de las madres, todos los deseos de los enfermos, todos los sueños de la gente humilde, que se suman al deseo de que “venga el Reino” que es el motor del Corazón del Señor. 

Nadie mejor que el Papa Francisco para decir algo sobre la intercesión. Decía en una de sus catequesis sobre la oración: “Quien reza no deja nunca el mundo a sus espaldas. Si la oración no recoge las alegrías y los dolores, las esperanzas y las angustias de la humanidad, se convierte en una actividad “decorativa”, una actitud superficial, de teatro, una actitud intimista. 

Todos necesitamos interioridad: retirarnos en un espacio y en un tiempo dedicado a nuestra relación con Dios. Pero esto no quiere decir evadirse de la realidad. En la oración, Dios “nos toma, nos bendice, y después nos parte y nos da”, para el hambre de todos. Todo cristiano está llamado a convertirse, en las manos de Dios, en pan partido y compartido. Es decir una oración concreta, que no sea una evasión.

Así los hombres y las mujeres de oración buscan la soledad y el silencio, no para no ser molestados, sino para escuchar mejor la voz de Dios. A veces se retiran del mundo, en lo secreto de la propia habitación, como recomendaba Jesús (cfr. Mt 6,6), pero, allá donde estén, tienen siempre abierta la puerta de su corazón: una puerta abierta para los que rezan sin saber que rezan; para los que no rezan en absoluto pero llevan dentro un grito sofocado, una invocación escondida; para los que se han equivocado y han perdido el camino… 

Cualquiera puede llamar a la puerta de un orante y encontrar en él o en ella un corazón compasivo, que reza sin excluir a nadie. La oración es nuestro corazón y nuestra voz, y se hace corazón y voz de tanta gente que no sabe rezar o no reza, o no quiere rezar o no puede rezar: nosotros somos el corazón y la voz de esta gente que sube a Jesús, sube al Padre, como intercesores. En la soledad quien reza —ya sea la soledad de mucho tiempo o la soledad de media hora para rezar— se separa de todo y de todos para encontrar todo y a todos en Dios. Así el orante reza por el mundo entero, llevando sobre sus hombros dolores y pecados. Reza por todos y por cada uno: es como si fuera una “antena” de Dios en este mundo. En cada pobre que llama a la puerta, en cada persona que ha perdido el sentido de las cosas, quien reza ve el rostro de Cristo. 

El Catecismo escribe: «Interceder, pedir en favor de otro es […] lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios» (n. 2635). Esto es muy bonito. Cuando rezamos estamos en sintonía con la misericordia de Dios: misericordia en relación con nuestros pecados —que es misericordioso con nosotros—, pero también misericordia hacia todos aquellos que han pedido rezar por ellos, por los cuales queremos rezar en sintonía con el corazón de Dios. Esta es la verdadera oración. En sintonía con la misericordia de Dios, ese corazón misericordioso. «En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos» (ibid.). ¿Qué quiere decir que se participa en la intercesión de Cristo, cuando yo intercedo por alguien o rezo por alguien? Porque Cristo delante del Padre es intercesor, reza por nosotros, y reza haciendo ver al Padre las llagas de sus manos; porque Jesús físicamente, con su cuerpo está delante del Padre. Jesús es nuestro intercesor, y rezar es un poco hacer como Jesús; interceder en Jesús al Padre, por los otros. Esto es muy bonito” (Francisco, Audiencia General, 16 de diciembre 2020).

Diego Fares sj